NĂşmero 32. Diciembre 2016.
Revista
No. 32. Diciembre 2016. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje. Editado en Ensenada, Baja California. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeolobos@yahoo.com.mx / Consejo Editorial: Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Roberto Cardozo, Mario Pineda Quintal y Anel Mora.
Contenido
La memoria del pájaro.
Cómo me hice hermafrodita.
Uriel Martínez
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Ángel Augusto Uicab
El protector. Melbin Cervantes
Capítulo piloto.
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Discursiva nocturna Mónica Martínez
María Jesús Méndez
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Experiencias que dejan huella
Derian Antonio Aranda Aranda
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Dos relatos Anel Mora
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Camaleones
Roberto Cardozo 101 41
La Niña TodoMePasa dice:
Jéssica de la Portulla Montaño
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Incipit.
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Judith Almonte Reyes Damaris Cuevas
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Mi punto de risa.
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Blanca Vázquez
A mis hijos. Conocí un dragón.
Dando vueltas con Silvia. Silvia Polanco Euán
Sofía Garduño Buentello 99
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Juan Torres Velázquez Disfonía Mario Morales Dos narraciones Rosario Lizama 42 Odios en tiempos de paz. Blanca Vázauez
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Demersales en A mayor.
Les lettres de Cristine Juan Machín
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Desvaríos de la freaky neurosis.
Gema E. Cerón Bracamonte
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Sanación.
José Trinidad Aranda Aranda 56 He dicho. Jéssica de la PortillaMontaño de Juárez Endemoniado. Jesús Fuentes 58
Nos vemos en el slam.
Mario E. Pineda Quintal
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Mi mano no camina. Paty Rubio
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El poder al pueblo. Damaris Cuevas
Silencio.
Paty Rubio
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Sobre La gramática del amor de Rocío Carmona.
Damaris Cuevas
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Un empeño de amor. María Nieto
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Cógeme antes del abismo. Ángel Fuentes Balam 78
En la búsqueda del eterno retorno.
Fabiola Morales Gasca
Crecer. Adán Echeverría
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Las imágenes que ilustran este número de la revista fueron donados por los editores y columnistas.
Cómo me hice hermafrodita
Uriel Martínez
a. Yo no sé cómo. Un día me senté a escribir tiradas de líneas separadas como mi respiración, quebradas por mis balbuceos. Cuando hube te rm in ad o v i d est el lo s c om o la s p lu ma s encrespadas de los gallos de pelea, son plumas, juraría, tornasol. No sé qué descubrí primero, si mis primerizas inquietudes sexuales –con la aparición de los tempranos pelos del pubis, en axilas o labio superior–, o esa forma elemental y primitiva de expresarme por escrito. En algún cuaderno olvidado, en algún cajón, en alguna caja de zapatos, en algún fólder han de reposar los primeros escritos pasados por los rodillos de aquella Olivetti prestada –primero– y luego adquirida para llevar conmigo como un lunar, un tic, una posesión secreta.
b. Uno va por la vida como quien va y vuelve por los corredores de la Preparatoria, por los callejones silenciosos de la noche, a la vera del alcohol, la mariguana, los estanques de aguas negras, el sexo inmediato y anónimo. De esos episodios semi clandestinos a veces se concretan perlas, diamantes o enfermedades de transmisión sexual (ETS) intuidas, procuradas, encontradas. Cuando agotamos la carga de diábolos, volteamos, en la feria, a ver las figuras de lámina caídas; hacemos un recuento callado de los patitos muertos: José, Juan, Ricardo, Raúl, Mauricio, fueron abatidos por la enfermedad o cualquier otra aventura procurada, asediada, hostigada, intuida. Sí, deseada.
c. Un día me dijeron: asiste a los talleres del décimo piso de Rectoría; y fuí, en las vacaciones escolares. Hubo pruebas de fuego, vicios de escritura evidenciados, deficiencias de lenguaje, lecturas no realizadas. Ahí escuché por ves primera el nombre de un desconocido, Fernando Pessoa, luego vinieron sus heterónimos; después Huidobro, Girondo, Vallejo, los metafísicos ingleses, qué sé yo. Y volví a esos talleres una y otra vez, a los amigos, a la ciudad que me esperaba. Me inscribí en Letras Hispánicas, al tiempo que trabajaba medio día en alguna parte. En el taller de novela leí Orlando, que un día despierta trocado en el otro; descubrí la capacidad camaleónica del escritor, la voz andrógina del creador, el Cástor y el Pólux que habita en él.
d. Ya no aspiraba a encontrar aquellas envolturas de chicles y caramelos que el niño pasaba por la flama y aparecía una leyenda, una frase, una profecía; ya no procuraría aquellos papelitos que el ave del Pajarero saca de una caja y la extiende con un destino, cualquier medio día. El "pájaro de la suerte" que ilumina la mañana por un rato. Me avoqué a la lectura de ‘Contemporáneos’. Aunque muchos años después, saqué de la cajita que me extendió la Santa Muerte plateada, una tira de papel cuidadosamente impresa: lo leí y lo guardé en la billetera.
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El protector. L
en la pirinola; cuando se detuvo para cargar más pasajeros, percataron el cascabelear de un gato atigrado musicalizando una persecución. Dejaron todo en un parpadeo y siguieron la estela de pelaje. Con ojos temblantes, acorralada por el felino y los críos; chillando, expectante sobre quien se haría primero de ella, le estremecía el pecho, como ruido de motor, haciendo que uno de los niños, Kevin, sintiera pena y alejó al gato antes que éste arremetiera. –Voy a reventar a esa mugre rata– dijo Gerardo, un niño regordete. Al agacharse miró el cascabel prendido de una cintilla morada, se la guardó en el bolsillo izquierdo; cargó un pedazo de block para lanzarlo y… una tierna voz intervino: –No, por favor. No lo hagas.– Era Rebeca. Las avecillas buscaban refugio impulsadas por el viento de las cargadas nubes que alborotaban las hojas de los almendros. Kevin observó maravillado la melena azabache de Rebeca (¿cuánto tiempo que sentía arder el corazón por ella?), quien hacía chasquidos con la boca para llamar al roedor. La ardilla levantó la testa al reconocer el llamado de su protectora. – ¿Eskipi, estás bien? La niña arropaba a Eskipi, e intentaba calmarla con arrullos de cuna. – ¡Esa rata es mía! Yo la encontré. Voy a aquedármela, viva o muerta. – No. Es mía, recién hoy mis padres me permitieron sacarla al parque, pero un gato me asustó y la dejé caer. Gerardo se encaminaba hacia Rebeca con furia; en el rostro se vislumbraban pequeños puntos blancos rodeados de un mar de piel roja. ¿Qué sucedería? ¡Pum! Un chancletazo. – Déjala en paz. ¡Vete de aquí! – ¡Idiota, mi oreja! ¡Ahora te mataré a ti! – No, no, no, me importa. No dejare que la dañes. – Quién te crees. ¿Su protector? – Sí. Los protegeré. De ti y de cualquiera.
Melbin Cervantes
Gerardo regresó con el pedazo de block, hacia Kevin y… como una catapulta dañada, la palanca no disparó su carga. Una oblicua sombra los cubría. La lluvia cayó. Los niños se esparcieron, cada quién hacia sus hogares. O fue la lluvia que los espantó, o la atronadora voz de aquel sujeto que evitaba con pesadas manos la escena salvaje que Gerardo deseaba encarnar. El block regreso al suelo. Entre ligeros hilos de lluvia un hombre alto, vestido de traje, como si fuese un empresario, pero desgarrado, y sucio, exhortaba a Gerardo sobre su comportamiento. – Tú y tus palabrerías, pueden irse al infierno. Maldito viejo. – Ah, pequeño. Eres hueso duro de roer. El vagabundo tomó de los brazos a Gerardo. Luego abrió la tapa de la cisterna con un brazo, repitiendo letanías. –Mira que yo fui pastor, –decía– Pero estoy zarandeado por el mismo diablo. No quiero que te suceda lo mismo. Purifícate, ahora que es posible. El ruido de las zambullidas fue tan estruendoso para sus percepciones, que apenas se concentraban. Kevin estaba helado. La ardilla furiosa, pero se mantenía a raya en brazos de Rebeca. La cabeza de Gerardo entraba y salía del agua. Peleaba su cuerpo por aire. ¡Crack! El vagabundo se tambaleó. Se tomó de la cabeza y al mirar sus manos vio sangre. Kevin temblaba. Pero alzando el pecho, gritó: –Váyase. El vagabundo se perdía de la vista de los niños, entre la lluvia y el miedo acrecentados. – ¿Qué haremos? ¿Está Gerardo muer…? – No lo sé. No, no, no puede. Eskipi jugaba sobre el cuerpo tendido sobre la hierba resbalosa. Los niños lo vieron con horror. – No se mueve. – Ya vi. – Y sí… tomamos la pala de mi papá y lo enterramos. No hay nadie ahora en casa. No diré nada, si prometes callar también. Kevin cerró los ojos una y otra vez. No era un sueño. La lluvia le quemaba.
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Presurosos arrimaron, jalando por los pies a Gerardo, hacia debajo del almendro más grande y alejado del parque. Con la lluvia fue fácil. El cuerpo patinaba sobre el piso de concreto de la cancha de básquetbol que tuvieron que cruzar. Fue sencillo. Al menos, por momentos cuando no sentían en el alma estar cruzando un inmenso desierto. – Hazlo. – Hacer, ¿qué? – El hoyo… Tienes la pala en las manos. – Ah, sí. Lo haré. – Si mis padres se enteran me harán daño. ¿No quieres eso para mí verdad? Te oí, desear protegerme y a Eskipi. – Sí, eso quiero. Jamás permitiré que los dañen. Rebeca besó en la frente a Kevin agradecida.
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La pala no era tan pesada. Cuándo el hoyo terminó de ser cavado, y en su interior el secreto guardo y recubierto, en el cielo se miraba el arco iris. Poco a poco los niños se asomaban para continuar jugando. Rebeca tomó la pala, en el hombro derecho llevaba su mascota. Guiñando el ojo, sin decir adiós se alejó apresurada. Kevin suspiró. El remordimiento como abejas alborotadas se esparcía en su mente. Deseaba correr. Y a punto estuvo de hacerlo, cuando observó a algunos niños apuntando en dirección a un niño regordete caminando hacia él, con la ropa sucia de barro y en cada paso de su pierna zurda escuchaba un cascabeleo tan ruidoso para la conciencia de Kevin como las campanadas de la iglesia.
Discursiva nocturna.
Mónica Martínez.
C . Que algún fantasma se mostrara. Y yo, con el temblor de mis huesos frente a un relámpago, a solas. Era un relámpago que trataba de mi infancia. Me he detenido en un floripondio camino a casa y pienso, mirando las flores moviéndose de un lado a otro, tintineando en el aire como campanas: vengar todo, oscurecer todo, recalcar nada del pasado. Con la aspiradora de mis labios destrozar el polen que me arrastra a mi casa vieja. Un día amar, odiar, dejar de ver, al siguiente día: nada, qué mas hay que exista así. ¿Qué mas hay junto a estos pensamientos? Tal perversión dulce y olvidadiza se derrama en las grietas de mi vestido negro. Pensaba en mi gato, tu gato, fue nuestro gato… tal vez algún día nos encontremos y podamos hablar en paz. ¿Algún corazón será capaz de ser habitado? No para combatir sino para regalar, sin mutilarse hasta sangrar. Un embrión no nace de los surcos de una mente que divaga, pero si de el halo que deja una noche en una habitación llena de libros viejos, y la madera que rechina al bajar las escaleras, ese abrazo que no concluye jamás. Dentro de los sueños de cada noche y en el cuerpo etéreo y en el gorrión que te despierta mirándote desde la higuera por la mañana. Ese pensamiento limpio o sucio me ha dejado sin habla al fin: soledad corporal, boca viciada, parpadeos entrecortados, daga de plata, pelos de gato entre las sábanas. Hacer siempre nada; desde nacer, silencio al caminar y nada, recreos frustrados y nada, alimento, lágrimas entre día y día, brincar entre los bardos y nada; la luz del día a flor de piel y seguimos con nada. Te toca una mano y nada, otras más y regresas a la vida, mientras caminas: caminar es la vida. Y las cascaras de cada día, cítrico amigable que me hace vaciarme al tapete. El ayer me arrastra más que el peso en mi espalda, todavía; la niña, la niña transfigurada, infante penetrada a oscuras mientras la casa aúlla y todo lo ve. Resolución: He encontrado la fe en un huevecillo de chocolate del supermercado; lo robé de la bolsa, las cámaras de seguridad me miraron, se acercó un policía y me llevó de la mano a la caja, tenía que pagar la bolsa entera. La señorita de la caja me miró fijamente. Mis manos comenzaron a extenderse como una seda violeta, volando y abrazando a la mujer, que se estremecía en un gran orgasmo que duró alrededor de tres minutos. Después miró nerviosa de un lado a otro arreglándose el cabello y me dijo “la fe va por mi cuenta”. Yo sonreí mientras metía mi pequeña mano en la bolsa tomando varios huevecillos e imaginando a mi madre sentada en el borde de mi cama, recordando.
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Experiencias que dejan huella. –¡Mi vida está arruinada! Exclamé de lo profundo de mis entrañas al darme cuenta que mi nombre no salió en la lista. ¿Cómo será ahora mi vida? Solía ser un estudiante del liceo más famoso de la urbe que habitaba. Un estudiante regular cuyo esfuerzo parecía ser opacado por los demás. Fue un momento en el que el ciclón más fuerte azotaba mi nave de la vida. Olas de veinte metros de angustias y lluvias torrenciales de menosprecio caían sobre mí. Jamás había sentido esta desesperación. Las ganas de salir, gritar, correr o simplemente desaparecer y reaparecer en una gran isla llena de exóticas especies vegetales y animales con la más blanca arena aperlada. Pensé al inicio que esto no estaba pasando; sin saberlo un duelo extremo había comenzado. Con mis ojos llorosos que taponeaban la visión, mis pensamientos en depresión cayeron. No tenía ganas de seguir viviendo; sé que suena exagerado, pero en ese momento por mis ideales me sentía preso. Al fin lograba entender el por qué los estudiantes japoneses se suicidan cuando no son electos en su universidad. Después de la fase caótica, poco a poquito empezaban a disiparse los pensamientos y las energías de bajo nivel. Ahora vendría la fase en que tus papás llegan a decir “búscate un trabajo” Pero si todavía no ha llegado mi hora de trabajar, lo que me interesa es continuar estudiando. Se comprobó que la vida siempre es todo menos un tazón de hojuelas dulces y rosas. Era hora de buscar trabajo. Envié solicitudes a treinta empresas en varias ferias de trabajo, pero ninguna me hizo caso pues era un joven sin experiencia laboral y recién salido del liceo. Pasaban los días y seguía sin respuesta. Tuve que ir a un lugar de continua rotación de empleados, un call-centre muy conocido por emplear jóvenes sin experiencia. Me alegré cuando me aceptaron. Pero no por mucho tiempo. Durante mi curso de preparación cuya duración fue de dos semanas, noté que dicho trabajo no era para mí. No me sentía vivo, era monótono y rutinario. No era de mi agrado trabajar en un cubículo de tres
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Derian Antonio Aranda Aranda.
paredes frente a un monitor, escuchando ocho horas a clientes en su mayoría molestos, y tenía que darles “mentiritas blancas”, como nos enseñaron en la capacitación. Aunque ganaría bien respecto a lo que hacía. Pero ¿a qué costo? ¿Al costo de desaprovechar el tiempo en algo que de plano no me dejaba satisfecho y que posiblemente me hubiese convertido en un robot? ¡No gracias! Aunque suene egoísta primero velo por mi integridad. No terminé el curso de preparación. Pero fui a las oficinas de recursos humanos a explicar mis motivos, pues yo lo que empiezo lo acabo. Me quité antes de la definitiva firma para “la compra de mi alma”. Mis papás se sorprendieron y mi padre se molestó conmigo, pues no entendía mis razones. Mi depresión seguía. Contacté amigos y conocidos, ellos siempre ocupados, pues tenían la dicha de estar cursando alguna carrera. Seguí mi búsqueda. Fui a un conocido comercio dedicado a productos del hogar y construcción para llevar mi solicitud. Lo clásico. Me dijeron “te hablamos mañana”, pero jamás hablaban. Así que ya sabía lo que me harían. Pasaron dos o tres días y fui a una tienda céntrica de mi ciudad donde solicitaban auxiliares de piso de venta. Todo indicaba que me iban a contratar y ya por fin trabajaría, hasta que realmente vi lo que hacían. Cargar cosas, ver que no se rompan, y lo que más me decidió a no trabajar ahí, fue que las horas extra no te las remuneraban monetariamente, sino con tiempo para vacaciones. ¿Vacaciones para un eventual? Me dio una explosión de risa sarcástica. Si te sabes valorar, sabrás que tu tiempo es sagrado, y su precio muy grande. Cada segundo es segundo de tu vida se va y no regresa. El tiempo corre en una sola dirección. Es tu vida y no sabemos si hay vida después de la muerte. Sólo sabemos que tu vida es única e inigualable. No la debes menospreciar ni gastarla en algo que no te hace sentir quien realmente eres. Por consiguiente, rechacé dicha oferta laboral y como han de imaginar mi padre se molestó conmigo otra vez; “no saber entender los motivos por los cuales dejé ese trabajo y el anterior”.
Otra vez comencé la búsqueda. Fui a un Supermercado, de una cadena transnacional extranjera, a llevar por última vez una solicitud. Al ver que no me llamaban decidí darlo por muerto. Tardaron tres semanas en llamar. Fui a las entrevistas a que me citaron. Esperé pacientemente el tiempo que me dijeron pues treinta minutos en México son casi tres horas. ¡Por fin! Me aceptaron. Pero esta vez no sentí alegría. Me mostraron lo que haría, y la verdad no lo vi placentero, pero tampoco disgustante. Consistía en cambiar precios, poner precios, estibar la mercancía, surtirla y, lo principal, la atención al cliente. Al inicio lo hacía con ánimos, pero poco a poco mis compañeros laborales, de mas antigüedad, empezaron a sacar sus uñas. Jamás me sentí parte de esa empresa, jamás mostraron compañerismo. La gran mayoría de empleados se conocían y cuando te intentabas adherir te rechazaban. En esa sucursal de la empresa, no se cumplía su propia ética. M i estad o d e ánimo fue decaye nd o, empeorando al recordar mi vida de estudiante; solo te preocupaban tus tareas, hacer amistades, convivir con tus compañeros, y la vida era mas relajada… a comparación de estar en un trabajo que de plano no te aviva. Igual mi estado de salud decayó pues en mis últimos días laborando ahí, me enfermé con calentura, vómitos, acompañadas de una laringitis ya que me enfrentaba a cambios bruscos de temperatura. Y por lo mismo renuncié a ese trabajo. Pero el lado positivo fue que adquirí conocimientos de supermercado, de algunos dispositivos que se utilizan, y experiencia en atención a clientes. Conocí buenas personas del área de cajas, voluntarios empacadores, en la gerencia y de varias áreas de piso departamentales ( muy contadas). Me ayudó a comenzar mi auto descubrimiento.
Ahora estudio para el examen de admisión; tengo tiempo libre para hacer lo que amo que es escribir y dibujar, dejar volar la imaginación y permitir que otras personas conozcan mundos y acontecimientos maravillosos. Así siento que ayudas a otras personas a estimular su imaginación, aportas ideas nuevas que en el futuro se utilizarán. Ayudas a progresar a la sociedad y la enriqueces al mismo tiempo. Cuando estuve estudiando me sentía de la patada, pero la vida con sólo el liceo puede ser peor; tal vez no fui excelente en la escuela, pero sé que soy un genio para algo. Todos lo somos, pero “Si juzgas a un pez por su habilidad de escalar un árbol, vivirá su vida entera creyendo que es un estúpido”. Según la Teoría de Gardner existen nueve tipos de inteligencia: · inteligencia lingüística · inteligencia musical · inteligencia lógica-matemática · inteligencia espacial · inteligencia corporal- kinestésica · inteligencia emocional · inteligencia intrapersonal · inteligencia interpersonal · inteligencia naturalista y de las cuales, en la mayoría de las escuelas sólo aplican una: la inteligencia lógico-matemática como si fuera la única.
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Dos relatos El gran Tomás
Anel Mora
A tu memoria querido tío, ve haciéndonos camino, que para allá vamos. Tomás Bahena Alcaraz (1957?-2016). QEPD.
S por qué las personas se empeñaban en publicar sus pérdidas, sus duelos; yo no querría que nadie me mirara con pena ni recibir condolencias de gente que ni siquiera conozco. Pero luego reflexioné que esas publicaciones no eran para honrar a los vivos, sino a los muertos. Todos merecemos ser recordados... Tomás era todo un personaje. Desde sus grandes discursos revolucionarios, hasta esa soledad empedernida que se empeñó en conservar hasta sus últimos días. Se levantaba muy temprano a hacer sus ejercicios al aire libre, queriendo conservar esa robustez y fuerza que lo caracterizaba. Era muy naturista; acostumbraba sus licuados matutinos de frutas o vegetales, o ya de perdida unas yemas de huevo ¡CRUDAS! Creo que ahora entiendo por qué nunca se enfermaba. Siempre fue un tipo muy aguerrido si de sus ideales se trataba; llegaba a veces encabronado con su revista "Proceso" bajo el brazo a despotricar en contra de los conservadores, de los priistas y los derechistas de hueso colorado. Por supuesto que eso lo aprendí de él, y debo mencionar que fue para él, un gran descalabro el fraude electoral de 1988, el gran robo de la historia, que dejó al Frente Cardenista, más debilucho que una lagartija. Esos días fueron de enojo, frustración y llanto, entonces conocí el dolor nacional; todas las noticias me llegaban a través del Gran Tomás, sin intermediarios falsos, sin el sesgo televisivo, todo de la voz de un izquierdista que me enseñó a amar la búsqueda de la justicia. No he de hablar de los vicios del Gran Tomás, ni de cómo conocí el olor de la yerba; no soy quién para señalar a nadie. Pero lo que sí llevaré en mi mente y en mi corazón, son esas conversaciones interminables donde nos ilustraba el México, ese México que en los ochentas, estaba listo para una verdadera transición.
Una historia para matar el tiempo. D y les creo, porque hace diez cartas que no veo a Sebastián. Ya me estaba dando mala espina cuando me dijo que no iría al festejo de Doña Ignacia, y ahí está la Paola, llamándome pa´decirme, que sí fue, y con la "Srita. Cristina". Me desinflé como un globo de gas; no como los de aire, porque esos pegan la carrera al suelo, en círculos, como si estuvieran poseídos por el demonio; no, así no fue, yo fui bajando poco a poco, hasta llegar al suelo. Todo me olió raro desde el principio. Me decía al oído: "Monita, por aquí, Monita por allá", y yo feliz, pensando que era de cariño, y anda, que me voy dando cuenta que así les decía a todas las mujeres. Sí, el amor es una leyenda. Aunque no puedo negar que ese Sebastián me traía arrastrando la cobija. Yo iba a su departamento después de trabajar. Le hacía de comer, lavaba su ropa y lo esperaba a medio vestir. Teníamos algo de sexo (quince minutos no puede ser un "todo"), y después roncaba hasta el amanecer. Eso debió ser una señal, pero me aguanté porque me daba unos ricos besotes... mmm todavía me acuerdo. Lo que sí no pude soportar, fue que besó en mis propias narices a Regina, ¡mi prima! De inmediato le dije que lo veía afuera del zaguán de Doña Ignacia, ahí, en lo oscurito... Llegó muy sonriente con sus ojos color miel y esos labios que me enloquecen. Con la navaja del barbero que de camino me había echado a la bolsa, lo agarré desprevenido y le corté el cogote. ¿Será por eso que no contesta mis cartas?, ya van como diez que le escribo, o de plano, ¿el amor es una leyenda?
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Les le res de Cristine (The Cristine´s le ers). El título de este texto es un buen ejemplo de la ambigüedad y multivocidad o equivocidad del lenguaje. Como escribió Valéry: “si se va al fondo no existe una sola palabra capaz de ser comprendida”. Así, Lettres o Letters (obsérvese que se cambia de idioma simplemente desplazando un lugar una letra) se puede traducir lo mismo como cartas que como letras. “Carta” puede significar lo mismo misiva o epístola, que constitución o menús. Se puede “jugar cartas” o “comer a la carta”; incluso, para identificarse, “presentar sus cartas credenciales”. La red semántica de la palabra “Letra” incluye tanto un signo gráfico o elemento tipográfico como una forma de pagaré. Se puede decir de alguien que “tiene letras” o que algo hay que “entenderlo a la letra”. En algún lugar de la Biblia se sentenció que el espíritu de la ley da vida mientras que la “letra” de la ley mata. Si nos atuviéramos al inglés, podríamos jugar incluso, como Joyce lo hace en efecto, con la homofonía de las palabras inglesas letter y litter (que lo mismo significa camada o camilla que basura o desorden). Podríamos seguir los análisis semánticos que hace Jacques Lacan de la palabra francesa Lettre en “El seminario sobre La carta robada” basado en la traducción de Charles Baudelere “La lettre volée” del cuento de Edgar Alan Poe “The purloined letter”. O, también, podríamos proseguir indefinidamente con el milagro de la multiplicación de los textos siguiendo el análisis estructuralista que hace Roland Barthes del texto “Sarrasine” de Balzac en “S/Z” o la desconstrucción que hace Jacques Derrida del texto “Confessiones” de Rousseau en “De la gramatología”. Sin embargo, pasemos a considerar no las palabras aisladas del título, sino éste como un todo. De esta manera, el título de este texto puede significar las letras o las cartas de Cristina. Es decir, tanto las letras de la palabra “Cristina” como las cartas con que juega Cristina; las letras o cartas que escribe Cristina, la correspondencia que recibe o, en sentido figurado, la cultura que detenta. Como escritor versado en la teoría del caos podría incluso afirmar que cualquier texto se comporta como un atractor extraño en torno al cual giran sin cesar un número ilimitado de significados
Juan Machín Scripta manent, verba volant
similares o interrelacionados, pero siempre un poco diferentes cada vez, al emplearse en distintos contextos, dibujando en su maravillosa danza semántica un fractal infinitamente complejo. No menos compleja, por cierto, es la historia de Cristina (que he podido inferir a partir de pequeños indicios, recogidos aquí y allá al azar con amorosa paciencia) y de mi relación con ella. Fácilmente se puede documentar que Cristina nació en la ciudad de México y el pasado 15 de octubre fue su cumpleaños número 28. Sus padres se divorciaron cuando Cristina no cumplía aún los cuatro años. Se quedó a vivir con su padre, pero al poco tiempo, a los cinco años, su padre (un médico investigador reconocido) se fue a estudiar un postgrado a Inglaterra, dejando a Cristina con su abuela. Su madre se volvió a casar y tuvo un hijo que actualmente es un actor de éxito en Argentina. Ella se dedica a diseñar escenarios y ambientar películas. Toda la relación de Cristina con su padre y su madre transcurrió durante seis años por correo. Al poco tiempo de cumplir los once años, su padre regresó y la llevó a vivir con él. Su padre era un hombre en extremo lacónico y poco dado a mostrar afecto (siempre que la ve su madre le pregunta: “y ¿cómo está tu padre? ¿ya habla?”). Todo esto explica en gran medida el que Cristina presentara señales inequívocas de autismo (según creí en ese momento, pero posteriormente descubrí –demasiado tarde- que se trataba más bien de la forma de esquizofrenia estudiada por Bateson en su teoría del doble vínculo) y su facilidad para relacionarse epistolarmente, al mismo tiempo que su dificultad para comunicarse en la tradicional modalidad cara a cara, tête à tête, face to face. Cristina era, a pesar de sus inmensas y prácticamente insuperables dificultades para establecer contacto o para participar en los intercambios simbólicos más comunes, como las charlas, una joven brillante y terminó una licenciatura en Psicología en la Universidad Iberoamericana, después de haber estudiado de primaria a preparatoria en el colegio Westminster, donde conoció a su primer novio. Nunca me dijo el nombre de su novio, pero sé que terminó con él en 1994, por incompatibilidad ideológica, según ella, pero yo sospecho otras oscuras e inconfesadas razones. Uno de sus primeros trabajos
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fue precisamente en un instituto para atención de niños y niñas autistas, donde practicaba ludo y musicoterapia (creo importante referir aquí al lector al artículo de Bateson “Esto es un juego”). Cuando la conocí y me enamoré de ella estaba por irse a estudiar una maestría en Inglaterra, después de dejar inconclusas una especialidad en terapia breve (tal vez Cristina deseaba una modalidad no breve sino brevísima) y una licenciatura en Derecho en el sistema abierto de la UNAM, ambas comenzadas y abandonadas en el mismo año. Trabajó asimismo con refugiados en el sureste y desarrolló un gran interés en el tema de Derechos Humanos (entre otros, especialmente, de las personas con discapacidad). Como en una ocasión me dijo que le interesaban los literatos, desencadenó en mí las más locas esperanzas. Traté por todos los medios de despertar en ella un sentimiento recíproco, pero fue en balde. Incluso, prácticamente
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no podía comunicarme con ella por ningún medio. Excepto por carta. Descubrí asombrado que gracias a las cartas que le enviaba (ya que ella rara vez me contestaba, acostumbraba hacerlo cuando mucho según una proporción de una de cada diez cartas) lograba estar más cercano (si así se puede decir) a ella ahora que se encontraba del otro lado del Atlántico, que cuando trabajaba justo en el cubículo de al lado. Así que comencé a escribirle una carta por semana y, poco a poco, la cantidad comenzó a crecer como una serie de Fibonacci, llegando hasta 5 envíos por día. Como es lógico deducir, Cristina terminó enamorándose del cartero, literalmente un verdadero hombre de lettres.
Camaleones E
Juan Torres Velázquez.
. Está eufórica.
Contenta. Plena. Feliz. Se mira el cabello una y otra vez, por la espalda, de frente, de lado. Maravillada. Hasta hace unos días se sentía incómoda, vieja, fea. Hasta que a Con, su marido, se le ocurrió la idea, después de haber aceptado que la pornstar jamás llegaría y que no le sería infiel a su mujer con un bodrio y la perdería por nada, de teñirle el cabello a En. Ella al principio se resistía, “todo es cuestión de actitud” decía Con para inspirarle confianza, y señalaba a las mujeres tan seguras caminando por la calle con sus cabellos teñidos, sus implantes debajo de la piel y las pestañas postizas. Entonces ella aceptó. Estaban contentos la noche del día de la transformación, tuvieron besos apasionados hasta el amanecer, no durmieron más que dos horas, amándose una y otra vez. El sexo renació entre ellos. Y todo por un capricho. Decidieron que podrían ser distintos, al menos en su aspecto, para no asquearse, no aburrirse, para no tener que cargar con el horrendo peso de ser siempre los mismos, de reconocerse en cada reflejo de vidrio o de ojo, de escuchar sus propias voces rutinarias y aburridas, de cambiar sin arriesgar. Porque el amor es lo que importa, y se puede renovar. Hasta Con, ocupado siempre en el estudio escribiendo sus historias de fantasías y deseos reprimidos, estaba entusiasmado: la peinaba como en los primeros días que se conocieron, la besaba, la atendía, le daba todo. Hasta le dijo que se podrían casar. En le pidió que ya no más fachas, que era momento del camaleonazo, de cambiar, que se pusiera la corbata aunque le apretara el pescuezo y le escurriera el cuello de la camisa en sudor. Que una rubia no podía tener por marido a un tipo andrajoso o descuidado de su aspecto. Que ella sería rubia, él un hombre decente. Y ya ni el ejercicio ni las dietas ni las cremas ni las comidas simples y sin entusiasmo, ya nada hacía falta. Sin problemas, sin periodos largos de nulos resultados, sin privaciones. Así de fácil. Por la mañana, antes de irse, Con miró a su mujer acostada, hermosa, vital, rubia. Al despertar y mirarlo, En se sintió dichosa y hasta imaginó que su hombre era alguien importante, alguien respetable, que valía la pena. Con llegó tarde al trabajo, el beso de despedida se convirtió en pasión desenfrenada, en más sexo húmedo y más sudor en la piel; a Con se le arrugó la camisa y el olor a limpio desaparecería en cuanto se secaran los fluidos de la graciosa unión. Pero no importaba, tenía puestos su saco y corbata. Era tan común como todos los oficinistas del universo, pero ese día se sentía único. Y
con una mujer rubia. Hasta era posible que se casaran y comenzó a pensar en los invitados (y las invitadas) y en las irreverencias a media ceremonia y su mujer enfundada en el vestido largo blanco ebúrneo como la mismísima luz de la luna, y su larga cabellera rubia detrás del velo. Y él, con su corbata y su saco, su decencia, su porte distinguido y aristócrata, su común sencillez que a él le parecía el detonante de una vida mejor, merecedor de una mujer rubia y hermosa. Sobre todo hermosa. El día transcurrió como todos, simple y gris. Con fue al trabajo y nadie reparó en el cambio de su aspecto. Pero ni le importaba, a lo mejor la indiferencia de los hombres era para ocultar su envidia hacia ese hombre tan bien vestido, tan decente, de buen ver. Las miradas frías de las mujeres eran para disimular que les estaba impactando, que las sorprendía, que las estaba excitando. Y mientras pasaba frente a ellas le parecía acercarse un olor a fluido de entrepierna. Lo tenía todo, el amor era lo más importante y ahora sólo se conformaba con esas miradas de reojo que para él eran la prueba fehaciente de la pasión que desataba a su paso: al llegar por la noche con su rubia mujer la vida sería exultante, la libido transmitida por sus compañeras de trabajo, de transporte o de deambular, la iría a depositar en su mujer, en su dama, en su rubia En. En salió por la mañana a hacer unas compras. Desde el inicio del día lo notó. Después de mirarse una y otra vez al espejo, sonreír y bailar frente al mercurio y peinarse una y otra vez, se decidió. Estaba emocionada. Respiró hondo antes de abrir la puerta, y lo primero que vio fueron los rayos del sol directos en su cabellera húmeda y rubia. El vecino la saludó con un tono que ese día se le haría común, a ella que en ocasiones hasta la ignoraban, ahora los hombres volteaban a mirarla y torcían sus cuellos. Ya no era a otras y ella mirando con rabia y tristeza, ahora era ella el centro de la atención; feliz, seguramente hasta reparaban en la belleza que aún mantenían sus formas, la sonrisa grácil y la voz dulce de mujer plena y feliz. Lo importante era el amor, al llegar a casa se peinaría como a Con más le gusta, y más pasión y noche de placer y más felicidad y vida plena. Tal vez hasta se casarían. En imaginaba la boda en un salón de lujo y todos sus familiares, sus primas y sus hermanas envidiándola, su cabello rubio ondeando al salir de la iglesia. Una mujer plena. Una mujer feliz. Una mujer casada. Una mujer rubia. Y al lado de un hombre decente, un hombre con corbata y saco, un hombre triunfador. Para toda la vida. El taxista no le cobró por el viaje, un hombre apuesto le cedió el paso en las cajas del súper, el cajero no dejaba
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de mirarla. Cuando fue al mercado, al escuchar a los tenderos volteaba feliz, “pásele güerita” ya no era una burla ni una frase hueca, se referían a ella. Sólo a ella. Por la noche llegó Con sonriendo de oreja a oreja. Su saco arrastraba por el suelo, los cabellos estaban alborotados, las mangas de la camisa arrugadas y el rostro de otro de esos días en donde no dejan en paz las ocupaciones. Pero esta vez sonreía y traía su corbata bien puesta, que le hacía mantener la cabeza rígida, el cuello brillando en sudor. Cierto, una molestia fuera de lo habitual le había ocurrido desde a mediodía, hora en que se miró en el espejo de los sanitarios de la oficina y no se reconoció. A lo mejor era la falta de costumbre, pensó. Casi al llegar a casa compró una rosa envuelta en papel celofán rojo ofrecida por una viejecilla que, raro para él siempre atento a todo cuanto acontece en el ambiente, nunca había visto. Y la extiende frente a los ojos de En, en cuanto abre la puerta, y Con mira frente a él una rosa envuelta en cabellos como el oro o los rayos del sol, o su mujer rubia con rostro de flor; y ella mira del otro lado de la puerta una rosa con una linda corbata color gris perla, o su hombre decente con rostro de flor. Se abrazan, se besan y una vecina que según barría la calle se quedó observando tanta pasión, inusual en esa pareja siempre fría y distante, hasta que en medio de los besos no pudieron más y antes de cometer algún acto impúdico se ocultaron detrás de la puerta y ya sólo se alcanzaron a escuchar las risotadas complacidas de En, que así respondía a alguna propuesta sugerente de Con. Con fuma un cigarrillo tumbado boca arriba en la cama. Sin pantalón y sin zapatos, con los calcetines puestos y la camisa y esa corbata tan bien acomodada. En salió corriendo al baño entre gritos de alegría y escurriendo las piernas de un líquido cómplice. Se miraba en el espejo, sonreía. Era feliz. Por fin. Y su madre y su padre y sus hermanas que le dijeron que jamás lograría alcanzar la felicidad frente a un pobre diablo como Con, que la hacían menos por no tener gracia o atraer a los hombres, que siempre la habían considerado un fracaso. Era feliz. Y la envidia les corroería a ellos si estuvieran ahí. El sonido de la fuente de En desde el baño hace que Con casi le grite. –¡¿Qué, vamos al cine?! Hoy proyectan un film francés que está buenísimo. Sobre el suspenso que ocasionan las compras compulsivas de reservas de aire para cuando nos lo terminemos. –Oh, mi amooor, ¿de verdad?, ¿no estás agotado? Yo fui de compras a mediodía pero no estoy cansada, además toda la tarde me quedé en el baño, . . . depilándome las cejas. –¡Vamos! Lava tu cabello, suéltalo y ponte ése prendedor rojo. –¿El prendedor rojo?, vamos Con, si nunca te ha gustado.
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–No con el cabello oscuro. Ahora sí. –Está bien, pero no te quites la . . . –Vamos ya, es tardísimo.
Caminaron sobre avenida Reforma a toda prisa, En disimulando la atención desmedida y los piropos que recibía de los hombres que se encontraban en el camino, los ruidos de los cláxones de los carros alrededor, las miradas de envidia de las viejas egoístas que seguro la odiaban por su belleza; mientras, Con no quiso poner demasiada atención pues se sentía bien, había tenido mucho trabajo y amaba tanto a su mujer como para molestarse porque otros hombres la desearan, sólo una ocasión estuvo a punto de reclamar cuando sorprendió a un gordo sudoroso mirar por detrás a su mujer. Además la molestia era cada vez más fuerte en el cuello y lo distraía, el aire le faltaba por momentos y pensó que tal vez habría que dejar de fumar, aunque de hecho ya casi no lo hacía desde hace dos años. Pero el amor era lo importante, y estaba recuperando las esperanzas y la felicidad. Era un hombre pleno, ¿qué pensarían sus vecinos, los primos, sus padres, los compañeros de la oficina? Salieron hasta medianoche pues la película fue asombrosamente larga. Casi cuatro horas encerrados en esa sala húmeda y fría, la trama resultó de lo más predecible y aburrida y simple y poco hermosa. Ambos se miraban uno al otro casi a cada escena, casi a cada escena se besaban y se acariciaban las manos con verdadera ternura casi a cada escena. Y traicionaban de esa manera las estadísticas que suponen una crisis a los ocho años de unión sentimental, “si no tienen un hijo se van a separar”, habían escuchado infinidad de veces, y ahora podían volver a sentirse jóvenes, regenerados, hermosos y distintos. Fueron a cenar a medio camino entre el cine y la casa. A las cinco de la mañana Con se tendría que levantar y estar a las siete en la junta de la oficina, pero ni sueño tenía, estaba feliz. A media película tuvo que salir de la sala porque un acceso de tos y falta de aire le molestaba tremendo, el boletero tuvo que darle unas palmadas en la espalda “debería aflojarse un poco la corbata, joven”, “no gracias, ya estoy bien, es que se me atoró una palomita”; de cualquier manera no reparaba demasiado en ello. Es la falta de costumbre, pensó. Apenas se sentaron en la mesa del restaurante, Con sintió un ahogo tremendo, como si tuviera una soga en el cuello, como si lo estuvieran asfixiando, como si lo fueran a decapitar. No pudo ni siquiera tragar saliva, y en cuanto elevó su mirada a En el dolor estaba a punto de desaparecer, pero no. Ella no lo vio, tenía fijos los ojos en un hombre que no dejaba de mirarla, más joven y más guapo y más decente que el propio Con, con una corbata negra que parecía brillarle entre la camisa y el saco del traje. Con tragó saliva con dificultad y trató desesperado
de distraer a su mujer, que amenazaba con irse en esa mirada. Pidieron una comida bastante simple para el lugar y mientras la esperaban conversaron sobre cualquier cosa, pero En no le estaba poniendo demasiada atención, se acomodaba una y otra vez el cabello, se lo alaciaba y peinaba con sus dedos, sacaba su espejito y se miraba y enjugaba sus labios y ensayaba sus miradas, y cuando Con se distraía intentando aflojarse la corbata depositaba su mirada, su existencia misma, en el otro hombre que desde dos mesas atrás la miraba. – Mi amor, ¿me puedes aflojar un poco la corbata? No me siento bien. – ¿Eh? ¡Oh, sí claro! Mi amooor, pero si estás sudandooo. Esta corbata está muy dura, ¿no que ya no almidonabas tus camisas? No puedoooo; bueno, creo que sí, un poquito. – Ya, gracias, así está bien. Dame un beso. La cena fue extraña. Ninguno de los dos comió mucho de sus platos. Con estiraba el cuello y masticaba con lentitud, no podía tragar la comida, sencillamente se estaba asfixiando. Y no sabía qué hacer. En bebía de su copa una y otra vez tragos pequeños, y una de sus manos ya no se despegaba de su rubio cabello, parecía como si la tuviera adherida, como si esos largos dedos blanquecinos fueran otros cabellos más gruesos que colgaban de su cabeza. Y el hombre que dos mesas atrás, de espaldas a Con, no dejaba de mirar a En, esbozaba una pequeña sonrisa y guiñaba el ojo. Vestía de color oscuro: camisa negra, pantalones negros, corbata negra brillante, saco negro, ojos negros. –¿Por qué miras tanto a ese cabrón, eh?–, dijo exasperado Con, cansado del silencio. Su reclamo se escuchó seco, ahogado, dificultoso, sin la fuerza del coraje que estaba comenzando a sentir. –¿Eh? No, nada. ¿Me pasas el azúcar para mi café?–, y la mano derecha de En prendida a su cabello, sin soltarlo un instante, adherido a su cabeza, aunque ella ni cuenta se daba. –¿Qué?, pero si la tienes a tu derecha. –Ash, bueno, ¿no me puedes hacer un favooor? El cabello de En estaba revuelto, ya no lo peinaba ni lo alaciaba ni jugaba con el ni lo olía, sólo miraba al hombre mientras las distracciones de Con se lo permitían, y él estaba rojo, sudando, hinchándose de la cara y hablando cada vez más ronco, cada vez más débil. Las tasas de los cafés estaban al borde. Ni un trago.
–¿Sabes qué? Ya no tiene sentido que estemos aquí. Además me estoy sintiendo muy mal. Nos vamos, ¡mesero, la cuenta!, ¡y tú ya deja de ver a ese pendejo que nada tiene fuera de lo común! –Ash, está bien. Ya vámonos. Pero no te enojes, mi amooor. El hombre que estaba dos mesas detrás de Con se incorporó y dio un trago de su taza. Se disponía a salir del lugar, pero antes tenía que pasar por donde estaban ellos. Con no lo pensó dos veces y antes de levantarse para reclamarle airado al tipo ése su impertinencia, pasó sus dedos por el cuello, y al mirarlos de nuevo vio las gotas de sangre escurriéndole y mojándole la camisa. En ni cuenta se dio absorta en los pasos del hombre de negro, su acercamiento, con su mano derecha inútil sobre su cabeza, adherida, sin vida, sobre su cabello rubio. Al momento que Con se puso de pie cayó al suelo como desmayado, la corbata gris perla estaba totalmente teñida de rojo y escurría sobre la camisa, los ojos en blanco, algunos reflejos le daban movimiento a los pies, el rostro lo tenía totalmente morado, ya no respiraba, estaba muriendo. Un hombre tan decente, tan bien vestido, tan aristocrático. En lanzó un grito aterrorizada, quiso ayudar a su marido pero al intentar extender su mano derecha no se quiso dar cuenta de lo que sucedía. Su mano estaba atorada como entre los cabellos, o pegada de forma insólita, jalaba sus cabellos rubios y nada podía hacer. Su mano estaba totalmente unida a la cabeza, y los dedos blanquecinos eran como cabellos gruesos que colgaban de su cabeza sobre el prendedor rojo. Con la izquierda trató de zafar sus dedos, de romper el cabello, de auxiliar a su marido, pero salió peor. Ahora tenía las dos manos en la cabeza, sin poderlas despegar. Y el cabello rubio colgándole sin orden y sentido. Por la puerta del restaurante salía el hombre vestido de negro sin mirar atrás. Eran casi las dos de la madrugada, y el lugar se hallaba vacío, apenas habitado por el hombre inerte en el suelo y su corbata bien puesta, y la mujer rubia sollozando sin poder siquiera secar sus lágrimas. Y el viejo mesero que detrás de la barra miraba inexpresivo la escena.
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Disfonía. H
Mario Morales.
en una tierra no muy lejana a la nuestra, dentro de extensos pastizales y rodeada de gigantescas montañas, una pequeña entidad cuyo nombre era Armonía, habitaba un mundo donde el silencio era perpetuo y el tiempo transitorio, conviviendo con la flora y fauna del bosque, y donde pocos fueron los afortunados que lograron visualizarla como un simple destello a la luz del alba. A las orillas del bosque, se murmuraba que era una doncella que poseía largos cabellos de deslumbrante plata como los claveles de primavera, de ojos que reflejaban los astros del cielo y con su dulce voz daba comienzo al día y a la noche. Pero en los adentros del mismo bosque existía un extraño e inquietante rumor, a pesar de su impecable belleza la rodeaba una terrible maldición: “Quien tratara de acercarse, se vería involucrado en un terrible desenlace “ Por otro lado, Armonía se preguntaba constantemente: Que aburrido es este mundo. Tendrá algún significado mi existencia. Por más que pienso solamente he visto a caballeros y campesinos constantemente discutiendo. Mientras corren en direcciones opuestas, me pregunto ¿Hacia dónde se dirigen? Y siempre terminan cayéndose dentro una zanja o son arrastrados por la neblina de color carmesí a mitad del bosque. Esos murmullos que desprenden sus labios significaran algo; ¿qué tratan de decir? No entiendo a dónde quieren llegar. ¡Ya me arte de repetir la misma escena siempre! Necesito una respuesta. Armada de valor ante las inmensas dudas, decidió escribir una carta tallada en roble, y amarrándola a una piedra de río, quiso lanzarla a lo más alto de aquel cielo nocturno, para alcanzar las estrellas, e intentar llegar a alguien que diera fin a sus interminables preguntas. No dio el resultado que ella esperaba. Cada vez que la lanzaba esta retornaba al ella, y se le ocurrió algo completamente distinto: Me pareció haber escuchado alguna vez de un estanque que existía dentro del bosque. Por alguna razón, muchos evitan acercarse a él. Tal vez si tiro mi carta dentro, pueda alcanzar las estrellas, ya que seguramente refleja el cielo nocturno. Después de adentrarse al bosque y realizar dicho acto, una entidad se manifestó en aquel lugar, que respondía al nombre de Discordia. Postrándose por encima del reflejo del estanque, con una voz grave respondió firmemente: –Dime sabes quién fue el insensato que tiro una piedra dentro de mi estanque. ¡Responde!, si no quieres que te despedace ahora mismo. Armonía se quedó observando en silencio durante varios segundos, por primera vez miro alguien que no sucumbiera ante su maldición. Levantando el mentón con una voz muy suave y temblorosa respondió: –Fui yo la que lanzo la piedra. Pero fue sin ninguna mala intención. Habito dentro del bosque y buscaba la respuesta a mi pregunta. Mi nombre es Armonía y quiero saber la verdad de mi ser. Discordia por su parte con una ceja arqueada, y una mirada pensante se inclinó ante Armonía sonriendo y tras fuerte carcajada dijo: 40
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– A lo largo de mi vida he visto pasar a millones de
insignificantes criaturas de todo tipo que puedas imaginar, poco me interesa la razón de su existencia. Yo no soy un maldito genio para responder tus preguntas. Pero te he mirado de cerca en incontables ocasiones, y me entretiene bastante ver tu actuación. Eres como una luciérnaga que se pierde en alta mar; mientras te siguen ciegamente una parvada de gaviotas, al tratar de alcanzarte solo terminan ahogándose en el camino. Bien, perdonaré tu acción a cambio de algo, pero hasta que regreses te daré la respuesta que tu deseas. Cerca del bosque hay un pueblo, ve y busca al alfarero. Tráeme aquello que éste más anhela, posee, pero aún desconoce. Tienes hasta el atardecer para lograrlo si no tomaré como castigo la mitad de tu cuerpo. Armonía corrió velozmente hacia el pueblo en búsqueda de aquella persona que Discordia le había mencionado pero no descrito; pero por más que buscaba y preguntaba a las personas nadie se atrevía a mirarla, era como si ella no existiera. Ante tal desesperación regresó nuevamente al bosque, rápido hasta que su aliento no pudo resistir más; ya cerca observó detenidamente que en aquel lugar donde yacía un hermoso y frondoso bosque lleno de extensa maleza, solamente quedaba una inmensa inundación en donde Discordia yacía en el centro de un desorbitante torbellino. Armonía grito fuertemente: –¡Que es lo que está sucediendo!! Discordia sonriente con una voz que resonó sobre el eco del cielo, termino diciendo: “Ahora sólo queda esperar al alfarero”.
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Dos narraciones.
Rosario Lizama
Mi amigo Pedro.
M M he sido un chico tímido e inseguro debido a las burlas que sufrí en la secundaria por tener aspecto femenino; hasta mis hermanos me decían que mis piernas eran más bonitas que las de sus novias pues eran largas, bien torneadas y sin vellos. Aún después de adolescente mi timbre de voz llamaba la atención; al darme cuenta de mi problema comencé a estar más atento, y al hablar trataba de emitir un sonido más grave. Al ingresar a la universidad pensé que las cosas serían distintas pero me equivoqué, pues en ocasiones los vi cuchichear para luego carcajearse, y sufría al pensar que yo era la causa. Apenas participaba en las conversaciones y me etiquetaron como presuntuoso así que, tratando de hacer amigos comencé a pagar todo lo que consumían los integrantes de mi equipo a la hora del recreo. Pero ellos salían con frecuencia y nunca me invitaban; me di cuenta que sólo se aprovechaban de mí. Un día Pedro me invitó a una de sus tantas reuniones, me sentí feliz y agradecido. Llegué a su casa con mucha anticipación, la sala estaba medio iluminada con luces rosas titilantes; me saludó muy amable pidiéndome lo acompañara a la recámara, lo seguí un poco confuso, al entrar vi un gran espejo cubierto con una sábana blanca, sobre la cama había ropa de mujer, perfumes, pelucas y accesorios… Me entregó un pequeño espejo y un estuche de maquillaje pidiéndome que me vistiera o de lo contrario jamás me volvería a hablar. Yo quería pertenecer a su grupo de amigos y acepté. Cuando me puse el sostén, agarró unos calcetines para rellenarlo y me acomodó la blusa corta, lo dejé hacer pero me sentí ridículo, con ganas de llorar. Después de maquillarme me calcé las zapatillas de tacón alto, entonces destapó el gran espejo que ocupaba casi toda la pared. Un torbellino de emociones se agitó en mi pecho, la imagen que el espejo me devolvió no era la mía sino la de una chica bonita que me miraba desafiante… Pedro silbó y dijo que me relajara para poder disfrutar la fiesta. Salimos de la habitación… el muy callado, yo muy nervioso. Habían muchísimos invitados; alguien preguntó mi nombre, estuve a punto de responder, pero Pedro se me adelantó. Dijo que mi nombre era María, quise salir corriendo al escucharlo pues esperaba todas las burlas del mundo pero me equivoqué, me trataron como una invitada más. Para calmar mis nervios me fui a sentar sintiendo la mirada insistente de Pedro.
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Un chico me invitó a bailar, no sé si fueron las cervezas que bebí o el ambiente romanticón de la sala, el caso es que acepté. En uno de tantos giros del baile mis ojos se detuvieron en la mirada desaprobatoria de Pedro; me valió madres, él me puso en esa situación, así que seguí bailando hasta que me cansaron las zapatillas. Sentí mucha sed, fui a la cocina por una cerveza, abría el refrigerador cuando escuché a mis espaldas la voz enojada de Pedro: “pinche puto, ¿qué madres crees que estás haciendo?” le dije que sólo quería una cerveza; él me respondió que no me hiciera pendejo pues sabía yo muy bien a qué se refería. Se acercó a mí, me tomó de los hombros para hacerme girar, al hacerlo vi su enorme erección; se desabrochó la bragueta y me mostró su hombría. Quedé súper excitado. Me arrodillé, jugueteé con mi lengua la punta de su pene, tenía un ligero sabor a sal; me lo introduje en la boca y cuando rozó mi garganta empecé a mover mi cabeza arriba y abajo apretándolo con mis labios. Agarró mi cabeza, y me empujaba con tanto vigor que casi no podía respirar; me dijo obscenidades; me llamó puta mientras gemía, eso me calentó más; se lo chupé acariciándole los testículos. Estuve a punto de vomitar cuando acabó. Me levanté con rapidez para ir al baño a enjuagarme, mi pene empezó a crecer y a ponerse duro, en su punta había una gran mancha de líquido pre seminal. Me masturbé, al terminar miré el semen sobre mi mano, lo olí, finalmente lo metí en mi boca y lo probé. Me gustó. Pedro entró al baño, me bajó la tanga hasta las rodillas, luego escupió en su mano y esparció su saliva por mi trasero, introdujo un dedo. Fue agradable, más agradable de lo que pensé, metió un segundo dedo, los movió dentro de mí con energía, luego los sacó, llenó de saliva su miembro, lo frotó entre mis nalgas y empezó a empujar suavemente, sentí como me abría para darse paso. Dolió, pero fue un dolor dulce. Se me escapó un gemido y mi pequeño pene volvió a endurecerse. Empezó a mover sus caderas, despacio al principio, luego más rápido, sus embestidas sacudían mi cuerpo, sus ataques eran cada vez menos dolorosos y más placenteros. Yo estaba extasiado, empecé a mover mis caderas adelante y atrás para dar fuerza a su empuje. No aguanté más: tuve un orgasmo increíble, gemí como no recordaba haberlo hecho nunca, eso lo excitó demasiado y me tomó con más brío hasta que terminó dentro de mí.
Me acomodó la tanga preguntándome cómo me sentía, con una sonrisa de oreja a oreja le dije que me sentía muy feliz. Feliz y satisfecha. Desde esa noche me invita a ir con él a los antros, con la condición de ir vestido de mujer.
Parafilia S
, era alto y de complexión atlética, cualquier chica se rendía a sus encantos pues tenía todo lo que una mujer deseaba, hermosura y dinero. Sin embargo era muy tímido, parecía tenerle miedo a las mujeres, hasta se llegó a especular acerca de su virilidad. A los quince años tuvo su primera novia formal, la chica era dos años mayor que él aunque no lo parecía. “Su primera vez” fue todo un fracaso, su novia lo invitó a su recámara aprovechando que los padres de ella estaban en una fiesta; apenas entraron al cuarto la chica se tumbó en la cama despojándose de la ropa y extendió coquetamente los brazos para invitarlo a que hiciera lo mismo; él visiblemente nervioso se desnudó, la novia admiró el enorme miembro y tomándolo de la mano lo atrajo hacia la cama, los labios del hombre apresaron los pequeños senos y eyaculó en cuestión de segundos dejando a la novia sorprendida e insatisfecha. Después de otros dos intentos de igual resultado el noviazgo terminó y se corrió el rumor de su impotencia. Ya en la carrera comenzó a salir con Roxana, una guapa compañera de clases. Los compañeros de escuela organizaron una excursión, él y Roxana compartieron el mismo cuarto. Pasaron un día genial recorriendo los sitios más pintorescos, cansados y muertos de hambre llegaron al hotel para darse un baño y continuar el paseo. Por más intentos que hizo, Roxana no pudo convencerlo para que se bañara con ella; pretextando fumar un cigarrillo salió de la recámara dejándola con una extraña sensación de desprecio, pensando que los rumores que corrían acerca de su sexualidad eran ciertos, se sintió triste, estaba realmente enamorada, se convenció que había construido castillos en el aire. A los pocos minutos se arrepintió de no haber aceptado la invitación de la chica y entró a la recámara; vio su desnudez a través del cristal del baño y no pudo evitar la eyaculación tremenda que se anunció feroz sobre los pantalones con un gemido ahogado; tuvo miedo de que Roxana se diera cuenta; se quitaba la ropa en el momento que ella salió envuelta en una toalla, le dijo que no pensó que terminara de bañarse tan rápido y entró al cubículo para que el agua lo calmara. Un pequeño grito hizo que cerrara la llave de la regadera, Roxana sin querer tiró un frasco de perfume y se cortó al pisarlo; la herida no era grave, pero mirar la sangre brotando del dedo pequeño de Roxana produjo en él una erección tremenda, un deseo incontenible, salió del baño, alzó a la chica, la sentó en la cama y le chupó la herida; cada hilillo de sangre que brotaba lo excitaba más, lamía con placer, hervía de deseo, quería poseerla de todas las maneras posibles. Roxana se encendió también, tomó la cabeza de Erick y se inclinó para besarlo. Erick jugueteó con su lengua, luego se deslizó sobre el cuerpo caliente, le besó el cuello, los hombros, alrededor del ombligo, hasta llegar a su sexo mojado. Lo lamió y acarició con la lengua, luego le metió dos dedos, ella se arqueó en una mueca de placer intenso, abriéndose para que los dedos se introdujeran por completo. Sin aguantar más se acomodó sobre ella para entrar de una fuerte embestida, ella gimió y comenzó a moverse acompasadamente; los jugos brotaban haciendo brillar los vellos púbicos, el pene salía y entraba. El sonido de los cuerpos y gemidos inundaba la recámara, la cama era una laguna de líquidos. Terminaron al mismo tiempo. Estuvieron unos minutos más besándose y tocándose hasta que Roxana se durmió, por primera vez Erick se sintió completamente hombre, se durmió también pensando en la sangre que lo había excitado tanto, ideando la manera de que Roxana sangrara de nuevo.
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Odios en tiempos de paz o, lo que es lo mismo, Blanca Vázquez. odios de todo el tiempo. U
por este mundo que gira sin que nos demos cuenta, mujeres y hombres se entrecruzan, el tedio de tantos entre tantos problemas asusta pero no mina el ánimo de seguir hasta nuestro destino. De pronto, una moto conducida con cuidado se incorpora a la autopista, ahí, en el Estado de México, ahí donde en los canales de aguas negras encuentran cuerpos de mujeres desaparecidas como si fueran pepitas de oro de aquellos años de locura, ahí donde las jóvenes desaparecen y un día cualquiera están semi desnudas o envueltas en bolsas negras como si fueran elegantes trajes para emprender otro viaje. Esa moto es arrojada por un automovilista que no piensa en los demás y ni se inmuta, pero el tránsito le impide proseguir, de la moto baja alguien y le pide que arreglen bien las cosas, de pronto en lugar de palabras aparecen golpes, patadas en el rostro, en el cuerpo, insultos, agravios… segundos de humillaciones. No, no siempre el tener cerebro nos hace pensantes. La motociclista es una ciudadana que tiene un cargo público y que no trae seguridad personal, que salió a rodar como dicen los que aman las motocicletas, ella quedó en el suelo y destruida, no sólo en lo físico sino en lo interno. Este evento del cual tanto se ha comentado deja claro que como cualquier ciudadano nos encontramos a expensas de esta sociedad violenta que guarda en su interior un estado de poder que le ha sido otorgado por un apellido, una fortuna o bien por una prepotencia de creerse lo único de este mundo donde habitamos millones, millones. No escribo sobre este tema porque ella es mujer, aunque me indigna de sobremanera, pero sé que esto se lo hubieran hecho a cualquier ciudadano, la prepotencia se encuentra adherida en todos los espacios, espanta. ¿En qué bestialidad se ha convertido nuestra sociedad? Y no sólo me refiero a la mexicana, agresiones hay en todas partes, somos como un rompecabezas del cual se han extraviado las piezas y funcionamos mal, no podemos organizarnos. En Alemania una mujer es agredida al ir bajando por las escaleras del metro por un individuo que ni se inmuta, en algunas partes de Japón las mujeres que llevan en su atuendo falda son tomadas de improviso y les bajan sus pantaletas para sostenerlas con un seguro de bicicleta en algún pasamanos o tubo dejándola
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expuesta; en el SEMEFO de Chilpancingo ya no hay espacio para los cadáveres que aparecen todos los días en el estado de “orden y paz” que pregona el gobernador; gobernantes de varios estados de este país han huido con riquezas y nada les pasará, en la ciudad de Alepo mueren diario niños, adultos y ancianos y parece que es normal, como video juego que pronto dirá Game Over. Desapariciones forzadas, contubernios políticos, simulaciones de los que ostentan cargos, una educación que no ve resultados desde hace décadas, ni en educación pública ni en educación privada, nada resulta. No se salva nadie. No nos salvamos. Alguien me pregunta cómo me levanto cada mañana para salir y seguir creyendo que podemos hacer un cambio. Y hoy definitivo, me doy cuenta de la desazón que tengo. Que menguan mis ánimos. Que tengo vergüenza de pararme en el aula y decir que con el conocimiento podemos hacer mejor las cosas. Pero no, hoy no. Siento junto de mí a gente homófoba, xenófoba y machista, resentida. Siento esos otros odios que transitan en los espacios donde me encuentro. Me siento abatida. Pero en las avenidas hay luces de colores, en algunas ventanas asoman muñecos de nieve, aunque aquí jamás se verá nevar, pinos navideños y en la punta una estrella de Belem; este mes que pregona amor no es sólo más que la máscara de un medio colectivo que quiere creer que un ser especial los salvará. Y no. No salva a los hijos de nadie, a los cualquiera, a los de a pie, a los que trabajan más de ocho horas recibiendo el mismo sueldo. Salva a los ricos de que no los agredan porque ellos pagan guaruras, o bien les ayuda a bien morir en su tierra viajando en el avión presidencial; a servidores públicos que vivieron años y años del mismo espacio político. Y yo estudiando Humanidades. De qué humanidad hablo. Los días son largos, eternos… no puedo parar de pensar en la mierda en la cual nos hemos convertido.
A mis hijos.
Judith Almonte Reyes.
R al lado de quienes se encargaron de llevar mi vida cómoda sin responsabilidades a un terreno demasiado incierto lleno de incertidumbres. Tantas preguntas y pocas respuestas. No sé si lo hice bien. No sé cuánto pude dañar a mis crías, a las cuales adoro, y son la razón de mi eterna felicidad. En el afán de ser la mejor madre, creo y estoy consciente de que quizá fallé. Imposible no traer a mi mente aquella etapa donde eran unos pequeñitos indefensos que solo necesitaban de mi protección, mi abrigo; de esas tardes cuando juntos leíamos algún cuento en que siempre terminaban dormidos, cuando asistíamos al cine, cuando me invitaban un helado. ¿Verdad que aún lo recuerdan? ¿Perdonarán mis errores, pequeños míos… verdad que si? No hice mal, ahora lo comprendo; estos demonios son perseverantes ante la fragilidad de mis decisiones. El tiempo definitivamente no perdona. Ahora los veo convertidos en adolescentes. A ti querido hijo mío con ese corazón, que vale más que el mismo oro, enorme que vive dentro de ti; tan generoso, tan noble, sin olvidar lo apuesto; ¡que puedo decir, soy la madre cuervo!; y de esa princesita que cada día se parece más a mí, tan irreverente, tan poco tolerante; en tu alma llevas esa magia de ser mejor cada día. Estoy totalmente de acuerdo que esta vida no funciona, no es llevadera si no vivimos nuestros sueños, si no arriesgamos nuestras locuras, las cuales llevan algo de verdad oculta; en eso me empeñé siempre, en transmitirles ese espíritu aventurero, ese ánimo para que ustedes puedan dejar los miedos; vamos, la vida es así, vivámosla, y no permitamos que los temores invadan ese ímpetu que los hará mejor personas. La tristeza invade este corazón cuando sé que está próxima nuestra despedida. Traté de ser la mejor, intenté incansablemente estar presente para ustedes, amores; quise prepararlos para hacer frente a los desafíos del destino, los cuales son inevitables en nuestro caminar. Segura estoy de que la vida se encarga de darnos las satisfacciones merecidas si para ello trabajamos arduamente, y nunca permitimos que la apatía se apodere de nosotros. Al contrario, sean fuertes pequeños, tomen desde siempre las rienda de su existir, así como les enseñó su madre; sean valientes para desafiar los pronósticos del mismo andar. Recuerden venir a visitarme, y en sus cumpleaños tendré siempre un pastel, por si les da tiempo pasar una tarde conmigo:. ¡Siempre los esperaré!
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Conocí a un dragón.
Damaris Cuevas.
L
, yo apenas pude cerrar la boca. Era inmenso como mi estómago vacío e imponente como el olor del chile tatemándose sobre el comal, me hacía toser. Cuando me habla, no hay palabra que no me cause gracia, aunque en el fondo, sé que lo que menos debo hacer es reír. Sus alas son inmensas, tal vez las alas más grandes que jamás he visto. Pero, al mismo tiempo, las más descuidadas, pues ha dejado de volar desde hace mucho tiempo. Él cree que es porque sus heridas siguen vivas, y volar no es bueno para su salud. Sin embargo, yo no veo más que cicatrices viejas, de esas que no más son recuerdos. Por naturaleza, es súper inteligente, pero por amor, pierde los pies y la cabeza. Parece que los ojos de aquella mujer le roban algo más que su atención. Pues permitió que ella entrara a su cueva y tomara algunos de sus tesoros, que en un principio eran prestados y terminaron siendo el más grande ultraje. La maravilla de él se encuentra en su espíritu independiente, en su pasión. Tiene escamas de vinil, el fuego en la mirada y un aliento musical. Cada tarde espero un mensaje de él. Un conjuro innato que no viene de ningún lugar rebuscado o antes inventado, un pedacito de magia que sólo un Dragón como él puede regalarme.
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Sanación. N
José Trinidad Aranda Aranda
, o qué me hizo emprender ese viaje. Basta decir que estaba demasiado intoxicado por las presiones del trabajo, las pretensiones sociales y una serie de sensaciones y sentimientos de esos que llaman “malas vibras”. Cuando arribé era muy noche, casi madrugada; estacioné el auto en una calle de arena y caminé hasta la orilla de la playa. La ausencia de luz eléctrica era una bendición, pues permitía apreciar el mar presintiendo su presencia y apenas escuchando el leve susurro, casi imperceptible, que la calma de la madrugada le permitía producir. En el cielo las estrellas parecían diamantes que un ladrón sideral hubiera dejado desparramados al huir precipitadamente. Me senté en la arena y poco a poco me fui dejando invadir por los recuerdos, intencionalmente busqué en lo más recóndito de mi memoria los más agradables y entre ellos estaba indudablemente ese lugar en el que ahora me encontraba. Recordé cómo mis padres me enseñaron a amar ese pequeño puerto de pescadores, a disfrutar sus rincones, a hacerme amigo del mar, –ese gigante que siempre nos esperaba para abrazarnos y arrullarnos cada día de las vacaciones–, a hundir la cara en el agua hasta rozarla con las fosas nasales y sentir el peculiar olor, entre salado y dulzón del mar de Chabihau. Mi mente se inundó de recuerdos: los juegos de lotería o turista en las interminables noches de verano. La exploración del entorno, en busca de cangrejos, “weches”, peces de distintas formas y colores, durante el día. Los juegos de béisbol, fútbol o americano, por las tardes. Y ya un poco más grandes, las deliciosas aventuras al explorar y descubrir asuntos del corazón. Sentir acelerarse el pulso por unos rizos rubios o castaños, por unos grandes ojos negros, por unos hermosos labios en una boca pequeñita. Todas ellas tan distintas por su carácter, pero igual de hermosas. Sumido en tan gratos recuerdos vi encenderse el horizonte por el lado oriente y, de pronto, me saludó como un viejo amigo el mismo sol que muchas veces nos miró amanecer en la época de la irresponsabilidad y el goce pleno, como diciendo “¿tú otra vez por aquí?”. Habiendo liberado mi alma de la mayor parte del tóxico que traía, me metí al mar y repetí el ritual de zambullirme y olerlo. Cuando salí me sentí liviano y sobre todo sanado, preparado para regresar y enfrentar nuevamente la dura realidad de la vida cotidiana; me había dado un baño de vida para dejarla nuevamente poco a poco en la rutina fatal. Mientras me alejaba todo el paisaje que observaba, tanto al frente como por el espejo retrovisor, parecía decirme: “vuelve pronto, cuando quieras, cuando necesites curar tu alma, limpiar tu espíritu.” Mis ojos respondieron por mí. Amigo mar, déjame entrar en tus aguas, que su frescura sane y alivie mis heridas, que en su compás tus olas, cuál bálsamo ritual, permitan superar el dolor de mis caídas. ¿Recuerdas cuando pequeño por vez primera llegué hasta ti con miedo y cautela? la Inteligencia lógico-matemática como si fuera la única.
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He dicho.
Jéssica de la Portilla Montaño de Juárez.
¿Cuántas veces más he de llorar por ti? Solo esta vez. Y una más. Lo juro. Lloraré el día que te mueras. Y lloraré de puro gusto...
La familia sí se elige. Y no la hacen los "lazos de sangre". La familia está contigo y te apoya. Se levanta temprano para llevarte a la escuela. Trabaja todo el día para mantenerte. Si no trabaja, te cuida sobre todas las cosas. Familia no es un apellido que repudias y te pusieron sin preguntarte, familia es quien viaja por todo el país para estar unas horas contigo. Familia es quien se desvela en tus enfermedades, quien enjuga tus lágrimas y quien te busca porque no es cobarde. El resto, señores, es mierda. He dicho.
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Endemoniado. Comes demasiado, por eso estás gordita ¿ lo sabes ? Me dijeron de más niña. A los quince supe que en el comer también existe dolor, ¡ indescriptible, ¡no entré en mi vestido! Hablando de dolor, tengo uno justo en el cuerpo sin que yo pueda controlarlo, surge de algún lugar de mi ser una fuerza enorme de apetencia. Y como, trago y como, para huir cuando siento el miedo, la angustia en el estómago, y creo estoy a punto de... Un día papá se fue de casa. Con otra, dijo mi madre. Ella de proveedor. Fue a trabajar. Estoy sola. Aparece él ¿ estás bien?; su voz apacible, sonríe simpático. Su mano es cálida al saludar. Me siento segura. Hablamos, no recuerdo de qué, tampoco recuerdo en qué momento he dejado de sentirme segura. Acaso cuando su mano se pasea en mi espalda. Su cara ha dejado de sonreír. Tengo miedo, lo empujo. Su aliento exhala en mi cuello, tan cerca. Su mano sube y baja por mi brazo. Sus dedos aferrados. No me suelta. Ese día a los ocho años, dejo de ser una niña, la primera vez... me duele. Manos perversas. Si cierro los ojos las siento todavía, me tomaban del cuello, acariciando mis pequeños muslos, las manos de mi tío, pero igual, me lleva la chingada. Comer mucho se convirtió en parte de mi vida. Aún tengo miedo...
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Jesús Fuentes
Mi mano no camina
Paty Rubio.
, carita dulce y ojos vivaces, que contrastaban con A , el cerúleo de su piel, al tener el color de la noche, personificaba el amor escrito entre las nubes. Era digna hija de Resplandor. Sonriente, como la eterna niña de tres años en los que se había plantado, aunque en realidad estaba cumpliendo 194, que hablaban de eterna abundancia. Como cualquier pequeñita era inquieta y traviesa, se ganaba los regaños de su madre, la señora Tormenta, quien gozaba de la oportunidad para desatarse, y aprovecharse de la angustia que producía en los humanos. Esa mañana antes de que saliera el primo Sol, Aletea se encontraba llorando por una reprimenda que le habían hecho. Su llanto logró encharcar gran parte de la ciudad bajo su cama. Como siempre la abuela Voluta fue a su encuentro para consolarla. Al verla acercarse, Aletea iluminó su carita con una acongojada media sonrisa, que se tornó franca cuando se sintió abrazada. Abajo cesó la lluvia y los humanos iniciaron tranquilos su día. Aletea y Voluta tenían una complicidad silente. Con la abuela se sentía libre y segura. Juntas se remontaban en altos vuelos, bailando o brincando de nube en nube. Lo que para los de abajo significaba que tendrían un día soleado y un cielo de blanco celaje. Aletea se abandonaba al amor y las espirales con las que su abuela la cubría mientras jugaban; les gustaba dar múltiples formas a las nubes, y esperar a que algún humano volteara hacia el cielo e intentara descubrir un símil. Mientras, siempre bromista, el tío Oreo soplaba sobre las nubes deshaciendo lo que Aletea y Voluta formaban; los tres reían con la sorpresa de los de abajo. Otras veces ellas eran quienes los observaban. –Abuela ¿A qué se parece ese humano que está sentado junto a la fuente?– y se desternillaban de risa encontrando parecidos. Llegó un día en que Voluta se levantó de su nube con rapidez, al escuchar el llanto inconsolable de Aletea. No vaya a ser que se inunde por completo la ciudad, pensó mientras llegaba al lado de su nieta –¿Qué le pasa a mi pequeña?– Acercándose para apapachar a la niña. La levantó de su nubecilla cubriéndola de besos. Cuando Aletea se hubo calmado la puso de nuevo en la nube, e intentó tomarla de la mano; la niña quiso levantar su brazo y no pudo, lo oprimió en su pecho poniendo cara de asombro. –¡Me duele! –lo trató de levantar de nuevo– ¡Abuela mi mano no camina! –lloró asustada. Abajo, los humanos vieron compungidos como el cielo se llenaba de nubes grises y densas. A pesar de ser las siete de la mañana, parecía de noche. ¡Se avecina una tormenta! No estaba anunciada. Quienes pudieron decidieron no salir de casa y protegerse del mal tiempo. La radio pedía tener precaución y que los que no tuvieran urgencia de salir no lo hicieran, que esperaran hasta que la tormenta amainara. Arriba Voluta reía al darse cuenta de lo que le pasaba a su nieta, sin preocuparse mucho por los de abajo. Hizo a un lado su primer pensamiento de evitarles una inundación. Primero consiento a mi pequeña, dejaré que Tormenta se sienta libre y se divierta. –¡Mi Aletea! ¿Tu mano no camina? –No abuela ¡Mira!– dijo entre hipeos, cuando trataba de levantar vuelo. –Tu bracito se adormeció con el peso de tu cuerpo. No te asustes. Déjame sobarte y verás cómo se va despertando poco a poco. Primero sentirás un cosquilleo –con tranquilidad, sin ninguna prisa, le describía a la pequeña lo que iría sintiendo; mientras tanto los de abajo se inundaban y luchaban por sacar el agua encharcada de sus casas– Se pondrá bien de nuevo, ya verás. Voluta se sentó con la niña en brazos y comenzó a contarle historias, mientras le acariciaba el bracito. Para desdicha de los humanos, el tiempo arriba pasaba sin prisa. Tormenta, feliz, hacía de las suyas.
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El poder al pueblo. E P
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Damaris Cuevas
es una publicación realizada en 1986 por el sociólogo mexicano Pablo Casanova en donde se mencionan luchas nacionales referentes a la política, educación y cultura; así como acontecimientos de luchas sociales, democráticas y de libertad que han sucedido en algunos países de Latinoamérica. Mismas que han llevado a establecer gobiernos populares y democráticos en los que se está luchando por terminar con aquello que la mayoría de los países poseen de más: la explotación, sumisión, injusticia y discriminación. Sin embargo, el avance alcanzado no ha sido por arte de magia, al contrario es cosecha de la unión de un pueblo que se encuentra en contra del sistema, de la opresión, de la manera en que la nación está siendo dirigida. Con la información de dicha publicación y algunas reflexiones, vomité una hipótesis acerca de la situación general de México. Cada país que logró o está en proceso de modificar y mejorar la ideología política de su nación para un bien común es porque ama a su patria, ama a su pueblo. Y aquí viene la pregunta, ¿Cómo se llegará a un verdadero cambio en el país si los hijos de este no conocen ni su historia y por ende, no aman a su patria? Esa falta de amor es causada por los problemas que ya se conocen en el país, y el principal es la educación que recibe el mexicano, empezando y priorizando por su propia historia. La mayoría de los mexicanos no conocen la historia de su país, ni la historia inventada (que algo tiene de cierta) que le enseñaron durante al menos toda su educación básica. Y mucho menos han de conocer los “nuevos mexicanos” que ahora cuentan con menos material, ya que cada nueva edición de libros de texto gratuitos tiene menos contenido, está más resumido. ¿O sea que cada vez tenemos menos historia? Los mexicanos saben que un cura gritó y que los “indios” salieron a luchar por su independencia. Pero, ¿saben qué pasó antes de eso y por qué? La mayoría no. La historia de México es un gráfico de líneas en el que sólo se dan a conocer los vértices. Los privilegios con los que actualmente cuentan los mexicanos son desvalorizados puesto que ignoran cuánto tiempo, sufrimiento, esfuerzo y, sobre todo, cuánta sangre se derramó para obtenerlos. Lo único que el mexicano recuerda y celebra de estos acontecimientos importantes es el día feriado, tener un lunes sin trabajo o sin clases. ¿Eso es todo lo que representa? Teniendo esa visión difícilmente siquiera se tendrá un país unido, un país orgulloso de sus raíces y dispuesto a luchar por un bien común, porque ni siquiera notan en que tierra están parados.
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Silencio.
Paty Rubio.
Casilda se encontró dentro del carro de Huesos, su amiga había bajado para ir al departamento de su novio. En principio intentó seguirla para no quedarse a solas con aquel tipo que le daba mala espina. Había algo que siempre le había disgustado y no le daba confianza. –Aquí espérame, no tardo. Hacía rato que había comenzado a oscurecer y su amiga no regresaba. El barrio le era desconocido. Se sentía muy inquieta. Hizo el intento de bajar pero… –¿A dónde vas? ¡Nos toca quedarnos aquí!– dijo Huesos autoritario, y comenzó a relatar sus fechorías hasta describir como violaba a mujeres que subían al taxi que conducía, cual si fueran hazañas para enorgullecerse. Casilda se paralizó de miedo y no fue capaz de salir del carro ni decir nada; dejó de escuchar hasta que aquel, tomándola del brazo le ordenó que se quitara los calzones. La razón salió del cuerpo de Casilda, abandonándola en el asiento como si se tratara de una muñeca. –Voy a cogerte y me tendrás toda la noche adentro, así que no te muevas para que no se salga. Huesos sacó su asquerosa verga completamente erecta y la metió en su vagina, la cogió hasta eyacular. Casilda no supo cómo, pero logró contener las arcadas provocadas al sentir el semen caliente escurrir, desde el interior y resbalar hasta sus nalgas. La tomó por la cintura y rotando se acomodó en el asiento con ella sobre de él, pero manteniéndola ensartada. Le repitió: –No dejes que se te salga mi verga. Si acaso muévete solo lo suficiente para que se ponga dura y no se te salga. Ella sin voluntad propia, se quedó quieta dándose por vencida a causa del miedo que Huesos le producía. No tuvo ni el recurso de llorar, con tal de evitar que él despertara. Fue inútil. En dos ocasiones él medio despertó y se la cogió de nuevo, ordenando entonces ¡muévete hasta que me venga! Casilda se sentía como depósito de basura, recibiendo el asqueroso vomitivo que resultaba el semen de Huesos. Esto no me está sucediendo de nuevo, se repetía, mientras con dolor revivía el abuso vivido al lado de su ex pareja. Su cuerpo era ajeno a ella, como si lo viera desde fuera. Cuando empezó a clarear, se atrevió a zafarse muy despacio, Huesos entre abrió los ojos y ella armándose de valor dijo tratando de que no se le quebrara la voz. –Ya me voy. Él al ver que comenzaba el día, gruñó y se reacomodó en el asiento volviendo a dormir. Casilda se puso su pantaleta y salió del carro. Ya afuera, dejó salir el torrente de lagrimas y se alejó, primero lentamente y luego corrió tanto como las lágrimas en su rostro; llegó a la parada de autobuses y no dejó de llorar hasta antes de llegar a la puerta de su casa. Jamás habló con nadie sobre lo sucedido.
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Sobre La gramática del amor de Rocío Carmona. E
se titula La gramática del amor y fue escrito por la española Rocío Carmona el 1 de febrero de 2011. La contraportada del libro nos cuenta lo siguiente: “En un aislado internado inglés, Irene sufre un desengaño amoroso que la lleva al borde del abismo. Allí, un misterioso y seductor profesor le propone que estudien juntos ‘la gramática del amor’. Irene aprenderá poco a poco a vivir... y también a amar. Mientras se enamora de su profesor, un inesperado pretendiente decide luchar por ella. Irene se debate en una tempestad de sentimientos, aventuras inconfesables y libros que dejan huella en el alma.” Ahora les cuento mi experiencia. Yo realizaba mi servicio social en el Aula de Fomento a la Lectura de una de las preparatorias de mi ciudad. Ahí hay un montón de libros emocionados por ser leídos. Un día el librero que tenía a salvo a los libros de la categoría de romance me habló. Me dijo: –Oye morrita, a ti te falta amor. Sabía que tenía razón o que yo tenía que volver a los medicamentos porque un librero me había hablado. Total, me decidí a leer todos los libros de romance que pudiera. Y qué curioso que el primero en la fila fuera La gramática del amor. Como menciona la contraportada del libro, Irene quien es la protagonista, recibe el curso de la gramática del amor, este curso consiste en leer siete libros con alto contenido romántico, ya pre seleccionados por el profesor. De esta manera, Irene lograría aprender lecciones de vida y tendría la posibilidad de entender el amor y toda su complejidad en distintos tiempos y espacios a través de la literatura. ¡¿No es increíble?! Me decido a leer un montón de novelas de amor, y me topo con un libro que trata de una morrita que se va a echar otro montón de lo mismo. Esa fue mi primera conexión con el libro. Comenzando a hablar un poco más sobre el libro, quiero asegurar que es uno muy bello. Está redactado de una forma tan amable y dulce, que te sientes abrazado mientras lo lees. Se está en continua reflexión con uno mismo y con su entorno, pues lo que lees son lecciones de vida. Una tras otra. En las que te puedes ver reflejado, y aprender a lado de Irene.
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Damaris Cuevas.
También hay personajes para enamorarse. En mi caso, caí rendida ante la profunda ternura del profesor Hugues. Viéndolo bien, el libro está escrito como para que te turbo-claves con ese personaje (claro, más todavía si tienes una debilidad por los profes de literatura como yo). Considero que Marcelo, la "liebre" de los entrenamientos de Irene, también era un buen personaje para enamorarse. No fue hasta el final que me movió el corazón. Supongo que si le hubieran dado oportunidad de demostrarnos un poco más lo que pensaba en momentos específicos de la historia, me hubiera enamorado al doble. Durante el desarrollo de la historia, se van abordando los libros y reflexiones de la lectura, por lo que los spoilers son inevitables. Pero, por lo menos a mí, no me molestaron sino todo lo contrario. Sólo alimentaron mi corazoncito y me llenaron de infinitas ganas de leerlos. Les dejo la lista de los libros por si no aguantan la curiosidad: Al sur de la frontera, al oeste del sol- Haruki Murami; Orgullo y prejuicio- Jane Austen; Carta de una desconocida- Stefan Zwei; Ana Karenina- Lev N. Tolstoi; Las desventuras del jover Werther- Johann Wolfgang Von Goethe; Jane Eyre- Charlotte Bronte; El amor en los tiempos del cólera- Gabriel García Márquez. Este libro me puso de humor para leer cada uno de los libros citados. Le entraré al curso de La gramática del amor. Leeré los libros y escribiré mis reflexiones acerca de ellos, mismas que compartiré por aquí. Después me imaginaré al sexy profesor Hugues leyendo mis entradas mientras toma una taza de té súper caliente, como lo prefiere. El amor que permanece oculto, que no se expresa, se convierte en un monstruo que devora corazones. Hay que arriesgarse y dejarlo salir, aun a riesgo de estrellarse.
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Un empeño de amor.
María Nieto
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ni de tus autores predilectos, sabiendo de tu biblioteca pero no de los títulos que hay en ella y conociendo algo del hombre que parece no necesitar ni desear nada, humildemente me adentré en las librerías durante las últimas semanas. Busqué los títulos que cuidadosamente elegí para ti. Pero no tuve suerte, eran publicaciones que no se encuentran en México. Sin embargo, algo de terca y de tenacidad me queda de ese pasado de bailarina, así que hoy volví a adentrarme en una librería. Buscando entre los laberintos de los estantes, se me vino a la cabeza la idea del tiempo y de las horas que permanecen ahí, silenciosamente, las páginas de cada libro, desde que fue imaginado y concebido hasta el momento de haber sido colocado en los estantes. Toda la historia captada y plasmada por mentes sensibles que miran ahí donde los demás no miran. En sus narraciones y ficciones han desplegado el horizonte del tiempo hacia el pasado y hacia el futuro. Me encontré en medio de miles de libros que reprochaban mi ignorancia, me sentí un poco tímida y perdida en un gran bosque lleno de ideas colgando de sus árboles, pero al mismo tiempo seducida por el olor de sus hojas entintadas. Cerré los ojos y caminé tanteando los pasillos para aspirar su aroma. Al topar con un estante tiré un cúmulo de libros. Después de la estruendosa caída, se hizo un silencio en toda la sala. La atención quedó centrada en mí. Rápidamente me agaché para recoger los libros, pero más que eso fue para ocultarme de las miradas y no sentirme tan expuesta. Al tomar el primer libro del suelo me encontré con Claudio Magris. En realidad creo que él me reconoció y se apiadó de mí. Meses antes, había leído una reseña "Es un hombre serio, sabio y feliz. Ríe tímidamente, con humildad. Conoce la naturaleza humana, ha vivido el dolor de perder a un ser amado, ha viajado por el mundo, ha leído infinidad de libros y ha conocido a todo tipo de personas". Esa era la descripción del hombre que yo reconocí en ti. Una mañana de noviembre al despedirme, te leí un pensamiento suyo ¿Lo recuerdas? "Yo he pretendido buscar a esas personas que resultan ser como flores olvidadas, porque uno sólo escribe apuntes contra el olvido, tentativas de construir pequeñas arcas de Noé para salvar en lo posible algo que se perderá irremediablemente. Y este esfuerzo es un empeño de amor: toda narración nace de un sentimiento de fascinación y dolor por tantas cosas insostenibles en la vida, pero sobre todo nace de un sentimiento de amor". Así que esta carta, mi querido Juan Luis, es un empeño de mi amor. Finalmente y después de comprar el libro me dirigí a una oficina DHL. Pero el destino estaba escrito. –Señora, necesitamos el piso y el departamento, no basta con el nombre de la persona y el número exterior. –Puede dejarla con el portero, seguro él se la entregará en la mano. –No podemos realizar una entrega sin esas precisiones. Me sentí contrariada. ¿Hasta qué hora puedo hacer el envío si quiero que llegue mañana a primera hora? –Lo siento señora, pero los sábados no hay entregas. Todo mi plan y mi celebración se vinieron abajo. No tenía ningún caso que mi envío llegara dos días después. Tal vez fue mejor así, lo otro era una osadía inapropiada... tal vez. Así que llamé a la rondalla y también cancelé la serenata para tu cumpleaños número 60. delatripa 32
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Cógeme antes del abismo.
Ángel Fuentes Balam. Volviéndome salvaje adentro mientras ella bailaba con extraños en clubes nocturnos... Fuera de los brazos de un amor y ya en los brazos de otra no es placentero morir en la cruz, más placentero es escuchar tu nombre susurrado en la oscuridad. CHARLES BUKOWSKI
Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti. NIETZSCHE
Personajes: MALENA NO SOY EL PUTO RIMBAUD NUBE COMPINCHE
1.- Preludio. La cabaña Crimson. No soy el puto Rimbaud.- “Malena bailando casi desnuda sobre la mesa… Malena lívida, Malena de sueños… Era una rola de Queen o de Velvet Underground, no me acuerdo bien. Mi atención estaba en sus tetas grandes, mojadas de sudor y de la cerveza que resbalaba por su boca. La veía moverse muy lentamente, tragarse con la piel luces y sonido, transformarse en santa con sexo demoníaco, limpiar el aire con su olor a hembra pura; recuerdo el centelleo terrible de sus ojos y el arco de su sonrisa, amedrentando mi espíritu. Malena máter dolorosa. Nube fumaba un porro tímidamente y se quedaba viendo alguna maravilla invisible, transcurriendo en otra noche, a lo mejor hasta en otra era. Compinche reía, reía y reía y se atragantaba con la chela. El cuarto, hecho un desmadre, despedía una esencia a tabaco y bosque seco. El viento echaba lamentos de muerte. Éramos la familia más feliz. “En este momento, no hay mejor lugar en el puto mundo”, pensaba. Y de huevos, éramos felices. Nada importaba más que esa verdad. Una verdad hermosa que cohesionaba nuestros cuerpos, que deshacía el futuro en minúsculas gotas de alcohol que se evaporaban en nuestros labios al instante. “Nunca deberíamos regresar”, decía en voz baja y me bebía otra cerveza. “Hay que vivir en la cabaña Crimson, para siempre. Malena seguía bailando, alegre, como si fuera la última vez que bailara. Y así. Fue la última vez que la vimos.” 2.- El interrogatorio. Cuarto desvencijado de la policía estatal. Dos agentes sumergen la cabeza de No soy el puto Rimbaud en agua fría. No soy…- ¡Esa fue la última vez que la vimos! ¡Se los digo! ¡Pinches pendejos! ¡Hey, hey, alguien ayú…! (Vuelven a sumergirlo, y lo sacan después de unos segundos) ¡Me vale madre! Ustedes no tienen ningún derecho de chingar. ¡No sé nada! Ya se los dije. Policía 1.- Mira, pinche putito. Encontramos toda la ropa de la niña entre sus cosas. Más vale que nos digas o te irá peor. (Lo golpea en la cabeza.) Policía 2.- Ya oíste, cagón. ¡Habla! ¿Dónde escondiste el cuerpo? No soy…- ¿Cuál pinche cuerpo? ¿No entienden? ¡No sé nada! Después la fiesta, nos quedamos dormidos, ya no la vimos más. ¿Son tan bestias o qué, coño? Policía 1.- No quieras pasarte de verga, niño. (Lo sumerge y después de unos segundos, lo saca.) Aquí no hay nadie que
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los pueda oír. Llegaron muy lejos para ser unos imberbes meones. Di de una vez donde la pusieron. Policía 2.- ¿La tiraron en la carretera? ¿La cortaron? No soy…- ¿Qué? No mamen. No sabemos dónde está. Dejen de chingar pinches puer… Policía 2.- (Lo sumerge) Que no sabe. Policía 1.- Miente, el puto. Policía 2.- ¿Lo chingamos? Policía 1.- Están chavos. Sólo un poco. Policía 2.- La niña que traen con ellos se ve bien rica. Policía 1.- Pues, tráetela. Policía 2.- Ahorita que lo tronemos. No soy el puto Rimbaud saca la cabeza y toma aire, desesperado. El Policía 2 saca un “Stun Gun” y lo coloca en los testículos de aquel. Policía 1.- Ahora sí, vamos a comer huevitos estrellados. Policía 2.- Unos revueltos mejor. No soy…- No mamen, no mamen, no se pasen de verga. Si se supone que uno de ustedes debe ser el policía bueno. Policía 2.- (Golpeándolo en el cráneo, otra vez) No seas pendejo, morro. Ves muchas películas. Policía 1.- (Sacando la macana) Mira, mira, mejor nos calmamos. Para que veas que sí hay un policía bueno, te voy a dar a escoger. La freidora en los huevos… o la macana en el culo. No soy…- ¡Hijos de puta! ¡Auxilio! ¡Hey! Policía 1.- No seas güey. Lo único que harás será atraer más público. Policía 2.- No es por animar, ojete; pero les podemos hacer lo que queramos. Aquí en este pueblo no hay quien los encuentre, y nosotros somos la ley. Así que ya déjate de mamadas, y dinos dónde está la otra. No soy…- No sé, no sé. Yo también quiero saber dónde está Malena. Policía 1.- ¿Era tu novia? No soy…- No. Policía 2.- ¿Tu amante? No soy…- No. Policía 1.- Tu puta de a veces. No soy…- ¡No! Policía 2.- Ándale. Policía 1.- No te la cogiste. Policía 2.- O tal vez no se dejó, y por eso te la chingaste. No soy…- Ella no está muerta, no chinguen. ¡Pausa! (Al público) Está bien, está bien. Sí, sí me la cogí. No es por presumir, sólo quiero aclarar. Y no, la última vez que la vi, no fue en la mesa. Déjenme contarles. Policía 2.- Culo o huevos. No soy.- (Al público) Después de que bailó, como Nube andaba pacheca y Compinche bien pedo, y yo
igual, y todos…, seguí a Malena hasta el baño. Entró. Se lavó la cara. Estaba llorando. ¿Llora? Creí que la estábamos pasando bien. Viéndola de lejos, parecía una estatua de mármol. Se estrujó los ojos frente al espejo. Se observó silenciosamente. En serio, creí que estaba alegre. Malena.- No seas pendejo, estaba destrozada. No soy.- Yo no sabía, nadie sabía. Bueno… La espié unos segundos, mientras ella se miraba. Vista por su propio reflejo y por mis ojos lujuriosos, cansados, rojos de mota. Policía 1.- Mira, el proceso es simple te bajas los pantalones y los calzones, te empinas y te sumimos la macana. Si la sacamos de un golpe y no está embarrada de frijoles, te perdonamos la siguiente. Si sí, te la damos de chupar, por marrano. No soy.- Me miró. Malena.- Te miré. No soy… / Malena.- ¿Qué coños quiere? No soy.- Pareció pensar. Malena.- Lo pensé. No soy…- Siempre la había deseado. Desde que entramos a la escuela. Desde que la vi por primera vez bajo… Malena.- No seas cursi, carajo… Él me miró, nervioso. Yo estaba llorando. Me sentía miserable, un trozo de mierda flotando en el vacío de esa noche. Era la última vez que vería los rostros de esos tres esqueletos que, incidentes más, incidentes menos, me habían abrigado, brindándome calor. Por supuesto, yo sabía que Rimbaud había querido cogerme desde que nos conocimos. No soy…- No sólo cogerte. Malena.- Violarme. No soy…- ¡No, no mames! Malena.- Pero lo hizo. Terminó violándome. No soy…- No lo fue. Malena.- Le mintió a la policía. No soy…- ¡Me quieren enterrar una macana en el culo! Policía 2.- No duele tanto, después de un rato, dicen que se acostumbran. Policía 1.- Hasta vueltas dan. Malena.- Él nunca me gustó. A mí nadie, ninguna persona me gustaba. Estaba destinada a ser un objeto. Una vaciedad. No soy…- (A Malena) ¿Está todo bien? Malena.- Sí. Solamente, he bebido un chingo. No soy…- Todos. Está bueno esto, ¿no? Malena.- Sí. Ojalá nunca regresáramos. No soy…- Ojalá que no. Este fin de semana ha sido apabullante. Malena.- “Apabullante”, pinche palabreja; te pasas Rimbaud. No soy…- Pausa. Malena.- ¿Ahora qué?
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No soy…- Nada, nada. Sólo trato de recordar cómo fue. Recordarte… sonriendo. Malena.- Ya todos se habían ido. Sólo nosotros cuatro quedábamos. No soy…- No importa, te dije, el Crimson y yo somos amigos. Esta cabaña es como mi otra casa. Malena.- Qué bien… No soy…- ¿Qué quieres hacer? Malena.- ¿Qué quería hacer? Tirarme del risco, ahogarme en el río, dispararme con la escopeta que estaba colgada en la pared, cortarme la yugular con un cuchillo de cocina. Despedirme. No soy…- Lo que tú quieras, dijiste, y me acariciaste la cara. Malena.- Tenías una cara de pendejo, impresionante… ¿Cómo no querías que la tocara? Era como una máscara de luchador chafa y rota. No soy…- Nos acercamos más y te tomé de la cintura. Policía 2.- Bueno, ya estuvo suave, huevos o culo. Y si te tardas más, te chingamos con ambos. Todavía falta interrogar a los otros. No soy…- Yo no podía creer que iba a pasar. Malena.- Me tocaste la cintura, y luego luego, a la nalga. Pinches hombres predecibles. No soy.- Te tomé de las nalgas, redondas, jóvenes, suaves, mordibles… y nos besamos, así, bien cabrón, bien de lenguas largas, de anguilas eléctricas peleando por una presa. Malena.- Sí me mojé, la verdad. A veces, la única salida que tenemos las mujeres para la tristeza, es mojarnos, humedecer nuestro molusco. Así sea una verga o nuestros dedos, después de la baba, cualquier cosa debe entrar en el caracol. A veces, es la única forma de conciliar el sueño, entre tantos días de mierda. No soy…- Y entramos al baño. En el espejo todavía nos miraba tu reflejo con las lágrimas derramándose, chorreando con el maquillaje, perdiéndose en la espiral del lavabo. Policía 1.- Macana y a la chingada. No soy…- No, no, no. Espérenme. Policía 2.- Choques eléctricos. Malena.- Te tomé la verga, y me agaché, quería devorarla. No soy…- Desabroché el pantalón. Policía 2.- Bájate el pantalón. Policía 1.- Entonces, ¿cómo lo va a querer? Policía 2.- Empínate. No soy…- No, no, no. Los choques. Mejor los choques. Malena.- Y entonces, comencé a chupártela. Los oficiales fijan el Stun Gun en los genitales de No soy el puto Rimbaud y comienzan a subir el voltaje. No soy…- ¡Ah! Y sí, tu lengua era una anguila. Me ardía, me enloquecía. No podía creerlo.
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Malena.- Te la chupé hasta hartarme. Sabías potente, amargo. No soy…- Ven. Malena.- Me sacaste las tetas, torpemente; las apretaste con furia, las ensalivaste. Y te amamanté. Te volviste, en esos breves minutos, el hijo que nunca tendría. No soy…- Y me nutrí un chingo de ti. Malena.- Pobrecillo, bebé. Policía 2.- Dale. No soy…- (Sintiendo los choques) ¡Hijos de puta! Malena.- Me volteé para que me la metieras, subí la falda e hice un lado la ropa interior. No soy…- Entorpecido y mareado, te la metí. ¡Gloria! Era como entrar en una cuna, en una caverna donde habitaron dioses coléricos. Tenía mucho calor. Un calor indecible. Infernal, solar, puro. Era una ensoñación o la alucinación de un ácido. Malena.- ¡Sí, sí, cógeme, así! No soy…- ¿Fingías? Malena.- No, pero estaba peda. No soy…- Te tomé de las caderas y comencé a darte con rabia. Policía 2.- Ya huele a omelette. Malena.- ¡Basta! Ya no quiero. No soy…-(Sintiendo los choques) ¿Pero por qué? Malena.- Porque recordé el asco, la desalentadora mano de mi destino, la gran tribulación. Sentí náuseas. Estaba podrida por dentro y te ibas a pudrir tú también. No soy…- Pero. Malena.- Pero nada. Ya no quiero. Vete. No soy…- (Sintiendo los choques) No jodas. No jodas, no jodas. Ahí estabas. Malena.- ¿Y qué me dijiste? Policía 1.- ¡Habla! No soy…- ¡Nada! Malena.- ¿Qué me dijiste? Policía 1.- (Al Policía 2) Súbele. ¡Confiesa! No soy…- ¡No sé dónde está! Malena.- Me dijiste: “pero yo quiero terminar y te chingas”. Me empujaste hacia el inodoro, como si fuera una perra. Y me volviste a clavar tu pinche pito. ¡Sácalo! Pero lo metiste, como un animal desaforado. Querías y tomaste. La mejor muestra de que sólo basta una pizca de poder para chingar el alma de cualquiera. No soy…- Estaba borracho, drogado, excitado, furioso, triste, solo… Y quien se siente solo, es capaz de las peores atrocidades. Lo sabes, carajo. Malena.- ¡Pretextos de cobarde! Te hubieran clavado la macana, para que sintieras lo que es tener una vara a la fuerza, adentro de ti, removiéndote las entrañas.
No soy…- Pero tú querías. Malena.- Después no. No soy…- ¿Quién te entiende? Malena.- Debieron encerrarte por violarme, pero fuiste tan sacón que no confesaste. Marica. Me la ensartaste, hiriéndome. Sangré. Empecé a llorar y te dije que no. Y hasta te reías. No soy…- Mientes. Estabas lívida, sin nada, ausente como una piedra. Malena.- Da igual. A pesar de todo, sabía que era lo querías de mí. Lo único que la gente quería de mí. No eras distinto. Y como esa noche iba a desaparecer, te lo concedí. No soy…- Entonces no fue violación. Malena.- Lo fue. Policía 1.- Súbele todo. Policía 2.- ¡Que le estallen los huevos! No soy…- No sé dónde está… (Grita) Malena.- Luego, me dejó allí. Se vino en mis nalgas, en mi espalda, en mi pelo. Se tambaleó hasta perderse en la oscuridad de la cabaña. Me quedé aferrada a la taza fría del retrete. Mi reflejo todavía observaba la escena. Desde el espejo, la Malena del pasado reciente derramaba lágrimas, refractadas en la luz hacia esta realidad. Putrefacta, una cáscara putrefacta: eso era. En la literatura, en el cine, en el teatro, hasta las violaciones parecen interesantes. En realidad no. No duran mucho. Son menos vistosas. Miré el suelo. Sentí el aire helado en mi vulva expuesta. No fue por eso que decidí irme, aunque Rimbaud vivió toda su vida con la culpa. Ya lo había decidido. Sólo que nunca pensé que él me profanaría de esa forma. O quizá pensé que no me iba a negar, cuando fuera la hora. Pero no puedes obligarte a amar a nadie, por más lástima que sientas. Estaba cansada de sentir lástima de mí misma. Y desaparecí. 3.- Impresiones. A dos noches de la desaparición. Un bosque. Nube, con la ropa destrozada, en estado de suma exaltación, corre a través de los árboles, chocando contra ellos y cayendo. En otro lado del bosque, Compinche está arrodillado, con las yemas de los dedos sumergidas en un charco; toma a ratos trozos de lodo y los arroja. Compinche.- ¡Nube! ¡Nube! Nube lo escucha, lejano. Trata de ir hacia él, pero la fuerza de la tempestad y la desazón, la anclan al suelo. Compinche.- Era un niño. Un puto niño débil. La noche me tragaba. Me oprimía. Había perdido a mi madre. Era un parque. Me había quedado jugando en el columpio. Llegaba a lo alto y me aventaba.
Volvía a subir. Oscilaba y, en el punto más alto, me volvía a echar. Caía en la arena. Sentía como si nunca fuese a caer, como si pudiera levitar, flotar hacia las estrellas. Mi madre paseaba por allí con un perro que teníamos, llamado Chac Mool, un pastor alemán manso, que protegía la casa… ¡Proteger…! ¡Proteger! ¡Nube! Nube.- Les dije que no sabía nada. Nada. Que no la había visto. Me quedé dormida en el sofá. Cuando desperté, estaba sola. (Continúa corriendo.) Compinche.- Chac Mool, en un arrebato, se lanzó a correr. Durísimo. Y mi madre fue tras él. Yo apenas iba a alcanzar la cima, de nuevo. Seguí, intentado tocar las estrellas, mientras las cadenas del juego rechinaban. Nube.- (Gritando) No me creyeron. No le creyeron a ninguno. Y yo misma no le creí a Rimbaud. Ni a ti… Todos los discursos fueron falsos. En eso se basó la verdad. Compinche.- Y entonces, cuando sólo pude ver un cielo negro, extendiéndose en toda mi visión, me dejé caer. Fue una caída larga, larguísima, adecuada para la fantasía. Tardé años en caer. Siglos. La civilización avanzaba a la par que yo sentía el viento deslizándose entre los huecos de mi ropa. Pude ver las eras: Prehistoria, Edad de bronce, Grecia, Roma, Mayas, Aztecas, Edad Media, Modernidad, Posmodernidad… Un niño cae y entra en otra dimensión, se suspende; mientras, la historia de la humanidad ocurre, bajo sus pies; se levantaron reinos, se pelearon guerras, se crearon obras magnas para contribuir al progreso del hombre. Y seguí cayendo. Yo provocaba el tiempo. Nube.- (Arrastrándose en la tierra, entre las ramas) Se burlaron. Me dijeron “te cargó la verga, puta”. Me taparon la boca, y me mostraron una macana. Pataleé. Compinche.- Pataleé y caí. Nube.- Me arremangaron la falda, y los asquerosos cerdos me quitaron las bragas. Metieron sus dedos. “Confiesa”, decían. “Te castigaremos”. Luego el otro se rio y me dijo, “no, seguro no será un castigo para ti; será un premiesote”. Compinche.- Y al fin toqué la arena. Nube.- Me metieron la fría herramienta en el coño. Uno de ellos se masturbó frente a mi cara. “Podemos acusarlos de grilleros, de normalistas, de narcos”, lo que queramos, me dijo, mientras agitaba su asqueroso miembro frente a mis ojos. Compinche.- Al aterrizar, me vi completamente solo. Dueño del tiempo y el espacio, siendo fantasma de la creación, olvidé que estaba precipitándome a tierra. Mi madre no estaba. La arena del parque creció y creció, hasta volverme diminuto. ¿Mamá? ¿Mamá? ¿Dónde carajo estás?
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Nube.- Luego, ya no les fue placentero humillarme así y me acostaron en la mesa de interrogatorio. Compinche.- Mi madre se había ido. Estaba solo. Había caído en la tierra y estaba solo. Despojado de calor. De pie sobre el abismo. Nube.- Me violaron. Primero uno y luego el otro. Luego los dos. “Es mejor esto que acusarte de secuestro, ¿no?”, reían. Yo no sabía dónde estabas tú, ni Rimbaud. Compinche.- No me moví de allí. Estaba solo e inmóvil. Sintiéndome cada vez más débil. Nube.- Compinche… Compinche.-Nube… Te encuentro. Nube.- Estoy sucia. Compinche.- ¿Dónde está Rimbaud? Nube.- No lo sé. Compinche.- ¿Y Malena? Nube.- Nadie sabe. Compinche.- Esa noche, al sostener a Nube entre mis brazos, luego de que esos hijos de perra nos torturaran, sentí que estaba en ese parque otra vez: desamparado, luego de pisar el suelo y ver que mi madre había desaparecido. Frente al abismo que me miraba, con sus ojos de niebla y desesperación. Nube.- Quiero volver. Compinche.- Tenemos que regresar, sí. A la cabaña Crimson. Nube.- Tal vez Malena haya vuelto. Tal vez ellos la desaparecieron. Compinche.- Lo dudo. Nube.- Alguien dio el aviso. Sólo puede ser uno de nosotros. Compinche.- Ella misma hizo la llamada. Nube.- ¿Por qué? Compinche.- Tal vez, quería que nos culparan. Nube.- ¿Por qué? Compinche- No lo sé. Nube.- ¿Ella quiso que pasara esto? Compinche. Yo la vi irse. Creo que era ella. Salió por la puerta de atrás, rumbo al desfiladero. Después ya no regresó. Nube.- ¿Crees que se tiró al río? ¿Crees que se mató? Compinche.- Puede ser. Nube.- Creí que éramos los únicos que quedaban en la cabaña. Compinche.- No. Habría al menos quince. Se dispersaron con las sirenas. Nube.- Yo no vi a ninguno. Compinche.- Estabas drogada, no mames. Nube.- Igual que tú. Compinche.- Hay que volver. Nube.- Quiero ir a casa, no a esa maldita cabaña. ¿Qué tal si nos vuelven a buscar? Hay que huir. Saben dónde
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estamos. Compinche.- ¿Y Rimbaud? Nube.- Puede arreglárselas solo. Compinche.- No podemos dejarlo así. Nube.- ¿No entiendes lo que me hicieron? ¿No significa nada? ¿Cómo coño puedes ser tan insensible? Compinche.- Cálmate… Está bien. Rimbaud puede solo. 4.- Lamentaciones. Una playa. No soy el puto Rimbaud, de pie, frente al océano. A su lado está Malena. Y más lejos, Nube y Compinche, abrazados, caminan, hasta desaparecer de la vista. No soy…- Nunca pude solo… Necesité siempre de los otros para entenderme. Escribo desde los diez años. Nunca fue un don o la gracia divina, ni fue el talento lo que llegó a mí como un rayo de inspiración. Lo hice porque debía hacerlo, porque no había otra cosa que pudiera hacer para calmar mis dudas. Lo primero que escribí, fue una carta. Malena.- ¿Para quién? No soy…- A mi prima, Luna. Malena.- ¿Por qué? No soy…- Tenía catorce años. Era una niña bonita, que vivía con una familia igual de bonita. Carnada ejemplar para un comercial de limpiadores de piso o refresco de cola. La admiraba. Buena en la escuela, en casa, sin vicios. El sol coronaba su cabeza. Todos la querían. Su cuerpo comenzaba a transformarse en el de una mujer ejemplar que irradiaba luz y esperanza. Malena.- Se mató. No soy…- Se tiró por la ventana de un onceavo piso. En unas vacaciones con sus papás, en la Riviera Maya. Malena.- Que… tropical… No soy…- Muerte caliente, supongo. Malena.- Festiva, frente al mar. Como nosotros ahora. No soy…- Siempre pienso que lo último que vio, fue el mar. Una enorme boca azul dándole un beso inmenso, mientras ella flotaba en el aire. Eso fue lo último que pasó ante sus ojos. Malena.- El suelo, al estamparse en él. No soy…- Desde eso, yo mismo lo veo distinto. Malena.- Imagina quedar embarrado así. Qué joda para los de limpieza. No soy…- (Ríe) Y mis tíos llegaban al hotel, cachondos y alegres, sorbiendo unos cocos con vodka, cuando vieron la multitud que rodeaba a la muerta. Malena.- Pudo ser tequila. No soy…- Y descubrieron a Luna destrozada contra la acera. Nadie supo por qué lo hizo. No dejó una nota. Ni siquiera se veía triste o aquejada por algún problema. Simplemente, saltó al vacío. Malena.- No hace falta nada para ser seducido por el
vacío. Siempre está mirándonos. Quien cree que hay que estar deprimido para convertirse en suicida, está pendejo. Las personas estamos podridas por dentro. Todo lo que hacemos, lo hacemos por un impulso de bestias carnívoras, alimentados por una masa negra de maldad que nos habita. No soy.- Entonces, días después, tomé una hoja y le escribí una carta. Le preguntaba por qué lo había hecho. Nada emocional. Sólo tenía curiosidad. Y así comencé a escribir historias sobre el hecho, bordeando el fenómeno, analizándolo. Tenía que inventarle un motivo. No podía concebir que no hubiera una explicación para su muerte. Malena.- Tal vez se despertó en la mañana y pensó: “quiero matarme”, y lo hizo. ¿Es tan difícil entender eso? No soy.- Sí. No podía soportar el azar. No puedo. Comencé a contar historias. A escribir poesía. A dudar de todo. Yo mismo me inventé un relato personal. Compinche comenzó a llamarme Rimbaud, como el poeta maldito. Pero no. Yo no soy el puto Rimbaud. Sólo soy un tipo que le teme a lo que no tiene respuesta. Malena.- Ese es tu problema. Querer respuesta para todo. Para el ansia de destrucción no hay respuesta. Sólo existe. No estamos hechos de polvo, sino de pólvora. Cualquier vulgar llama nos excita. Te voy a contar algo. Jura que nunca lo dirás. No soy…- Lo juro. Malena.- Cuando era niña, éramos muy pobres. Mi papá era un alcohólico de mierda, y mi madre una buena para nada. No teníamos para comer dignamente. El hermano de mi padre era un ingeniero con un buen sueldo que nos visitaba mucho. Me trataba muy bien. Casa de la infancia de Malena. No soy… / Ingeniero.- ¿Cómo está mi niñita? Malena.- Bien tío. No soy… / Ingeniero.- ¿No le das un beso a tu tío? Malena.- Sí. No soy… / Ingeniero.- Crecidita y todo… Malena.- Cuatro mil pesos al mes le daba a mi madre, por dos horas a solas conmigo. Después, no sólo con él, sino con otros hombres. No soy… / Ingeniero.- Malenita tendrá un futuro asegurado con nosotros. Malena.- Me dejaban el coño como una fruta aplastada. El alma embarrada de semen y hedor de vergas múltiples. Pero éramos una familia feliz. No soy…- (Al público) Malena entró y salió del consultorio de varios terapeutas durante ocho
años. Mucho después, descubrimos que tenía tendencia mitómana. Pero nunca supimos si esa historia fue real o no. La escuela. Malena.- (Rascándose frenéticamente las piernas) Hay un muchas hormigas. No soy…- Yo no veo nada. Malena.- Es porque eres un pendejo. No soy…- ¿Eres nueva en la escuela? Malena.- Sí. No soy…- Bienvenida. Malena.- Cállate y extermina a las hormigas. No soy.- ¿Qué? Pero… Malena.- ¡Que las mates! No soy.- Bien, bien… No soy el puto Rimbaud pisotea a las hormigas invisibles. Malena.- Jódelas a todas. 5.- Desdoblamiento. Nube y Compinche han llegado a una habitación de hotel y se desnudan, se besan, lamen y tocan sus partes más blandas. Nube.- Dime que irás conmigo a cualquier parte. Compinche.- Lo juro. Nube.- A la selva más culera. Compinche.- Sí. Nube.- Al más embravecido río. Compinche.- Claro. Nube.- A la torre más putamente alta. Compinche.- Por supuesto. Nube.- Al desierto más sediento. Compinche.- Ajá. Nube.- A la ciudad más poblada del mundo. Compinche.- Agüevo. Nube.- Al infierno. Compinche.- Quemaditos y todo. Nube.- Al paraíso. Compinche.- Para levantarle la verga a San Pedro. Nube.- Al olvido… Compinche.- Que nadie se acuerde de nosotros. Nube.- Al abismo. Compinche.- Sí. Nube.- (Lo detiene) Sí, ¿qué? Compinche.- Allá, iré. Nube.- Al abismo. Compinche.- Por eso. Nube.- No. Compinche.- ¿No? Nube.- No. Promete que me cogerás. Compinche.- Eso intento, cogerte. Nube.- No. Que me tomarás, antes de caer en un abismo. Compinche.- Sí, sí: te salvaré. Nube.- Y si caigo, no me sigas. No lo vas a merecer. Compinche.- Te salvaré. Te voy a clavar a la verga para
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que te quedes aquí, pegada junto a mi cuerpo para siempre. Que no puedas irte a ningún sitio. Nube.- No quiero caer. Compinche.- No. Yo entro a tu abismo para impedir que caigas. Nube.- No soy mala persona, ¿sabes? Compinche.- Nadie lo es. Nube.- ¿Lo crees? Compinche.- Lo creo. Nube.- Porque a veces miro el espejo y creo que se burlará de mi ingenuidad. Me parece que dice: puta, asquerosa zorra, sabes que sólo te importas tú, egoísta… Mala… Compinche.- Imaginaciones. Nube va a un espejo grande que hay en la habitación. El reflejo es Malena. Nube.- ¿Qué haces cuando estás solo? Cuando ningún ojo te amenaza. ¿Te tocas? ¿Te reconoces? ¿Te reprochas no ser otro? Malena.- Te metes los dedos, te humillas, te comportas como una cerda. Nube.- Suelo desnudarme para mirarme al espejo. Me observo durante muchísimo tiempo. A veces, horas. Me coloco en posiciones extrañas, groseras, cuerpos que no podría usar frente a otros. Malena.- Es otra Malena. Una de mí que habita en otro mundo. Al verla sólo siento ira. No puedo mirarla. No es quien yo soy. No quiero que la gente me vea, menos que me toquen. Me dan asco. Yo me veo y no reconozco más que un cúmulo de huesos, piel, órganos, llenos de ácido y horror. Nube.- A veces me golpeo. E imagino que alguien más lo hace. A veces tengo unas irrefrenables ganas de ser torturada. Malena.- Sé que estoy rota. Desde niña, desde que nací. Jamás amé a mis padres, ni a mis hermanos. Soy una culebra, una iguana manca, una araña hedionda. El primer sentimiento que tuve fue el de repulsión. Nube / Madre de Malena.- Malenita vomita por toda la casa, caga y juega con sus heces. Orina y nos embadurna en aguas malas. Malena.- Nadie tenía una explicación de por qué yo era así. Por qué odiaba a todos. Nube / Madre de Malena.- Malenita es una adolescente insufrible. Todo el día de malas. Todo el día rijosa. Malena.- Cuando estoy sola apago la luz. Para no distinguir las formas de mi cuerpo. No hablo. Respiro sólo lo esencial. La soledad es una bombilla eléctrica que no quieres apagar. Porque cuando la oscuridad venga, ninguna mano acariciará tu frente. Nube / Madre de Malena.- Si Malenita fuera otra… Si fuera como las otras niñas… Malena.- Comienzo a sentir cómo la oscuridad y el
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silencio tratan de penetrarme. No es una idea. Es algo físico. Son dos bestias sólidas y heladas. Nube / Madre de Malena.- Ojalá los hijos pudieran retornar al coño. Nunca me gustó verlos crecer. Malenita, ¿por qué eres tan mala? Malena.- Me reclama el silencio. No sé si quiero seguir siendo yo misma. Compinche.- ¿Por qué te pones a pensar en esas cosas? (Coloca su pene dentro de Nube.) La pinche vida es para gozarla. Para apachurrarla, para chingarla. Eso es todo. Gózalo. ¿A poco no es chingón? Nube.- Chingonsísimo. Luego luego. Se me olvida el dolor. Compinche.- El dolor es una enfermedad, y esta es la inyección. ¿A poco no? Cogen. Malena.- Tenía una perra llamada Coatlicue. Era una labradora, cariñosa y chillona. Nos divertía mucho. Cuidaba la casa y nos procuraba a mis hermanos y a mí. Me la regalaron cuando cumplí doce años. Me acuerdo de ella. Su pelaje era espeso y suave. Siempre me lamía las manos y la cara, buscando un poco de calor. Coatlicue, la perra buena, la perra fiel. Nube.- ¡Wof! ¡Wof! Compinche.- 'Ámonos, perrita. Así de sumisas me gustan las viejas. Nube.- ¡Sht! ¡Las feministas! Compinche.- Femi… ¿qué? Nube.- ¡Qué pendejo! (Al público) Pero qué bien coge. Malena.- Al cumplir quince, también empecé a odiar a Coatlicue. Lo había hecho siempre; pero hasta ese momento lo sentí, fue una revelación. No la soportaba. No sabía por qué, pero detestaba sus ojos vidriosos, su negro hocico húmedo, su fragilidad. Un día, la saqué a pasear al parque. Vario s niños jugaban en los colump io s, aventándose desde lo más alto. No soy…- La llevaste a una zona oscura, abrigada por arbustos crecidos. Malena.- La agarré del cuello. ¡Ven aquí, pinche perra! Nube.- Ya casi, ya casi… Compinche.- Dale, dale… No soy…- Entonces, sacaste de tu bolsillo el desarmador que habías hurtado de tu padre. Malena.- Un desarmador de estrella. Nube.- Ya voy… Malena.- Lo clavé en el cráneo de Coatlicue, una y otra vez, una y otra vez. Chillaba, se retorcía, daba alaridos… Nube.- ¡Ya!, ¡ya!, ¡yaaaaaaaa! Compinche.- ¡Yo iguaaaaaaaal! Nube.- ¡Adentro no!
Malena.- Cayó muerta ante mis pies. Con los ojos desorbitados, llena de baba y sangre, con la lengua afuera. Me sentí vaciada. Libre. No soy…- (Al público) Arrastró el cuerpo hasta la calle y lo arrojó en medio, para que algún automóvil le pasara encima. Corrió a casa. Llegó llorando. Dijo que la perra se había escapado. Naturalmente, nadie sospechó de ella. 6.- Memorial. Un Café, 10 años después. No soy el puto Rimbaud, Nube y Compinche están sentados, en torno a una mesa, beben. Nube.- Me hice madre. Compinche.- Me hice padre. No soy…- Me hice güey, todos estos años. Nube.- Se te olvidó sacar el pito. Compinche.- Habité tanto en ti que me salí en forma de chamaco. No soy…- Crecí. Me volví poeta. Un poeta fracasado. Nube.- Después de la pérdida de Malena, y lo que me hicieron esos cerdos… Jamás fui la misma. No soy…- Pasó el tiempo. Crecimos. Jamás encontraron a Malena. Hubiera sido más fácil que apareciera su cuerpo, aunque fuera cortado en pedazos, oculto en bolsas negras. Nube.- O desnuda, violada y torturada, a un lado de la carretera, como encuentran a tantas mujeres de este país. No soy…- Y seguimos nuestra vida. Con el trauma, con la melancolía, con el desgarro. Todos los días, ir al súper, cuidar a los hijos, pagar la renta… Con la horrible sensación de culpa y miedo. Compinche.- Con la duda… Se vive así, con la duda enterrada en la garganta. No soy…- Amaba a Malena. Perderla me detuvo en el tiempo. Me encerró en la cabaña Crimson, indefinidamente. Fue mi culpa. La violenté y ella desapareció. La busqué por días, semanas, meses… Rondé por el bosque gritando su nombre, hasta acabarme la voz. Nube.- En secreto, siempre creí que tú la habías matado. No soy…- Hubiera preferido eso a no tener rastro de ella. Compinche.- Perdemos a la gente, así son los desaparecidos: zombies, muertos no muertos, fantasmas de fotografías, de objetos que dejaron. Nube.- Uno dijo que la vio ahogarse en el río. Compinche.- Juro que saltó al acantilado. No soy…- Otro, que, lejos de la cabaña, oyó un disparo. La escopeta apareció en el umbral de la casa. Compinche.- Alguno más la soñó colgada de un árbol, con el cuello torcido, mirando desafiante al
firmamento. Nube.- Alguien la vio llevarse un cuchillo de cocina. No soy…- Juro que la vi ascender al cielo. Como una virgen. Compinche.- Se arrojó a la carretera. Nube.- Se perforó el cráneo con un desarmador de estrella. No soy…- Como dijeron los cerdos, Malena dejó toda su ropa en la cabaña. Nube.- Tal vez se fue como una bruja, desnuda, hacia el bosque, a copular con el Diablo. Compinche.- Para el fin de curso de nuestra Prepa, organizamos una fiesta. Nube.- Una fiesta enorme. No soy…- En la cabaña Crimson. Nube.- ¿Dónde? No soy…- Es la cabaña de un viejo mariguano que en su época fue hippie. Ama a King Crimson y por eso le decimos así. Nube.- Consigue la casa. Compinche.- La mota, el alcohol. No soy…- Le diré a Malena. Nube.- ¡Puta fiesta! Compinche.- Sólo hay dos cosas que valen la pena para la existencia: la fiesta y la cogida. ¡'Ámonos! No soy…- No, esperen. Esperen. Ella tiene que leer su discurso de fin de año. Aparece Malena va hacia un estrado y lee. Malena.- A ver, cabrones: yo no les agrado y ustedes no me agradan (¡qué digo “no me agradan”!, me cagan la madre), así que vamos a facilitar las cosas, hablando claro. Primero: si quiero odiar a todo el pinche mundo, déjenme odiarlo; no quiero pasarme la vida con esas frases hincha-huevos de “relájate” o “la vida es mejor si sonríes” o “no te tomes la vida demasiado en serio” o cualquier mamada de esas. Si a ustedes les funciona esa mariconería, no es mi problema. Segundo: para los que dicen que soy una amargada y que no seré feliz mientras tenga envidia y rabia, les digo: sí, de agüevo soy amargada, me regocijo de serlo, ¿y qué?; me caga la felicidad de los otros, ¿saben por qué?, porque los considero unos pendejos, falsos, hipócritas, gusanos imbéciles que tienen lo que tienen por pasarse la vida oliendo y besando culos para después regalarle una risita a quien les conviene. Ver a los grupos de amiguitos jugando o tomándose fotos, me revuelve las tripas; ver la melosa estupidez de los amantes en los parques o las plazas, me da unas ganas culeras de vomitar. No creo en dios, pero si creyera, diría que es un pendejete cósmico, un zurrón que premia a los débiles de cerebro. Pero no existe, y sí, supongo que somos fruto del azar, y azarosamente ustedes son una mierda, ¡rían, rían todo el día! Vayan con su familia o sus amigos, con el culito de su preferencia
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y sean felices: vayan al cine, a tomar un café en esos lugarsuchos fresas, vayan a un pub a mamarse o a una cantina, ¡me vale verga! Sólo no quiero volverlos a ver en mi puta existencia. Créanme que si pudiese cogería un arma y les volaría las bolas, las tetas, los ojos… A las pinches viejas las violaría, por el puro placer de verlas humilladas, y a los cabrones… y a los cabrones igual, para que se les quite lo ojete. Pero la neta sé que eso no lo puedo hacer por falta de ovarios, quizá; pero más por falta de dinero para comprarme una pinche arma. ¡Qué más les puedo decir! Que la vida está llena de bestias como ustedes y ni pedo, hasta que tenga el suficiente coraje para decir hasta aquí, vamos a seguir compartiendo el mundo. Arrivederci y que chinguen a su madre. Aplauden. Nube.- Malena es el espíritu de todos los que odian. Compinche.- Los que quieren desaparecer. No soy…- Los que desprecian esta vida, sin saber por qué. Malena.- No hay explicación. Los seres humanos se mueven por azar. La maldad no se puede ocultar. La noche de la fiesta, después de pasarla bien y gozar de algo, por primera vez en mi vida, fui violada por Rimbaud, violentada otra vez. Pero eso no causó nada en mí. Desde niña supe que estaba condenada a estar apartada de los otros, vetada de los sentimientos de la gente. Lo único que deseaba era sentir algo, antes de desaparecer.
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Compinche.- Una cogida, de esas, memorables. De esas que no se olvidan. Nube.- De esas, que preñan, que te hacen estallar, que crean humanitos, igual de tristes que uno. No soy…- Antes de la nada, sentir algo. Una mano que nos acaricie. Malena.- Cuando todos se durmieron corrí lejos de la cabaña y llegué a un barranco. Grité pero nadie oyó. Grité para que alguien me hallara, para que alguien me rescatara. Vi hacia el fondo y me encontré. No soy…- Quería rescatarte. Quería amarte. Malena.- Nadie puede amar a quien está destinado a desaparecer. Malena comienza a bailar la pieza del principio y comienza a irse Nube.- ¿Y los que no desaparecemos? Compinche.- Tenemos vidas comunes. No soy…- Vamos al cine, al teatro, estudiamos, trabajamos, cogemos. Intentamos ser buenas personas. Nube.- ¿Cuánto más contendremos a la bestia? No soy…- A todos les llega su momento. Tarde o temprano, todos nos largaremos a la chingada. Súbito oscuro final
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En la búsqueda del eterno retorno.
Fabiola Morales Gasca
La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares.
Cuántas veces habrán interrogado el destino de los hombres, habrán movido las viejas preguntas: ¿Adónde vamos? ¿En dónde yacemos, como en un disco músicas inauditas, hasta que Dios nos manda nacer?
C
de la existencia nos surgen miles de preguntas que no alcanzamos a resolver. Los pensamientos en nuestra cabeza son entonces piezas de un enorme rompecabezas que están predispuestos a unirse. Pero el rompecabezas es complicado y cada vez que una pieza no encaja es fácil acomodar cientos de filosofías, religiones y ancestras prácticas cuyo único fin es contestar lo incontestable. Porque la vida y el sentido de ella sólo adquiere la dimensión pertinente cuando se experimenta por vía propia. La filosofía y la definición de vida que cada ser adquiere por sí mismo, es a través de la propia experimentación, aquí no importa cuántos libros se hayan leído o cuantos consejos se hayan recibido. Ese ensayo de prueba y error es para algunos, lo que llamamos vida. Deseamos de la vida lo mejor y si es posible, la repetición de las cosas buenas. ¿Qué es la vida? ¿Valdría la pena repetir lo vivido? ¿Valdría la pena la inmortalidad? Literatura y Filosofía se entremezclan aquí para dar algunas respuestas a tan demoledoras preguntas. Por ejemplo Calderón de la Barca en su "Monólogo de Segismundo" aborda parte del tema: ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Para muchos idealistas, y otro no tanto, la vida es un sueño sobre el cual no se tiene control, otros muy al contrario, opinan que hay un dominio total de la vida y su alcance. Es indudable que una primera postura produce desconcierto y frustración, dejar todo lo existente, incluyendo lo pasado y lo futuro en manos de un Ser Supremo produce mucha insatisfacción para los no creyentes. Los adeptos a alguna religión, por ejemplo la cristiana, los hace muy felices no ponen nunca en duda su creencia hacia “algo” superior, por ello definen la fe como la certeza de lo que se espera, la convicción de los que no se ve. ¿Pero qué pasa si realmente todo dependiera de algo o alguien que no conocemos, sería suficiente para el
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pensamiento del hombre? El hombre por si mismo se plantea que es la vida y la muerte, juega con los límites entre ambas y busca descubrir respuesta a su pequeño existir. En “La invención de Morel”, novela escrita por el argentino Adolfo Bioy Casares y publicada en 1940, el tema gira en torno a la vida, a la percepción del hombre en el mundo que forma parte y la búsqueda desesperada por hallar un lugar en él. Bioy Casares, nos muestra a través de su principal personaje que temas como la inmortalidad y el eterno retorno nos atañen de una manera tan directa como la aprehensión de la realidad y de la ficción. El protagonista de La invención de Morel, es un preso condenado a cadena perpetua que ha logrado fugarse y llega a una isla solitaria. La narración en primera persona nos describe los acontecimientos que van teniendo lugar en la isla en la que se oculta. El lugar es ideal para esconderse. Descubre que en la parte más alta de la isla se levanta un museo, una capilla y una piscina llena de animales. En el museo hay una biblioteca, una sala, un piano y otros objetos; al final halla un cuarto escondido en el sótano, con extraños aparatos en su interior y una bomba para sacar agua. Noches después escucha sonido de voces y música procedentes del museo. Ve las siluetas de personas que bailan al son canciones y piensa que esas personas han desembarcado en la isla sin que él se diera cuenta; también considera que pueden ser los constructores de aquellos edificios. Se empieza a obsesionar con una mujer que contempla la puesta de sol. Al principio la observa ocultándose detrás de unas rocas, pero luego se deja ver. La mujer no parece darse cuenta de su presencia, cosa que lo desconcierta. Aunque se intenta mantenerse oculto, las inundaciones de la isla lo obligan a ir al museo y dejarse ver por los desconocidos, los cuales ante su asombro, lo ignoran, pero el si escucha a las personas. La mujer que él observa en el acantilado, se llama Faustine, como la llamó un tal Morel que a veces la acompañaba. El prófugo intuye un secreto en la isla que el debe de descubrir. ¿Quién es Morel y Faustine? ¿Quiénes son aquellas otras personas que aparecen en el museo cuando sube la marea y viven, para desaparecer después con la bajada de las aguas? Cuando se van de pronto, todo queda en un terrible silencio que lo atormenta y que él pretende con sus investigaciones ahuyentar.
El hombre echado al mundo es igual que el prófugo de La invención de Morel, descubre ante su atónita mirada que hay secretos por descubrir en la vida que le tocó. Todo hombre sufre su eterna soledad en silencio perpetuo que busca acallar con los sonidos de otros solitarios qué hay a su alrededor. Es aquí donde retornamos al tema que iniciamos, no es posible experimentar la vida ni solucionarla a través de otros. La búsqueda de respuestas a la existencia parte de nuestra propia práctica cotidiana, los actos que realizamos nos permiten alcanzar esa solución. Una vida de buenos hábitos nos enriquece para dar réplicas convenientes a las incógnitas por las que atravesamos. Nietzsche, en su teoría del eterno retorno, propone la idea de que es posible repetir los actos no sólo de manera lineal en cuanto a tiempo, sino en una repetición continua hasta alcanzar la perfección del ser humano en su existencia. De tal forma que él apela “obra de modo que un horizonte de infinitos retornos no te intimide; elige de forma que si tuvieras que volver a vivir toda tu vida de nuevo, pudieras hacerlo sin temor.” Cuando nuestro protagonista fascinado por Faustine, las sigue hasta su habitación, no consigue abrir la puerta que segundos antes ha abierto ella. Esto lo intriga y sospecha que Morel es la clave de todo, pues a él lo respetan y tiene autoridad entre la gente. Así que empieza a poner más atención a sus acciones. Días después Morel prepara una reunión, ve llegar uno a uno y tomar asiento alrededor de una mesa. Morel confiesa que ha abusado en haber fotografiado a los reunidos sin autorización. Aclara que esta fotografía no es como todas, y es su más reciente invento. Todos vivirán en esas fotografías, en un escenario en que se representa la vida en siete días y todos sus actos han quedado grabados. Les confiesa que tras varios intentos, al fin tiene éxito en su invención: La máquina de Morel capta en la imagen el alma. El prófugo ha alcanzado a descubrir parte del secreto de la isla, pero aún falta más, así que logra tomar los papeles de Morel y se empeña en hallar el enigma del descubrimiento de Morel. Se da cuenta que las imágenes no viven. Se plantea la posibilidad de crear otro aparato en que las imágenes sientan y piensen. Así "lo pensado y lo sentido en la vida -o en los ratos de exposición- será como un alfabeto, con el cual la imagen seguirá comprendiendo todo (como nosotros, con las letras de un alfabeto podemos entender y comprender todas las palabras). La vida será, pues, un depósito de la muerte". El protagonista también descubre que, como ciertos mitos de pueblos antiguos, creen que al formarse la imagen de una fotografía de una persona el alma pasa a la imagen y la persona muere, si las imágenes de Morel
tienen alma, los emisores han de perderla al ser captados por los aparatos. Deduce entonces que Faustine ha muerto y que él no existe para la imagen de la mujer que ama. En este punto, la vida ya es insoportable. Lo real y lo ficticio se unen y el debe decidir qué hacer para lograr su felicidad, la muerte es entonces la solución para alcanzar el amor y la contemplación eterna de Faustine. El fugitivo, hace varias modificaciones, abre los receptores e intenta su representación. Nadie sospechará que es un intruso en las imágenes de los otros. Se empeña en intercalar frases y hace parecer que Faustine le contesta. Cambia los discos; así las máquinas proyectarán la nueva semana eternamente. La muerte del prófugo es inminente, pero conserva la esperanza de que hallará su amor y que se reirá de la víspera de la muerte. Realidad y ficción se mezclan para aportarnos la experiencia de percepciones distintas sobre la existencia. En esta obra, lo fantástico es el vehículo del protagonista para alcanzar dentro de su realidad el amor y la inmortalidad. El prófugo se da por vencido y deja de optar por lo racional o lo irracional, comprende que tiempo y espacio son convenciones que seguimos para ordenar la vida. La invención de Morel nos muestra que un antes y un después sólo nos sirven para reconocer similitudes y asociarlas a ciclos. Hay limitación en nuestras percepciones en las emociones y pensamientos, y el eterno retorno se produce por una ilusión espaciotemporal. Sin espacio y tiempo podemos construir el mundo a través de lo imaginario. El mundo tal y como lo conocemos en nuestra mente puede ser tan real como las imágenes de una fotografía, grabación u holograma. Por ejemplo, para no ir más lejos, actualmente muchas personas asocian de forma indistinta su mundo real con el mundo virtual, casi sin hace ninguna diferencia entre ambos. El peligro es no distinguir la línea que divide ambos reinos. Una última cosa que cabe señalar de esta gran novela de Bioy Casares es el reiterativo deseo de la felicidad y la inmortalidad como experiencias agradables grabadas, que se repiten y serán sentidas de nuevo una y otra vez. ¿A caso no es maravillosa la sencillez de este concepto? La invención de Morel nos hace felices por la plena capacidad de hacernos creer a través de la Literatura, (es decir lo fantástico) que podemos alcanzar la inmortalidad y hacer el eterno retorno una y otra vez sobre nuestros actos más felices. La complejidad en la lectura de este libro bien vale la pena. Así que reciban la extensa invitación a leerlo, a buscar la razón de su existir y a repetir felices el eterno retorno.
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Crecer.
Adán Echeverría
para Violeta Azcona Mazún.
Había una vez una niña que con el paso de los años seguía siendo niña. Pensó: qué se sentirá jugar a ser adulta. Y caminó hacia el cuarto de su madre para hablar con ella, y vio que su madre solo era una muñeca. Caminaba con su cuerpo de muñeca, y se subía y bajaba de la cama, una y otra vez, absorta en sus cavilaciones. La niña de nuestra historia la atrapó y se la acercó al rostro. ¿Cómo te atreves a molestarme, mocosa?, gruñó la muñeca. La niña le dijo... Ya no puedes molestarme más mamá. Y la muñeca le mordió los dedos. La niña la soltó y la muñeca cayó sobre la cama. Antes que la niña reaccionara, la muñeca había descendido y se había ocultado. "Voy a decirle a tu padre y a todos que eres una ingrata. Que no tienes conciencia de las cosas, niña mala". No lo harás. Papá no es más que otro muñeco igual a ti. Se han convertido en plástico con el paso de los años. Y créelo madre, te voy a encontrar, y te lanzaré al fuego para que termines derretida, junto con todos esos pensamientos que metiste en mi cabeza.
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El canto del pájaro A manera de preámbulo: Cuando Adán Echeverría me invitó a colaborar en revista ‘delatripa’ en una columna en la que hablara sobre libros de poesía yucateca, yo no tenía idea de cómo escribir una reseña. Sinceramente, sigo sin tener idea de cómo, pero me dije: Ángel, esta es una gran oportunidad, ya aprenderás en el camino. Entonces queridos lectores, estamos aquí, meses, poetas y libros de poesía después, en esta décima entrega de La memoria del pájaro. Agradezco, en demasía, a Adán por haberme invitado a subir en este carrusel que es la literatura. Y para conmemorar el Día del Escritor que se festeja cada 20 de diciembre, abordaré en esta ocasión mi experiencia con la poesía, dialogando de alguna forma con los autores de los que he hablado en esta, su columna. …mi oficio es arder. Efraín Bartolomé. Constantemente surge en mi cabeza, en forma de ráfaga, la siguiente pregunta ¿Por qué escribo? Nunca sé qué responder. Recuerdo que cuando era niño un colibrí atravesó mi cráneo y desde entonces las visiones no me dejan dormir. Y cuando era adolescente mientras huía de mis dudas y mis problemas, encontré un pájaro muerto en plena calle, entonces lo imagine como un hombre, es decir mi hermano; lo sujeté suave con la yema de mis dedos, intenté hacer que sea uno con el aire pero sus alas rotas no le permitieron volar. Nada de lo anterior responde a la pregunta, nada de lo anterior debió ser escrito, olvídenlo. Tal vez la respuesta más
sensata sea la siguiente: escribo porque no sé hablar, las palabras se agazapan en mi garganta, se arremolinan cerrándose el paso al aire libre; me refiero a que no sé expresarme oralmente. De esta manera, la poesía es el único medio por el que puedo comunicar ideas, sentimientos, emociones y mi forma de ver el mundo. “Y escribo, porque tengo miedo” escribe Ileana Garma en su libro 29. Y es por eso, Ileana, gracias por la iluminación, escribo porque tengo miedo a quedarme callado y que nadie me escuche. Nunca me ha gustado decir que soy poeta, tal vez sea mejor decir ‘aspirante a’. Quien lea lo que escribo se encargará de darme el calificativo que mejor le parezca. En seguida trataré de explicar mi proceso creativo: de pronto una palabra cae como una gota fría en mi mente, luego otra y otra más, hasta formar una lluvia; una tromba pues, truenos y rayos incluidos. ¿Me explico? ¿No? Bueno, este verso de Melbin Cervantes, tomado de su ópera prima Las huellas que dejó el silencio, servirá para esclarecer lo que intento expresar: “Un rayo se encarama en el horizonte para destellar y enciende este poema”. La poesía, ya lo saben, es la manifestación de la belleza por medio de la palabra. Con ella se expresan sentimientos, emociones y se busca que el lector las haga suyas. La poesía es aquella que te cala, que te remueve las fibras interiores, y te hace decir ¡Wow! Esto de verdad me llegó, es muy bello. La finalidad del poeta es transmitir lo que piensa y siente al momento de escribir, logra su delatripa 32
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cometido cuando se une con el lector a través de las emociones. Me pasa que a veces, muchas, no logró entender un poema, tampoco es que sea un literato. Pero sí, me topo con algún poema que parece encriptado, con alguno que hace preguntarme ¿qué pedo, esto de qué va?, o con otros a los que no les busco los pies ni la cabeza, es entonces que la voz de Adán Echeverría golpea en mis tímpanos diciendo “Cómo me arde el poema / que no es”. Sufro de verdad con ellos, y no es que no sean poemas, sino que debo prepararme más para este tipo de situaciones. ¿No les ha ocurrido? He leído un poema de Briceida Cuevas Cob, poeta maya de Campeche. Es de aquellos que al leerlo, la piel se te enchina, sientes que las palabras extienden sus manos para acariciar tu corazón. Lo confieso tengo el corazón de pollo; incluso me dejó con las lágrimas tocando a las puertas de mis ojos. Dicho poema viene en el libro El quejido del perro en su existencia, se los voy a compartir; esto para mí define lo que es poesía: “Perro que no abandonas a tu dueño / perro que no muerdes a tu señor, / perro que amas a tu amo: / dale prestada tu mano al hombre / para que también le escurra la baba, / moje la tierra, / y siembre, como tú, la comprensión de la existencia. / Dale prestados tus ojos al hombre / para que mire con tu tristeza. / Dale prestada tu lengua al hombre / para que la mueva y la mueva con tu alegría, / cuando le digan: KS, KS, KS; / para que la guarde entre sus pies con tu vergüenza, / cuando le digan: B´J, B´J, B´J. / Dale prestada tu nariz / para que husmee la bondad que solo existe en las manos de un niño. / En fin, / dale prestados tus colmillos / para que se muerda la conciencia.” Entonces díganme, ¿no es hermoso? Ahora bien, escribir poesía no es cosa fácil. No es solo tomar un papel, mirar a tu alrededor y escribir “El día es hermoso, el sol sonríe y se escucha el canto de los pajarillos en la copa de los árboles”. Una vez un poeta yucateco, me dijo algo así: “No me gustan los que dicen que miran a la luna para inspirarse. No, hay que leer a los poetas consagrados, si vas a escribir un poema sobre la muerte, debes saber cómo se ha escrito sobre la muerte. En este oficio hay que leer y leer y leer aunque se quemen tus pestañas”. Para escribir se desechan lágrimas, sudor, libretas rebosantes de poemas que no son poemas. Se debe dedicar tiempo a la escritura y al estudio de la misma. Se le debe amar, jugar, caminar, comer, platicar; pensar en ella, dormir con ella, hasta fornicar con ella, –avísenme si estoy exagerando. Y cuando la duda llega como un gusano devorador y te preguntas “¿Qué hago aquí, jugando al escritor…?”, y te dices “la poesía brinca entre mis dedos / como resultado de las imperfecciones / de no escribir nada…”, hasta el punto de escuchar “ese silencio de escribir, ya nada” (las anteriores son citas del libro Engranaje del poeta Jorge Yam), es cuando más se le deben echar los kilos y sacar el ¡Fuuuuaaaa! que se trae dentro. “A veces todo sale mal / hasta el poema”, apunta el padre Raul Lugo en su poemario Diagnóstico Po[e]sitivo. De las caídas se aprende, nadie ha llegado al éxito sin antes fracasar, ¿o sí? Y si acaso me preguntan cómo me veo en la poesía en uno, cinco o diez años, les respondo con esta frase tomada de ese libro lleno de emociones que es 29 de Ileana Garma –reconocida como una de las mejores representantes de la poesía yucateca–: “No pienso en el futuro. Espero, que dos o tres personas respiren y que aún sea posible escribir…”
El estudio de la poesía debe ir acompañado del disfrute de la misma, si tienes un libro de poemas del que quieras conversar, escríbeme augustoangel.uc@gmail.com
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Las series de televisión. Para nuestras abuelas las radionovelas, para nuestras madres las telenovelas y para nosotros las series. Democráticas e incluyentes, servidas por temporadas completas, disponibles para cuando se antoje. Para todos los gustos y edades, comedia, drama, acción, suspenso, mezcla de géneros. Las series de televisión con guiones bien elaborados y producciones que no escatiman cuentan historias que nos mantienen cautivos dentro de sus universos. ¿Se podría afirmar, como ya lo han hecho algunos escritores en entrevistas como Jorge Zepeda Patterson o Nic Pizzolatto, que las series de televisión son la nueva literatura? Destaquemos la narrativa de una serie de TV, la manera en la que nos cuentan las historias usando recursos como la analepsis o prolepsis, por citar algunas series: Perdidos (Lost), Cómo conocí a tu madre (How I met your mother), Amigos (Friends). La construcción redonda de los personajes, que los vuelven entrañables: Francis y Claire Underwood (House of Cards) causan odio por ser fríos y maquiavélicos, pero crean admiración por ser estrategas, Walter White (Breaking Bad), el antihéroe, que nos hace sentir empatía con lo que le acontece, pero con el paso de la historia lo vemos mutar para convertirse en alguien a quien ya no reconocemos. Vemos el desarrollo del guión en nuestras pantallas con el uso de las herramientas que el cine puede otorgar como la fotografía, vestuario, ambientación, música por lo que las series de televisión bien contadas se vuelven
esas historias que no queremos soltar, así como cuando leemos un buen libro. Dado el avance en las telecomunicaciones, la televisión de paga y la facilidad de acceso al servicio de internet, los contenidos llegan a muchas personas, el arte esparce sus semillas. Antes, pasar mucho tiempo viendo la televisión podría considerarse ocioso mientras que ahora puede ser el pretexto de reunión para grupos de gente afines para ver el capítulo de final de temporada o hacer maratones, análisis incluido, muy similar a lo que hacemos en un club de lectura. El mundo de las letras se va adaptando a los cambios permitiendo romper paradigmas, así vemos que un cantautor es galardonado con el Nobel de literatura; esto abre posibilidades, un guionista de cine o televisión pueda llegar a obtener ese distintivo. Creo que las series de televisión son herramientas excelentes de fomento a la lectura, tomando de ellas ejemplos para revisar, así como para encaminar a nuevos lectores. En su justa medida las letras son para leerse, pero celebro que los nuevos formatos permitan contar de manera diferente las historias. delatripa 32
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Dando vueltas con Silvia El reino del postestructuralismo. Jacques Derrida y su propuesta: la deconstrucción. Las épocas y movimientos artísticos cambian, tanto en su expresión, como en su análisis; no es la excepción de nuestro siglo XXI. Respecto a los estudios literarios nos encontramos en la época postestructural; la cual es también amplia en su variedad de elementos, uno de ellos es la ruptura de un estructura fija, el cual considera en sus fundamentos que un texto debería ser analizado por reglas específicas que los mismos académicos proponían, tenemos por ejemplo a uno de los máximos representantes de la semiótica, Fernand Saussure. La teoría de la deconstrucción literaria particularmente tiene muchas ramificaciones que le hacen ser una teoría compleja y relevante en nuestros días. Me refiero a que estamos en la época de la posmodernidad, o bien como dice Guilles Lipovestky en una época en la que: “la sociedad posmoderna no tiene ídolo ni tabú, ni tan sólo imagen gloriosa de sí misma, ningún proyecto histórico movilizador, estamos ya regidos por el vacío, un vacío que no comporta, sin embargo, ni tragedia ni apocalipsis” (Lipovestky, 2010: 9-10). Jacques Derrida fue el principal fundador de la teoría de la deconstrucción; el suponía que el estado físico y mental del humano occidental estaba destinado a pensar en un elemento central de trascendencia. Gran parte del análisis consistía en llegar a entender cómo operaba el “lugar central”. Entre los ejemplos de aquellos conceptos que ocupan el lugar central, se encuentran: ser, esencia, sustancia, verdad, hombre, Dios.
Es importante entender este factor “central”. La crítica que realiza no se trata de eliminar el concepto de “centro”, sino de manipularlo: “Todo lo que podemos hacer es negarnos a que uno u otro polo de un sistema (cuerpo/alma, bueno/malo, serio/no serio, etc.) se convierta en centro y garante de presencia” (Selden 2000: 104). La existencia de un centro exige una periferia; éste es el problema que plantea Derrida. Los centros marginan el borde. Se marca una diferencia entre la figura dominante y el Otro marginado. Esta división encaja adecuadamente en la teoría de la deconstrucción, ya que el pensamiento occidental está conformado por elementos centrales. Por mencionar un ejemplo: el cristianismo ha sido una de las figuras centrales más fuertes en la historia occidental, al estar operando en el centro, las otras religiones son periféricas y marginadas; pero también se puede decir que en otras culturas sucede de la misma manera el juego jerárquico. A todo esto se ha de considerar no sólo como popular o interesante la propuesta de Jacques Derrida sino nos encontramos en una interpretación distinta de la realidad. A este filósofo le precedieron otros teóricos Julia Kristeva, Jacques Lacan, Michel Foucault, Judith Butler; entre delatripa 32
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otros. Ellos no solo utilizaron la propuesta para referirse al estudio de la lingüística, no, sino que utilizaron el discurso como fundamentos para plantar ideología en su propia área de estudio. Es curioso hacer notar que el conocimiento tiene como un estilo de salto teórico, de un plano a otro. Pero es así como se formó el pensamiento deconstructivo dentro del movimiento postestructural, por lo cual le llamamos un “Reino del postestructuralismo”, estableciendo su propio reino éste se encuentra operando desde su creación hasta nuestros tiempos (aproximadamente 1960-2016). En la academia se considera la manera más actualizada de realizar análisis de textos literarios e ideológicos, expandiéndose cada vez más a otras disciplinas que existen en el área de Sociales y Humanidades. A partir de esta reflexión es menester dejar al lector unas preguntas para “resolver en la casa”. ¿Si la deconstrucción realizó en su tiempo una ruptura teórica, ahora que se ha vuelto de las más utilizadas, podemos decir que se está centralizando este mismo discurso teórico? ¿En realidad existe una libertad al elegir una postura de análisis? ¿O acaso estamos entrando al reino del postestructuralismo? Referencias: Lipovetsky, G. (2002). La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Editorial Anagrama. Selden, R. (2000). La teoría literaria contemporánea. Barcelona: Ariel, S. A.
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Demersales en A mayor. Escritores como puentes. Un puente es un vaso comunicante entre dos sitios, ya sean lugares de la memoria o del agua, ya sean costas, cañones o ambas orillas del cauce que separa tierra y tiempo. Jamás ningún ingeniero podrá diseñar un puente que se sostenga sobre un solo pie. De hacerlo, erigiría un obelisco, una torre, un objeto puntual que no se comunica más que consigo mismo. Un puente de hidrógeno, un puente ingenieril, sináptico, sintáctico o incluso un puente de gravedad deberá aferrarse a dos manos que lo sostengan sobre el vacío a riesgo de caer, y por medio de ellos, ambos sitios del mundo al que pertenecen intercambiarán movimiento, materia, lenguaje y sustancia. El pensamiento funciona de la misma manera. El conocimiento se formula y se crece a partir de conocimiento previo, es decir que, generamos relaciones entre conceptos antiguos y nuevos conceptos para anclarlos a la mente y aprehenderlos. De esta forma nos apropiamos de los objetos. Saint-Exupéry diría que domesticamos las cosas, las volvemos familiares y nuestras; nosotros, a su vez, de ellas. El grado de complejidad del pensamiento será dictado por el grado de complejidad de los puentes que lo comuniquen. Existen relaciones sencillas en estas palabras: “Quisiera un vaso de agua”, unidas por un modesto puente de vigas que se sostiene al término de cada categoría gramatical y, relaciones complejas entre las palabras de Gorostiza: “No obstante –Oh
Paradoja- constreñida / por el rigor del vaso que la aclara, / el agua toma forma.” Hablamos de poesía, un puente atirantado que comunica distancias irreconciliables por medio de intricadas estructuras reticuladas. Entre las palabras hay distancias menores: mesa, médula, ménsula y mayores: disparo, aguja, tromba. Así, un escritor o un poeta, deberá ser capaz de distribuir su peso para acercarlas gentilmente las unas a las otras y hacer de relaciones impensables, relaciones posibles. Escribir es traducir el mundo para apropiarnos de él. Traducir es crear un puente que se extiende cada vez más, para abarcar la totalidad del campo semántico del éter que separa los cuerpos que lo habitan. Uno de sus extremos se apoya en la realidad ajena a todo pensamiento antropogénico y el otro, en nosotros. Crear puentes, es construir canales de comunicación, unir estructuras y abrir paso a la complejidad del lenguaje que no es más que la complejidad de pensamiento. Álvaro García escribe: “Tocar un cuarzo ahumado, vítreo y negro, / como quien
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busca en su naturaleza indiferente / la reconciliación entre hombre y mundo. / Aprendemos a ser lo que ya somos, / y este trozo de piedra es un regreso.” Y con ello se apropia del mundo, aprehende la realidad con el hilo que ata todos los objetos que la conforman; la complejidad del universo que evoca, crea nuevos escenarios e imaginerías, por lo tanto, nuevas formas de entender y de conducir el pensamiento para responder. Aquí radica la ocupación y preocupación del escritor, quién, por medio de un lenguaje reinventado, como el de la música o las matemáticas, abre una brecha entre el vacío para comunicarnos con esa “otredad” de la que nos habla Machado. Hacer cognoscibles a los seres y las cosas, no es más que volverlas menos extrañas, menos hostiles. Habrá de ser la encomienda del escritor, la de descubrir esas otras posibilidades e invitarnos a la conciliación entre nuestra vulnerabilidad y el poderío de los titanes. Regreso: el escritor interioriza partículas sencillas de lenguaje: piedra, hombre, mundo; decodifica su significado y lo vuelve a codificar en una composición de mayor complejidad. Cuanto mayor sea la complejidad de pensamiento, mayores serán sus posibles formas de re-expresión. Por expresión entiendo, todo aquello que el humano sea capaz de crear, desde un poema hasta un colisionador de partículas, todas ellas son respuestas. Márquez escribe que “La luz es como el agua”, yo escribo que el lenguaje es como la luz: materia y energía, partícula y onda. Crea, por sí mismo, un medio de dispersión y echa a andar. El escritor será quien modele esta suerte de luz para erigir los puentes que nos llevarán, no al otro lado del río, sino al otro lado del espejo.
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Mi punto de risa. Aprender a leer. La culpa fue de mi madre. Sí, su culpa, nada la justifica más que sus ganas de presumir con la familia y amigos que sus hijos son “muy inteligentes”. Por esa culpa es que aprendí a leer antes de los cuatro años. Leíste bien, a los cuatro años ya sabía leer y es la edad en la que entré a estudiar la primaria. En México, la edad reglamentaria para empezar la educación primaria es de seis años cumplidos. El proceso de aprendizaje fue sencillo, todas las paredes de la casa estaban tapizadas con carteles que contenían sílabas en todas las combinaciones de una consonante y las vocales. Cada paso que daba por la casa estaba escoltado por sílabas y mi madre se encargaba de hacerme identificar y repetir cada una sin que tuviera escapatoria. Claro, tampoco es que hubiera mucho por hacer en una casa enclavada en la zona pantanosa del Estado de Tabasco, donde el patio de juegos era un río que en la temporada de lluvias se invitaba solito a pasar por las casas como un miembro más de la familia. Recuerdo las tardes de juego en los árboles a la orilla del río; recuerdo las raíces del sauce donde nos poníamos a pescar mojarras y el “biche” que siempre nos regalaba sus frutos dulces; esas tardes de juegos que se veían interrumpidas justo cuando la luz natural ya no era suficiente y los aullidos de los monos al otro lado del río se hacían más fuertes.
Desde los cuatro años, regresando al tema de la lectura, comencé a leer los clásicos cuentos para niños, de los que recuerdo el de Pulgarcito y Los viajes de Gulliver, aunque, este último quizá no sea para tan niños. De ahí, quizá en este experimento de mis padres, lo que más recuerdo haber leído son las enciclopedias de la casa como las famosas Salvat, la Larousse y la de Historia Natural. Aun no entiendo por qué poner a un niño a leer enciclopedias y no cuentos. Bueno, también leí una colección de historias llamada El Libro de Oro de los Niños (¿fue de Editorial Bruguera?), de la que únicamente recuerdo que la moneda común era la Libra. Mi primer libro fue un regalo de mi padre y se llamaba “Curiosidades Matemáticas”, me lo regaló cuando tenía diez años y también ese fue un parteaguas en mi vida, ahora soy profesor de Matemáticas. Esto me hace reforzar esa idea de que los hijos son experimentos macabros de los padres y terminan siendo y haciendo lo que ellos desean, aún sin que sea una orden explícita. Por lo que haya sido, ahora soy Profesor de Matemáticas. Otras lecturas importantes en mi vida fue la revista Selecciones del Reader's Digest, a la que delatripa 32
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teníamos suscripción y a la que accedíamos todos los miembros de la familia. Desde luego que algunos artículos estuvieron lejos de mi entendimiento hasta pasados varios años, pero me divertía mucho con las secciones “La risa, remedio infalible” y “Enriquezca su vocabulario”. Desde ese entonces he leído infinidad de libros, prefiriendo la poesía pero sin dejar de disfrutar de un buen cuento o novela. Y vaya que soy lector, que hasta los folletos de ofertas, las recetas de cocina, los instructivos de uso, periódicos viejos, todo lo que caiga en mis manos es devorado por mis ojos. Incluso, pero no le digas a nadie, los periódicos viejos que suelen poner en los pisos de los baños.
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La Niña TodoMePasa dice: Guillermo Samperio: correspondencia inesperada. Conocí a Guillermo Samperio de forma aleatoria, por Facebook, en esa época en que todo el mundo tenía agregado a todo el mundo por culpa de un jueguito llamado Mafia Wars (la pregunta clásica era: "¿Te tengo en mi mafia?"). En esa cuenta que borré luego de mi última y afortunada ruptura amorosa tuve aproximadamente 3 mil 900 contactos. Hoy día aprecio más la privacidad social. Fue el viernes 04 de junio de 2010, a las 4:20 de la tarde, que escribí en mi muro un brevísimo texto poético dedicado a mi crush, a mi no tan platónico amor (que, por supuesto, era alguien distinto a esa penúltima pareja oficial que tanto presumí en las publicaciones perdidas de mi blog, mismo que en 2017 cumple ya 10 años en línea): Soñé contigo. Prohibido distraerse, jamás enamorarse... Pero te soñé. Decías "te quiero" antes de despedirnos. Volví a soñarte después. Tus labios exploraban los míos. ¿Quién besó a quién? Hoy decidí no dormir: prefiero pensarte. Descansa. Que pases buenas noches.
Cuál no fue mi sorpresa cuando casi dos horas después, a las 6:03 de la tarde, Guillermo Samperio (de cuyas letras me ena-moré con sus "Zapatos de tacón púrpuras", cuento publicado en Fantasiofrenia II, Antología del cuento dañado, libro en que publiqué por primera vez 'en papel') me contestó con un comentario desde su cuenta Samperio G Guillermo: También te he soñado. Vienes de una calle ocre entre tarde y noche. Qué bueno que llegaste, digo. A dos pasos de mí, te disuelves y mi brazo se queda extendido. Otra vez, me asomo a la ventana de mi casa. Estás allí, tú alargas un brazo en la banqueta de la tarde. Entras al edificio, escucho el taconeo, pero no estás y... tu taconeo sigue hacia los otros pisos: se pierden en la azotea. Eso también es jamás enamorarse. Acordamos en el nombre "Ensoñaciones" para nuestro intercambio epistolar, mismo que publiqué en mi blog. Después me enteré de que mi not-so-platonic también tenía pretensiones de ser escritor y que conocía a Samperio en persona, que había tomado talleres con él. Me lo recomendó mucho. También me prestó el libro de Ventriloquía inalámbrica, que me encantó, aunque este hombre (un niñote delatripa 32
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que presumía "de cierta edad", como decía él) se enojó porque según le maltraté esa primera e inconseguible edición. Lloré tanto con la "Advertencia sobre nada" que le escribí a Guillermo para que me permitiera publicar un fragmento en mi página web. Un día fui al taller en la casa de Guillermo Samperio. Sólo un día. La pasé bien, era una persona muy agradable. No pude regresar por mi horario de trabajo, y al poco tiempo rompí con quien era mi dizque pareja. Al día siguiente de esa afortunada ruptura recibí un comentario de mi hoy esposo en el blog, y a las tres semanas vine a León, Guanajuato, sin saber que ya no me iría. Es terrible leer en el periódico en que laboras que murió alguien a quien conociste casi por error, por casualidades literarias y tecnológicas que no se repitieron. Descanse en paz.
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Incipit. Una libreta y otras tantas. Necesitamos desesperadamente que nos cuenten historias. Tanto como el comer, porque nos ayudan a organizar la realidad e iluminan el caos de nuestras vidas. Paul Auster
Algunas bodas o matrimonios traen una fecha de caducidad, la de mis padres expiró muy pronto. Y como en la mayoría de los casos los hijos resultantes de esa bella unión amorosa suelen partir del lado de la madre. Así que de lo que ahora laman Ciudad de México fui llevada al puerto de Acapulco, de momento pensé que sería lo más divertido; todos los días iría a la playa, comería pescado frito y jugaría con mi Barbie hawaiana. Nueve años y comprendí de inmediato que eso no iba a resultar así. Conocí un Acapulco diferente, calles empinadas, escuelas sin ventanas (para que tuvieran ventilación) personas que salían por las tardes a sentarse afuera de sus casa en esos sillones tejidos y que se echaban aire con una toallita que también servía para limpiar el sudor. Agua fría para bañarse, chilate en vasos licuaderos y muy pocos días para ir a zambullirme a esas aguas azules que de lejos parecía una alfombra mágica que se movía. Llegamos a vivir a casa de una tía que nos prestó un cuarto y ahí, mi madre, mi abuela y mis tres hermanos pasamos nuestros primeros años en el famoso puerto. Debajo de una de las camas (eran dos matrimoniales muy juntitas) tenía una caja donde guardaba una libreta que había comprado afuera de la escuela primaria Melchor Ocampo, con el dinero ahorrado de varias semanas. No era una libreta profesional, más bien, era una libreta de tamaño francés que tenía en su pasta un paisaje de montañas. Ahí comencé a escribir, creo que con el ánimo de decir cosas que no podía reclamarle a mi papá o a
mi mamá. Inventaba otros nombres porque me daba miedo que alguien leyera e imaginara que era una niña mal agradecida. Recuerdo que poco nos leía el maestro Jaime pero sí le gustaba que leyéramos nuestro libro de lecturas. Ahí supe de Macondo, de La Feria, de Cervantes y del Mío Cid. Me gustaba imaginar a qué se parecían las palabras y me preguntaba quién las había bautizado o cómo habían nacido. No tenía libros, sólo mis libros de lecturas de 5° y 6° grado que aún están aquí en mi biblioteca. Cuando leía Balada del Silencio Temeroso me gustaba cómo se oía en voz alta Se calla el río. Se calla el cielo. Y el benteveo se calla. Y el loro verde se calla. Y el sol, arriba, se calla. … Se calla hasta la paloma, Que nunca jamás se calla. Y el hombre, siempre callado, Entonces, de miedo habla. Y me gustaba repetirla varias veces, sentía una musiquita que nadie escuchaba. Blanca loca me gritaban las niñas del callejón, pero no importaba,
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seguía repitiéndola a veces en la cabeza cuando iba por mi hermano Manuel al Kínder que estaba por la barranca. Escribía y fechaba, no quería olvidar detalle de nada. Así que contaba cómo había ido peinada Maricarmen, a qué sabían las enchiladas del recreo y hasta cuando me empiojé porque las niñas de la escolta nos peinábamos con el mismo cepillo las seis. Nunca imaginé que los nombres en negrita de mis libros eran de autores que años más tarde acompañarían mi vida. Escribía para defender mi soledad como decía María Zambrano. No sé si a ustedes les ha pasado pero yo estaba rodeada de mucha gente y al mismo tiempo me sentía sola, pero no triste. Me gustaba estar conmigo, observando. Veía los ojos tristes de mi madre tras la máquina de coser y su voz cantando melodías que ella misma componía y de rato en rato se levantaba a bailar en ese pequeño espacio para alegrarnos. Las manos arrugaditas de mi abuela juntando unos pesos que guardaba en un carnet del Banco Serfin que tenía una aguilota que parecía buena persona. Luego agarraba mi pluma Bic azul y escribía, con una letra feíta pero legible. Recuerdo que escribía una especie de historietas muy al estilo de Lágrimas y Risas con unos dibujitos de palitos. Perdí mi cajón cuando nos cambiamos de casa, llegaron otras tantas libretas y también nuevas emociones; el amor entraba por mis ojos y pensaba que ese niño que se sentaba delante de mí en algún momento voltearía a verme y entonces yo le daría uno de mis poemas y ¡zas!, se enamoraría de mí. En mi cabeza repetía Poesía, poesía eres tú y nada. No fue así. Seguí escribiendo ya no siempre en libretas, luego en máquina de escribir, luego ordenadores y ahora internet. Pero confieso que sigo siendo amante de las libretas. Grandotas, pequeñas, con pasta dura, con espiral, con separadores y de muchos colores. Ahí escribo y reescribo, me han dicho que es doble trabajo, no importa, creo que ahí está el placer. Simone de Beauvoir dijo que escribir era un oficio que se aprende escribiendo, así que todos los días escribo y cada día voy aprendiendo más y más cosas. No creo que haya inspiración en el escritor, creo sí, que existe disciplina y muchas, muchas lecturas detrás de ello, esto ya lo han dicho escritores renombrados, así que uno juzga sus propios textos y encuentra errores que procura enmendar. Sí, soy escritora, y confieso que me gusta la palabra escritora porque no te limita a un espacio de género o no te encasilla en grupos. Siento la palabra como una pieza de artesano, que se va moldeando según los humores y realidades de quien escribe. En investigación he trabajado, sí hay o no sexo o género en la escritura, y voy descubriendo cosas nuevas, así que no doy nada por concluido. Asumo mi compromiso como escritora porque veo y entiendo mi realidad a través del pensamiento complejo que me hace escuchar, ver, sentir, gustar, tocar otras realidades en la realidad; porque creo que hay un compromiso social al plasmar ideas, y no estoy hablando de escribir panfletos o alabanza a uno u otro sistema, más bien el compromiso social conmigo, con mi proceso axiológico que no se ve arrebatado por politiquerías o grupos de poder en las letras (porque aunque uno no lo crea, ahí se ciernen grandes batallas para ser el gran escritor o el mejor vendido). Asumo que soy escritora porque me hablo a mí y a otros que en estos tiempos de carencia lectora aún se detienen para leerme. Itasavi1@hotmail.com Facebook: Blanca Vázquez Twitter: @Blancartume Instagram: itasavi68
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Desvaríos de la freaky neurosis. En retrospectiva. Diciembre es un mes lleno de festividades, para algunos son fechas de alegría y para otros, no tanto. Es el último mes del año, en el cual reflexionamos sobre nuestros logros, fracasos, objetivos y metas cumplidas o sin cumplir. Es incluso el momento que muchos aprovechan para replantearse nuevos horizontes. Y aunque pretendamos escapar de las ideas preconcebidas con respecto a estas fechas, a veces resulta imposible. Todo esto me lleva a regresar en el tiempo, recordando este año y los anteriores. De mis anhelos infantiles por convertirme en escritora, y en lo que, después de muchos años, me he convertido. Mi madre me enseñó a leer a los cuatro años, a los cinco ingresé a la primaria. Siempre me gustó leer y tuve una marcada influencia de mi padre, que aunque jamás terminó una licenciatura, era un apasionado de los libros y tenía una enorme biblioteca, a la par de una colección inmensa de discos y casetes. Recuerdo que mi padre nos compraba muchas historietas, sobre todo, una de cuentos clásicos infantiles, que amaba leer y los cuales, mi hermana mayor administraba. También teníamos un libro de Hans Cristian Andersen y de vez en cuando, mi padre nos obsequiaba libros de cuentos ilustrados. En la biblioteca familiar, había un libro sobre mitología griega y también uno llamado “Historias clásicas para niños”, los cuales eran dos volúmenes llenos de cuentos y poemas como fragmentos del Mío Cid, así como leyendas orientales. Pasaba horas leyendo esos libros.
A los seis años, ya iba en segundo grado y mi maestra le pidió a mi madre inscribirme a un concurso donde debíamos contar un cuento, ahí obtuve el tercer lugar. Quizá fue esta experiencia, determinante en mi vida, porque a los ocho años, decidí convertirme en escritora. A mi padre le gustaba mucho leer sobre medicina y esoterismo. En casa había un libro titulado “Ciencias ocultas” que trataba sobre astrología, quiromancia y demás. Este ejemplar, me causaba cierto temor, pero también me gustaba leerlo. Los temas sobrenaturales siempre me han atraído. Por otro lado, había un libro llamado “El gran libro de lo asombroso e inaudito”, que hablaba sobre misterios de la naturaleza, criaturas mitológicas, rarezas de la humanidad, civilizaciones perdidas y curiosidades de la historia. Fue este libro, el cual ejerció una enorme influencia en mí, pues ahí leí por primera vez acerca de la plaga de la peste bubónica, Jack el destripador y Edgar Allan Poe, a quien llamaban “el novelista asesino”. Así que, a los ocho años, además de descubrir mi vocación, también me obsesioné con delatripa 32
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la peste bubónica (comencé a investigar sobre esta enfermedad desde los ocho hasta los diez años) y germinó en mí la semilla de leer en algún momento a Poe. A los once años, conseguí el libro de “Narraciones Extraordinarias” en la Biblioteca central “Manuel Cepeda Peraza” y fue éste, el primer libro, sin ilustraciones, que leí completo. He de decir, que desde aquel momento, soy gran admiradora del escritor. Es el único libro que he leído varias veces, a lo largo de toda mi vida, y que sigue sorprendiéndome como el primer día. Conforme fue avanzando mi adolescencia y después, en la edad adulta, fui adquiriendo mis propios libros, prefiriendo a los autores cuyos relatos había leído en historietas, o tenía alguna referencia de ellos en la infancia, como Oscar Wilde, Charles Dickens, Alejandro Dumas, Robert Louis Stevenson, Bram Stoker, Franz Kafka, Aldous Huxley, Julio Cortázar, Federico Gamboa. De vez en cuando (durante la adolescencia), descubría autores de los cuales nunca había escuchado, pero cuyas obras me parecían atractivas y así conocí a Quiroga, Lovecraft, James Joyce, Henry James, entre otros. Por alguna razón, siempre tuve la idea de que un escritor únicamente lograba la fama después de la muerte, y que tampoco era una actividad bien remunerada. Por ello, a pesar de mis anhelos infantiles, pensaba que debía primero, estudiar una profesión de la cual sí pudiera obtener un salario que cubriera mis necesidades básicas. Cuando llegó el momento de elegir una licenciatura, opté por la nutrición, pues fue la que más me atrajo. He ejercido como nutrióloga alrededor de quince años; pero lo cierto, es que mis anhelos de escribir jamás me abandonaron. Al terminar la licenciatura, intenté tres veces convertirme en escritora (en 2001, 2004 y 2011). Sin embargo, jamás pude concretar algo, hasta ahora. En 2015 me inscribí a la Red de Educación Artística en Línea del Instituto de Cultura de Yucatán (Redalicy), en enero del 2016 inicié como columnista en “delatripa” y lo que me depare el futuro sólo dependerá de mí. He cumplido casi un año como columnista, de lo cual me siento muy satisfecha. Este ha sido el paso más grande que he dado en toda mi vida. Suelo pensar en el tiempo perdido. Sin embargo, creo que cada persona tiene momentos en la vida donde debe tomarse pausas, replantearse metas, construir nuevos caminos. No solamente cuando un año termina. A fin de cuentas, vivimos rodeados de ciclos. Días, horas, meses. He dado ya el primer paso y aún pienso que el título de escritora me queda muy grande. No por ello pienso claudicar, me ha tomado bastante tiempo llegar hasta aquí. Y aunque me tarde otros treinta y siete años más, lo seguiré intentando.
Si tienes comentarios, escríbeme: evieangelist@hotmail.com
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Nos vemos en el slam. ¿Y el encuentro?
El año termina. En el transcurso del 2016 en Yucatán se realizaron actividades casi de todo tipo de arte. Museos y galerías presentaron una diversidad de exposiciones, el movimiento musical local cada fin de semana, y en ocasiones desde los jueves, sonó en diferentes ritmos, la producción cinematográfica de la entidad siguió sus pasos hacia la consolidación, las Noches Blancas dieron la vida artística al centro histórico que debe tener todos los días y la Feria Internacional de la Lectura y el Festival Internacional de la Cultura Maya continuaron su búsqueda en ser un evento de costumbre en la sociedad yucateca. Pero entre todo esto, no hubo la iniciativa por parte de escritores de organizar un encuentro entre colegas. Tal parece que 2015, cuando en la entidad se celebraron tres encuentros, uno organizado por integrantes de la editorial “Dos Puntos” (Coatzacoalcos, Veracruz) y la “Catarsis Literaria el Drenaje”, otro por la Red Literaria del Sureste y uno más por el Centro Yucateco de Escritores, es un año que dejó de ser parteaguas en el movimiento local de las letras y pasó a ser otro del montón. Hasta me atrevo a decir que ante la organización del primero de estos eventos, conocido como Encuentro Intergaláctico de Escritores Independientes con Arena en la Laringe (quinta edición para ser preciso) que reunió a creadores de todas las regiones del país, motivó para la realización de los otros dos. Si no
es verdad, si creen necesario debatirme esta idea y hasta obligarme a retractarme, primero respondan por qué no siguieron con las siguientes ediciones u otras ideas con espíritu de encuentro. Quizás en mismo pecado caiga la Catarsis o no. Recuerden, este es un colectivo que se caracteriza por hacer una actividad diferente a la anterior, este año fue la antología Karst, el próximo sorprende con otro proyecto totalmente diferente. En cambio, los otros dos grupos, la Red y el Centro, independientemente de su rivalidad como si fueran partidos políticos, pues ambos grupos dicen representar lo principal de la literatura yucateca, pero de ser parte del programa de la Filey no pasan como organizaciones, aunque no se puede negar que algunos de sus integrantes hicieron actividades por su cuenta o participaron en otras. Y no vengan a decir que las lecturas, las cuales no faltaron este año, son como un breve encuentro o algo parecido. Son simples eventos en lo que presentaron lo creado y ya. Para que sea encuentro tiene que haber lecturas y presentaciones de libros, de entrada, mesas paneles y por supuesto, el intensivo diálogo que se da entre las chevas. Un evento concurrido que también propicie el nacimiento de nuevos proyectos que den vida a la literatura. delatripa 32
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Yucatán es una tierra de manifestaciones artísticas en potencia y consolidadas. Lo vuelvo a repetir: no puede estar sin un encuentro de escritores que se caracterice por ser de aquí, una fiesta efectuada año con año. Donde escritores locales se impongan como meros protagonistas y los invitados se interesen en regresar. Ya viene el día del escritor, ojala en las mesas de los desayunos, las entregas de premios, las lecturas por motivo de la efeméride exista una plática deseosa de reunir escritores en una gran fiesta que se consolide en una eternidad de ediciones.
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