NĂşmero 33. Enero 2017.
Revista
No. 33. Enero 2017. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje. Editado en Ensenada, Baja California. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeolobos@yahoo.com.mx / Consejo Editorial: Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Roberto Cardozo, Mario Pineda Quintal y Anel Mora. Albricias, cierra librería. Uriel Martínez.
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María Nieto.
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La horma de los zapatos. El ataúd del león. Sofía Garduño.
Contenido
Mónica Piñón
Jéssica de la Portilla Montaño de Juárez
Los compadres. David Salazar
Juan Torres Velázquez Despido, David Salazar Desconcierto. Paty Rubio 36 Expediente 20/22/XII/15 Ma. Teresa Figueroa Damián
Personaje.
Blanca Vázquez Judith Almonte Reyes
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Silvia Polanco Euán
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Roberto Cardozo 101
Rosario Lizama 42 Identidad y feminismo en la escritura de mujeres del Siglo XX Adriana Azucena Rodríguez 44 Incomodantes conjeturas estelares. Jorge Eduardo Núñez 56 Anel Mora
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Uriel Martínez
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Paty Rubio
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Paty Rubio
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Daniel Zetina
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Contrasentido. El final.
De cómo fluye el deseo. Oralia Ramírez Cruz
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Addy Castillo Espínola
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¡Y usted por qué desea ser pediatra!
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La memoria del pájaro.
María Jesús Méndez
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Dos narraciones.
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Sueños rotos.
Cervatillo.
José Trinidad Aranda Aranda Ángel Augusto Uicab
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Trans.
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Yahaltún, pueblo de muertos.
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Un trompo de aire
Los cajeros.
Juan Machín
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Ojos de águila.
La vida en prosa.
Adendas al Manual de las buenas costumbres, de Carreño 79 Cristina Leirana ¿Sabes qué es un nanosegundo?
Capítulo piloto.
Dando vueltas con Silvia. Demersales en A mayor.
Sofía Garduño Buentello 99
Mi punto de risa.
La Niña TodoMePasa dice:
Jéssica de la Portulla Montaño
Incipit.
Blanca Vázquez
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Desvaríos de la freaky neurosis.
Gema E. Cerón Bracamonte
Nos vemos en el slam.
Mario E. Pineda Quintal
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Albricias, cierra librería. Cuando estaba por concretarse el proyecto de la librería "La Azotea", se me grabó lo dicho por un editor que fue de los primeros en escuchar la buena nueva, ¿Es el mejor momento para abrirla?, supuse que nunca llegaría el momento ideal para echar a andar un proyecto independiente; y menos en un país sin lectores. Así que la abrí con la intención de amarrar contratos con proveedores que desconfían de ambulantes, manteros, pregoneros y otros. La idea original era abarcar, además de la distribución de libros no comerciales, música ajena al canon impuesto por los medios y películas de cine de autor, con la desventaja de que sólo obtenía un 10 por ciento de descuento en ambos géneros: CD y DVD. Pronto me percaté que era un error no especializarme en la venta de libros de texto, de autoayuda, de best-sellers, de metafísica, de yoga, de meditación, de aromaterapia, flores de Bach y de leyendas de Dogville. Pero el terco no quería repetir catálogos del librero-empresario; y siguió montado en su pegaso.
2.
Me bastaba saber que aunque ya fallecido, contaba con la simpatía del narrador amigo Severino Salazar, de quien no se distribuían sus libros en el primer cuadro de la aldea. Así que me entregué a vestir el espacio en alquiler, aquel mes de agosto del año 2007. Aquí sendos grabados de Oliverio Hinojosa y Manuel Felguérez, allá dos fotos enmarcadas, tiestos con tierra negra, carteles del pintor Rufino Tamayo, Museo del Estanquillo, películas acerca del asesino de John Lennon. En
Uriel Martínez
suma, un espacio espiritual según la observación de un amigo, Tapia. Me senté a esperar clientes y a leer, a explorar la internet donde abrí dos blogs de literatura. Tarde o temprano me percaté que daba lo mismo abrir a las diez o a las 13 horas, de todos modos llegaban: 1) aquellos que solicitaban apoyo para reliquias, una intervención quirúrgica delicada, un sepelio de un familiar o la oferta de un plan funerario de usted y los suyos, un contrato de equis cablera; y 2) aquellos que habían heredado una biblioteca del abuelo y les urgía deshacerse de los libros estorbosos y pesados y pedían a gritos que les comprara la herencia jamás deseda. "Pero La Azotea no es librería de viejo", me defendía. Así pasó una década, sin percatarme de la necesidad de renovarse o morir, de reinventar el negocio o de cerrar, llanamente.
3.
Las primeras rupturas se dieron con los proveedores de música y cine. Sucedió que en una feria del libro del pueblo en el espacio de la instancia cultural del gobierno (IZC), vi que ofertaban cintas del catálogo de uno de mis proveedores, a un precio inferior al mío. Llamé. Me explicaron que a raíz de un convenio ─no comunicado con La Azotea─ se acordó el envío de una dotación absoluta del catálogo. Me despedí con una mentada de madre a los de la distribuidora Zafra. Algo semejante sucedió con Zima, distribuidora que inundó las cadenas de supermercados con sus títulos; y después con una
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microempresa de Colombia. Me concreté a la venta de libros. Los stocks se reducían y, por ende, la gama clientelar.
4. Desde antes de instalar la librería hubo aquellos que deseaban sofocar cualquier iniciativa propia. Mientras distribuía una revista editada en la ciudad de México, "Equis", quisieron arrebatarme la representación: con una llamada, que fue grabada y que luego escuché, denunciaron que la venta de suscripciones y al menudeo tenían un costo más alto. Posteriormente, ya instalada La Azotea, negociaron con Pentagrama la presentación de novedades musicales y videos en una librería del centro histórico. Me valió madres el ensayo de boicot y proseguí mi trabajo independiente, hasta el distanciamiento definitivo con la productora, quien ya había perdido con la separación del cantante Óscar Chávez del catálogo. 5. El año 2016 fue fatal: dispuse de mis ahorros para la vejez hasta quemar las naves. No fue la primera y espero no sea la última, ya en la Comarca Lagunera ─Coahuila y Durango─, había vivido una racha parecida. Viví años y meses al día. ¿Qué más da? La Azotea, libros de altura, se metamorfosea: y ya es virtual.
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La horma de los zapatos. La historia de sus pies era como la historia de su vida, siempre metida en la misma horma. Esa era la reflexión de Elena mientras miraba esos zapatos en el aparador de una elegante zapatería. Los viernes los compañeros acostumbraban jugar boliche y después tomar una copa. Algunas veces Elena los acompañó, pero le desagradaba tener que usar zapatos alquilados para jugar, además al salir no faltaba quien se quería pasar de listo creyendo que llevarla a casa era un pase directo a la cama. Amigas, sólo unas cuantas pero se habían casado. Las veía en los cumpleaños y no había manera de platicar cosas que no fueran pañales, escuela y los amiguitos de los niños. Las reuniones transcurrían entre gritos, llantos y demandas. Las constantes interrupciones convertían cada conversación en un diálogo entrecortado y tartamudo, como telegráfico. Así que los viernes fueron para Elena días de hacer el trayecto a casa caminando, mirar aparadores mientras tomaba café de maquinita y ver una comedia romántica tendida en la cama , acompañada de palomitas. Pero ese viernes la calle estaba acordonada, policías por todas partes y el tráfico parado. Elena tuvo que rodear por calles aledañas. Al doblar en una esquina se encontró con una plaza llena de tiendas y cafés. Era un lugar concurrido, lleno de vida y aislado del ruido de los autos, lo único que se escuchaba era el barullo de la gente charlando. Elena se detuvo frente a un aparador de zapatos; había caminado por más tiempo de lo acostumbrado y cada paso le parecía una eternidad. Aparte del dolor insoportable en los pies, le pareció buena idea sentarse en uno de esos cafés con mesas en la banqueta, adornado con lucecitas navideñas. Después de dar unos tragos al café, muy discreta tomó unas servilletas, las dobló en cuadrito y se las puso dentro de los zapatos para aliviar un poco el roce que le impedía dar un paso más. Centró su atención en los zapatos de la gente sentada a su alrededor y en los que pasaban por la
María Nieto.
calle empedrada. Se miró los pies, le dio el último trago a su café y pidió la cuenta. Se dirigió a la zapatería, miró el aparador, entró y pidió los zapatos cafés con el detalle del holán al frente. Lo pensó mucho, caminaba de un lado para otro con los zapatos puestos, los miraba a través del espejo, eran como guantes en sus pies. Se quitó el zapato del pie izquierdo y lo tomó con sus dos manos como si fuera un objeto precioso. Luego, de lado y por arriba de su hombro miró su pie y movió sus dedos como abanico; un callo en el dedo pequeño y la ampolla en el talón. Miró del otro lado y ahí estaban, calladitos, uno juntito al otro sus dos viejos zapatos. A su lado había una señora muy bien vestida con una niña que no dejaba de brincar en los sillones y correr por todos lados. Traía varias bolsas de distintas tiendas, seis o siete. Había sido día de compras. La señora se decidió por unos botines y ante la impaciencia de su hija se apresuró a realizar el pago, regresó, tomó sus muchas bolsas y se fue caminando mientras la niña brincando le pedía alguna cosa. Elena no le quitó los ojos de encima hasta que salió de la tienda. Al volver la atención a sus pies pensó que comprar esos zapatos de marca española, equivalía a gastar la mitad de su aguinaldo y tendría que comprar una bolsa nueva y una falda, nuevos pantalones y nuevos sacos; tendría que comprar por lo menos un par de zapatos más y unas de botas, porque no todos los días llevaría los mismos zapatos a la oficina. Luego, para combinar con las botas necesitaría un abrigo en color gris y uno negro. Muchas blusas, una de ellas con holanes para que combinara con el pequeño holán que los zapatos tenían al frente. Se quitó el otro zapato, lo acarició y lo dejó junto al par dentro de la caja. ¿Se los va a llevar o le busco otros? preguntó la empleada de la tienda. Sí, me llevaré estos y esas botas negras, pero en otra ocasión contestó Elena. Sorprendida y un poco molesta por la respuesta, la empleada tomó la caja junto con las otras cajas de zapatos que se había probado la señora, las acomodó apiladas en un brazo y las sujetó con el otro. Las cajas le cubrían la cara,
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parecía que iba hacer malabares, pero al caminar se notaba que tenía oficio. Elena la siguió con la mirada como si en esas cajas se llevara la última ilusión de su vida. Cuando se inclinó resignada sobre sus pies para ponerse sus viejos zapatos vio una cartera de piel color vino en el asiento donde estaba la señora de los botines. Se le volteó el estómago y quedó inmóvil. Miró a la empleada que regresaba con mala cara. Dudando tomó la cartera y salió buscando a la señora, pero se había ido. Por la noche regresó a su casa con los zapatos en la mano. Se sentó en la mesa y abrió su bolsa, sacó la cartera de piel color vino, la puso en el centro de la mesa como si fuera un florero y al mirarla recordó a la señora saliendo de la zapatería muy distinguida con su montón de bolsas. Elena era secretaría y escribía en letra cursiva y en ocasiones su jefe le pedía que firmara por él.
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No le fue difícil falsificar una firma. Un par de zapatos y unas botas no harían la diferencia en esa cartera, sería como un préstamo y después la devolvería por paquetería. Decidida tomó la cartera con las manos temblorosas. Al abrirla encontró un pase anual para Six flags, incontables tickets de compra, billetitos de juguete, etiquetas de ropa y una carta con la lista de juguetes para santa. Esa noche, Elena se soñó con los zapatos cafés y una blusa de holanes que combinaba con el delicado holán de los zapatos. Caminaba por la misma calle de tiendas y cafés con mesas en las aceras, macetas en los barandales y florecitas en las mesas.
El ataúd del león.
Sofía Garduño
El miedo es una palabra enorme y es, además, el ataúd que encierra al león. No sabía cuántos días transcurrieron desde la última vez que había salido de su casa. Por debajo de la puerta se colaba un hilillo de luz y los recibos del agua, pero ni el sonido, ni una mota de polvo lograban su escape. Nada salía de la casa del número 468 de la calle del Quilotoa. A aquella mujer se le caía la carne del cuerpo a pedazos al tiempo que goteaba el grifo de la cocina. Los gatos devoraban los cúmulos de piel a su paso y volvían a los escondrijos una vez que el piso quedaba relamido. La soledad y el silencio iban posándose de a poco sobre la porcelana y los libros. Lea cerró la tienda más temprano de lo normal. Su marido dormía plácidamente sobre la cama la siesta de la tarde. Tenía la bragueta desabrochada y había dejado los calcetines tirados sobre el piso como de costumbre. Se quedó mirándolo largo y tendido aprovechando que no hablaba y que podía contemplarlo a sus anchas sin incomodarlo. ¿Qué es eso, una sonrisa? Se pregunta Lea mientras se sienta lentamente en la otra orilla del colchón. Se recuesta sobre su pecho. Hay un pequeño latir de presa bajo su camisa de trabajo. Entonces, lo huele, y se le inyectan las venas con el color negro. El olor está en todas partes, se levanta, lo mira nuevamente. La misma sonrisa y el mismo amor palpitante se le ve debajo de la ropa. Se acerca a la bragueta abierta, de ella se desprende un olor aún más intenso. Y ella no quiere hacer más que aventarse por la ventana y que se le quiebre el cuello al contacto con el pavimento. Todos los imaginarios, las suposiciones, las pesadillas todas, toman forma y cobran vida. La enfrentan y por fin, abren las fauces para devorarla de una vez por todas. Todo tiembla, la habitación, la luz, el tiempo, las manos; sobre todo las manos que ahora tienen garras, carne en las garras, sangre en la carne. Su marido no volverá a poner un pie fuera de casa. El león ha salido del ataúd y se ha apoderado del lugar.
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Ojos de águila. ¡Gran alboroto se ha armado ésta noche en casa de la abuela! Los niños no han parado de burlarse de Esteban porque lo han visto hablar con Lucy, la perrita de la casa. Le han dicho un montón de cosas, creen que está tonto, que es un bobo, un lelo o ignorante, que a lo mejor está un poquito loco. Lo cierto es que Esteban es más bien tierno y tiene un cariño especial por los animales, lo sé muy bien; él mismo me ha dicho que ha esperado toda la semana para venir al rancho y ver a Lucy y a los otros perros, montar los caballos del abuelo y alimentar a las gallinas. Pero no le ha gustado que los chicos se burlen de él y mejor se ha ido a sentar junto al fogón donde hierve el té de canela que la abuela ha puesto en una olla ventruda y redonda. A Esteban le gusta mucho la abuela, piensa que es una señora fantástica, no es de las que se enojan fácilmente, ni de las que ya no pueden caminar. A ella no hay que decirle muchas palabras para explicarle que nos duele una muela, nos raspamos las rodillas o nos caímos del columpio, ella siempre lo sabe antes que se lo digamos. A todos nos gusta la abuela, pero lo que más nos gusta es escuchar las historias que nos cuenta mientras cenamos junto al fuego de la cocina. ─Abuelita ¿qué nos contarás hoy?─ pregunta el primo Pepe que viene entrando con los pantalones mugrosos y la cara llena de tierra. Los otros chicos vienen detrás con su griterío y a cara igual de sucia. ─Contaré la historia de una muchacha que hablaba con los animales, si prometen estarse sosiegos y no molestar a Esteban─ contesta con sonrisa bondadosa. Los chicos pronto se ponen quietos esperando que la abuela sirva el té, luego nos vamos sentando alrededor del fuego con las tazas humeantes. El olor de la canela y la madera ardiendo ofrecen una sensación de confort y aguzamos el oído para escuchar a la abuela. ─En el tiempo en que el tiempo no se contaba, hubo una tribu de hombres que pudieron entender el idioma de los animales. Pero no siempre había sido así, antes no tenían un hogar donde vivir, ni tierras que cultivar, ni animales para criar, eran cazadores y recolectores que viajaban con las estaciones del año de un lugar a otro en busca de comida y buen clima. En una de sus búsquedas se encontraron con el Gran
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Mónica Piñón
Río que baja de las tierras del Norte, y descubrieron que era alimentado por tres afluentes: uno descendía de las Grandes Montañas del Oeste y dos más corrían del Este y se unían en las proximidades del Gran Río hasta desembocar en él, entonces lo bautizaron como Gran Río Padre de las Aguas. Fue en ese tiempo en que Zorro Valiente quedó como Jefe de la Tribu de los Siwilis, su padre Sike había muerto durante la travesía por las Grandes Montañas Rocosas. La gente de Zorro Valiente quedó maravillada con el clima y la tierra de ese lugar que decidieron quedarse a vivir para siempre ahí. Aprendieron a cultivar la tierra siguiendo los ciclos del Gran Río. Pero seguían siendo cazadores porque necesitaban las pieles de algunos animales como el oso y el bisonte, para protegerse del frío que es muy duro por esos lugares durante el invierno. Zorro Valiente sólo tuvo una hija porque su mujer murió después de dar a luz, y la llamó Elu que quiere decir Bella y Justa. Como no tenía hijos varones instruyó a Elu en el arte del arco, quien desde pequeña dio señales de ser tan hábil como cualquiera de los otros muchachos de la Tribu. Elu amaba mucho a los animales y cada vez que salían de cacería, ella le pedía perdón al animal antes de ser sacrificado, pero cada sacrificio era como si le estuvieran robando un pedacito de su vida. Un día Elu no pudo soportar más y fue con su Abuela Meda, una especie de “Madre de todos”, guía espiritual y curandera de la Tribu, y le preguntó si podía hacer algo para evitar que los hombres de su Tribu siguieran matando a los animales; Meda le dijo lo siguiente: ─Elu querida, la fórmula existe pero has de saber que para ello debes poseer un corazón puro y valiente porque tendrás que dejarlo todo, pero al mismo tiempo lo recibirás todo– Elu no entendió muy bien aquellas palabras, pero aceptó. Meda continuó ─En la cima de la Montaña Rocosa vive un águila de plumaje pardo y cabeza plateada: es el mensajero del Gran Espíritu. Tienes que ir donde ella y arrancar una de sus plumas plateadas y colgarla en tu pecho, para que con los primeros rayos de la luna quede sellado el pacto de Paz entre la gente de tu tribu y los animales. Pero es preciso que sepas que el
pacto deberá cerrarse con la octava luna de otoño, que es la más brillante del año. Esto puede llevarte meses o incluso años, todo depende de que tan hábil logres ser. ¡Corre Elu! que mañana es la primera luna llena, y si no logras cerrar el pacto tendrás que esperar 300 soles más hasta que vuelva de nuevo el otoño, pero sin poder regresar a la aldea. Elu salió corriendo sin llevar nada más que su arco, tres flechas y un puñado de semillas que guardó en una bolsita que colgaba a su cuello. Cruzó las aguas del Gran Río, atravesó las extensas llanuras, fue atacada por tribus salvajes del Norte y logró salir ilesa. No durmió por cuatro noches, solo corrió, corrió y corrió. A la quinta noche por fin se encontró al pie de las Montañas Rocosas, y decidió dormir ahí. Cuando estaba conciliando el sueño, una cabra de la Montaña se acercó y la miró fijamente como si le quisiera decir algo ─¿Qué quieres?─ preguntó Elu amodorrada ─estoy muy cansada y quiero dormir ¿Por qué no regresas mañana?─ Pero la cabra no se fue y siguió ahí un rato más. Cuando Elu empezaba a dormirse de nuevo, la cabra comenzó a balar. Elu comprendió que quería decirle algo, y trató de adivinar ─¿Quieres llevarme a la cima?─ La cabra baló una vez más y se hincó, a Elu le maravilló tal muestra de entendimiento, y subió a su lomo. La cabra caminó Montaña arriba por dos noches y tres días hasta que llegó a la cima, Elu se apeó y la cabra habló: ─He hecho lo que me correspondía Elu, el resto te toca a ti ¡sé valiente!─ La chica supo que su corazón se hacía puro, comenzaba a entender el idioma de los animales. Faltaba enfrentar al Águila de cabeza plateada, era la última noche así que tenía que ser muy precisa. Esperó lo que restaba del día escondida en una especie de cueva que se formaba entre las rocas y cuando llegó el ocaso, vio que un ave de extensas alas se acercaba ¡era el mensajero del Gran Espíritu! Parecía mucho más grande de lo que ella pensaba, bien podían montarla dos hombres adultos. El Ave se posó sobre un nido hecho con ramas secas en lo alto de las rocas, Elu se fue acercando sin ruido, y cuando el ave empezaba a dormitar comenzó a trepar sigilosamente. Apenas se quedó dormida el ave, la chica se abalanzó sobre su cuello y arrancó una de sus plumas plateadas. El ave despertó de sobresalto y revoloteó sobre el nido tratando de atacarla, pero la chica ─de cuerpo ágil─ saltó del nido y corrió rápidamente escabulléndose entre las formaciones rocosas hasta llegar a su escondite,
colgó rápidamente la pluma en su pecho y esperó a que la luna comenzara a brillar. Afuera, el ave chillaba furiosa tratando de entrar. Un rayo de luna penetró en la cueva y los ojos de Elu se tornaron ámbar que se fue encendiendo hasta semejar los ojos del águila y sus cabellos se pintaron color de la plata. Cuando la luna llegó a su cenit el ave se aquietó y levantó la vista para verla como si fuera a recibir un mensaje del astro nocturno; un viento del norte sopló con fuerza y Elu entendió que era tiempo de salir de su escondite. Caminó un poco temerosa hasta donde se encontraba la enorme Ave, ésta inclinó la cabeza en son de paz sellando el pacto de hermandad entre los hombres y los animales. Elu tuvo la sensación de estar escuchando todo lo que murmuraban los animales de la noche, sin utilizar sus oídos; entendió el canto de los búhos, grillos y coyotes. Comprendió que se trataba de la lengua impronunciable: el lenguaje que ningún ser vivo en el planeta puede hablar pero que todos son capaces de entender. Cuando volvió a las Tierras del Gran Río, los campos reverdecieron y nuevas clases de aves llegaron de los bosques cercanos. Las cosechas se multiplicaron y la gente se volvió más cálida. Fue el tiempo de esplendor en que los hombres pudieron entender el idioma de los animales y ellos el de los hombres. Crearon acuerdos para convivir y compartieron secretos que la madre Tierra o el Gran Espíritu comunicaban a veces a unos, a veces a otros. Y renació el sentimiento fraternal que mantuvo a los Siwilis en relación de hermandad con los animales que duró por muchos soles. Un día las aguas del Gran Río se vieron surcadas por una embarcación nunca antes vista, que rugía de modo extraño y vomitaba humo negro. Los niños llenos de miedo corrieron a esconderse al regazo de sus madres; las aves revolotearon de terror en las copas de los árboles y los lobos lamentaron en lo profundo del bosque la llegada del mal a la Tierra de la paz. Los hombres que bajaron de la embarcación eran de color amarillo y tenían cabezas enormes, como calabazas, su pecho era delgado como un carrizo. Elu se acercó para mirar los ojos de los hombres amarillos y vio que no les brillaban, trató de oír el latido su corazón, pero solo pudo escuchar un incesante TicToc, Tic-Toc de reloj antiguo. Una nueva era comenzaba. Los hombres amarillos engañaron a los Siwilis, con sus artefactos para medir el tiempo haciéndolos olvidar el pacto de Elu y el mensajero del Gran
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Espíritu. Elu indignada montó el águila y huyó hacia el sur, hacia estas Tierras, buscando una nueva tribu que quisiera renovar el pacto. Cuentan que Elu no murió y que en las noches de luna llena aún se le ve surcando el cielo montada en la gran ave de cabeza plateada que chilla a la noche esa lengua impronunciable, tratando de ser escuchada por alguien que quiera renovar el pacto. ─¡Abuelita hoy es la octava Luna llena de otoño!─ interrumpe Esteban, y el chillido de un Águila rompe el silencio de la noche, allá afuera, y
Un trompo de aire.
Pepe un poco temeroso pregunta: ─Abuelita ¿Crees que algún día podamos comunicarnos con los animales? ─¿Tú qué crees cariño? Contesta la Abuela, y sus ojos se tornan de un ámbar que se va encendiendo y sus cabellos brillan plateados con los rayos de luna que comienzan a entrar por la ventana. Esteban la mira con sus ojos dulces y sonríe.
Jéssica de la Portilla Montaño de Juárez.
–¿Alguien sabe qué es un huracán? –¡Un trompo de aire que sirve para volar! Varias niñas rieron. Otras, abuchearon. Mariela se recostó en su pupitre con la esperanza de que nadie la viera. –¿Quién dijo esa tontería? –Ash. –La alumna más odiosa se puso de pie para señalar a la culpable.– ¡Quién más iba a ser, Miss! En el carro, la mamá ojeó el reporte. –“Imaginación excesiva, alejamiento de la realidad, se solicita evaluación psicológica”... ¡Ay, niña! Te he dicho mil veces que la magia no existe. ¿No entiendes? –¿Y las sirenas, mamá? ¿Y las haditas? –¡Que no existen, niña! Ya deja de leer tonterías y mejor ponte a estudiar. Mariela cerró con seguro la puerta de su habitación. Guardaba el cuaderno azul en un cofre bajo la cama. En una hoja blanca esparció pétalos de tulipán antes de escribir con zumo de limón: “Estoy en el salón de clase. De pronto, un trompo de aire del tamaño de un gato atraviesa la ventana y atrapa a mis compañeras. Se van volando hasta... ¡Cancún! ¡Sí! ¡Hasta Cancún!”. Al día siguiente, Mariela se encontró a la maestra a dos cuadras del colegio. Llegaron juntas al salón vacío. –Qué raro... Vamos a esperar a que lleguen, ¿no? –¡Sí, Miss! –Bueno. Ponte a leer lo que quieras mientras califico exámenes. –¡Sí, Miss! La niña abrió su mochila para tomar el libro de Hans Christian Andersen. Dos horas más tarde, el Director del colegio entró al salón. –Carmina... ¿Carmina? ¡Despierta! La profesora abrió los ojos de golpe. Mariela se aguantaba la risa. –Te hablan por teléfono. De larga distancia. ¡Dicen que son tus alumnas!
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Los compadres.
David Salazar
Juan está en su cama, todavía vestido, sólo se ha quitado las botas. Escucha el ruido de las vacas. Se levanta y sale de la casa. Una parte de la cerca que rodea su propiedad está tirada. Alcanza a ver cómo se alejan las vacas y reconoce a varios de los jinetes que se las llevan arriando Por la mañana Juan llega a la oficina del comisariado ejidal. —¿Juan, que haces por acá?— dice su compadre desde la puerta. Juan le extiende la mano y se dan un abrazo. Entran a la pequeña oficina y se acomodan en los dos equipales. —¿Qué milagro compadre, usted dirá? Juan le cuenta lo de la noche anterior, con todo y detalles: la hora, el número de vacas, los nombres de los jinetes que reconoció y el rumbo que llevaba el hato. —Mire compadre, hay cosas con las que mejor no hay que meterse. Yo, como comisario ejidal le ofrezco diez mil pesos para que repare su cerca. Olvide lo que vió, y verá que no pasará nada. ¿De acuerdo —Compadre, el abigeato un delito grave, eso no puede ser. —Juan, otro día te explico. Tengo que salir. Es en serio mi ofrecimiento, mañana paso a tu casa a darte el dinero. El comisario llegó temprano al rancho de Juan; lo encontró sentado en el suelo, viendo las cenizas de lo que había sido su pequeño granero. El comisario puso la mano en el hombro de Juan. Los dos permanecen callados un buen rato. —Aquí traigo cien mil pesos, puede que te alcance para reponer todo. No te preocupes, no le debes a nadie, es dinero del comisariado, dinero para ayudarnos cuando haya problemas. Para algo son los compadres, me entiendes Juan, ¿me entiendes?
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Trans. Esa noche estábamos uno frente al otro, mirándonos a los ojos después de una experiencia luminosa, gracias a la exhibición de pinturas que habíamos logrado ver, y embriagados no sólo por el vino de honor que en la inauguración bebimos con total alegría, ni siquiera por las propias obras que eran un portento y una experiencia mágica y mística que no costaba casi nada sólo estar ahí. Ni siquiera porque era casi medianoche. Nos mirábamos a los ojos y ella me parecía mágica, sólo tenía que cerrar los ojos para ver la de luces y destellos que de su boca y rostro emanaban, y cuando los volvía a abrir la vida era grandiosa, esas luces seguían ahí. Yo creo que ella sentía algo parecido, pues esa mirada de felino manso la delataba; se escurría por mis palabras y mis besos y, no le pregunté, pero estoy casi seguro que ella también veía como los destellos de mis pensamientos salían disparados hacia algún punto en el cielo, probablemente la misma luna que apenas sonreía; ahí se unían los destellos que de su cuerpo brotaban. La gente nos miraban como pensando, estos jóvenes han de estar borrachos, yes que cada milímetro de nuestro cuerpo estaba embriagado, y nos mirábamos una y otra vez a los ojos, ora sonriendo, ora serios, casi al borde de las lágrimas, hechizados, divertidos. —Mi amor estará consumado cuando habite tu cuerpo, cuando te ame por completo y me funda en ti; una vez dentro de ti, jamás querré salir. Aunque te alejes, mi amor me hará desvanecerme en nube de humo y mi espíritu correrá detrás de ti. —Oh, corazón, sería tan hermoso. ¿Podríamos intentarlo? Al llegar a casa verás lo que es producir luces de colores en el cuerpo. Bajamos corriendo, pues estábamos a punto de pasarnos de la estación que marcaba nuestro destino. Salimos del metropolitano, afuera estaba oscuro, algún apagón, habríamos pensado; pero en ese momento unos tipos pasaron corriendo, y la empujaron a ella y casi la hacen caer. Nos detuvimos, entregados a los abrazos y besos, y todo comenzó ahí pero terminamos detrás de una camioneta entre caricias más urgentes, que no pudieron esperar llegar a casa. Como si unas luces salieran de nuestras cabezas, aunque no las
Juan Torres Velázquez. podíamos ver, las sentíamos, y caminábamos a paso seguro en medio de la desolación de las calles sin luz y sin gente. —Espérate. Está muy oscuro. ¿Habrá apagón en toda la colonia? Mira ahora a la mujer que te transformará en los próximos minutos. Podrás sentirme, y aunque me busques y estés a centímetros de mi rostro, no me verás. Neceamos un poco. Ella quería regresar el paso y que fuéramos del otro lado, por el camino de la barda, del sitio donde reciclan basura, y las luces de los faroles no se apagaron; yo insistí en que siguiéramos el camino, que las cosas suceden por algo y que estábamos seguros; que un día a mí un brujo me dijo que la oscuridad era mi esencia y que no debía temer nada cuando estuviera dentro de ella, si existían fuerzas oscuras y sobrehumanas nos acometerían en cuanto lo quisieran, luz u oscuridad, y que de los humanos nos olvidáramos, yo era un hombre entero, exaltado y con un remolino dentro debido a la embriaguez. Pasaron los minutos, y seguíamos detenidos en la esquina, apenas iluminados por las luces de los autos que pasaban volando. Todo era luz, y curioso, no había luz en el exterior. Habíamos regresado días antes de una expedición a las tierras lejanas del Oriente, donde tuvimos experiencias mágicas, que nunca podremos entender, ni hacer entender, y sin embargo nos habían modificado la existencia, y debido a eso veíamos y creíamos en la luz de todas las cosas, y una muy fuerte que nos unía. Y luego las pinturas de la expo de Alex Grey que nos dejaron extasiados; la champagne y los besos, las caricias detrás de la camioneta después de las miradas, y la luz de luna, testigo de la unión mágica que en ese momento nos parecía maravillosa. Ella se pintaba las pestañas con una brochita con mango de colores, mientras yo fumaba un cigarrillo sin filtro, que apenas y consumí a la mitad porque me quedé mirando, embebido, la brasa que lo mantenía encendido, y de alguna manera sentía que esa luz no tenía porqué extinguirla, sino dejarla ser. Que lo haga el viento, pensé , que lo haga el tiempo o ella en cuanto se olvide de su enfisema en ciernes y me arrebate el cigarrillo de la mano; me tome de un solo dedo y
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sigamos recorriendo este mundo mientras podamos. Pero no se olvidó de su enfisema, y en cuanto tiré al suelo la colilla del cigarro, salpicando chispas hacia todos lados, ella cierra su espejito y guarda la brocha con mango de colores y, me dice: —Vete por tus caminos oscuros vampirito; yo me voy por la seguridad de la luz y la gente, que soy una simple mortal. No, en serio amor; incluso sería divertido. ¿Qué te parece si al encontrarnos simulamos habernos conocido, y me vuelves a cortejar? Me gustaría olvidarte cada día para cada día volver a enamorarme de ti. Ver si tus argucias son suficientes para tenderme esta noche en el lecho desnuda dispuesta para ti, ¿si? Me miró con esos ojos a los cuales no les puedo negar ni siquiera un respiro. No me dio tiempo de pensar nada, y se dio la media vuelta, alejándose con sus tacones negros de diez centímetros y ruido escandaloso. Me dirigí hacia el oscuro camino y canturreé algunas canciones mientras pensaba las peripecias que esa noche con su cuerpo haría, y una patrulla policial se emparejó a mi paso y me echaron las luces a la cara; deseé que ella estuviera bien y nada le pasara, se sabia cuidar muy bien sola, pero quería asegurarme de estar juntos esa noche y hacer reventar el cielo. Pensé que su decisión había sido la mejor, porque en ese sitio oscuro uno nunca sabe, a lo mejor violadores, y aunque yo me pudiera defender o salir corriendo, con ella sería distinto. Vi una imagen infame detrás de mis ojos, y me pregunté, ¿la amaría entonces, corrompida (aunque hubiera sido sin su voluntad) por otras manos por otro miembro dentro? Aunque no fuera su culpa, pensé, yo ya no la amaría más, pues sin duda no sería la misma mujer mágica, y en medio de sus llantos por el dolor de la violencia, tendría que verme en la necesidad de que me viera partir hacia otros rumbos, en busca de la pureza que jamás hubiera deseado que perdiera. Pero eso no ocurriría, y por mi parte los violadores me tenían sin cuidado, apuré el paso con la urgencia de verla. Corrí en medio de la oscura calle hacia su encuentro, cada vez más desesperado me sentía a mí mismo agitado, en medio de una noche tan tranquila. Era insoportable la angustia, corrí a toda la velocidad que mis piernas me permitían, y me parecía uno de esos sueños en donde por más que corres no avanzas, y yo sí avanzaba, aunque no con la rapidez que hubiera deseado.
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Llegué al punto donde nos veríamos para cortejarla de nuevo, como mil veces lo había hecho en un bar, en una pulquería, una cantina, un estadio, un concierto y otros sitios. Pero ella no estaba; me pareció lógico por sus tacones de diez centímetros, mi carrera frenética y lo distraída que es ella durante el camino. Me dirigí hacia la luz, el sendero que ella había tomado y por el cual la encontraría. La vi a lo lejos, supe que era ella, aunque las figuras apenas y se podían observar. Tres hombres se le acercaron, y ella comenzó a manotear mientras yo echaba la carrera hacia donde estaban, bajo el espectro que la luz de un poste suspendía en medio de esa estúpida noche. Pensé que la pretendían asaltar, y no lo medité demasiado, a media carrera me pasaban por la mente imágenes de lo que estaría en mí hacer. Pelear, casi nunca lo he hecho; en este país los policías dan miedo en vez de seguridad, y no había alguno cerca. Una de esas bestias golpeó en la barbilla a mi chica, y corrí con toda la furia que podría caber en mí. Llegué hasta donde estaban ellos, y mi enojo no pude ni siquiera liberarlo un poco, pues cuando estaba por arrojarme al tipo que la tenía tendida en el suelo, salieron de un coche cercano, con las luces apagadas, otros dos sujetos, y me detuvieron; me tumbaron al suelo y me patearon las costillas, me voltearon y me amarraron las manos por detrás con un mecate que cortaba mis muñecas, por más que intenté no podía zafarme. En el suelo, mientras dos tipos con olor a mierda me flanqueaban, otros dos sujetaban y desgarraban las ropas de mi mujer, mientras el otro, que parecía una especie de líder religioso histérico, vigilaba la acción y miraba hacia todas partes. La tumbaron al suelo; yo gritaba y lloraba lo más que podía, mientras los idiotas se reían de mí y cuando podía gritar fuerte me golpeaban en la boca o en el estómago, sacándome el aire y mi espíritu y la vida misma. Ni una sola luz salía de nosotros, sólo lágrimas como ríos que se unían en el suelo sangrado. Le desgarraron la blusa, le apretaban los senos con malicia y le rompieron un tirante del sostén, dejándola con un seno descubierto y el otro cubierto por la mitad por la prenda blanquecina. Ella sangraba de la boca y sus lágrimas salían negras por la pintura de la brochita con el mango de colores. Le arrancaron la falda de un solo tirón, y expusieron sus ropas interiores que me parecían tan lindas, tan inocentes,
tan mías. La tumbaron al suelo, boca abajo, y todos se la antojaban escandalosamente, y a mí me miraban de vez en vez, y me intentaba desatar pero las muñecas dolían y la nariz la sentía horrible, y sólo miraba la escena turbia por las lágrimas; si hubiera podido hacer algo. Uno a uno se saciaron con mi mujer que lloraba quedito, boca abajo; los ojos le saltaron en un alarido cuando al penúltimo se le ocurrió que la sodomía era lo mejor. Y reían. Uno de ellos, antes del pendejo que le dio por el culo a mi mujer, en cuanto terminó me miró y me pateó en la boca, perdí dos dientes. Llegó el turno del último de los cretinos, el tipo que parecía líder religioso histérico; el cual se desabrochaba el cinturón lenta y ostentosamente, y se la meneó frente a mí hasta ponerla dura y dirigirse a mi dama, la poseyó con más violencia aún que los demás, y la tiraba de los pelos y yo deseaba dar mi vida con tal de quitársela. Y me miraban, y se reían todos, y mi mujer no decía nada porque estaba como inconsciente, apenas unos respiros escandalosos y un movimiento leve en los ojos, apretados con toda su fuerza. Escuché el sonido de una sirena, ya para qué. El tipo se mostró un tanto preocupado y terminó casi en automático, pero antes de la eyaculación la sacó, se dirigió a mí, y en mi rostro cansado y maldito arrojó los bastardos, escurriéndome el rostro de ignominia y rabia. Después sentí la patada en mi rostro, y no supe más. Abro los ojos al dolor. Las lágrimas siguen a pesar de que el momento ha transcurrido. Estoy en un sitio extraño, pero no me pregunto dónde estaré; estoy consciente de todo lo que sucedió y me parecería mejor haber muerto. No podré vivir con esto. Las heridas pueden sanar y los golpes, contusiones y fracturas se olvidan. Pero las heridas del corazón jamás. Pienso en ella, ¿la volveré a amar igual, ella lo hará conmigo? Soy egoísta, lo sé, sólo espero que esté viva y que pueda recuperarse, lejos de mí. Un tiempo de rehabilitación y apoyo; estaré con ella. Lo sucedido no debe ser simple, pienso, y un dolor tremendo en la entrepierna me electriza por completo, me llevo la mano hacia esa parte de mi cuerpo, y la despego con miedo y rapidez. Todo es confusión, las ideas rondan una a otra y cada una me lleva hacia abismos oscuros del espíritu, y no puedo retener ni siquiera una porque no puedo pensar. Me siento diferente. Estoy en un cuarto de hospital, vendado el cuerpo, las piernas enyesadas y
levantadas hacia arriba; a mi mujer la acaban de violar y golpear ¿ayer? No lo sé, es de día y el canto de los pájaros me lo dice, la luz entre las cortinas se alcanza a colar, pero no sé cuántas noches habrán pasado. La amo, ella lo sabe, pero siempre hemos buscado ser espíritus puros, y en el camino hemos dejado a familiares, amigos, vicios y relaciones que nos destruían o vaciaban de esa energía que no sabemos dónde se halla ni para qué sirve, pero que debemos mantener, cuidar y canalizar adecuadamente. ¿Cómo volver a mirar sus ojos e imaginar que luces de colores nos conectan sin pensar en esos instantes que nos perseguirán toda la vida? ¿Cómo volver a tocar esa carne, cómo volverla a habitar? Mi situación es peor que la de ella; al menos se podrá cobijar en mis brazos con total abandono, yo sólo la defendí y los golpes son nada comparados a lo sufrido por ella; aunque debe estar resentida por el hecho de que nos dirigíamos por rumbos distintos a casa, pero era parte del juego y ella es la que pone las reglas. Ella se podrá refugiar en mí. Y yo ni eso, no me podré escindir y evadirme cuando la mire, y ella me tome entre sus brazos, y sienta la tibieza de su piel, esa piel que ya fue ocupada, transgredida, corrompida, aplastada y pisoteada. No podré mirarla a los ojos sin recordar esas escenas crueles. He de tener una temperatura altísima, me duele todo el cuerpo, sobre todo la entrepierna, pero entre volverme a tocar o cerrar los ojos y pensar que lo mejor hubiera sido morir o despertar en otra realidad cierro los ojos, y así pasa mucho tiempo, concentrándome en no pensar, y sólo de vez en vez las luces de las obras de Alex Grey aparecen pálidamente ante mis ojos, me pesan las pestañas y pienso por un instante, cómo me gustaría que esas cosas de las pinturas fueran verdad. Pasan las horas, se escuchan relámpagos y un aire frío entra por la ventana, justo al lado del sanitario. Es de tarde y una nube oscura se mueve con rapidez, desapareciendo de mi vista. Han pasado horas, ¿cuántas? No he visto a nadie desde aquellos momentos, y necesito alguien cerca, al menos para dla necesidad de asimilar esta nueva realidad, que no sé qué tan distinta vaya a ser a partir de hoy. Tocan a la puerta. Siento miedo. Entra una enfermera anciana, se dirige hacia mí, me mira y no dice nada. Saca de un cono un par de pastillas y me las introduce en la boca. Acerca un poco de agua y me la da sin delicadeza, casi me ahoga. Siento la manera en que me toma del brazo, y lo descubre por fuera de las
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sábanas, mi cuerpo lo siento completamente trastornado, y en cuanto miro la aguja siento un miedo inusitado; si yo no le tengo miedo a las agujas ni a las inyecciones, incluso fui durante unos años asiduo consumidor de drogas intravenosas, hasta que llegó ella y me sacó del mal viaje en el que anduve. —A ver, tranquila. No se preocupe, todo va a estar bien. Es un analgésico. Le ha de doler enormidades la cabeza, le hicieron varias intervenciones seguidas en el quirófano, pero todo estará muy bien. Es usted muy valiente. ¿Ya ve? Listo, en instantes vendrán sus familiares a visitarla. Miro hacia todos lados y la enfermera sale dando un portazo tremendo; quiero gritarle pero tengo miedo a mi propia voz; llevo mis manos a las sienes y un metal frío me pica en la palma de la mano, la retiro e inclino la cabeza, como esos perros ante lo extraño. Miro mi brazo extendido con la aguja del suero colgando, me quema la garganta, me duele la cabeza, mi brazo parece tan extraño, delgado y blanquecino; la recuerdo y se me escurre una lágrima, las cosas serán distintas. Llevo la mano de nuevo a mi entrepierna, que me duele; y grito asustado, frunzo el ceño porque no me queda de otra, pero si no me hicieron nada ahí. ¿Estaré vendado, me habrán hecho algo los pendejos después de la venida y patada en el rostro? Hijos de su puta madre, tendré que hacer algo para aliviar este coraje. No puedo hablar, me quema la garganta y me duele la quijada pero intento decir algo, un insulto, una diatriba, un síntoma de estar vivo, pero mi voz no es la mía, pareciera como si. . . como sí. . . Me llevo las manos a mi plexo solar, ese sitio que siempre al ser rozado me inspira, uno de los chakras a ver si por lo menos me tranquiliza un poco. Pero no, otro grito y me revuelco en la cama. Arranco la aguja del suero en cuanto caigo de la cama, quiero llegar al baño, ¿arrastrando? Tengo una coraza en casi todo el cuerpo, yeso en las manos y pies, un collarín en el cuello, una especie de caparazón en la cintura, y la entrepierna me duele enormemente, pero no tanto como me aterra siquiera pensar. No me puedo mover, ahí inmovilizado sin saber qué sucede, Kafka pasa por mi mente pero a mí que me explique alguien lo que sucede. Tocan a la puerta, me sobresalto y emito un leve grito como de gato asustado porque, quien entre, se espantará. ¿Tendrán noticias de ella, mis familiares
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estarán aquí, ma, pa, mis hermanos? Hago lo que puedo para colocarme boca arriba, hacia la puerta, al menos en cuanto entren los podré tranquilizar, les diré de inmediato que estoy bien, que soy un hombre fuerte, y que esta será otra de las vicisitudes que he superado en la existencia. Se entreabre la puerta. Qué me abracen y me tranquilicen. O que me den noticias de ella, al menos. Lo primero que veo es una rosa que cae del ramo que sostiene una mano, se detiene y la levanta. Entra. —¡Hola amor! ¿Cómo te sientes? Todo estará bien, yo estaré a tu lado. No lo puedo creer ¡soy yo! Con un ojo cerrado y las lágrimas escurriendo, le duele lo que ¿me ocurrió? Me acerco a mí dulcemente, sin recargarme demasiado en la cama, no me vaya a lastimar. ¡Él soy yo! Se acerca a mi rostro y me miro de cerca, mis ojos desorbitados, quiero gritar pero cualquier movimiento me parece ajeno, me provoca miedo y ansias terribles. Me beso con suavidad en los labios, ¡soy yo! —Tranquila. Al menos estás con vida. Esos malparidos ya fueron detenidos. En cuanto digas traemos al ministerio público para que declares. Podremos reiniciar la vida, ya lo verás. Recuerda que la existencia es sólo luz.
Despido
David Salazar
La maestra caminaba por los pasillos de la escuela con el rostro abatido y los pensamientos confusos. Le acababan de notificar su despido. Y de pronto todos se enteraron de que sus padres la habían registrado al nacer como varón, con el nombre de Ángel. A cada paso, sus tacones buscaban hacer agujeros en el piso, buscaban hundirse por completo en algo más abajo que el piso. María la vió llegar, la abrazó, y el abrazo fue fuerte, para que ella pudiera descargar sus lágrimas, para que pudiera respirar. Luego vinieron los silencios que no dejaban de gritar su historia. Tantos años como pareja, tantos malos ratos por culpa de los demás y las cosas parecían no cambiar, le dijo. Se buscaron de nuevo, se miraron por minutos, quizá por más de una hora. Cuando los vecinos las encontraron se seguían viendo a los ojos, con los ojo ya cerrados.
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Desconcierto. Quiso abrir los ojos, moverse; no pudo. Estaba aturdida y tenía frío. Esa noche de diciembre, Fernanda salió de la maquiladora donde estaba empleada. Joven de 20 años, huérfana de madre desde los ocho. A su padre nunca lo conoció. Su único familiar era su abuela materna con quien vivía desde que su pobre madre había muerto a causa de un cáncer de ovario. Dos años atrás entró a la maquila y le dieron el horario vespertino, entraba a las tres de la tarde y salía a las once de la noche. Su abuela ya no podía caminar debido a la fiera artritis que la aquejaba. Ya había trabajado mucho durante su vida; harto difícil. La abuela Luisita hubiera querido hacerlo, para poder ir por ella y no dejarla sola de regreso a casa a “tan altas hora de la noche”, como le decía abriendo los ojos y poniendo énfasis a sus palabras, para que no le quedara duda a Fernanda de su preocupación. En varias ocasiones había solicitado a su jefa inmediata un cambio de horario. Temía andar sola por las vías del tren. Era muy remoto que hubiera algún trasnochado transitando por allí. Esa tarde la habían voceado en la oficina para comunicarle que el lunes empezaba en el turno matutino. Respiró una bocanada de alegría con el aviso. Su abuela estaría feliz y tranquila. Siempre la esperaba sentada en la cama, tratando de distraerse con el tejido que resultaba difícil a causa de sus dedos deformes. Recriminándose al no poder ir por ella. Eres una viejita preocupona , Fernanda le decía sonriendo para minimizar la angustia de la abuela. —Hija, es muy peligroso que recurras a esa ruta. No importa que te dilates más en llegar. Yo de cualquier manera no puedo dormir hasta que tú llegas, pero estaría mas tranquila si no caminas por las vías. —No te preocupes viejita, tengo cuidado; y además recuerda que soy buena corriendo y nadie me alcanza. Si Fernanda decidiera la otra ruta, tardaría media hora más en llegar a casa. Aparte de que salía extenuada, con ansias de llegar pronto a descansar,
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Paty Rubio.
también pensaba en no hacer esperar mucho a su abuela, para no azuzar su angustia. Esa noche se hallaba animada, sería la ultima que trabajaría en ese horario. Iba distraída pensando en su abuela y haciendo planes: Tendría oportunidad de ayudar más a la economía en casa, haciendo pan para venderlo entre los vecinos. Y no se dio cuenta que un auto la seguía, hasta que oyó la portezuela de donde bajó un hombre y enseguida, del lado del copiloto, otro más. Intentó correr pero fue inútil, el hombre ya la tomaba, sosteniéndola con fuerza, y cubría su boca con una mano que apestaba a gasolina. Fernanda luchaba para zafarse, y entonces el otro le dio tal puñetazo, que las piernas se le hicieron como de gelatina. La empujaron dentro del auto, casi sobre ella, subió uno de los maleantes, y el otro se puso frente al volante y arrancó. Fernanda intentó enderezarse, pero el hombre que la sostenía atrás, le dio una sarta de cobardes puñetazos, que le hicieron perder la conciencia. Se recobró cuando la arrojaron como un fardo de basura sobre el piso que sintió era de tierra, —¡Dios sabe dónde!— Sintió que le arrancaban la ropa, abrió los ojos, para cerrarlos de nuevo asustada. Uno de ellos se le montó apartándole las piernas con fuerza. Sin más, le metió la verga haciéndola gritar de dolor —Puta, estas más seca que el lago de Texcoco. Sacó el miembro, escupió en su palma y untó el salivazo para volver a metérsela con salvajismo. Fernanda casi no podía respirar con el peso del hombre encima. Lo que era conmiserativo, ya que el hedor a alcohol, grasa y sudor le hubiera sido doblemente asqueroso. La apretujaba y encajaba las uñas, haciéndole mucho daño, mientras una sarta de majaderías salía de su boca. Una vez que se vació dentro de Fernanda, se levantó riendo satisfecho de su hazaña, para dar lugar al otro individuo que miraba la escena con una estúpida sonrisa. —Perra, no podrás decir que no te hice buen jale. Te toca, ya la dejé preparada cabrón— dijo a su compinche.
—Vamos a ver perra, por lo menos ya no estarás seca. Fernandavolvió a cerrar los ojos intentando evadirse. El hombre fue por mucho, más salvaje. La mordía y golpeaba mientras la penetraba tan violentamente que las piedras del piso se incrustaban en sus nalgas y espalda. La insultaba y mordía al ritmo de sus arremetidas. Ella perdió caritativamente el conocimiento, al momento en que, provocándole dolor indescriptible, el individuo le arrancó con los dientes el pezón de uno de sus senos. No supo más, ni cuanto tiempo pasó o que sucedió después. Hasta que aturdida, luchaba por abrir los ojos y moverse sin lograrlo. Escuchó pasos y enseguida la voz horrorizada de una mujer, que decía a alguien más: —¡Que horror! ¡Mira nada más! Hay que llamar a la policía. ¡Es la nieta de Doña Luisita! Lleva tres días buscándola. Pobre muchacha, la masacraron.
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Expediente 20/22/XII/15 L Alrededor de las 4:30 de la madrugada bajo el puente que atraviesa la Calzada Independencia fue encontrado el cadáver de una mujer de aproximadamente 65 años. Vestía minifalda roja, blusa negra con tirantes y chamarra color café de imitación piel. Presentaba contusiones múltiples. El cuerpo fue levantado por el servicio médico forense. E Ahora sí que me chingué; van a venir a tomar declaración y a decirme que yo soy responsable. Mientras están vivas nadie da un quinto por estas viejas, pero nomás se mueren y de ahí todos sacan raja. En el peso de la madrugada me he de haber quedado jetón. Neta que no vi nada. Me toca cuidar esta esquina un día sí y otro no, pero como el Sopes no llegó tuve que quedarme. Si se chingaron a la vieja fue para quitarle algunos pesos que traía, seguro algún mariguanillo aunque como ahora andan con la onda de limpiar el centro sabe si aiga sido un aviso para que se vayan desafanando. L Gonzalo Alcántar y Arístides Santacruz, chofer y paramédico respectivamente de los servicios médicos de la Cruz Roja unidad central Guadalajara, manifiestan que como respuesta a una llamada anónima recibida aproximadamente a las 4 de la madrugada del día 22 de diciembre del año en curso, se trasladaron a bordo de la ambulancia identificada con el número económico 17 a Av. Hidalgo en su cruce con Calzada Independencia, sitio ubicado a dos cuadras de su lugar de trabajo, en donde encontraron el cuerpo de una femenina aparentemente de más de 60 años, presentaba politraumatismo y probables signos de violencia. Al aplicarle diversas pruebas corroboraron que el resultado de dichas evaluaciones era incompatible con la vida, por lo que se retiraron del lugar, habiendo llamado antes al Servicio Médico Forense. M Vino el Perito, anduvo chingue y chingue que si conozco a la difunta, que si durmió aquí —pernoctó, decía el güey— que si oí golpes. El patrón me paga por estar callado, entregar las llaves y hablarle si se chingaron a algún cliente. Dicen que el patrón no es el mero mero patrón, que es gato igual que nosotros. Dice el Benja que los meros jefazos son gente fina, gente que anda en la política, que vive de Chapultepec para allá y usa putas de otras, no como estas tan jodidas. Con todo esta esquina es
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Ma. Teresa Figueroa Damián
la que rinde más lana de toda la ciudad, cuando no de todo el país. A Claro que diario veía a la doñita. Mi turno empieza cuando termina el de ella. Nos ponen a esta hora para agarrar a los que, de tan pedos, ya no hacen distingos; a ella por ruca y a mí por morrilla. Tenía malos modos, andaba siempre encabronada y con sueño. Dicen que de todas las que eran sus amigas es la única que queda o que quedaba, pues. En este jale duramos poco, sabe cómo haría ella para venir a morirse tan vieja.
E Que dicen que en la madrugada mataron a una de las pirujillas de allá abajo, sí las del Don Cruz. Sabe. Hace rato que no había difuntitos por aquí, madreadas sí, a cada rato, a esas viejas les pagan para hacer lo que no harían en otros lados, en su casa del cliente por ejemplo, pero así muertitas no había habido, no, pues no. SEMEFO El día 22 de diciembre del año en curso a las 6:00 hrs. bajo el puente para automóviles situado en Av. Hidalgo en su cruce con la Calzada Independencia, zona Centro, Guadalajara, Jal., fue levantado el cadáver de una persona de sexo femenino, que se encontraba en posición de decúbito prono lateral; el cuerpo presentaba politraumatismo y diversas fracturas expuestas. El cuerpo fue trasladado al Servicio Médico Forense para su identificación y posterior estudio sobre las causas del deceso. T Cuerpo #20/22/XII/15, femenina, aproximadamente 65 años, muerte violenta, se desconoce si se trata de homicidio; se encontró en posesión de un celular modelo Nokia, cincuenta pesos, y una pequeña ánfora de destilado Tonayan. Se procede a llamar al número que se encuentra en el celular con el nombre de “comadre”, no habiendo otros títulos que permitan inferir el teléfono de algún familiar más cercano.
E P II Estaba soñando uno como bosque, el aire frío me enchinaba el pellejo, en eso un árbol se quebró con mucho ruido como si me hubiera tronado una botella de vidrio en las orejas, luego la gritadera, unas viejas de chillaban que llamaran a la ambulancia, me desperté y en la calzada los carros detenidos y la poca gente que anda a esa hora
haciendole rueda alrededor. Luego, luego me peiné y fui a ver qué jais con esta gente. Mirna Cuando se le presentó la evidencia de que el cuerpo #20/22/XII/15 tenía un teléfono celular con su número identificado como “comadre” se presentó en la oficina del Semefo la señora María Rosario Hernández López quien se acreditó como vecina de la colonia Arenales Tapatíos, ubicada en el municipio de Zapopan, Jalisco. Como identificación presentó su cartilla de control, que la Secretaría de Salud Jalisco otorga a las sexo-servidoras que han cumplido todos los exámenes médicos. Tras identificar el cadáver manifestó que efectivamente es comadre de la hoy occisa y que además comparte la vivienda en la colonia antes citada. Al calce del documento de identificación firmó con letra manuscrita con el nombre de Mirna.
E II Pues mira, ella se lo buscó. Seguro andaba en algo, no sé en qué pero en algo. A ellas les gusta, a ver, habiendo tanta chamba de sirvientas ¿por qué prefieren andar de güilas? no, si lo que les encanta es el trote del macho. Dicen que si les pagan cincuenta por la planchada o cincuenta por la bailada mejor se meten a la bailada. ¿O tú qué crees? D Feminicidio. A
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... Crímenes de odio. Los delitos de odio tienen lugar cuando una persona ataca a otra y la elige como víctima en función de su pertenencia a un determinado grupo social, según su edad, raza, género, identidad de género, religión, etnia, nacionalidad, ideología o afiliación política, discapacidad u orientación sexual.2 1
M II A mí me pagan por estar callado, si el patrón dice diles esto pues digo esto, si el patrón dice tú no sabes nada pues no sé ni cómo me llamo. Yo conocía a la Lizet cuando ya estaba medio cateada, pero seguía aquí junto, en el Don Cruz; dice el Benja que de muchacha era de las más buscadas, que un guacho de esos que vienen de Chiapas la había querido, y quién iba a decir que al tal guacho lo hicieron comandante porque le tapó no sé qué agujero al gober, y ai está de comandante de la policía estatal; él ordenó que la Lizet se quedara en la esquina
que es de las más buscadas del barrio, él mismo ordenó que se construyeran ahí unas jardineras pa'que la ex querida tuviera onde sentarse siquiera, y le ordenó al Benja que no le faltara su Tonaya, pa'que estuviera calientita, creo. E II En Guadalajara la prostitución en la calle está prohibida, generalmente los hombres y mujeres que se dedican a ella trabajan para comercios establecidos como table-dance, cantinas, fondas y centros botaneros; y es a partir de éstos que salen a ejercer el oficio en la calle. El costo del servicio va de los $500 a los $3,000 que se reparten entre los diversos miembros del negocio: pago de derecho de piso a las organizaciones que regulan el comercio callejero, costo de cuarto, y sobornos a las autoridades de todos los niveles y de todos los rangos. La sexo-servidora es algo así como la obrera de la industria 3 del sexo pagado. E III Que parecía como de esos títeres sueltos, toda desguanzada, con sangre por todos lados. Pero ponte a pensar, si la hubieran aventado del hotel hubiera caído en Hidalgo, y cayó en la pura Calzada, más bien la botaron del puente, sabe si ya estaría difunta y quisieron aparentar que se lanzó, o en punto pedo de veras se cayó del puente, ya ves que dicen que la sangre olía a puro Tonaya.
E P III Aquí uno mantiene el orden y el respeto. Que las viejas, pues en el Hidalgo, en el Don Cruz o en su banca; que si pasados de pisto o de yerba pues se van largando para el otro lado de la Calzada; allá en San Juan de Dios que hagan su desmadre; que la primera comunión del chamaco, ya saben: en el Don Cruz; que alguien saca la fusca o los cuetes, llamo de urgencia a la policía. M II En el acta esa le pusieron Rosario, qué se le va a hacer, así dice la cartilla, pero para los amigos, Mirna. Mirna y Lizet, las comadres como nos dicen. Nos conocimos en El Sarape, allá por 1970. Éramos unas mocosas caguengues que por puro pendejas llegamos a Guadalajara. Ella se vino de Arandas con el novio y a mí me trajeron los patrones que habían dicho que iba a trabajar en la Canadá; te acuerdas que en ese tiempo la Canadá era una fábrica grandota, decían que pagaban muy bien y que hasta daban vacaciones y seguro social; pues del Mezquite nos vinimos como veinte chamacas, quién lo iba a decir, todas terminamos de putas ¿Cuál Canadá, pues?
1 Código penal federal, Libro Segundo, Título Décimonoveno Delitos Contra la Vida y la Integridad Corporal, Capítulo V Artículo 325. 2012 2 Gómez María Mercedes, "Los usos jerárquicos y excluyentes de la violencia" Ediciones Uniandes, Bogotá, 2005 3 Berumen Govea Carmen, “Historia de la prostitución en Guadalajara”, Ed. Cuadernos de Viaje. Guadalajara, 2015
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M III Alicia ya estaba bien rucaila y no encontró nunca el modo de subir de categoría. Algunas de esas viejas a los treinta ya andan de enganchadoras, trayendo escuinclas de los ranchos de Los Altos, otras hasta consiguen algún güey que las mantenga pero la Alicia por muy Lizet que se llamara nomás chingándole todas las noches, y es que era bien entrona; todavía hace quince años que empecé en el mostrador, ella cobraba hasta cinco visitas cada noche. Después no, cada vez tenía menos clientes, quién iba a querer acostarse con una calaquita como ella. Pero hasta antenoche, cuando menos uno caía. Dice el Benja que por eso le tocaba el turno de la madrugada, a esa hora el que anda urgido, de cualquier tortilla hace empanada. D H Desde su fundación, Guadalajara se asentó junto al río llamado San Juan de Dios por los fundadores, aquellos aventureros pobretones que tuvieron que salir de su tierra para no morirse de hambre o ser quemados por herejes. La Puebla en que pensaban quedarse la habían imaginado como una nueva Guadalajara pero ya habían recorrido el valle y de todos lados los habían corrido los caxcanes, pobladores originarios difíciles de combatir. La mujer del capitán se llamaba Beatriz Hernández y tenía un genio del demonio, a ella se le puso que de aquí no se movía. El grupo le tenía más que respeto porque cuando la Nueva Guadalajara estuvo en Tlacotán a puro cuchillo y grito pelado destripó a más de uno de aquellos naturales que no creían en el Dios de los hombres barbados. A escasas 20 varas del río edificaron sus primeras casas y echaron a los pocos indios al otro lado, que en la lengua nativa se nombraba Analco. Desde entonces hubo del río para acá los blancos, del río para allá los indios. Las nativas viudas de los caxcanes feroces atravesaban el San Juan de Dios en lanchas y vendían de todo, la fruta de las huertas, la verdura que traían de Tlaquepaque, el pescado que llegaba de Chapala; más de alguna se rezagó en la noche y fue la abuela de las muchachas que hasta hoy habitan las orillas de aquel río que hoy corre entubado bajo la Calzada Independencia.4 A II Primero estamos encerradas sabe dónde, nos ponen estos zapatos apretados, y nos enseñan a usar el perico en vez de comida. Después nos llevan a los centros botaneros de Tonalá o de por el Salto. Si tienes muchos clientes te mandan a que te pongan uñas y que te enseñen a pintarte y te acomodan en los bares de Oblatos o de 4 Berumen Govea, Carmen, op. cit.
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Polanquito. Sólo las muy charras llegamos por acá a la Calzada. A mí me trajeron directito al Don Cruz, que porque me recomendó mi madrina para darles a ganar harta lana. A veces fichamos adentro pero lo más nos mandan aquí enfrente, no podemos ir más lejos, del Don Cruz al Hidalgo, y de ahí a nuestra banca; eso sí, es sólo nuestra, que no se ande arrimando alguna hija de la chingada porque nos la madreamos. Es nuestra banca.
M III Mira nomás como quedaste, comadre. Con lo chula que andabas, los pelos del color púrpura que te pusieron. Yo creí que lo tuyo era de guasa, cómo que te ibas a aventar del puente, cómo que te cansó la vida, comadre, si para esos lamentos teníamos el Tonayan y nos teníamos una a la otra. Yo te quería derecho, nunca te dije flaca o ruca como te decían las otras viejas. Te portaste mal conmigo, si me dan ganas de ponerte una chinga de aquellas. Lástima que ya no te des cuenta. El día en que no gane un cinco, el día que no me traigan un chamaco para que sea la primera vez del mocoso desgraciado me quito la vida, decías. Mira que llegó ese día y cumpliste tu palabra. Ahora qué va a ser de mí, pinche comadre, íngrima como dicen en el rancho. ¿Crees que yo no hubiera seguido en el jale para comprarte tus trapos, tu ropita, tu Tonayan? ¿Y ahora dónde chigados te enterramos? ¿Ahora qué hacemos? ¿Habrá un cielo para putas? Dicen que la caridad de Dios es infinita. Ánimas, comadre, a ver si este año me voy regresando al rancho; allá pongo una cantinita, así con chamacas chicas como un día estuvimos tú y yo; y ahora sí, sin el patrón, sin el Benja, sin comandante. Nomás tú y yo de madrotas a darle vuelo a la hilacha. Pero mira, no me tuviste voluntad, pinche comadre. E IV Ve nomás hasta dónde hemos llegado, las putas y los jotos andan pidiendo derechos. Dios nos ampare. Que van a manifestarse. Uno que los hace gente saludándolos y ya quieren su casa aparte. Quieren seguridad pública, quieren derechos humanos. Ahora sí, como en Sodoma va a caer una maldición en Guadalajara. Te acuerdas, hasta una viejita putilla se suicidó la semana pasada. Dios nos ampare. SEMEFO Expediente 20/22/XII/15. Cerrado.
Personaje.
Blanca Vázquez
Escenario: Un cuarto con una pequeña cama, una estufa eléctrica, una silla vieja y una mesa con trastos. (Él se levanta y se asoma a la ventana. Se pone despacio la ropa que está en la silla)
Él: Los días cada vez son más iguales. Suena el pitido del tren a las 5 de la mañana y sé que es hora de levantarse. Me visto, agarro un pocillo y le pongo agua de la tinaja; le prendo a la estufa y dejo que caliente pa que le eche unas hojitas que todas las noche jalo mientras camino de regreso. Ya no sé si es lunes o jueves… mis ojos miran siempre pal mismo lado de esta ventana y todo se ve cenizo, tan cenizo como mis zapatos que pisan esta tierra que más valiera que pronto me llevara a sus entrañas. (Él da un trago y sale del cuarto)
Sueños rotos.
Judith Almonte Reyes.
Cuanta ilusión de llegar al altar vestida de color blanco; mis damas de compañía, mis padres y hermanos siendo participes del día más significativo en mi vida, al lado del hombre que ha conquistado mi amor. Es la persona más maravillosa de este mundo. Sabe tratarme con todo el respeto; siempre me sorprende con gratos detalles, que valoro con singular aprecio. Tan solo pasaron dos meses para que comenzará mi verdadero infierno; no encuentro las palabras precisas para describir aquella tarde que llegaste a casa. Corrí a tu encuentro no me percaté de que ensucié tu saco con mi labial, arremetiste contra mí. “No por favor.” Duele, me duelen tus golpes; mi cuerpo no sabe cómo reaccionar, mi mente perturbada, solo piensa Dios; soy tan tonta, ¿cómo es posible que lo haya fastidiado? El mínimo error por mi parte era castigado de la peor forma. Tus celos enfermizos siempre te atormentaron; ahora lo creo, estabas desquiciado; ¿cómo pude enamorarme? Las marcas de tus golpes cubrían mi piel, que permanecerá lastimada hasta los últimos días de mi existir; pensar en tí es revivir cada escena llena de miedo; escucho mi grito, mi llanto, mis súplicas, No ya no, déjame en paz; nunca me escuchaste, pretendías descargar tu maldita ira; ni por un instante te detenías, te cegaba el odio hacia mí. Pasaron cinco largos años. Tus golpizas cada vez eran más duras; aprendí a gritar en silencio, ya no respondía, estaba muerta, muerta en vida. Permití que acabaras con toda mi alegría, mi paz, mi entusiasmo. Te culpo, sí te culpo; interrumpiste abruptamente la llegada de mi bebita, tus golpes no permitieron que desempeñará mi mejor rol como madre. Por los días de tu existencia tendrás que lidiar con esos demonios que castigarán incesantemente tu poca tranquilidad; sueños rotos es lo que a tu lado compartí. La noche que decidí suicidarme lo único que ocupaba mis pensamientos era: N , .
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Dos narraciones.
Paraíso e Infierno.
A pesar del tiempo que había pasado, aún me atormentaba tener sexo con ella; la hacía mujer sobre un viejo cobertor y un petate que suavizaban los roces de sus rodillas cuando me pedía hacerlo de a perrito; temblaba de miedo en esa batalla que para ella era normal. Ella, la pequeña salvaje que trastornó mi rutina, e hizo de mi árido mundo un paraíso y un infierno. La poseía procurando darle el mayor placer; refrescaba mi fuego interno, me renovaba, me dejaba loco. Transmitía sexualidad, era irresistible, y la muy ladina lo sabía, yo era su esclavo. Con las tres de la tarde sentía la dureza de mi sexo apretar mis pantalones, quería quitármelos para calmar mi ansiedad; intentaba que no notara la impaciencia de mi cuerpo, la ansiedad de poseerla, de absorber cada jugo de su sexo; quería lamerla, olerla, ensartarla. Oí la llave girar en la cerradura de la puerta, la puerta que se abría para condenarme. La esperé de pie, el movimiento de sus caderas al acercarse a mí era irresistible, pedía a gritos que la tomara. Entró con esa mirada triunfal llena de burla; la abracé, más bien me abalancé sobre ella para besarla, me empujó para enseguida desnudarse y tenderse sobre el viejo cobertor; abrió lentamente sus piernas para doblegarse a mis pasiones. Me puse sobre su cuerpo, le apreté las nalgas tersas, la besé tan lentamente como fui capaz, aguantando las ganas de comerla, pero el deseo no me dejaba saborearla, la quería toda, quería comérmela para que nadie más la tuviera nunca, para que nadie más la deseara. Su lengua en mi boca sabía a fuego, a dolor; era cálida, suave, y sabía muy bien utilizarla en mi hombría. La agarré de los brazos para que no pudiera moverse, esta vez le demostraría con creces lo que siempre me decía: que yo era su macho. Era nuestra última tarde, estaba decidido. En su próximo cumpleaños ya no estaríamos juntos Le mordí el cuello, chupé los lóbulos de sus orejas, le dije “te amo pequeña zorra”, “voy a cogerte como nadie más lo hará”. Apreté sus tetas para chuparlas con todas mis ganas, cada vez estaban más apetecibles; gritó de placer o de dolor, no importaba. Me apreté más contra ella, creí que iba a correrme sólo de sentir cómo se movía restregándose en mi miembro, se mordía los labios, me suplicaba más.
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Rosario Lizama
Me excitaban sus gemidos, su olor, su humedad, me arrodillé cual esclavo a sus pies y sentí todo el manantial del placer que me ofrecía; era tierra mojada, una fuente natural que fluía por y para mí. Nuestra excitación aumentaba sin control, jadeábamos; me dijo que quería que la penetrara, que le gustaba mi miembro, que era suyo y de nadie más. Sus palabras aumentaron el dolor de la despedida, ella ignoraba que era nuestra última vez juntos. Bebí cuanto quise de ella; la hice correr una, varias veces; no sabía si era ella misma o yo quien le hacía disfrutar de esa manera, pero me hacía sentir tan hombre, tan pleno a mis sesenta y tantos años. Su vagina era elástica, aprendió a utilizar sus músculos para abrazar mi pene como si no quisiera que me fuera nunca. La penetré por detrás; lo estaba deseando, la jalé del cabello, a ella le gustaba, lo tenía revuelto, parecía una pequeña amazona. Cuando me sintió dentro levantó la vista para mirarme en el roto espejo del ropero; se movía lenta pero con intensidad; le di fuerte, tan fuerte como mis fuerzas me dejaban, mi mano se posó en su clítoris empapado, chorreaba, nos corrimos juntos. Dejé en su cuerpo la firma de un amor, de una pasión maldita que tarde tras tarde aumentó mi locura; íbamos a morir de tanto disfrutarnos, de tanto amarnos; ese fue mi último pensamiento; el primero también que me vino a la mente cuando después de vestirnos ella se despidió de mi. Le disparé a la espalda, giró por el impacto, pude ver su mirada incrédula, antes de que su cuerpo tocara el piso puse la pistola en mi boca, tal vez nos encontraríamos en los infiernos. Jalé el gatillo. Pobre nieta mía, no pudo llegar a las quince primaveras.
La herida. Su sonrisa era hermosa; alto y de complexión atlética; cualquier chica se rendía a sus
encantos pues tenía todo lo que una mujer deseaba, hermosura y dinero. Sin embargo era muy tímido, parecía tenerle miedo a las mujeres, hasta se llegó a especular acerca de su virilidad. A los quince años tuvo su primera novia formal, la chica era dos años mayor que él aunque no lo parecía. “Su primera vez” fue un fracaso, su novia lo invitó a su recámara aprovechando que los padres de ella estaban en una fiesta; apenas entraron al cuarto la chica se tumbó en la cama despojándose de la ropa y extendió coquetamente los brazos para invitarlo a que hiciera lo mismo; él visiblemente nervioso se desnudó, la novia admiró el enorme miembro y tomándolo de la mano lo atrajo hacia la cama, los labios del hombre apresaron los pequeños senos y eyaculó en cuestión segundos, dejando a la novia sorprendida. Después de otros dos intentos de igual resultado, el noviazgo terminó y se corrió el rumor de su impotencia. Ya en la carrera comenzó a salir con Roxana, una guapa compañera de clases. Los compañeros de escuela organizaron una excursión; él y Roxana compartieron el mismo cuarto. Pasaron un día genial recorriendo los sitios más pintorescos, cansados y muertos de hambre llegaron al hotel para darse un baño y continuar el paseo. Por más intentos que hizo, Roxana no pudo convencerlo para que se bañara con ella; pretextando fumar un cigarrillo salió de la recámara dejándola con una extraña sensación de desprecio y pensando que los rumores que corrían acerca de su sexualidad eran ciertos; se sintió triste, estaba realmente enamorada, se convenció que había construido castillos en el aire. A los pocos minutos se arrepintió de no haber aceptado la invitación de la chica, y volvió a la recámara; vio su desnudez a través del cristal del baño y no pudo evitar la eyaculación tremenda que se anunció feroz sobre los pantalones con un gemido ahogado; tuvo miedo de que Roxana se diera cuenta; se quitaba la ropa en el momento que ella salió envuelta en una toalla, le dijo que no pensó que terminara de bañarse tan rápido y entró al cubículo para que el agua lo calmara. Un pequeño grito hizo que cerrara la llave de la regadera, Roxana sin querer tiró un frasco de perfume y se cortó al pisarlo; la herida no era grave, pero mirar la sangre brotando del dedo pequeño de Roxana produjo en él una erección tremenda, un deseo incontenible. Salió del baño, alzó a la chica, la sentó en la cama y le chupó la herida; cada hilillo de sangre que brotaba lo excitaba más, lamía con placer, hervía de deseo, quería poseerla de todas las maneras posibles. Roxana se encendió también, tomó la cabeza de Erick y se inclinó para besarlo. Erick jugueteó con su lengua, luego se deslizó sobre el cuerpo caliente, le besó el cuello, los hombros, alrededor del ombligo, hasta llegar a su sexo mojado. Lo lamió y acarició, luego le metió dos dedos, ella se arqueó en el placer intenso, abriéndose para que los dedos se introdujeran por completo. Sin aguantar más se acomodó sobre ella para entrar de una fuerte embestida, ella gimió y comenzó a moverse acompasadamente; los jugos brotaban haciendo brillar los vellos púbicos, el pene salía y entraba. El sonido de los cuerpos y gemidos inundaba la recámara, la cama era una laguna de líquidos. Terminaron al mismo tiempo. Estuvieron unos minutos más besándose y tocándose hasta que Roxana se durmió. Erick se durmió también pensando en la sangre que lo había excitado tanto, ideando la manera de que Roxana sangrara de nuevo.
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Identidad y feminismo en la escritura Adriana Azucena Rodríguez de mujeres del Siglo XX. ¿Qué es ser mujer y cómo se es mujer? mientras la respuesta se relaciona con una función sociológica, parece natural afirmar que la mujer se define por la maternidad y el cuidado de la familia. O se define en oposición a esos atributos: la mala mujer, seductora y maligna, bruja incluso —las únicas mujeres de las que se hace referencia en el Infierno de Dante están en el círculo de los lujuriosos y el de los brujos—. Ahora bien, ¿qué es ser un hombre? Un varón, no un ser humano: difícilmente la lista de respuestas comenzará con «marido» o «padre»; ser brujo no es algo necesariamente negativo, ni mucho menos seductor. Estamos ante lo que representa uno de los más importantes planteamientos de la modernidad: la diferencia de género, entendido como concepto posicional derivado del engranaje desigual del poder en que, en general, se desarrollan las vidas de mujeres y hombres. La sociedad reforzó la estructura de poder promoviendo la repetición de su modelo en todos los ámbitos: religioso, judicial, doméstico, laboral, cultural, artístico. Y esa es la base del germen del legado cultural mexicano que, si bien se diversifica en la multiplicidad de realidades y variantes, cimienta las representaciones literarias de los colectivos masculino y femenino. Mi reciente investigación sobre la escritura de mujeres nacidas en el siglo XX, publicada bajo el título Coincidencias para una historia de la narrativa mexicana escrita por mujeres (UNACH-Afinita 2015), ha resultado en una serie de conclusiones acerca del papel del feminismo y la identidad femenina en relación con la escritora implicada en diversos procesos históricos, culturales y sociales. Es de este asunto del que quiero hablar en esta ocasión. El movimiento feminista, como todos sabemos, ha logrado consolidarse en casi todo el mundo occidental. Sin embargo, en nuestro ámbito no poseemos la referencia —insisto, en el siglo pasado— de un movimiento feminista sólido establecido en los diversos ámbitos de la sociedad, incluyendo el literario, como lo dejó demostrado Yolanda Melgar Pernías, por contraste entre la autora de origen chicano Sandra Cisneros y Carmen Boullosa (Tamesis, 2012). Si bien el feminismo ha
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logrado importantes avances y las mujeres adquieren poco a poco un protagonismo significativo, aún no alcanza el desarrollo de otras regiones. El feminismo fue —y ha sido— visto incluso como una rareza, un puñado de ideas extravagantes. Justamente, Elena Garro llegó a negar rotundamente esa categoría en una entrevista: No soy feminista. Nada de eso. ¿Por qué? Las mujeres manejamos sólo ideas que han descubierto los hombres. El día que manejemos ideas propias entonces seré feminista, pero mientras manejemos intelecto masculino no soy feminista. (en entrevista con Verónica Beucker)
Aunque existen centros de estudios académicos ocupados en la problemática femenina, todavía hoy no contamos con organizaciones visibles y representativas que se declaren abiertamente feministas y mantengan una agenda dedicada a los derechos de las mujeres. La literatura tampoco ha logrado crear un movimiento de escritoras centrado en las mujeres; sin embargo, creo que el gran esfuerzo de nuestra literatura femenina nacional se ha ocupado, principalmente, de la creación de nuevas identidades a partir de las ya conocidas. En literatura escrita por mujeres en el siglo XX, tampoco contamos con movimientos o grupos generacionales vinculados directamente con el feminismo. Hay casos individuales, como el de Rosario Castellanos, hubo concursos literarios o revistas restringidos a la participación de mujeres, pero no quedan testimonios de un conjunto de escritoras reunidas en torno al feminismo. Esto no implica, de modo alguno, que las autoras no hayan adoptado distintos posicionamientos políticos e ideológicos, visibles en su narrativa y en su participación en movimientos y causas sociales. Como buena parte del relato mexicano, el de las autoras se caracteriza por representar una conciencia crítica, un cierto nivel de compromiso ideológico, subordinado —eso sí— a principios predominantemente estéticos y ficcionales. Esta condición distante del feminismo entre escritoras se debe a varios factores que se imprimen también en su obra: en su mayoría, nacieron en una clase social privilegiada, pequeñoburguesa, que
garantiza educación, ciertas condiciones de in depe ndencia econ ó mica, as í co m o una participación en el campo cultural adecuada para la publicación y distribución de su obra; esto en contraste con las condiciones socio-económicas de la mayor parte de la población femenina en el país. De tal forma que los ámbitos político o ideológico de las escritoras se reproducen en su conformación ideológica, al margen de lo femenino como grupo político. Sin olvidar las características de la sociedad católico-patriarcal basada en la subordinación y el desprecio a lo femenino. Esto ha provocado que las autoras mexicanas carezcan de modos de relación con otras mujeres: la escritora mexicana, perteneciente al grupo dominante, establece relaciones principalmente de subordinación con las de otros grupos. En cambio, la preocupación más visible de las escritoras del siglo XX es su identidad como mujeres, en sus ámbitos particulares y a partir de los condicionamientos heredados e impuestos: la posición de confinamiento en el hogar, la reacción a sus mecanismos de sometimiento, como la dependencia económica o la construcción discursiva de sus modelos de conducta. Dichos modelos están enfocados en la vida conyugal, la reproducción y el cuidado, roles correspondientes a las mujeres, en tanto que el los roles masculinos se relacionan con el desarrollo de habilidades que refuercen el papel de proveedor, progenitor y legitimador de lo femenino. Al respecto, se recordará la enumeración de las imágenes femeninas recreada por el ensayo clásico de Octavio Paz: Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asignan la ley, la sociedad o la moral. Fines, hay que decirlo, s o br e l o s q ue nu n c a s e l e h a p ed i do s u consentimiento y en cuya realización participa solo pasivamente, en tanto que 'depositaria' de ciertos valores. Prostituta, diosa, gran señora, amante, la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores y energías que le confían la naturaleza o la sociedad. En un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es solo un reflejo de la voluntad y querer masculinos. Pasiva, se convierte en diosa, amada, ser que encanta los elementos estables y antiguos del universo: la tierra, madre y virgen; activa, es siempre función, medio, canal. La feminidad nunca es un fin en sí mismo, como lo es la hombría. (El laberinto de la soledad, p. 31-32)
Así las cosas, el programa de escritura de las narradoras que tuve oportunidad de leer durante la preparación de mi libro, parece partir del problema de la identidad: la réplica a estas imágenes, el descubrimiento de las contradicciones que implica el sistema en que se halla, o la denuncia de las imposiciones que las anulan, la creación, incluso, de una identidad más propia. La identidad, como conjunto de los rasgos propios de un individuo o de una comunidad que lo distinguen de otros individuos o de una colectividad, es un principio del movimiento feminista y es, en mi opinión, el ejercicio más representativo de la escritura de mujeres mexicanas y latinoamericanas del siglo XX. La primera generación de escritoras mexicanas nacidas en el siglo XX parten de esta identidad derivada del patriarcado: las escritoras como Nellie Campobello, Indiana Nájera o Carmen Báez, muestran, en relatos sobre la Revolución, la preocupación por la infancia, víctima de la época, manifiesta en la exploración del personaje del niño y el adolescente. Este es uno de los rasgos que distinguen a las autoras del conjunto de escritores del género masculino: la visión del movimiento revolucionario desde la perspectiva de las madres, el reclamo de la mujer, desde la identidad materna, a la violencia y el desamparo propiciado por la guerra. Así, conforme aparecen más relatos de escritoras, la maternidad es uno de los primeros elementos que se ponen en cuestionamiento. Y las otras identidades femeninas se van deconstruyendo a partir de la maternidad, en primer lugar, la pareja. No es extraño que la pareja sea uno de los asuntos más acuciantes de la narrativa femenina, ante la situación de dependencia económica, social y, por ende, psicológica en que la sociedad de por lo menos tres cuartos de siglo impuso a las mujeres. Por ejemplo, las escritoras que incursionaron en la literatura de lo sobrenatural, en alguna ocasión por lo menos, como Rosario Castellanos, Elena Garro, Guadalupe Dueñas o Amparo Dávila, cuyas obras aparecen entre los 50 y 60. Estas autoras plantearon protagonistas que viven asfixiadas en el hogar, con secretos guardados celosamente y que luego se vuelven en su contra, como el feto de una hermanita o un huésped instalado a la fuerza por los maridos. O el caso de la indígena convertida en sacerdotisa a causa de la presión social por no haber sido capaz de tener hijos. O la obsesión de una mujer casada que huye de su hogar para reunirse con un amante, una figura
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fantasmal que parece existir sólo en su locura o en su muerte, pero con una fuerza tal que la hace visible a los demás por unos segundos. En franca discusión con estas identidades, ya en los 80, otro modelo de mujer se atreve a salir a la luz de la ficción: la protagonista lesbiana que enfrenta a su familia y comunidad a causa de su decisión de vivir su sexualidad, en las novelas de autoras como Rosa María Roffiel o Sara Lévi Calderón. También es la época en que surge el testimonio de la búsqueda de la identidad de las autoras de origen judío en México (Margo Glantz, Rosa Nissán, Ethel Krauze y Sabina Berman): la identidad nacional y los mecanismos de exclusión y sometimiento de la comunidad hebrea conducen a estas autoras a un retorno a la imagen de la abuela. Casi a finales de siglo, se encuentra el caso de tres novelas en las que la protagonista se identifica con un personaje literario: Dulcinea, Ana Karenina o Susana San Juan, en novelas que coinciden en el planteamiento de la posibilidad de que las mujeres enfrenten los modelos femeninos creados por hombres, para trascenderlos y construir una identidad individual e independiente. El número de publicaciones de escritoras mexicanas se ha incrementado geométricamente, en todos los estados del país, se hacen cada vez más visibles colectivos de escritoras, organizadas a partir de conceptos como etnia, estado o preferencia sexual, pero, sobre todo, a partir del género. Es evidente que la escritora mexicana ha conquistado espacios como, quizá, no lo ha hecho otro grupo de mujeres. Sus alcances como voz crítica en un entorno cada vez más hostil hacia lo femenino aún están por verse, sin embargo, son las escritoras uno de los grupos que más influencia hay logrado después de décadas de movilización creativa y social.
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Adriana Azucena Rodríguez, Coincidencias para una historia de la narrativa mexicana escrita por mujeres, Tuxtla-Puebla, UNACH-Afinita, 2015. Yolanda Melgar Pernías, Los 'bildungsromanae' femeninos de Carmen Boullosa y Sandra Cisneros. Mexicanidades, fronteras, puentes, Tamesis, 2012. Octavio Paz, El laberinto de la soledad; Postdata; Vuelta al laberinto de la soledad, México, FCE, 1999. Lucía Melgar y Gabriela Mora, Elena Garro. Lectura múltiple de una personalidad compleja, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla-Dirección de Fomento Editorial, Puebla, 2002.
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Incomodantes conjeturas estelares. La gente cree que en realidad existen. A pesar de que carecen de pruebas contundentes. ¡Cree que existen y lo aseguran con encendida convicción! Desde ya hace mucho tiempo especula con sus posibles formas, sus propósitos, su naturaleza, orígenes y medios de comunicación. Idealiza sus avanzadísimas tecnologías que les posibilitaron superar distancias inconcebibles. Más aún, se los imagina arraigados en nuestro mundo, con una actividad simbiótica que facilita una convivencia viable entre especies distintas. Algunas ficciones cinematográficas los suponen, en cambio, con cierta subrepticia e impasible voluntad invasora. Con pretensiones de desplazar al hombre de su supremacía global. Aunque aun esté en discusión el momento de su arribo, se dice que podrían estar siendo ocultados por nuestros propios gobernantes, y en las razones no se coincide demasiado en ámbitos académicos ; pueden obedecer a múltiples cuestiones, entre ellas el de evitar un posible pánico generalizado e incontrolable. Pero más allá de l a elucubrable mente de algunos escritores, es vox populi que están en nuestra inmediatez, perfectamente adaptados a nuestro ambiente, y hasta dentro de nuestra trama social, infiltrados, indetectables. La pregunta que se hace la gente es: ¿debemos preocuparnos? ¿o solo aceptarlo como algo con lo que se debe cohabitar sin remedio? ¿con lo que no se puede lidiar, y es de todos modos, inevitable? ¿qué podría pasarnos si se subestimara su presencia? Hemos tolerado en nuestras culturas, amenazantes influencias, y algunas muy maléficas, desde tiempos inmemoriales ; hechiceros, fantasmas, depravados y patéticos endemoniados, sin acomplejarnos, ni conflictuarnos. Y con esos grupos pareciera también que no podemos transponer las oníricas disquisiciones, y los tenebrosos relatos que inquietan. Pero no me parece que pudiera, en este tema, ser
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Jorge Eduardo Núñez.
aconsejable tanto ninguneo. Es hora de aceptar lo evidente. Yo al menos, no puedo soslayarlo. Cuando mi padre falleció, en sus momentos finales, con desesperación trató de balbucear su advertencia. No comprendí entonces. Su avanzada parálisis facial, su lánguida glotis desobediente, le impidió tensar convenientemente sus cuerdas vocales y manejar su lengua en el sensible momento de la despedida. Al tiempo murió también mi madre, sin signos de sufrimiento, tomando mates conmigo, con un inesperado ataque cardíaco que me sorprendió sin estar preparado para afrontar la emergencia. Me quedó la impresión de que fue tan implacable e instantáneo que hasta le quitó la conciencia de su irreversible partida. Nunca logré que ella dejara de evadir la necesaria conversación entre nosotros. Desde entonces cambió inexplicablemente el rumbo de mi vida, extrañas bendiciones comenzaron a sucederse de pronto. Alucinaciones y sueños, afortunadas predicciones, conmocionaron positivamente mis siempre escuálidas y miserables arcas. La vida empezó a sonreírme sin que yo tuviera injerencia alguna en lo que acontecía. Pero con ello apareció lo espeluznante. La extrañeza que produce la gradual y creciente murmuración entre las personas que siempre te han querido, en las que uno confía ciegamente. Esas huellas encontradas en los lugares más inaccesibles. La opresiva sensación que se instala en la caja torácica cuando uno se despierta sobresaltado de la pesadilla. Y la angustia que se arraiga en el propio pecho, luego de ese impulso auto compasivo ya sofocado, y sin embargo apenas ligeramente asumido. Primero fue, lo recuerdo claramente, la desaparición de los perros guardianes de mi vecino, de los que solo encontramos rastros y demostraciones de su final trágico, esparcidas por todo el patio y aún sobre las ramas altas de los árboles. Luego el sonido por todos escuchado,
cada vez más frecuente, de correría sobre los techos de las casas del barrio. Recuerdo además el desgarrador alarido en la calle, del que nadie pudo aportar ni precisar detalles de su procedencia. Algunos d í as despu é s, esas marcas... Pisadas extendidas sobre las paredes y aún sobre el techo de mi propia habitación. Todo el vecindario esgrimiendo razones, relatos testimoniales, teorías descabelladas. Llegué a impresionarme tanto que comencé a temer un infarto; las arritmias y palpitaciones estrepitosas me traían a la memoria el deceso de mi madre, aquellos rumores desquiciados que parecían provenirme de ambos lados de mi tórax. Y por seguirle la corriente a mi clínico de cabecera, otra locura, me escabullí durante una noche hasta la cripta familiar. ¿ Por qué me dejé influenciar de esa manera? ¿Qué podría haberme encontrado el novato matasanos en mi envidiable estado de salud, que le hizo pedírmelo con tan inesperada premura? Lo cierto es que al llegar allí, con la ayuda del sereno del cementerio, que logré convencer, el ataúd de mi madre se abrió. No encontré cuerpo alguno, ni huesos ni nada de lo que yo esperaba reducir y recuperar. Solo una substancia babosa y fluorescente que se diseminó en el aire casi explosivamente, al romper los sellos y quedar expuesto el interior a la presión atmosférica ambiental. Al retornar a casa, corrí al baño a lavarme las salpicaduras que sentía adheridas y pegajosas, y no se me ocurrió mejor idea que cepillarlas enérgicamente. Mi novia, que me vió llegar tan intempestivo, corrió tras de mí, intrigadísima. Entró al baño sin golpear la puerta ni pedir permiso. Y al verla desplomarse al piso mi golpeteo cardíaco se catapultó a un ritmo inarmónico y alocado. Mi cabeza bullía descontrolada, reeditando en mí, recuerdos, como pelotita de ping pong
rebotando sin escape dentro de un bolillero traslúcido y repleto de agudos azares. Devolviendo aterrado la vista al espejo vi mi propia piel desprendida y en colgajos. Podía ver sin dificultad a través mio la pared opuesta al espejo, la puerta y hasta el cuerpo de mi novia desvanecida sobre el umbral que daba a mi dormitorio. Apagué aquella luz sobre el botiquín que reflejaba esa imagen que me resistía a ver; la que había producido el desmayo a mi incauta novia, enloquecida y atribulada de cuestionamientos. Una tenue emanación fluorescente escapaba por todos aquellos lugares en que se había desgarrado mi piel. La transparencia plasmática era tal que yo podía ver claramente mis dos corazones latiendo en mi tronco, sin sincronización alguna, como el borboteo de una ebullición volcánica.
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La vida en prosa. Yo voy soñando caminos/ de la tarde. ¡Las colinas/ doradas, los verdes pinos,/ las polvorientas encinas!.../ ¿Adónde el camino irá?/ Yo voy cantando, viajero/ a lo largo del sendero.../ —la tarde cayendo está— Todo parecía ser encontrado en estos versos de Antonio Machado, todas las respuestas a preguntas no hechas, todos los enunciados y prados de ensueño florecían, y las penas jamás vividas parecían aliviarse. Mi libro de lecturas de la primaria era el refugio perfecto para una mente que había nacido desconectada de la apacible realidad. Devoré una y otra vez esos libros, no había más; la biblioteca de mi padre sólo hablaba de política, de guerras, de protocolos de los sabios de Sion y mi mente infantil, sólo quería un abrigo. Después llegaron a mis manos las novelitas de dibujos: el libro semanal, el libro sentimental, el libro vaquero, lágrimas y risas, entre otras. Lecturas que mi padre calificaría como “literatura barata”, por lo que apenada me escondía para leerlas. Años más tarde me topé con las novelas de Marcial Lafuente Estefanía, era emocionante leer por primera vez un libro de puras letras, me sentía mayor, aunque sólo contaba con diez años. Imaginaba que algún día tendría un romance con un vaquero que portara un colt y me defendiera de los malosos. Yo era unos ojos que desde la ventana, miraban a otros niños corretear, a unos adolescentes besuquearse en las esquinas, a las doñas ir al mercado y comentar su telenovela favorita; yo era unos ojos que todo lo envidiaban, porque no lograba deshacerme de esa despersonalización que me impedía actuar como esas personas; me alejaba a ese rincón
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Anel Mora.
donde mi único consuelo eran las novelitas rosas de Corín Tellado, o las de Jazmín, o las de Estefanía. Mi vida se reducía a vivir a través de esas historias inverosímiles que me transportaban a todos los lugares, lejos de esa parte que a veces odiaba: mi cuerpo. No, no es que tuviera una infancia mala, mi vida fue buena, noble; pero en mis huesos palpitaba una semilla indestructible que podía infectar o embellecer el mundo, según con qué pie me levantara, por así decirlo. De extremo a extremo, así bailaba y así aprendí a caminar. La primera novela que leí, por lo que se hizo una de mis favoritas, fue Sin novedad en el frente de Erich María Remarque; una historia basada en la vida real, que nos hace ver lo crudo de la guerra, donde no hay ganadores, todos pierden, sobre todo los que van a la guerra. Pasaron los años y con ellos, escritores que se instalaron en mi memoria para inspirarla, para calmar las angustias y los problemas existenciales. Hasta que finalmente fui tragada por la cotidianeidad. Fueron años de reposo mental, ignoré los demonios para vivir una vida “tranquila”, serena. Trabajé en una cadena de comida rápida mientras formaba un hogar. La vida me obsequió el mejor regalo que he tenido: mi hijo. Sin embargo, las brumas terminaron por alcanzarme, me faltaba el aire y respiraba a bocanadas para sobrevivir a aquello que después nombré como La náusea, por la novela de Sartre, otra de mis favoritas. Era inevitable, la única forma de respirar, era a través de las letras. Creo que todos escribimos versos en la secundaria, versos de amor, de despecho,
versos existenciales; y al transcurrir el tiempo, crece una sombra que se acomoda cerca de ti, y te incomoda, te martiriza, oscurece tu pensamiento y la única forma de disminuirla es escribiendo. Yo ignoré esa sombra por años, y por años pretendí ser nativa, sedentaria, un ser humano institucionalizado. Hasta que explotaron mis manos y las esquirlas de esa bomba alcanzaron a los que más amaba… sólo entonces, me senté a escribir. No haré el recuento de los daños, hay cosas demasiado dolorosas para siquiera pensarlas, pero ese camino me llevó a encontrarme, a descubrirme, a aceptarme y por supuesto, a aceptar mis demonios. Para convencerme de lo que debía hacer, entré a la universidad a estudiar literatura; o quizás en ese momento era mi única salida. Y leí, y conocí la historia de la literatura, de todas las literaturas incluyendo la religiosa y me desprendí de culpas, de paraísos prometidos, de las creencias que por años levantaron murallas entre la humanidad y yo. Y desperté de muchas cosas y aunque aún me encuentro presa, veo claramente el control social, el consumismo abrasante, las historias detrás de la “Historia” y el ogro espeluznante llamado intervencionismo. Pero también conocí personajes de los que vale la pena sentarse y aprender. Dentro de todo ese nuevo mundo, me reconcilié conmigo misma, con mis errores, con mi depresión, con todas las cosas que odiaba de mí… la catarsis se había completado. Mentiría si dijera que no importaba ser
leída o no; yo quería ser leída, por orgullo, egocentrismo o porque quizá aliviaran a alguien mis letras. Así que por suerte del destino conocí a personas que hace ocho años, me impulsaron a publicar, primero unos poemas y después una novela. Todo había empezado con los versos de Antonio Machado, y el pasado se mostraba noble y noble el presente, y la vida se desdibujaba noble porque ya gozaba de una compañía silenciosa y amable, neurótica y complaciente, indomable y dulce, una compañía que estaría siempre conmigo sin importar qué… las letras.
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Los cajeros.
Uriel Martínez
Para levantarme la moral fui al cajero automático y retiré de mis ahorros doscientos pesos. Ya salía de la sucursal Centro cuando un ancianito me pidió orientación para usar la máquina de retiro las 24 horas. Su vista desgastada le hace titubear con el marcado de su clave (NIP). Pero su tarjeta es de otro banco, le dije, si retira aquí le cobran comisión de cincuenta pesos. Su cuenta está en Sandander Serfin, le aclaré, y estos cajeros son de City Group Banamex. 2. Sin desalentarse me dijo que a dos cuadras hay otro cajero de su banco. Lo acompañé. Pero la sucursal Madero ya está desmantelada; y él no sabía; ni yo. Una pareja que pasaba nos dijo de otra sucursal a cuadra y media. Hacia allá encaminamos nuestros huesos. Pero no hallamos nada. Cerca, vi dos agentes uniformados en bicicleta, crucé la calle y mi amigo de año nuevo me esperó. 3. Había que seguir hasta la calle Hidalgo, esquina con Catedral, y tomar a la derecha. En la esquina estaba la tan buscada caja del dinero. Con el retiro mi nuevo amigo del 2017 esperaba comprar víveres antes de volver a Sierra de Lobos, en paz, pues temprano oyó misa en el templo de San Sebastián, el santo patrono de los gais de Dogville. 4. Entramos, me extendió la tarjeta roja y la clave anotada en un papel. Cuando la pantalla me pidió anotar la cantidad a retirar, el anciano crujiente me dijo "Todo". Me precisó que dos mil 500 pesos. Pero la jaula no aflojaba el billete. "Ahora no más falta que se trague la tarjeta", pensé a punto de extraviar la paciencia. Pero me la devolvió. Era el cuarto cajero que probaba y nada. 5. Se me ocurrió reiniciar la operación con el temor de que hubiese cámaras de video filmándonos y que de un momento a otro llegara una patrulla por nosotros. Oprimí el botón de "Estado de cuenta". Mi bendito amigo tenía un fondo de ahorro de $68.34 pesos. Nunca podríamos disponer de dos mil 500, ni yendo a bailar a Apocalipstick. 6. La señora del cajero de al lado escuchó la cantidad disponible y nos aclaró que es uno de enero —día inhábil para la burocracia del gobierno—, que los depósitos a pensionados se harían al día siguiente.
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Cervatillo. No alcanzaba a comprender por qué su madre se pasaba el día acostada durmiendo. La casa siempre en penumbras la mantenía cabizbaja. Un hambre crónica a causa de la carencia de alimento se había apoderado de ella. No recordaba cuánto tiempo atrás, si decía —tengo hambre— como respuesta recibía un gruñido y un frío —no estés jodiendo y busca que comer en la cocina—; donde nunca había nada. Se alimentaba de las sobras que se encontraba por ahí sobre algún mueble o tiradas. Tenia solo seis años cuando su padre se fue de casa. Hoy, dos años después, comenzaba a olvidar su rostro, aunque no el día de su partida; lloró mucho. Papá había peleado con mamá. No olvidaba los gritos, los objetos volando por la habitación y a su madre tirada en el sillón. —¡Carajo que estoy enferma! No puedo dejar el caballo, sé que te lo prometí, pero no puedo. Tú lo sabías, y sin importar me estuviste jodiendo hasta que me fui a vivir contigo y me chingaste hasta que quedé panzona. ¡Tú sabes que yo no quería tener hijos! —Creí que dejarías la droga pero me equivoqué. Ya no te aguanto ¡Estoy hasta la madre de verte drogada! ¡Me voy! —¡Llévate a la escuincla! No la quiero, no la dejes aquí. Yo no puedo hacerme cargo. Domi llorando se abrazaba a las piernas de su padre. Él la apartó, se agachó a su altura diciendo: Eres una niña grande, vas a cuidar a tu mamá. Yo vengo después por ti. Nunca volvió. En realidad se llamaba Doménica, pero había adoptado el diminutivo como su nombre de pila; como recuerdo del cariño que conocía, y lo atesoraba como su único contacto amoroso. Su madre para molestarla, le llamaba Doménica. Sólo porque el nombre, vocalizado, le parecía contener un acento fuerte que no daba lugar a denotar debilidad, pero terminó en un acto de conmiseración, llamándola por el diminutivo.
Paty Rubio
A los ocho años era una niña en extremo delgada, con la estatura de un infante de siete a lo sumo. Parecía un cervatillo recién nacido: enclenque, tembloroso, de mirada asustada y piel blanquísima a causa de la falta de sol. No salía nunca a la calle, ni era enviada a la escuela. Cuando la tía Sara, hermana de su madre las visitaba llevando comida, con la desesperación del hambre insatisfecha, aprovechaba para darse un gran banquete; aunque la mayoría de las veces terminaba vomitando, pues su organismo resentía la abundante cantidad de alimento a la que no estaba acostumbrada. La visita de Sara era fiesta para Domi, pero no para su madre. Le reclamaba tanto su drogadicción, como el encierro en que mantenía a la niña, el hecho de no mandarla a la escuela, amén de su apariencia. Al ver a su tía, Domi le pedía que se la llevara a vivir con ella, lo que provocaba el enojo de su madre y al retirarse su hermana, se desataba el infierno. Los gritos y golpes que su madre le daba solo eran preludio de los que recibiría al llegar el novio. Muchas veces su madre no le permitía pasar a Sara, con tal de que no viera los moretones causados por las golpizas que el novio le propinaba. Y mucho menos quería que viera cómo dejaba a la niña, a quien también apaleaba con saña. No era nada raro que su madre cuando estaba siendo golpeada le pidiera a su novio: —Pégale a Doménica, pégale a ella. Con tal de sacarse de encima los golpes, no le importaba el sufrimiento de la niña. Más de una vez, Domi quedaba tan mal a causa del inmerecido castigo. Ese día se encontraba ardiendo en temperatura. Su madre le permitió a Sara la entrada a la casa, más que por caridad o preocupación, se encontraba muy drogada. Sara vio tan mal a su sobrina, y sin hacer caso de la negativa de su hermana decidió que la llevaría al hospital; tomó a la pequeña en brazos para llevársela y salió delatripa 33
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dejando a su madre que apenas lograba mantener los párpados abiertos. Entre el sopor de la enfermedad, al percibir el aroma que reconocía, Domi supo que iba en brazos de su tía; entreabrió los ojos y sonriendo dijo: ¿Vas a dejar que me quede en tu casa? Con gran trabajo había articulado las palabras. Sara le pedía a Dios que la dejara llegar a tiempo al médico. La pequeña estaba más en el cielo que en la tierra. —Sí, mi querida —respondió con los ojos cuajados— no regresarás más a esa casa. Pero por favor resiste.
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Logró llegar a la planta baja del sucio edificio de departamentos, dirigiéndose apresurada a su auto. Cuando puso a la niña en el asiento trasero, la pequeña medio abrió los ojos, y alcanzó a sonreír. A Sara se le rompió el corazón y se sintió culpable por no habérsela quitado desde mucho antes a su hermana.
Contrasentido. Se hallaba en la cama, desnuda, enardecida y apremiante. Roberto entre besos y caricias le dijo al oído: Excítate mucho... Ludivina, mujer de 26, atractiva. En la calle nunca faltaban piropos a su paso. Los hombres la veían como lobos hambrientos, sin importar que fueran acompañados; y las mujeres la miraban de reojo. Siempre iba bien vestida, limpia y perfumada. Le sacaba partido al descuento de empleada que le hacían en su trabajo, para adquirir los perfumes franceses de su preferencia. Esa tarde al salir de Liverpool, donde era empleada de piso, Ludovina se despidió de sus amigas: —Nos vemos el miércoles, pedí permiso y no vengo mañana. Este inventario estuvo de muerte, me voy a descansar. Un beso en la mejilla y se retiró caminando hacia la estación del metro, que la llevaría a la terminal de autobuses para Coacalco. Llegó al de Insurgentes y bajó por las escaleras, perdiéndose entre el mundo de pasajeros que se abrían paso por los pasillos. Caminó entre vapores mezclados de perfume, sudor y tabaco que inundaba el espacio. En ocasiones el hedor era tan repulsivo, que le producía arcadas. Se encaminó al andén donde pasaba el convoy que la llevaría al norte. Al llegar buscó una banca donde poder sentarse, casi al final del andén vio una, donde sólo estaba un hombre. Al verlo de cerca le pareció muy atractivo y algo familiar. Su trabajo le exigía permanecer de pie toda la jornada y se sentía muy cansada, así que tomó asiento a su lado. Al sentarse, una rápida mirada le bastó para confirmar que el hombre sentado era de su gusto. De unos 35 años, alto, moreno y con músculos. Ya junto a él, escuchó que le decía: —Vives cerca de la escuela de Coacalco ¿cierto? —Sí —intrigada— ¿me conoces? —Me llamo Roberto —dándole la mano— soy pediatra. Mi consultorio está frente a la escuela. Seguro lo has notado. Te veo pasar rumbo a la parada de autobuses. Algunas veces te encuentro cuando voy entrando a mi consulta. Ella al fin supo por qué le resultó conocido. Confiada le dio la mano. —Mucho gusto, Ludivina— le sonrió Empezaron a platicar como si lo hubieran hecho desde mucho tiempo atrás. Pasó el tren y ellos continuaban en la banca. —¿Vamos a tomar un café, aquí afuera? —Vamos.
Paty Rubio
Salieron de la estación y se metieron a la primera cafetería a su paso. Ahí permanecieron tomando un café tras otro, en el transcurso de casi dos horas. Para ese momento, ya sabía que la plática terminaría con ambos en la cama. —¿Ahora a dónde vamos?— preguntó Roberto, dejando implícito el vocablo Hotel, en la pregunta. —Donde tú digas. Roberto se puso de pie, dejo un billete en la mesa, y la tomó de la mano para ayudarla a levantarse de la silla. Salieron del lugar sin soltarse de la mano. Fuera de la glorieta de Insurgentes, él hizo la parada a un taxi. No le dio ninguna dirección. Simplemente lo fue guiando, indicando por donde ir o dar vuelta. Al cobijo del auto, comenzaron a besarse. Ludivina no supo ni por donde había tomado rumbo el taxista. En ese momento, solo pensaba en lo que su cuerpo sentía. Llegaron a las puertas de un hotel. Bajaron después de que Roberto pagara y se adentraron en el inmueble. Ella se mantuvo a su espalda mientras él pedía una habitación. Una vez que le dieron la llave la tomó por la cintura guiándola al elevador. Dentro, poco faltó para que las ropas volaran fuera de sus cuerpos. Entre besos y caricias Roberto la condujo a la cama, donde de a poco la fue desnudando. Ludivina intentó tocar el miembro, que ya adivinaba erecto, pero él le detuvo la mano y llevándola a sus labios, le dio un beso en la palma. —Espera— dijo en un susurro. Ella no le dio importancia. Estaba gozando con la excitación que crecía con lo que él hacía en su cuerpo. Roberto bajó la mano introduciéndola en la entrepierna de Ludivina y exclamo gutural; —¡Mamacita, ya estás bien mojada! Sin dejarla hablar continuó besando su boca, mientras metía dos dedos en su palpitante y lubricada vagina. Dejó sus labios para acercarse a su oído, Ludivina jadeaba, él dijo: -Excítate mucho porque soy impotente. Ludivina al escucharlo, sintió como si un rayo la atravesara de la cabeza a los pies. Se erizó por completo. En un solo instante pensó mil cosas terribles y se recriminó. ¡Es un loco y me va a matar! ¡Qué pendeja soy, cómo llegué hasta aquí! ¡Nadie sabe, ni yo misma, dónde estoy! ¿Qué hago? ¿Cómo debo actuar? ¿Saldré viva? La excitación desde luego se esfumó. Estaba más fría que un muerto.Para su sorpresa se escuchó mintiendo con aparente tranquilidad: —No te preocupes, ya terminé. Dime qué debo hacer para ayudarte.
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—En cuanto te la meta voy a venirme. Así fue, ni siquiera alcanzó a metérsela; apenas la verga tocó la entrada de su vagina, sintió el chorro de semen caliente corriendo por su vulva. Ludivina entendió por qué no le permitió tocarlo en el escarceo. El idiota es eyaculador precoz pensó, pero no podía estar tranquila por completo. Al verlo descansar plácido, como si hubiera sido el mejor amante, sintió una mezcla de compasión y desprecio. Se comenzó a vestir. —Ya es tarde, tengo que llegar a mi casa.
El final
Daniel Zetina.
El tren llevaba en su carga al elefante Ratoncito, confiscado de un circo de acuerdo con la nueva ley de protección ambiental, que prohibía los animales en cualquier función pública. Ratoncito había sido entrenado en el circo, donde nació y creció entre otros de su especie y demás vida salvaje en cautiverio. Ahora lo llevaban a encerrar a un zoológico, lo pondrían dentro de una jaula. No viajaría más ni vería a su familia, pues ellos irían a diferentes ciudades. Hábil como era, abrió el cerrojo de vagón con la trompa y al pasar por un puente, sobre el desfiladero empujó la puerta y se lanzó al vacío.
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De cómo fluye el deseo
Oralia Ramírez Cruz.
Jade disfruta observarlo discreta después del coito; silencioso y con el humo enroscándose en su dentadura porque puede rememorarlo entero, desde que lo conociera en el tren con destino a Parral hasta el último minuto que estuvo en su adentro; después de cabalgarlo, ella también fuma, no porque lo disfrute como él sino para continuar cerca suyo, así, de forma tan obscena lo desea. Un ánimo desenfadado es fundamental para mantener en forma cualquier relación humana, y aunque él desconoce bien a bien lo anterior, se esfuerza en sonreír porque su deseo por ella ha surgido desenfrenado. Frente al ventanal la mirada de Jade se pierde entre los tejados color ocre al recordar las últimas horas, el aire coquetea con sus cabellos, él, ansioso por volver a su centro va junto a ella y le acaricia la espalda, la arrastra con esa mirada que todo lo promete; ella, fascinada sucumbe pero en el fondo más plomizo sabe que él tampoco sabe volar, y menos a su ritmo, esto indica un final inminente y bastante próximo. Sin embargo prefiere ahuyentar ese fantasma que paulatino adquirirá corporeidad. Sus cuerpos vuelven a amalgamarse entre sudor, susurros, y frenéticos movimientos que le permiten olvidar su pasado circunscrito a la orfandad. Él no piensa en nada, disfruta y acepta en silencio todo lo que ella dice a media voz. Desconoce que minutos después de la despedida ella se marchará con toda su palabra hecha frustración, de una buena vez. Jade esperó con ansiedad suicida este encuentro: no hubo respuesta a nada de lo que dijo. Mala señal para una mujer apasionada. Por eso, al terminar decidió que ya estaba todo hecho y no había esperanza para un deseo como el suyo, frente un hombre incapaz de nombrar aquel término que la enloquecía. Al concluir vuelven a fumar, la mirada de él ahora es de perplejidad pero a Jade se le ha metido en la cabeza que todo ha terminado. Paulatina se viste, acomoda su cabello, pinta sus labios y al observarse en el espejo, de espaldas a él, no puede evitar recordarse antes de conocerlo. Una sensación espesa la anega e intenta tragar saliva sin hacer ningún ruido gutural, entonces prende otro cigarrillo, se pone sus gafas de avispón y casi por inercia suelta un: ¡ha sido un placer! Coge el encendedor sobre el tocador y sin observarlo dirige su mano al bolsillo izquierdo del pantalón. Lo mira aún fumando y finge una sonrisa, mientras él, absorto en sí mismo clava sus ojos de otoño en el espejo: quiere decirle que le fascina cómo ejercita su miembro cadenciosamente pero otro silencio se interpone. Intenta comunicarle su deseo por volver a hacer una nueva cita pero las palabras no logran salir a tiempo, un portazo lo vuelve a la habitación con los pasos de Jade flotando entre la niebla. Quiere salir tras ella pero sus piernas no responden. Jade baja las escaleras a prisa, su cuerpo dirige sus pasos pero ella desea volver a la habitación y mirarlo por última vez, no obstante, el pensamiento exige continuar y lo hace. Seca, como se siente, camina a paso veloz a la estación más cercana y se arroja. Segundos antes, él alcanza a ver su silueta dar vuelta en la estación, camina ya sin el temor de hace algunos minutos, va dispuesto a decirle que habrá una siguiente vez hasta que el deseo falte.
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¿Y usted por qué desea ser pediatra? Esa fue la primera interrogante de muchas más que el Dr. Pino se sacaría de la manga durante la presentación en la cual seis personas, que empezaban a formar un grupo, tuvieron que dar sus nombres y casi entregarle el alma y el corazón. No recuerdo muy bien la respuesta de cada uno de ellos, desde las típicas “porque me gustan los niños”, “porque es la especialidad más completa en medicina”… hasta la mía, sincera y, tengo que reconocerlo, sin sarcasmo: “porque el año pasado presenté para medicina interna y no aprobé el examen”. ¡ Qué manera de iniciar el año escolar con mi jefe! El Dr. José Ma. Pino, de larga historia en la pediatría, pionero en el tema, impulsor de la especialidad en el IMSS, y con una trayectoria académica impresionante, participante en los colegios de pediatríaa y una institución como maestro, pero siempre lo recordaré como el clásico Santa Claus de los niños en el Hospital Juárez. En ese momento, era el Jefe del Departamento de Pediatría del Hospital y mi superior inmediato desde el 1° de marzo del 2002. Las reglas del servicio, las expectativas que se tenía sobre nosotros, tanto para el aprendizaje como para el trabajo clínico, así como nuestras responsabilidades y nuestros pocos derechos, los nombres de los adscritos, los horarios de entrada y la casi inexistente salida. La asignación de pareja de guardia, las rotaciones matutinas y nocturnas. Las clases, las sesiones, los expedientes, los oficios administrativos. Mucho para un día, poco para la vida. Poco a poco, nuestras personalidades fueron aflorando entre nosotros y frente a nuestros maestros. El niño que desde la carrera de medicina aprobó todos los cursos extracurriculares relacionados con pediatría (nos llevaba 6 años
Addy Castillo Espínola.
de ventaja), además de que fue el primer lugar en el examen de residencias, poca tolerancia al fracaso y además, el menor de nosotros. La joven delgada, alta, guapa, cabellera negra, espesa, casada exitosamente con otro residente de ginecología (la dupla perfecta); ella misma casi perfecta. ¡Ahh!! y la favorita del Dr Pino. La doctorcita (porque era la mas chaparrita de nosotros), compañera desde la preparatoria, toda la carrera; unos muchos centímetros nos separaban, pero quien me conocía mejor que nadie hasta hoy. (Ella, más perfecta). La niña bonita, con novio impaciente, quien no podía esperarla más de cinco minutos mientras su compañera, arrogante y fastidiosa, le hacía eterna la entrega de la guardia. Ansiosa por ser la mejor, casi lo logra. La doctora foránea, ajena al grupo, casada y con otras prioridades que no eran nuestras rencillas personales; al margen de nosotros, aún recelosa, tardó algo en confiar y participar en nuestras bromas, pero cayó. Y yo, con mis propios dramas personales, algunos terminaron ahí mismo, otros empezaron. Cambios de humor repentinos en la guardia al recibir una llamada por la extensión de la residencia o en la mañana después de una entrega exitosa, dependían de haber dormido o no, de haber desayunado o no, de los ciclos hormonales y hasta de la posición de la luna y el sol. Nuestras afinidades mutuas, y con nuestros maestros, nos llevaron a descubrirlos como personas, con problemas como los nuestros debajo de las batas, y con cansancio como el nuestro. Sin embargo nos dejaron hablar, ver y oír; nos enseñaron a interpretar las señales y nos empezaron a capacitar para la vida; con sus comentarios sarcásticos ante algún error, con sus elogios de nuestros éxitos, con la participación que nos daban al exponer sus pláticas frente a delatripa 33
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nosotros, con sus ganas o sus desganos para trabajar. Hasta su disciplina frente a la burocracia nos enseñaba algo. Las rotaciones eran diferentes, la disposición de los espacios en un hospital vetusto, superado por la demanda y agotado por el tiempo, obligó a optimizar recursos. El pabellón de pediatría era una galera, con dos filas de camas y dos aislados; módulos de enfermería y lavabos en medio. Las máquinas de escribir (aun no teníamos computadoras disponibles para la rutina diaria) sobre el enorme gabinete, repiqueteaban toda la noche. Descansaban menos que nosotros. La residencia, el primer cuarto antes de la oficina, con espacio para dos catres (¡que duros eran!) y dos sillas; una extensión telefónica que casi nunca dejaba de sonar (sobre todo de noche) y una ventana por donde nos enterábamos si llovía o era de noche. El pabellón de prematuros, otro galerón, pero dividido como oficina, un escritorio en perpendicular a la pared de donde se descolgaba un ventanal que nos dejaba ver el patio interior y la fuente de día y a los fantasmas y a los gatos, de noche. Frente al escritorio, un panel de cristal y madera, nos obligaba a ver las inmensas incubadoras, donde apenas se distinguían los pequeños bultitos de los prematuros. Sólo se notaban cuando abrían las bocas gritando por sus dosis de leche materna; el sonido no nos llegaba, el llanto no existía, el bebé en su incubadora era nuestro pecesito en su pecera, en su propio microambiente mientras maduraba y crecía para salir al mundo del sonido y de sus padres. Mientras, eran nuestros. Terapia intensiva; el área más nueva del hospital, frente a quirófanos, un lugar aséptico, blanco y frío. Una entrada para el aseo, luego el acceso al área médica con su enorme mostrador donde se amontonan libros, expedientes, papelería y el residente de guardia cuando puede dormir. A la izquierda el espacio para pacientes con sus accesorios, para cuna, o para cama, frecuentemente para incubadora. Los quirófanos y la sala de expulsión. Cruzando el jardín interior que colinda con 78
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urgencias; en frente de terapia, los quirófanos, ahí se recibían a los recién nacidos, entre ginecólogos y parturientas, anestesiólogos y camilleros, un pequeñísimo espacio (como si los pediatras fuéramos los menos importantes. ¡Craso error!); una mesa de exploración, cuna de transporte, tomas de oxígeno y aspiración. Una tarja para bañar a los bebés adosada a la pared, espacio para solo dos personas en la misma orientación y una junto a la otra. Uff, la prioridad de los pediatras. Casi se me olvida urgencias. Al final del pasillo a mano izquierda de la entrada principal; ¡verdaderamente al final! Un escritorio, una hilera de sillas para los papás, una camilla habilitada como cama de exploración y otra para ingresos urgentes. Frente a la pared tres sillas para los niños en rehidratación y es todo. Lo mejor de ahí, era el Médico del turno vespertino, hombre tranquilo, bigotón y afable, con una sonrisa a flor de labios, aunque los papás y los residentes nos pusiéramos en nuestro peor papel y en nuestro peor plan. Y los pasillos, los pasillos eternos, verdeamarillo de día, lozas rojas, con una continuidad interrumpida por las escaleras de piedra intermitentes, con luz oblicua de tarde, las sombras proyectadas por las columnas y las enredaderas, con las luminiscencias el arco iris de la fuente, daban un aspecto fantasioso a los espacios, anunciando la proximidad de la salida vespertina. De noche, espacios fantasmagóricos, luces tenues, amarillentas, donde se rompe la continuidad de la luz asoman sombras oscuras, ojos pardos de repente brillan, y saltan hacia el jardín, mientras maúllan y el borde blanco etéreo de la falda de la “Planchada” da la vuelta en un rincón para perderse en la negrura que nos envuelve. ¿Y usted por qué quiere ser pediatra? ¡Caramba, cuándo fue que quise ser internista!, si soy pediatra y a mucho orgullo.
Adendas al Manual de las buenas costumbres, de Carreño V : Para la convivencia en la comunidad de su colonia, fraccionamiento o barrio 1 Si dice amar a Dios, cuando vaya al templo no estacione demasiado pegado a las esquinas, porque al obstaculizar la visibilidad de los que transitan, su vehículo pueda causar la muerte de su prójimo. Si lo hace, no causará el efecto de ser un buen devoto. Recuerde que el pecado puede ser de culpa (si lo sabe usted, pero no le importa) o de omisión (si finge no saber que su conducta atenta contra sus semejantes; la omisión no es más que algo así como una licencia poética que nos tomamos para lastimar un poco, o mucho, a nuestros semejantes). 2 Si saca a sus perros a hacer caca y finge que no ve cuando evacuan en la puerta de casa del vecino, es una incongruencia que se ofenda porque éste le pegue dos buenas nalgadas al animal: recuerde, usted no estaba viendo la escena, por tanto, no pudo percatarse de lo que ahí ocurrió.
3 Si otro vecino lo sorprende llevando al perro a evacuar a casa de un tercero, continúe en la tarea, como si fuera la cosa más cortés del mundo. Interrumpir abruptamente al pobre animal no hará que mejore la opinión de quien los mira; puede hacer daño al cánido, además de dejarlo a usted como un cobarde.
4 Si usted es sorprendido hablando mal de alguien o cometiendo algún acto no lícito, es preferible que lo continúe, como si fuera lo más natural. Esto puede derivar en que la gente al verlo seguro de sí mismo piense que es un ignorante y no sabe que está actuando mal, o que es un cínico y no teme a la opinión ajena. Después de todo cuenta usted con la indiferencia: muy probablemente no lo reprenderá, pues la mayoría solo quiere continuar en sus propios asuntos. Pero si usted intenta disimular que hablaba mal de quien lo ha sorprendido, o que acaba de dejar la basura en la puerta de casa del vecino, los demás lo tomarán no solo por ruin, sino por cobarde. Si ya decidió fastidiar a su prójimo, actúe como si esto no fuera un defecto.
Cristina Leirana
5 Si busca usted quedar bien con su interlocutor, antes de presentarse como víctima, averigüe la ideología de su vecino. Decir que fue agredida por asalto, y negarse a demandar a sus abusadores, lejos de atraer su simpatía, puede llevarlo a pensar que usted se merecía le acontezca todo lo que haya relatado. 6 Si en una situación cualquiera, usted busca hacerse pasar por alguien de modales refinados, y quiere exhibir a su interlocutor como ignorante, asegúrese de que éste no conozca sus hábitos. Poner tachuelas en el camino vecinal, botes de basura para impedir aparcar en la puerta de casa, y reprender al hijo a gritos, a las tres de la madrugada y en mitad de la calle, no se encuentran en el catálogo de las buenas costumbres. Su contrincante podría hacer alusión a estos hechos y usted se quedaría sin argumentos. II E 1 Si en un examen profesional usted ha decidido dejar mal al sustentante y su respectivo asesor, al menos lea la introducción y las conclusiones del trabajo. Es de mal gusto decir que la bibliografía está obsoleta y no poder mencionar alguno de los libros incluidos; más cuando en su dictamen había afirmado usted que la investigación era impecable y peor todavía si al hacer comentarios comete errores que ni los principiantes, como decir que los hermanos Grimm eran ingleses. 2 Si de plano le da mucha flojera leer la literatura actual, absténgase de aceptar ser presentador de un libro. Se considera poco educado hablar de la trama de un cuento que desconoce: el autor y el organizador reciben no grata sorpresa al percatarse de que usted no hojeo tan siquiera el libro cuya aparición se celebra. Es cierto, cuenta usted con la buena educación de ellos, que, por no arruinar la fiesta, no harán saber al público tal majadería. Pero cuando la audiencia lo lea, se dará cuenta que usted ha sido un fresco, y dejarán de invitarlo a estos eventos.
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3 Si usted evalúa tesis sin revisar, dicta conferencias sin prepararlas, presenta libros sin haberlos leído, no se ofenda cuando el organizador decida dejar de convidarlo a la mesa del presídium.
4 Si es moderador de una mesa panel, y ya permitió que el primer comentarista se exceda 15 minutos de su tiempo, y el segundo otro tanto, se vería muy mal que al tercero, solo por ser menos famoso, lo inste usted a concluir. Podría ser acusado de discriminación.
5 Si usted quiere hacerse pasar por democrática, defensora de los derechos de las mujeres, no impida, en su carácter de presidente del sínodo, la instalación de un examen profesional únicamente porque la sinodal suplente no nació en Colombia. Esta acción contraviene la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, promulgada en 2003 y reformada en el 2014, que desde la primera versión contemplaba como acto discriminatorio el que tenía por resultado “obstaculizar, restringir, impedir, menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos y libertades, cuando se base en uno o más de los siguientes motivos: el origen étnico o nacional”. Su acción, además de exhibirla como abusadora, la prestigia también como ignorante de las leyes en vigor.
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¿Sabes qué es un nanosegundo?
Juan Machín
Porque el nombre de esta tierra es el Infierno Malcom Lowry
En una ciudad que es todas las ciudades y que, de la región más transparente y ciudad de los palacios, ahora no es sino una puta —Miller dixit—, era un día como cualquier otro, excepto porque hacía un calor de la chingada. El sol del mediodía caía como acero fundido y reverberaba en el pavimento y los cofres de los autos. Según las noticias, en uno de estos días podíamos romper el récord de temperatura de los últimos cien años. Tal vez hoy. Incluso, este momento podía ser el más caliente del siglo y yo aquí sentado en medio de un embotellamiento del carajo. El sudor me escurría por la cara, el cuello, las axilas, el pecho. Estaba hecho verdaderamente un caldo de pollo y sentía mi cerebro a punto de evaporación. Nada de brisa, sólo ondas infernales de fuego y humo arrojadas por los escapes; el asfalto, licuándose. Era el Infierno hecho ciudad. Peor aún, Comala urbanizada. Tenía que soportar, además, la contaminación montada en sofocantes oleadas de calor e Imecas, un tráfico de mierda que nos tenía prácticamente inmovilizados en una gran serpiente vial de escamas multicolores, los malditos semáforos que duraban en verde unos cuantos segundos y, para colmo, las preguntas ociosas de mi pinche primo Martín. Él era estudiante de primer semestre de Física en la UNAM y, a menudo, me ponía a prueba haciendo gala de sus conocimientos recién adquiridos. Eso me cagaba. En serio, no lo soportaba cuando empezaba con sus preguntitas. ¿Sabes qué es un quark? ¿Has leído acerca de la cromodinámica cuántica o la supersimetría? ¿Has visto los espacios de Mandelbrot? ¿No sabes lo que son los fractales? Y otras chingaderas por el estilo que me venía recitando las últimas dos horas. Parecía saberlo todo el muy genio, hijo de su, mi tía me perdone, puta madre. Ya me había tirado un choro sobre el efecto invernadero, el fenómeno del "niño", "la niña" y la entropía cósmica cuando, al comenzar a rebasar el Neón que se me venía cerrando desde hacía rato, Martín me preguntó a bocajarro: Juan, por cierto, ¿sabes qué es un nanosegundo? —¿Qué dices, güey?— le pregunté, fingiendo estar distraído y pensando para mis adentros “ya va a empezar, otra vez, el hijo de su chingada”.
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—¿Sabes qué es un nanosegundo?— repitió pacientemente la pregunta. Podía percibir ya un cierto dejo de burla. —Debe ser algo del segundo, mmm...— Eso sí lo sabía. Tenía que saberlo, ¡carajo! Me quedé callado, tratando desesperadamente de recordar. —Es una millonésima de segundo o algo por el estilo ¿no?— dije al mismo tiempo que le pintaba caracolitos al tipo del Neón, cuando lo dejé atrás en la fila interminable. ¡Je!, También se los había pintado simbólicamente a mi primo. No se esperaba que sí supiera la respuesta. — ¿ E n v e rd ad , n o s ab e s ? — co n t in u ó chingando mi primo y haciéndome dudar. Si no es una millonésima, ¿será una diezmillonésima? O una milmillonésima. O... Obviamente nos tocó el alto y me detuve bruscamente ante la luz roja. El güey de atrás, precisamente el del Neón, me mentó la madre con el claxon. De repente, un cabrón se abalanzó sobre mi parabrisas, de nuevo, como en los últimos diez cruceros, con su botella de agua jabonosa y empezó a limpiarlo antes de que le pudiera decir que no. Eso me re-emputaba. Un chavito disfrazado de payaso con esteatopigia se subió en los hombros de otro, probablemente su carnal, y comenzaron a hacer sin gracia malabarismos con unas pelotitas. En el semáforo anterior fue un mimo; antes, un tragafuego. Todos ellos también me purgaban, pero más que el pinche Martín se burlara de que no me acordara o no supiera algo que era elemental. Un nanosegundo, ¡carajo! ¿Qué es un nanosegundo? Ni madres que me acordaba. Tenía que reconocerlo, me daba. —No, no sé. A ver, dime ¿qué chingados es un nanosegundo?— le dije encabronado a Martín. —Pues es el tiempo que transcurre entre que se pone el siga y el pendejo de atrás te toca la bocina— dijo Martín, riéndose a mandíbula batiente, no sé si festejando su propio chiste o burlándose de mí, por mi ingenuidad (había caído redondito en su broma) o mi ignorancia (había reconocido no saber qué era un nanosegundo).
En eso, el semáforo cambió a verde y el güey de atrás inmediatamente se colgó del claxon. Solté una carcajada. No había pasado ni un nanosegundo y ya estaba tocando. Me dio un ataque de risa. ¡No mamen, eso era un nanosegundo, sin duda! Ya no sólo el del Neón estaba toque y toque, parecía que toda la maldita e infinita fila de autos se había puesto de acuerdo a punta de bocinazos, a intervalos de un nanosegundo. El payasito pasó por su moneda, el limpiaparabrisas me preguntó “¿mai, no coopera?” y yo no podía dejar de reírme. El pendejo del Neón empezó a mentarme la madre a claxonazos. Sin parar de reír, miré por el retrovisor. El güey me miraba colérico. Estaba hecho un energúmeno. Repentinamente se me ocurrió una idea soberbia. Movido por un impulso irresistible me bajé del carro, haciendo a un lado a los chavos. Sin poder dejar de pensar en el chiste de Martín, caminé hacia el carro de atrás. Me paré junto a la ventanilla del cabrón del Neón y le pregunté, sin contener la risa: ¡Qué! Pendejo, ¿tú sabes lo que es un nanosegundo? El tipo, tenía la mano izquierda puesta en el volante y me miraba fijamente, con furia mal contenida, con la derecha sacó chica pistolota y me encañonó. Descubrí que esta vez mi primo estaba completamente equivocado: un nanosegundo, en esta puta ciudad, es el tiempo que pasa entre que un ojete saca su pistola y tú sabes que estás muerto...
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Yahaltún, pueblo de muertos. Sujeté por las solapas a mi hermano y le grité: —¡Tenemos que salir de este lugar! ¡Están muertos! Me propinó un puñetazo en la quijada que me hizo ver todo negro; me sentí caer en una oscuridad cerrada donde se aglomeraron los recuerdos: Desperté a medio día; luego de un desayuno chatarra, salí a la calle vistiendo bermuda cool, camiseta sin mangas y las gafas oscuras, para iniciar de un día con grandes expectativas. “Donpepe”, el veterano más espléndido que he conocido, quien se ha ganado ese mote entre respetuoso e irreverente, me recibe en su casa con efusividad y lo felicito. Cumple cincuenta años, y siendo sábado de mitad del verano de mil novecientos noventa, a los diecinueve años, luego de una infancia y pubertad entre libros este momento sólo puede significar fiesta. He decidido llegar temprano para ayudar al festejado a preparar todo para que a la dos de la tarde se dé el banderazo de salida. Hay comida suficiente: varios kilos de ceviche de pescado, camarón, chivitas y pulpo. Para los más cercanos langosta, camarones a la vinagreta y otras botanas menores, pero lo principal son mil doscientas cervezas listas para helarse. Las primeras cuatrocientas ochenta están sepultadas bajo varias capas de hielo al momento de mi llegada. ¿Por qué mil doscientas cervezas? Porque “Donpepe”, mandó pedir cincuenta cartones, uno por cada año. El “don” es un tipazo. La fiesta transcurre como era de esperarse: bromas, mucha música, baile, escarceos, flirteos y arrumacos, la vida merece ser vivida. Para mí la fiesta aún no llega a su clímax, le falta un ingrediente especial: Kim. Nos conocimos el año pasado y desde nuestra despedida aquella madrugada frente al mar, en nuestra playa secreta, mi único deseo ha sido volver a verla, sentir su presencia, la suavidad de su cabello, la tersura de su piel olorosa a brisa y arena, y sobre todo perderme en el azul iridiscente de sus ojos que hoy sólo me queda evocar mirando el mar. Kim debe estar volando desde Los Ángeles, con su rubia cabellera hasta la cintura; una auténtica “california girl”; luego tomará un auto rentado y viajará de Cancún hasta Kaaknaab, puerto de
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José Trinidad Aranda Aranda.
pescadores, a cuyas veredas, dunas y caletas les hemos descubierto nuevos olores a la brisa y otros sabores a la sal: alientos y piel. Mis pensamientos se interrumpen cuando veo venir a Macocha, administrador de la línea telefónica del puerto, me trae un mensaje: el avión de Kim se retrasó y va a llegar más tarde, hasta las nueve o diez de la noche, pero manda decir que no me preocupe, que llegará hoy mismo. Bendito Macocha, que haríamos sin él. Saludando con sombrero ajeno le doy una cerveza como propina y se va contento. Irritado ante el inconveniente, y extrañando a mi gringa favorita, vuelvo a la nevera y saco dos cervezas que absorbo como esponja. No me quiero emborrachar, pero tengo que hacer algo ante el nuevo panorama para prolongar la espera. Dos cervezas más y siento el estómago lleno; recapacito, a ese ritmo no voy a estar en condiciones de recibir a Kimberly. Decido hacer una pausa, descansar un par de horas en mi casa y regresar en la noche para la segunda parte de la fiesta. En ese momento “El Gato”, que acaba de regresar de Yahaltún, mi pueblo natal distante a veinte kilómetros de la playa, trae un mensaje de mi hermano: quiere que vaya por él a las ocho de la noche, viene a la fiesta nocturna, pero como desde un día antes he tenido el auto y él no ha encontrado la manera de llegar por su cuenta, mandó decir que lo fuera a buscar. Aunque el ambiente es fabuloso, estoy seguro de que será mejor cuando Kim y yo estemos juntos de nuevo. Además mi hermano ha confiado en mí y no me la hizo de tos cuando me traje el auto, así que lo justo será ir por él. Sin despedirme de nadie me salgo de la fiesta y acompañado por el eco de la música llego a mi casa en la que no se hospeda nadie más, me desvisto para estar cómodo y me acuesto un rato. El estruendo de un rayo me despierta. He dormido más de dos horas; por las persianas que dan al poniente observo que aún no ha oscurecido. El leve mareo producido por la baja graduación de las cervezas ha desaparecido, percibo mis sentidos ligeramente embotados. Me meto a la regadera y un baño con agua fría me despeja. Reanimado, salgo a la calle y el cielo negrura extraña: las estrellas y la luna están ocultas, no se vislumbran los grupos de nubes que
pueblan el cielo en esta época del año. Como si un crespón mortuorio lo cubriera todo. Una fría brisa me enchina la piel. A pesar de la sensación decido no cambiarme la ropa ni abrigarme más. Es algo transitorio y por mucho que haga mal tiempo pronto volverá el calor del verano. Saco el auto de la cochera y me dirijo a Yahaltún. Este silencio no termina de acomodarse en mi cabeza. Sólo hasta que llego a la salida del puerto, al adentrarme en el tramo carretero que atraviesa la ciénaga, escucho que se ha callado la música de la fiesta de Donpepe. Lo atribuyo a que muchos, como yo, están haciendo el “cambio de guardia”, para luego regresar y continuar la pachanga. Pero tampoco he visto a nadie en el trayecto a la salida del poblado. Para alegrar el camino empujo un casete dentro del reproductor, y apenas empiezan a cantar Phil Collins y Phillip Bailey, un crujido les ahoga la voz. La cinta se ha enredado. ¡Coño! Habrá que seguir en silencio o “washawasheando”, alguna rola. Las ganas de tararear se me quitan al llegar al punto donde empieza la sabana y termina el terraplén que eleva la carretera sobre la salina. Un fuerte olor me golpea el estómago y me hace fruncir la nariz. A la derecha del camino una enorme pila de pescados podridos. Asqueado, acelero para alejarme lo más rápido posible. Activo las luces altas por si me cruzo conalgún animal de los caminos sabaneros: tejones, chomaques, tal vez un oso hormiguero raspando el pavimento con sus enormes garras. No parece haber actividad esta noche. El ronroneo del motor y el siseo de las llantas rompen la monotonía del camino. Después de un rato veo un bulto extraño a un lado de la carretera. Al acercarme unos ojos muy abiertos en una cabeza torcida, como si habiéndose acostado boca abajo, el perro se hubiera puesto a buscar algo en el cielo. Sus ojos fijos muy abiertos y la mancha de sangre seca sobre el pavimento me confirman la sospecha. Atropellado o baleado, el animal está muerto y lleva más de un día. Sacudo la cabeza y pienso en que pronto regresaré a la playa a seguir la fiesta, acompañado por Kim. El ambiente que me ha rodeado desde que me despertó aquel rayo, me orilla a pensamientos funestos. Oscuridad, silencio, asco. No he visto a nadie, sólo animales muertos y su hedor invadiendo los sentidos. Hasta los árboles a los costados del
camino se ven secos. Esqueletos sostenidos en pie por un capricho de la naturaleza. Descubro mi ceño fruncido reflejado en el retrovisor, en el juego de sombras producido por la luz del tablero del auto. Esta desazón me produce temor. Dejarme llevar por el miedo sería caer en una cañada pantanosa. Alejo de mí los pensamientos para no sentir la oscuridad a mis espaldas como húmedas fauces de un monstruo fantástico. Decido dominarme, serenarme y ocupar la mente en otras cosas. Pienso en Kim, las rubias espirales de su cabello producen un efecto sedante. La idea de volver a verla en la fiesta y hacer realidad la promesa de sus labios, me hace sonreír. La negrura y desolación de la noche siguen pegadas a las luces traseras del auto, como un aliento frío que alguien soplara, impertinente, en mi nuca. Paso junto a las ruinas de Xlapactún, y aunque siempre me ha gustado imaginarla habitada por los antiguos mayas, esta vez no puedo evitar verla como un cadáver de ciudad, desolado y árido, como los huesos que yacen deshaciéndose en las tumbas silenciosas. Siento como si me dirigiera a un velorio. No me explico esta zozobra, mientras el V8 devora kilómetros. Quiero llegar, ver gente, hablar con alguna persona para desterrar estas funestas imágenes de mi cabeza. Transcurren los minutos. Ya veo el pequeño cerro que marca el lugar conocido como X'terno y otra vez la muerte se hace presente en esa leyenda que nos contaba Maduch: “La joven mestiza despechada por la traición de su amado deja el camino real, se adentra en el monte y se suicida ahorcándose con su rebozo. Luego de días de intensa búsqueda sus amigos la encontraron balanceándose por el viento en la rama que eligió; sin ojos ni vísceras, devorada por los animales del monte”. Se dice que en las frías noches de lluvia se puede ver algo que cuelga entre los matorrales a varios metros del camino: un objeto blanco, como un terno con manchas color púrpura se mueve al compás del aullido del viento. Siempre volteo hacia ese punto, pero hoy no quiero ni pensar en los detalles del relato. Me ha parecido una historia triste, y ahora se me presenta macabra y repugnante. Quisiera poder ir más rápido pero las condiciones de esta parte del camino lo impiden. Acelerar sería riesgoso, sólo me queda aguantar mi ansiedad con el corazón al ritmo que no le puedo imprimir al motor. Voy llegando a Yahaltún. Ya pasé la entrada del rancho de don Chono. Estoy a dos kilómetros del
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pueblo, en cuestión de segundos estaré entrando. No veo el reflejo del alumbrado público. Entro a la población en la oscuridad absoluta, apenas rasgada por los faros del automóvil. Avanzo algunas cuadras en medio del desconcierto que producen la oscuridad y, sobre todo, la ausencia de gente. Tomo la calle principal para ir a la casa, y al llegar al centro del poblado, en la gran explanada flanqueada por la iglesia y el palacio municipal me doy cuenta de que hay muchos autos, específicamente camionetas tipo guayín. Cubren las anchas calzadas que rodean el parque. No veo a alguien a quien preguntar por qué están colocadas estorbándose mutuamente. El espacio para las corridas de toros también está lleno de vehículos pero en mayor desorden. Como si hubiesen sido abandonados. No termino de entender lo que pasa. Al fin veo la casa donde me espera mi hermano, está cerrada y sumida en la oscuridad al igual que todas las demás. Detengo el auto, me bajo, y un olor a podredumbre y descomposición me corta el aliento. Toco la puerta y espero cubriéndome boca y nariz. Abre mi hermano con la mirada triste. Me invita a pasar y lo apabullo con preguntas. —¿Qué está pasando? ¿Por qué está todo oscuro? ¿Y esos vehículos amontonados en la plaza? —¿Ya te olvidaste de la epidemia que se llevó casi a todos? — ¿De qué hablas? Te juro que no sé de qué me hablas. Vine a buscarte porque El Gato me dio tu mensaje. Pero no entiendo qué está pasando. — Te lo voy a mostrar. Ven conmigo. Salimos a la calle con una linterna que mi hermano lleva para mostrarme algo. Empezamos a andar e insisto en preguntarle por qué apesta tan feo el pueblo. Sólo me dice: —Ahora verás—. Doblamos la esquina hacia la izquierda, otro montón de vehículos abandonados. Nos acercamos al primero y poniéndose un guante de látex mi hermano abre la puerta trasera. Quedo atónito y trato de cubrirme de nuevo los ojos y la nariz. Es una carroza retacada con ataúdes. La cierra. Avanzamos un poco más y abre el segundo vehículo. Lo mismo. Ataúdes con cadáveres siguiendo el lento e inexorable proceso de descomposición. Antes de poder decir algo apunta el haz de luz hacia un tercer vehículo. Las mortajas cuelgan fuera de la carroza, con tiesas manchas de sanguaza seca, como si algo o alguien las hubiese jalado para sacarlas de los
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féretros. Tengo la mirada descompuesta por una mueca, y mi hermano se limita a decir: —Animales. Cuando me descuidan se meten a comerse lo que queda y dejan las sábanas por fuera. Yo no ando abriendo las carrozas, sin embargo, gatos, ratas, hasta zopilotes, he encontrado dentro de los vehículos buscando la manera de llegar a los cuerpos. Como si alguien les permitiera entrar. No me quiero obsesionar y prefiero pensar que ellos encuentran la manera de entrar sin más ayuda que su ingenio. Todo esto me parece imposible. Intento racionalizar la situación pero me quedo parado como petrificado; mi hermano y yo somos dos sombras más entre cadáveres. Lo veo esbozar una mueca que intenta ser sonrisa: —No es que me divierta ver la expresión que tienes, pero debes ver lo que falta. —¿Falta algo todavía? —Ven y lo verás. Regresamos a la esquina y nos dirigimos a la casa de don Sidronio Quintero. Mientras sostiene la linterna con la boca, mi hermano jala un hilo que cuelga por fuera y la puerta se abre. La potente luz de la linterna proyecta las gigantescas sombras de decenas de ataúdes que van del piso hasta casi tocar el techo. Parecen rascacielos habitados por los muertos. La escena se hace más lúgubre por el polvo que cubre los ataúdes y algunas mortajas por fuera, endurecidas por las manchas secas de serosidad. Levanto la vista para ver hasta dónde llega la pila de ataúdes, como si las tétricas torres se balancearan, pero en realidad el que pierde el equilibrio soy yo, mareado por la visión y la pestilencia que satura el ambiente. Me doy la vuelta y salgo corriendo. En la calle vomito hasta que me duele el abdomen. Escucho que mi hermano cierra la puerta despacio, el chirrido que producen las viejas bisagras me hace imaginar que es el alarido de los muertos que ahora habitan esta vieja casona. Mi hermano se acerca, me ayuda a enderezarme y me lleva a la casa para tomar un poco de agua. Mientras avanzamos me explica que todo el pueblo es ahora un gran cementerio. Las autoridades eligieron Yahaltún por su estratégica ubicación; desde allí se puede ir a diversos pueblos y rumbos del estado; cuando la gente empezó a morir y se saturaron los cementerios, decidieron que el pueblo sería un enorme cementerio para los muertos por la epidemia.
El virus respetó ciertos organismos. Pero la mayoría no sobrevivió, y algunos resultaron inmunes, de estos los que pudieron emigraron a otras partes, pero a mi hermano le asignaron la tarea de cuidar a los muertos. Como burbujas que escapan de una gaseosa, surgen imágenes gente enfermando de una nueva clase de gripa. Cuando la gente empezó a morir se declaró el estado de emergencia. Se prohibió todo contacto personal que no fuera indispensable. Se suspendieron labores, clases, la economía se fue deteniendo y las familias fueron diezmadas. Unas medidas las aplicó el gobierno, las otras la enfermedad. Es duro pensar que las casas que alguna vez estuvieron llenas de voces, y vida, ahora están repletas de cuerpos callados y del olor a muerte. Cientos de viviendas convertidas en fosas. La casa de don Sidronio, llena de muertos, me imagino todas las casas de esa manzana, todas las manzanas del pueblo. Mi mente, desbordada por la fiebre me hace ver las pilas de féretros que van creciendo dentro de las casas hasta romper los techos y siguen hasta convertirse en rascacielos que de pronto se abren, y los cuerpos empiezan a llover, tiesos, y a la vez húmedos en su proceso de putrefacción. Perdí la cabeza y provoqué la ira de mi hermano. Su violenta reacción me hizo recordar los acontecimientos de ¿hoy?, ¿ayer?, ¿de cuándo? Al fin algo detiene mi caída pero no me puedo levantar. Con los ojos cerrados sigo recordando: mi hermano y yo entre los pocos sobrevivientes del pueblo. Nuestra designación como “voluntarios”, la orden del gobierno que nos condenaba a vivir atados al destino de los muertos, las visitas cada vez más esporádicas de los investigadores para recoger muestras. Cuando logro sentarme veo el rostro de mi hermano. Estoy acostado sobre una colchoneta, en el piso de la casa en que crecimos. Con el ánimo pintado de marrón entiendo que de todas las imágenes que han pasado por mi mente mientras me sentía caer en la oscuridad, son las de este enorme cementerio que nos rodea. Un recuerdo vago que parece un sueño ha quedado en mí: los días del verano con Kim. Mi hermano se acerca y me mira con compasión: —Calma. Ya pasó. ¿Otra vez la pesadilla? Tuviste un sueño muy agitado. —Sí. Fue espantosa. —Ahora que pase la lluvia tenemos que ir a revisar las carrozas del sector norte. Toma un poco de agua. —Gracias.— le digo mientras lo miro ir en busca de nuestros implementos de trabajo. Sé que me entiende cuando tengo estas pesadillas; sabe que es horrible soñar con el paraíso y despertar en este infierno.
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De antologías de escritores yucatecos en dos cantos. C
…el rescate y la memoria histórica de un pueblo es indisoluble de su poesía, la cual es su voz y su espíritu. Rubén Reyes Ramírez, en La voz ante el espejo.
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Ensayo poético por Mariano Trujillo y otros aficionados a la bella literatura se llamó la primera antología publicada en Yucatán. Esta Colección de poesías salió a la luz el primero de enero de 1839. Fue reunida y editada por el propio Mariano Trujillo quien es autor del primero libro de versos publicado en Yucatán: Colección de poesías inéditas del género erótico (1827). Trujillo también fue el autor del primer sainete —o comedia— representado en Mérida: Concurso de enamorados o la Mujer Veleta. (Información tomada del Tomo I de la Historia de la literatura de Yucatán de Esquivel Pren). Lo que ahora nos atañe es la antología. En ella se leen composiciones dedicadas “al secso hermoso que ha inspirado la mayor parte de ellas”. A las mujeres, ya que ellas, además de ser musas inspiradoras, en el Yucatán del siglo XIX, eran las únicas lectoras de los poetas del país. Parece ser que en esa época los hombres que escribían poesías eran motivo de risa y mofa por lo que algunos de los jóvenes autores no se aventuraron a firmar con el nombre completo, sino con las iniciales, razón por la que se desconoce su identidad. “Si nuestros versos son recibidos con alguna estimación: si ocupan la almohadilla ó tocador de las apreciables jóvenes, quedarán tan satisfechos nuestros deseos, tan ventajosamente galardonado nuestro afán, que esta dicha, este imponderable
regocijo será muy superior á la amargura que pudieran producir las sátiras y severas críticas a que están espuestas nuestras composiciones”, apunta Trujillo en su Advertencia, texto a manera de prólogo del libro. No han sido pocas las antologías en Yucatán, algunas son: Antología de poetas yucatecos y tabasqueños, publicada por Manuel Sánchez Mármol y Alonso de Regil y Peón, en 1861. Siete poetas jóvenes, poesía joven de Yucatán, 1979 por Roger Campos Munguía. Horas a salvo, 1984. La voz ante el espejo. Antología general de poetas yucatecos, por Rubén Reyes Ramírez en 1995. Venturas, nubes y estridencias, de Adán Echeverría en 2003. Los vuelos de la Rosa: Mujeres en la poesía de Yucatán, de Rubén Reyes Ramírez, 2005. La Otredad, por Melba Alfaro en 2006. Nuevas voces en el laberinto: novísimos escritores yucatecos nacidos a partir de 1975, a cargo de Adán Echeverría e Ivi May, 2007. Del silencio hacia la luz, Mapa poético de México, (el tomo que concierne a Yucatán), por Adán Echeverría y Armando Pacheco en 2008. Podemos tomar como un trabajo antológico a los Cuadernos del taller literario de la UADY, los libros de los Juegos Literarios Universitarios de la UADY y los 55 números de la revista Navegaciones Zur. En cuanto a la literatura maya se cuenta con los dos volúmenes de U túumben k´aayilo´ob X-Ya´axche´/ Los nuevos cantos de la Ceiba, Escritores mayas contemporáneos, compilados por Donald H. Frischman en delatripa 33
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colaboración con Carlos Montemayor en el tomo I, y con Miguel Ángel May May en el tomo II. También los números de la revista electrónica K'aaylay. El canto de la memoria, editada de 2006 a 2010 por Ana Patricia Martínez Huchim. En la última década (a partir de 2010) han surgido nuevas antologías; en éstas vamos a poner especial atención. En 2015 aparece Casi una isla. Nueve poetas yucatecos en la década de los 80, compilada por Marco Antonio Murillo y Jorge Manzanilla, quienes anotan en el prólogo que seleccionar a los poetas nacidos en la década de 1980 implica vislumbrar el futuro de la poesía yucateca de ahora y de nuevas generaciones. Los antologados son: Agustín Abreu, Wildernain Villegas, Chistian Núñez, Nadia Escalante, Karla Marrufo, Manuel Iris, Ileana Garma, Jorge Manzanilla, Marco Antonio Murillo. Casi una isla “es reflejo de una generación activa” (en el prólogo). Poetas menores de 35 años, nacidos en la misma década pero de diferentes tonos y colores de voz en su escritura. Todos han ganado algún premio literario o tienen en su haber una publicación que respalde su trabajo. La mayoría tiene una carrera literaria sólida y han obtenido importancia nacional e internacional, como es el caso de Ileana Garma y Manuel Iris, solo por mencionar algunos. Años atrás, el 26 de abril de 2011, se publicó Las formas de la nube: Antología de poetas yucatecos nacidos en la década de los ochenta, preparada por Marco Antonio Murillo, en la revista electrónica Círculo de Poesía. Trabajo preliminar a Casi una isla. Rodrigo Ordoñez Sosa, Agustín Abreu Cornelio, Manuel Tejada, Nadia Escalante, Manuel Iris, Ileana Garma, María José Pasos, Marco Antonio Murillo y Mario Carrillo, son los poetas reunidos. Se nota entre ambas antologías una diferencia en los autores, esto se debe, creo, a los requisitos de la segunda: haber ganado un premio literario o tener una publicación que respalde su trabajo, cabe señalar que Ordóñez Sosa nació en 1979, tal vez ese el motivo de no aparecer en la segunda. Me quedo con lo que señala Murillo en Las formas de la nube, y que es apta para ambas antologías: que los autores reunidos “han comenzado a marcar un antes y después en la literatura de Yucatán”, que son poetas de valiosa capacidad crítica para la obra ajena y propia, una generación que, si no será la que saque al sol a la Poesía Yucateca, al menos será maestra de las próximas que seguramente lo harán. Este texto sigue en el próximo número de la revista.
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El estudio de la poesía debe ir acompañado del disfrute de la misma, si tienes un libro de poemas del que quieras conversar, escríbeme augustoangel.uc@gmail.com
Black Mirror El futuro nos está alcanzando y aún no caemos en una realidad como se describe en la novela “Un mundo feliz”; tampoco se ha logrado lo que presenta “Volver al futuro 2”, donde los coches vuelan usando por combustible los deshechos, que sería una gran noticia para combatir el gasolinazo con el que iniciamos el año 2017; sin embargo, un futuro que tal vez —aunque no nos guste— es más cercano a nuestro comportamiento actual es el que nos muestra Black Mirror, serie británica estrenada en 2011, con una primer temporada de tan solo 3 capítulos que enseguida hace que recordemos a “La dimensión desconocida” (The Twilight Zone); pero esta “dimensión” es acerca de cómo se modificará en un futuro nuestro comportamiento con tantos recursos tecnológicos a nuestro alcance, así como la inmersión de las redes sociales en nuestra vida. Desde la primer temporada vemos una dura crítica a los medios de comunicación masiva y a las redes, cuando en su primer capítulo, nos muestra cómo se puede secuestrar a la conciencia pública al grado de obligar a un primer ministro de Reino Unido a caer en la disyuntiva sobre violentar o no a un cerdo en televisión nacional; esa historia es sólo el preámbulo para atraparnos y obligarnos a reflexionar ¿Estamos haciendo un buen uso de la comunicación en redes? Si esa apertura no nos bastó, el tercer capítulo nos permite preguntarnos si quisiéramos o no tener un archivo online de nuestra vida, segundo a segundo, y ser presas de sobre
analizar a detalle nuestras actitudes y las acciones de otros, ¿acaso no es ya a lo que nos obligan las palomitas azules del Whats app? Siguiendo el mismo tenor, la segunda temporada emitida en la televisión británica en febrero de 2013, nos muestra como en años venideros el sistema de justicia pudiera acercarse a las masas, y hacerlas partícipes para castigar a culpables de forma poco ortodoxa. Y no podía faltar en una serie de este calibre, una crítica directa al poder, antes del Brexit, esta serie planteaba si el voto popular sigue siendo lo correcto para elegir lo que requiere una nación, dada las condiciones actuales de desinformación, el hartazgo hacia la clase política, y un entorno donde parece valer más la forma que el fondo vemos en el último capítulo titulado “El momento Waldo”, a un personaje ficticio convertirse en primer ministro. Y en la búsqueda de más apóstoles, Netflix compra los derechos y lanza en el último trimestre del 2016, la tercera temporada con 6 capítulos, abriendo con la historia de Lacie Pound, en cuyo universo es necesario contar con buenos puntajes del entorno social, para tener acceso a un buen empleo, vivienda y sistema de salud. delatripa 33
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¿Acaso no estamos viviendo en esas circunstancias cuándo un servidor público otorga lap tops al comentario que tenga más “me gusta”?1 Estas formas de ganar popularidad, suplen el trabajo legislativo que deberían hacer en pro de crear condiciones donde no se requieran “me gusta” para conseguir herramientas de trabajo. Tal vez me extralimité en el comentario, pero cuando empezamos a ver a nuestro alrededor historias muy “Black Mirror” y en México nos empezamos a poblar de Ladys y Lords, y una quinceañera potosina celebra su día especial, repleta de cámaras y extraños: ¿Acaso estamos superando el guión de Charlie Brooker?
1 https://www.facebook.com/notes/pablo-gamboa-miner/t%C3%A9rminos-y-condiciones-de-la-din%C3%A1mica-g%C3%A1nate-una-laptop-para-estanavidad/699142133595906
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Dando vueltas con Silvia Choque de discursos: relativismo social y universalismo equivalente. U
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No puedo creer que llegué llorando a casa, no sólo por mis desilusiones personales, no por una profunda tristeza por México, sus problemas políticos, sociales y quizá, sobre todo, económicos. Y no estoy haciendo metáfora; en verdad estaba agitando mi corazón. Pensaba en la pregunta del millón: ¿qué nos pasa, cuál es el “problema” con nuestro país? Las repuestas abundan y creo que cualquiera podría desde tener una especulación sencilla, hasta un argumento crítico bien elaborado, acerca de ello. Me voy a dirigir a este tema con mesura y límite, pues no pretendo dar más que hacer una reflexión de aquella dinámica que hay detrás de los discursos oficiales que están en pugna. ¿Bastaría culpar al sistema y hablar de la opresión que ejerce un país de primer mundo? ¿Cuáles son las posibles soluciones o interpretaciones acerca de este problema social? Según Karl Marx, el problema está en las relaciones de una sociedad de clases, en donde la élite oprime a la menor. Entonces la solución resulta ser eliminar las jerarquías y modificar la estructura. En esta sociedad posmoderna, hemos dejado simplemente de creer en un absoluto; estamos en la muerte de todo aquello que nos remita a un dogma o ley. Diferente a lo que se crecía en la época moderna; en la Revolución Científica hubo un “despertar” a lo experimental y científico.
También en esa época se consideraba a la razón como el eje de todo análisis y comprensión de la realidad, la materia fue exaltada en su esplendor, y las ideas básicas del romanticismo habían caído. La posmodernidad se reconoce entre muchas otras características como la variedad de valores y mezcla de lo ofrecido o propuesto por una nueva persona o corriente; en otras palabras la posmodernidad está caracterizada por tener un “relativismo social”, en donde todas las esferas se plantean desde una visión neutral. En el aspecto moral y legal, tenemos por ejemplo un problema llamado: violencia en México con nuestro país vecino Estados Unidos. Usando un poco la base teórica de la deconstrucción en el análisis ideológico, acomodaremos el aspecto central y marginal de los diferentes actores sociales que nos rodean. Por una parte tenemos a la parte central y elitista (llámese Gobierno de USA, Gobierno de México, Corrupción, Sistema). Por otra, tenemos a la periférica (ciudadanos latinos en USA, ciudadanos mexicanos de medianas y pequeñas empresas, mexicanos en pobreza y pobreza extrema, por enunciar algunos ejemplos). La justicia se aplicaría en el intercambio jerárquico; delatripa 33
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es decir, los actores periféricos pasarían a ser los que estén en el centro, y los del centro hacia la periferia. A esto surge una pregunta ¿realmente esto hace justicia? Por otro lado Luis Villoro nos propone la necesidad de una ética universal, en su artículo: Sobre el relativismo cultural y universalismo ético. En torno a las ideas de Ernesto Gardón Valdez. La propuesta implica la existencia de universales aún en grandes ámbitos culturales. Judith Butler nos dice: “la suspensión de los privilegios del Primer Mundo, aunque sea temporaria ofrece una oportunidad de empezar a imaginar un mundo en el que la violencia pueda minimizarse, en el que una interdependencia inevitable sea reconocida como la base de la comunidad política global” (Butler, 2006: 14). Lo cual nos lleva a la conclusión de que, o se buscan establecer parámetros de convivencia unos con otros, o es parte del ser humano evidenciar universales en sus leyes de convivencia, así como el concebir con un mismo sentir un repudio por la violencia, la opresión y la marginación. Ya que hemos realizado preguntas a lo largo del texto, sólo queda una más para que el lector “resuelva en casa”: ¿en realidad pueden los dos discursos coexistir en la misma dimensión ideológica posmoderna?, o ¿nos estamos dedicando a atenuar la brecha que divide a un discurso con el otro?
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Butler, J. (2006). Vida precaria: el poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidós. Villoro, L. (1998). Sobre el relativismo cultural y universalismo ético. México: UNAM.
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Demersales en A mayor. Hijos de la palabra.. Somos hijos de la palabra violencia y del púrpura que de ella se desprende. De donde yo vengo, es el tema de sobremesa y los niños crecen sabiendo que no estarán exentos de verla a los ojos. Los carros de sonido gritan por las calles las decapitaciones, los balazos y qué tan estridente fue el borbotón de sangre que brotaba de la yugular del tasajeado. Mi vecino mató a su mujer a putazos, la señora hizo tamales con sus hijos. Ni siquiera los muertos se salvan, aparecen apilados en un crematorio abandonado de Acapulco y se les entregan urnas con cenizas de madera a sus familiares a cambio de una moderada cantidad de dinero. De donde yo vengo se oye decir que lo mataron por hocicón o por jugarle al verga cuando le dijo al cadenero: “¿Que no sabes quién es mi papá imbécil?”. También amanecen muertos los que hablan, los que escriben la indignación, los que denuncian sin anonimato, autores de primera plana. Amanecen atribuladas o muertas, peor, desaparecidas porque a algún tipo (9 de cada 10 agresores sexuales son hombres), decidió meterles los dedos entre las piernas, taparles la boca, golpearlas, ponerles un cuchillo en su garganta por diversión o por ocio, penetrarlas sin saber su nombre. La peor violencia: la sexual porque el acto sexual puede ser la más grande expresión de amor y también la más grande ofensa. ¿Por qué debería cambiarme de acera cuando me percato de que un hombre se cruzará por mi camino? ¿Por qué debo usar pantalones
en vez de falda para hacerme invisible a sus ojos? ¿Por qué un ave debería despojarse de su plumaje para que le sea permitido cantar? ¿Por qué mis hermanas de diez años no pueden salir a jugar a la calle? ¿Por qué un hombre puede tomar lo que quiera cuando quiera? ¿Por qué soy un objeto consumible? ¿Por qué soy un objeto? ¿De dónde proviene la normalización de la violencia sexual? ¿La normalización de la violencia? Proviene del consumo (más que aceptado) de productos sexuales y el producto sexual por excelencia es la mujer. A mayor profundidad y menos hablado, niños y niñas de todas las edades y latitudes. Su consumidor: el hombre, quien devora pornografía, frecuenta prostíbulos, asiste al table con sus compas para “echar desmadre nomás”. Pero, también cierran tratos millonarios en estos lugares frente a setenta pares de tetas porque según ellos: “Mueven más un par de tetas, que un chinguero de carretas”. Imaginen lo que pueden hacer setenta. La consigna: “Ver pero no tocar”, solo es válida hasta que su cartera suelte la lana necesaria para cubrir la tarifa y como un país que
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se prostituye en todos los ámbitos, hasta la mano de obra, en materia sexual es por demás barata. No por nada Tijuana nació como una ciudad de “putas” y aún lo es como muchas otras ciudades norteñas que aceptan con singular alegría la visita del gran cerdo americano. Que saqueen nuestra tierra, que saqueen nuestras mujeres, la dignidad nos la quitaron hace mucho tiempo. Sí, hablo desde el coraje y la rabia. Sí, me han dado ganas de comprarme una fusca y hacerla de justiciera y heroína de todas. Cortar unos cuantos pitos para sacarles un pedo a los cabrones y ponerles un buen estate quieto. Somos tantas y somos tan pocas, tan débiles, tan mártires, tan separadas, porque nos han vuelto en nuestra contra y es difícil desteñirse las venas de lo que se nos ha heredado. Ahora es cuando, mujeres, debemos tomar el poder. Y si este texto te resulta, lector, violento, es porque hablo desde la sangre y desde los gritos de todas a media noche, siendo violadas en el asiento trasero de un auto por tres hijos de puta cobardes que no actúan solos. Jamás actúan solos. Nosotras tampoco deberíamos hacerlo. Ante todo apelo a los que no. Siempre los hay. Hombres que yacen a la sombra de la violencia y que no hacen uso de su fuerza física para tomar lo que esté al alcance de su mano. Apelo a los hombres que no, a los que han decidido abandonar esa misma mano aplastante. Les pido que no aplaudan una agresión, que no aplaudan la humillación, que no se jacten de la violencia con la que pueden arremeter contra un cuerpo femenino o vulnerable no por ser femenino sino porque encontrarse en desventaja física o de número. Hablo por mi hermana, secuestrada a los catorce años, violada, abortada en una clínica clandestina; por mi mejor amiga, acorralada contra una pared, olida, manoseada; por mí, que a los 5 años me di cuenta de que no estaba bien que un tipo me tocara de esa forma; por mi tía, violada por su padre, traicionada desde la cuna. Acudo a los hombres que no, que no cercenan, ni abusan, ni derraman color púrpura para pedirles que escuchen también el grito a la media noche en las calles de Juárez, del Estado de México, Tijuana, Tuxtla… Se los advierto, pronto habremos de tomar el poder y las cortes de Núremberg no tendrán piedad por los que tan solo seguían órdenes.
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Mi punto de risa Sobre la violencia. La violencia es toda manifestación que atenta en contra de alguien, toda vez que es el uso de la fuerza para conseguir algo, es una imposición. Desde que tengo uso de razón, la violencia ha sido una constante en nuestro país. Me tocó crecer en un México en el que es aceptado el uso de la violencia, de todo tipo, para lograr cualquiera de nuestros propósitos. Podemos observar todos los días, no únicamente en los noticieros, cómo se ejercen distintos tipos de violencia de manera sistemática. Vemos mujeres extremadamente delgadas en las telenovelas y hombres atléticos como un ejemplo de lo estéticamente ideal, causando tensión y angustia entre los que no entramos en esos estándares. Tenemos que soportar a los acosadores en la escuela, en la calle. Aguantamos a los homofóbicos, a los intolerantes religiosos, quienes a su vez nos tienen que aguantar porque se sienten ofendidos y agredidos. Es que uno de los principales problemas de la sociedad es que todos somos minoría en algún tipo de segmento, y bajo ese lema de la supervivencia del más fuerte, todos en algún momento somos víctimas. Cada que veo las noticias, siento que vamos rumbo a un estado de violencia sin remedio en el que, con seguridad, en algún momento nos veamos parte del mismo problema. Estamos tan influenciados por la
violencia que en muchas ocasiones ya la vemos como algo natural y esto es lo preocupante de verdad. Desde que comencemos a ver la violencia como algo natural, como algo incluso necesario, estaremos perpetuando estos círculos de violencia a las nuevas generaciones. Todo este círculo de violencia nos está llevando a estados en los que estamos peligrosamente cercanos a romper límites entre la sociedad que las autoridades no podrán contener el día que se desborden. Cada día son más comunes los linchamientos; pudimos observar los saqueos en el marco de las manifestaciones en contra del gasolinazo, podemos ver cómo algunas ciudades que tradicionalmente son tranquilas, en estado de tensión. Por otra parte, lo que más suma a este estado de violencia emocional, es la horda de imbéciles que se dedican a generar rumores y a viralizar falsas noticias que otros tantos miles de imbéciles se encargan de compartir sin verificar su veracidad. Podemos notar cómo a través de las redes sociales la gente comparte toda clase de noticias sin que se tomen la molestia de haber confirmado delatripa 33
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que dichas noticias sean reales, lo que genera un ambiente aún más tenso en el de por sí enrarecido. No puedo ver dónde estará la solución a todo esto, no puedo ver cómo podríamos hacerle; si debo prepararme y preparar a mis hijos para esta vida violenta o debo buscar alternativas pacíficas. ¿Y tú, de qué bando vas a estar, estimado lector?
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La Niña TodoMePasa dice: Javier Duarte daba agua destilada a niños con cáncer como “quimioterapia” Diario edito noticias nacionales e internacionales. Por fortuna pocas veces nos tocan notas policiacas; pero me resulta imposible no dar clic en algún titular que tenga que ver con personas que dañan de cualquier forma a niños que no pueden protegerse. Y me enfado, y me aguanto las lágrimas las más de las veces, y juro que no volveré a leer noticias que no vayamos a publicar. Ahora me encuentro con que el actual gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, denuncia que durante la administración de Javier Duarte se hicieron pruebas falsas de VIH-Sida, y algo en verdad inimaginable: inyectaban agua destilada a niños con cáncer. Sí, Javier Duarte, el prófugo, el que nunca nadie vio cuando se largó de México; ese que pidió licencia para el cargo y a nadie se le ocurrió agarrarlo o darle un balazo antes de que se largara. El mismo Javier Duarte que abandonó a sus propios hijos, y los dejó con sus suegros para irse a recorrer el mundo con la lacra que tiene por esposa, y a disfrutar sus miles de millones de pesos robados, desviados por
medio de “La Licuadora”, que dio un contrato tras otro a empresas fantasma. Ahora la pregunta es cuántos otros gobernadores, alcaldes “que roban poquito”, funcionarios de salud, ¿cuántos no hacen lo mismo que él? ¿Cuántos no dan medicamento caduco, cuántos no compran vacunas falsas, etcétera? ¿Cuántos no sabían de esto en Veracruz, en la Secretaría de Salud federal, en Presidencia? Hace tiempo que no leía algo que me hiciera enfadar tanto. Javier Duarte de Ochoa, el cerdo que fue tan generoso de regalarle ropa de marca “de cuando era obeso” a sus sirvientes antes de huir del país. Oh, el mismo que fue expulsado del Pri de Enrique Ochoa Reza, guau, un castigo tan ejemplar. El mismo marrano que Andrés Manuel López Obrador denunció hace poco que fue protegido por el mismísimo presidente Enrique Peña Nieto (¿…acaso alguien lo duda?). delatripa 33
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No se dejen engañar: la corrupción en Veracruz está desde Fidel Herrera. Y la corrupción en todo México… es algo cultural, dicen los filósofos. Pues: BRAVO, MÉXICO. Preocupémonos porque ya casi nos cae Donald Trump, quien dice que los mexicanos somos un asco, jajaja, y con casos como este uno se pregunta por qué lo afirmará con tanta seguridad. Sigamos alertas ante las amenazas extranjeras mientras aquí los pendejos que nosotros mismos pusimos en las curules, los mismos por los que votamos para que nos gobiernen, para que esa bola de cínicos nos sigan ordeñando por lo menos los próximos dos años antes de que haya elecciones, elecciones “democráticas” (ohhh, Lorenzo Córdova se redujo el sueldo mensual de 177 mil pesos a sólo 160 mil, no mamar, qué generosidad la suya), que a fin de cuentas tampoco cambiarán nada. Sigamos comprándoles sus iPhones nuevos, financiémosles sus vales de gasolina, oficinas remodeladas, los XV años de sus hijitas, pólizas de gastos médicos mayores, sus pensiones vitalicias. Cuando Enrique Peña Nieto llegó al poder, muchos (quienes creímos que gracias a él regresaría “la paz social”) especulamos sobre cuándo nos enteraríamos de que alguien asesinó a Felipe Calderón Hinojosa por su estúpida Guerra del Narco, y los ya no sé cuántos cientos de miles de muertos (“daños colaterales”) que el enanillo falderón dejó. Y nada. Aquí sigue, muy sonriente dando entrevistas de apoyo a Margarita Zavala, quien se cree una Hillary made in Mecsicou y publica su biografía mientras medio país se ríe de “la calderona”. ¿Quién matará a Javier Duarte de Ochoa?, ¿la ley del karma? ¿Y qué pensó la bola de gobernadores rateros, alcaldes corruptos, políticos transas y demás que leyeron esto?, ¿que ellos jamás harían algo tan inhumano… o que cómo carajos no se les ocurrió a ellos hacer dinero envenenando a niñitos enfermos que diario luchan por sus vidas?
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Incipit. Dos tandas por un boleto. La tierra es un teatro, pero tiene un reparto deplorable. Oscar Wilde
S e ré drá st i c a. E n l a ci u dad d e Chilpancingo que es capital del estado de Guerrero, sólo hay tres teatros (Teatro María Luisa Ocampo, Teatro Juan R. Escudero y el Teatro Hundido). En los cuales no hay temporada teatral de manera regular. Parece que hay sí, una gran afluencia a ver la monta de toros y bailes populares que de manera continua se presentan en la tradicional Plaza de toros Belisario Arteaga. Algunos pensarán que es porque no se tiene una tradición al teatro o porque no se desarrollan grupos o compañías del mismo. De cierto modo tiene razón. Todo depende del grupo que esté en el poder y al cual se pueda acudir para tener giras por las ciudades del estado, brindar talleres o dar presentaciones por varios días. Cuando llegué a esta ciudad recuerdo haber acudido una tarde al Teatro María Luisa Ocampo para ver si se exhibía alguna obra, pero no. Éste bien servía para las parejitas jóvenes como lugar íntimo y bien resguardado (por otras parejas) para poder darse apapachos y besitos. Sí, como escenario idílico el ágora permitía que sus viejos árboles y el cielo esplendoroso cubriera la quietud de esta ciudad que no imaginaba vivir un verdadero campo de guerra. Hoy cuando se levantan protestas contra la tropelía que vivimos los ciudadanos
imaginé la nueva llegada del Teatro de Carpa, así, como un oasis visto por un naufrago o bien, como esa ave que avisa al marinero que pronto se pisará tierra firme. Hemos visto como las demandas son acalladas desde informes “científicos” de la Policía Federal, y esto me ha llevado a una constante melancolía, porque recuerdo escuchar a Jesús Martínez “Palillo” o a Mario Moreno “Cantinflas” hablando sobre la raterías del PRI —claro que ahora tendrían que nombrar a todo nuestro sistema prluripartidista porque nadie se salva—, y con gran algarabía la gente reía de su desgraciada suerte, y también exclamaba con su tumultuosa carcajada una mentada de madre para el diputado o para el gobernador del lugar al cual llegara la carpa. El teatro de Carpa es fruto del ingenio de empresarios que vieron oportunidad de ganar dinero, ahí donde no se tenía a dónde ir a divertirse, o bien, para aquellos “iletrados” que no acudían a los nuevos cines, o a los teatros delatripa 33
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donde se exhibían obras de autores europeos o grecolatinos. Ahí en la carpa se reunía la prole, el pueblo, la barriada, como quien dice nosotros, los que no podemos pagar ahora en Ticket Master un boleto en buen lugar para ver una obra de teatro que va de 200 hasta 1000 pesos. “…el América no sabe meter goles más que con patas extranjeras”…
Palillo
En un momento donde todos tenemos dentro una dolencia o por decirlo de otra manera una molestia por tan jodida situación, añoro las carpas del México de los 50s y 60s, que dieron luz a diversas manifestaciones artísticas y llevaban más claridad social que los noticiarios de televisión abierta. Claro que llegaban a asentarse en lotes lejanos, donde la chica nice de hoy no podría asistir, o donde el diputeibol ladronzuelo no entraría porque podría confundirse con el antagonista del sketch. Ahí se compartía la música y la palabra, la palabra del pueblo donde el albur y la picardía lograba que resplandeciera la esperanza por un México, que en aquel entonces se avizoraba difícil y yo diría que bueno que ya no alcanzaron estos años porque está más que “dificultuoso”. "Mire mi joven, uno llega y ¿para qué? pues mejor no, y a lo mejor, pus ya estuvo y no hay para qué si al fin que, que, mejor ni le digo, pero ahí está el detalle. Bueno, pase una sura pa'l pulmón”. Cantinflas
La pobreza va comprimiendo a las ciudades, los mete como sardinas en el transporte público, los enlata y los enluta, los zarandea como esperando que sean sólo fragmentos de una harina que no sirve para nada, las aprieta en calles diminutas, las apesta con su olor a basura y a sangre, una sangre de todos los días, tan cotidiana como la risa y tan grosera como la miseria. Esa pobreza reduce las expectativas de recreación y esparcimiento en las ciudades de este país, y hablo de esta ciudad de Chilpancingo en donde no se piensa desde la cultura para el pueblo, si no desde la cultura para ver dónde me pongo y dónde ocupo mi mejor puesto. Y uste joven, pásele, dos tandas por un boleto, mire que si no le sabe pues nomás no aplauda. Itasavi1@hotmail.com Facebook: Blanca Vázquez Twitter: @Blancartume Instagram: itasavi68
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Desvaríos de la freaky neurosis. Mexicanos al grito de guerra. La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa, Karl Marx
La reforma energética propuesta por el presidente de la República, y aprobada por nuestros legisladores, disparó el precio de la gasolina a su máximo punto en los últimos años. Enrique Peña Nieto declaró que Petróleos Mexicanos (PEMEX) dejó de ser la gallina de los huevos de oro; y por ello, no se otorgará mayor subsidio al combustible. Sin embargo, los medios destaparon el descubrimiento de tres nuevos yacimientos petrolíferos en el país. Algo no concuerda aquí. A pesar de la supuesta crisis de Petróleos Mexicanos, jamás había existido desabasto de combustible, y lo cierto es que, desde la expropiación cardenista; el petróleo ha sido uno de los principales recursos del cual, el gobierno obtiene presupuesto para diversos programas sociales, salud y educación. Si PEMEX no fuera lo suficientemente rentable, desde hace mucho tiempo el sistema no funcionaría. Pero las cifras indican que PEMEX, es el octavo productor de crudo a nivel mundial y el tercer mayor exportador, de este producto, a Estados Unidos. Recordemos el tan sonado caso del Pemexgate, donde recursos obtenidos de la petrolera, sirvieron para financiar la campaña política de Francisco Labastida, candidato del PRI a la presidencia de la República en el año 2000. Y como éste, han existido más desvíos de recursos por parte del gobierno a lo largo de la historia. ¿Es o no un negocio rentable?
Recientemente, se dio a conocer un nuevo gasolinazo programado para el mes de febrero, así como el alza en los servicios de la luz y el gas. Asimismo, se descubre el desfalco más grande en la historia de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), protagonizada por Peña Nieto. Si mal no recuerdo, uno de los mentados compromisos de campaña fue precisamente bajar los precios de la luz y el gas (y así lo firmó). Me pregunto qué sigue ahora. Quizá anunciar que la CFE no es una compañía rentable y venderla a empresas extranjeras como se está haciendo ahora con Petróleos Mexicanos. Pero no nos desviemos del tema. El alza de combustibles afecta a todos los mexicanos (excepto a los legisladores, a quienes se les autorizó cien mil pesos en vales de gasolina). México se siente indignado, y el pueblo ha comenzado a protestar en contra del gasolinazo y las reformas en general. Si la gasolina sube, aumenta el precio del transporte público, alimentos (que deben ser trasladados de un lugar a otro) y servicios en general. Existe una incertidumbre ante el futuro y delatripa 33
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esto ha generado una ola de violencia, caos, cierre de carreteras, marchas y disturbios en todo el país. Es verdad, hay quienes aprovechan estos momentos para realizar saqueos y actos vandálicos; pero creo que el sentir general es utilizar medios más eficaces. Creo que México se ha cansado de las mentiras, de la corrupción; y por primera vez, podría estar a punto de cambiar el rumbo de este país para beneficio de todos. Se difundió en la red, y a través de otros medios, la invitación a una marcha pacífica el día 22 de enero del 2017 a las diez de la mañana. Incluso hubo un video convocando a todos los mexicanos a unirse por una sola causa: derogar todas las reformas establecidas por el presidente Enrique Peña Nieto y quizá, también derrocar al corrupto gobierno. Este video, realizado por un abogado chiapaneco llamado Amín Cholác Manzur, inicia con el poderoso mensaje de: “Mexicanos al grito de guerra” y a partir de ahí, describe los pasos a seguir para realizar un cambio verdadero. Este mensaje es el más poderoso que he escuchado y el más convincente. Se pretende marchar rumbo a los Congresos estatales para solicitar la eliminación de todas las reformas, y se les dará a los legisladores un ultimátum para el día cinco de febrero. Después de ese día, si el Congreso no responde, se pretende paralizar al gobierno tomando todas las Secretarías de Estado, y no realizar ninguna aportación económica o cuota, se liberarán las autopistas y no se pagarán recibos de agua, ni luz, ni tenencia, ni prediales. Yo no sabía lo que sucedería después del día 22 de enero. Pero tenía claro lo que me gustaría decir, que se trata de un futuro prometedor, pero no tenía la certeza de ello. Sin duda, fueron dos semanas complicadas para todos los mexicanos. Porque un cambio de tal magnitud únicamente se logra con esfuerzo y sacrificio. Cada uno de nosotros es un ser libre y pensante y cada uno de nosotros decidirá cuál es el futuro que deseamos para nuestras familias. Por mi parte, seguiré estando ahí, formando parte de la historia; pues ¿qué es lo peor que nos puede pasar?: seguir soportando al negligente gobierno, que no ha dejado de enriquecerse a costa de nuestros impuestos y de los recursos que son propiedad de toda la nación.
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Nos vemos en el slam. Que de algo sirvan las teles. A toda la población que saqueó tiendas comerciales sintiéndose protagonista de un acto de justicia ante el incremento de la gasolina al inicio de este año, les recomiendo usar las pantallas planas que robaron para ver la película mexicana Workers. Dirigida y producida por José Luis Valle, este filme de secuencias lentas y actuaciones sumamente realistas les permitirá entender todos sus errores por hacer caso a mensajes incitadores que propusieron un acto completamente innecesario para bajar vía inconformidad ciudadana el costo del combustible. La película, disponible en la plataforma de Netflix, refleja a primera vista la jodida situación laboral por la que pasan muchas personas de la tercera edad que al llegar ese momento del retiro encuentran tantas trabas para recibir una pensión, o una jubilación por parte del patrón y al final de cuentas prefieren seguir en el mísero salario hasta la muerte o el absoluto cansancio. Los personajes principales de esta trama son un conserje encargado de la limpieza de una fábrica de focos y una sirvienta cuidadora de Princesa, una perra adoptada como hija por parte de una mujer millonaria con una enfermedad en fase terminal. Viviendo en una conocida ciudad del norte de México, Severino y Lidia llegan a esa oportunidad de decir a adiós al centro laboral, pero se
encuentran con tantos peros hasta propiciarles un hartazgo justificado para la desobediencia, la rebeldía absoluta. Es en este momento, cuando la película adopta un tinte revolucionario bien disfrazado en el desarrollo de los diálogos, fotografía y acciones. Ambos protagonistas dan un par de cátedras de cómo ir en contra de sus patrones, no contra su misma gente. Dan una clase inspiradora de cómo desestabilizar un sistema poderoso, la cual podría ser útil para toda esa gente que pudo cargar una lavadora por varias cuadras, recompensa del saqueo, pero sin transcendencia en la situación actual del país. Si usted, señora o señor de la horda saqueadora tienen acostumbrado a sus oídos y ojos en las producciones gringas, quizás Workers se le haga aburrida o hasta mala, pero es darle un chance de atención, para que poco a poco se identifique con Severino o Lidia al grado de hincarse ante la primera imagen de Emiliano Zapata o los caídos del 68, a pedirles perdón por su actitud y para la próxima saber cómo hacer las cosas. Con esta recomendación iniciamos el año en esta columna, pero lector no se asuste, no se
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me ha olvidado que este espacio es para el arte yucateco alternativo, asĂ como el ambiente que despierta en sus espectadores. Esperemos que sea un 2017 de bastante literatura, arte visual, mĂşsica y mucha creatividad, en este sector que en muchas ocasiones ha demostrado una creatividad destacable a diferencia de los que se presentan en los escenarios oďŹ ciales.
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