NĂşmero 11. Enero 2014.
delatripa: narrativa y algo mĂĄs
Revista
Narrativa y algo más Número 11. Enero 2014. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje, editada en Mérida, Yucatán. Revista de circulación mensual. Dirigida por Adán Echeverría (romeolobos@yahoo.com.mx). Consejo Editorial: Angélica Santa Olaya, Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Roberto Cardozo, Jorge Manzanilla, Mario Pineda Quintal, Daniel Ferrera y Édgar Damián.
Contenido El Gran Omó Saché Roger Vilar ......................................................... 3 Negarlo todo como principio Adán Echeverría ............................................... 17 Crítico de Enrique IV Eduardo Simeón Trauwitz ................................ 23
Columnas El cálamo de los cronopios natos Susana Mota López .......................................... 83 ¿Te atreves a seguirme al infierno? Jéssica Montaño de Juárez ............................... 85
Arturo Cova o los avatares del hombre
Sin papeles Daniel Ferrera .................................................. 87
frente a la crítica feminista Andrés Galindo ................................................. 26
Nos vemos en el slam Mario Pineda Quintal....................................... 89
Regreso a Comala Ibrahim Pech .................................................... 36 La historia de mi abuela bruja Marlene Sanz ................................................... 38 Lo que está despierto Nadia Contreras ............................................... 41 Brackets José Sifrogante ................................................. 33 Habrá luz dentro de los ojos Nadia Contreras ............................................... 41 La isla de los sueños salvajes Ulises Paniagua ............................................... 48 Cortos de amor Jhonny Euán ..................................................... 49 La voz de la violencia Blanca Vázquez ................................................ 52 Lo que cuentan los labios Daniel Ferrera .................................................. 55 Betsy Gonzalo Vilo ..................................................... 66 Un delgado hilo ligado al corazón Víctor Manuel Pazarín ..................................... 77
Imágenes portada e interiores del Artista
Alfredo Lugo Domínguez delatripa: narrativa y algo más
El Gran Omó Saché Roger Vilar
M
is recuerdos son difusos. Por más que me quiero remontar a la génesis exacta de los hechos sólo acuden a mi mente calles nebulosas y el rostro de una vieja libidinosa que acecha en la sombra. Oscuridad de calles rota por luces de anuncios, boutiques, sex shops, bares nudistas, table dances, restaurantes exóticos, era, en definitiva La Zona Rosa, con sus bailarinas, sus ancianas perversas, sus antros gays… pero no fue ahí donde ocurrió el encuentro con Omó Saché, sino cerca, cuando ya las mismas calles pierden su iluminación y se ven antiguas casonas decrépitas, con lámparas mortecinas invitando a cafés y bares de menor categoría, algunos de estos casi campamento de tahúres improvisados, vendedores de drogas de baja calidad, torcidos cigarrillos de marihuana y ácidos que te consumen el cerebro en seis meses. No sé por qué abandoné la zona más populosa con los mejores centros nocturnos, tal vez ya había acopiado información para dos o tres reportajes: algún secuestro, probablemente un crimen pasional, o quizás una banda de arlequines armados con metralletas. No sé a ciencia cierta, pero eran las tres o cuatro de la madrugada cuando me interné en un callejón con paredes llenas de grafitis que exponían mujeres con grandes tetas geométricas y letras muy, muy dibujadas, gariboleadas, con nombres de cantantes argentinos de tangos, Carlos Gardel, por supuesto, Hugo del Carril, y además el Gran Omó Saché. Me
asombró este nombre tan poco rioplatense y proseguí hasta el final, donde un sucio foco rojo delataba la entrada de un bar o club llamado La Caverna. La puerta se delataba aceitosa, aunque no podía verla bien, o tal vez era esa la sensación que estaba en el aire de la madrugada y reptaba por mi cuello. O la consecuencia de ruidos que se enrollaban difusos: la música del interior, un tango gangoso, ronco. "Gime bandoneón, grave y rezongón, en la nocturna verbena. En mi corazón, tu gangoso son…" Como si la voz hubiera pasado por mil borracheras y hubiera caído en un prostíbulo junto a un río pantanoso. "…Hace más honda mi pena. Con tu viruta sentimental vas enredando mi viejo mal." Y sentí el llamado del abismo, de una melodía de manicomio sentimental. Las notas tomaron mis pies, traspuse la vieja cortina imaginando sedas del oriente y sultanes libidinosos. La primera sensación fue de humo y perfumes baratos muy penetrantes. Luego mis ojos se acostumbraron y en la penumbra vi mujeres agitando sus manos. O se sentaban, se paraban, aplaudían. Brindaban. Si, la mayoría eran mujeres. Damas entradas en los cuarenta años. Olorosas todavía a cremas de vendedor ambulante, vestidas con lentejuelas que quizás ellas mismas cosieron a telas inciertas compradas en el mercado del barrio. Eran, la mayoría, amas de casas que en las noches se ponían sus mejores prendas para delatripa: narrativa y algo más
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escuchar a aquel Omó Saché, al cual yo no lograba ver todavía, pues el estrado, iluminado por luces rojas, azules, verdes, más parecido a un table dance que a proscenio argentino, escamoteaba al cantante. Bulto del que salía el ronco tango. "…hace más honda mi pena. Con tu viruta sentimental vas enredando mi viejo mal, un viejo mal que me ha dejado enamorado." Cantaba. Repetía Omó Saché con aquella voz nada argentina, pero que contenía el dolor indecible de un moribundo que sonríe por última vez, y finge que los otros no conocen su enfermedad letal. Me moví entre las muchas mujeres y los pocos hombres hasta alcanzar, de puro milagro, un lugar vacío en una mesa que estaba junto al escenario. Allí, filtrado entre vahos de cerveza, de sudores, entre luces que no recordaban el momento de apagarse, llegaba el fuerte tufo de Omó Saché, al que ahora divisaba como una gran ballena flotante, abriendo la boca gigantesca, de gruesos labios, para decir, recitar, producir el aceite de cada sílaba "Gime bandoneón, grave y rezongón, en la nocturna verbena. En mi corazón, tu gangoso son…" Y no, no parecía argentino aquel mulato ingente, enorme, rebosante de grasa, que cantaba tangos con una voz salida de los profundos ríos de África. Tono gangoso, de garganta que recita las canciones yorubas entre sacrificios de cabras y perros. Voz cargada de dolor que le imprimía una extraña realidad a la canción, un imán que me mantuvo inmóvil, mirando a aquella mole musical, hasta que descubrí que usaba muchísimos collares. Atuendos sagrados de lo que en mi país, Cuba, se conoce como santería, y que va desde el simple chisme y cuento de caminos, hasta la más profunda sabiduría ancestral. Sin duda, el Gran Omó Saché era cubano. Pero su antepasado parecía ser una morsa, un 4
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cachalote, pues el hombre, tal vez porque le costaba trabajo desplazarse, cantaba sentado. "…hace más honda mi pena. Con tu viruta sentimental vas enredando mi viejo mal, un viejo mal que me ha dejado enamorado." No pudo cerrar la boca por la gran cantidad de resoplidos que salía de su pecho. ¿Cuánto tardaría en recuperarse? Quién sabe, nadaba en su propio mar de sudor. La camisa, de colorines, pegada a su masa temblorosa. Vi una mujer salir del público. De edad imprecisa, tetas que sobresalían paradísimas, de una redondez compacta y tiesa, seguramente implantes. Movía las manos como formando abaniquitos en el aire. El pelo era rubio platinado, pero su cara era difícil de definir en las penumbras, entre el humo de los muchos cigarros. Ella subió trastabillando los escalones, tropezó con un cable, echó un gritito cascado y ridículo, propio de una garganta envejecida en la añoranza de glorias y lujos ya lejanos. Un saxofonista la tomó de la mano, impidió la caída, y por fin la mujer llegó ante el Gran Omó Saché. Vi que se arrodillaba y extendía una especie de libretita o cuaderno muy pequeño y una pluma. No sé por qué, pero imaginé aquellos artilugios de color rosa y con dibujitos de corazones con flechas y cupidos algo lisiados. Omó Saché parecía no reparar en su presencia, continuaba con la cabeza baja, chorreando sudor. Hombre probablemente de origen humilde, quizás cantaba tangos para ganarse la comida, por lo que no estaría acostumbrado a tales zalamerías. Finalmente la platinada logró sacarlo de su mutismo, y la mano gigantesca garabateó en el minúsculo papel. Luego la señora le entregó algo, tal vez una tarjeta de presentación, y bajó, entre tropezones, los escalones del proscenio.
El Gran Omó Saché continuó inmóvil. Callado. Como hombre de pocas palabras. Esa fue la causa por la que decidí acercarme, pues comúnmente no intentaba relacionarme con compatriotas. Sería lo de siempre, las quejas contra el exilio, y los recuerdos de una Cuba, que como diría Guillermo Cabrera Infante, estaba sólo en los recuerdos y los sueños, sin existencia real. Sin embargo, Omó transpiraba otra esencia. ¿Sería cubano? ¿O era sólo una suposición mía? No lo sabía aún, pero debajo de su aspecto de mulato humilde había una profundidad atrayente, que acaso ni él mismo sospechaba. Fue así que me acerqué y le hablé. Lentamente volvió su cabeza, se removieron sus múltiples collares, y contestó con voz habanera, muy gutural y gangosa: "¿Qué volá acere?" Recordé las calles de Centro Habana, los solares, las cuarterías donde vivían hacinadas las familias. Lugares donde el sexo era lo más natural, y cualquier oportunidad de acoplamiento terminaba en recamaras de paredes derruidas. Muros de piedra o de viejos ladrillos, construidos por los mismos españoles que hicieron las fortalezas del puerto contra los piratas. Aquella voz habanera juntaba en sí misma el vaho de los corsarios de siglos anteriores y la imagen del Gran Changó, dios de la guerra y de la seducción, cuyo nombre era enormemente adorado en la isla. Todo eso, unido a suspiros de vivos y de muertos, de dioses… eso, y otros misterios exhalaban del Gran Omó Saché, cuyos ojos intensamente azules rutilaban en la piel morena como estrellas de mar en un cachalote esquizofrénico y perdido en el océano. El Gran Omó, con su voz gangosa, dijo alegrarse de que yo fuera su compatriota, y que me invitó a unos tragos en su casa. Acepté,
ya quedaba poco de la noche, no creí que me saliera algún reportaje, y nos fuimos. Canturreaba él mientras caminaba: "…son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos, hondas horas de dolor…." Y la profundidad nacía, espontánea, de su ingente carne, pero era imposible adivinar que había allí. Caminamos varias cuadras de la colonia Juárez, entre las casas porfirianas que aún quedan, recordando, los dos, seguro, pero sin decírnoslo, al vedado, que sería la parte de La Habana más parecida a las manías francesas de Don Porfirio. Por fin llegamos a una gran fachada semiderruida. Tenía varias puertas, algunas clausuradas y sin uso. Todas, con cornisas arriba. En las molduras nacían hierbas y arbustos. El Gran Omó accionó unas llaves viejas y grandes. Se oyó rechinar de fierros, de óxido, y un vaho de vejez nos saltó a la cara. Seguí su cuerpo enorme que resoplaba. Una gran oscuridad nos rodeó. Sólo sentía aquella gran ballena tragando y exhalando la oscuridad. Su aceite expandido en un espacio que no se podía medir. Avanzaba lento, tropezando con trastes que sonaban desde otra edad. Después de un tiempo, quizás un minuto o tal vez media hora, vi su silueta recortada contra un resplandor amarillo. Lo rodeé, tan gordo era, y me di cuenta que en sus manos había una vela. Remarcaba los rasgos de su cara, chatos, redondeados, hieráticos entre sombras y luces. Allí empezaba un mundo de dioses. En el piso habían gotas de sangre rodeando sus ídolos. El enigmático Elegguá: una piedra redondeada, con ojitos, boca y un moñito en la cabeza. A él le rendían pleitesía todos los santeros. Más allá estaba el caldero de Oggun, también manchado con la sangre de las ofrendas. Luego la doble hacha de Changó, delatripa: narrativa y algo más
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dios de la guerra y la seducción. Al final de un pasillo, la bella Ochún, sincretismo de la diosa del amor y la belleza femeninas, y la Virgen de la Caridad del Cobre. Además de dioses, aquella vela que portaba Omó Saché sacaba de la oscuridad muchas otras cosas. Muñecas colgadas en las paredes con rostros sucios y ojos verdes que miraban sin ver. Cuerdas, cadenas herrumbrosas, herraduras de caballos, tridentes, cacharros. Un universo incomprensible, lleno de aquella densidad que parecía salir de la piel del Gran Omó y contagiar las cosas con su enormidad. Al final del pasillo había una butaca vieja, acolchonada, enorme, y allí se sentó el mulato. "Soy sacerdote", dijo. "Soy un babalawo de la religión Yoruba", dijo, quizás a modo de presentación. Pero luego no siguió hablando, no le dio continuidad a estas ideas. Se durmió y sus ronquidos estremecían la casa. Era un sueño pesado, seguramente largo, y ya de regreso en mi departamento recordé, una y otra vez, la profusión interminable de su morada. Como si él fuera el centro de un cofre que se expandía en hallazgos al igual que la cueva de Alí Baba. En contraste mi casa era de una frialdad y un minimalismo que conducían al vacío. A la no fe. A descreer de todos los dioses. De cualquier esencia. Y en últimas instancias, a negar el ser. Paredes blancas y limpias, donde a veces la vista encontraba fotografías de desiertos, o de mares solitarios. Desde las alturas donde estaba mi departamento miraba la ciudad y sus luces impersonales. Pensaba a menudo en el Gran Omó Saché. Pasaron dos semanas y volví a tener una noche tranquila. Sólo me salió un reportaje. Una banda que se disfrazaban de payasos. Hacían malabares y chistes en los cruces de las avenidas, luego se acercaban a los automovilistas que no sospechaban la trampa. 6
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Cuando estaban junto a la ventanilla, en lugar de extender una mano por una moneda, extendían la pistola, y se llevaban el coche entre risotadas y bromas. Con tan mala suerte que en una ocasión le apuntaron a un comandante de la policía que iba vestido de civil en su carro particular… pero armado y escoltado. El viejo gendarme sacó una ametralladora y le voló los sesos a dos payasos. Las narices rojas cayeron al suelo junto con el reguero de sesos. Los otros cuatro arlequines fueron capturados. Los payasos delincuentes antes habían sido choferes de microbuses. Tomé las imágenes y los datos y me fui. La noche siguió tranquila, y como a las dos de la madrugada me dirigí al antro en el que cantaba el Gran Omó Saché. Me recibió el calor aceitoso, la mezcla de perfumes baratos con el humo de los cigarros, los rostros de aquellas mujeres humildes ajados por la desgracia. Las damas que eran sus fanáticas y que ahora escuchaban embelesadas otro tango. "Vieja calle de mi barrio, donde he dado el primer paso, vuelvo a vos, gastado el mazo, es inútil barajar con una llaga en el pecho…" Y las mujeres lo interrumpían con aplausos discordantes, y voces, "te amamos, Gran Omó Saché, te amamos", y él saludaba lento con una mano, y entonaba otra vez. "…sé del beso que se compra, sé del beso que se da, del amigo que es amigo siempre y cuando se convenga…" Y entonces lo interrumpían los aplausos de los hombres. Camioneros, vendedores ambulantes, malabaristas de las esquinas, que habían ido a gastarse sus pocos pesos escuchando aquel dolor que representaba el suyo. Volvía a agradecer con la mano Omó Saché, y repasaba las primeras sílabas del tango "Vieja calle de mi barrio, donde he dado el primer paso…" Entonces pensé que de todos
los presentes yo era el único que podía compartir con él las calles olvidadas que le vendrían a la mente. Eran vías llenas de baches, que salían a un malecón recién amanecido, húmedo, con alguna fonda sucia y vieja junto al mar, antiguo tugurio de pescadores, que sólo ofrecía café con leche y pan con mantequilla. En un lugar así, hace muchos años, había desayunado con varios amigos después que habíamos pasado toda la noche despiertos en una tertulia literaria en la casa de Jhonny, el nieto del general Juan Gualberto Gómez, que ofrecía sus jardines a los jóvenes escritores disidentes del socialismo.
debe de reír, no pensar ni equivocado…" Y fue arrastrando la letra, hasta entre resoplidos y lágrimas, terminar, y quedarse en aquel mutismo, esa inmovilidad que había observado antes.
Esa imagen de barrio era quizá la que también venía a la mente del Gran Omó Saché, mientras seguía masticando sílaba por sílaba: "La vez que quise ser bueno, en la cara se me rieron, cuando grité una injusticia la fuerza me hizo callar…" Y esta vez no paró por los aplausos, sino porque le faltó el aire. Escuché sus resoplidos, como de un cachalote emergiendo del océano. Los chorros de sudor rodaban por su cara, y casi se hubiera podido oír el plas plas del aceite bañando el suelo. Pero no se escuchaba ese ruido, ese plas plas, porque la vieja platinada de la vez anterior aplaudía con todo lo que daban sus manos flacas y huesudas, y gritaba unos "bravos" destemplados, que asombraban al auditorio, que admiraban todo lo relativo a Omó Saché, excepto sus resoplidos.
No sé que intercambiaron los ojos intensamente azules del Gran Omó Saché con las pupilas turbias de la vieja escandalosa, pero al cabo de un rato, o quizás de un segundo, escuché que ella le decía "Quiero conocerlo, conocerlo a fondo, conversar con usted, lo admiro, lo admiro, Omó…" En ese momento sentí un escalofrío en el estómago. Como si estuviera viendo una película en la que una bruja se inclina sobre la cuna de un niño. El Gran Omó la miraba, y vi que asentía con la cabeza. Cantó otro tango más, tuvo ese largo momento de recuperación que observé la vez anterior. Y luego se incorporó pesadamente. La mujer lo tomó del brazo ayudándolo. Volvió a mi mente la película imaginaria: la bruja se acercaba al niño, lo engañaba con dulces, lo tomaba de la mano para cruzarle una calle, y después destrozarlo. ¿Y a mi qué me importaba si destrozaban al Gran Omó Saché?, me dije de pronto. Después de tantos años de soledad, sin ejercitar mis sentimientos, de meses en que la única mujer era una prostituta alquilada, de horas y horas, de minutos multiplicados por un millón sin ver el sol, ¿qué rayos podía importarte el Gran Omó Saché?, me pregunté con rabia. ¿Qué me unía a él?
Me dio un mal presentimiento, como si un gran elefante bueno estuviese a punto de ser mordido por un gusano blanco, sin sangre, ponzoñoso. Me acerqué al cantante. Cerca ya de la vieja, olfateé su perfume caro mezclado con sudor rancio. Gastaba mucho en aromas, pero no se bañaba. Se repuso el Gran Omó, volvieron a rodar las melancolías desde sus labios gruesos: "…y si la murga se ríe, uno se
La vieja con tetas y nalgas de plástico saltó al escenario a gritarle delante sus destemplados "bravos". Mucho tiempo tardó el cantante en girar su cabeza, pues esta era redonda y grande, y se movía muy lento, como si el cuello estuviera en el centro de la gran esfera universal, a donde los acontecimientos de la periferia llegan con extrema pasividad y lentitud.
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¿Acaso no me había jurado no solo abandonar el mundo de la luz, sino también el de los afectos? ¿Sería porque el Gran Omó era cubano como yo? No sé, no creo, pues nunca me acercaba yo a compatriotas. Para mí era sensiblería barata la patria. Quizás, me dije, me cae mal esa vieja de tetas de plástico, esa falsedad ambulante. Y entonces, al dirigir la ebullición que sentía en la sangre contra aquella arpía cloqueante, me sentí mejor. Ella y el Gran Omó Saché caminaban por el pasillo hacia la salida. Los seguí. Nos aprisionaba el humo de los cigarros, nicotina y marihuana mezclados. El aire de la noche fue un alivió. Entonces escuché una conversación llena de lugares comunes. "¿Cómo es posible que una estrella como usted cante en este tugurio? Merece algo mejor. Tengo muchas relaciones, trataré de ayudarlo", la mujer intentaba imprimir a su voz gran entusiasmo, pero algo la traicionaba. Algo decía que debajo de ese acaloramiento no había felicidad real. Sobre todo el tono, trataba de ser muy aniñado en una señora que tendría por lo menos sesenta años. Y además, tamaña estupidez… ¿quién le decía a ella que el Gran Omó Saché no era feliz en aquel humilde escenario? Él no conocía otra cosa. Y si no era feliz, en todo caso, ¿por qué imaginaba la vieja que era ella la idónea para ayudarlo? Me acerqué y saludé con un seco "Hola". Omó pareció alegrarse al verme, y me presentó como su amigo periodista. La señora hizo un gesto zalamero, como si imitara las caritas de Marilyn Monroe, y dijo llamarse Urbeka Larrú. Nombre desagradable, sonaba a graznido de urraca. Pero le venía muy bien. No tenía ninguna causa lógica, pero no quise decir mi nombre, y me presenté con mi clave: Drakus. "Típico de periodistas", graznó Urbeka, queriendo congraciarse conmigo. "Yo soy psicoanalista, pero escribía para El Universal, y muchos en ese 8
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periódico tenían clave". Quizás esperaba una respuesta amable de mi parte, pero me mantuve callado. Ninguno de los tres volvimos a hablar. Caminábamos rumbo a casa de Omó Saché, o más bien lo seguíamos, pues él no había invitado a ninguno de los dos. Andaba lento, al ritmo de su pesada respiración. Y en la densa oscuridad de la calle sólo se escuchaban sus resoplidos rebotando contra los muros. Llegamos a la puerta vieja, con figuras talladas, hollín y telarañas. Yo mantuve la distancia y mientras la llave giraba oí a Urbeka chillar: "Ay, ¿puedo entrar? No le quito más de diez minutos". No sé si él dijo que no o que sí, pero ella se metió. Yo estaba petrificado, no los seguí. Sentí el portazo en la cara. Solo en medio de la noche, sentí un gran desamparo. La sensación de vacío poco acostumbrada, semejante al hueco de los adolescentes cuando la novia platónica se niega a hablarles. Me fui a tomar unas cervezas. La espuma deshaciéndose siempre me ha llamado la atención como la total falta de significación. El café me trae recuerdos, el humo de las pipas remembranzas y conexiones literarias, pero nada la espuma de una cerveza. Había visto muchas. Seguí viéndolas cada noche, pasaron los calendarios, no sé cuantos, y volví a la casa de Omó Saché a la hora en que solía llegar del escenario. Al verme me invitó a pasar. No hablamos mientras caminábamos por aquel pasillo sólo alumbrado con velas. Vi las grandes hachas de madera del dios Changó untadas de sangre. Olía a muerte. Al final del pasillo abrió otra puerta. Ahí no había luz, sino densa oscuridad. Tropezaba con trastes a cada segundo. Parecían sillas rotas. Cadenas. Cajas llenas de libros. Herraduras de caballo. Esculturas, no se de qué tipo, pero sentía sus miradas. Y tuve la sensación de ir
cayendo en otro mundo. En un pozo en cuyo fondo sólo había gritos de África. Figuras negras y susurrantes. Entonces escuché una queja, leve al principio, después se fue haciendo más fuerte. Era como el llanto de un niño. "¿Qué es eso Omó?", le pregunté. No obtuve respuesta. ¿Estaba solo yo? ¿En que momento me habría abandonado el tanguero? Aquella oscuridad parecía infinita. Pensé que él mundo era sólo las cadenas con las que tropezaba. Que cada día, cada minuto, estaría caminando ante aquella sensación de ser mirado sin percibir nunca esos ojos ocultos en la oscuridad. Pero no fue así, lejos, o quizás muy cerca, una rendija de luz se abría. La figura gorda de mi guía salió por allí y yo me precipité a la salida. Estábamos en un pequeño patio con piso de mosaicos amarillos y antiguos. Un foco eléctrico nos iluminaba. Era la primera señal de tecnología en aquella casa. El Gran Omó Saché giró su gran cabeza, y sus ojos azules se clavaron en mí. "Tengo que hacer un sacrificio a los dioses, pero necesito un ayudante. Tú serás mi ayudante". Hubiera querido decir No, pero era tan sólida su figura y tan penetrante la mirada, que no abrí la boca. En aquel patio había una jaula con un búho que nos miraba atento. Una gran serpiente se desplazaba en una esquina. En una maceta, junto a la planta de grandes hojas, estaba clavado un bastón con muchas señales y signos esotéricos. Una alacena tenía toda clase de cuchillos y machetes. En la otra esquina estaba el bulto del que salían los quejidos que escuché en el pasillo. Algo vivo se agitaba dentro. El Gran Omó Saché lo puso en el centro. Y me dijo. "Tú sólo seguirás instrucciones. Quédate tranquilo frente a mi." Tomó el bastón y empezó a golpear con él la tierra, de manera rítmica, acompañando sus movimientos con un cántico en yoruba, el idioma de sus lejanos ancestros africanos. El sonido me iba produ-
ciendo una especie de somnolencia, un estar alejado del mundo, estar sin estar, y los pensamientos se me iban. Escuché su voz como si llegara de muy lejos. "Pásame uno de los cuchillos", y se lo dí sin preguntar más. "Abre el costal y presenta el cuello de la víctima a los dioses". Lo hice, y de adentro salió un chivo pequeño, de color canela, dando berridos. "¡¡¡Atrápalo, y acércamelo!!!", gritó Omó Saché. Incapaz de otra cosa, obedecí. El Gran Omó Saché, empezó a cantarle al animal, no un tango, sino una canción ritual y monótona. Era como escuchar el ronroneo de un león hablando con la presa. Poco a poco se calmaba el chivo. Entonces el sacerdote cogió el cuchillo y lo degolló. Luego Omó Saché hizo una ceremonia en la cual ofrendó las diferentes partes del animal a diferentes dioses. Al final el sacerdote se durmió en aquel patio, y sus ronquidos hicieron temblar toda la casa. Tal vez ayudé al Gran Omó Saché en aquellos sacrificios cuatro o cinco veces. Me transportaba a un mundo mental extraño. Era como si yo fuera otro, como si estuviera en un balcón mirándome a mí mismo, y ése que asistía al sacerdote era alguien sin sentimientos, dirigido por una fuerza desconocida. Cuando terminaba el ritual, poco a poco volvía a mis sensaciones de siempre. Era cuando el cantante me explicaba algo de lo que hacía. Mandaba mensajes a los dioses por medio de los animales. En la canción le confiaba sus secretos, sus problemas, y así, junto al espíritu del sacrificado, llegaban a la deidad, la cual se encargaba de resolverlos. Omó tendría unos cincuenta años, en su juventud había sido soldado en África, cuando las guerras cubanas en Etiopía y Angola. Y colegí que no siempre habría sido tan gordo. Que tal vez tuvo una vida normal en Cuba. delatripa: narrativa y algo más
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Esposa, hijos... Ahora era esa gran masa de misterio, tan inescrutable como la ballena Moby Dick. Sin embargo, como monstruo marino había logrado una vida en ese océano llamado La Caverna: abismo de lágrimas, de nostalgias, de vidas perdidas, de desgracias, de gente sin esperanza. Allí lo querían, allí había logrado ser feliz por momentos. Sin embargo, en las últimas semanas lo empecé a notar muy nervioso, olvidaba letras de los tangos, no dormía bien, y empecé a insistirle, a preguntarle, hasta que me dijo que había tenido sesiones de psicoanálisis con Urbeka. Le dije que desistiera. Que ella no me parecía profesional, tan solo una burguesa fracasada que necesitaba oír, de sí misma, o de los otros, palabras de aliento. Sobre todo, frases que la colocaran como una mujer con preocupación social por los más jodidos. "Quién sabe que culpas tiene que lavar", le dije a Omó. Estábamos en el pequeño bar de La Caverna, tomando un ron con cola, y él, medio borracho dijo: "Soy hijo de una negra y un irlandés, pero mi padre me quería matar, llevó a mi madre a abortar a la fuerza, ella tuvo que escapar corriendo" Traté de consolarlo. Le dije que todos teníamos historias malas en la vida, pero que nos compensábamos con otras cosas que nos sucedían. "A ti el público te quiere mucho, debes dejar de ver a esa Urbeka, es una estafadora". "A ella le estoy contando todo. Dice que estoy tan gordo porque tapo mis traumas con grasa, que he tapado con grasa el desamor de mi padre, lo que ví en las guerras de África, y muchas cosas más". Me alarmé, la vieja urraca estaba conduciendo al Gran Omó Saché a una crisis. "Ella es la que más sabe de mi, en ella he puesto todos mis problemas, o casi todos". No le dije nada a Omó, pero me fui a dormir algo angustiado. Él era la única persona con 10
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la cual yo tenía una amistad, o algo parecido a una amistad. Pero mientras cerraba las ventanas de mi cuarto para que no entrara la luz del día, pensé que era inútil preocuparme. Por mucho que uno quisiera variar los acontecimientos, estos siempre ocurrían según su propia ley natural. De todas maneras me parecía que el Gran Omó Saché estaba en un peligro mayor que el de las guerras de África. Esa mujer Urbeka, era un híbrido de sanguijuela y escorpión. Su peligrosidad radicaba en su debilidad. Denotaba grandes frustraciones que no quería asumir. Mucho sufrimiento cubierto con cirugías estéticas, nalgas postizas, tetas falsas, y una sonrisa copiada de las portadas de las revistas. Y ahora, para no ver su amargura interior, tenía que asumir el papel de mecenas de "un pobre mulato" del Caribe. Su afán de "salvar" al Gran Omó podía llevarlo a una crisis. ¿Para qué? Para ella comprobar que a pesar de ser una puta camuflada, vedette sin público y decadente, a pesar de eso, aún podía mover emociones y sentimientos. ¿Qué haría el Gran Omó en crisis? ¿Fuera de su mundo de dioses africanos? ¿Qué haría si se viera obligado a mirar a lo más obscuro y terrible de su ser? No lo supe, y quizás no lo sabría nunca, pero empecé a ir con mayor frecuencia a La Caverna. Ya no me acercaba a saludar al cantante, permanecía en una esquina, casi en la total oscuridad, espiandolo. Sus tangos eran tan melancólicos, desgarradores y extraños como siempre, con aquella gangosidad aguardentosa de garganta de negro, que hechizaba a su público por aquella manera lenta con que decía el tango "Ladrillo". "Allá en la penitenciaria, Ladrillo llora su pena, cumpliendo injusta condena, aunque mató en buena ley…" Y ese mató en buena ley, lo repitió unas cinco o seis veces, casi desfigurando la canción. No parecía el modo de cantar de siempre. Había mayor dolor. Unos
sollozos interrumpían de vez en cuando la letra. ¿Lloraba el Gran Omó? SÍ, al parecer sí. "Los jueces lo condenaron sin comprender que Ladrillo fue siempre bueno y sencillo, trabajador como un buey". Entonaba entre lágrimas el Gran Omó. La ballena nostálgica arrancó grandes aplausos. Veían su tristeza como parte del espectáculo. Es muy difícil para la gente empatizar con el dolor de alguien deforme, y el Gran Omó, por su gordura, lo era. El mulato continuaba su llanto. Hizo una pausa antes de seguir cantando. Y en ese momento vi la cabeza amarilla de Urbeka Larrú, que se aproximaba al escenario. Empezaba a dar brincos y a chillar como una loca "¡Bravo, bravo, bravo…!" El Gran Omó, por primera vez en toda su historia de cantante, se puso en pie. Era un rascacielos contra las luces. El público empezó a aplaudir y a gritar. Tras una pausa Omó volvió a entonar. "Ladrillo está en la cárcel, el barrio lo extraña, sus dulces serenatas ya no se oyen más". Urbeka seguía graznando enloquecida. "¡Bravo, bravo, por fin te pusiste en pie, venciste el trauma de la gordura!" El Gran Omó Saché le hizo un gesto con la mano. La urraca, con pasos torpes, subió al escenario. Allí le lanzaba besitos al cantante. Omó continuaba. "Los chicos ya no tienen su amigo querido, que siempre moneditas les daba al pasar" La gente chillaba, casi se revolcaban. Era la noche de mayor éxito para el mulato. Urbeka empezó a danzar con sus patas flacas, y gritaba. "¡Ese es mi paciente, soy su psicoanalista y admiradora, pronto estará en las más grandes cadenas de televisión, yo, yo lo haré, yo lo haré…!" El Gran Omó Saché, le hizo un gesto al público, era un gesto de despedida con su mano. Volvió a trovar. "Los jueves y domingos se ve a una viejita, llevando un paquetito al que preso está" . La gente coreaba enloquecida
otra: ¡Otra!, ¡Otra!, ¡Otra!, Pero el Gran Omó repitió aquel gesto con la mano, una despedida que su mano dibujaba en el aire denso, y bajó los escalones seguido de Urbeka Larrú. Los seguí en la penumbra, y luego en la calle, guardando al menos unos 50 metros de distancia. Entraron a la casa de Omó. Esperé como una hora. Sudaba gotas frías, gruesas, que caían sobre el asfalto. Pasó otra hora, y Urbeka no salía. Entonces toqué a la puerta. Primero quedo, luego verdaderos aldabonazos, casi explosiones. Gritaba su nombre: "Omó, Omó Saché, ábreme, soy Drakus...". Por fin abrió la puerta. Llevaba en su mano un farol como el de los ferrocarrileros. Empecé a balbucear alguna justificación para tocar a su puerta sin haber sido invitado, pero él me interrumpió. "Pasa, llegaste en el momento justo. Necesito tu ayuda en un ritual. Ya aprendiste. Sabes todo. Quizás un día tú mismo te conviertas en Babalawo!" No le respondí nada. Otra vez lo seguí a través de los pasillos oscuros y laberínticos de su casa. Escuchaba yo en cada esquina, en cada rincón del aire y de las piedras, el sonido de los tambores afrocubanos, tan conocidos por mi desde aquella noche cuando era un estudiante universitario que se fue de La Habana y vino a caer en un Toque de Santo en la Ciudad de Matanzas, donde negros y mulatos danzaban al compás de aquella música, Toque, tambores y cantos que hipnotizaban. Pero esos tambores actuales… ¿Eran una grabación? En caso de serlo estaba el sonido muy bien distribuido. La acústica era perfecta. Parecían que estaban al lado de uno. O a veces… a veces eran muy lejanos y mezclados con el ruido del viento. ¿Y si en algún lugar de esa enorme casa porfiriana habían unos tambores reales, tocados por seres delatripa: narrativa y algo más
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humanos. Iba a indagar con Omó, pero me salió otra pregunta. "¿Y tu psicoanalista? ¿Ya se fue la tal Urbeka?" No me respondió, imaginé sus ojos azules descifrando la penumbra, buscando un camino. Por fin, tras bajar y subir escaleras, abrir y cerrar puertas llenas de telarañas y olor a moho, llegamos a aquel patio donde siempre ayudé al Gran Omó a hacer sus sacrificios. "¿Y tu psicoanalista?", le volví preguntar. "En ella he puesto todos mis problemas, todas mis angustias, todo lo que los dioses deberían de saber, y nunca se los he podido hacer saber", contestó Omó. "Si, pero lo que yo quiero saber es donde está?" No respondió, pero si me dio una orden. "Tómate esto" Era una pequeña botella verde, en forma de ánfora griega. "¿Qué es?, pregunté. "¿No confías en mí? Tómatelo, es parte del ritual de hoy. Yo también lo tomaré". Y lo tomé; era muy amargo, y pronto empecé a sentir una especie de embriaguez. Él también lo tomó. "Todo como siempre, buscas a la víctima, me la pasas, yo la mato, y me ayudas a distribuir las partes". "¿Y esos tambores, están aquí, en vivo? ¿Dónde escondiste a los tocadores de tambor? Yo los siento como si viniera de debajo de la tierra, de algún sótano. O se trata de una grabación?". El Gran Omó Saché hizo un gesto de fastidio, como si le molestaran mis preguntas. Entendí que no me diría nada. Fui a la trastienda. Allí estaba como siempre, el costal cerrado que contenía a la víctima. Lo arrastre. Está vez se movía con frenesí. Por fin, lleno de sudor, temblando por el esfuerzo, lo puse delante del sacerdote. La cabeza me daba vueltas. La sustancia me había verdaderamente embriagado. Apenas oí cuando el Gran Omó me pedía que le pasara el cuchillo de los sacrificios. Después todo fue neblina en mi cerebro. 12
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Desperté con dolor de cabeza. Estaba en una sala alumbrada por candelabros y llena de ídolos africanos. Al principio me resultó un mundo desconocido, y me pregunté si me habrían secuestrado. Pero escuché la risa de Omó Saché, y recordé que lo había seguido hasta su casa. Me levanté dando traspiés, con la mente muy confundida. Miré el reloj, ya estaba muy próximo el amanecer. Le dije cualquier cosa y me fui. Momentos antes de acostarme recordé que mi objetivo era preguntarle que fue de Urbeka Larrú, pero él nunca me dijo. Yo tenía mucho sueño para conjeturar causas, y me dormí. Pasaron algunas noches, tal vez tres o cuatro, sin que tuviera noticia de Omó Saché ni de su psicoanalista llena de prótesis. Escribí notas baratas, hechos sin importancia. Un hombre baleado en un cajero automático. Una sordomuda violada. (Los judiciales, a escondidas, intentaban imitar los bufidos de la víctima). Una banda de travestis que seducían a los hombres y luego los asaltaban: les decían "Los mujercitos Violetas". En fin, nada importante como para ganarme la portada del periódico. Así llegó la quinta noche. Estaba en una cantina de la calle Bolívar, de esas antiguas, como las que visitaba Pedro Infante en sus películas, con unos hombres más que machos, remachos, bebiendo cerveza. Las paredes llenas de fotos de María Félix y Lupe Vélez. La Diosa Arrodillada. Doña Bárbara. A mi lado estaba Aarón Menachin, el reportero judío, leyendo la Torà en hebreo. Esperábamos que cayera alguna noticia, pero ya eran las dos de la madrugada y la ciudad estaba en calma. "Sal y róbate algo, anda", le dije a Ojo Feroz, cuyo único lóbulo amarillo, era tuerto, bailoteaba de un lado para otro, mientras aplicaba sus orejas al radiotransmisor con el que robaba la señal de la policía. "Cállate", dijo "Cállate, algo está saliendo", y
con su mano dibujaba el aire, como si el movimiento pudiera acallar la lejana música de los organillos. Dejé de hablar. Subió el humo del cigarrillo de Menachin. Musitaba La Torá. Ojo Feroz le subió al radio. Escuché la voz vulgar de los policías. En algún momento mencionaron la palabra "decapitación", o "decapitada", "cabeza femenina". "¡Ya salió la nota!", gritó el radioperador. "¡Vámonos! Una cabeza en pleno centro de la ciudad, en el cruce de Reforma e Insurgentes!" Nos fuimos en dos motos. En menos de cinco minutos llegamos al lugar. Decenas de patrullas, con sus luces multicolores, con sus aullidos, sus sirenas, tornaban la noche en un enorme cabaret sin bailarinas y sin canciones. Los policías estaban en círculo. En el medio había unos periódicos sanguinolentos. Me acerqué cámara en mano. Descubrí la cabeza. Obturé. Flashazos. Muchos. Diez, o más. Se apagó la luz, y bajo los focos de las patrullas vi la cabeza de Urbeka Larrú. Retrocedí. Bajé la cámara. Algo me decía Ojo feroz, pero no presté atención. Pensé que de un momento a otro aparecerían otros policías con el Gran Omó Saché detenido. Seguí retrocediendo. Poco a poco me alejé de los policías y los reporteros. En cualquier momento me llevarían a declarar sobre mis vínculos con el cantante de tango. Pasaron los minutos. Nadie se me acercaba. Volví a prestar atención. Al parecer no sabían la identidad de la cabeza. Los peritos tomaban fotos a la triste Gorgona artificial con sus cabellos teñidos de rubio duros como serpientes por los coágulos. "Omó envió el mensaje a los dioses, el máximo mensaje en ella", pensé. Y luego el susto me paralizó. Tal vez yo le había ayudado en el sacrificio. El costal pesaba mucho más que las otras veces. Aquel brebaje asqueroso
que me hizo beber me impidió ver, seguramente, que se trataba de Urbeka. ¿Qué hacer? Hacer el reportaje, en primer lugar, de aquella cabeza. Yo vivía de eso. Un hombre solitario y sin familia no puede tener el lujo de los sentimientos. Escribir, ganar dinero, pero sin mencionar que se trataba de la cabeza de Urbeka. Hacer como si yo no supiera nada. Volví a acercarme al área. Hice lo de siempre, preguntar a la policía como lo habían descubierto. Me dijeron que unos niños callejeros que jugaban futbol a esa hora de la noche fueron los primeros en darse cuenta, aunque se tuvieron que disputar el paquete con unos perros hambrientos. Tal vez por eso le faltaba un pedazo de nariz a Urbeka. Bueno, más o menos suficiente material para escribir. Se llevaron la cabeza al Ministerio Público, en espera de que algún testigo la identificara. A ese efecto fue fotografiada y salió en la portada de la mayoría de los periódicos. Urbeka siempre quiso la publicidad, hacerse notar. Ahora su faz sangrante se difundía como si fuera una estrella de cine, mas nadie sabía su nombre. Ese anonimato visible hubiera torturado el ego de la psicoanalista si hubiera podido enterarse. La noche siguiente encontraron los restos del cadáver de Urbeka distribuidos al norte, sur, este y oeste del lugar donde habían hallado su cabeza. Ya no me cupo la menor duda. El Gran Omó Saché la había sacrificado. Esa forma de colocar a la víctima era muy de él. El hecho de que los restos no estuvieran en estado de putrefacción me convenció, de que contra lo que yo creía, no participé en el asesinato de Urbeka, pues ya hacía cinco o seis días que había fungido como acólito del sacerdote yoruba. Y entonces, más tranquilo, pensé en una mejor salida. La tentación de una gran crónica. Sólo yo sabía la verdad. delatripa: narrativa y algo más
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Podía dar la indicación a la policía. Que capturaran al Gran Omó Saché, y publicar toda la historia. Sólo yo. Sólo yo la tenía. La noche siguiente me presenté en la oficina de uno de los comandantes de la Policía Judicial. Era un Ministerio Público del centro de la ciudad, entre los antiguos palacios de los españoles, las ruinas ocultas de los aztecas, y el barrio de las prostitutas, La Merced. Un antiguo caserón, ahora ocupado por las oficinas de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. Me identifiqué como periodista, y pedí hablar con el comandante que llevaba el caso de la decapitada. Me pasaron al segundo piso. Un bello techo de vigas y alfarjes andaluces contrastaba con todo el papeleo donde descansaba la sangre de las víctimas y la indolencia y corrupción de las autoridades. En el escritorio había un policía de rostro moreno, con el pelo casi rapado, que mascaba chicles. En una esquina una foto de un hombre de rostro macilento y nariz aguileña. Ojos que denotaban el alcohol por muchos años y una gran soledad. Un ramo de flores y una pequeña estatua de la Santa Muerte estaban bajo el cuadro. Supuse que era algún judicial muerto, y por hacer conversación pregunté si lo habían matado los delincuentes. Pero el policía me dijo que no, que estaba en su casa y se metió un tiro en la cabeza. Dije alguna vaga disculpa, y no hablé más. No era la primera vez que en una comandancia de la Policía Judicial veía la foto de un suicida. Hombres que cada día estaban entre la muerte y la falta de moral, la falta de sentido de la vida… No era raro que sólo vieran la salida en un balazo en la cabeza. No hablé más. De afuera llegaban quejidos leves, gritos arrastrados por el viento. Me pasaron, por fin, con el comandante, quien 14
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tenía un nombre tan común que no puedo recordarlo. Era una especie de seductor de barrio, pachuco, con patillas largas, y olor a perfume barato, quizás 7 Machos, o algo parecido. Fue muy zalamero conmigo, siempre son así los policías con los periodistas, es una manera de protegerse de un escrito que los hunda. Yo también me mostré cortés, y le dije parte de la verdad. No el nombre de Urbeka, sino que aquella cabeza decapitada la había visto en el Bar La Caverna, donde cantaba un mulato gordo, de ojos azules, al que llamaban el Gran Omó Saché. El comandante me agradeció con una invitación a putas mi información, pero me negué, porque mis placeres siempre los he conquistado yo. No era exceso de moral, sino un sentido del goce que incluía la seducción. Y así, pensando en esto, en mis teorías sobre las mujeres, me marché, precisamente a La Caverna, a escuchar los cantos melancólicos del Gran Omó Saché. Esta vez me senté casi escondido. No tanto para no tener cerca las bocinas, sino porque sentía culpa. En algún momento me había sentido amigo del cantante. Y ahora había puesto a la policía tras su rastro. El Gran Omó, contrario a sus costumbres, estaba de pie. La luz roja y azul le pegaba en la cara. Grandes gotas de sudor rodaban por aquella mole. Como siempre, daba la impresión de que su volumen restaba masa a todo lo que le circundaba. Entonces, cuando las miradas caían, irremisiblemente, en él. Sacó dos boleadoras. E hizo un gesto como de reto. "Se atreverá a hacer todas las acrobacias de las boleadoras", me pregunté. Su gordura seguramente se lo impediría. Pero me equivocaba. Vi que los artilugios empezaban a girar alrededor de él a una velocidad inaudita. La escasa luz me impedía distinguir sus manos. Daba la sensa-
ción que las boleadoras giraban como planetas alrededor de un sol sudoroso y cansado. En ese momento entraron cinco o seis policías judiciales. La mayoría de la gente lo notó y empezó a dispersarse. El lugar quedó prácticamente solo. Entonces me sentí muy triste. No tanto por haber delatado al cantante, sino porque era tan gordo que ni siquiera podría escapar. Imaginé que se bajaría, daría, balbuceante, alguna disculpa para que no lo aprehendieran, pero que irremediablemente iría a la cárcel. Ese momento se dilataba mucho. El Gran Omó Saché no se inmutó, las boleadoras continuaban girando a una velocidad vertiginosa. A veces se alejaban tanto de su cuerpo que parecían suspendidas en el aire por algún hechizo. Los judiciales se sentaron a mirarlo. Supuse que practicaban ese sadismo de alargar el tiempo de captura, para que la víctima padeciera minutos atroces. Ahora eran el único público del Gran Omó Saché, que, sin dejar de mover las boleadoras empezó a cantar con su voz gangosa y ronca, el tango "Como dos extraños". Giraba, como un derviche, como un místico que se encuentra en el centro del mundo, y lanzaba su voz contra las cuatro esquinas, contra todos los puntos de La Caverna. "Y ahora que estoy frente a ti, parecemos, ya ves, dos extraños". Esa parte me estremeció. Supuse que me había descubierto, aunque yo estaba al fondo, oculto por una total oscuridad. A qué otra cosa podía aludir aquella frase. Precisamente yo estaba allí, sin saludarlo, como un extraño, sin serlo. ¿O si lo era? ¿Me había hecho extraño la traición? Ahora me daba miedo salir, enfrentarme a aquellos ojos azules. El celta irlandés viviendo dentro de la piel africana. ¿Qué mejor combinación para un brujo? Brujo atrapado. Los seis judiciales lo miraban extasiados. Ya casi termi-
naba el tango. Las boleadoras aminoraron su velocidad mientras el cantante decía las últimas líneas. "Qué gran error volverte a ver para llevarme destrozado el corazón." Entonces creí que realmente traspasaba la oscuridad con sus ojos. Y me acurruqué nervioso. ¿Cuando lo aprehendieran gritaría mi nombre? Me resigné a aguantar la vergüenza de la traición. La canción termino y el Gran Omó arrojó las boleadoras lejos de sí. Bajó pesadamente. Los judiciales tomaron sus manos. Tardó casi un minuto en llegar al suelo. Entonces salió torpemente por la puerta. Nunca le pusieron las esposas ni lo detuvieron. Parecían víctimas de un encanto que les impedía actuar. Oí sus últimos comentarios. Les habían gustado mucho las canciones. En ningún momento hablaron de Urbeka. Se fueron al amanecer. Ya no podía salir. El sol me provocaba pánico. Opté por esconderme entre los gruesos cortinajes. Encontré un viejo cojín y recosté mi cabeza. En el salón los empleados cerraban las puertas y se marchaban. Todo quedó en tinieblas. Me agradaba el frío del suelo contra mi cuerpo. Me sentía como una larva en su sepulcro tramando desgracias contra los demás. Era como un estado de irrealidad. Imaginé que tenía una mano cadavérica que se extendía hasta mi celular, y hacía una llamada directa al comandante de la policía para delatar al Gran Omó Saché. Sin embargo, no la hice. Sentía una gran lasitud, una gran somnolencia. Me dormí, no sé cuánto tiempo. Soñé con un bosque espeso, lleno de gritos sin cuerpo, de aullidos sin lobos, en el que yo volaba entre los árboles fríos. Al despertar tomé mi celular, marqué a la Comandancia de la Policía Judicial, y delaté al Gran Omó Saché. Fue una acción mecánica, sin que mediara en ella la voluntad. Y me volví a dormir. Regresé, en sueños, a aquel bosque. En un claro había unas delatripa: narrativa y algo más
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ruinas. Volé entre ellas, y después ya no supe más. Me despertó la música y la voz del Gran Omó Saché, cantando "Tierra florida donde mi vida terminaré, bajo tu amparo no hay desengaños…" Y entonces sentí, como un golpe, toda la amargura de traicionar a un amigo. Si acaso me había hecho participar, con algún brebaje, en el sacrificio de Urbeka… ¿qué importaba? Era aquella una mujer despreciable. El mundo se había librado de una plaga, y yo podía salvar todavía al Gran Omó Saché. Escribí un recado diciéndole que huyera sin preguntar, salté de las cortinas y se lo di. El Gran Omó lo leyó con la vista mientras seguía cantando, y cuando terminó la frase "en caravana los recuerdos pasan", bajó pesadamente del estrado, pidió una disculpa, dijo que volvía en unos minutos y desapareció para siempre entre los espesos cortinajes. Pero sólo yo sabía de su huida. La gente siguió esperando. Cinco minutos, seis, diez, empezaban a desesperarse, llegó la judicial, esta vez muchos. Vi como preguntaban por el cantante. Lo llamaron por los altavoces, lo buscaron, pero nadie lo encontraba. Prendieron las luces, y fue como en los cuentos de hadas, cuando llega las doce de la noche y la cenicienta se transforma de princesa en vulgar cocinera, pues el antro mostró su realidad. No era más que un gran estacionamiento con paredes grises y sillas de metal. El estrado, en el centro, parecía un nido de cuervos abandonado. Erizado de cables, bocinas viejas, y micrófonos. Fingí ser parte del público y salí a la calle. Había luna llena. Afuera estaban varias patrullas, reporteros, fotógrafos, y yo me preparé para hacer la nota, con más información que nadie. "ESCAPA ASESINO DE MUJER 16
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DESCONOCIDA", "dicen testigos que era brujo además de cantante y ofrendó los restos de la falsa rubia al diablo, incluida la cabeza". Sabía yo que no fue al diablo, sino a sus dioses, pero los medios de comunicación sólo permiten mensajes sintéticos, sencillos, e impactantes. Cualquier religión no conocida suficientemente podía reducirse al término "El Diablo". Nunca encontraron al Gran Omó Saché. Muchas veces me pregunté como logró huir con un cuerpo tan gordo. Probablemente aquel celta encerrado en una piel africana tenía mañas desconocidas por todos. Seguí reporteando en las noches. Lo de siempre: Secuestros. Asesinatos. Ventas de niñas y niños a la prostitución. A veces iba a ver bailar a las teiboleras. Hacía el amor con alguna, escuchaba sus historias. Pero no volví a encontrarme con un espectáculo tan hipnotizante y seductor como el del Gran Omó Saché. Una noche en que salía de la Procuraduría General de Justicia vi que un vendedor de discos piratas ofertaba a diez pesos una grabación en cuya portada había un gordo inmenso. Me acerqué y distinguí la inconfundible cara del Gran Omó Saché. Compré el disco. En las noches, cuando manejo por las calles desiertas, escucho su voz ronca cantando tangos. El disco está grabado en la India, en Nueva Delhi, y al parecer el Gran Omó, volvió a ser famoso allí. Entre la niebla, bajo los focos opacos, escucho su voz ronca…"Tierra florida donde mi vida terminaré, bajo tu amparo no hay desengaños…"
Del libro "La noche del reportero", que se publicará en Cuba en 2014).
Negarlo todo como principio Adán Echeverría No estoy de acuerdo con la resurrección, después de la muerte seremos comida de gusanos, abono para las plantas de alrededor. No estoy conforme con el amor, es una ilusión pasajera en busca del poder y la dominación del otro basado en las capacidades o en el abuso. No creo en las revoluciones, la gente no merece que nadie luche por ellos, demasiado es luchar por sobrevivir el día, cada quien en sus posibilidades. No creo en la paz, es una subjetividad que indica la persecución de ideales obsoletos, la paz no es la antítesis de la guerra sino una calma chicha. No creo en la familia como núcleo de ninguna sociedad, somos individuos y por tanto debemos pensar solo en nosotros mismos. No creo en la educación formal, la observación y el vivir a diario nos llenará de experiencias. Julio César terminó sus apuntes y caminó hacia el mar. He acá mi pensamiento, dijo, mirando el sol hundirse en el firmamento cubierto por el oleaje. Los granos de arena golpeaban su piel, hiriéndolo. Fue arrancando las hojas de su libreta de apuntes e introduciendo cada una de ellas a su boca. Todo fue cosa de unos minutos, su dieta había sido consumida, se tendió en la arena, cerró los ojos cuando la noche lo alcanzó, y se soltó a llorar. Lejos quedaba la imagen de la mujer que lo había abandonado la tarde anterior.
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Crítico de Enrique IV Eduardo Simeón Trauwitz
a primera parte de Enrique IV narra la rebelión de la familia Percy, apoyada por Douglas, Mortimer y Glendower. Con ayuda del príncipe Harry, los rebeldes son vencidos en la batalla Shrewsbury.
L
con sus apetitos y sus promesas incumplidas. El Príncipe Hal les visita para pasar un buen rato con ellos, pero pronto tanto Hal como Falstaff son llamados a filas para la próxima guerra. Falstaff debe reclutar soldados para el ejército del Rey.
El argumento secundario se basa en la amistad del Príncipe Hal con Sir Juan Falstaff y un grupo de rufianes de taberna entre los que se encuentran Poins, Bardolf y Peto. Falstaff y sus compinches planean un asalto a un grupo de peregrinos y, a su vez, Hal y Poins se esconden para robar a los ladrones. Ello da pie a la gran sarta de mentiras y exageraciones con las que Falstaff justifica haber perdido el botín. Después tiene lugar una farsa en la que el príncipe y Falstaff representan alternativamente los papeles de Rey y Hal en defensa y ataque a la figura de Sir John. Después Harry se entrevista realmente con su padre y asume su papel de Príncipe de Gales.
Falstaff marcha a Gloucestershire para reclutar soldados y saca partido tanto de la hospitalidad del Juez Shallow como del bolsillo de los que quieren librarse de la guerra.
Los dos argumentos convergen en la batalla de Shrewsbury donde Hal vence en combate al joven Enrique Percy, llamado Hotspur, aunque después Falstaff toma el cadáver y se presenta como su ejecutor. La acción se sitúa tres años después de la muerte de Hotspur en Shrewsbury. Westmoreland y Lancaster reciben la comisión del Rey de reclutar un ejército contra los rebeldes restantes. El Arzobispo de York, Scroop, apoya el bando de Hastings, Mowbray, y Bardolph, que también tienen el tácito apoyo Northumberland. Éste, sin embargo, no llega a formar parte de la rebelión gracias a la intercesión de Lady Grey. Mientras tanto, Falstaff está nuevamente en la posada volviendo loca de trabajo a Doña Prisas
El Rey, quien está gravemente enfermo, envía a su segundo hijo, Juan de Lancaster, a sofocar la rebelión, el príncipe logra apresar a Scroop y los líderes son finalmente ajusticiados. Enrique IV ya moribundo y en un emotivo encuentro con Hal se reconcilia con su hijo mayor. El Rey muere y Hal sube al trono como Enrique V. Temo que este pequeño análisis sobre las primeras dos partes de Enrique IV se entienda más como un pequeño ensayo que como lo que pretende ser: una crítica a tal obra de William Sheakespare. Me he tomado la libertad de abordar la obra en función del concepto: "el héroe", que, como en casi todo ejercicio dramático se va dibujando de distintas maneras. Aquí algunas ideas acerca de tal concepto. Cabe apuntar que estás ideas fueron sacadas de un libro escrito en el siglo XX, me refiero a: La tarea del Héroe de Fernando Savater, Ed. Destino, Madrid, 2007. a) Héroe es quien logra ejemplificar con su acción la virtud como fuerza y excelencia. b) La mayoría de los hombres acatan las virtudes como algo ajeno, impuesto, en buena medida convencional y, por tanto, discutible: delatripa: narrativa y algo más
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pero en el héroe, la virtud surge en su propia naturaleza, como una exigencia de su plenitud y no como una imposición exterior. El héroe representa una reinversión personalizada de la norma. C) La batalla con los padres es el primer obstáculo a vencer, cancelar la vieja deuda y engendrarse de nuevo a sí mismo: por eso el camino iniciático del héroe.
William Sheakespare en Enrique IV alcanza una complejidad en sus personajes que no vemos en las primeras comedias. La importancia del héroe en Enrique IV alcanza una brillantez peculiar porque no sólo podemos ver a un sólo héroe entretejiendo todas las historias. Los personajes aparentemente secundarios en esta obra toman una fuerza que en otras obras no se deja ver, como es el caso de Falstaff. Pero volvamos al inicio de este análisis de la figura del héroe en la obra de el rey Enrique IV, Veamos el acto dos, escena l: el asalto. Tanto Falstaff como el príncipe de Gales, el hijo del rey, son víctimas de sus fechorías, el del otro. El príncipe que roba con sus súbditos nos habla de una escala de valores propia. En las páginas posteriores, el príncipe llega victorioso de vencer al joven Hotspur. Sheakespare nos presenta ya un esbozo de un héroe con una escala de valores fuera de la norma. El segundo punto de lo que sabemos de un héroe, según Savater, ejemplifica la actitud del príncipe Enrique, donde subraya: El héroe representa una reinvención personalizada de la norma. Me parece interesante apuntar esta riqueza en la ambigüedad que William Sheakespare propone en el príncipe Enrique, ya que a diferencia de Ricardo tercero, por ejemplo, el príncipe Enrique, sí va cambiando su actitud a lo largo de la obra. En esta etapa de William Sheakespare sus héroes dejan de ser totalmente moralistas o totalmente desfachatados y se vuelven personajes más complejos, tanto el príncipe Enrique como su padre, al final del segundo acto, muestran una actitud distinta al del inicio de la obra. Una de las 24
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escenas que ilustran los tres puntos ya mencionados sobre el concepto de héroe es a partir del discurso del rey Enrique IV en su lecho de muerte, donde desconoce la mezquindad de su hijo en función de ponerse la corona antes de ocupar su turno, y, al mismo tiempo, confiesa las atrocidades que hizo él para obtenerla, reconociendo así, el absurdo y las tristezas que trae consigo la corona, cual maldiciones que brotan en cadena en la descendencia real. Según nuestro autor de referencia, hay entonces tres personajes que cumplen con la función de héroe en esta trama sheakesperiana, y cómo ya sabemos se van dibujando a través de distintos perfiles sicológicos en la obra. Los héroes los enumeraré en tres: PRIMER HÉROE: ¿Qué necesita el rey Enrique IV para convertirse en el héroe de su propia tragedia? ¿No es su discurso el resultado del camino iniciático del que Savater nos habla? En ese discurso habla de ocupar a sus posibles enemigos -antes amigos- en una empresa en común; es decir habla de unidad, para conquistar otros reinos y evitar la fragmentación dentro de la corona. A) El rey logra ejemplificar en su última acción, la virtud como obra y excelencia. B) El hombre representa una reinversión personalizada de la norma. C) El camino iniciátivo se cumple. SEGUNDO HÉROE ¿Qué necesita el príncipe Enrique para convertirse en el héroe de su propia desgracia? Enterrar a su padre y con él su locura juvenil que compartía con el bribón de Falstaff. Savater, en algún momento de su obra, nos indica que la primera persona a vencer de un héroe es el padre, sólo así el héroe puede engendrarse a sí mismo de nuevo. El príncipe Enrique hace las dos cosas,
entierra al padre y a su locura juvenil ordenándole al bribón Falstaff no acercarse más a él. TERCER HÉROE ¿Qué necesita Falstaff para convertiste en el héroe de su propia tragedia? Salvar a Teodora, salvar a una prostituta y llevarle su vestido prometido, ¿qué representa esto para Falstaff? Ser, él más que nunca, el más bribón de los bribones y gritar hasta el cansancio la frase que repite un par de veces en la obra: Los que no beben vino nunca llegan a nada; son generalmente tontos y cobardes. Me parece que aquí hay otro héroe escondido más, se llama William Sheakespare, ¿por qué? por crear tantos personajes geniales, entre ellos el de Falstaff, un héroe sin corona, un héroe marginal que se le parece más a un vagabundo que a
un príncipe. Que lanza insultos al objeto de su deseo, que no pretende a una virgen, y mucho menos la trata como tal. ¿Por qué William, después del éxito obtenido en Romeo y Julieta se lanza a darle voz a un romance de un viejo gordo de más de 50 años, alcohólico y enamorado de una prostituta? Falstaff, es un héroe real. Falstaff es, tal vez, uno de los primeros héroes modernos dentro de su contexto, es decir, lo que vino después con Zolá o con el propio Balzac, después de casi un siglo, lo podemos ver en Falstaff. ¿Qué es eso que podemos ver? ¿Qué es lo diferente en Enrique IV? Savater menciona una división entre el héroe viejo y uno moderno: La desventura del héroe no es nueva: lo nuevo de la modernidad es la sensación de esterilidad y absurdo que rodea a esa desventura, el vacío social en torno al héroe.
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Arturo Cova o los avatares del hombre frente a la crítica feminista Andrés Galindo a Shimara Magaly
Q
ue Arturo Cova es misógino es un hecho que de ninguna manera se puede negar. En
sobre los temores y deseos que desencadena en el hombre la sexualidad de la mujer 1 (205).
Lo anterior obedece a una precisión que me parece justa sobre el segundo párrafo de Ordóñez:
La importancia del personaje (o personaja) Zoraida Ayram como centro en el que confluyen las diversas variables de La vorágine es algo que no es rebatible en la lectura de la crítica. Pero de esa postura a pretender que la revisión del personaje pueda y deba develar los misterios de la psique masculina, más allá de la misma novela, es ya caer en exageraciones discursivas. Dejemos esa loable tarea a los estudios de género y dediquémonos a la crítica literaria. Pretender reescribir la historia de la literatura con la única finalidad de explicar los avatares de la misoginia es algo que ningún tipo de crítica textual sensata puede aceptar. Después de todo, reescribir la historia es algo que ya no se puede hacer. En todo caso, lo mejor que podemos hacer (y eso siempre ha de ser pertinente y necesariamente obligado) es no más que una revisión de la historia. Con esto caemos en el tan discutido debate sobre el "canon". Debemos considerar que, para fortuna de todos, el canon de cualquier disciplina no es, de ninguna manera, estático. En nuestro caso diremos que lecturas como la de Ordóñez son pertinentes en la medida en que subrayan aspectos olvidados por el canon imperante.
Más que Alicia, con quien Cova sale de Bogotá y a quien persigue por la selva, la mujer de más complejidades es la madona Zoraida Ayram, que como personaje y como tema representa la articulación entre la selva y lo femenino. Está por hacerse la revisión de la crítica sobre este personaje, revisión que nos daría mucho más datos que la misma novela
El texto de la crítica de la Universidad de Los Andes inicia con una frase que polariza inmediatamente la percepción del objeto de estudio: "Releer con conciencia de género los textos…" (ídem). La frase, amén de subversiva -o quizá por ello mismo- descarta la posibilidad de acercarse a la obra desde otras tantas perspectivas. Con esto
este sentido nada o casi nada se pude decir en contra de la lectura de Montserrat Ordóñez. El problema, a mi parecer, es que esa misoginia de la que habla la crítica no está justificada en su lectura. Yo creo que no debemos perder de vista la concepción de mundo de la que parte el discurso narrativo para emitir juicios sobre el mismo. Y en esta misma línea creo más en una misoginia englobada en una misantropía encarnada en el personaje. Esta lectura tratará, en la medida de lo posible, de justificar tal hipótesis y de realizar algunos matices respecto del trabajo de Ordóñez. A más de diez años de la lectura de Ordóñez, hoy ya estamos acostumbrados a no salir fuera de los límites del discurso netamente literario (con las dificultades que esto implica) para realizar una exégesis correcta de la obra. De la misma manera procuramos no intercalar juicios, de manera inductiva, de distintas disciplinas a fin de no sobreinterpretar el discurso narrativo. Valga ampliar el espectro de nuestras palabras: para no sobreinterpretar cualquier disciplina.
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Cursivas del autor.
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no nos puede quedar otra impresión más que la de que sólo existen dos tipos de acercamientos a la obra: el masculino (tan fervientemente criticado por la sección feminista) y el femenino (tan deliberadamente soterrado por la sección masculina). Polarizar así las cosas es algo que me parece una absoluta insensatez. Creo que los límites de este trabajo no comprenden la resolución del problema planteado en torno a la construcción y dinámica de un canon crítico y literario; con todo, me parece un apunte necesario para adelantar en nuestra lectura. No obstante dicho lo anterior -como creo que se puede ver- mi intención no es la de desacreditar la lectura de Montserrat Ordóñez. En la página 206 de su trabajo anota acertadamente los errores cometidos por la crítica masculina ante el personaje de la madona Zoraida, y la absurda defensa de Arturo Cova por la misma: La violencia del lenguaje crítico sobre Zoraida Ayram es con frecuencia peor que la de José Eustacio Rivera y Arturo Cova. Cova al fin y al cabo es un narrador ficticio, parcial y manipulador, que quiere inflar su propia imagen a costa de todo y de todos. Si desprecia y rechaza a las mujeres una vez que las ha conquistado, como sucedió con Alicia, Griselda y Clarita, es coherente y lógico que la madona no sea la excepción. Lo desconcertante desde la perspectiva de la historia de las ideas y de la crítica es comprobar el horror con el que los críticos se refieren a Zoraida Ayram, como si ellos mismos fueran sus víctimas y como si a Cova se le pudiera creer cuando precisamente en la última parte del libro no hay la menor duda de la discontinuidad de su voz. El aspecto más significativo de la crítica que tanto Cova como sus lectores le han hecho a la madona consiste en que para describirla, acusarla y degradarla la comparan con un hombre.
Me parece que lo que hace Ordóñez en la cita anterior es subrayar los pecados críticos que yo mismo anotaba en la página anterior. El tipo de crítica al que se alude rebasa los límites de la
textualidad para caer en el campo de los juicios morales. Pero quizá valga la pena reconstruir las palabras: en realidad, como crítica, Ordóñez no hace otra cosa más que pecar de lo que acusa en otros. Ahora bien, lo que hay que tomar en cuenta es que, si bien hay muchos aspectos soterrados por el canon masculino, es porque, innegablemente, el punto de referencia para hablar es ese mismo canon. Los estudios de género han abierto muchas fronteras hasta ahora desconocidas o ignoradas por ese canon cada vez más caduco; pero esto es algo que, desafortunadamente, ya no puede modificar las palabras enunciadas tanto en la obra como en su pretendida crítica. Lo loable, en el mejor de los casos, es que gracias a este nuevo tipo de acercamientos ante la realidad, se reinventa la misma y se le observa con nuevos ojos, y se le aplican nuevos marcos conceptuales. Considerando lo anterior, creo que lo mejor que se puede pensar sobre el discurso crítico aludido por Ordóñez es que las palabras de aquellos hombres se deben a su contexto temporal. Hay que tener bien presente que las valoraciones (tan duramente criticadas ahora) que se hacen sobre los personajes obedecen a determinada concepción de mundo. No otra sino aquella (por errada y tendenciosa que sea) será la valoración de un crítico cuyo contexto es un mundo misógino. En realidad lo mismo podemos decir del discurso de Arturo Cova en La vorágine. La obra data del año de 1924. Si consideramos que el verdadero auge de los estudios de género son posteriores, el juicio que podemos emitir sobre Cova no puede ser menos que el de condescendencia. Pero tampoco se trata de justificar de manera gratuita las actitudes y acciones de Cova. Es cierto y constatable que, en reiteradas ocasiones, el personaje idealiza un mundo futuro en el que se ve como un verdadero héroe. Luego, trata de accionar todos los medios para que esta delatripa: narrativa y algo más
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idealización se corrobore en la realidad. Para la idealización de Cova baste el siguiente ejemplo: Mi familia, realizando un antiguo proyecto, se radicaría en Bogotá; y aunque la severidad de mis padres los indujera a rechazarme, les mandaría a la nodriza con el pequeño [pretendido hijo de Cova] los días de fiesta. Al principio se negarían a recibirlo, más luego, mis hermanas, curiosas, alzándolo en los brazos, exclamarían: "¡Es el mismo retrato de Arturo!". Y mi mamá, bañada en llanto, lo mimaría gozosa, llamando a mi padre para que lo conociera; mas el anciano, inexorable, se retraería a sus aposentos trémulo de emoción. Poco a poco, mis buenos éxitos literarios irían conquistando el indulto. Según mi madre, debía de tenérseme lástima. Después de mi grado en la facultad se olvidaba de todo. Hasta mis amigas, intrigadas por mi conducta, disimularían mi pasado con esta frase: ¡Esas cosas de Arturo…! (66).
La cita, sin lugar a dudas, nos da cuenta de la concepción de mundo del personaje masculino. Tal apreciación no sólo supone una actitud -desde la perspectiva masculina- del mundo femenino encarnado aquí por la madre, las hermanas y las amigas-, sino que integra también una potencial respuesta del padre de Cova. El padre "se retraería a sus aposentos trémulo de emoción". Esta actitud de alejamiento por parte del hombre obedece, indiscutiblemente, a que, dentro de la concepción de Cova, el hombre no puede llorar en público, mucho menos frente a una mujer o grupo de mujeres. Hoy en día, en un mundo pretendidamente de equidad, para algunos (aunque pocos) estilos de vida esta actitud masculina parece categóricamente retrógrada. Pero en el mundo de Cova es posible y como tal debemos aceptarla. Es importante tomar en cuenta, amén de las percepciones que de la mujer se hacen, el mundo masculino presentado por el discurso narrativo, de tal suerte que podamos llegar a un juicio correcto (aunque no único) sobre el sujeto de la enunciación. Una de las constantes en la novela 28
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es el hecho de que Cova rivaliza con otros hombres. La trama central es el ejemplo más evidente de nuestra lectura. Arturo Cova iniciará un viaje sin retorno por la selva buscando la venganza en contra de Barrera. Desde que Cova tiene conocimiento de la existencia de su antagonista lo rechaza con fervor, y hasta un poco injustificadamente. Acaso lo único, y lo más poderoso, que justifica el odio de Cova son los celos. Cova no tolera que Barrera haga obsequios a las mujeres de la hacienda en donde se hospeda, particularmente a Alicia, su mujer. Lo curioso del asunto es que Franco, compañero de la niña Griselda, no se inmuta ante la situación. Desde luego, la actitud de Franco es marcadamente machista, más incluso que la del protagonista. Más adelante, cuando Cova se confiesa ante su anfitrión por haber golpeado a Griselda, la valoración de Franco responde a una concepción de mundo en el que la mujer es la única culpable de sus propias desgracias. El problema es que en la seducción de la niña Griselda, ella misma participa del hecho, haciendo a un lado la fidelidad que anota Ordóñez en su trabajo: Al inclinarse sobre mi pecho, sus zarcillos, columpiados hacia delante, le golpeaban los pómulos. -¿Estas son las esmeraldas que ambiciona Barrera? -Sí, pero déjalas pa vos. -¿Cómo podría quitarlas? -Así -dijo, mordiéndome bruscamente la oreja. Y, ahogada en risa, me dejó solo. Luego, con el dedo en la boca, regresó para suplicarme: -¡Que no lo vaya a sabé mi hombre! ¡Ni tu mujé! (63).
La agresión de la niña Griselda podría -al menos de primera instancia- interpretarse como un rechazo y defensa ante el macho Cova. El asunto es que Griselda es conciente de la atracción que provoca en el hombre y, lo mismo que Cova, se vale del poder del lenguaje tan mencionado por Ordóñez; ella misma hace uso de la palabra
para provocar el contacto con el seductor. También es ella misma la que, voluntariamente, firma el pacto de secreto. Hasta este momento hemos visto cómo Cova intenta construir un mundo a su alrededor a partir de su parcial y manipulador discurso narrativo. Y, como bien dice Ordóñez, es un hombre que "quiere inflar su propia imagen a costa de todo y de todos". No obstante, creo que hemos omitido el rasgo que a mi juicio es el más importante en La vorágine, la caída de los ideales de victoria del personaje ante la realidad encarnada por la selva. Con la selva están identificadas dos figuras femeninas importantes: la indiecita Mapiripana y la madona Zoraida Ayram. La historia enmarcada de la indiecita Mapiripana preludia la caída de la que hablo y, por tanto, el encuentro de Cova con Zoraida. Si seguimos la lectura de Ordóñez, la identificación de Zoraida con la selva responde a la percepción de un mundo bárbaro contra el que el hombre civilizado tiene que luchar. En este sentido, la descripción que Cova hace de Zoraida es paralela a la idea que de la selva se tiene. Ordóñez apunta: En esta descripción se destaca la comparación de la madona con el agua (cascada, blanco y azul) y con los abismos (descolgarse, sima), lo que asimila a la madona con la metáfora esencial del libro, Vorágine, en su sentido de río revuelto. Habría que añadir que esa percepción de peligro está relacionada con su sexualidad: la ve como "hembra" (en el lenguaje coloquial "hembra" es mujer-cuerpo, deseable o acostable, no "mujer" en un sentido integral)… (208).
Aquí cabría preguntarse si ese lenguaje coloquial al que alude la crítica proviene del cotexto discursivo que se analiza o de sus propios prejuicios feministas. La verdad es que es difícil contestar dada la información proporcionada por el mismo discurso. Pero si de tratar de misógino a Cova se trata, un atenuante más es el hecho de que no sólo a Zoraida se le trata de "hembra". En
la página 43 de mi edición se hace una descripción de la niña Griselda: Era una hembra morena y fornida, ni alta ni pequeña, de cara regordeta y ojos simpáticos. Se reía enseñando los dientes anchos y albísimos, mientras que con mano hacendosa exprimía los cabellos goteantes sobre el corpiño desabrochado.
A final de cuentas, he observado dos variables que me llevan a juzgar a Cova, más allá de la misoginia, como un hombre misántropo. Este trabajo ha intentado hacer patente la rivalidad del personaje central con otros hombres; ha seguido la valoración del mundo femenino, principalmente en el contexto de la selva. Hemos visto cómo la selva se identifica con lo femenino (y en este sentido es de suma importancia el inicio de la segunda parte de la novela). Para mis conclusiones creo que, más allá de la pura misoginia, el hombre presentado en La vorágine se identifica con la misantropía. Tal misantropía, creo, proviene de la eterna lucha entre civilización y barbarie. Desafortunadamente en la novela y en la tradición la barbarie está identificada con el principio femenino de la humanidad. Arturo Cova, personaje civilizado que viene de la ciudad -Bogotáse tiene que enfrentar a la desconocida selva y sus personajes. Desde la concepción de mundo [masculino-civilizado] del personaje, la selva es lo "otro", lo desconocido. Creo que una manera de disfrazar el terror que provoca ese tercer excluido que de pronto se materializa en Zoraida Ayram y la selva es el desprecio y su consecuente odio total. Me parece que la novela de Rivera no da cuenta de otra cosa más que de la caída del hombre civilizado frente a la infinita e inaprensible complejidad de la realidad. Al arrancar la novela, Cova se presume como dominador: "Más que el enamorado, fui siempre el dominador cuyos labios no conocieron la súplica" (25). Este enunciado corresponde al tiempo precedente a la llegada del delatripa: narrativa y algo más
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personaje a la selva, es decir, al tiempo en que domina el mundo que conoce. Cuando Cova se enfrenta al mundo de la selva comienza a perder el control hasta que, literalmente, a él y a su compañía "Los devoró la selva". Al llegar al final de este trabajo, y salvando las distancias espaciales y temporales, no he podido dejar de pensar en Sin rumbo (1885), de Eugenio Cambaceres, y en El árbol de la ciencia (1911), de Pío Baroja. Ambas novelas presentan, respectivamente, a un personaje positivista abiertamente misántropo (curiosamente los protagonistas de las dos novelas llevan el mismo nombre: Andrés). Se odia a todo aquello que no corresponde con la percepción maniquea que se tiene de la realidad. En el trance, los personajes de las diferentes novelas controlaran, o trataran de controlar, la situación desde una concepción de mundo netamente masculina. Sin embargo, el final para cada uno de los personajes de estas novelas es trágico. Andrés Hurtado, personaje de
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Baroja, muere al final de la novela en una especie de rictus poético necesario. Lo mismo sucede con el Andrés, de Eugenio Cambaceres. Aunque la historia de Arturo Cova no concluye en una muerte explicita, se entiende que jamás volveremos a saber de él. Al final, debemos entender que ese tipo de hombre, que se niega a aceptar lo desconocido, lo otro, el tercero excluido, y pretende controlarlo todo de manera unívoca y desde una concepción de mundo antropocéntrica, no tiene cabida en la complejidad del orden universal. Cabe aquí aplicar nuestras palabras a la crítica literaria fundamentalista, cualesquiera que sean las posturas.
Bibliografía: Eustasio Rivera José. La vorágine. Edición de Fernando Rosemberg. México: Losada/Océano, 1998. Ordóñez Montserrat. "La loba insaciable de La vorágine". Escritura, XVI. 31-32. Caracas: enero-diciembre 1991. 205-213.
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Regreso a Comala Ibrahim Pech
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uando escucho que se habla de Literatura Mexicana o sé que debo tratar con ella de alguna manera siempre encuentro muchas ideas contrariadas. Esto sucede debido a que no siento cierto aprecio o ahínco por ella, ya que a mi parecer no hay gran material que se pueda sustraer de estas obras en casi cualquier aspecto como en otros lugares de América Latina; es decir, ya sea ideológico, científico, creativo, incluso moral o hasta religioso (claro, con sus excepciones, como Octavio Paz -uno de mis escritores favoritos-, Inés Arredondo, José Emilio Pacheco o José Revueltas). También he pensado atribuir mi falta de "interés" a los lineamientos culturales a los que estoy sujeto, es decir, que para mí, nada de lo que se escriba con bases o raíces Mexicanas es interesante ya que he vivido rodeado de esta cultura, que pertenezco a esta cultura y no me sorprende, por ende, lo que pueda leer, descubrir o pensar de algo que en poco, conozco. Por otro lado, recuerdo la frase que alguna vez me dijo un profesor: "Cuando decimos que algo no nos gusta o agrada simplemente estamos descubriendo la falta de madurez o conocimiento hacia aquello con lo que divergimos." En este último caso prefiero pensar que hay una falta de madurez de parte mía para contemplar (como "debería" ser) a la Literatura como una actividad y proceso holístico. Pero para no hondar tanto en el anterior punto ya que no es tan importante a lo que me pertine como punto principal, lo que sí puedo evocar es que reconozco en gran medida la maestría y grandeza aplicada en cada una de las obras de la Literatura Mexicana. En otras palabras y para sintetizar: No me gusta la Literatura Mexicana, pero eso no me hace ignorar todos los atributos que encontramos en ella, y 36
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como antes mencioné, toda la maestría, grandeza y representación de capacidad, cultura y transcendencia por las cuales hemos pasado y vivido como nación. Juan Rulfo con su obra Pedro Páramo, no es la excepción. Es una novela que cuenta con muchísimos elementos, los cuales para mí son, totalmente dignos de admirar. Una vez más comenzando por la forma: los cambios complejos de voz ficcional en tiempo real casi imperceptibles para los lectores "poco atentos" son un elemento el cual obliga al interesado a prestar el máximo de su atención para comprender quién y de qué se está hablando y en qué momento. A lo anterior se le suma el movimiento de tiempo en zig zag que acompleja más la novela sin olvidarnos del lenguaje que sí bien es coloquial, es empleado de una manera tan sutil que "rebuscar" el verdadero significado de las palabras entre los eufemismos poéticos que se forman, es toda una labor que prácticamente raya en la osadía al momento de interpretarlas. En cuanto al fondo sólo podré mencionar la temática abordada, pero más importante aún, el "cómo" de hacerlo; representar un lapso de la vida y cultura mexicana antes de la Revolución Social era muy duro de imaginar, más aún ahondar en él para cualquier actividad ya sea artística o científica obligaba al autor a estudiar la psicología y el contexto de toda una sociedad que estaba en completo cambio a cada instante pero a su vez manteniendo las raíces tan profundas de ésta. Pero lo que sale a relucir en pleno apogeo de entre tantos elementos es sin duda la creatividad y el ingenio que este maestro de las letras imprimió al expresar lo antes mencionado;
"Inventar" todo un sistema de significados que se entrelazan para reflejar algo es poco visto en la literatura, incluso, universal. Tal es el caso de "Comala", Pedro "Páramo" o los "Desiertos" de Sayula, Jalisco, a los que a primera instancia hace referencia, respectivamente, a un "comal", es decir, un objeto utilizado por la cultura mexicana para freír o preparar alimentos al fuego, algo que realmente está caliente. Páramo y Desierto que son explanadas de tierras enormes, abandonadas y propias de la región del centro mexicano. Lo anterior ejemplifica una situación: Un lugar, un contexto, una atmósfera abandonada, inhóspita y extrema por altas temperaturas donde todo es estéril, infértil, donde la vida no existe, donde la muerte gobierna. Una vez que conocemos todo este sistema de significados reunidos en diversos elementos de la novela podemos advertir de inmediato sobre que trama poseemos entre las manos: Un pueblo fantasma en donde las almas vagan en pena sin saber siquiera, que han perdido la vida. Esta idea surrealista de Rulfo para representar todo su universo es magnífica; valerse de un personaje con características propias para narrar la vida o vidas de otros totalmente diferentes e incluso de épocas distintas pero con parentesco
entre sí es totalmente asombroso. Tomar a este personaje y ponerlo en una situación límite (y literalmente) entre la vida y la muerte "escuchando voces" en el limbo de su desesperación y locura para cerrar el círculo de la conformación novelística es algo, que en poco, no puede calificarse con un simple adjetivo o cubrir todo lo que engloba con palabras impetuosas pero soslayadas. Pienso sinceramente que Rulfo nos obsequia una narración impactante, no solo que influyó e influye en la literatura moderna y contemporánea, sino que seguirá haciéndolo por muchos años, décadas o siglos más, en todas las corrientes o vertientes por donde queramos observarla. Si nos prestigiamos un poco hacia la actividad lectora y escritora ya sea de manera formal o informal, en cualquier caso, Pedro Páramo es una obra maestra que no puede faltar en nuestro repertorio tanto como para aprender, como para analizar y hacer crecer nuestro acervo general como personal. Es fácil, pues, comprender porque se ha vuelto esta novela, un clásico de la literatura mexicana y latinoamericana en tan poco tiempo y con más razón todavía, comprender porque la muerte nos sigue asombrando tanto, aún en vida y después de ella.
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La historia de mi abuela bruja Marlene Sanz Dedicada a mi hermano, compañero de aventuras.
En realidad no era mi abuela, era mi bisabuela. Mi mamá me decía desde muy pequeña que ella era bruja y que yo debía tener mucho cuidado, pues en una de esas me podía hacer daño.
Con todas esa posibilidades no me quedaron ganas de volverlo a hacer.
Yo como una niña entraba al cuarto de la bisabuela sin problema; estaba convencida de que, por la noche se sacaba los ojos y los guardaba en un cofre, también se quitaba las piernas para poder dormir bien.
Tenía un perro de pelea (muy feo por cierto y babeaba todo el tiempo), y conejos en la azotea. En una pequeña sala (tipo hall) las pieles de conejo estaban en exhibición de manera permanente. El olor de los conejos era horrible, los alimentaba de alfalfa.
Volaba por la noche para robar niños y utilizar sus partes para hacer hechizos o para cocinar. La bisa dormía con una tijeras bajo su almohada, y yo creía firmemente que ésta estrategia era una de tantas para defenderse de algún ente maligno, así que me pareció fundamental incorporar éste hábito. Busqué y busqué entre las cosas de mi mamá unas tijeras ¡Oh sorpresa! Me encontré unas tijeras de ésas que les llamaban de pollo -llamadas así porque son las que usan los polleros- y en la tarde sin que mi mamá se diera cuenta las puse debajo de mi almohada. Al anochecer mi mamá las descubrió, dijo que eso era PE-LI-GRO-SÍ-SI-MO, que me podía: Cortar Sacar el cerebro Picar un ojo 38
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Durante el día todo transcurría con normalidad, yo observaba cada paso que daba la bisabuela.
Lo divertido de todo éste escenario era la alfalfa; me gustaba encontrar catarinas, pequeños insectos que me parecían tan fabulosos por su intenso color rojo y esos puntitos negros y cabecitas negras con blanco que los hacían tan lindos. A mi corta edad sentía que nadaba entre las plantas, el olor a verde me encantaba. Un día de esos días en los que yo rondaba por la casa, encontré en el baño algo diferente; una cubeta llena de brillos, el sol entraba por allí e iluminaba el espacio. Fue irresistible, metí las dos manos y vi como todo se fue volviendo rojo. -No recuerdo más¡Claro! Mi mamá lo atribuyó a la bruja, pues ella dejó los vidrios en ese lugar, completamente a mi alcance. Otro accidente aconteció en la casa, mi hermano menor se cayó de las escaleras, tengo
un vago recuerdo; de hecho creo recordar ver a mi hermano rodar y pensar que estaba muerto; de hecho pienso que yo abrí la puerta, pues me gustaba jugar en el escalón más alto, que tenía forma de cuadrado, como un área de descanso. Mi hermano sufrió el accidente, sin embargo yo desperté con el brazo enyesado, ¡Seguro que fue la bruja de nuevo! Yo no recuerdo realmente nada, todo parecía un sueño, lo real... mi brazo inmovilizado, sin tener nada que hacer, me metí al cuarto de la bisa, quien tenía muchos objetos en una mesa que daba a la ventana. La mesa estaba cubierta con un vidrio de un centímetro de ancho aproximadamente, se veían fotos antiguas de la bisa cuando era niña y otras de familiares, me imagino que de sus padres. Descripción de la foto de ella: Tenía un moño grande en la cabeza, con un vestido corto que dejaba ver un gran calzón abultado; llevaba en la mano una muñeca. Considero que nunca fue bonita, ni de niña -a diferencia de mi abuela, bella de niña y bella de grande. En la mesa solía encontrar pequeñas florecitas, que eran grises como de algodón, algunos las llaman paragüitas. Mi mamá decía que si le soplabas te quedabas ciego, por lo tanto debías tratarlas con cuidado. Por el miedo, yo sólo las miraba y de pronto si era mucha mi curiosidad, las tocaba y las soplaba, me parecían tan maravillosas, y me costaba trabajo pensar que fueran tan dañinas. Yo no tocaba nada de esa mesa por temor a ser descubierta, básicamente estaba llena de ojetos viejos, un gramófono, hilos, alfileres y agujas clavadas en un cojín.
En la habitación había un ropero, con ropa de colores chillantes y horribles. También se veían muchas cajas de diversos tamaños. -Allí guardaba todas sus brujerías, me imagino. La cama de la bisabuela era como de hospital (de fierro) tenía tres colchones y más de cinco almohadas; en el piso había pieles de conejo y en las paredes también. Me encontré unos lentes de botella, y me los puse por un instante, pues al ponérmelos sentí que me mareaba. En otro lugar había un barco de madera con velas de tela, poseía unos acabados perfectos. -era un barco a escala. En el cuarto había una máquina de coser, super viejita, donde los pies eran el motor principal. Botes vacíos de leche formaban pequeñas casitas, pinturas y objetos para decorar. Al mirar por la otra ventana de la habitación estaba un gran árbol y un panteón de fondo. El piso era verde, las paredes eran amarillas, parecía un sanatorio o algo parecido. Tal vez un manicomio, recuerdo haber visto a la bisa con una bata blanca, cuyas mangas la rodeaban. Me percaté de las persianas las cuales eran grises, tan grises que daban un toque más frío y hostil, estaban llenas de polvo acumulado por siglos. No sé cuánto tiempo me tardé en husmear la habitación. Escuché los pasos de la bisa venir, mi corazón estaba a punto de estallar, debía inventar un buen pretexto para estar allí, así que me armé de valor y decidí "tomar el toro por los cuernos" enfrentar la situación y me escondí detrás de la puerta. Me agarré fuertemente las rodillas para no hacer ruido; la bisabuela sacó su bolsa del mercado y su cartera, mientras tanto, algo llamó mi atención delatripa: narrativa y algo más
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debajo de la máquina de coser, descubrí dos muñequitos que tenían forma de niños, uno era niño y el otro niña. La niña tenía el brazo roto y el niño los pies chuecos. La bisa, prendió una veladora, dijo algo en una lengua extraña, tomó su bolsa y se fue. Yo salí corriendo, quería vomitar, me asomé por la ventana y vi como mi abuela se dirigía hacia el panteón. Me tiré a la cama para
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tranquilizarme, cuando desperté ya no era una niña, me levanté, caminé hacia la sala y vi a la bisabuela por última vez en su ataúd, no lloré, no sentí ganas de hacerlo, era mala, muy mala, no quería a los niños, ALTO tal vez sí me entristecía algo, me entristecía ver a mi papá llorar por la pérdida de su abuela, digo de la bruja, no más bien de la bruja más bruja de todas las brujas de la casa.
Lo que está despierto Nadia Contreras
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nciendo la computadora llena de expectativas; la idea de otro año, nuevo, limpio, cristalino. Un año que puede romper cualquier barrera e incluso, atravesar esos días en que lo escrito termina en la papelera de reciclaje. Hay días así, secos, exprimidos, amargos. El día de hoy, no sé porqué, me inspira; crece dentro de mí y llega muy alto, hasta la cúspide donde el cielo, muchas veces, proyecta la luz en dirección contraria. El sólo hecho de sentir las teclas en mis dedos, su roce desnudo, me vuela las ideas y soy la niña en la camioneta familiar hacia la montaña. La escritura como viaje. Muchas veces he intentado escribir sobre la aventura. Definitivamente, hay textos que uno quisiera tener ya escritos y éste, que ahora ensancha las expectativas, no es uno de ellos. Que lo he intentado infinidad de veces, sí, a inicio de año, a mitad o para culminar el mes de diciembre. San Juan de la Montaña era entonces un puñado de casitas anclado en una de las partes altas de Jalisco. Que nos guiamos por el mugir de las vacas; que alguien nos recibió con hachones de ocote y nos condujo por un sendero de árboles húmedos; que dormimos sobre camas de barro y techos, donde la altura era un cielo de estrellas. Empecé a hacer míos los gestos de la gente en la penumbra y el olor de la tierra. Me gustaría traer hasta aquí el caer de la lluvia pero las imágenes se van, se borran como fotografías antiguas. Me faltaban muchos años para entender que no debo dejarlo todo
a la memoria. Los cuadernos llegarían después. El año que inicia y la escritura son ese viaje, me colocan a la mañana siguiente frente al horizonte y la realidad de otro paisaje. La noche, en cambio, lo oculta todo, lo deforma, hace que aquellos senderos y el murmullo del lago, allá en el fondo, parezcan un espectáculo banal. Y esto que cuento, ha sido tema de gran parte de mis textos. Siempre he querido a San Juan de la Montaña en un cuento, en un poema, en una crónica. Consigo, en cambio, imágenes falsas, recuerdos que se acercan más a la época en que para seguir comprando libros, tuve que trabajar de encuestadora y vendedora, actividades que mi padre condenaba. Quizá no fui muy sincera pero a mi padre y a mi madre dije que el escritor era alguien con mucho dinero y vivía de premios, libros, viajes. La mentira cayó de bruces al suelo pero yo me mudaba a otra ciudad. Hago mis pesquisas en Internet y San Juan de la Montaña no es el lugar que conocí cuando tenía nueve años. Que la familia toda llenó camionetas; que entre primos, madre, padre, tíos, abuelos, éramos alrededor de cuarenta y siete personas; que parecía que caíamos una y otra vez al abismo de los barrancos. Había algo por hacer las mañanas de los doce días siguientes. Era el paraíso prometido, el lugar ideal para crecer. El primer día alguien nos mostró los caminos más secretos, los ríos breves del agua, el lago y su profundidad. Caminé con cautela hasta la parte más elevada delatripa: narrativa y algo más
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del peñasco, y desde ahí, me aventé para caer en el agua de hielo. Había espacio para todos, pero sólo los chicos nos atrevimos y yo por primera vez. Mi visita se extendía en los cuartos de hospital cada vez que pisaba el suelo sin zapatos, o me caía un chorrito de agua fría en la espalda. Así, vi a mi madre en vela muchas veces, prolongando el silencio de las noches. Que corrimos por todas partes y bebimos leche de vaca; que cortamos duraznos, zarzamoras; que matamos un chivo y nos lo comimos; que fuimos todavía más lejos y nos hospedamos en una casa echa de madera de pino. Aquel olor era infatigable. Una casa surgida de la nada, olorosa e iluminada. Mi madre cantó varias canciones, recuerdo. Los que la conocen, saben de su devoción por la música ranchera. Bien pudo ser la Lola Beltrán viviente y el alma de ésta no estaría en otro mundo. Puede que sea una exageración, pero este viaje suplió por mucho la diversión que podía-
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mos encontrar en el rancho de mi tío Jorge. Las caminatas por entre las cañas, resbalarnos una y otra vez de aquella piedra que perteneció al volcán, acampar a mitad de la huerta donde se escuchaba el murmullo de los búhos y las lechuzas. Que es imposible expresar con palabras esos días luminosos, que lo interesante ha quedado muy lejos. Tengo muchos borradores en donde mi viaje a San Juan de la Montaña ha quedado plasmado. Borradores repletos de balbuceos, un ir y venir por las palabras y de mi decisión contundente de arrojarme a ellas como si fueran el corazón del agua más fría. Se me ocurre que esta vez debo dejarlo aquí, precisamente en este texto. Creo necesario alejarme para volver poderosos aquellos episodios, fértiles en la sombra del pasado. No sé qué decida cuando vuelva sobre lo escrito. De lo que sí estoy segura es que la escritura efectivamente es viaje y emoción, esa emoción de subirme a la camioneta y saber de una carretera abierta hacia la montaña.
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La isla de los sueños salvajes Ulises Paniagua
V
illa Morgana, por la noche.
En esta isla que asoma por Oriente, donde los habitantes acostumbran el ascetismo de manera ininterrumpida, se practica una extraña costumbre cada vez que culmina cualquiera de los dos solsticios del año. Sólo a manera de ejercicio y en las fechas referidas, los villa morganos guardan la extraña costumbre de liberar las pesadillas. En una ceremonia nocturna y silenciosa, el sacerdote se encarga de correr pestillos y cerrojos desde las oscuras celdas. Como bestias furiosas, las pesadillas embisten el mundo armónico y organizado que escapa de los pensamientos de los practicantes, semejando en el asedio intelectual el vapor que emerge de una cacerola una vez que ha alcanzado el punto de ebullición. Pero la paciencia y la reflexión, cual si fueran poderosos escudos de cruzados en Tierra Santa, impiden cualquier acercamiento o incursión de los malos sueños. Los ascetas, que permanecen con los ojos cerrados, en una postura vertical pero relajada que estimula la meditación, consiguen en una armonía cósmica absoluta, desplazar de su mente las imágenes oníricas en que el soñante cae desde
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una almena mora; o donde la amada escapa en las grupas de un caballo del demonio; o aquéllas donde se es atravesado por un tiro de ballesta o devorado por un jabalí hambriento; incluso los sueños recurrentes en que se posee una sed incontrolable de alcanzar algún exótico oasis, sin que esto sea posible. Después del acoso que se prolonga hasta las primeras luces del alba, reina la voluntad de los ascetas. A las pesadillas, derrotadas y en franca humillación, no les queda más remedio que emprender una huída decorosa, para volver a guarecerse en la soledad de la prisión, donde a pesar de las incomodidades se sienten a salvo del desdén de sus pretendidas víctimas. Los habitantes de Villa Morgana, por su parte, regresan a la vida común, esperando con ansia el próximo solsticio, para volver a comprobar la fuerza invencible de su interior (al menos esto refieren, en un lenguaje cincelado, una pila de menhires que se exponen en las playas de la isla). Confieso que hasta hoy no había visto nada parecido.
Cortos de amor Jhonny Euán
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s la misma historia que muchos programas televisivos han reproducido sin piedad a sus miles de esclavos. Esteban, joven responsable, liviano de estatura y con enormes deseos que cumplir, logró sobresalir siempre en sus estudios básicos. Al llegar a la universidad la vida le empezó a poner mayores obstáculos, más dolorosos y sobre todo más tensos y llenos de confusión. Quiere ser veterinario; educación costosa que solo sustenta con una beca. Su salón de clases es reinado por jóvenes que poseen todos los recursos para estar allí, sin preocuparse por intentar conseguir un papel que los distinga; porque sus padres lo podrían pagar sin ensuciarse el capital. Diariamente recorre dos autobuses para llegar a su destino, come dos tortas que no controlan los dragones del estómago pero lo llenan de amor maternal: su madre se desvive por él. Su padre nunca quiso que estudiara, posee esa mentalidad de que un hombre es de campo, un hombre tiene que trabajar, no hacerse el payasito. Tiene tres hermanos menores, que al igual que él, desean ser alguien en este mundo, pero con menos ganas. Han pasado tres años desde que llegó a este oscuro lugar, su universidad. Allí todos quieren o se sienten los dueños del universo; riquezas, modas, tendencias, personalidades, y no son más que un cúmulo de sujetos sin ideas claras en la mente. Esteban o Bano, como lo conocen Julián y Ana, sus únicos y verdaderos amigos en la escuela, tiene dos
grandes problemas: el alto costo de las malditas colegiaturas, y su temperamento. Basta recordar el año pasado cuando casi se tumba a Marcos, un tipo gordo y prepotente, que siempre lo menospreciaba. En sus calificaciones es un genio, no de esos brillantes pero logra excelentes números que son de resaltar; 93, 98, 90; eso sin olvidar que es común que se le resten unidades por sus errores de conducta, y palabras altisonantes. Es un gran tipo, quizás está inculcado bajo otras costumbres y creencias pero es una gran persona; provocan risa sus conversaciones, sobre cómo conquistar mujeres o librarse de otras. Siempre ha sido un buen compañero, le echa pulmón a todo con tal de hacer bien las cosas. Un día normal y vacío de escuela, le confesó a Ana que le gustaba Nicole; ¡Sí!, la chica de los ojos verde-amarillentos y los labios gruesos. Ana se bloqueó. Se había fijado en la muchacha más guapa del salón; popular, famosa, amigable, ¡Nerd!, Ana no dijo nada los próximos dos minutos, cogió aliento y trató de comprender el contexto de las palabras de Bano. Nicole era por mucho la más sobresaliente en clases; la gran excepción, pues era adinerada pero le gustaba estudiar. Sin embargo no podía olvidarse de la gran vida que los jóvenes estirados gozaban. Ella siempre ha sido gentil con Bano, buenos amigos y compañeros, pero la situación iba distorsionándose mucho, a tal grado que pasó lo que Bano le dijo a Ana. delatripa: narrativa y algo más
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Valiéndose de su sólida amistad, Esteban quería ganarse a Nicole a como de lugar; según él ella era una niña como ninguna, muy valiosa que le hacía delirar de la emoción. Sin embargo las cosas estaban negras. Nicole solía tener un grupo de amigos, donde podemos mencionar a Jessica, su eterna novia-hermana, y tres tipos de su onda medio popular-actualfastidiosa. Hablamos de Sergio, Alejandro y Ricardo, quienes lejos de su bella amistad con las chicas, siempre trataban de planear fiestas mundiales de alcohol para enloquecer mujeres y aprovecharse de unas cuantas. Total en las fiestas pasa de todo, y estando licuados de alcohol la vida se disfruta. Los objetivos eran Nicole, Jessica y otras, como la "tacones gigantes" del otro salón que llevaba escotes casi como obligación para compensar el paraíso vacío para los hombres. Bano frecuentaba con ellos, ya saben por qué; deseaba estar cerca de Nicole, y principalmente cuidarla, ante todo no quería que nada le pasara. Y ahí andaba, forzándose a aguantar ese ambiente para cumplir sus sueños, lo hacía con disimulo, con paciencia. Nicole no parecía darse cuenta nunca de cómo le salían celos a Bano cuando la abrazaban sus amigos. Las clases eran tratables, en verdad se requerían fenómenos para reprobar alguna materia, es por ello que todo fluía sin contratiempos; Esteban cumplía solo o en equipo con Ana o Julián. Nicole con su hermana Jessica o también sola.
zas y los grises que se formaban en el horizonte. Ellos eran algo así como los mejores amigos. Si de verdad la quieres, díselo, no tengas miedo de perderla por completo, tienes una amistad ya muy grande con ella, y si se aleja, entonces la amistad nunca existió. - sentenció Julián, convencido de que Esteban estaba llevando muy lejos la situación, pensaba necesario soltar la sopa, antes de que el exnovio de Nicole, quisiera volver a llevársela, porque la seguía buscando. Habían terminado hacía dos meses, por supuestos problemas de rutina y celos. Anda, arriésgate, no tengas miedo, que lo peor que una mujer puede hacerte es rechazarte, pero sé que ella no lo hará; he escuchado cuando te dijo -Te quiero-, y sus ojos se ven sinceros. Julián trataba de convencerlo, pero Bano estaba de nena, temeroso y con un temblor en el cuerpo que lo redoblaba; volvían a su cabeza sus aires de inferioridad, de que él es pobre y ella no, de que es humilde, y ella no. Y todas esas cosas bizarras. Las semanas pasaron en ese mismo dilema amoroso. Se acercaba la gran fiesta de cumpleaños de Nicole; un baño de piscina en distinguida zona de la ciudad, con dj´s, barriles de cerveza, luces y mucho baile. Esteban no estaba seguro de asistir pues le quedaba lejos, como un viaje de una ciudad a otra.
La historia de ese grupo de 20 jóvenes fue dándose bastante tranquila, solo estaba el pendiente del amor que decía sentir Bano.
Conforme iban transcurriendo los días, se vislumbraba una gran noche para ese fin de semana. Hubo a quienes ni se les invitó, entre aquellos se quería sentir en parte Bano, para no inventar excusas por no ir. Finalmente asistió.
"Me gusta mucho". Escribía una y otra vez cuando hablaba por el Internet con Julián, éste le explicaba sus puntos de vista, sus esperan-
Esa noche todo era diversión; cervezas espumosas de la mano de todos, minifaldas que escondían trajes de baño delatados por
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los cristalinos reflejos de la alberca, música Dance, Electro, Pop, vaya hasta Cumbias y Reggaetón. Se antojaba que sería una larga y excitante noche, y así fue. Esteban llegó con unos amigos, lo primero que hizo fue felicitarla. Se veía radiante con ese vestido negro que dejaba poco a la imaginación, le dio un abrazo tierno. Nicole agradecía que estuviera allí, pues él era uno de sus grandes amigos. Más de la medianoche y Nicole bailaba a gusto con alguno de sus amigos, mientras otros se sumergían en la alberca por cuenta propia o aventados; sentados a la mesa, los aburridos admiraban lo que ocurría, también afuera estaban los que gustan del aire puro de la calle junto a un cigarro y alguien con quien platicar. Esteban, que nunca ha sido bueno para beber, empezaba a sentirme en órbitas, círculos; tratando de lograr estar junto a Nicole para platicar o por el simple hecho de saber que estaba bien. Se dirigía al baño cuando la encontró y aprovechó para decirle que la quería mucho. La quería mucho. La quería mucho, y otras cosas. Después del minuto olvidó lo que le dijo, pero temió que se le hubiera escapado la verdad. Cada vez se ponía peor. La fiesta tomaba rumbos extremos de ebriedad entre los invitados; en la calle un par de tipos discutían por causas ajenas a este relato; seguro viejas cuentas pendientes. No llegaron a los golpes pero las insinuaciones fueron suficientes para que Nicole saliera a ver qué pasaba. Calmó los ánimos, pues los protagonistas eran amigos de la preparatoria.
Pasaron cinco minutos y sin éxito decidió ir a la calle, era la última opción que le quedaba. Había pasado media hora desde la pequeña discusión y Nicole efectivamente andaba afuera, pero... Tambaleándose como pino de bolos, Bano la encontró detrás de un coche, a escasos metros de distancia. Nicole se besaba con un tipo, que no era ni su novio ni su ex. Era un simple amigo que fue a la fiesta tal y como lo hizo él. Entonces descubrió que las palabras de Ana eran ciertas; Nicole es de las chavas buena onda pero súper hipócritas, con tremenda falsedad en la cara; un día te querrán pero al otro serás como su perro, o como todos dicen, su "amigo", no te conviene. Vaya que Ana tenía cierta razón. Esteban no puedo evitar el dolor, la borrachera se le escurrió peor que la lluvia y de inmediato decidió irse; fue al baño y ahogó las lágrimas desde sus adentros. Salió como rayo hacia cualquier parte, lejos de la fiesta. Mientras caminaba a prisa y desconsolado, me lo encontré a dos cuadras; casi se caía al caminar, me contó todo, y dejé tiradas mis ganas de ir a felicitar a Nicole. Tomé por los hombros a Bano y nos fuimos hacia su casa. Comprendí a Bano, pues a esas mismas horas en otra parte, había vivido algo parecido. Éramos en aquellas calles, dos amigos infortunados que quisimos darlo todo por un par de mujeres, pero nos quedamos cortos en la modernidad del amor. Esa misma que se domina por el dinero, la lujuria y una falsa popularidad.
Esteban se tomaba una copa más de Vodka, entre luces opacas, vago por todo el lugar buscando de nuevo a Nicole, o el baño. delatripa: narrativa y algo más
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La voz de la violencia Blanca Vázquez Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada Eduardo Galeano
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l escritor uruguayo Eduardo Galeano ha sido una de las voces más perfectas para retratar a través de la letra los acontecimientos vividos por América Latina. Iniciado en el periodismo se ha ido inclinando hacia una narrativa llena de girones socio culturales que lo han vuelto uno de los preferidos de las generaciones de jóvenes latinoamericanos. Las venas abiertas de América Latina, Vagamundo y el Libro de los abrazos son sólo una muestra de su vasto trabajo literario. Sin salida1 Soy un montón de músculos retorcidos y quemados… Tenía todos los nervios al aire. Le dolían los cabellos, uno por uno. Le dolían las uñas. Sentía una aguja clavada en cada poro. Sentía el dolor crujiendo en la caja de huesos del cráneo. ¿Hasta dónde? Van a volver. ¿Hasta dónde se puede aguantar? Van a volver ahora. Una brasa en la oscuridad; dos; muchas. Estás solo, cantaron todos, sabemos que vos sabés, sabemos todo, estás solo como un perro, hijo de puta, cantá. Las palabras volaban; pegaban contra el banco; estallaban. No tenés salida, reconocé, cantá, quiénes son, cuantos nombres, queremos nombres, escuchá, decí no te hagás matar, rezá, hijo de puta, andá rezando. El cerebro había volado en pedazos. Una náusea como una ola con sabor a sangre y olor a podrido. Volverán. Ahora. Vendrán desde los cuatro puntos cardinales, como las palabras y los golpes. El frío de la hoja del cuchillo en el escroto. El caño del revólver hundido en el
agujero del culo. Te levantarán nuevamente la capucha: nuevamente verás el chisperío arrasándote el pellejo, mordiéndote la carne, arrancándote la carne de a pedazos. Te revolverás como un pez atrapado. La desesperación resbalosa del pez. Ahora. Volverán. ¿Hasta dónde se puede aguantar? La victoria nos necesita a todos. ¿Nos necesita? ¿Me necesita? Van a volver. Pronto. Ahora. Había querido gritar. La lengua inflada le llenaba toda la cabeza. Los testículos hinchados como globos. El pus chorreando; había sentido, sentía, los minúsculos y repugnantes ríos de pus y sangre deslizándose desde las heridas. Morir. Sí: recordaba. Estas solo, nadie sabe que estás aquí, nadie te vio cuando te llevamos, nadie te conoce, nadie. Te vamos a matar.
El escritor puede manejar diversos mecanismos para que su lector quede atrapado en su historia; Galeano en el cuento Sin salida tiene una intención, situarnos en el espacio del relato y lo logra a través del empleo del nivel fónico-fonológico, ya que con algunas figuras literarias logra énfasis en el sonido de algunas palabras o fonemas que muestran el estado de ánimo del narrador. La aliteración2 se expone a lo largo del texto, confluyen fuertes dosis fonéticas, sugiriendo que el estado anímico de violencia y ataque va creciendo conforme se desarrolla el relato (dolían, dolían, sabemos, sabemos, volaban, pegaban, estallaban; volverán, vendrán; verás,
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Galeano, Eduardo. El cuento. Revista de Imaginación. No. 100, Septiembre-Diciembre 1986, Tomo XV - Año XXII, pág. 739
2
Figura que consiste en la repetición de determinados sonidos especialmente sugerentes. Se logra con la repetición de la misma consonante o vocal, a veces sílaba, al principio o en el interior de varias palabras dentro de una unidad sintáctica o métrica.
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revolverás, nadie, nadie, nadie, nadie). Provoca con su sonoridad un simbolismo fonético3 verbos y adjetivos que promueven dolor (dolían, crujiendo, pegaban, podrido, mordiéndote, arrancándote, hinchados, repugnantes, matar). Emplea la anáfora4 (Le dolían los cabellos, uno por uno. Le dolían las uñas; Sentía una aguja clavada en cada poro. Sentía el dolor crujiendo en la caja de huesos del cráneo; ¿Hasta dónde? Van a volver. ¿Hasta dónde se puede aguantar?; sabemos que vos sabés, sabemos todo) buscando repetir las palabras para lograr insistencia, con el afán de infundir temor, miedo, un miedo a la acción aún no realizada: (Te vamos a matar.) En el texto Sin salida podemos apreciar varias voces, sin que el escritor nos remita a diálogos visuales, es decir, no tiene que indicar con un guión las voces narrativas. Nos presenta una voz que es la del violentado, se deja oír después la voz del violentador y se van alternando provocando en el lector angustia. El título ya arroja un sentido de no escapatoria, en una oración de dos palabras magnifica el desastre y da paso a la narración con un párrafo suelto de un renglón, una línea que (Soy un montón de músculos retorcidos y quemados) se estructura en una oración en primera persona que delinea el abandono del personaje, tanto en lo físico como en lo emocional, los adjetivos retorcidos y quemados hacen hincapié al daño proferido. Si bien Galeano lleva inmerso en su obra literaria los diferentes aconteceres de la violencia ejercida por el estado en algunos lugares de América Latina, es interesante ver cómo es qué lo realiza, y cómo estructura el nivel morfosintáctico empleando la
reiteración5 de verbos en copretérito terminados en ía, indicando que la acción no estaba terminada o que estaban sucediendo al mismo tiempo y lo detectamos con verbos con terminación aba (Sentía el dolor crujiendo en la caja de huesos del cráneo… Las palabras volaban; pegaban contra el banco; estallaban.). El sujeto en varias de las oraciones está implícito (Van a volver… Volverán) brinda una sensación de espera, de ansiedad. El escritor plantea oraciones cortas, apelativas a través de la reduplicación6, esa repetición de palabras reitera la intención de sometimiento a lo largo del cuento. Elimina conjunciones a través del asíndeton7 (Las palabras volaban; pegaban contra el banco; estallaban.). El trabajo periodístico de Eduardo Galeano lo ha acercado al habla popular, del espacio latinoamericano, en el cuento se leen palabras que reflejan el habla uruguaya (Estás solo, cantaron todos, sabemos que vos sabés, sabemos todo, estás solo como un perro, hijo de puta, cantá. Las palabras volaban; pegaban contra el banco; estallaban. No tenés salida, reconocé, cantá, quiénes son, cuántos nombres, queremos nombres, escuchá, decí no te hagás matar, rezá, hijo de puta, andá rezando.) un discurso enfático en el tono violento, con palabras altisonantes que rebotan en los oídos y en los ojos del lector. Mantiene un fuerte sentido del nivel léxico semántico, usa palabras significativas en el argot del terror. Con la comparación8 (estás solo como un perro) logra disminuir al personaje violentado a un estado de animalidad (Una náusea como una ola con sabor a sangre y olor a podrido) logra comparar un estado fisiológico con un estado
3
Los sonidos pueden despertar, solos o integrados en palabras o frases, impresiones determinadas
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Esta figura consiste en la repetición de una o varias palabras al principio de un verso o enunciado.
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A través de ella se logra la repetición de palabras en cualquier parte de la oración o el verso, sin orden específico
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Es la repetición de dos o más veces una palabra dentro de la misma oración.
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Suprimir la conjunción entre los términos que forman una enumeración.
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Consiste en la unión mediante un nexo de dos términos que presentan semejanza. En la comparación, existe un término real (aquel del cual parte la comparación) y otro llamado imagen (aquel con que se compara) delatripa: narrativa y algo más
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natural, la nausea y el mar (Vendrán desde los cuatro puntos cardinales, como las palabras y los golpes), él mismo entiende que será golpeado como si su cuerpo fuera un mapa o un espacio geográfico y será acometido por todos lados (Te revolverás como un pez atrapado) prisionero sin alternativa de escape (Los testículos hinchados como globos) en esta comparación un elemento de inocencia -los globos- es violentado con la fuerza ejercida en el sexo masculino, la hombría reducida a través de los golpes. Pero al mismo tiempo que se presenta un pasaje aterrador, también se ofrecen metáforas9 que logran golpetear los sentidos (Soy un montón de músculos retorcidos y quemados… Las palabras volaban; pegaban contra el banco; estallaban…) al emplear la metonimia10 (La desesperación resbalosa del pez) trata de dar al lector la sensación huidiza del ser vivo que sabe que morirá, dejará de ser pez para ser pescado, este mismo recurso (La victoria nos necesita a todos. ¿Nos necesita? ¿Me necesita?) deja un pesar, una interrogación, una paradoja del hecho perseguido, el ideal que se diluye ante la opresión y el miedo. Hay una constante hipérbole11 (Te levantarán nuevamente la capucha: nuevamente verás el chisperío arrasándote el pellejo, mordiéndote la carne, arrancándote la carne de a pedazos…) el sentido hiperbólico lo da la lectura total del texto nos lleva de lo particular a lo general, incrementando la tensión del personaje lastimado y del otro lado la desesperación del personaje que lastima por no lograr lo que pretende, que son los nombres de las personas que el otro protege. La posibilidad de identificación con el cuento Sin salida de Eduardo Galeano también nos remite al nivel lógico contextual, él recrea
9
toda una escena que marcó los procesos de dictadura en América Latina, en especial en Uruguay, pero como no nos dice la exactitud del espacio geográfico, al leerlo se puede ubicar en aquellos países que sufrieron terrorismo de estado en los años 70s. El escritor echa mano de su vivencia y de su proceso de metaforización para lograr un cuento que pueda estremecer también a aquellos que desconocen dicho acontecer histórico, pero que en este siglo XXI, con la paranoia colectiva hacia la violencia, se logra la identificación del cómo y el por qué de las amenazas y los insultos. (El frío de la hoja del cuchillo en el escroto. El caño del revólver hundido en el agujero del culo. Te levantarán nuevamente la capucha: nuevamente verás el chisperío arrasándote el pellejo, mordiéndote la carne, arrancándote la carne de a pedazos… El pus chorreando; había sentido, sentía, los minúsculos y repugnantes ríos de pus y sangre deslizándose desde las heridas. Morir. Sí: recordaba. Estás solo, nadie sabe que estás aquí, nadie te vio cuando te llevamos, nadie te conoce, nadie. Te vamos a matar.) La poética de un escritor no se detecta con un solo texto, pero sí se puede ver qué estilo ofrece en determinado género o en una obra específica a través de los planos del lenguaje. Eduardo Galeano en un cuento corto expone una realidad inmensa del dolor y violencia y aunque eslabona todos los niveles del lenguaje, es en el fónico fonológico en el que se sostiene para dar fuerza a los otros. No se pretender afirmar que ése es su cometido, sino que es el proceso de análisis al que se inclina el crítico literario para poder aportar a la fortaleza de la obra literaria.
Consiste en la sustitución del nombre de una cosa por el de otra a la cual se asemeja.
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Se logra al utilizar un término para hacer referencia a otro con el que guarda algún tipo de relación, no de semejanza sino de proximidad, en algún sentido. Signo por la cosa significada.
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Consiste en exagerar desmesuradamente una cualidad o sensación.
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Lo que cuentan los labios Daniel Ferrera Ese relato era el de nuestros abuelos, nuestras abuelas, nuestros antepasados. Se repitió como un discurso, nos lo dejaron y vinieron a legarlo [….]; nunca se perderá, nunca se olvidará, lo que vinieron a asentar, su tinta negra, su tinta roja, su renombre, su historia, su recuerdo. Fernando Alvarado Tezozómoc, Crónica Mexicayotli, Universidad Autónoma de México, México, 1995, Pág. 4.
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n la actualidad se ha vuelto muy común y se pretenden ignorar mecanismos y políticas como el manejo y cerco mediático de la información, así como las limitaciones y condicionamientos para el uso, aporte, reproducción y difusión de las diversas expresiones artísticas. No obstante, es posible acceder a la información (compararla, analizarla y formar una opinión critica) gracias a los grandes avances tecnológicos que, en ocasiones, se usan como medios de almacenamiento y vehículos para la transmisión de saberes. A pesar de ello, es evidente que en estos tiempos se cuentan con más y mejores recursos, pero ante esta sociedad cada vez más estrecha y acostumbrada a los formatos visuales, surgen numerosas interrogantes: el antiguo relato o como mejor se le conoce, la tradición oral ¿Ya no es considerada una fuente primordial para el respaldo y -sucesivamente- el acceso al conocimiento? ¿Ha dejado de ser una vía de comunicación del saber humano? ¿Tiene aún una permanencia en el imaginario colectivo? Y si la tiene ¿Cuáles han sido sus estrategias de resistencia y reproducción? El presente trabajo pretende abordar éstas preguntas y proponer la hipótesis de la permanencia de la tradición oral. Es el objetivo principal de la investigación, demostrar y explicar las estrategias y los medios concomitantes por los cuales se recopila y subsiste. Por último, esta empresa se sentirá recompensada sí en su deseo 1
ilustra cómo el discurso de resistencia indígena se infiltró y se sigue manifestando en las diversas compilaciones de tradición oral. Entre los pueblos autóctonos del continente americano la estrecha relación armónica con la naturaleza y la transmisión del conocimiento eran partes integrales de su vida. Esa era la esencia de civilizaciones como la maya y la azteca. Estos pueblos no contaban con un sistema de notación alfabético, por lo que en gran medida sus conocimientos tenían su soporte y respaldo en la memoria colectiva de la gente perteneciente o cercana a una misma comunidad. Es en este contexto en que surge y se reproduce la tradición oral, es decir, la transmisión del saber humano a través del diálogo. La tradición oral, se efectuaba de generación en generación como una actividad imprescindible para la formación individual y social del receptor. El traspaso de los conocimientos comenzaba en casa desde edad temprana y se complementaba con las pláticas y relatos que narraban los Tlamatinimes y Amautas (sabios nahuas y quechuas respectivamente). Como bien afirman Fidelio Quintal y Víctor Aguilar en su Breve historia de la educación en Yucatán: Los jóvenes mayas se reunían en el Popolná -casa de las esteras- para escuchar de viva voz de los maestros, los consejos y las tradiciones; además de aprender los cantos religiosos y ejercitarse en la danza, ahí también se impartían la enseñanza militar.1
Fidelio Quintal y Víctor Aguilar, Breve historia de la educación en Yucatán (Maldonado Editores,1998), 15 delatripa: narrativa y algo más
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Con la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, la estructura política, social, económica y cultural de los pueblos amerindios, sufrió un gran cambio2. Se generaron complicados procesos de interacción cultural y transfusión ideológica. Siguiendo a González Ortega, él nos comenta: Los españoles trajeron al Nuevo Mundo su pensamiento medieval geocéntrico, y etnocéntrico y sus convicciones religiosas que los llevaría a creer, como al resto de los europeos de la época, que su misión cristiana era imponer su cultura y su religión monoteísta al "hombre natural" del recién descubierto continente. Por eso trasladaron del Renacimiento europeo sus códigos militares, religiosos y socio-culturales y su profunda creencia en la dicotomía "cultura versus naturaleza."3
La imposición de la cultura de occidente a los pueblos indígenas, se materializó en la destrucción de sus estelas, códices, pinturas, objetos de cerámica y templos ceremoniales; así como en la eliminación de cualquier rito, ceremonia o costumbre que le recordara el esplendor de su pasado. No obstante, la empresa de "civilizar" y conquistar los territorios recién descubiertos necesitaba del conocimiento de las costumbres, la estructura social, genealogía, ubicación geográfica, posiciones de tierra y sus relaciones con los pueblos vecinos. Para lograrlo el papel desempeñado por frailes, sacerdotes y notables historiadores mestizos, fue fundamental en la búsqueda y recopilación de la tradición oral. La tradición oral, además de la memoria colectiva, tuvo un apoyo en las pinturas y signos glíficos de los códices. Éstas eran, como sostiene Miguel León Portilla: Soporte para la elocución de cantares, interpretación de sueños, cómputos calendá-
ricos y astrológicos, de textos como los huehuehtlatolli, rituales sagrados, su ley y doctrina. Y, asimismo, lo eran de sus historias, genealogías y otras formas de memoria.4
En ellos la estrecha relación de su contenido con la tradición oral es innegable. Ejemplos de estas semejanzas las encontramos en los relatos que recoge el Lingüista Thomas J. Ibach acerca del origen de la gente mixteca5, o, en la importancia que le atribuyen como fuente primaria, notables historiadores de origen mestizo (Alvarado Tezozomoc, Chimalpahin y Fernando de Alva Ixtlixóchitli). De manera similar a los códices, en la Zona Andina, en especial en el área del Perú, se desarrolló otra forma de preservación de la memoria: los Quipus. Estos consistían en sistemas de hilos de diferentes longitudes y colores a los cuales se les hacían nudos de diversos tamaños y grosores. Cada elemento del quipu funcionaba como un signo, el cual tenía múltiples potencialidades semánticas de interpretación. Correspondía la lectura de estos a los quipu-camayos o especialistas en quipus. Es generalizada la idea del empleo del quipu como contadores numéricos para la administración del gobierno inca. Y, aunque lo quipus no eran de naturaleza lingüística, es decir, de reproducir vocablos6, servían de auxiliares mnemotécnicos en la producción y reproducción del discurso histórico. Durante el establecimiento español el extremo valor asignado al uso de la escritura para comunicarse y validar cualquier petición, propició que la memoria colectiva de los pueblos indígenas estuviese amenazada. Con el fin de evitar la pérdida de la tradición oral, notables historiadores de origen indígena produjeron obras para integrar
2
Martín Lienhard, La voz y su huella (Casa de las américas, 1989), 27.
3
Nelson González, Relatos mágicos en cuestión (Iberoamericana, 2006), 135.
4
Miguel León- Portilla, Códices: Los antiguos libros del nuevo mundo (Aguilar, 2003), 127.
5
Thomas J. Ibach,"The Man Born of a Tree: A Mixtec Origin Myth", Tlalocan, núm.VIII, Universidad Nacional Autónoma de México, 1980, pág.246.
6
Martín Lienhard, La voz y su huella (Casa de las américas, 1989), 41-42.
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el recuerdo y los valores de su pasado, al presente colonial en el que se encontraban. Un ejemplo de este trabajo es la Sumaria relación de las cosas de la Nueva España de Fernando de Alva Ixtlixóchitli. En la época colonial, la empresa de evangelizar a los indígenas se valió del teatro para la erradicación y extirpación de "idolatrías". Este hecho posibilitó la entrada del discurso de resistencia indígena y la permanencia de la tradición oral, pues, en las representaciones se recreaba el discurso indígena -de manera peyorativa- con la única finalidad "de denunciar la bestialidad de la vida indígena tradicional, de mostrar la necesidad indiscutible de su domesticación"7. Sin embargo, el panorama no es tan sombrío, pues es posible identificar la presencia y el manejo del discurso indígena, a través de un análisis lingüísticohistórico como el realizado al drama teatral Dioses y hombres del Huarochirí por el profesor Nelson Gonzáles Ortega8. Otros medios en los cuales se manifestó el discurso de resistencia indígena fueron: las Probanzas, las cartas y los memoriales. Las probanzas, de carácter judicial, eran encargos oficiales de la Corona española para conocer la ineficacia del trabajo de evangelización. En otros casos eran redactadas por encomenderos, soldados españoles y misioneros para exigirles a los Reyes mercedes comerciales, posesiones de tierra y títulos nobiliarios por su labor desempeñada en el nuevo continente. Por esta razón se necesitaban de testimonios que avalen el contenido de las probanzas. El papel de informantes lo realizarían los indígenas. Por su parte, los españoles formulaban las preguntas y un copista transcribía el discurso indígena. Este momento fue aprovechado por los indígenas para manifestar su inconformidad del
trato de los encomenderos hacia ellos, y expresar su visión de pueblo dominado. De este modo, pese a la transliteración del discurso indígena, "todos estos textos tienden a expresar, entre líneas o más directamente, un <<malestar en la colonia>>, una disidencia, una critica del presente colonial"9. En cambio las cartas y memoriales no provienen de la voz dominante, sino desde la periferia, es decir, de la colectividad indígena. En ellas, los representantes o portavoces de los grupos indígenas se dirigen a las autoridades españolas para reinvidicar "derechos indígenas, y se quejan a veces muy gráficamente, de los aspectos más lamentables del régimen colonial o semicolonial (despojos, violencias, abusos de parte eclesiástica o latifundista), y proponen reformas"10. Así, estos documentos conforman el más claro ejemplo del pronunciamiento del discurso de resistencia indígena durante la época colonial. En el presente siglo "el antiguo relato de la palabra" acerca de los orígenes, cosmogonía, mitos y rituales religiosos de los pueblos indígenas, se han podido publicar. Prueba de ello serían el Popol Vuh, el Chilam Balam de Chumayel y el Manuscrito de Dioses y hombres del Huarochirí; entre otros. Y, aunque sólo un reducido sector de la sociedad los conoce, es a través del recurso de la intertextualidad en narrativas totalizadoras, que la tradición oral ha podido tener un mayor alcance. Ejemplos de estas novelas son: El zorro de arriba y el zorro de debajo de José María Arguedas; Hombres de maíz de Miguel Ángel Asturias y Balún Canán de Rosario Castellanos. De manera similar el rescate de la palabra indígena se evidencia en los discursos políticos, cuentos y poemas del Subcomandante Marcos, así como en textos y géneros "menores" como los de Eduardo Gonzáles Viaña (Sueños de América).
7
Ibidem, 75.
8
Para obtener mayor información sobre si existen huellas en el Manuscrito de Huarochirí que revelen la presencia de rasgos de ideología imperial o una ideología de resistencia a la evangelización cristiana, consultese: Gonzáles Ortega en "Relatos mágicos en cuestión". (2006:39-64).
9
Martín Lienhard, La voz y su huella (Casa de las américas, 1989), 71.
10
Ibidem, 79. delatripa: narrativa y algo más
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Por último, con base en los estudios acerca del funcionamiento de la tradición oral, realizados por Luz María Lepe en Comunicación desde la periferia: tradiciones orales frente a la globalización, proponemos futuras investigaciones a los Corridos Mexicanos, pues consideramos que ha sido un medio de preservación de la memoria colectiva del pueblo mexicano En suma, podemos afirmar que el legado de nuestros antepasados no se ha perdido, ni se olvidará jamás. Mientras que la tradición oral sea una forma de representación social y generadora de nuevas representaciones, tendrá vigencia. Para tener certeza sólo es cuestión de observar en el acontecer diario cómo se reproducen y se comunican informaciones que varían en los detalles, pero que mantienen una única estructura, misma que le permite su fácil recuerdo.
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Bibliografía 1.- Baudot, George. XV Coloquio de las literaturas mexicanas en homenaje a José Duran. Unison, 1997. 2.-Gonzáles, Nelson. Relatos mágicos en cuestión. Iberoamericana, 2006. 3.-Luz Lepe y Osvaldo Granda, ed. Comunicación desde la periferia: Tradiciones orales frente a la globalización. Anthropos, 2006. 4.-Lienhard, Martin. La voz y su huella. Casa de las américas, 1989. 5.-León Portilla, Miguel. Códices: los antiguos libros del nuevo mundo. Aguilar, 2003. 6.- T. Mendoza, Vicente. El corrido mexicano. FCE, 2001
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Betsy Gonzalo Vilo
Y
o estaba nervioso, saben, nervioso como nunca antes lo había estado de nada, y mis brazos a esa altura ya estaban cansados de tanto encender y encender cigarrillos, tanto como mi pie de apagar las colillas que caían aun vivas en el piso. Ya llevábamos recorriendo Santiago hacia meses, hablando con uno y otro director para hacer diversas pruebas y audiciones, pero en todos lados nos habían dicho lo mismo, un rotundo ¡NO! Que me atravesaba el alma. Parecía un mal chiste y me era imposible creer que no pudiéramos conseguir algo en esta ciudad, sobretodo con el talento que demostraba Betsy, que en cada audición ponía lo mejor de sí. Pero, en fin, así eran las cosas. Todo nuestro futuro y la carrera de Betsy pendían de un hilo, y encima todo estaba en manos del tipo ése que se hacia llamar Drholl, y que por cierto, no paraba de negar y negar con la cabeza. Yo ya sabía lo que vendría después (Me lo habían dicho tantas veces que me sabia de memoria la rutina) -sorry cabro, pero no es lo que buscamos- Bueno, no me lo diría él personalmente, un alemán no emplearía esas palabras, si no que mandaría a uno de sus ayudantes, o a su asistente, o al sonidista, o a cualquiera, para decirme que podría irme al cresta y llevarme a Betsy conmigo, pero en el fondo, daba lo mismo, la cosa era que nuevamente nos rechazarían, sí, ya podía olerlo en el ambiente. 66
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Betsy en todo caso hacia lo suyo y no advertía mi preocupación. Nunca lo hacía. Cuando llegaba el momento de subirse a las piernas del tipo de turno y de emplear sus encantos, para ella no importaba si había o no una cámara encendida. Lo único que le interesaba era pasar un buen rato y dar rienda suelta a sus instintos, que para eso había venido al mundo. En realidad, era solo yo quien ansiaba reconocimiento, ser alguien, pertenecer a la industria y comprarme uno de esos autos espectaculares y pasearme día y noche junto a una de esas minas de pasarela, sabiendo que el resto de perdedores me miraría con envidia. Sí, yo quería todo eso, y por eso cuando vi a Betsy en el establo con mi hermano Juan, me convencí que tenia algo, que había descubierto una estrella. Sin embargo, la verdad era que yo hasta ese día no había conseguido nada para Betsy y me había transformado en la peor cara del espectáculo, en una de esas ratas de la que todos intentan despegarse y no era ningún aporte para ella, no era nadie. En mi defensa en todo caso, debo decir que, con lo de la crisis y todo eso, era muy difícil conseguir algún trabajo para ella, y más aun si sumábamos su problema, ese maldito problema que era el detonador principal para que en todos lados nos cerraran las puertas. ¿Por qué? Me preguntaba ¿Por qué el destino o dios o quien fuera bendecía a Betsy con un
talento inigualable, y al mismo tiempo la condenaba al más mísero mutismo?
por la actuación de "su" nuevo gran descubrimiento.
-Sánchez -Gritó de pronto Jorge, el sonidista- Dejémoslo ya, vamos a comer.
En el set, mientras tanto, Sánchez esperaba tranquilo. Había una silla y en ella el se sentó ante la indicación de Jorge. Allí el se bajó los pantalones y comenzó a hacerse una paja, y cuando ya la tuvo lo suficientemente grande (La tenia de 18 centímetros) llamaron a Betsy, quien con sus tiernos pasitos se fue acercando a Sánchez.
Y entonces Sánchez, aquel esmirriado pendejo lleno de espinillas, volvió a vestirse y comenzó a echarse a la boca una gigantesca hamburguesa. Betsy por su parte volvió a mí rápidamente y con sus pequeñas patitas se abrió paso a través de las piernas de aquel gentío que iba y venía sin sentido. Jorge, el sonidista, se acercó a mí con rapidez. - Oiga, compadre -Me dijo- Don Helmut quiere que traiga a la…. -. - Betsy -Le corregí al instante- Se llama Betsy. - Si, bueno, quiere que venga a la tarde, le ha gustado, quiere tenerla en la película. Yo, que trataba de no demostrar mi súbita alegría provinciana, asentí con seriedad. -Aquí estaremos- prometí. Fue así como a la tarde llegué con grandes ilusiones, y antes de que Jorge me hubiera dicho nada, yo ya había sacado a Betsy del canastito y se la había entregado con una sonrisa. Jorge entonces se la llevó a Drholl y éste, pese a que ya la conocía, la observó con detenimiento, como quien examina un filete en una carnicería. En ese momento el aun no se había dado cuenta del problema de Betsy, así que no tuvo ninguna objeción contra ella, es mas, por ciertos comentarios que había escuchado al entrar, los cuales, por lo demás, vinieron a desmentir mis pesimistas suposiciones, me enteré de que estaba bastante impresionado con ella, y que pensaba que la película iba a ser un éxito, en gran medida
-Tätigkeit- Gritó Drholl. Y entonces Jorge le indicó al resto que comenzaran grabar, que la escena ya había empezado. Betsy, sin embargo, no advirtió esto último y siguió avanzando como si nada hacia la silla en donde Sánchez estaba sentado y hasta aleteó con un poco de desden. El pendejo con ternura la tomó en el aire y con mucha delicadeza la montó sobre su miembro erecto. La escena en esos instantes era seguida con mucha atención por Drholl, quien parecía deslumbrado ante la magia de ambas actuaciones. -Schön- Exclamó. No obstante, después de algunos segundos, algo cambió en su rostro. De pronto, lo vi mirar con extrañeza el set de grabación, adornado como el cuarto de un adolescente, y le oí murmurar algo que no alcance a comprender. Enseguida se acerco a Jorge para preguntarle algo al oído, pero este no supo que responder. Yo traté de no mirarlos y seguí observando la actuación de Betsy en silencio, pero justo en ese instante vi que Jorge se acercaba hacia mí y ya no pude ignorar el problema por más tiempo. Aquel tipo se notaba algo inquieto y movía un tanto los brazos, aunque solo cuando delatripa: narrativa y algo más
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me preguntó que era lo que pasaba con Betsy, noté lo nervioso que estaba. Yo, en todo caso, no hice mas que mirarlo a los ojos y luego le dije que todo andaba bien. Como que todo anda bien hueón -Me respondió- No viste acaso que no... Pero no le di bola y seguí mirando a Betsy y a Sánchez. Mirado desde afuera, el que Betsy tuviera ese problema no parecía algo tan grave, o algo fundamental para que la película funcionara. Pero la reacción de Drholl fue lo bastante enérgica como para demostrarme que si lo era, que aquello era clave para que la película no perdiera su magia, y así lo comprendí yo, quien sin moverme un centímetro de mi lugar, esperé atento y angustiado a que Drholl estallara fastidiado Al poco rato Jorge volvió a acercarse a mí y comenzó a exigirme que hiciera algo con ella, pero yo solo me crucé de brazos y lo miré desafiante. - No sabe -Le dije- Nunca ha sabido. - ¿Cómo que no sabe hueón? -Me respondió de inmediato- Si es una….¿Como no va a saber? Pero yo le insistí, y, al final, todavía no muy convencido, volvió donde Drholl para decirle eso, que Betsy no podía, que no sabía. Al enterarse, el alemán encendió uno de sus finos puros y comenzó a mirarme a mí y a Betsy con atención, analizando la situación. Luego, acompañado de Jorge, caminó hacia donde estaba yo y me enfrentó con no muy buena cara. Es más, lo primero que hizo fue expulsar todo el maldito humo de su puro sobre mí. -Cuidado- Le dije, mientras tosía. 68
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Le oí pronunciar algunas palabras en alemán y que Jorge me tradujo de inmediato. Eran, en su mayoría, insultos, aunque no se si la traducción era fiel o si el traductor le puso algo de su cosecha. No sé, pero por vigésima novena vez me hice el valiente y lo miré a los ojos y le dije: -¿La va a querer? Si o no -Le desafiéDígame al tiro, tengo otras ofertas sabe, así que si tiene algún problema con Betsy, nos vamos y ya. Al mirar a los ojos de Drholl, pensé, como tantas otras veces -bueno, hasta aquí no mas llegamos- pero para mi sorpresa, y cuando ya pensaba que mandaría a uno de sus guardias para echarme, he aquí que se quedó pensando, mirando el set en donde Betsy y un semidesnudo Sánchez aun esperaban la continuación del rodaje, para luego lanzar con indignación el puro al suelo y pisarlo con rabia. -Shaitze- Le oí murmurar. Enseguida llamó a Jorge y con el estuvo discutiendo un rato. El alemán movía sus manos con molestia, mientras le indicaba a Jorge la bodega, y este último pareció entender y con sus manos dibujo el contorno de algo que solo ellos dos comprendían. Luego ambos volvieron a acercarse a mí. Aunque fue Jorge obviamente quien me lo dijo. - Tenemos un aparato que hace el sonido de… el cacareo- Precisó. - ¿Ah sí? bien por ustedes- Respondí. - Escúchame hueón -Me increpó Jorge- No te hagay el interesante, da gracias a que a Don Helmut le ha gustado, si no, ya estarían en la calle ahora. - ¿Ah sí?- Dije, con ganas de discutir.
Pero no dijo nada más y al fin se dio la media vuelta y caminó en dirección a la bodega. Al rato volvieron ambos con el aparato y comenzaron otra vez. Rápidamente la verga del pobre Sánchez tuvo que levantarse de nuevo y Betsy fue regresada a su lugar, sobre las piernas del pendejo ése, que jamás se dio cuenta de su suerte. A los pocos minutos el martilleo de Sánchez fue ganando rapidez y profundidad, mientras el cuerpo de la pequeña Betsy parecía resistir sin problemas aquel embate. La tensión en el set era absorbente y yo saqué de mi cajetilla el último cigarrillo, el cual encendí casi por inercia, sin recordar luego como lo había hecho. Todos los que estábamos en el set en aquel instante, observábamos atentos como en el agujero de Betsy y en la verga de Sánchez se jugaban las ultimas fichas de nuestro futuro, y rogábamos para que lo hicieran bien, mierda, queríamos que se lucieran Jorge, quien estaba detrás de aquel aparato mágico de los sonidos, era el único que no estaba mirando el set de grabación, aunque esto no quería decir que le diera lo mismo, todo lo contrario. En realidad, era el que mas tenía que perder si Drholl finalmente se aburría y se mandaba cambiar para Alemania, y por eso se le veía el doble de concentrado que al resto, mientras esperaba detrás del aparato a que el alemán le diera la señal. Y la señal vino rápido, más rápido de lo que muchos pudieran haber pensado. - Jetzt- Gritó el alemán. Y entonces Jorge, detrás de su sintetizador, apretó un botón y movió un par de perillas, y enseguida el cacareo inconfundible de una gallina comenzó a oírse por toda la habitación.
Al escucharlo, logré entender en parte la molestia de Drholl. Aquel sonido, si bien no había dudas que pertenecía al de una gallina, no parecía natural y le restaba dramatismo a la escena. Yo en su lugar hubiera preferido el silencio, la tensión de los gestos y murmullos de Sánchez, antes que aquello, antes que aquel superficial cacareo que en nada aportaba. Pero en fin, el director no era yo, y yo solo podía preocuparme por Betsy, quien parecía sentirse bien allí, en lo suyo. Pasaron entonces algunos minutos, y Sánchez empezó a penetrarla más fuerte y duro que antes. Mierda, parecía como si estuviera poseído. Y Drholl desde su asiento reclinable observaba todo sin poder creerlo. Sus ojos grises brillaban ante el resplandor del más puro y refinado diamante y no le quedaba otra que rendirse, como hacíamos todos, ante la soberbia actuación de Betsy. Sobre aquella silla tambaleante y trémula, el pobre Sánchez jadeaba sudoroso y presionaba con todas sus fuerzas, y Betsy lo dejaba adentrarse a su gusto en las misteriosas profundidades de su cuerpo. Puede que suene un tanto pretencioso, pero debo decir que en su rostro no se percibía el menor gesto de dolor o de molestia. Incluso, más de alguno, al ver luego la película, (Quizás la recuerden, ya que navegó por la red hace algunos años) ha dejado entrever la posibilidad de que en el rostro de mi chica hay marcadas sensaciones que indican la existencia de placer, pero eso claro, nadie lo puede asegurar. Oh, si hubiera podido cacarear, me digo siempre, si hubiera podido siquiera emitir aunque fuese un solo cloqueo, un pequeño murmullo ¿Quién sabe a dónde hubiera llegado? La fuerza en todo caso, con la que embistió aquel muchacho el cuerpo de Betsy fue algo delatripa: narrativa y algo más
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demencial, algo que nunca había visto en mi vida. Durante casi ocho minutos de un continuo taladrar, el pendejo ése había alcanzado a meterle todo lo que tenia, y ella, nada, no parecía sentirlo, o al menos eso era lo que creía yo hasta ese minuto. Sin embargo, la realidad era otra y lo cierto es que si no hubiéramos estado tan absortos con nuestros propios sueños, haciendo cálculos sobre el precioso futuro que se avecinaba, quizás hubiéramos podido salvar a Betsy, de eso estoy seguro. Todos seguíamos absortos la escena y observábamos en silencio como Betsy y su sensualidad se desenvolvía sobre las piernas y la verga de Sánchez. Pero he aquí que cuando el agotado y satisfecho muchacho cayó rendido sobre la silla, algo alerto su merecido descanso. Primero, un tanto confundido, tocó con su mano derecha el rostro de mi chica, aunque luego la retiró de inmediato, y entró en pánico. Luego, cuando volvió a tocarla, supimos lo que había pasado, y de inmediato algunos de los ayudantes entraron al set para intentar separarlo de ella. -¿Qué pasa?- Preguntó Jorge, quien aun hacía funcionar el sintetizador. - Está muerta -Le dijo uno de los ayudantes¡Cagó la gallina! - ¿Qué? Tiré entonces el cigarrillo y rápidamente llegué hasta donde estaban todos - Betsy -Grité- Betsy Estaba desesperado Mientras la mayoría solo se concentraba en quitarle a Betsy de encima al pobre de Sánchez, yo trataba de hacerla reaccionar, sin perder aun las esperanzas de que estuviera con vida. Pero esto no era más que una ilusión, y 70
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pese a que sacudí su rostro y su pescuezo, nada logré. Al final, con la fuerza de todos, pudimos destrabarla de Sánchez, y el pendejo pudo respirar otra vez aliviado, aunque su verga amoratada no era un espectáculo muy digno de ver. Minutos más tarde, alguien, quizás Jorge, me devolvió a Betsy y yo la metí con mucho cuidado en mi canastito. Mi rostro en ese instante lo decía todo y algunos hasta se atrevieron a darme palmaditas en el hombro, estaba devastado. Por unos minutos perdí absoluta conciencia de lo que haciía y anduve de aquí para allá dentro del set de grabación junto a mi canastito, sin saber qué hacer ni a dénde ir. Al final, decidí que tenía que salir de allí, y aunque Drholl y Jorge me rogaron para que les dejara a Betsy, o lo que quedaba de ella, ya que al alemán se le había ocurrido la ingeniosa idea de terminar la película con una escena en que todos aparecíamos en la mesa comiendo los restos, yo me negué, y salí de allí rápidamente. Tenía que darle a mi amiga una honrosa sepultura. Esa misma noche tomé el primer tren a Curicó. Llevaba el canastito sobre mis piernas y recé para que el mantelito con el que lo tapaba fuera suficiente protección y así a nadie le molestase el olor. Algunas lágrimas afloraron durante el viaje, pero no fue hasta que llegué a mi granja, que me dejé caer llorando sobre el hombro de mi hermano Juan. Él lo comprendió todo y no me hizo reproches, solo me dio algunas palmaditas en la cabeza, que me hicieron sentir un poco menos culpable. Al día siguiente, nos levantamos temprano y empezamos a construir un bello altar en el lugar donde la noche anterior la habíamos enterrado. Yo le escribí algo bonito en la cruz
de madera que pusimos a un costado, y solo cuando terminamos pude sentirme un poco mejor.
Mi hermano volvi贸 a abrazarme, pero no dijo nada, solo se qued贸 conmigo observando el altar.
- Ya nada va a ser lo mismo -Le dije a mi hermano- Que voy a hacer sin ella .
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Un delgado hilo ligado al corazón Víctor Manuel Pazarín
H
e escuchado y visto no hace mucho -en realidad hace unas horas-, al narrador
Mario Vargas Llosa. Lo he visto, para ser precisos, quizás a sesenta metros de distancia. Lo cierto es que lo he escuchado muy de cerca. Algunas de sus frases me han sorprendido. Sus reflexiones, en torno a la escritura, resultaron lecciones para mí. No obstante, lo que realmente me conmovió fue la emoción mostrada por Vargas Llosa al recordar a los escritores que ama: líneas enteras, párrafos citados, nombres pronunciados y convertidos en un delgado pero fuerte hilo ligado directamente al corazón. Y resulta, entonces, increíble cómo a un hombre de letras, a un académico, a un enorme narrador como él, aún le sigan agitando las ideas y las imágenes quizás leídas en su primera adolescencia de lector. Es impresionante y, claro, aleccionador. Es bueno ser testigo de ello, ya que uno puede seguir creyendo que la literatura tienen al menos esa rara función en la vida: otorgar temblores al espíritu. En esa misma charla Vargas Llosa ofreció a un amplio público algunas de sus claves de su ars narrativa. Una de ellas es la memoria. La memoria -dijo y creo haber entendido- es la forma inicial de toda escritura. Lo traigo aquí, en este momento, porque tiene que ver con Puertas demasiado pequeñas, de la narradora jalisciense Ave Barrera. Ella, en su primera novela, ha logrado un ejercicio impecable de recuperación de su ser a través de un recorrido por el pasado, su tiempo ido y ya imposible de tener a la mano sino es gracias al juego de hacer memoria. Pero, ¿qué es para Ave Barrera recuperar la memoria? ¿Qué significa y cómo logra, en
definitiva, volver sus pasos recorridos para no perderlos y volverlos otros? Porque es claro que no se trata de una serie de anécdotas, sino de confrontar el pasado -su pasado- con un presente completamente distinto y nuevo. Para Ave el pasado en Puertas demasiado pequeñas es solamente un pretexto para fincar un presente de algún modo trenzado con un tiempo convertido en solamente aire y fantasmagoría; pero real y cierto en la escritura. En la novela la ciudad de Guadalajara es el cerco y es, además, el corpus tangible, el depósito, donde guarda Ave Barrera un cúmulo de historias vividas que, a fuerza de empeño, se han convertido en la realidad de una historia renovada gracias a la escritura que se apoya en esa memoria como un prodigio, como un extraño regalo y un don de los seres humanos que a veces logra reconfortarnos y hacer una recuperación y, otras, hace surgir un dolor punzante y casi insoportable. Por fortuna para Ave es una forma de mostrarse otra y la misma. Única y nueva. Porque para ella -me dijo hace poco tiempo en una entrevista- "fue sencillo ubicar en la novela a la ciudad, porque narro la Guadalajara que yo recordaba, o que yo quise recordar en el momento en que estaba narrando. Fue muy fácil ubicarme en los espacios que recordaba con cariño: todo eso fueron los ladrillos con los que quise construir el edificio literario y estaban allí, muy cerca de mí, y me resultó, entonces, posible acceder a esa memoria, pero no me fue sencillo en términos literarios, porque la memoria siempre tiene sus trampas…".
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El ser y la memoria de la especie Quizás fue Marcel Proust, en su En busca del tiempo perdido, quien nos mostró el primer camino de ir al pasado motivados por las sensaciones y los detalles encontrados a nuestro paso; tal vez es un instinto humano lo que nos hace volver a encontrarnos con nosotros en otro tiempo y conversar y discutir sobre nosotros, el que fuimos y ahora somos. Tal vez necesitemos entrar en diálogo con los muchos que somos para entrar en un punto clave de todo recuerdo: la reflexión y la asimilación de los otros y lo otro para volvernos tangibles y concretos. ¿Es posible que el intento de ir de un tiempo a otro, de un presente a un pasado nos convierta en seres reales? Tengo la impresión de que Puertas demasiado pequeñas es una forma de reflexión continua sobre la existencia de la narradora. Me parece posible que Ave Barrera tuvo la necesidad de ir al encuentro con un pasado para volverse un ser tangible y real. Lo que hizo, en realidad -lo sospecho- fue, a través de este ejercicio de la memoria, lograr la mudanza de la muchacha que fue a la mujer que es hoy… pero quizás me equivoco: me parece más justo decir que Ave Barrera es ahora una escritura en crecimiento y la que veremos muy pronto será otra, esa que siempre ha deseado -y trabaja duro para conseguirlo- ser.
* El texto sirvió de presentación, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a la novela Puertas demasiado pequeñas, de la escritora tapatía Ave Barrera, con el que obtuvo el Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo 2013, que auspicia la Universidad Veracruzana.
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Vargas Llosa en la prodigiosa charla -escuchada hace unas horas- propuso un modo de preservar la existencia de hacer historias, de escribir novelas: colocó a la memoria como una forma resguardar a la especie humana, pero ahora yo me encuentro en una encrucijada: ¿Vuelvo al pasado para saber quién es Ave Barrera o indago en su novela para descubrirla otra vez?, pues ya no es la joven de diecisiete años que alguna vez acudió a La Casa de la Lima de la avenida Alcalde y Gabriela Mistral y me solicitó participar en el taller literario que entonces coordinaba en el huerto de esa finca; ella estudiaba entonces el bachillerato; luego asistió a la facultad de letras de la Universidad de Guadalajara; después la perdí de vista por varios años, hasta encontrarme con la mujer, con la narradora de treinta y tres años que se asoma en la escritura de Puertas demasiado pequeñas.
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El cálamo de los cronopios natos
por Susana Mota López
El desvalimiento de José de la Colina en su narrativa. Este prolífico autor de cuentos crea su propio canon narrativo de vanguardia en una prosa compleja de dicotomías estilísticas, como lo lírico y lo prosaico, lo cómico y lo lúdico, lo elegante y lo sencillo para transmitir gradualmente, desde la niñez a la edad adulta, diferentes temas de dramas humanos profundos, y así entretejer hábilmente la historia y la épica en una prosa poética como en Ven, caballo gris en un ramillete de siete capítulos, siendo éste el primero. El motivo dominante reiterativo en estos cuentos es la soledad y cada cuento describe su drama. El primer cuento, La cabalgata, es un desfile de retóricas en toda su prosa. Su estilo es como un cuento infantil épico de caballeros y damas de la corte española. El narrador cuenta lo épico y la voz protagonista -en cursivas cuenta sus sentimientos y pensamientos-, es el que vive el cuento. El tema de la narrativa es "la grisazul mirada fría"1 de una dama involucrada en el amor cortés idealizado mas no realizado con un solitario ser en un campo de batalla ante un castillo medieval. El drama del amor inalcanzable. El segundo es un muerto que ronda en el recuerdo en la mente de dos hombres en batalla: El drama es por la deslealtad entre compañeros de guerra y la soledad en que se siente inmerso uno de los personajes a pesar de sus pares y El tercero es el desvalimiento que los acompaña. 1
José de la Colina nos transporta a Santo Domingo con la historia de un "españolito" que cabalga con otros tres emigrantes como él, sobre un enclenque jamelgo a punto de desfallecer, a manera de juego inocente de muchachos haciendo travesuras. Es el Caballo en el silencio que les enseña por primera vez cómo enfrentar solos la muerte real de un caballo flaco de peor semblante que el de Rocinante. Es el cuento del drama de la presencia de la muerte en la edad temprana. Hay algo curioso e irónico en el cuento Los Malabé. Francisco Malabert, un mulato dueño de bienes materiales más no de su vida, atrapada bajo las faldas de sus dos hermanas dominantes, arrogantes, prepotentes, aves de mal agüero, cuervos de iglesia, que desconocen la realidad que esconde su frágil hermano: un Drag Queen. Es el drama de los trastornos sexuales desconocidos de un familiar ante el resto de los parientes y la falta de comprensión de éstos; y a la soledad a que lo orillan. El cuento Ven, caballo gris representa el título del primer capítulo de esta serie de cuentos. Es la historia de un pensionado por el gobierno por haber sido revolucionario en el Norte dentro de las filas de Doroteo Arango, mejor conocido como Francisco Villa, que en la narrativa en cursivas cuenta a todo niño que desea escuchar sus aventuras en "la bola". El narrador omnisciente
José de la Colina, Traer a cuento. Narrativa (1959-2003). "Ven, caballo gris". México, FCE, 2004, p. 41. delatripa: narrativa y algo más
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es el que nos platica la historia de vida de este viejo que en su soledad lo único que lo hace sobrevivir es evocar contando sus hazañas épicas en la humilde vivienda que le quieren destruir. La soledad le abruma por el inminente paso de la modernidad. ¿Y por qué el caballo gris? Cada vez que le sucedía un evento importante, el caballo aparecía en sus sueños en diferentes actitudes y colores según el tipo de suceso acontecido. El caballo gris de sus sueños acude a su llamado; es la muerte que ronda su vida, Benja, como le decían los niños, llamaba a la muerte y el color gris lo simboliza. Y éste es el drama de un pobre viejo que tanto dio a las causas revolucionarias y el gobierno no le da el reconocimiento que se merece. Excalibur nos recuerda a la Edad Media, a la época del Rey Arturo y a la Mesa Redonda, a Merlín y a los torneos a caballo y con espadas inmemorables, al caldero de las brujas, y las damas de la corte medieval. Mas en el cuento todas estas imágenes se recrean en la mentalidad de un jovencito, el personaje que sueña despierto con una regla como espada, las maestras como brujas, y una en especial -su maestra-, como dama de la corte, de la cual se siente enamorado, y la escuela como castillo. Es el drama del primer amor en la soledad de sus sueños de muchacho. Nuevamente José de la Colina usa el recurso de escribir con letras redondas y cursivas para distinguir quién es el actante2 en la diégesis: el narrador omnipresente y los pensamientos del personaje principal. En el Nocturno del viajero el drama se desarrolla cruelmente en un hombre como tantos otros desempleados y con sueños rotos por querer progresar debido a los consabidos recortes de personal, forzado a trabajar en lo que se pueda, con una vida aburrida, monótona, y sin
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alicientes. Este agente viajero es casado, y por la situación económica tan deficiente le prohíbe tener hijos, obliga a castrar a su mujer y él también se siente castrado, frustrado, y con culpas. Pero la imagen de un pobre niño, humilde, hambriento y solitario como él, se le aparece en uno de sus viajes, la imagen lo persigue y lo hace recapacitar: ese niño podría ser su hijo. No todo está perdido, puede rehacer su vida como el ave fénix, aunque un perro furioso que simboliza sus temores y dudas le sale al encuentro camino a su casa, está decidido a empezar una nueva vida, se enfrenta a sus miedos y se envalentona. A pesar del drama de su soledad se visualiza en un futuro con su familia. Y por último, la sucinta historia de un adolescente que se contagia de gonorrea por causa de unas noches de sexo con prostitutas de mala muerte. Su drama es sentirse "sucio" y apartado de todos, solitario. Incluso, no se atreve a acercarse a la compañera de clases para no mancharla con su "pecado". Lleno de culpas no avisa de su enfermedad, porque en 1920 nadie le ha enseñado cómo se manejan los asuntos del sexo. Es tabú hablar de conocer el sexo y sus prácticas con las previstas consecuencias si no se cuidan. Hasta que al fin estalla y grita pidiendo auxilio porque quiere estar "limpio" para conocer el amor. Es el drama de los adolescentes que empiezan a conocer el sexo sin la información adecuada.
Bibligrafía DE LA COLINA, José, Traer a cuento. Narrativa (19592003), "Ven, caballo gris". México, FCE, 2004. PIMENTEL, Luz Aurora, El relato en perspectiva, "Estudio de teoría narrativa". México, FFy L / UNAM / Siglo XXI Editores, 1998.
Luz Aurora Pimentel, El relato en perspectiva, "Estudio de teoría narrativa". México, FFL,UNAM/Siglo XXI Editores, 1998, p. 6.
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¿Te atreves a seguirme al infierno? por Jéssica Montaño de Juárez
Bailaré en mi imaginación Hola. Mi nombre es Jéssica. Disculparán mi ausencia de mi propia columna el mes anterior, pero la verdad es que estuve ocupada. Ocupadísima. Trabajando. Se los juro. Sí, en serio: estuve trabajando. Soy DJ de un antro virtual. De hecho tuve que bloquear mi maldito antro de Facebook para decidirme a comenzar este documento de Word. Hace tres años descubrí Nightclub City: eres el disc-jockey que no tiene que hacer nada excepto poner un disco cada tantas horas según lo que cueste el reproductor que compraste con tu inexistente lana. También eres cadenero, el clásico Popeye que saca a los "party animals" que guacarean, y a los "jerks" (imbéciles) cuando se arman los putazos. Escoltas a las celebridades a sus mesas privadas. Las celebridades, jaja, con los nombres tan ridículos que les pusieron para que las de verdad no los demandaran. Y eres bartender. Puedes ser uno, dos, hasta seis; al igual que puedes ser uno o dos o más cadeneros según si hay fiesta temática, si tienes que sacar a más revoltosos o si prefieres embriagarlos primero. Un botoncito basta para darles chupe a todos de un jalón; otro basta para aventar
la botella y que dé vueltas acá tipo Tom Cruise en "Cocktail". Y llegan los monitos animados en Flash a tu dizque disco que puedes decorar con infinitos diseños de paredes y mosaico, con mesas privadas y barras de cantina que cobran más caro el chupe mientras más clics des para seguir sube y sube de nivel. Eso sí es un pinche jueguito de nunca acabar. Llegan los monos bien felices y con altas expectativas. Se mueven como si bailaran… Me encanta verlos todo el pinche día mientras leo chismes recientes en otra pestaña. Repetitivo, tal como yo. Peinados distintos, ropa de Nashville, y yo me sigo riendo de "Marilyn Masoquismo". Ya tenía seis antros y acceso a lo más superguau. Iba como en el nivel 43 cuando lo bloqueé para no distraerme de mi trabajo-trabajo de editora de Policíaca (y a veces de Regional, más columnistas) en El Heraldo del Bajío. También los que inventaron el puto juego lo "bloquearon" hace dos años que lo dejaron de actualizar. Ya ni a los creadores les interesa esta mamada, mientras que yo pasé meses y meses clavada… Les decía que me llamo Jéssica y soy bien adicta a un chingo de cosas. Dicen que cada personaje principal debe tener un "vicio de delatripa: narrativa y algo más
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carácter", pero yo ya no sé cuál adoptar ahora… ¿…adoptar el vicio de escribir como cuando era chava? Naaa, ¡pinche hueva! Si me pongo a escribir como cuando en serio, en serio, me gustaba hacerlo, acabaré con mis muñecas que ya tienen túnel carpiano.
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Y entonces ya no podré hacer nada verdaderamente importante como seguir jugando con mi antrito y sus monos. Una tiene sus prioridades. ¡Ah, qué puesn!
Sin papeles
por Daniel Ferrera
La muerte tiene los días contados, de Mario Meléndez Es un poemario publicado en el 2010 por la casa editorial Laberinto Ediciones. En él, se aborda con actualidad desde un lenguaje sencillo, pero no por ello falto de belleza y de recursos, el tema abrumador de la muerte. A mi parecer, por la finalidad y perspectiva con la que se explora la figura de la muerte, el poemario podría dividirse en tres grandes bloques. En el primero, la voz lírica asocia a la muerte con la divinidad, con sus orígenes míticos, al tiempo que nos advierte de su presencia en nuestras vidas. No obstante, es hasta el poema La muerte en el calvario en donde se intrincan los papeles, en donde asoma el cambio de perspectiva: en lo particular, considero que el autor retoma la figura de Jesucristo no sólo por su propósito trasgresor, deicida, sino porque además procura fijar nuestra mirada en nuestro gusto por el espectáculo. Evidentemente, la muerte de Cristo es, sin lugar a dudas, una de las más conocidas y representadas. Asimismo, la presencia de los artistas plásticos poco a poco se va incorporando al igual que el empleo de los géneros discursivos -médicos periodísticos- que perfectamente podrían pasar por extraordinarias microficciones. Este recurso para mí, nos devuelve a la inmediatez, a las jerarquías totalizadoras con las que generalmente asimilamos nuestra realidad cada vez más veloz y desapegada En el segundo bloque, que delimitaré a partir del poema El extraño caso de la santa muerte, considero que hay un cambio de tono, de intención. Sí bien desde el principio ya había
algunas muestras, algunos indicadores de su finalidad provocadora, es a partir de este momento que se empieza a configurar la muerte como un ser endeble, de características humanas, posible de parodiar y sentir compasión por ella. Probablemente es aquí donde entra en juego la idiosincrasia mexicana, parte de la herencia y visión que Mario Meléndez adquirió durante su residencia en México. La sociedad comienza a reflejarse: esa inigualable indiferencia de ignorar lo que se comerá al día siguiente o incluso el absurdo simbólico de llegar tarde a la hora de la muerte, de beber tequila para resucitarse. Por último, como si la muerte ya no fuera un tema universal, Mario Meléndez empieza a sumar -a partir del poema La muerte soñó con Chuang Tse- hechos, lugares y personajes que son del dominio público. De este modo, vemos aparecer figuras como el Fürher, Stalin, Herodes, Maradona, Michael Jackson; así como las que creo son sus preferencias literarias: Vallejo, Benedetti, Rimbaud, Baudaliere, Chuang Tsé. Es de esta manera como termino mi intervención, agradeciéndoles de antemano el espacio para lectura y desde luego invitándoles a que lean la obra de Mario Meléndez, uno de sus poemarios que, sin duda, renovará su fe por la poesía. ¡Enhorabuena! Saludos.
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Nos vemos en el slam por Mario Pineda Quintal
Armemos las lecturas En las últimas semanas del 2013 desapareció del ambiente sabatino cultural de la ciudad de Mérida el espacio físico de un proyecto profundamente poético y concurrido, en varias ocasiones por hombres y mujeres empeñados en la creación de los versos como oficio de vida, así como otras y otros por el gusto de escuchar o leer un poemita que meramente les salió de una inspiración pasajera despreocupada de todo reglamento literario. Me refiero al "Café Poesía", idea del escritor Fernando de la Cruz y que desde el 2008 hasta los últimos días del año pasado, sus sesiones se realizaron en un conocido restaurante del centro histórico de la capital yucateca. En ellas, dicho género literario se presentó en voz de trayectoria, emergente y aficionada, además de obras impresas en revistas y libros; de todo un poco y mucho. Ahora solo existe como una cuenta de Facebook con el mismo propósito, aunque en vez de compartir con voz y escuchar, pegas en el muro y lees. Estamos iniciando el 2014 y no estaría mal que, como dicta la costumbre de los rituales enerianos, en la lista de supuestos compromisos a cumplir antes de comprar en la agencia el alcohol para recibir el 2015, poetas, narradores y todo aquel seguidor de las palabras escritas con creatividad formen (al gusto de cada grupo literario, la grilla nos hace parecer partidos políticos) un nuevo espacio y lugar de expresión. Durante el 2013 "Café Poesía" no fue el único proyecto que existió con citado estilo. Aprovechando las facilidades, el Centro Yucateco
de Escritores en diversas ocasiones convocó a sus agremiados y algunos amigos a sesiones de lecturas efectuadas en una sala de cine del Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI, donde cuentos y poemas fueron leídos por sus creadores previamente organizados en bloques de participación. Con la existencia de estos dos antecedentes, no dejemos que los próximos 300 y tantos días que faltan por alcanzar se nos vayan nada más en las publicaciones de las redes sociales, clavados en los limitantes caracteres del Twitter y en los perfiles de Facebook, esperando superar los récord de "me gusta" o armar una discusión o aplausos de letras en el desglose de comentarios porque la obra "esta feíta", "es un aglomerado de lugares comunes", "es brillante para cualquier página", "es belleza directo al Nobel", "es publicable para cualquier editor". Ya sé que además de poetas, también somos comunicólogos, biólogos, maestros, abogados, ingenieros, desempleados, padres, hijos y otros cosas que nos generan el ingreso económico y nos ocupa en horario laborales (no se olvide todo lo mencionado en género femenino), por lo que no se descarte la dificultad de poner en marcha un proyecto con la disciplina de la asistencia, la responsabilidad de promoverlo, buscar la sede y mantenerla, llevaría un buen de tiempo… que Fernando de la Cruz pudo administrar en "Café Poesía". delatripa: narrativa y algo más
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Por lo que para no irme de aquí "hablando de fiesta pero sin meter mis cervezas a la nevera común", propongo recuperar las reuniones caseras, las reuniones cantineras, las reuniones cafeteras. Olvidemos una sede atractiva con micrófonos y bocinas. Venga la voz, todos en círculo, leyendo y compartiendo poemas, cuentos, fragmentos de novelas y dramaturgias. Vayamos a lo simple, con dos responsabilidades, quien dé la casa, no la queme o derrumbe de último momento, y los que digan que van, no cancelen a lo fácil. Esta es una convocatoria para todos aquellos que lean delatripa y también puede ser considerado un propósito colectivo de año nuevo para cumplir por lo menos más de tres veces en el transcurso del dos catorce, me uno a los que alcen
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la mano, coincidamos horarios, preparemos textos y celebremos a la literatura con nuestras voces, sin caer en las discusiones agresivas de los taller literario y tampoco en los halagos de lambiscón. Además, sin perder la seriedad del asunto, pues no estaría mal el role de cervezas y las botanitas (si no les late y quieren más seriedad, pues consideren café, té, jugo y las galletitas). Una cláusula que añadiría (con toda la disponibilidad para mandarla a la chingada), es que todo lo que se vaya a leer, sea obra original, sea obra de quien habla y no repetirla entre sesiones, cuestión que nos motivaría a escribir, a dar algo nuevo a los oídos que no provenga de libros buscados en las bibliotecas personales. Ya saben, ya propuse, armemos un slam de letras.