delatripa: narrativa y algo más / No. 45 / noviembre 2020

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NĂşmero 45. Noviembre 2020


Revista

No. 45. Noviembre 2020. Es un proyecto de la Catarsis Literaria.

Editada en Matamoros, Tamaulipas. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría. Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeodianaluz@gmail.com / Consejo Editorial: Javier Paredes Chí, Cristina Leirana, Blanca Vázquez, Roberto Cardozo, Rocío Prieto Valdivia, Mario Pineda Quintal y J.R. Spinoza.

Contenido

Relación con la madre en poetas mexicanas nacidas a partir de 1980. Adán Echeverría 3 El combo de la vida Beatriz Mérida 13 Mosca en la miel Daniel Barrera Blake 18 Luciérnaga Brissa Ochoa 21 De cómo conocí a los infras Toño Maldonado 23 Las rutinas de Yolanda Addy Castillo Espínola 26 Gato José Martín Hernández Torres 28 Entre nosotros Ronnie Camacho Barrón 30 El valle Astrid Reséndiz 31 Tus labios acometen... Jesús Fuentes 36 Valiente Ángel Soto 38 Cuatro pisos abajo Antonio Cervantes Lozada 40 Cautivante Anel May 41 Sin mi bastón blanco Mario López Efigenio 56 Capítulo 1. Introducción Anna Banasiak 57 De los Demonios Juan Rogelio 60 Allá en el pozo Marcia 61 Minificciones Yassika María Rengifo Castillo 71 Una suave y triste flor María Esther Cruz Hernández 72 Los deseos de Serena (fragmento de novela) J.R. Spinoza 74

Lecturas críticas Jorge Daniel Ferrera Montalvo Sobre Cruoris o la Rabia que fuimos Javier Paredes Chí 85

Capítulo Piloto María Jesús Méndez

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Demersales en A Mayor Sofía Garduño Buentello

Interés superior Larissa Calderón

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Introspecciones del Erizo. Javier Paredes Chí

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F es de Fantástico. J.R. Spinoza.

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Bajo el barandal. Rocío Prieto Valdivia.

Mi punto de risa. Roberto Cardozo

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La Niña TodoMePasa dice: Jéssica de la Portilla Montaño

Incipit.

Blanca Vázquez

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Desvaríos de la freaky neurosis. Gema E. Cerón Bracamonte

Nos vemos en el slam. Mario E. Pineda Quintal

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Relación con la madre en poetas mexicanas Adán Echeverría nacidas a partir de 1980. El 25 de julio de 2018 se realizó una marcha en Argentina por el derecho a decidir acerca de la legalización del aborto, y con esta marcha surgió el símbolo de las pañoletas verdes, que fue escalando por toda América Latina, agremiando a muchas mexicanas que luchan también por obtener este derecho a nivel nacional. Se determinó elegir el verde porque era un color que, al menos en Argentina, no estaba asociado a ningún movimiento social o político (el problema en México ha sido el asociarlo a un partido político que se dice ecologista, aunque no lo haya sido jamás). El origen de esta pañoleta verde como símbolo de la lucha por la legalización del aborto se remonta al 2003, cuando en el 16° Encuentro Nacional de Mujeres —que se llevó a cabo en Rosario, Argentina—, dos mujeres decidieron promover su uso. Dos años después (2005), se toma la decisión de adoptarlo como parte del movimiento que exigirá el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. El pañuelo verde pasó de ser un sello local a un símbolo feminista de alcance internacional, ya que para 2018 fue adoptado como un emblema que articula los reclamos por los derechos reproductivos en América Latina. En México, desde el año 2007 la Ciudad de México aprobó la despenalización del aborto y comenzó a ofrecer el servicio en hospitales públicos e instituciones de salud; un derecho que para ese año solamente en Cuba, Guyana y Puerto Rico tenían legalmente garantizada. El otro estado de la república mexicana que ha

... y en medio de nosotros mi madre como un Dios! Manuel Acuña

despenalizado el aborto es Oaxaca, y sucedió a finales de septiembre de 2019. Las mujeres nacidas en el año 2002 tienen, para este 2020 ya los 18 años, que en México se asigna como la Mayoría Legal de edad; y como hemos dejado escrito la lucha por la despenalización del aborto comenzó al inicio del año 2000, entre 1999 y el 2003. Mujeres hoy mayores de edad que nacieron en una época en que los derechos reproductivos se comenzaban a conquistar en las calles, en los juzgados, mediante amparos. Mujeres que tenían alrededor de 7 años cuando en la CDMX se había logrado la gratuidad y la atención pública para la realización de los abortos. Una época diferente radicalmente a la que enfrentaron sus madres y mucho más ajena a la que enfrentaron sus abuelas en el tema de los derechos sexuales. Así, las mujeres nacidas en la década de 1980 y quienes para el año 2000 habían cumplido ya los 18 años, son quienes dieron los primeros gritos, enarboladas ya en la pañoleta verde, o trepadas en el activismo en pro de conquistar sus derechos a decidir sobre su cuerpo. Son muchas de estas mujeres quienes han trabajado con más ahínco en el inicio de estas batallas legales en pro de la legalización del aborto, de la decisión de las mujeres sobre su propio noviembre 2020

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cuerpo, pues ésta es una de las demandas básicas y más antiguas del movimiento feminista Por ello resulta interesante, con base en lo anterior, leer a mujeres mexicanas nacidas a partir de esa década, la de 1980, en la relación que describen respecto de sus madres en cada uno de sus poemarios; o del ser madre en algunos otros espacios a que han destinado sus letras. Ser hija, ser niña, ser estudiante, ser poeta, ser mujer, y decidir o no ser madre, decidir o no embarazarse, decidir o no parir o someterse a una cesárea para traer a una persona al mundo. Para estas autoras que han resultados becadas, premiadas, por sus trabajos literarios, ha sido importante el documentar esa relación con sus familiares cercanos: madres, padres, tías, hermanos, con el que han construido parte del corpus de su trabajo literario, en contra de lo que en otras generaciones había sido una preocupación mayor el poder hablar y el escribir sobre las libertades sexuales, el erotismo, las relaciones amorosas; el ligar, la conquista del otro, la contemplación de la naturaleza o cualquier otro tema. Para las mujeres que ahora revisaremos, el ser hija, o el ser madre, ha resultado de vital importancia. Y es de llamar la atención que las autoras que ahora revisaremos puedan enmarcar su trabajo poético sobre esa vitalidad temática, muestra fehaciente del consciente colectivo en el que se desenvuelven.

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Daniela Camacho (Culiacán, Sinaloa, 1980) Su poemario “[imperia]” de 2013, un libro de 80 páginas dividido en tres fragmentos: “El aislamiento de los cuerpos puros”, “Islísima” y “Morir de paraíso”. Como parte de esta revisión en la que abordaremos los trabajos poéticos de cinco autoras, presentamos a continuación las palabras con llevan una connotación respecto de la maternidad, y sobre los padres, que la autora presenta. Para su mejor evidencia, dichas palabras se resaltan en negritas en los siguientes fragmentos del poemario: En la página 16, en el fragmento (b) la autora señala: “Despídete de la infancia. Tus padres serán atravesados por una ballesta al conocer la noticia. Su pequeña cría desprotegida. Su niña tenebrosa a la intemperie (…)”

En “: tokio” (páginas 45 y 46):

“(…) una ciudad amamantada por la luz, un archipiélago, la adquisición de mi lenguaje aún en ciernes. la acústica de los elementos presagia una catástrofe. madre, mira al mundo estremecerse. mira mi columna vertebral, su curvatura, tú que aún conservas el significado de mi infancia entenderás esto: (…) a esta hora, las aves más hermosas son las más desorientadas. a esta hora, las yeguas se pasean de un lugar a otro, se miran los costados, sudan. no quieren parir. quietísimas las más desesperadas: cuello uterino dilatado, contracción involuntaria. ¿nada puede protegerlas del miedo? por la vagina expulsan agua. los miembros del potro hacen su primera aparición, los hombros, la cabeza, y una vez que entra en la vida, lo hace para caer de nuevo al suelo.


bajo este escenario, yo soy una zona de derrumbes. ¿madre, puedes verme? nadie supo decirnos lo que era en realidad la lejanía. esta alteración, el sobresalto, todas las alarmas y un vaivén, un balanceo tan feroz, tan inhumano. debo abandonar la casa, reunirme con las otras mujeres, las he visto salir con sus hijos en los brazos. ahora sé que no hay embestida más violenta contra el cuerpo que una isla. (…) el corazón de tokio es una cuna y mi mano accidentada lo mece.”

Para mejor comprensión de este hermoso y melancólico poemario de Daniela Camacho (y de los demás poemarios que iremos revisando) pueden encontrarlos y descargarlos de la página de wordpress, desarrollada por el joven autor Luis Eduardo García (Jalisco, 1984) (https://poesiamexa.wordpress.com/). Estos son algunos apuntes en los versos que la autora presenta en su obra poética, referentes a la maternidad y la familia: “escucha, madre, han empezado a mutar las mariposas”; “a esta hora, madre, los desplazados están sufriendo problemas mentales. en sus pesadillas”; “Soñarás con madres muy feroces. Desde el cielo seguirán amamantando a sus hijos ya contaminados”; “Soy la que flota en el río, la despojada. Polvo de la madre extraída a su niña en trance”; “Del ciprés soñado por amantes solos nace una canción de cuna para las muchachas tristes”. “¿hay forma más vehemente de decir: aquí termina la infancia?” Para el año 2014, Daniela Camacho publica “Carcinoma”, una plaquette de poesía de 30 páginas. Revisando el mismo campo semántico respecto de la maternidad y la familia observamos que la autora casi abandona el tema

de la maternidad, y se centra en el dolor que el cáncer provoca en su mirada al mundo que le rodea; dejando un tremendo testimonio de la enfermedad: “Quedé asustada porque el cáncer vino como un animal del sueño y yo había dejado las toxinas, los hongos venenosos, el consumo excesivo de alcohol. Vino mientras respiraba mal. Vino cuando yo me pegaba a otras bocas para que supieran lo que era ahogarse. Y quedé expulsada pero sin saber de dónde.”

Aun así, escribe: “tumor destrúyeme / haz de mí la mujer no maternal”. En el que el hablante lírico que Camacho nos presenta, aterrada y luchando contra la metástasis, y su renuncia al deseo de ser madre. En seguida presento versos y fragmentos de poemas, en los que reviso de igual forma el uso de los conceptos de maternidad y familia en las siguientes cuatro autoras también nacidas después de 1980. Nadia Escalante Andrade (Mérida, Yucatán, 1982). En su poemario “Sopa de tortuga falsa” (2019), un trabajo de 59 páginas dividido en cinco fragmentos: Puertas, Acantilados, Paseos, Sombras y Mudanzas. En él, la autora presenta los siguientes versos dentro del campo semántico que estamos analizando: “La memoria crece desde las profundidades. '¿Cuál es tu recuerdo más antiguo?' Y la mente es más rápida en moverse o son acaso las entrañas las que tienden hipotéticas redes al cardumen de reminiscencias: “Recuerdo que tenía dos años. Mi madre me bañaba y me di cuenta de pronto de que yo no era ella sino yo, y ella, ella. ¿Y tú?” “Una imagen borrosa y oscura de mi padre —a veces,

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amenazante—, la sensación de su proximidad y, cuando no lo tenía cerca, la certeza de saber con exactitud en qué lugar de la casa se encontraba”. (en el fragmento Acantilados, página 20)

En el mismo fragmento titula uno de sus poemas: “El azúcar ha inundado la sangre de mi madre” en el que se lee: “Me contaste que tras la muerte de tu madre / no pudiste volver a reír hasta los veinte años. /Cuando nací, nació el miedo de morir y abandonarme, /pero aprendimos que las historias /no se definen por el miedo.” Xitlalitl Rodríguez Mendoza. (Guadalajara, Jalisco, 1982). De esta autora revisamos el hermoso poemario titulado “Datsun” (UNAM, punto de partida, 2009), de 69 páginas. Está dividido en tres fragmentos: “Datsun”, “La cajita feliz” y “Apuntador”, de los cuáles únicamente el primer apartado que da nombre al poemario puede atreverse a considerar del tipo familiar que estamos revisando. Los otros dos fragmentos son trabajos en que se puede observar a la poeta Rodríguez Mendoza jugar con el lenguaje, sacar chispas, como si estuviera pegando con un martillo en la fragua, y mirando las esquirlas caer sobre la hoja blanca. “Datsun”, la primera parte del poemario, por otra parte, hace el retrato de la infancia y la familia como una forma de la ternura. Reproduzco acá algunos de los versos que comparten el campo semántico que estamos revisando. La poeta nos mete de golpe a la historia diciendo: “Datsun era el niño más pequeño de su clase”; nos revela luego la relación con su padre: “Ese día escapó de la escuela para esquivar a su padre”. Continúa

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presentándonos a su personaje: “Para Datsun hablar fue tomar leche y después irse a dormir la siesta”; “Mamá, ¿y tú cómo te llamas?”; “Datsun” es un trabajo que me hace recordar lo que alguna vez dijera Octavio Paz: “Hay poetas que solo cantan; en cambio hay poetas que cantan y cuentan al mismo tiempo”; “Datsun” es un poema en el que Xitlalitl decide contarnos esa irrevelada infancia, y lo hace muy a su estilo, en esa búsqueda de usar el lenguaje a su favor, y a favor del lector que termina por agradecerle. Ileana Garma (Mérida, Yucatán, 1985). En su poemario Ternura (2013), de 85 páginas donde la autora, dentro del campo semántico maternidad y familia, presenta un enorme acercamiento. La palabra “papá” se presenta 20 veces; mientras que las palabras “niña” o “niñas” aparece en 12 ocasiones; “vientre” en 9 momentos; “padre” 7 veces; “madre” y “mamá”, cada una 4 veces; “infancia” otras 4 veces; “leche” otras tres veces; “cuna” aparece dos veces; “arrullar” una vez. Estamos frente a un trabajo construido por completo en esa visión infantilizada respecto del crecimiento de un hablante lírico en busca del sueño de la presencia paterna en el núcleo familiar. El poemario Ternura está dividido en cuatro fragmentos: “Historial del polvo”, “Dinastía de soles”, “Sueños” y “Ternura” que da título al libro. El primer fragmento es un golpeteo poemático en el que la autora presenta nueve poemas (o fragmentos de un mismo poema) titulados: “Papá”, evidenciando la fijación del hablante lírico sobre la ausencia paterna. Sin embargo, el tema discursivo no deja de ser una


continua exposición del tema familiar, desde el reclamo y la nostalgia de una infancia que ha sucumbido: “Pensar que una noche fuiste chiquito y tu madre cantó una canción de cuna” (página 9); “he leído tarde esta ansiedad, este buscarte en el fraseo de las palmeras y en el lenguaje blanco de la espuma, porque no sé, si sesenta segundos tan sólo estuviste a mi lado.” (página 15); “He criado una ansiedad amistosa, en las fiestas familiares, en los carruseles rojos de mi infancia donde corría a refugiarme de lo que no existía.” (pág. 16). De igual manera, la autora describe, desde su hablante lírico, el concepto de la maternidad: “Espirales son las galaxias que delineaste en mi vientre” (pág. 21). Tanto como esa búsqueda del padre ausente en la infancia, como el personaje amatorio en el que busca continuamente el refugio; una especie de incesto sentimental (buscar al padre en el amante al que se entrega): “Una voz de algodón que solía flotar, dormitar cerca de ti, alrededor de ti. Sacaré todo a la calle.” (pág. 24); “Todos los caminos dieron a tu voz, a la velocidad amarga de tu voz, haciéndome dejar una casa tras otra” (pág. 29); “Mi vientre cae en contradicciones, madura soberbio como un árbol de almendras” (página 32); “Y la niña en la habitación como otras niñas. Y la mujer que escribe como otras mujeres” (pág. 40); O establece la crítica a la madre, a la maternidad, al cuidado de su infancia: “Mamá como una sombra de gasa, como una penumbra fugaz.”; “Mamá, /prende este tartamudeo”; en este poderoso verso, la autora significa a la madre como Tótem, prohibición, como aquel personaje que la hace tartamudear de miedo, el poema continúa: “Mamá, envuélveme en una orden y oblígame /a cumplirla”

En el poemario “29” podemos leer: “Tu primer recuerdo es una bañera a la deriva en el Caribe” dice Garma en la página 6 de su poemario; mientras que —como ya hemos consignado arriba— Nadia Escalante señala: “¿Cuál es tu recuerdo más antiguo?” dentro de uno de sus poemas en el trabajo que hemos revisado. Es realmente interesante esta infantilización del discurso, esta búsqueda del amor de pareja, del trabajo en sociedad, del dedicarse a la literatura, en un mundo de ausencia paterna, de madres trabajadoras, de niños que son atendidos en guarderías, de mujeres que van creciendo con madres neblinosas que luchan por ser madres mientras son además mujeres en una lucha de parejas (los padres de sus hijas), en una generación de mujeres en las que seguir casada era casi una obligación Puesto que las madres de estas mujeres nacidas en la década de los 80s, vienen de mujeres que se hicieron madres entre los 20 y 30 años, esto supondría que nacieron en los años 60s o 50s, en un México distinto. Tanto para Garma como para Escalante la revelación del primer recuerdo les es de importancia como una forma de presentarse y reconocerse vivas, observadoras, sentirse dueñas claras de su creación poética. En el mismo trabajo “29” la autora escribe: “Es mejor mi vientre, ahí nadie compra casas ni se hace rico”; “Ese instante con los puños y los ojos apretados entrando al agua, a la piscina de tres metros, de kilómetros de infancia”; “Mamá me sigue cuidando como si fuera un arbolito inválido, sin muchas esperanzas”; “Es probable que yo sea una tonta y que no sepa bien cómo noviembre 2020

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tirar la pelota. Es posible que siempre me ría delante de papá y mamá y que antes de escaparnos ya lo sepan todo”; “Ni vuelve el color oscuro del cabello de esa chica amante”; “Mi madre que llegaba tarde. Fumaba recargada en la puerta un último cigarrillo mientras se tocaba la frente”; “Yo reí, pero no me daba gracia aquello. Sino la plática trivial en un domingo de cumpleaños y nuestros rostros de niños ya bastante grandes. Escapamos de ahí para abrazarnos a gusto”; “Mi hija duerme sobre mi pecho. Nunca llora y yo tampoco. Evito pensar.” La hija quejándose de la madre que muta en la madre arrullando a su hija. Esther M. García (Ciudad Juárez, 1987). En 2010 publicó “La doncella negra” un trabajo de 73 páginas en el que la palabra madre aparece 26 veces. El campo semántico de maternidad y familia transcurre por completo casi toda la obra de esta poeta chihuahuense. Su preocupación por las infancias, ese rencor en que sus hablantes líricos presentan y se declaran presas de ese victimismo en el que la autora sostiene el corpus de su obra: “Hablo desde aquí desde las sombras oscuras de mi infancia”; “Mi madre ha juntado arena roja del desierto de Dead woman's city”; “Sólo con mi madre y un perro /que por las noches ladra al viento /vivo yo”; “lo imaginamos en el patio de nuestra madre”. Mucho de ese sentimiento y esa emoción se puede ver con claridad en el poema que le da nombre al poemario: “La doncella negra” I Mi madre es como un perro rabioso queriendo morder y destrozar mi alma con sus rabiosas palabras

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a mí la benjamina la enferma la tonta la rosa que no tiene pétalos sólo espinas Mi madre es la gran niña con la hoz negra la gran devoradora de pájaros escupidora de aves tornasoles masticadas por el gran diente fervoroso de la religión Así es mi madre —¿Verdad que sí doncella negra?— Ni siquiera ha de imaginar que orino miedo por las noches pensando qué pasará cuándo ella muera Ella sólo piensa “Dios mío Dios mío ¿porqué me habrás dado por hija a esta estúpida maldita malditita malditilla pendejuela?” Mi amor por ti madre es una flor hecha de vísceras secas II Dime mami, ¿dónde ha quedado la palabra materna que lamerá con ternura las heridas? Mi madre es un pozo seco y nuestras bocas han muerto de sed. Toda palabra de amor ha encontrado su muerte en este desierto en que nos hemos convertido.

En el fragmento III de este mismo poema, todos los versos empiezan con la palabra “Madre” en el que el hablante lírico (un infante) desesperadamente quiere llamar la atención de su progenitora. Lo presentamos acá, sin el arreglo editorial que se presenta en el original. “Madre: me comen las arañas / Madre: por favor voltea a verme / Madre: se cae el techo de la casa / Madre: los gusanos salen por el grifo del agua /


MADRE / ¿Podrías dejar de ver le tele / y voltear a verme? / Madre: mi padre es un payaso oscuro / que se comió mi niñez y la vomita en mi cama / Madre: los gusanos se amontonan por toda la casa / MADRE / ¡Devuélveme mi corazón aunque / sea sólo /un trozo de carne seca! / Madre. Por favor apaga el televisor, / acércate a mí. / —¡Quítate de la tele, niña tonta! / MADRE / Apaga ya el televisor, cántame al oído / una canción de cuna.”

El siguiente poema titulado “Ruinas de la infancia” ocurre lo mismo, el tema de la “madre” se mantiene: “Madre: /he matado una niña /la tiré en un basurero /en las afueras de mi alma.” Sin embargo, en medio de este libro, la autora introduce una visión de la sexualidad. Luego de hablar y hablar con un poderoso rencor contra la madre y evidenciar para el lector su trágica infancia de abandono, la autora decide hablar desde la carne y el poder sexual: “Eros”, titula la autora este fragmento, y presenta los siguientes poemas que llaman la atención: “Estoy llena de amor”, “Noche de bodas”, “Diálogo de los amantes”, en el que se vislumbra el hablante lírico que va desde el enamoramiento juvenil, al matrimonio de la convención social, la infidelidad en el buscarse amantes, así como el truene de la relación de un hablante lírico que utilizó la convención del matrimonio apenas como una forma para abandonar el nido familiar, lo cual es notorio durante la relación de amante, rompiendo con el lazo matrimonial, hasta sentirse libre y dueña de su vida; en un corte final —o en apariencia— del cordón umbilical que se aprecia en “I love the streets”, donde aún se mantiene ese recuerdo de una trágica infancia: “Con los ancianos sentados en las bancas de los parques y los niños corriendo detrás de sus sueños para que no los abandonen”.

la autora hace que su hablante lírico se sienta libre, pero se mantenga temerosa; sin embargo, es mejor la libertad de callejear, la sobrevivencia a su ser independiente, a seguir presa en los rincones de la casa materna. Es por ello por lo que se sigue mirando el cíclico trauma en el que se presiente que la niñez no tiene salvación ni en el amor, ni en las convenciones sociales, ni en el sexo: “Las mujeres golpeando al niño”; siempre la figura materna violentando las infancias. Esto es lo que puede olfatearse en este poemario. Uno puede llegar hasta la página 64 del libro y seguir encontrando el mismo leitmotiv: Una vida de sufrimiento por el padre que abandona a la familia, y del infante que se queda a soportar los traumas y malos humores de la madre que tiene que crecer sola a sus niños: “Aquí vivimos mi madre y yo cosechando en nuestras mentes los recuerdos de un padre y esposo que se fue junto con el último gramo de comida y el último rastro de felicidad.”

O en la página 72, ya a punto de cerrar el libro: “Así se siente la palabra madre y lo que ella escupe de su tierna boca hacia él Así la peluda palabra caminando por el techo”.

Para el 2014 la poeta publica su trabajo titulado “Sicarii” de 92 páginas. En él la palabra “madre” ocurre 10 veces, mamá 2 veces, “niño” 18 veces, “infancia” otras tantas veces; mientras que “padre” y “padres” aparece 23 veces. noviembre 2020

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El tema es muy similar al trabajo publicado por la autora en 2010: “y mis hermanas siempre decían /—Vimos a mamá pero jamás te mencionó /de seguro es porque no te quiere”; “pero su madre no quiere nombrarlo / mirarlo”; “como el vientre de mi madre que al igual que ella /se deshizo de mí al nacer”; “un padre que nunca volvió / una madre que jamás pronunció mi nombre”; “Veo a mi padre y a mi madre / Veo a la muerte orinando sangre / orinando mi destino”; “—A ti nadie te quiere ¡Yo si tengo papás que vienen [por mí a la escuela!”; “fue cuando abandoné mi niñez / para volverme un asesino”. ¡Basta! El trabajo de Esther M. García apenas busca el golpe tremendista sobre el ojo del lector. El drama, el victimismo, en el que cada uno de sus trabajos se desenvuelve. Una fórmula que la autora ha sabido explotar hasta el hartazgo, pues desde esa posición de víctima de su madre, y de presentarse ante la sociedad como una activista fehaciente del feminismo, la autora ha logrado escalar y convencer a los jurados que revisan su trabajo. Al menos, situada en este tema, convenció a Julia Santibáñez, Lucía Rivadeneyra y Alfredo Fressia, quienes le concedieron el 11vo Premio Internacional de Poesía “Gilberto Owen Estrada” (2016-2017) convocado por la Universidad Autónoma del Estado de México, por su libro (usted no me lo va a creer pero sí) titulado: “Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas”; una vez más el tema de la madre formando parte del corpus poético de la autora chihuahuense. La terrible infancia genera sicarios, las malas infancias dan como resultado una sociedad fracturada y violenta, nos quiere decir la autora, esa parece su tesis. ¿Tal vez la autora 10

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no reconoce otros casos, donde una excelente infancia genera a los más terribles personajes? Como en la película “8 mm”, de 1999, dirigida por Joel Schumacher y escrita por Andrew Kevin Walker, donde el detective privado Welles luego de luchar y someter al presunto asesino, desenmascara a Machine (quien violaba y torturaba mujeres hasta matarlas mientras era filmado), revelando a un hombre calvo y con gafas llamado George; que le dice: «¿Qué esperabas, un monstruo?» George continúa diciéndole a Welles que no tiene ningún motivo oculto para sus acciones sádicas; Lo hace simplemente porque las disfruta”. “Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas” (UAEM, 2017) es un poemario de 84 páginas de poemas en el que la palabra madre(s) se puede encontrar 45 veces, mientras que mamá se encuentra 13 veces; las palabra leche y pecho(s) las encontramos 6 veces cada una. Todo ello nos evidencia que el campo semántico es el mismo de sus anteriores trabajos: las malas madres, las familias disfuncionales, las aterradas infancias, las tragedias de los niños, incluso el filicidio; sumados a los esposos, hombres, maridos que abandonan o violentan a la mujer-madre: “Esposo siempre le había dicho que era una gorda antipática una vaca estúpida con tetas grandes Esposo decía que sólo servía para hacer el amor”

El poemario está dividido en seis fragmentos: “Tarantismo (Episodios histéricos)”, “Taxonomía”, “Especies de tarántulas”, “Tracey Emin dibuja arañas”, “Madre dice que hay habitaciones cerradas con llave dentro de cada mujer” y “La enllagada (Viacrucis herpético)”; el tema de las madres


filicidas, el museo del victimismo, la fotografía de la violencia contra la mujer que se ve obligada por el entorno social en el que se desenvuelve es el que va permeando a lo largo del libro. ¡Y eso es todo! Hemos repasado parte de la obra poética de cinco autoras nacidas a partir de 1980 y la relación que su poética conlleva respecto a la maternidad, sobre todo en una época en que a las poetas les ha tocado mirar el avance de la lucha en pro de los derechos de la mujer a decidir sobre su cuerpo, en el tema del aborto legal, o de la despenalización del aborto. ¿Qué nos espera de las lecturas de las jóvenes mujeres nacidas en la década de 1990 en la década del 2000? ¿Cuáles son ahora las búsquedas de su poética? Los trabajos que hemos estudiado parte de Daniela Camacho cuyo hablante lírico va compartiendo su visión de la belleza y el asombro con su madre hasta el renunciar a ser madre, por sentirse presa de la enfermedad del cáncer que amenaza su existencia. Nadia Escalante en cambio mantiene ese asombro de compartir con su madre y no renegar de ella, sino hacerla parte de su observación del mundo, y decide trabajar sus textos en una búsqueda de utilizar el lenguaje a su favor, resaltando la belleza en la contemplación del tedioso vivir la vida. Xitlalitl Rodríguez Mendoza, como Escalante, prescinde del victimismo y nos presenta una historia desde la mirada infantil del personaje que recrea (por momentos parecemos asistir a las viñetas de las historias de Mafalda, creadas por Quino), al lado de sus padres, y descubriendo la vida de escolar por varios instantes, y de la amistad. Sin embargo, es dentro de los trabajos de Garma y de Esther M. García donde la figura del padre (para Garma) y

de la madre (para García) comienzan a aparecer incluso desde una visión enfermiza en sus hablantes líricos. Sobre todo, durante toda la obra de Esther M García, quien ha hecho de la figura madre-hija-madre la obsesión de su temática. “No todos nuestros dramas son poesía” dijo alguna vez el maestro Jorge Lara, por lo cual hay que reconocer que “Mi vida trágica, las tragedias en mi vida, que se encuentran en la infancia”, no pueden ser el único espacio en el que el poeta se debe reconocer. Puesto que hacerlo desde una forma obsesiva puede determinar algún padecimiento que necesite ser atendido. En una sociedad donde las estadísticas son verdaderamente brutales: de 2010 a 2014 se produjeron en todo el mundo 25 millones de abortos peligrosos (45% de todos los abortos) al año, según estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS); en un país donde en 2019 se ha contabilizado que se comenten 10.5 feminicidios al día, pareciera natural que estos temas tendrían que verse reflejados en los trabajos literario de las escritoras mexicanas. El trabajo de Esther M García lo revela de manera clara y permanente hasta lo obsesivo. La poeta habla tanto de la palaba madre, que uno casi puede mirar a sus hablantes líricos en esa posición fetal de la escena donde el personaje femenino de “Réquiem por un sueño” (dirigida por Darren Aronofsky), luego de su fortaleza vital de relación de pareja, del erotismo exacerbado por la necesidad de drogarse la conduce a realizar actos sexuales para el deleite de otros, y obtener el dinero que le permitiera mantener su adicción, se mira noviembre 2020

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sola en su casa, acostada en un sofá, y sube las piernas, las rodillas hacia el pecho, en posición fetal, abrazándose a ella misma, en busca de ese consuelo que se sentiría si pudiera volver a estar en el vientre de su madre.

Referencias.

La historia detrás del pañuelo verde, el nuevo símbolo feminista que llegó a Chile https://www.cnnchile.com/tendencias/lahistoria-detras-del-panuelo-verde-el-nuevosimbolo-feminista-que-llego-achile_20180723/ Lamas, Marta. 2009. La despenalización del aborto en México. Nueva Sociedad. No. 220, marzo-abril. ISSN: 0251-3552. Camacho, Daniela. 2013. [imperia]. Poesía del mundo. Serie contemporáneos. Caracas, Venezuela. Fundación Editorial El perro y la rana. 82 pp. Camacho, Daniela. 2014. Carcinoma. Colección Libros de Artista. Artes de México. 32 pp.

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Escalante Andrade, Nadia. 2019. Sopa de tortuga falsa. 61 pp. García, Esther M. 2010. La doncella negra. Regia Cartonera, Monterrey. 73 pp. García, Esther M. 2014. Sicarii. Instituto Municipal de Cultura de Saltillo. 92 pp. García, Esther M. 2017. Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas. Universidad Autónoma del Estado de México. 95 pp. Garma, Ileana. 2013. Ternura. UNAM. 89 pp. Garma, Ileana. 2015. 29. Fondo Editorial Tierra Adentro. Colección La Ceibita. Rodríguez Mendoza, Xitlalitl, 2009. Datsun. UNAM. Ediciones Punto de Partida. 69 pp.


El combo de la vida

Beatriz Mérida

Ha comprado un equipo completo de jardinería, y con él termina de cortar la última rama. Su árbol tiene que quedar perfecto, hoy es el gran día; está por llevar su manuscrito a la casa editorial. Va a cumplir 30 años y sus metas están a punto de lograrse. De la guantera del carro saca un paquete de condones que previamente saboteó: “árbol, libro, hijo”. Va a casa de su novia dispuesto a asegurar su inmortalidad. Pero el destino no se lo permite, alguien le llama para avisarle que olvidó una firma en su contrato, así será imposible la publicación; molesto se distrae al manejar e invade el carril contrario impactando contra otro vehículo, su muerte es instantánea. Meses más tarde, el árbol ya no tiene quien lo pode, ahora extiende sus raíces rompiendo el concreto, y le nacen retoños en el ramaje que crecen más alto que las casas, el árbol siente que puede tocar el cielo.

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Mosca en la miel —Mami, ¿tú sabes cómo le hacen las arañas para atrapar a las moscas grandes? —preguntó la niña. —¡Y dale con eso!, tú y tus pinches moscas —le contestó la madre, haciendo sonar el claxon y maniobrando al volante. Siguió torpedeando con regaños e insultos a la pobre niña, mientras extraía un frasco con miel y daba una pequeña cucharadita. —Mami, no deberías de comer tanta miel… —¡No empieces! ¡No me digas qué hacer!, es por tu culpa… y por la de tu padre. Si no fuera por ustedes dos, no tendría que buscar soluciones naturales para relajarme. La niña no se inmutó ante el enojo de su madre, ni siquiera por el hecho de que jamás había conocido a su padre; continuó analizando a la mosca que apretaba con suavidad entre sus dedos. Era una mosca de buen tamaño, con lomo entre verde y morado, según el ángulo y la intensidad con que le azotara la luz. Eran las siete menos cuarto de la mañana, el sol ya alumbraba con unos leves rayos dorados de primavera. Iban retrasadas como de costumbre, teniendo que someter al pequeño sedán a tortuosos acelerones y giros bruscos. La madre continuó machacando sobre el asunto de las moscas, sobre su padre y cuanto tema creyera relevante. Pues una vez abierta la puerta por donde la lengua vitúpera podía asomarse, era más fácil soltar todo el veneno y seguir con el insulto, antes de disculparse o recular. Al llegar a la casa de la abuela, la niña preguntó: —Mami, ¿me conseguiste el hilo de pescar que me pidieron? —Aquí está… más vale que terminen pronto ese proyecto, me está costando muy caro tanto material. La niña descendió del auto cargando su mochila, se despidió sin voltear por completo, con movimiento de mano torpe y despreocupado, típico

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Daniel Barrera Blake

de los cinco años. Todos los días, se quedaba con su abuela, a esperar a que fuera la hora de entrar al kínder, muy cerca de ahí. Sin bajarse del auto, la madre la siguió con la mirada hasta que entró en la casa, se comió dos cucharadas más de miel y luego arrancó. El remordimiento le llegó mientras conducía, al igual que todas las mañanas; pero ese día se le presentó con más fuerza. En el camino al trabajo y durante gran parte de su jornada laboral, no pudo evitar el debate interior. Las cavilaciones se le acumulaban en esa habitación de su mente, a la que últimamente solo acudía para tirar un pensamiento más y cerrar la puerta rápido, para no tener que lidiar con aquello en ese momento. Pero había pasado tanto tiempo sin ordenarla, que ya estaba rebosante de pensamientos en espera de alguna solución, se desbordaban por las ventanas y por debajo de la puerta. Tenía que afrontar los problemas, sus obsesiones y la de su hija… “¿Qué deje de comer miel?, la pobre es tan pequeña que no se da cuenta. No, no se da cuenta que esa miel representa mi soledad, que me tengo que comer a sorbos, para no quemarme la lengua… ¡ya quisiera yo comerme un litro de helado cada noche!, pero me convertiría en una bola rodante, mejor me sacrifico con miel natural, me mantiene delgada, necesito encontrarle un padre pronto… ¿Por qué nos abandonaste? ¿Por qué te tuviste que morir?, miserable, me dejaste con tus deudas, con la casa sin pagar y con tu hija gestándose en mi vientre… ¡Y encima de todo, las pinches moscas! ¿Qué le pasa a mi pequeña? ¿Qué me pasa a mí? ¿Por qué la he descuidado tanto?”. La madre siguió cavilando sobre sus problemas, en especial el de su hija; esa insana obsesión por esos asquerosos engendros voladores. No sabía en qué momento había comenzado la niña a obsesionarse. Las atrapaba con facilidad, las observaba por horas, se quedaba tan quieta cerca del frasco de miel que dejaba abierto a propósito. Tan estatuamente


inmóvil y con un control total de su respiración, que, aunque estuviera a veinte centímetros del frasco, las moscas ni la sentían, entonces las atrapaba con mano hábil. Los domingos, en casa de la abuela, se pasaba las horas metida en el cuarto de cachivaches del abuelo muerto, que seguía intacto después de muchos años. Sentada en un rincón, entre polvo y telarañas, observando cómo las moscas quedaban atrapadas en las redes de sus depredadores. Las rescataba solo para analizarlas, incluso se había comido algunas para conocer su sabor. Se obsesionó por completo con esos insectos desagradables, los estudió en los libros que le pidió a la madre y que al principio le compraba sin darle demasiada importancia. Desde que comenzó su gusto por ellas, por más que se limpiara su recámara, siempre había moscas en algún rincón, se llevaba los frascos de miel y los escondía en su closet, con el pretexto de cuidar a la madre de una inminente enfermedad pancreática… “¿Cuándo comenzó a desequilibrarse así?, a veces me da miedo, siempre distante de mí, pero feliz con sus moscas… ese zumbido por las noches… me tensa los nervios…”. Quizá todo comenzó el verano pasado, cuando en uno de los ataques de pánico de la madre -por estar cansada de siempre sentir que no puede, que no ha podido lo suficiente, que no podrá con la carga de mantener el hogar sola- se ensañó con una mosca que habitó junto a ellas durante algunos días… “¿Fueron tres días?, ¿cuatro?”. La desafortunada mosca, que un buen día se le ocurrió pararse sobre el frasco de miel, que la niña había dejado abierto por descuido… “¿De verdad fue por descuido?, sí, aquella vez lo hizo por descuido… ahora lo recuerdo bien, era el primer frasco de miel…”. La madre había resuelto cerrar toda la casa por completo hasta atrapar a la mosca, la niña aún no entraba a clases, ella disfrutaba de unas vacaciones y tenían comida suficiente para varios días, así que instaló una especie de toque de queda, nadie entraba, nadie salía. El clima central sin parar día y noche. La cacería de la mosca había comenzado. Como es natural, la niña no entendía que la madre estaba sufriendo una crisis por tanta ansiedad; en su mundo infantil, pensó que todo era un juego. Los primeros días veía con gracia cómo su mamá no quería salir de la casa, ni que ella

saliera al patio siquiera. Pero al tercer día se comenzó a preocupar. Para el cuarto día, aún a su corta edad, sabía que algo malo ocurría, su mami caminaba por toda la casa con el matamoscas en la mano, sin bañarse ni cambiarse la ropa. Ni siquiera había ido a comprar más helado, llevaba cuatro noches enteras sin comerlo, solo comía miel, pura miel. Todo el día. La comida se terminó al quinto día, así que tuvo que aprender a capturar a la mosca, para que terminara la cacería y levantara el toque de queda; lo cual sucedió al séptimo día, y por fin salieron a comprar algo para comer… “¿Siete días?, yo cerré la casa por completo, sí, y me puse un poco rara, lo sé… ¿pero, siete días?... Y bueno, cualquiera puede explotar. Sobre todo, si en el peor momento de tu vida viene una mosca a reventarte los nervios… Antes de esa crisis, había pasado más de cinco noches sin dormir bien, por su culpa; siempre rondándonos, siempre acechando, observando desde la oscuridad. No eran moscas distintas, no, era el mismo animal, noche tras noche, viniendo a zumbarme y a robarse mi sueño. Los días que no venía a mi recámara era peor, porque sabía que entonces rondaba a mi pequeña. Una noche la descubrí sobre su cama muy cerca de ella, observándola; huyó en cuanto me vio. Al día siguiente la descubrí lanzándosele directo a su boca, pobre de mi niña, se despertó tosiendo y lagrimeando. Lo de la miel solo fue lo que detonó mi ira… Después de ese episodio ya no dejé de comer miel, y mi hija se obsesionó con las moscas… creo que la crisis en realidad nunca terminó, solo nos acostumbramos a ella…”. Entre llantos, la madre se decidió a cambiar, a terminar su enferma relación con la miel y a dejar al esposo muerto en paz; era hora de rescatar a su hija. Pasó por la niña a casa de la abuela y la encontró dormida; no la despertó, la cargó hasta el coche y después hasta su cama como cuando era bebé. Pasaban de las siete de la tarde, había sido un día agotador en la fábrica. Se recostó en el sofá de la sala, para descansar los párpados unos minutos antes de cocinar la cena. Un zumbido la sacó del sueño profundo en noviembre 2020

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el que había caído. Se sentó en el sofá desubicada, intentado ajustar la vista a la oscuridad. Checó la hora, ya era de madrugada. Había muchas moscas en la sala, volaban en dirección a las habitaciones… “Mi niña”, pensó, y la somnolencia desapareció, corrió a la recámara de la niña sin darse cuenta de que no había una sola luz prendida en toda la casa, y que todas las ventanas estaban abiertas. Se detuvo en el umbral de la puerta, la habitación estaba en penumbras, ahí las ventanas estaban cerradas y la cantidad de moscas era absurda, eran demasiadas. El zumbido de miles de ellas era ensordecedor, comenzó a manotear para espantárselas, se posaban por todo su rostro y brazos. Eran tantas que asemejaban un cardumen que volaba en sincronía. Vio un bulto más oscuro pegado a la pared frente a la puerta y corrió pensando que era la niña, pero a medio camino, unos obstáculos en el aire, que no vio, la detuvieron en seco. No podía ver, pero supo que era cinta adhesiva transparente, se le pegaba por varias partes de su cuerpo, casi haciéndola tropezar; quiso zafarse, pero con cada movimiento, la cinta se le adhería más. Descubrió que también había sedal de pesca. Hizo una pausa para pensar y entonces cayó en cuenta, la niña había hecho una red con todo el material que le había estado comprando por semanas para su proyecto del kínder. La desesperación le inundó el alma y reanudó el inútil forcejeo, enredándose cada vez más, hasta que perdió piso. Quedó suspendida en medio de la habitación, enredada en una maraña de

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sedal y cinta adhesiva que se anclaban en infinidad de puntos por las cuatro paredes. El hilo de pescar le apretaba el rostro en varios puntos, le comenzó a sangrar en las mejillas y debajo de la nariz. No podía hablar, pero mantenía en su campo visual el bulto que resaltaba por su negrura aun en la oscuridad, aunque no entendía qué era, no estaba segura de que fuera la niña. Las moscas continuaban entrando a la habitación, se pegaban en la cinta adhesiva, se le paraban en todo el cuerpo, incluso dentro de sus ojos, tuvo que parpadear mucho para quitárselas. —Así atrapan las arañas a las moscas grandes… La voz fue tan débil, que no pudo precisar su ubicación. Desde otra esquina de la habitación, una sombra, aún más oscura que la penumbra, comenzó a levantarse hasta formar la silueta de su hija, vestida en su camisón de dormir y con el cabello suelto hasta los hombros. La veía solo por el rabillo del ojo. Del bulto oscuro que tenía frente a ella, vio cómo se levantaba una alfombra de moscas, que se fragmentaba en el aire y volaban en todos sentidos -huían ante el avance de la niña-, era una inmensa plasta de miel. Ya no alcanzaba a ver a su hija, pero escuchó un susurro por detrás. —Mami, ¿sabes cómo se comen las arañas a las moscas grandes?


Luciérnaga ¿Qué soñaste hoy? Preguntaba mi madre por las mañanas. Yo no sueño, le decía. Pero ella comentaba que Sí, y que sólo no podía recordarlo. Una ocasión desperté con imágenes girando por mi cabeza, aparecían y desaparecían sin sentido. Me esforcé en recordar lo que pudo ser un sueño, pero no lo conseguí. Mientras más segundos pasaban menos claro era todo, hasta que no hubo nada que recordar y tan solo quedó la sensación de que había olvidado algo. Al fin mis padres decidieron que era lo suficientemente grande para dormir sola y me echaron de su cama. Ahí tuve por primera vez aquel sueño. Estaba frente a una gran pared repleta de esmeraldas incrustadas. No había más personas, ni casas, ni edificios. Era de noche y yo sostenía algo dentro del puño, apretándolo con fuerza. Podía sentir mis uñas encajándose en la palma de la mano. No tenía claro qué era, pero de soltarlo subiría por mi brazo para recorrer todo mi cuerpo hasta terminar envolviéndome. Pensé en aquel sueño todo el camino a casa de mis abuelos, mientras jugaba a no pisar las líneas de la acera. Iba unos pasos detrás de mamá quien sujetaba a mi hermano y con el otro brazo cargaba al bebé. Yo tenía apenas once, así que podía perderme de su vista un rato sin que eso la alarmara; iba detrás y no quería que me descubriera. Llevaba el puño cerrado, como en el sueño, pero dentro del bolsillo del pantalón. Quería asegurar que mi recién descubrimiento no se perdería, ni terminaría rodando por algún orificio hasta quedar en el camino cubierto de tierra, desperdiciado. Cuando llegamos a nuestro destino entré sin saludar. Pasé entre todos, desapercibida. Seguían hablando sobre la fiesta de Caro, faltaba sólo una semana y sería “como un sueño” o eso decían. De todas las habitaciones la de Caro era especial. Siempre tenía ese aroma a desinfectante que lastimaba un poco en la nariz y picaba en la

Brissa Ochoa

garganta; pero después de un rato te acostumbrabas a él y terminaba gustándote. Huele a limpio decían todos al entrar y después, como parte de un libreto imaginario, le preguntaban a Caro que cómo se sentía, sin obtener mayor respuesta que un encogerse de hombros. “Si ya saben que mal, para qué preguntan”, me decía luego, cuando nos quedábamos solas. Toqué la puerta tres veces con la mano izquierda. La otra, la que aún estaba en mi bolsillo ya casi ni la sentía. Abrí despacio y entré al cuarto tratando de no hacer mucho ruido. Caro estaba en su cama; era una cama muy alta, más que cualquier otra que hubiera visto antes; casi como esas camas de las princesas, pero a ésta le faltaba el dosel con sus cortinillas. Para subir tenías que ayudarte de un pequeño banquito escondido en la parte de abajo. Mientras me acercaba vi que la bolsa, colgada en lo más alto de un tubo, tenía apenas la mitad del líquido transparente. Luego vi la otra bolsa, en el piso, que comenzaba a llenarse y volverse de un color amarillento, ambarino. Suspiré. La última vez que me quedé en casa de los abuelos, que también era la casa de Caro, nos dieron las dos de la mañana jugando a no quedarnos dormidas. Fue aquella noche cuando me lo contó: “Sé que moriré pronto”, y se me heló la panza. No supe qué contestar ni cómo decirle que también lo sabía. “No te atrevas”, le dije susurrando y nos quedamos mirando al techo, sin decir más, pensando en la muerte cada quien en silencio. “Descansemos los ojos. Tres segundos.”, añadí después de un rato y Caro asintió con la cabeza. Eso solíamos hacer cuando el sueño nos rebasaba y dormir era inminente. Cerrábamos noviembre 2020

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los ojos, contábamos hasta tres y al abrirlos ya era un nuevo día. En aquel entonces no lograba comprender la razón de aquel juego; jamás sabíamos quién ganaba, y ahora que lo pienso creo que todo se trataba de que Caro tenía miedo de quedarse dormida y no despertar. —¿Qué traes ahí? — dijo señalando mi bolsillo. Saqué la mano y la extendí frente a ella. Se quedó viendo sin entender. —Mamá dice que estas pastillas ayudan a la gente; que con una basta para sentirse bien, sin ningún dolor. — y se quedó mirándolas; eran blancas, pequeñísimas, sobre mi mano temblorosa y sudada. — Las traje para ti. —¿Las robaste? — preguntó y me encogí de hombros. Caro acomodó uno de sus castaños mechones por detrás de la oreja mientras apretaba los labios marcando el par de hoyuelos en sus mejillas. Su mirada estaba fija en mi mano, pero su mente, podría jurarlo, estaba en un pasado de sueños, anhelos, esperanzas. En una vida que no tendría, por culpa de nadie, porque así le tocó. Y debía enfrentarlo, debía ser fuerte, pero la valentía también cansa. Se le notaba en los ojos, en la nariz, en los cabellos, y en esa forma de arrojar el aire entre bufar y suspirar. —¿Y cuántas me tomo? —preguntó— ¿La mitad? — agregó antes de que yo pudiera decir algo. Asentí. Le iba a decir que todas, pero la mitad estaba bien, pensé. Las puso en su mano y las tragó. Nos quedamos en silencio, como tantas veces hicimos juntas. No sé por cuánto tiempo, pero aquel zumbido, lo recuerdo claramente, atrajo nuestra mirada y nos hizo voltear a ambas. Nuestros ojos se movían en forma irregular

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siguiendo el curso de aquel insecto que revoloteaba por toda la habitación. De pronto brilló intermitente, cada par de segundos. ¡Una luciérnaga! Gritó Caro, y ambas saltamos de la cama para atraparla y verla de cerca, hasta que salió por una de las ventanas, la que daba al pasillo; corrimos tras de ella. Ya fuera de casa nos dimos cuenta de que era de noche, y que ahí la luciérnaga era más hermosa. La seguimos, hasta dar al patio de atrás, donde se posó en la enramada del árbol de uvas. Que se había extendido formando como un techo que cubría casi la mitad del pequeño patio. Ahí la luciérnaga se multiplicó, ya no era una, eran cientos de ellas que iluminaban aquella oscuridad, sin dejar de parpadear. Había una luciérnaga por cada uva, y Caro sonreía sentada en el césped, emocionada. —¿Qué buscas? — preguntó al verme todavía de pie, palpando con insistencia los bolsillos de mi pantalón. —Las pastillas. Creo que las he perdido. —¿Cómo que las perdiste? ¡Las tomaste! ¿No lo recuerdas? —y al decirlo, se recostó y colocó ambos brazos bajo su cabeza, como si estuviera en la arena de la playa, tomando el sol. Miré hacia ambos lados y ahí estaba yo también. Acostada. No dije nada porque ¿Cómo decirlo? Creo que lo recordaba, pero no estaba claro. Estoy comenzando a olvidar algo. No sé qué. Es como si en este momento esas lucecillas verdes parpadeantes ocuparan gran parte de mi vida. Mis ojos se llenan de ellas y es hipnotizante. No sé cuánto tiempo habrá pasado desde que salimos por la ventana. Ni por qué lo hicimos. Mientras tanto seguimos aquí, bajo el árbol de uvas, jugando a no quedarnos dormidas.


De cómo conocí a los infras Toño Maldonado Era mayo del 86. Estaba sin chamba. Un amigo, locutor de Radio UNAM, me invitó a trabajar en Casa del Lago. Manejaría las luces y el audio del teatro, y ayudaría en el montaje de los eventos al aire libre. José Benítez, director interino de la casa, tenía claro lo que quería hacer, incrementar el número de visitantes al recinto, y para ello había planeado varias cosas: un musical con la vida y obra de Kurt Weill, un espectáculo de vodevil con la compañía de Germán Dehesa, conciertos al aire libre, cine independiente mexicano, los tradicionales torneos de ajedrez. Lo realizado era de calidad. Había diversidad en la oferta, pero no podíamos llenar la casa. Había un hecho que lo impedía: el Foro Abierto de Casa del Lago. —¿Qué hace el Llanero que no estamos haciendo nosotros? —Benítez se refería al Llanero Solitito, Enrique Cisneros, líder de CLETA, Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística. Los cletos, como se les conocía popularmente, tenían ocupado el foro desde hacía trece años. Desde entonces, con lleno todos los fines de semana, presentaban espectáculos populares: teatro, cantantes de todos los géneros, payasos, saltimbanquis, todo aderezado con lectura de textos de izquierda “para que no los apendeje el Tío Sam y sus lacayos”. José no concebía que algo tan pobre y elemental, como él decía, pudiese mantener atentas, durante seis horas, a casi quinientas personas. Lo cierto es que todas ellas se quedaban en el foro y no se aventuraban a visitar, aunque sea de pasadita, el resto de la casa. Nos pidió a todos nosotros que aportáramos ideas para que ese público traspasara el umbral del Foro Abierto. Víctor Navarro, miembro distinguido del staff de Benítez, poeta de Tacubaya, organizó un tour de force, convocando a amigos suyos, los poetas

infrarrealistas, a declamar sus poemas, con la presencia del público. Víctor lo hacía con la idea de que, viendo actuar a los autores en vivo, la gente se involucrara en serio y, por qué no, poder apasionarse por la poesía. Nos pulimos para hacerle propaganda al evento. Desde temprano, en el lago, en el Castillo de Chapultepec, en el zoológico, en los andadores circunvecinos, no dejamos de repartir volantes a todo aquel que veíamos. Fue tanto nuestro empeño, que la gente vino hasta con dos horas de anticipación al lugar. Llegaron Vera Larrosa, Vicente Anaya y Víctor Monjarás. Mario Santiago Papasquiaro, el más popular, vendría al final, para rematar la lectura en vivo. Navarro se puso nervioso. Para calmarse, le dio varios sorbos a la pachita que siempre llevaba. Terminó bien briago. Benítez se encabronó con él. Lo metió a rastras a su privado para que no hiciera desfiguros. A falta de presentador, me puso a mí para coordinar. “Pero no conozco nadita de infrarrealismo”. “Tú síguelos. Cuando acabe uno, dale el micrófono al otro”. Iniciamos con Vera. Nunca pensé que dentro de su figura delgada, se escondiera tanta energía. Empezó suave, contenida, “He visto a la primavera entrar a mis pechos”. Hizo una pausa. Se llevó las manos a sus senos. Con la mirada, empezó a retar a las personas, preguntándoles: “¿Son estos mis pechos? ¿Eh? ¿Son estos mis pechos?”. El público no sabía cómo responder a la pregunta. Un muchacho del público musitó un “sí”. Vera se fue sobre él. “¿Solamente pechos? ¿No ves otra cosa? ¿Puñales, surtidores, nísperos?” Ante la andanada de palabras la gente tomó posiciones. Unos gritaban cosas como: “¡Esto es poesía!”. Otros aplaudían sin saber bien a bien a qué se

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debían sus aplausos. Entre el público femenino se encontraban mujeres mayores que reprobaban el acto haciendo movimientos negativos con la cabeza. “Pinche piruja, nada más provocando a los hombres” gritó una señora como de sesenta años. Vera avanzó sin detenerse, hasta plantarse a centímetros de ella. “He visto a la primavera entrar a mis pechos y erizarlos como limas de árbol en noches de redonda luna, he visto al fresno agitar el centro de mi vida y llevarse el miedo”. Su mirada se suavizó y, frente a la señora, la poeta extendió su mano para saludarla y acariciar su cabello. “No debemos tener miedo de expresar todo lo que somos”. La señora dejó de insultarla. Se calmó y, acto seguido, se puso a llorar. Vera la abrazó. Ya tenía a toda la gente en un puño. Invité a pasar al siguiente poeta. Vicente Anaya se acomodaba la barba rala con sus dedos, un tic que lo acompañaría por el resto de su presentación. “Luz, más luz, eso dijo Goethe. Hay mucha luz y pocos lectores. ¿Octavio Paz? ¡Ni madres! ¿Gorostiza? ¡Ni madres! ¿David Huerta? ¡No mamen! Hay que acercar la poesía al pobre, al sediento, al hambriento, porque no solo de pan vive el hombre”. Paseando en círculos dentro de la sala, abarrotada de personas, Vicente les explicaba el sentido del movimiento, hacer poesía que no fuera para una élite, que fuera accesible a toda la gente, poesía que se basara en la realidad, sin tanta luz, con un poco de mierda. “Pero basta de choros. ¿Saben lo que es un híkuri?” De un huacal que llevaba consigo, sacó una cactácea que mostró a todo el público. Varios gesticulaban, intentando reconocer lo que era eso. Una chica lo sabía: “¡Es un peyote!”. “¡Exacto! ¿Y saben para qué se usa?”. El poeta buscó entre los rostros una posible respuesta. “Para ponerte hasta la madre”, dijo alguien de los presentes, seguido de la risa general. Vicente se rio también. “Los huicholes lo usan para ascender a otras realidades. Viajan con él. Es venado y maíz. Es híkuri”. Con una navaja de bolsillo le hizo una incisión al peyote, extrayendo una pequeña porción de pulpa, misma que depositó en su lengua. “Estoy aquí y ahora, en la realidad. Me voy a la infrarrealidad”. Saboreó el pedazo lentamente. Hizo gestos desagradables al masticarlo y, al final, lo deglutió. Luego, empezó a 24

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caminar con cierta dificultad, dando tumbos. José me hizo la indicación de sostenerlo y sacarlo del lugar: “Se pachequeó de volada con esa madre. No ha de tener nada en el estómago”. Víctor Monjarás, alto y desgarbado, de barriga prominente, en pose afectada, empezó a meterse con la gente: “¿Qué han hecho de sus vidas, borregos del sistema? ¿Tragar, beber, vestir lo que les dicta Televisa? ¿Esperar a arrenalgarse frente a la televisión para ver el mundial? ¡Por eso son escoria de los poderosos!”. Varios de los presentes se enojaron. “Se pasa de lanza”, “qué pedo con este güey”, “es un manchado”. Esta última frase la alcanzó a escuchar Monjarás. Desde donde estaba, corrió hasta el joven que la dijo. Tomándolo del brazo lo llevó al centro del escenario. “¿Manchado yo? ¡Manchado tú que no levantas la voz, que no haces nada para salir de donde estás, pinche lacra!”. El chavo intentó responder, pero Víctor, llevándose el dedo índice a la boca, lo hizo callar y salir de escena. La provocación ya había surtido efecto. La gente se empezó a meter con él: “¡Culero!”, “¡pinche ojete!”, “¡ponte con uno de tu tamaño!”. Los insultos parecían insuflarlo, su rostro mostraba una gran sonrisa y, sin decir agua va, soltó una carcajada descomunal que hizo callar a la concurrencia. “Bébete la ciudad en llamas, limpia con tu lengua la sangre de las calles. Después del incendio, bendice el vómito y el orín que dejan tus pasos …”. Lo interrumpió Víctor Navarro, que ya había salido del cuarto, todavía con los efectos de la borrachera: “Así como lo ven, barrigón y pendejo, es todo un poeta. Lo que hace en la noche, lo escribe en el día”. Benítez abrazó a Navarro para sacarlo del estrado, pero el otro se agarró del poeta. La escena era involuntariamente cómica. La gente se carcajeó. Tuve que entrar al quite con el micrófono: “Por fallas técnicas, termina la presentación de Víctor Monjarás. Démosle un fuerte aplauso”. La silbatina y mentadas de madres inundaron la sala. Faltaba un poeta. Varios de los presentes habían oído hablar de Santiago Papasquiaro, que si amigo de Roberto Bolaño, que el único que tuvo los huevos para enfrentar a Octavio Paz, que si el verdadero poeta del pueblo. Pasaban los minutos y


no llegaba. Yo veía a Benítez para saber qué hacer. Puse música de fondo en la sala. Me acercaron un libro para leer algunos poemas de Santiago. Al pasar la media hora, tuve que dar por terminado el evento. José estaba afligido. “Esta gente no volverá al recinto”. Salí a fumarme un cigarro. Mis pasos me llevaron al Foro Abierto. Un trío cantaba Casas de Cartón. La gente lo seguía con sus palmas. El Llanero platicaba con un hombre de cabello todo relamido por el sebo, con entradas prominentes y una barba toda desarreglada. Charlaban muy animados. “Seguro es el que sigue”, pensé. En un momento dado, se levantó de su asiento

dirigiéndose al estrado principal. Esperó a que terminara el grupo. Colocó sus libros en el atril. Saludó a los presentes y empezó a leer: “¿Qué proponemos? No hacer un oficio del arte. Mostrar que todo es arte y que todo mundo puede hacerlo, …, desmitificar, convertirnos en agitadores. Nada humano nos es ajeno, Nada utópico nos es ajeno”. Era Mario Santiago, leyendo el Manifiesto Infrarrealista ante la gente del Foro. Me quedé pensando: Eligió bien a su público.

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Las rutinas de Yolanda

Addy Castillo Espínola

—¡Niño, ven!, dile a tu mamá que te dé un dulce. —No te escondas bajo la mesa, te van a pisar. —Chiquito, ¡ven!, te estoy hablando. —No estoy enojada contigo, ven, eres el más chico, ven conmigo. —Peregrina ya vendrá pronto, eso me dijo; voy a colocar mi ropa en la maleta para no hacerla esperar mucho. ¡Ah, mis manos están sucias!, pasaré primero al baño para lavarlas. —Esta silla está muy incómoda, los reposabrazos, fríos y muy altos; voy a acomodarme de nuevo, quizás Roger me ayude a levantarme, esta pierna me duele mucho hoy, supongo que es el frío, ya debe ser invierno. —¡Ah, ningún invierno ha sido peor que durante la guerra!, con eso de que había que enviar insumos al frente, los barcos salían bien cargados desde Sisal, con miel en grandes barricas, chocolate y ropa de sosquil, para los soldados. Tan bonito que es Sisal, pero no he ido hace mucho. Me gustaba el sonido del mar entre las columnatas del muelle y el vuelo de los flamencos en “V” sobre la playa al atardecer. En la guerra también volaban los flamencos. —Mira mis uñas están muy sucias, tengo que lavarlas; voy a ir a la cocina, con la esponja de ahí puedo limpiarlas —¡Ay, este chiquito que no viene! Ven, Efrén, toma un dulce. Tengo que revisar si mi máquina de coser está aún en el cuarto, con ese desgraciado de Agustín, nunca se sabe; él se llevó todas mis ollas, hasta las nuevas, ni las había estrenado. ¡Es un sinvergüenza, ojalá ya no vuelva! Me da miedo que entre en la casa cuando este sola y me haga algo, pero cuando lo vea, voy a llamar a la policía. —Pancho es policía, ahí con Loret de gobernador le dieron su placa y su pistola. Es bien guapo, pero él se enamoró de Adela, la muchacha de mi mamá, ella ya tenía un hijo de antes, pero se portó muy bien con él, le dio muchos hijos. Ese

Pancho era bien terrible, en la cárcel se encontró con otro Pancho, dizque era hijo de Papá Pancho; hasta lo vacilaban con su hermano delincuente. No he ido a ver a Mamá Aída; ahora que venga Roger le digo que me lleve —¡qué barbaridad! ¡Cómo me duele esta pierna! —Me voy a rascar, esta costra de mi pierna ya me dio comezón, ¿por qué tengo sangre en mis uñas? Voy al baño a lavármelas, también haré pipí de una vez, todo lo que tomo luego luego se me sale, parezco fuente, por eso digo que ojalá cuando lleguen a mi edad, no les pase esto. —¡Chiquito! No te subas a ese mueble, te vas a caer. —Debo pasarle aceite rojo a los muebles, son de ébano y duran mucho, pero están muy pesados, los voy a mover un poco para que el niño no se pueda subir. —Sí, gracias, gracias por ayudarme, Dios los bendiga, hacía mucho tiempo que no venían a verme, ¿ya se dieron cuenta de que estoy aquí enclaustrada? Está bonito el hotel, pero no me llevan la comida al cuarto; sí me atienden bien, solo no me gusta que no le den su comida a Efrén, ese niño travieso. —¡Rapazuelo!, hazme caso, tu mamá ya va a llegar. Esa sombra en la puerta es Peregrina, vayan a abrirle, déjalo, yo voy, esta ventana no la puedo abrir, ¿por qué está amarrada con soga? —Mis manos están cochinas, voy al lavabo, ahí las limpiaré, como comí chocolate están sucias, no tocaré mi vestido para que no se ensucie. ¿Qué es esta mancha en mi ropa? Parece chocolate, la voy a agarrar, ¿a qué huele? No sabe a chocolate, la voy a quitar raspándola. —Efrén, ven aquí, ¿quién es esa niña que está jugando contigo? ¿Es Karlita?, dile que venga a saludarme. Baja tu vestido niña, se te ven los calzones. ¡Fo¡, qué cochina, te va a regañar tu mamá. —¡Ay, no me veas, no me veas!, saca tus manos de debajo de mi falda, ¿qué me haces?

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—¡Roger, Roger!, ayúdame, ayúdame, me están agarrando, defiéndeme. —Ayer vino Beto, volvió a empeñar la bicicleta, ya le dije que no le daré más dinero, pero prometió que no lo hará otra vez. Hace rato que se fue a buscar la comida y ya tengo hambre, ojalá no se le olviden las tortillas. —¿Viste cuantos niños hay ahí enfrente?, creo que están cantando, no oigo bien, ¿está Peregrina con ellos? ¿La ves? —Gracias, gracias, muchas gracias por curar mis heridas, sí que me atienden bien en este hotel, pero no me llevan la comida a la cama, creo que es para no ensuciarla. —Llévame al baño, Roger, pero me esperas afuera, no me voy a alzar frente a ti la ropa ¡Cómo me duele la pierna!, este pie me arde mucho, mira eso que está en el suelo, ¿qué es? —Está fría esta cama, no encuentro mi sábana, creo que está lloviendo porque tengo mucho frío, siento la heladez en los huesos, me duele mover las manos, le diré a Roger que me traiga mi cobertor. Mis uñas están muy sucias, me voy a lavar las manos en el baño al rato. Ahora siento calorcito en mis piernas, el cobertor sirvió. Me taparé la cara, para que se me caliente también. ¡Ayúdame a taparme, niño, jala esa orilla! —No he cepillado mis dientes, no encuentro mi cepillo, voy a revisar estas bolsas, total que aquí hay luz y así de rodillas no me canso tanto, estoy cómoda. Esta pierna me duele mucho, no me deja levantarme, voy a ir de rodillas hasta la cama y ahí me agarro para levantarme. —¡Ay, ay, ay! ¡Roger, ayúdame! Hay algo resbaloso aquí en el suelo y me caí. —¡Anda rapazuelo! Avísale a Roger que me ayude. Ven aquí, Efrén, dame la mano para que me levante. —Qué rica esta la cama, creo que cerraré un rato los ojos, mientras llega Peregrina a buscarme, ya es hora de dejar el hotel. Mira mi cepillo, aquí está, lo voy a envolver en papel para que no se ensucie, lo dejaré en el bolsillo de mi bolsa de mano. No he ido al baño, tengo que ir, no vaya a ser que moje el calzón. —Roger, ven, dame tu mano para que me ayudes a levantar.

Roger se ha sentado a su lado y la oye musitar incesantemente mientras hace gestos con las manos, llamando al niño que solo ella ve, platica con él, lo regaña, le da pedacitos de pan y chocolate: “Come niño, come, siéntate aquí conmigo”, le dice mientras palmea un lado de su silla de ruedas. Se ha hecho chiquita. Su piel, pergamino frágil, se rasga solo al rozar cualquier superficie. Sus ojitos inquisitivos se entrecierran y sus pestañas blancas descienden cada vez más ocultando la mirada perdida que hace dos meses se ha instalado en ella. Musita una y otra vez nombres conocidos, pero no hay caras a las cuales mirar. Sus manos se frotan incansables entre sí y sobre su ropa, se ensucia, arrastra restos de comida, de piel, se llena de sangre al levantarse las costas o al atraparse los dedos en una puerta traidora. Roger escucha y de reojo mira para no ver, esos hombros tan erguidos que la hacían ver más alta de sus 155 centímetros originales de altura, esa voz firme y cariñosa, risueña a veces y siempre afectuosa con él, recuerda cómo le decía: “Mi hijito precioso”, y en silencio oculta el brillo de una lágrima que tiende a escapar. En los últimos tres meses han desfilado Efrén, Karlita, Peregrina, Pancho, mama Aída, papa Pancho, Adela; hasta don Beto, pocas veces nombrado antes, hoy se asoma entre todos los visitantes invisibles para todos, menos para ella y las largas charlas no se hacen esperar. Nieto, biznieta, hija, hermano, padres, cuñada, esposo, todos los nombres son conocidos, pero nadie sabe a qué cara se lo pone. A veces se entienden los murmullos, a veces solo es un sonsonete en sus labios. El movimiento compulso de las manos solo ha servido para despellejarse, ensuciarse con sus excretas, con la comida, con la pasta de dientes; al principio caminaba sola, iba al baño y se aseaba por sí misma, se resistía a la ayuda. Hoy necesita una silla de ruedas, no se sostiene sobre sus piernas, no siente cuando el orín escurre entre sus piernas, le cuesta tragar y hasta la saliva se desliza entre sus labios cuando menos se dan cuenta. Pacientemente le limpia la comisura de noviembre 2020

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la boca y le ofrece otra cucharada de la papilla, toca sus labios con la punta de la cuchara hasta que ella abre y poco a poco limpia la cuchara. Roger escucha sus pláticas con los fantasmas a los que agradece la visita, se fija de su mirada apagada, introspectiva, viendo a una dimensión desconocida para los demás; observa sus extremidades sin fuerza, su alteración del ciclo de sueñovigilia, su pérdida de masa muscular, sus preguntas repetitivas, sus quejas interminables, su dependencia en aumento, su conversión en leyenda etérea, su volatilidad evidente y piensa que un día solo encontrará su espacio vacío en la cama y su aroma a talco y eternidad en el confinamiento que la vida la ha deparado casi al final. Mientras, prepara otra cucharada de la papilla y espera a que Yolanda abra la boca para seguir alimentándola. Piensa: “¿Cuándo te hiciste tan viejita, mamá?”.

Gato

José Martín Hernández Torres

De andar sigiloso, entra o sale de las casas sin ser detectado, cuerpo de estructura ósea alargada con flexibilidad que le permite saltar y correr ágilmente, cara redonda enmarcando ojos reflejantes de luz, mirada exploradora que ante cualquier movimiento percibido agudiza el resto de los sentidos. Huraño con los compañeros de su género y mimoso con el opuesto. Acostumbrado a vida nocturna y escandalosa, los vecinos en el barrio sabían de sus constantes problemas, sospechoso de robos y otras malas acciones, aunque nunca intentan comprobarle alguno. Prefieren mantener puertas y ventanas bien cerradas. Es una noche con humedad por encima de lo acostumbrado, las gotas del rocío resbalan de las hojas de los árboles. Paredes, ventanas y pisos tienen acumulación de agua como si acabará de lloviznar. La luz de luna llena se percibe difusa por esa nube besando el suelo. El sonido de las goteras se pierde ante el estruendo de una serie de disparos de arma de fuego. Los gritos de un hombre se escuchan en repetidas ocasiones, el “párate cabrón”, la sentencia “te voy a matar” alarman al vecindario. Las luces de otras casas se encienden, pero nadie se asoma. Los perros inician escandalosos ladridos, acompañados por estruendos de objetos que se rompen al caer. Gato salta de techo en techo, huía de su encuentro amoroso tras ser sorprendido en pleno acto por el padre de su conquista. En su correr deja una estela roja que el agua diluye, haciéndola deslizarse entre las grietas y canaletas de los techos, chorros de hilos granas resplandecientes con la tenue luz de luna. Gato resbala en uno de sus saltos, se cae golpeándose la cabeza, rompiéndose las piernas y brazos, probablemente una costilla reventó sus pulmones o los impactos de los disparos; queda tendido en la banqueta, enlodado por doquier, la sangre en su frente escurre entre la combinación de agua y sudor. Las pupilas dilatadas, propias de un gato, aunque de un color cenizo y sin brillo quedan a medio cubrir por los párpados. Se supone eran sus dos últimas vidas.

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Entre nosotros

Ronnie Camacho Barrón

“El fin del mundo siempre está a la vuelta de la esquina”, ese, es lema del Buró de Prevención Profética, la organización a la que pertenezco. Desde el principio de la historia, hemos actuado bajo las sombras para proteger al mundo de las constantes amenazas que se ciernen sobre él y que sin duda alguna llevarían a la raza humana a su extinción. Con éxito prevenimos el regreso de los Atlantes de las profundidades del mar, la ascensión del Anticristo al papado, la incursión alienígena de Roswell, la rebelión de las máquinas del 2000 y la Tercera Guerra Mundial que sería provocada por las armas biológicas bajo el poder de Bin Laden. La razón de todo nuestro éxito se ha debido a la familia Allard, un largo linaje de videntes franceses que generación tras generación, heredaron a sus primogénitos su mística capacidad. Fungiendo como nuestros profetas, ellos nos guiaron de la manera correcta en contra de cada apocalíptica amenaza. En tiempos actuales, dicho rol recae sobre los hombros de Levi Allard, mejor conocido por su nombre clave como “El vidente treinta y tres”. Al igual que con sus ancestros sus predicciones siempre son correctas, pero a diferencia del resto, él no cuenta con la fuerza mental necesaria para cargar con dicha responsabilidad. Han pasado semanas desde la última vez que supimos de él, pero hoy, por fin hemos encontrado su cuerpo en la sucia habitación de un hotel en Praga. La causa de la muerte no es ningún misterio, se arrancó los ojos con sus propias manos, seguramente impulsado por una visión, pero ¿qué sería tan terrible que orillaría al último de los profetas a matarse? Por primera vez en siglos estamos a ciegas y cada una de nuestras divisiones alrededor del mundo se encuentra en alerta máxima. La única pista que tenemos es la nota que nos dejó y en la cual solo escribió lo siguiente: “El fin, ya está entre nosotros” No tenemos idea de lo que significa, ni tampoco de cuándo fue que la escribió, solo espero que cuando llegue el momento… estemos preparados.

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El valle Emprendí mi viaje, aun a pesar del miedo. Había colosos deambulando alrededor de mí. Me acerqué al pie de aquellas montañas en las que los titanes se sentaban. Las patas de los gigantes provocaban un temblor que entorpecía mi avance, por lo que decidí refugiarme debajo de las montañas. Sentado comencé a recordar el origen de esta travesía. Mi hermano escapó un día durante la noche. Desapareció por una semana entera y cuando regresó, no podía contener la emoción y alegría que sentía. Tenía la intención de encontrar comida y agua o quizá un lugar donde asentarnos. Abrí los ojos y los temblores habían cesado. Revisé el mapa con minuciosidad; mientras tanto, recordaba el sermón que me dio mi hermano menor antes de irse: “Si tú quieres quedarte aquí viviendo con miedo, es tu problema, pero no le robes la oportunidad a los demás de elegir”. Muchos miembros de la familia se acercaron a él, en sus ojos había esperanza e ilusión. A la mañana siguiente se marchó, y se llevó con él a los adultos más jóvenes. Quise detenerlo, hacerlo pensar un poco las cosas, pero no me escuchó. Describía un lugar con tanta abundancia que seríamos tontos si no le hiciéramos caso. Antes de irse, extendió una invitación a todo aquel que quisiera migrar a dicho paraíso, incluso nos dejó un mapa con instrucciones claras de cómo llegar. Lo miré, con un sentimiento de impotencia gigante y conteniendo las lágrimas, mi pequeño hermano, debía seguir su propio camino y yo no podía acompañarlo. Había pasado un mes desde entonces. No volvimos a tener contacto con ellos. ¿Ese lugar es tan maravilloso como dicen? ¿No tendrán intenciones de regresar? O quizá… quizá… Eran las preguntas que taladraban mi cabeza. Luego de dos meses, nuestra colonia disminuyó considerablemente. Algunos se fueron en búsqueda de aquella nueva vida y otros, simplemente deseaban explorar. Solo se quedaron los más pequeños de la familia, mis padres, mi abuela y yo. Decidí avanzar luego de revisar el mapa.

Astrid Reséndiz

Había absoluto silencio. Empujé la gran puerta que separaba el paraíso que mi hermano describía del exterior. Tragué saliva, respiré profundo… Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, desde la punta de mi cabeza hasta mi cola. Me aterrorizó la densidad abrumadora de las tinieblas que regían el lugar. Llamé con insistencia a cada uno de mis hermanos, pero ninguno respondió. Las palabras de mi tatarabuela resonaban en mi cabeza: “Aunque encuentren un valle de abundantes riquezas e inigualable hermosura, no confíen, es un engaño, pues más allá de nuestras fronteras está el valle de la muerte”. Mi intuición gritaba a cada minuto que debía salir corriendo; sin embargo, tenía la esperanza de encontrar a mi hermano. Tenía que ser valiente, por mi madre, por mi amada madre… Estaba muriendo, sin esperanza. Necesitaba encontrar una cura o por lo menos otorgarle la oportunidad de vernos por última vez. Cada noche lloraba pensando en su hijo, pero intentaba hacerse fuerte; era mi deber otorgarle ese regalo, regresar con su amado hijo menor a casa. A lo lejos escuché pasos acercarse; me escondí detrás de un recipiente que era cinco veces más alto que yo. De pronto, el suelo comenzó a temblar. Odié nuestra miserable vida. Si no fuera por nuestra hambruna constante que empeoraba cada día, quizá mi madre no habría ruñido aquel pedazo de salchicha que encontró en la entrada de nuestro nido (no dejo de culpar a esa migaja de comida de su enfermedad). Tenía fiebre muy alta, un fuerte dolor de estómago que la mantenía tirada. Hicimos todo por ayudarla; sin embargo, iba de mal en peor. Quizá veía la muerte cerca, pues me rogó que saliera a buscar ayuda o por lo menos a mi hermano. “Tráelo de vuelta a casa”, fueron sus palabras. La oscuridad se desvaneció frente a mis ojos. Una estrella que se encontraba pegada en el firmamento lo iluminó todo. Un rugido me noviembre 2020

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estremeció, emitía sonidos guturales incomprensibles. El suelo volvió a temblar y movió sus patas cerca de mí, pateó el recipiente donde me escondía. Retrocedí y me tropecé con el borde saliente del suelo; un gritito se escapó de mí. El gigante me miró, se levantó y me atacó con un objeto que tenía un orificio en su interior sujetado por una rama. Me golpeó una y otra vez. Mi cabeza retumbaba por dentro cada vez que me azotaba. Un “beep” prolongado y agudo era lo único que podía escuchar. Lo miré, pero no alcanzaba a distinguir su rostro, solo la silueta. Los ojos me ardían, estaban llenos de sangre. Mis patas no respondían. Me hundí en un pozo profundo que parecía no tener fin. La oscuridad me rodeó y a lo lejos vi una hermosa luz que parpadeaba. Corrí hacia ella y la atravesé. De pronto me vi a un lado de mi madre, quien lloraba de dolor. Me acerqué a ella y me recosté a su lado.

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Tus labios acometen… Jesús Fuentes En el súper de Maneadero, compramos agua embotellada, naranjas, manzanas, bloqueador, gel alcohol (por si te paras a orinar, te agarras la ver…y al terminar te aplicas en las manos, le mencioné) y toallas sanitarias para mí, estoy a días que me baje. Me siento inquieta, ¿habré hecho bien en venir con él? ¿Lo necesito? A la vez, me percibo contenta. Mi pensar, un oleaje de dudas y sentimientos encontrados. Hace unos días, tuve una pesadilla espantosa. En mi sueño vi cómo dañábamos a la gente. No quiero ser esa persona. No quiero dañar a nadie. No es lo mío. Bueno, lo dejo en las manos de Dios. Necesito el desapego del apego a mi madre. Ser yo. Eres mi amigo de verdad. Considero que los amigos no se unen para dañar, sino para apoyar. Creo en ello. Hemos crecido. El versa, devora kilómetros de la carretera transpeninsular, pasamos grandes invernaderos (de tomate, pepino, fresa y, flores), viñedos y sembradíos de hortalizas a cielo abierto. Vimos algunos bovinos de engorda, chivas y borregos pastar. El clima, cálido, agradable. Yo alegre. Pasando San Quintín, apareció el azul del mar, preciosas imágenes. En unas enormes dunas, unas motonetas se deslizan como trineos. En El Rosario, cominos hamburguesas en el típico y conocido restaurante de Mamá Espinosa. Un lugar acogedor. Sus paredes tapizadas de cuadros, fotos de las carreras fuera de camino, la baja mil. Visita obligada. Continuamos: el desierto, todo nuestro. Flora diversa, rica en matorrales, saguaros (cactus o cardón), pinos, cedros, manzanitas, y otras. Destacando el árbol cirio. Atardecía, cuando atravesamos el valle con su nombre: de los cirios. Hermoso. Pelé unas naranjas, dulces y jugosas, dándole gajos en su boca. Escuchamos música. Yo, cantaba alegre, agitando las manos. Él, sonreía, atento a la carretera y de vez en vez sus ojos se clavaban en mí. Se veía gozoso al igual que yo. 36

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Dos correcaminos cruzaron veloces la cinta asfáltica. Imaginé que éramos nosotros corriendo nuestra aventura. Más adelante, en una loma, una zorra gris (del desierto) escudriñaba el paisaje. La noche nos abrazó, llegando a Guerrero Negro. —Aquí dormiremos —dijo, añadiendo— ¿gustas comer o tomar algo? —Solo café —murmuré. Tomamos café de talega, muy sabroso, en una lonchería junto a una gasolinera. Ya en la habitación del hotel “Tierra de Sal”, me dejé caer en la cama, amplia, confortable, acogedora. Estaba cansada, pero satisfecha, eufórica. Voy a bañarme, comenté, para descansar mejor. Me incorporé y fui al baño. El agua caliente cayó como un bálsamo en mi piel. Me puse playera blanca holgada y pantalón rosa de pijama. Salí a la habitación. Él, dijo, también se bañaría; e ingresó al baño. Acomodé las dos almohadas en la cabecera de la cama, me recosté. Escuché el caer del agua en la regadera. Estaba tranquila, o eso creí. Un nudo en el estómago me aprisionaba, quizá era el hambre. Me levanté, tomé una manzana roja, la mordí. En ese momento, él salió del baño; sin mediar palabra se acercó, me abrazó y mordió también la manzana. Reímos. Nos encontrábamos uno enfrente del otro. A dormir, dijo. Me besó cariñoso en la frente. Ambos nos metimos entre las sábanas blancas. —Te quiero, descansa, buenas noches —murmuró. Tus labios acometen, suave, bailan en la amplitud de mis pechos. El despertar al deseo. De inmediato, la humedad de tu lengua, insensible, serpentea, danza en mis pezones rígidos. Reverente, la luz de la lámpara del buró cubre nuestra desnudez. Mis manos: la derecha atenaza tu espalda, la otra desordena tu pelo entrecano. Tú, expansivo. Yo, fascinada. Así, entretejidos, nos ofrecimos, embriagados de amor.


Intrusos, los rayos de sol penetran por la ventana de la habitación, anuncian un nuevo día. Aún con éxtasis, me incorporo para ir a ducharme. El agua tibia, resbala dulce; e imagino tus manos acariciadoras sobre mi cuerpo lozano. —Buenos días. Me ganaste la entrada al baño, necesito pasar. —te escucho decir detrás de la puerta. —Pásale, tengo cerrada la puerta de la regadera —te digo casi gritando. Escucho el caer fuerte y copioso de tu orina en el sanitario. Tal como anoche, vigoroso y abundante cuando recibí tu semilla. Te veo borroso, de espaldas, debido al vapor impregnado en la puerta de acrílico de la regadera. —Tómate tu tiempo, no hay prisa —dices—. Cuando salgas, me daré un regaderazo, e iremos a desayunar —concluyes. Salí. Él se rasuraba frente al espejo del lavabo. Con el rastrillo en la mano y su barba enjabonada me besó, dejándome igual, embadurnada de jabón. —Lo siento —musitó. Ambos reímos. Ingresó a la regadera y al poco rato, salió. Yo aún traía la toalla blanca como turbante en la cabeza. Salimos de la habitación, la 140, al restaurante del hotel. Ordenamos café descafeinado. Desayunamos, él, huevos a la mexicana; yo, avena. El lugar estaba muy concurrido, la mayoría eran turistas gringos. Les gusta mucho la Baja California Sur. Uno que otro nacional, parecían agentes de ventas haciendo anotaciones en sus libretas entre sorbo y sorbo a su café. El portafolio a un lado y el celular en la mesa. Terminamos. Fui a la administración a darle los datos para la factura. —No tardo —mencioné. En ese momento, recordé lo que le había dicho días atrás: “¿Aún está en pie irme contigo? Si es así, te confirmo el domingo, de plano necesito unos días. Quiero irme…no aguanto estar aquí. Siento que me ahogo”. Su respuesta por Whats fue: “Desde luego, tú decides. Bonito día, cuídate. Abrazos”. Ahora me pregunto: ¿Habré hecho bien?, ¿de verdad necesito esto? No sé. ¿Arrepentida? No, para nada. ¡Estoy feliz! Comienzo mi metamorfosis.

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Valiente Viajo a través de mis recuerdos, buscando algo, algo decente. No encuentro nada. Mi vida por lo general gris, mi paso por la política dentro del PNR después PRI, mis mil amores que nunca cristalizaron un matrimonio duradero. De esto último culpo a mi personalidad, a mis vicios. Yo nunca hice algo digno, más bien presencié algo digno. Peor sería que no se dijese nada, tan cercana como el siguiente verano se encontraba mi muerte, algo tiene que leer el orador en el velorio. Hace muchos ayeres, la revolución fue la excusa predilecta para saciar la sed de sangre y saqueo dispuesta en todo hombre, aún en el más piadoso. No duró mucho tiempo para que rodara otra bola, a la que me uní, por instancias de mamá. Las circunstancias me llevaron al pueblo de San Miguel el Alto, justo al lado de San Julián donde el general Espiridión escapó de la muerte y de su batallón vestido de mujer. Tras meses de formalizarse la liga cristera se decidió por ocultar todas las reliquias y estatuas de la región en cuevas de la serranía. Las bellas imágenes eran apreciadas por los bárbaros por su chapa de oro. Nuestra brigada fue dejada a cargo del cura del pueblo. Los federales nos apretaban. En un pueblo cercano, Acatic, las fuerzas represoras expulsaron al cura, agarraron de leva a los chamacos, fusilaron a los hombres alzados en armas y lo que es peor, destruyeron las imágenes sacras. La incursión se programó para esa misma tarde. Para no ser sorprendidos en el trayecto, pues nuestras carretas nos hacían vulnerables, se decidió apostar un guerrillero en el puente. Aquel que viese el porte del joven a quien cayó la investidura, hubiese tachado de estúpido a quien lo asignó. Su cara demacrada, pálida, su espalda encorvada. Y no era por nada su semblante decaído. Quien se quedaba era para atrasar todo lo posible las fuerzas federales, a todas luces una misión suicida. Quien asignó al infortunado fue el cura Clemente. De hecho, cuando lo dio a conocer nos encontrábamos en filas, nadie cuestionó al padre. Nemesio era el nombre del joven. De hombros 38

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Ángel Soto redondos, con callos en las uñas, barba rala pero picuda y cejas agresivas. Era descomunal, sin hombre que le hiciera frente. Su tomadera más recordada acabó con él atando a los alguaciles del pueblo al asta bandera de la plaza principal. Mi infancia la viví huyendo de aquella bestia, por lo que verlo en aquella deplorable condición me fue algo satisfactorio. Vi una sombra, una silueta moviéndose dentro de un escondrijo, me estremecí. Detrás de Nemesio emergió Rosa, diligente, se afanaba preparando la trinchera. Eso fue todo lo que vi, la carreta con las reliquias emprendió su recorrer. Me así de una esquina de la carreta, continué junto con ella, a paso lento. Aquel torpe hombre consiguió la más devota esposa. Para el recelo de las demás mujeres se desempeñaba como hábil sanadora. Todo sin haber tenido una profunda preparación, le era nato. Era una pequeña luz que nos hacía recordar la dulzura de nuestro creador. Aunque no se criara sola, resultaba de un humor distinto al de su madre. Recuerdo pasar por las calles de la zona vieja, en chozas, sonreírles a las chicas ahí reunidas. Me cuidaba de no salir al encuentro de la madre de Rosa, no me quería ahí, solo era un niño. Espantaba a la clientela. Valía la pena arriesgarse a un pellizco o coscorrón cuando Rosita te devolvía la sonrisa. Por ser una chica de un carácter inamovible se ganaba el odio de muchas personas en el pueblo; en el caso del cura, que no podía evidenciar el rechazo delante de todos, bien lo hacía mediante indirectas o desviando sacramentos. Aun así, no faltaba a misa. Enfrentó la muerte seguidas de amigas cercanas, ninguna de ellas era enterrada en el cementerio, a saber, dónde paraban los cuerpos. Las pruebas continuaron con un forzamiento llevado por un oficial y la cerecita sobre el pastel, la muerte de su madre. He dicho que era inamovible, su fe no tambaleó y cuando se le requirió al frente no dudo en enlistarse. Pasaría como en todas las familias de la región, las salvaguardoras de la casa eran las que


impulsaron a los hombres a enfrentarse al estado ante la prohibición. “No eres hombre si no defiendes la causa del Cristo”, en verdad no me imagino a Rosita decir esas palabras, pero debió de haber dado una amenaza similar, una que tornara a Nemesio en un manso cachorro. Quizás por vez primera, indeciso de su futuro. Llegamos a un límite del camino, desde ahí habría que cargar los cajones, llevándolos a lomo, descendiendo primero a la orilla de una laguna, para continuar por los matojos hasta internarnos en las cuevas. Acomodamos las figuras y recipientes con mantos de lino. Toda la labor se llevó sin interrupción. Clemente no erró. Antes de caer los primeros rayos de la mañana siguiente fui asignado a ver la suerte de los vigilantes. Clemente se aseguró de alistarme una vestimenta desarrapada para pasar por un vil pordiosero, también me quitó mis sandalias. Lo malo es que también pude ser confundido con un peregrino. Por último, me extendió una pala envuelta en trapos. Me encontraba con el estómago deshecho, a cada paso me tentaba a salir corriendo a algo parecido a un hogar. Me arremangaba. Mi madre no aceptaría cobardes, y por donde sea que me fuese se encontraría una sucursal de fe, en cada pequeño pueblo, erguido, censurador. El revoltillo de estómago me fue un mal soportable. En cada cruce me inclinaba pecho tierra, los senderos vacíos. Me resultaba algo exagerado el haber pedido la evacuación de todo habitante cristiano, todo el pueblo. Los animales terminaron encargados a los más pequeños, poco podía un infante de seis o siete años ante el ganado, aunque era mucho mejor que ser enlistados. Llevaban un fusil en la espalda, para no ser obligados a participar en la guerra a tan temprana edad. A los doce, en mi caso con trece, ya se encontraban listos para adentrase de lleno como soldado. En el camino vi a uno de ellos, a Juanito, que con dificultad volteaba un becerro que le doblaba en tamaño. No le molesté, se hubiese abochornado, justo cuando pasaba las bestias ya lo habían tumbado cuatro veces. Después de mucho arrastrarme me encontré debajo del puente, con cautela subiría por la ladera

pedregosa hasta el puesto de vigilancia. Seguiría, de no toparme con Nemesio justo en el borde. Mucho me dijo por el estado en el que lo encontré. Con la misma suciedad que lo caracterizaba, intacto, salvo por sus chanclas rotas y un pequeño hundimiento en la sien, ocupando el hueco, una roca de la ladera. Me alarmé, busqué despiadadamente a Rosa. Mil imágenes de ella pasaron por mi mente siendo vejada, violada, violentada hasta rogar un martillazo. Mi aturdimiento me nubló la vista, era humo, provenía del escondrijo. Un fusil sobresaliendo de la tronera me devuelve al piso y rogué: “¡Por favor no dispare, solo soy un niño!”. Nada pasó. Me levanté tiritando. “Se tratará de un oficial cansado de ejecuciones simples”, pensé. Mantuve los ojos cerrados esperando el disparo. Lentamente el ojo izquierdo abrió y el derecho también confiado. El escondrijo resultaba un lugar muy incómodo con el hollín y la ceniza. Avance seguro de aquel pensamiento. Dentro del hoyo se encontraba lo que quedaba de Rosa. Me encargué de los dos cuerpos. No pude enterrarlos dentro del cementerio, no tenía las llaves para entrar ni la fortaleza para llevar a cabo la labor de trasladarlos. De Rosita, el tacto al tomarla fue de sumo cuidado, algunas partes de ella se deshacían. Me vi envuelto por una serie de acciones, como movido por el viento, sin darme cuenta me encontraba de vuelta en la cueva. Rodeado de los restos de santos, la noche me denunciaba cobarde. Esa noche no concilié el sueño. Razón no faltaba. Proseguí con las revueltas, de pueblo en pueblo. Después, estando entre compañeros o capturado por el enemigo me llegó el corrido “La defensa del puente San Miguel”. Nemesio recibió toda la gloria, ni de las chanclas rotas ni del despeñamiento se hacían mención. De Rosita solo “su fiel compañera” se entonaba en una estrofa. Mi consuelo fue que andando el tiempo esa canción se tiró al olvido.

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Pienso que por haberme callado recibí de castigo este cáncer, del que ningún médico me libra de un futuro más allá de un año. Rezo a santa Hilaria que me libre de la culpa, sé que comprende la razón por la que renové su nariz por una un poco chamuscada de Rosita. Para el oyente será fácil saber si fui escuchado, solo con conocer la causa de mi muerte.

Cuatro pisos abajo

Antonio Cervantes Lozada

Naiden se percató de su aparición en la banqueta. Una estrella lo acompañó en la bajada, pero no gorgorió nanai, solo titiló tripas veces como si el azotón engendrara un viento cósmico. Después de encementarse, se orejeaba por acullá el piar del semáforo peatonal, y por allá y acá la larache respiraba los pasos vehiculares y los ronquidos. Cuatro pisos abajo un sonámbulo amaneció mojado de rocío y moronga, y solo los arañazos constantes de una escoba de ramas respondieron.

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Cautivante —¿De qué color eran las flores de mi casa? —te pregunté cuando llegaste. —Rosas —me contestaste. —No es cierto. Eran amarillas —fue mi respuesta. Esa noche no me abrazaste. Al día siguiente te vi besar al militar. Cuando te pregunté por qué lo besaste me dijiste: —Porque no quise matarlo. Tu amiga se llamaba Victoria, trabajaba para una armería y era preciosa. Yo en ese entonces no lo sabía, pero ella siempre llevaba una pistola cargada en el liguero. Debía ser buena con las armas, pero a la hora de conversar se volvía insulsa. Siempre me besaba en la frente, como a un niño o a un viejo, yo lo odiaba pues solo quería tocarle los senos que siempre estaban pareciendo salirse de sus blusas ceñidas. Me los imaginaba como frutas redondas, maduras y jugosas. Ella estaba acostumbrada a tratar con hombres. Era parca, pero sexi. Ella me hacía sentir encadenado a sus movimientos. Tú eras una mujer hermosa con un arma más poderosa que la de ella entre las piernas. Me gustaba oler tus zapatos cuando te quitabas las medias y las sacudías frente a mi cara de idiota. El viejo dueño de la armería siempre seguía los protocolos. Primero haz esto luego aquello siempre lo oía decir. A veces me imaginaba a mí mismo tomando un arma, apuntarla hacia él y quedarme con todo ese dinero que siempre había en la caja. Él tenía tanto y yo tan poco. La vida no era justa con todos. Solo lo supe por sus botas, no había nadie más que él que usara ese tipo de botas viejas de militar. Quiero pensar que no tuviste alternativa. No sé si tú pediste o él ofreció. Al llegar a casa y ver las huellas, las reconocí de inmediato. El pecho comenzó a dolerme y tuve la intención de ir a la cocina a tomar un vaso de

Anel May

agua, pero el saber lo que podía estar pasando en la recámara me detuvo. Caminé por el pasillo lentamente, entonces los vi a los tres revueltos entre las sábanas. Después de todo, los pezones de tu amiga sí eran rosados y suculentos como los había imaginado. No sé cómo demonios fue lo primero que pensé antes de reaccionar y tirarme sobre el viejo. Lo demás pasó muy rápido. Forcejeamos, él y yo rodamos por los escalones, algo se rompió, pues una astilla se clavó en mi mejilla derecha, aunque no sentía dolor. Solo escuché la detonación que me hizo llevarme las manos a los oídos. Recuerdo ver la luz del disparo en medio de la semi oscuridad. La piel de Victoria era muy blanca y aun con el cabello revuelto seguía luciendo esplendorosa. Ya se había cubierto la desnudez con una sábana. Sus formas sinuosas se dibujaban en las sombras. No te vi hasta que caí y sentí mojada mi camisa, me toqué el abdomen y sentí la sangre caliente escurriendo entre mis dedos. Hasta ese momento no sentía nada. Tú estabas parada desnuda, descalza y te amé más que nunca. Llorabas, pero yo no podía escucharlo pues aún tenía el sonido del disparo martillando mis tímpanos. Y un zumbido constante en los oídos como cuando iba al antro y escuchaba música estruendosa por horas y cuando salía no escuchaba nada. Así, pero peor me sentía. De pronto me dio risa pensar que tenía un hueco en la barriga, y me imaginé que me iba a pasar como en las caricaturas, que cuando tomara líquidos me saldrían por el orificio. Eso me hizo reír más fuerte. Recordé que tenía sed, y me pregunté por qué no paré antes a beber un poco de agua. Mi madre me dijo que mi primera palabra fue agua. Según ella porque estaba ingresado en noviembre 2020

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el hospital con fiebre, tenía apenas ocho meses y aún no podía hablar. Me contó que cuando llegó a verme lo primero que le dije fue agua. Tumbado boca arriba pude ver que lo que se rompió al caer fue el florero con las margaritas marchitas. Sentí el agua de la vasija rota mojándome el cabello. Quise voltearme para lamerla y entonces los pétalos regados me recordaron a los altares de día de muertos. Te dije que las flores eran amarillas.

II Sara tenía los pies sucios y pelados de tanto andar descalza, así le gusta caminar. Desde pequeña le gusta andar para todos lados con las patas peladas como le dice su madre. Ahora que es adulta lo sigue haciendo. Es la época de la canícula y los pies se cuecen en el asfalto. Aún no han caído los primeros chubascos y las lluvias se han atrasado este verano. Sara camina en las calles del pueblo tratando de buscar la sombra y evitando los lugares escampados que le queman las plantas de los pies. Aparte va jugando, pensando que si pisa una raya de las banquetas pierde. A veces se imagina que caerá a un gran río de lava y que tendrá una muerte lenta. Otras veces piensa que caerá en arenas movedizas o que se la tragarán las pirañas o los tiburones o lo que sea. Pero va haciendo maromas brincando entre las piedras, los baches y las escarpas. Cuando ella nació pasó demasiado tiempo sin respirar, el aire no llegó a sus pulmones lo suficientemente rápido para volverla una niña como tantas. La hizo única. La dejó en el limbo de las maravillas. Con una madre alcohólica, una abuela anciana casi ciega y un padre ausente, su condición era una bendición que le permitía soñar despierta. La primera vez que Roberto la vio, imaginaba

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que iba conduciendo su camioneta. Hacía el ruido del motor con la boca y agarraba un volante imaginario mientras corría tanto como le alcanzaba a correr con sus pies rechonchos. La fiesta del pueblo sería en pocos días y sería muy bueno tener con quién ir, así tal vez los chicos de la cuadra dejarían de molestarlo si lo viesen llegar con una mujer. Se veía bailando toda la noche, mostrando sus mejores pasos, vestido como todo un galán. Iba a estrenar la colonia que le regalaron sus abuelos en su último cumpleaños y la ropa que usó la noche buena pasada, pues esa le hacía ver más guapo según sus primas. Luego la llevaría a cenar los tradicionales panuchos del mercado con doña Marta que trabajaba toda la noche en su fondita. A él no le gustaba la cebolla y además si la iba a besar no quería tener mal aliento. Había guardado sus gastadas semanales por más de un año y tenía buen dinero ahorrado. Él era muy vivo para las cuentas. Después de unos meses de novios les pediría a sus abuelos que lo acompañaran a pedir su mano, llevando por supuesto su dote de despensa para que sea más fácil el asunto. Sus abuelos siempre decían que el dar regalos abre puertas. Además, él sabía que en casa todos lo cuidarían siempre, pues así se lo habían dejado muy en claro. Sara ya venía de regreso cuando a él se le ocurrió hablarle. Ambos con el corazón de niños. Se vieron por primera vez fijamente cuando él dijo su nombre a media cuadra del parque. A ella siempre le había dado miedo ese niño que la veía siempre con ojos atigrados. Solo quiso huir cuando vio que la seguía, su abuela siempre le había dicho que se cuidase de los hombres de malos pensamientos y mirada cochina. No sabía muy bien a qué se refería su abuela con eso, pero entendió que algo muy malo le iba a pasar si la alcanzaban. Por eso siempre pasaba corriendo cuando se acercaba a la casa de Roberto, quien siempre la veía pasar dentro de las rejas de su casa. Sara quiso volar con los pies cuando se dio cuenta de que él estaba tratando de alcanzarla. Por un momento notó que la gente le gritaba algo, pero


no entendió qué decían; siempre le decían loca o cosas peores, así que había aprendido a ignorarlos. Solo corrió y corrió inflando los pulmones con el aire hirviente de la canícula. Entonces sintió el dolor más fuerte de su vida, pero pudo volar. Vio el cielo azul de forma tan nítida que su mano derecha se alzó un instante para tocarlo, entonces cayó. Fue un golpe seco sobre el asfalto hirviendo. El conductor de la camioneta no alcanzó a frenar de golpe. Le dio de lleno. El hombre se bajó a mirarla y gritaba que no era su culpa, que ella había salido corriendo de la nada y que todos lo habían visto. Solo gritaba: “No es mi culpa, no es mi culpa”. El último recuerdo que Sara se llevó de este mundo fue el rostro de Roberto bañado en lágrimas y gritando su nombre. Lo vio mientras yacía con la cara semi aplastada contra el piso. Solo sentía dolor en todos lados. Mientras lo miraba decidió que no era tan feo.

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Sin mi bastón blanco Cláxones, motores en cada una de sus revoluciones, capacidades, en primera, segunda, tercera, cuarta y enseguida las sirenas de patrullas, ambulancias que recogen heridos a unos metros, bomberos que van por la avenida como si de una autopista se tratase. Los autobuses, el metro, el colectivo. Las discusiones entre la gente que se ha pelado por un choque, una multa, una mentada de madre. Los estéreos emitiendo frecuencias diferentes de acuerdo a la música puesta. Pearl Jam, José José, Gardel, mariachi, música actual, clásica o alternativa. Pasos de gente obesa, delgada o desnutrida. Botas de trabajadores, zapatos de vestir, tacones de diferentes medidas y tenis. El organillero, el tipo tocando la misma canción de rock en español, el vendedor ambulante. El aroma a cigarro, a fritanga, a ciudad. En el parque ahora escucho a los pájaros como un tranquilizante, el tianguista, el oportunista. El chismorreo de señoras, las risas de los niños, el sonido de los señores al doblar el periódico y los mismos discutiendo por el partido del sábado, por Monterrey, por el Morelia, por las Chivas, por León, por el Pumas. Perros persiguiendo a los gatos en su felicidad y vagabundez perpetua. Palabras de amor entre jóvenes parejas que se van con el viento y con el tiempo se vuelve silencio de un largo y aburrido matrimonio, que de forma sorprendente también siento, porque el ruido de la monotonía es brutal. Aprendo y memorizo cada ruido o sonido que componen la catarsis de esta ciudad. Reconozco cada ruido que hay, ya que soy ciego. Toda la fonología que comparte una ciudad yo la sé, la maldad es el único factor que todavía no entiendo. Me detengo cuando el semáforo está en rojo, la gente para, los autos corren y yo sigo sin ver. Entre ese cúmulo de personas siento apretones. Saco mi celular y el aparato me dice tres con quince. Lo guardo y pienso hasta qué punto podría llegar la inteligencia artificial y qué tan bajo quiere

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Mario López Efigenio

llegar la humana en este suicidio colectivo. de nuevo los apretones, los manoseos y en mi mente inocente pienso que es una mujer pervertida a la que le excitan los ciegos y en el fondo me prende mucho, hace ya tiempo que no estoy con una mujer y la única con quien hablo es Mary, la enfermera de mi doctor. Ella tiene casi cincuenta, pero su voz parece de veinticinco. Entre jalones y bulla ahora ya no siento el celular ni la cartera, tampoco mi bastón. ¿Por qué querrían mi maldito bastón? ¿Con qué fin? El semáforo pasa a verde de nuevo, cruzo la calle cuando todos lo hacen, sin mi bastón no puedo caminar del todo bien. “¡Fíjate, pendejo! ¡Cuidado, idiota! ¿Eres ciego o qué?”, escucho a la par de que me caigo. Sí, soy ciego en un país de manos largas. En el piso nadie quiere ayudarme y algunos me pisan, otros me esquivan. Un niño por fin me auxilia y su madre lo regaña: —¡Déjalo! —le ordena. —¿Por qué, si se ha caído? —replica el niño. —¿Que no sabes que es una de las tantas nuevas formas de asaltar? —le recrimina al niño mientras se alejan. Camino hasta buscar apoyo y nadie responde, un policía bueno llama a un taxi al que le doy mi dirección, el taxista asiente anodino. Tres hombres de voces gruesas me bajan del taxi y me secuestran, un cuarto de voz chillona dice con sarcasmo que no necesitaré ser cubierto de los ojos. Llaman a mi casa y al descubrir que no somos de dinero logran sacarle veinte mil pesos a mi madre, los que creo eran para mi operación. Antes de dejarme ir me dan una golpiza y me tiran en alguna calle cercana. ¿Qué tan perdida está la moral del ser humano? Yo sin mi bastón, sin mi vista, pero ellos sin moral, sin escrúpulos, con la maldad a tope y una buena fe inexistente. El bastón blanco no es lo que me duele, el bastón blanco es solo la razón para hacer perder mis esperanzas al ser humano.


Capitulo I. Introducción Habíamos nacido durante la luna llena en una casa de piedra, golpeada por el viento y los rayos del sol. Fue una noche de marzo cuando en contra de las leyes de la naturaleza, diluviaba. La tormenta se avecinaba, pero no llegó. Entre los gritos de una mujer y los susurros del viento habíamos venido a este universo. Fuimos un signo de la novatada del destino que siempre arruinaba las vicisitudes de la vida. Se decía que en la mesita había un cirio cuya llama mostraba el lugar de la revelación. La ventana estaba cerrada con las cortinas que no dejaban entrar la luz como si fuese un gran peligro. La cámara de nuestro nacimiento parecía sumergirse en la oscuridad entrelazada con la luz de la luna y las miradas de nuestra madre y abuela. La cama, en la cual nuestra madre nos dio a la luz, estaba bastante grande para ocupar la gran parte de esta habitación ni enorme ni pequeña. El armario, escritorio, alfombra y todos los objetos eran negros, oscuros, tremendamente indestructibles dando la impresión de existir desde siempre. Nuestra fortaleza era coronada por el techo rojo tan esbelto y puntiagudo que nos parecía levantar hasta el cielo en todos los matices del azul, rojo o negro. La construcción de las tablas daba la impresión de sumergirse en las nubes que siempre flotaban sobre nosotros encerrados allí. Al tamaño de la casa no se le podía definir, como si hubiera sido un universo en sí mismo. Las habitaciones y corredores eran incontables. Por sorprendente que sea, a los libros que habían cubierto las estanterías en nuestra casa, les faltaban las palabras de la introducción. Cada volumen era escrito en la lengua que sonaba solamente entre nosotros. Las líneas compuestas de los símbolos misteriosos y casi incomprensibles, redondos y rectángulos formaban las frases con el significado sagrado. Nos llevaban al rincón desconocido en nuestra conciencia donde había todo lo que nuestros antepasados habían querido conservar en la memoria. Conviene también decir que vivíamos

Anna Banasiak

bajo la emanación de una diosa esbelta y rubia, con los ojos tan claros que parecían lagos cristalinos en el desierto. Se llamaba María, como el mar que llevaba adentro. Cuando ya sabía escribir y dibujar soñaba con construir la catedral de la palabra. Esta idea crecía en mi mente para que llegase a ser un universo, mi propio templo donde iba a instalarme. Pasando las noches en blanco, con los ojos cerrados observaba el movimiento de las palabras en mi mente. Cuando las noches eran oscuras y frías junto con mi hermano gemelo solíamos mirar tras las cerradas ventanas en nuestro dormitorio. Buscábamos a la estrella fugaz prometida en los libros que habíamos leído en la infancia. A pesar de todo nuestro esfuerzo el cielo seguía invariable. Entonces a los 15 años me puse a escribir mi propia historia de la humanidad. Fue un cuento triste que se refería a los cuantiosos fracasos y más numerosos motines contra la naturaleza, dioses y principios de la vida. Pasando las horas escribiéndolo aprendí a diferenciar las sombras de sus arquetipos. Inundándome cada vez más profundamente en mis recuerdos descubrí que la mayoría de ellos era inventada por mi imaginación. Tenía que llegar a la conclusión de que probablemente como todos los humanos mi mente trataba de manipularme. Llegando a la edad de la adolescencia empezamos a vislumbrar varios signos de la desintegración de nuestro mundo, los días de desesperación y las noches de angustia. El rompecabezas compuesto de las figuras, sombras y recuerdos se ponía a perder las últimas conexiones con lo presente. Nuestra ilusión de lo real invariable se fue. Las criaturas que solíamos llamar maniquíes estaban para avasallarnos todos acabando de esta manera con nuestra realidad. Las cabalgatas de las baratijas atravesaban las calles y callejuelas

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contagiándonos de la grisura y la pobreza. De esta manera nuestra infancia acabó. Al haber cumplido los 15 años, el segundo día de marzo, Abuela nos llevó al lugar conocido como 'Suspiros de dragones'. Sentados en el jardín, admirando las flores que empezaban a florecer, escuchábamos la descripción de las montañas en primavera. Abuela estaba revelando varios detalles de este lugar: los colores de la nieve, sonidos que sonaban entre las cumbres, o aromas emergidos de la niebla. Sus palabras fluían imitando la realidad que el tiempo estaba pasando fuera de nuestra percepción. Devorando su cuento, no podíamos distinguir nuestras sensaciones de las imágenes nacidas a consecuencia de escucharla. A todos los elementos de esta magnífica fábula los estábamos visualizando al no pensar en la realidad fuera de nosotros. Recuerdo que mis ojos nunca brillaron tanto como el día de nuestro viaje. Las elevaciones majestuosas casi cubiertas por la niebla revelaban un aspecto excepcional de la naturaleza. Aunque estuvimos rodeados por varios fenómenos naturales a los que antes no le habíamos puesto la atención. Pasando todas estas sendas y rincones pensaba en la gran cantidad de los lugares que todavía no habíamos visto. —¿Sabéis dónde estamos? —Abuela preguntó mirándonos atentamente. —En las montañas. Ayer nos dijiste —le respondí. —Quiero mostraros este camino que tenéis que recordar como si fuera un secreto mejor guardado. ¡Vamos! —dijo finalmente. Su voz nos pareció más baja y áspera que normalmente. Mientras que la danza de sus movimientos mostraba ansiedad, su vista daba una impresión de tranquilidad. En este momento estábamos observando a dos mujeres diferentes, una de las cuales fue nuestra Abuela bien conocida, mientras que la otra nos parecía un pájaro encerrado en una jaula sin salida. Estábamos recorriendo la distancia entre el desfiladero y el lago conocido como 'Lágrima', donde podíamos respirar tranquilos como si hubiéramos llegado a casa del largo exilio. Rodeados por las montañas y sumergidos en la 58

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niebla tan densa que parecía incorporarnos totalmente, dejamos de temer a los maniquíes. —Tenéis que saber cómo llegar aquí en caso de que sea necesario —repitió Abuela. —Todo está desapareciendo y cambiando. ¿Quizá nuestro mundo desaparezca para siempre? Su corto monólogo acabó en silencio. Entonces esta idea incomprensible de la desintegración fue completamente extraordinaria. Nuestras mentes no estaban preparadas para entender este concepto y llegar al acuerdo con la visión tan abstracta. El significado de la palabra desintegración que pasaba por nuestra imaginación, era una imagen compuesta de los recortes de varios colores, los elementos de procedencia desconocida y misteriosa, los sonidos inquietantes. La transferencia de este significado a la representación del futuro nos parecía imposible y contradictoria con el sentido común. Sabíamos que su tristeza y añoranza le llenaban más y más. Esta tarde Abuela seguía repitiendo que no podíamos olvidar los nombres de los recuerdos encerrados en varios rincones de nuestra casa. Fueron los nombres que ya hace mucho habíamos olvidado. Existían solamente en la memoria infinita de ella. —Dentro de dos horas anochecerá. Tenemos que volver. ¿Habéis recordado todo? —Abuela preguntó. —Sí —Bruno le respondió inseguro, no pudiendo esconder sus dudas. Nadie de nosotros quería irse. Al haber encontrado finalmente el lugar del refugio, teníamos que volver a la ciudad cuyas puertas quedarían cerradas desde siempre según nosotros. Cuando pasamos 'Lágrima', el cielo se puso a oscurecer. Estaba para llover. —¡Angharad, vamos! —Bruno me apuraba. —Si no logramos llegar a tiempo cerrarán la ciudad. Teníamos menos que una hora mientras que habíamos recorrido la distancia de 2000 pasos. Nos bastaban más o menos 800. Al estar cerca de las puertas de nuestra ciudad vimos una manifestación de maniquíes. Las cabalgatas de estas criaturas estaban marchando, moviéndose alrededor de un


muñeco de paja que llevaban en un altar de madera. A sus cuerpos los acompañaban los susurros y respiros, los sonidos inquietantes. Nos parecía como si acabásemos de entrar a una realidad diferente. A pesar de que las puertas seguían abiertas, no nos atrevimos a dar un paso adelante. —¿Qué hacemos? —Bruno murmuró. —Tenemos que retirarnos hasta el cementerio —Abuela respondió sorprendida viendo cierta conmoción. —¿Qué pasará si alguien nos ve? —pregunté estando casi segura de que estábamos yendo donde Bruja. A su verdadero nombre todos lo querían olvidar y borrar de la memoria, pero ella seguía viviendo allí. No parecía temer al odio de los maniquíes como si hubiera estado en este lugar desde siempre. Mirando su cara se podía pensar que el paso del tiempo no le había tocado. Ella solía moverse como una treintañera. Bailaba con sus caderas dando la impresión de seducir al tiempo. Esa noche llevaba un vestido largo cuya negrura contrastaba con nuestros rostros pálidos. Su pelo entonces me pareció rojo para que más tarde viera los primeros rayos del sol veraniego. Abuela no llamó a la puerta que resultó estar abierta. Cuando entramos, Marit no estaba sorprendida. —Entrad y cerrad la puerta —Marit dijo mirándonos atentamente. —¿Nos podríamos quedar aquí hasta mañana? Tardamos demasiado tiempo volviendo de las montañas —Abuela seguía conversando. —¿No vais a olvidar el camino? —Marit dijo con una sonrisa—. Quedad. Su isba, parecida a nuestra casa, tampoco era ni grande ni pequeña. Ninguno de nosotros sabía definir el verdadero tamaño de este objeto, situado en alguna parte del universo. Tras la ventana más pequeña se veían las gotas de lluvia que parecían ser los reflejos de las lágrimas humanas. Llovía a cántaros y hacía frío que pelaba. Mientras que nosotros nos quedábamos encerrados tratando de sobrevivir esa noche, el viento batía las paredes de madera, como si fuera un acto sexual entre los animales, los últimos representados de su especie. Entonces probablemente nos dormimos. Mientras que nos alejábamos de la realidad,

sumergidos en nuestros sueños, Marit y Abuela estaban discutiendo. Al haberme despertado, vi los restos del fulgor del fuego en el fogón. Bruno estaba dormido. Pretendiendo lo mismo, con los ojos cerrados logré oír la conversación entre nuestra Abuela y Bruja. Quería encontrar unas palabras cuyo sonido pudiera sonar en la manera familiar, pero no pude entender ni una sola palabra. Sus voces parecían unos susurros, exclamaciones y suspiros aparentemente desprovistos de significado. Habrían discutido así toda la noche. Cuando finalmente aclaró, Abuela nos llevó a casa. Aunque no tardamos mucho, yo no podía esperar ese momento cuando llegamos. Sorprendidos, vimos que la manifestación nocturna de los maniquíes ya había acabado dejando la realidad en un estado bastante bueno. De todos modos, dentro de unos minutos después de entrar a nuestra casa, notamos que la puerta estaba abierta. —¡Esperad aquí! Alguien está en casa —Abuela nos advirtió. —¿Adónde vas? —dijo Bruno, no quería que estuviésemos solos, como si supusiera que Abuela tenía razón. —Vuelvo ahora mismo. Tranquilos —dijo ella, alejándose. Abuela no parecía notar que la estábamos siguiendo. Estaba sumergida en sus pensamientos abriendo las puertas del cuarto más importante de toda nuestra casa. 'El museo del pasado' se hallaba al final del pasillo que llevaba del porche del dormitorio a la solana. Cuando entramos, vimos las huellas más visibles del intruso. Al suponer que, si nos había forzado una banda de los maniquíes, voraces y feos en todas dimensiones, entonces habríamos atravesado las sendas entre los restos de nuestro legado. La cámara de nuestra memoria olía a sudor, como si mil maniquíes hubieran bailado allí. La habitación sembraba un desván de varios objetos olvidados por todos. Si antes en estas estanterías había innumerables volúmenes de las memorias, entonces mirábamos papeles, objetos y fotos desordenados en el suelo. La luz noviembre 2020

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que había salido por la ventana abierta se estaba moviendo por la alfombra, mientras Abuela buscaba algo febrilmente. Cuando finalmente su Scriptura fue encontrada, a su cara volvió el semblante de tranquilidad. Era un libro cubierto por dibujos de criaturas sonámbulas, encuadernado en cuero marrón, que parecía tener más páginas de las que se podía notar a primera vista. Ese día Abuela no nos dejó incluso hojearla. Habiendo recogido la dicha habitación hasta el día siguiente, nos olvidamos tanto de Bruja como de los acontecimientos de nuestro viaje. Apenas dos días más tarde haciendo los deberes, Bruno exclamó: —Últimamente en nuestra vida ha habido tantas coincidencias sorprendentes que casi empecé a creer en el destino. —Su cara se levantó sumergiendo su vista ardiente en la mía. —Pues, quizás allí esté la cosa. Quizá tengas razón —le respondí jocosamente. —Hermanita, en este caso no hubo ninguna coincidencia. ¿No te sorprendió que cuando salimos de allí tantas cosas raras hubieran

De los Demonios

ocurrido? ¿Por qué no pudimos volver a tiempo? —Bruno añadió despertando mis dudas. —¿Qué quieres decir? —Escuchando su argumentación pensaba que debería confiar en él. Los acontecimientos en los que habíamos participado no eran coincidencia. —Esto es muy simple. Abuela no quiere decirnos qué está pasando. Solamente se está andando por las ramas —continuó diciendo. Al escucharlo, lo que vino a mi memoria fue Bruja. La luna parecía blanda, viscosa y compuesta por una sustancia casi líquida y hedionda. Su espacio daba la impresión de que fuera rugosa y cubierta por varias deformaciones poliédricas. Pensé que incluso las estrellas abundaban de fealdad. Nuestra realidad empezó a convertirse en un universo de la opacidad. Estábamos experimentando el soplo del frío que pelaba, rodeados por las sombras desconocidas que nos seguían todo el tiempo. Un rato más tarde ya estábamos dormidos.

Juan Rogelio

Me incorporé. Estaba sudorosa y muy espantada. Tenía la respiración agitada y creí que se me iba a salir el corazón, debido a lo fuerte que sentía que golpeaba contra mi pecho. Nunca antes, como esa noche, había podido abrir los ojos tanto como lo hice ésa, después de haber dormido. Tampoco, hasta antes de esa noche, me había asustado tanto. Y menos aún me había ganado el sentimiento como esa vez. Fue por eso que, en cuanto vi a mi mamá, igual que si tuviera yo cinco años, me abracé a ella. No dije nada, y me puse a llorar contra su pecho. Sentí cómo ella me daba en la espalda unas palmaditas, que me devolvía el abrazo y que me apretaba contra su pecho. Igual sentí que sus manos me acariciaron el cabello, como para que me calmara. —No pasa nada, hijita —oí que me dijo—. Ya. Ya. Ya pasó. Fue nada más una pesadilla, mi niña.

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Allá en el pozo Una mañana desperté rodeada de verduscas plantas colgantes, lianas y enredaderas por doquier. Insondable la cantidad de tonalidades de verde, por lo que estuve un buen rato mirando hacia arriba con el ojo pelón, la vegetación era interminable, se fundía allá en lo alto con el azul pálido del techo, que ahora dudo si era un techo… De repente algo me hizo pestañear, de golpe empezó a caer una masa pesada que rompía el vapor enigmático de esa selva en la que ahora me encontraba yo. Y mientras iba cayendo aquella bola giraba sobre su costado derecho y alcanzaba a ver unas tenues líneas color amarillo; tardé unos segundos en descubrir que su vientre era plano y que su cuerpo terminaba en una arquitectura convexa. Más tardé en enterarme que el peso y tamaño de aquella masa eran de considerar: el impacto sería brutal, sus pequeñas patas no hacían más que frenar en el aire… Conforme se acercaba a mí me di cuenta de que ambas estábamos asustadas. Cuánto agradezco que el hombre que estaba allí conmigo llegó en el justo momento para atraparla con sus manos, ahora la podía ver cara a cara, o mejor dicho cara a vientre: una tortuga. Yo seguía pasmada, pero ni tiempo tuve de preguntarme ante lo ya sorprendente e inverosímil del caso. Ahora empezaron a caer muchas de ellas, pero más pequeñas, menos pesadas, incluso un tanto irreconocibles. El hombre siguió ayudándome y es que todas esas tortugas pequeñas iban cayendo en una especie de ovillo de hilos nacientes de un árbol; finalmente dejó de llover caparazones. Pero no quedó ahí, y es que, en mi recorrido a otra parte de este extraño mundo subterráneo, me dio por caminar por un pasillo como adivinando para dónde había que continuar. Nuevamente me asaltó la incomodidad, pues un intruso jugaba dentro de mi zapato, ¡escurridizo el animalejo ese!, bailoteaba y era difícil de agarrar. No olvido su aspecto pues era muy simple y negruzco, tampoco olvido sus ojitos viéndome fijamente a la cara, tal

Marcia

vez sería lo que en el mundo terrenal llaman ajolote. Finalmente, presa de la desesperación por no poder quitármelo del zapato, como sin querer, volteé a ver hacia arriba, al techo o al cielo, ¡qué sé yo! Escena siniestra me esperaba ya… mi propia cara inquieta asomándose desde un agujero en lo alto: el pasado y la actualidad sin cruzar palabra. En la casa de mis abuelos había un pozo, de pequeña escuché en varias ocasiones que en el fondo de aquel pozo habitaban tortugas, animales que despertaron mi curiosidad. Toda la tarde mi atención quedaba adherida a dicho monumento, desde entonces era presa de aquellas profundidades. En ciertos momentos a escondidas, levantábamos una tabla que cerraba aquel pozo, yo me acercaba lo más que podía, pero solo lograba ver un manto oscuro. Hoy me encontré allá en el pozo.

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Minificciones Yassika María Rengifo Castillo

Vinilos El último arcoíris trajo el rosa de tus labios a mi ventana que iluminó rayos de sol a mis días de oscuridad. Recordé que tu partida se había extendido en los horarios académicos y el trabajo de medio turno; ladrones de tus caricias en noches de incertidumbre. Mi amor permanecía firme aunque tus llamadas se nublaron, las cartas frías y silencios profundos anunciaron el final a mi corazón. Mis lágrimas no cesaron y comprendí que los vinilos solo existieron de mi parte, y los tuyos habían muerto.

Sentado en el balcón En las frías calles de junio los recuerdos empezaron a entonar las melancolías que jugaron con las fotografías del ayer. Emma recordó que los momentos dolorosos se podrían borrar si empezábamos a olvidar que los hijos no vendrían de su vientre, sino que serían un regalo de esa fundación de niños. Su intento por hacerlo fue hermoso, pero su ego no podía soportar a alguien que no fuera de nuestra familia y partió esa mañana sin decir adiós. He llorado como un niño sin consuelo, sentado en el balcón tratando de encontrar porqués que no tienen sentido. El amor de mi exmujer se esfumó como las brisas que bailan con septiembre aniquilando mi corazón.

Recorriendo sus pasos Recordé que nuestra historia nunca se escribió entre rosas y días de sol. Silvia y yo nos conocimos en el bar que solía frecuentar los viernes cuando salía de mi trabajo. Descubrí que detestaba los días de invierno, las comidas chatarra, y la música rabalera

que le recordaba los golpes de su padrastro. No deseaba que tuviéramos una relación estable, lo que presenció en su casa era suficiente para creer que nuestra relación se reducía a conversaciones del mundo, relaciones sexuales y aguardientes; momentos que me alegraban, pero alejaban la posibilidad de un nosotros. Cuando le confesé que la amaba su frente se ciñó y permaneció largo rato en silencio, prometiendo que hablaríamos después del tema… Han pasado seis meses y no regresó al bar. Sigo recorriendo sus pasos entre las orquídeas que tanto amaba, y sus fotografías se aniquilan entre mis lágrimas del ayer.

En un sueño Llegué a casa cansado de susurrar tus canciones en el jardín que alegró nuestras tardes. Las azucenas habían florecido contándole a las nubes que tú y yo éramos felices en medio de un mundo turbulento que se roba días de sol. Las dos de la tarde se convirtieron en el himno de nuestro amor que jugaba con el algodón de su piel. Algodón que se enlazaba con mis manos sedientas de amor, en una búsqueda desesperada por besar el néctar de sus pezones, que aceleraron mi corazón. Sus piernas se abrían como las alas del Diamante de Gould en el verano, y mis fluidos llegaron como susurros del sol, entre sudores profundos que endulzaron mi cama. Éramos uno, el mundo se esfumó en el canto de las rosas. En medio de nuestra oda celestial oí una voz que gritó: “Jaime, despierta se hace tarde para tu trabajo”. Era mi madre, me recordó una vez más que en un sueño siempre estarías, vida mía.

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Una suave y triste flor. Margarita ha bajado de un cerrito, es tan solo una niña. Son 6 kilómetros para ahorrar unos cuantos pesos y poder traer de comer a sus hermanitos. Va cerca de su madrecita; al igual que ella carga un tenate donde lleva anturios, alcatraces, perones con algunas florecitas azules de monte. Las letras poco las conoce, pero en las cuentas no le falla ninguna yo solo la miro pasar. —Margarita, ¿no te cansas de caminar? —No, ma, debo ayudarte. —Si quieres quédate. —No, ma, voy. ¿Quién cuidará de ti? La niña llega a la bella ciudad productora de café de exportación y trata de vender las florecillas, los perones y tortillas a la gente que pasa indiferente. Pone su puesto y paga los 15 pesos por el derecho de piso. Margarita sueña cuando mira pasar a las jovencitas, imagina que un día como ellas también usará zapatos con tacones altos, pero al mirar sus pies, sabe que quizás no van a caber. Ya de regreso con algún dinero y demás cosas para comer en la semana, sube el camino pesado, triste, lleno de neblina. Las nubes bajan a poner gris el paisaje y recordarnos que vivimos cerca del cielo. He mirado a la pequeña al pasar frente a su casa, jugando con su risa alegre o mirando tristemente hacia la mesa, sé que no ha comido este día cuando esta quietecita, triste, cerca del árbol que ningún fruto tiene ya. La neblina llega temprano como cada atardecer; en este pueblito pegado al volcán los niños ya no tienen frío. —Ten, Margarita, come algo. ¡Ya no tengo hambre y me los acaban de traer! En las altas montañas la televisión no los entretiene, simplemente no la ven; el radio muy poco se escucha, lo encienden únicamente los albañiles cuando regresan de su trabajo en la ciudad de México; la luz eléctrica es cara al igual que el pasaje de las camionetas de trasporte público. La comida escasea, estas tierras de cultivo no producen casi nada. La gente se alegra cuando pagan los apoyos sociales del gobierno, el apreciado apoyo que permitirá comer y descansar algunos días. Entonces los hombres bajan a 72

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María Esther Cruz Hernández divertirse a la ciudad, unos pocos compran lo necesario, los niños se preguntan cosas, yo los he visto y escuchado. —Ma, ¿por qué los niños de aquí no usamos zapatos como los de la ciudad? —No tenemos. —¿Quién le ha dado los zapatos a esas niñas que miro pasar? —Su ma, su pa. —Má, ¿me vas a comprar un día unos zapatos o nunca los voy a tener? —Mija, los niños de aquí no son como los de allá. Las de acá son como las palomas, las viste y las cuida Dios. Ya vez tu pa, me pega las veces que quiere, para el valgo menos que una vaca. ¿Tú crees que algún día me comprará zapatos? Si de plano no bajo a vender no comemos, ¡lo sabes, Margarita! Conténtate con vivir así mija, aquí nos vamos a quedar hasta volar. Un día de tantos en casa de Margarita entró la enfermedad por medio de la carne que trajeron de una carnicería la cual compraron más barata. Empezó con el niño mayor, pero solo mató a la niña Margarita. Desde ese día no volví a verla pasar rumbo a la venta, ni sentarse a escuchar y escribir cuando venía a clases. Hoy al lado de la puerta del salón me llevé una sorpresa: vi que al fin las flores que sembramos han dado luz a esta escuelita. Entre ellas, sencilla y apenada, en forma de una flor, Margarita ha adornado mi jardín. Evoco su recuerdo y pienso en miles de margaritas más bajando del cerro igual que ella, faltan a la escuela, van a vender sus florecitas, los perones y tortillas hechas a mano para ayudar a sobrevivir a su familia. Me pongo a pensar ahora que estoy tan lejos: ¿qué será de aquellas margaritas?, las que aún sueñan con tener lindos zapatitos, aquellas que viven pensando que son como palomas con un valor menor al de las vacas y un añorado día, como las aves, volarán hacia sus sueños eternos.


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Los deseos de Serena

J.R. Spinoza

Fragmento de novela Capítulo ocho Estaba algo aturdida por todo el griterío de los vecinos que rodeaban el cuerpo de mi hermanita tirado en el suelo. El vehículo la había golpeado en la cadera haciéndola caer bajo el carro que siguió su camino arrastrándola sobre el pavimento, hasta que el cuerpo salió del otro lado. Me acerqué a Ami. Una línea de sangre trazaba el camino. Tenía el cuello completamente roto, lo que hacía que su cabeza tuviera una posición antinatural. Una de sus piernitas estaba completamente doblada al revés. Y la mitad de su rostro estaba cubierta de sangre. Me hinqué junto a ella. Lloré. —Hermanita, hermanita no te mueras hermanita. Yo te amo, siempre te amé. Estaba celosa Ami. Siempre fuiste la mejor de las dos —la voz se me cortaba a ratos por las lágrimas. Un hombre vestido de blanco me hizo a un lado con el muslo mientras se arrodillaba junto al cuerpo, no me había percatado del paso del tiempo y de la llegada de la ambulancia. La tocó del brazo, del cuello. Se apartó por un momento y regresó con un hule de color azul con el que le tapó el cuerpo. —¡No! —grité—, ella no está muerta. Esta solo inconsciente, llévenla al hospital, si lo deseo con fuerza podrá sanar. Cambiaré todos, todos los deseos que me quedan. Para ellos sólo era un familiar histérico diciendo incoherencias. El dolor en mi pecho era tan fuerte, tan profundo que creí que no podía crecer más. Pero lo hizo. Ese dolor se hizo más grande cuando llegó papá. Lo vi bajarse del taxi como rogando a Dios que fuera un maldito error. Pero cuando levantaron el hule azul, cuando la vio su rostro se transformó. Juraría que envejeció diez o veinte años. Se desplomó sobre el suelo. Sentado sobre el asfalto, comenzó a llorar. No tuve el valor de acercármele. No pareció notar mi presencia. Estaba como ausente. Sumido en su dolor y con lágrimas en los ojos.

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Francisco me tendió la mano y me sacó de ahí. Acepté su ayuda. Volvimos a mi casa, cuando entramos a la sala descubrí un libro en el sofá. Era de color morado y rojo, tenía el título escrito con letras doradas: “Las mil y una noches”. Lo tomé sin pensarlo y lo apreté fuerte contra mi pecho. Era el libro que Ami tanto había deseado, el cual nunca terminaría de leer. Me desplomé sobre el sofá. Recordé la tarde de ayer que pasé leyendo y comiendo galletas con mi hermanita. Resultaba absurdo que ya no estuviera. —¡Tiene que ser una maldita broma! —dije mientras un ardor de tristeza e ira me quemaba las entrañas. Francisco se sentó a mi lado. Me tomó del hombro. —¿Qué fue todo eso? —preguntó con la seriedad de un orador en sepulcro. Le conté la historia desde el principio. Cómo el termo que encontré contenía un genio y éste me cumplía deseos. Le dije acerca del plan de James para arruinarme la vida y hacerme pedir más para poder ser libre. James no dejaba de pasearse entre nosotros, su rostro iba cambiando miles de veces, con miles de muecas, cada una más aterradora que la anterior intentando que el miedo me hiciera detener la historia que le contaba a Francisco; pero la pérdida de mamá y sobre todo de Ami, me infundían el valor necesario para que ese miedo no me paralizara. Cuando terminé de hablar, mi compañero se quedó unos momentos en silencio, como terminando de digerir la información. —Tiene sentido —dijo solemne. —¿A qué te refieres? —Los genios son seres muy poderosos, pero son esclavos, ¿por qué?, porque alguien les encerró ahí. De otra manera causarían estragos en el mundo. Su poder puede llegar a ser incontrolable. —¿Cómo sabes todo eso?


—Todo está ahí —señaló el libro de Ami que yo sostenía en los brazos—, supongo que aún no has llegado a esa parte. Abrió el libro y comenzó a hojearlo buscando cierta página en particular, cuando la encontró, se detuvo y comenzó a leer. —“Nosotros los Efrit somos seres hechos del fuego, con grandes poderes” —leyó Francisco—, esto lo está diciendo el genio de la lámpara, y agrega: “Fuimos encerrados por el gran mago Sulaymán”. —¿Sulaymán? —repetí intentando reconocer el nombre. —Es como llamaban en Medio Oriente al rey Salomón —respondió Francisco. —¿Salomón el de la Biblia? —pregunté. Francisco asintió con la cabeza. Salomón era hijo del rey David. Famoso por ser un rey muy sabio y aficionado a la lectura. Nos sentamos a leer el libro, tratando de buscar alguna pista o clave que nos ayudara a vencer a James. El genio estaba enojadísimo, pero sabía que no podría jamás actuar en contra mía, pues yo era su dueña. Cuando terminamos aquel capítulo nos quedamos con exactamente la misma información. Sentía la cabeza embotada. Tenía ganas de irme a mi cuarto y quedarme ahí por mil o dos mil años. Tres personas habían muerto por mi culpa, dos de ellas, mi madre y mi hermana. Me levanté para dejar el libro en un pequeño librero de madera, y fue ahí cuando noté aquel otro libro caído detrás del librero. Era “El Conde de Montecristo”. La maestra de Análisis Literario, nos lo había hecho comprar el año pasado. Hablaba de un hombre llamado Edmundo, que fue traicionado por los que se decían sus amigos y encerrado en una prisión. Durante años planeó su venganza hasta que… ¡Eso era!, ¡Debía buscar la revancha!, No podía quedarme a llorar como una niñita estúpida. Tenía que chingarme a James. Pero necesitaba más información. Recordé a mi amigo de Francia, Eric Drumont, él tenía una página sobre cosas ocultas, quizá tuviera una entrada donde hablara de los efrit. Entré a su blog “Le Monde Éternel”. Tenía varias ligas con hipervínculo que te conducían al tema de tu interés. La lista estaba en forma descendente y

era la siguiente: vampiros, poltergeist, hombres lobo, brujas, hadas, duendes, sucubus, genios. Di clic en esta última y me mandó a una página con el fondo oscuro y las letras color blanco. —Está en francés, ¿cómo puedes leerlo? —preguntó Francisco. —Fue uno de mis deseos —le dije sin prestarle mucha importancia. —Léeme, yo también quiero saber. —Los genios —leí— la primera mención que se tiene de ellos es en la tradición islámica, sostiene que Alá hizo a los ángeles con luz pura, a los hombres con polvo y agua (barro), y a los efrits (también llamados djinns o arcontes) con fuego sin humo. Los Efrits son genios grandes y odian a los humanos, se burlan de ellos concediéndoles sus deseos, aunque no de la forma que lo deseaban, son genios que quieren ser libres, pero están sometidos, intentan revelarse ante sus amos por ser prisioneros. Son inmortales y prácticamente indestructibles, razón por la cual antiguos hechiceros como Hermes Trimegisto, Merlín o Salomón los encerraron en recipientes como lámparas o botellas. En ocasiones han sido engañados con su propia magia; ya que, al ser esclavos, están obligados a cumplir los deseos de su amo. —Aquí viene algo importante —hice una pausa para aclararle a Francisco, con el dedo pegado al monitor de la laptop— el poseedor del efrit debe ser muy cuidadoso al especificar sus deseos, tienen que ser ideas muy claras y precisas; porque éstos pueden tornárseles en su contra, la única debilidad de estos seres es que no pueden evitar cumplir los deseos de sus amos. Me puse de pie y cerré la laptop. —¿Qué haces? —preguntó Francisco. Lo ignoré. Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Me di un momento para pensarlo una vez más. Debían ser las palabras correctas. —¡James! —llamé. —Dime, Serena —di media vuelta para descubrir a James sentado plácidamente en el sofá, comiendo un sándwich y con los pies arriba de la mesita de la sala. Pude ver cómo Francisco retrocedió unos pasos, pero pese a sus

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precauciones se mantuvo a mi lado. Él podía ver la verdadera forma del efrit a quien yo llamaba James. Apreté con fuerza mis puños. Tenía una sonrisa burlona, como si se regocijara en todo el mal que me había causado. Pronto se le borraría por completo, estaba segura. —Deseo que revivas a todos los que murieron como consecuencia de mis deseos —dije con firmeza. —Ya te había dicho que no revivo muertos —me escupió las palabras mientras mordía un emparedado que el mismo había materializado. —¿No puedes o no quieres? —le desafié, ya tenía pensado un plan b, por cualquier respuesta que me pudiera dar. —¡Esta bien! —dijo molesto, dejó la mitad del sándwich que le quedaba sobre la mesita y se puso en pie— Pero te advierto, los muertos no regresan bien, después de unos días o se vuelven locos, o zombis estúpidos o sanguinarios asesinos —dijo rascándose la barbilla—siempre alguna de esas tres cosas —reflexionó—. ¿Estás segura de querer seguir con ese deseo? —dijo juntando sus dedos y estirándolos, como preparándose para hacer magia. —No —le respondí— pediré algo mejor. Deseo vivir en un mundo en el que mis deseos anteriores no hayan tenido consecuencias negativas. Sentí la mano de Francisco en mi hombro derecho, en señal de que estaba conmigo y aprobaba lo que hacía. James retrocedió unos pasos. —Tú…tú… ¡Lo haré! —exclamó tras un largo suspiro. Extendió sus brazos y cerró sus ojos. Como si acumulara su magia, supongo que no era un deseo sencillo de realizar. Un humo rojo comenzó a salir de sus dedos y pronto llenó toda la casa. Comenzamos a toser y la vista se nos borró. Cuando el gas se disipó James estaba en el mismo lugar y Francisco seguía a un lado mío. “¿Habrá funcionado?” —Serena —esa voz la conocía—, hice galletas para ustedes. Anda, Francisco, están muy sabrosas —mi madre había entrado a la sala. Nadie tenía unos ojos tan hermosos como los de mamá, 76

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negros y llenos de vida. Vestía un pantalón negro y una blusa de color celeste, tenía una cola de caballo como peinado. Siempre tuvo la costumbre de irse a “arreglar” cuando venía visita, le obsesionaba el asunto de dar una buena impresión. Sostenía en su mano una bandeja con galletas de chispas de chocolate. —¡Mamá! —corrí a sus brazos. Ella giró la bandeja hacia la derecha para no tirar las galletas y me abrazó con la mano que tenía libre. —Sé que te gustan las galletas, cariño, pero no seas tan efusiva, tenemos visita —dijo palmeándome la espalda. Yo no pude más y derramé mis lágrimas sobre su blusa, pegada a su cuerpo con mucha fuerza para que se mantuviera real. —¡Mamita! ¡Te amo! —los mocos comenzaban a salir junto con el llanto—, te juro que voy a ser una mejor hija. Mi madre miró a Francisco como disculpando mi arranque de cursilería, pero él nos observaba con una amplia sonrisa. —Yo también te amo, hijita —dijo cuando por fin nos separamos—, iré a ofrecerle galletas a tu hermana. Los dejo unos momentos chicos. Me sequé las lágrimas con la palma de la mano. Giré hacia James quien estaba comiendo de las galletas de mamá. —Todavía no terminamos —le dije con furia. —Lo sé —me respondió— aún te faltan cinco deseos. —Bien, este es el siguiente: Que los próximos deseos que pida, no tengan consecuencias negativas. —Vaya —dijo negando con la cabeza mientras reía— estás aprendiendo. ¡Hecho! —tronó los dedos y me hizo un gesto de afirmación. El que sigue te va a encantar, culero. —Deseo que vuelvas al termo y no salgas de ahí hasta que yo te llame. —¡Eres una maldita desagradecida! —su voz se volvió más grave, pasó de la burla a la cólera en un instante—, voy a disfrutar devorando tu alma, maldita niña estúpida, ¡yo soy un ser eterno! —Qué bueno, porque no planeo pedir nada más en un largo, largo tiempo.


Sobre los efrits Los efrits son anteriores al tiempo. Existían antes del Sol y las estrellas; antes de la Tierra y los demás planetas habitados del universo. “«Voy a crear a un mortal de arcilla y, cuando lo haya formado armoniosamente e infundido en él de Mi Espíritu, ¡caed arrodillados ante él!». Los ángeles se prosternaron, todos juntos, salvo Iblis, que se mostró altivo y fue de los infieles. Dijo: «¡Iblis! ¿Qué es lo que te ha impedido prosternarte ante lo que con Mis manos he creado? ¿Ha sido la altivez, la arrogancia?» Dijo: «Yo soy mejor que él. A mí me creaste de fuego, mientras que a él le creaste de arcilla.»” Desde ese día, nadie llamó más a Iblis por su nombre, en su lugar, decidieron darle un nombre, como una burla por su altivez. Ash-Shaitán, que significa “el que se opone”. Shaitán y los demás efrits rebeldes fueron encerrados en un lugar de tinieblas. A los efrits que sí doblaron la rodilla se les permitió seguir habitando la Tierra. No les hicieron jurar, ese fue el error de Gabriel y los suyos. Porque los humanos son criaturas soberbias y pocos efrits toleraban sus insultos. Los primeros enfrentamientos fueron favorables. Los humanos adoraban a los efrits como dioses, perdido en el tiempo estaba la historia de su origen. Cuando los primeros humanos comenzaron a revelarse, no supuso ningún problema para UlRavi, rey de los efrits. Pero cuando pasaron de ser decenas a decenas de miles, el monarca decidió cubrir la tierra de agua, y comenzar de nuevo. Fue cuando la guerra comenzó y los Elohims bajaron del cielo. Los efrits sobrevivientes, liderados por Ul-Agni, se reunieron para sellar la bóveda celeste. Con lo que tuvieron la victoria, por algún tiempo. Ul-Agni se convirtió en el nuevo rey efrit, y su legado fue próspero. Volvieron a llamarlos dioses. Volvieron a rendirles culto. Su hegemonía no estuvo ausente de revueltas -los humanos pueden estar doblegados un tiempo, pero no son seres dóciles, ni hechos solo para servir-. El primer obstáculo fue un sabio llamado Hermes. Enseñaba a los hombres las ciencias de los efrits. Cómo las aprendió o de dónde le llegó tal conocimiento, sigue

siendo un misterio. Él fue el primero en sellar a un efrit, esclavizándolo en el evo y obligándolo a cumplir deseos para los humanos. No existe mayor tortura para un espíritu que estar atrapado en el evo, donde un segundo humano puede ser mil o dos mil años, un lugar fuera de tiempo y de reglas naturales. Hermes Trismegisto, como se hacía llamar, convenció a los rebeldes de construir una torre tan alta que llegase al cielo, para que todos los que vieran el firmamento se sintieran fuertes y unidos. Eso hubiera sido el final para el monarca, de no haber usado su magia para confundir sus lenguas y evitar que se culminara su construcción. Cuando Ul-Agni por fin enfrentó al sabio, su gran enemigo, resultó ser solo un hombre. Muchos años humanos después, una mujer llamada Merlín adquirió los diarios de Hermes, y se volvió una hechicera muy poderosa, que encantaba espadas y lanzas. Fundó una ciudad en la que preparaba guerreros para hacer frente a los efrits. Muchos fueron encerrados, pero cuando enfrentaron a su rey, no hubo espada o arma alguna que los salvara de su destrucción. El tercer enemigo llegó un siglo después. El hijo de un monarca humano. Un hombre ávido de conocimiento. Tenía muchos motes: “El lector”, “El Mago”, “El Nigromante”, pero Ul-Agni lo conoció por su nombre propio, Sulaymán. Él encerró centenas de efrits. Llegó a luchar contra siete al mismo tiempo, sellando a todos; inclusive se atrevió a usar a los cautivos contra sus hermanos. Si alguien fue responsable de la caída de los efrits, fue el Nigromante. Sin embargo, era solo un hombre, y Ul-Agni era un dios entre los suyos. Sulaymán pereció dejando un solo efrit sobre la faz de la tierra.

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Lecturas críticas

Jorge Daniel Ferrera Montalvo

Historias mínimas en “Seda”, de Alessandro Baricco

¿Qué caracteriza a nuestro tiempo reciente, digamos a los últimos setenta años? ¿Será como mencionan algunos teóricos la prevalencia del “Yo”, la subjetividad, la reinterpretación de los hechos o, tal vez, el derrumbe de los grandes relatos, la velocidad con que se obtiene la información? No menos importante aún: ¿Cómo se trasladan estos elementos a las obras literarias? Creo que un posible asomo a estas preguntas lo ofrece Alessandro Baricco en su novela “Seda”. Publicada por la editorial Anagrama en 1996, en la novela se narra la vida de Hervé Joncour, un joven comerciante francés, que tras una incomprensible epidemia pebrina que afecta la producción de seda en su pueblo natal Lavilledieu, realizará unas largas y fascinantes expediciones -de 1861 a 1864- más allá del mediterráneo, cruzando por Siria, Egipto, incluso hasta llegar a Japón, para traer huevos de gusanos de seda. Como lo hizo antes Patrick Süskind en “El perfume” (1985), Alessandro Baricco centra su atención en historias mínimas: el comercio de la seda; el escritor turinés, agudo lector de la posmodernidad, renuncia a escribir una extensa novela, totalizadora, que lo cuente todo y se constriñe al espacio de la narración corta, parca, sin abundantes descripciones. Pero Seda no es sólo la historia mínima de su comercio, sino también, en franco diálogo con “Historia del ojo”, de George Bataille, es la historia del tacto, de la piel y sus múltiples símbolos: el lago, los bosques, los pájaros y los caligramas. Porque en “Seda” se construye un entramado de profundas relaciones: la atmósfera que rodea a Hervé Joncour, la residencia de su anfitrión Hara Kei, los movimientos de sus sirvientes como sombras, irreales, en un teatro; la quietud, el silencio. Un silencio que se prolonga a la manera de narrar y también a la actitud y los ojos de los personajes. En varias ocasiones los personajes se miran entre sí sin expresión alguna (Hervé Joncour con Hara Kei, con Madame Blanche, con la mujer joven sin “ojos orientales”) hasta Jean Berbeck, el vecino de Hervé Joncour, deja de hablar. ¿Para qué hablar si nos podemos tocar, sentir como la seda? Por eso Héléne, la esposa de Joncour, haciéndose pasar por la mujer joven, escribirá en la carta: “¿me sientes?, estoy aquí, te puedo rozar, esto es seda, ¿la sientes?, es la seda de mi vestido, no abras los ojos y tendrás mi piel”. O quizás, como respondió Baldabiou sobre los motivos por los que Jean Berbeck dejó de hablar, sea que “la vida a veces da tales vueltas que no queda ya absolutamentea nada que decir.”

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Sobre el Placer y el Amor Dos aproximaciones desde “La carta a Meneceo” de Epicuro y “El arte de amar” de Ovidio “La carta a Meneceo”, de Epicuro es uno de sus textos fundamentales y de los pocos que, gracias al rescate y transcripción de otros filósofos, se conservan íntegros. En ella, se abrevian, de algún modo, las principales ideas de la filosofía epicúrea. La Carta es una exhortación a los jóvenes y adultos a cultivar el interés por la filosofía, pues, según Epicuro nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para mejorar la salud del alma; en los jóvenes, la filosofía, sirve para no temerle al futuro, a la incertidumbre, y en los viejos a crecer en sabiduría, en mentalidad, a través de la gratitud de lo vivido, de la experiencia. Así, para Epicuro, la filosofía y la felicidad están estrechamente ligadas desde sus orígenes porque la felicidad es el eje rector desde el cual se enjuician los acontecimientos de la vida. Desde otro punto, La carta a Meneceo también es un llamado a meditar en aquellas cosas que producen felicidad dado que si uno es feliz lo tiene todo, no le falta nada y si no lo es, va en busca de ella. Se puede decir que “La Carta a Meneceo” está conformada en 4 bloques temáticos que los epicúreos dan el nombre de Tetrapharmakon o Cuadruple remedio y consisten en lo siguiente: 1.- La recta opinión sobre los dioses, en la cual Epicuro nos pide que se les consideren “incorruptibles y dichosos”, pues, según él, sí existen. Pero los dioses no son como los concibe el vulgo (ambigüos, caprichosos, imperfectos) porque sus opiniones son infundadas, basadas en la relación de semejanza y de considerar como extraño todo aquello que no comprenden. 2.- La recta opinión sobre la muerte, aquí Epicuro nos dice que la muerte “no es nada en relación a nosotros” porque parte del criterio de que todo bien y todo mal se extraen de la sensación. Ahora bien, la muerte es privación de los sensaciones, por eso no es nada porque cuando nosostros vivimos “la muerte no está” y cuando la muerte llega ya no la sentimos. En ese contexto, nadie tiene que temer de la muerte cuando entiende que “no hay nada temible en el no vivir.” 3.- La recta opinión sobre el placer y su 80

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límite, clasifica los tipos de deseos y nos proporciona una definición del placer. Para Epicuro los deseos se dividen en “Naturales” y otros “vanos”. De los Naturales “unos son necesarios para la felicidad, otros para la ausencia de malestar del cuerpo, otros para el vivir mismo.” Lo llamativo en esta parte es que Epicuro piensa al placer como “el bien primero y congénito, y desde él iniciamos toda elección y rechazo, en el rematamos al juzgar todo bien con arreglo a la afección como criterio.” Es decir, como el bien esencial que rige nuestras vidas y desde el cual elegimos, rechazamos y juzgamos todo lo demás. Pero el placer también es un fin, una búsqueda, y no sólo se refiere a goces pasajeros, a la satisfacción hedonista, sino de procurar la salud del cuerpo y la tranquilidad del alma. En eso consiste los límites al placer, en sólo obtenerlo cuando es necesario, cuando padecemos dolor. El amor en Ovidio “El arte de amar”, de Ovidio es un tratado escrito en forma de poema en el cual el autor da consejos a los ciudadanos de Roma para buscar, conseguir y mantener el amor. El tratado está dividido en tres libros y escrito en una prosa clara, llena de imágenes poéticas y múltiples referencias a la tradición literaria clásica. En el Primer Libro, Ovidio recomienda los mejores lugares a los ciudadanos romanos para elegir y encontrar a una mujer (los patios, las plazas, los teatros, las fiestas, el circo) En el Segundo Libro, el autor comenta los requisitos que los interesados han de seguir para cortejar a su amada y, por último, en el Tercer Libro lo necesario para mantener el amor. Cabe señalar que para el poeta el Amor, al principio del libro, lo describe como el niño cruel, caprichoso, que gusta de hacer travesuras. Es decir, como el dios Cupido, pero luego pasa a ser una búsqueda, algo que se ha de conseguir o alcanzar, en resumen, se convierte en una mujer.


“Meditaciones” de Marco Aurelio Marco Aurelio fue uno de los cinco grandes emperadores que tuvo Roma. Según algunas fuentes, gobernó este imperio de 161 a 180 d,c y es considerado uno de los principales exponentes de la filosofía estoica. De él, sólo se ha publicado, de manera póstuma, un libro con sus aforismos titulado “Meditaciones”. Para mí, “Meditaciones” es una especie de compendio de preceptos y virtudes que Marco Aurelio recomienda a todos los ciudadanos romanos con la finalidad de que tengan una “vida próspera y acorde a la divinad.” Llama la atención, en todos los Libros o apartados, la coherencia de pensamiento y el lugarsubjetivo-desde donde se afirma como portador de la moral, la verdad y la sabiduría. Entre las cualidades que Marco Aurelio enlista para que todo romano desarrolle están: El ser libres, críticos, humildes, tolerantes, razonables, desinteresados por la poesía y la retórica. Creo que lo que destaca al final de esta suma de virtudes es el equilibrio, la balanza de carácter, de temperamento. Es decir, para Marco Aurelio uno de los aspectos más importantes en todo romano es el equilibrio de uno mismo, la serenidad ante las enfermedades, a la hora de tomar decisiones. Otras de las ideas principales de Marco Aurelio es cómo define al Ser. Para Marco Aurelio, el Ser está “dotado de la facultad de pensar.” Es lo único que lo diferencia de otros entes y por lo que es lo que es. También, el Ser está integrado con la naturaleza, por ello es en vano preocuparse por los fenómenos de la naturaleza, la corruptibilidad del cuerpo, incluso la muerte, porque el Ser, la naturaleza y los dioses son uno solo. Sin embargo, Marco Aurelio interpreta al Ser como un desterrado en suelo extranjero, un ser en tensión, en permanente lucha y contradicciones consigo mismo que lo único capaz de salvarle es la práctica de la filosofía. Por último, es interesante la noción del tiempo que comunica Marco Aurelio. Para él, sólo existe el tiempo presente con relación o en vista a la pérdida, pues, no se puede perder algo que aún no se tiene (el futuro) ni algo que ya no se tiene (el pasado). En este sentido, da igual morir joven o de viejo porque para ambas instancias el tiempo presente dura lo mismo y es lo único que se pierde.

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Dos poemas de Parménides de Elea

Párménides fue un filósofo griego nacido entre el 530a.c y el 515a.c y uno de los primeros en preguntarse cómo se piensa al Ser, por qué método se le conoce y sus ideas influirán, de manera decisiva, en el desarrollo de la filosofía occidental. De entre todos sus poemas, por ser los más representativos, analizaré “El Proemio” y su “Poema Ontológico”: En “El Proemio”, Parménides narra en forma de verso cómo un ser es conducido en la noche por unos caballos y en el camino se le van presentando varias puertas que sólo la Justicia tiene la llave para acceder a ellas. También le dice, en voz de “La Diosa propicia”, que si quiere investigar todas las cosas, es necesario que conozca hasta las falsas. Lo interesante de este poema es que empiezan aparecer algunos elementos de su filosofía ulterior: el contraste y la presencia simbólica del día y la noche, la idea del movimiento continúo (más adelante cíclico, eterno retorno) en los caballos que conducen, en el “eje que chirria” y las ruedas que lo “avivan”, las puertas como espacios vedados a un mundo trascendental, el engaño de los sentidos por las apariencias. En el segundo poema, el Ontológico, Parménides nos comunica cuál es el único camino investigable para el pensar y va definiendo características del Ente. Para él, el Ente es Ser, es un ser que no puede no ser, es pensamiento, siempre ha existido y existirá; es infinito, continúo, indivisible, imperturbable, “semejante a una esfera bellamente circular.” Lo asombroso de este poema es la capacidad que tiene Parménides para discernir, para ver los matices y su habilidad de argumentación lógica. Otro aspecto que no deja de parecer relevante, es que haya elegido el género de la poesía como el mejor vehículo para transmitir sus ideas y en ese sentido, su poesía es muy concisa, intelectual, de extensión corta, en la que cada palabra, cada espacio y ritmo está pensado.

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Lo indecible en “La carne”, de Virgilio Piñera

“La carne”, es uno de los cuentos del volumen Cuentos fríos del escritor cubano Virgilio Piñera publicado en 1956 por la Editorial Losada de Buenos Aires. En él, se nos narra la historia de un pueblo que padece la falta de carne y las acciones de sus pobladores por sobrellevar, a toda costa, esta ausencia. Uno de los aspectos interesantes del cuento, es que desde su inicio el narrador nos oculta el origen de cómo el pueblo llegó a quedarse sin carne. De pronto, el narrador ha creado un aura para que los hechos ocurran sin explicaciones, “por motivos que no son del caso exponer”, en la que exige la complicidad del lector para suspender su juicio. Pareciera que lo relevante para el narrador es más lo que se sugiere, lo que se insinúa, lo que asoma, que lo que se dice. Es como si el narrador también se hubiera comido las palabras. Pero si hay una suspensión del lenguaje y del razonamiento, es sólo para dar paso a la presencia de lo absurdo; el tema principal del cuento no es lo que pasa con la ausencia de carne, sino los extremos a los que puede llegar el ser humano con tal de procurar su existencia. Es aquí donde entra lo absurdo: en privilegiar un interés sobre otro, sin importar los medios con los que se logra ese fin. En el caso del cuento, las vidas de los personajes continúan normal en todos sus órdenes, salvo en la medida en que se van escondiendo, comiendo y desapareciendo unos a otros. Pero ¿Por qué iba de interesar este absurdo si de cualquier manera el pueblo sigue viviendo? . El cuento “La carne”, de Virgilio Piñera es una extraordinaria crítica a los modos de producción y de subsistencia, al acumulamiento material proveniente del capitalismo y, entre otras cosas, una vuelta de hoja a aquella magnífica frase del Leviatán, de Thomas Hobbes: “El hombre es el un lobo para el hombre.”

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Sobre "Pensamiento y poesía", de María Zambrano.

En el capítulo "Pensamiento y poesía", de María Zambrano se aborda el posible origen, división y legado entre la filosofía y la poesía a lo largo de la cultura occidental. Explica cómo, según Aristóteles, el pensamiento pudo haber surgido de la admiración de la naturaleza para después dar un paso violento hacia la búsqueda de lo que hay atrás, para salir del mundo de las apariencias; mientras que en la poesía bastaría conformarse con lo que se tiene, lo que aportan los sentidos. Así, el filósofo es el que busca, utiliza métodos, concibe el universo con un principio y forma, lo ordena, aspira a la verdad. En cambio, el poeta encuentra sin querer, es revelación, hallazgo, serindipia. Esta separación histórica entre el pensamiento y la poesía que aún prevalece hasta nuestros días, nos dice María Zambrano que probablemente tenga su inicio con Platón, en su "Mito de la caverna", cuando condena a los poetas al exilio y más adelante los expulsa de su "República". Es curioso que la condena de la poesía tenga su probable origen en Platón cuando hasta la fecha todavía se le asocia con Baudaliere, Rimbaud, Verlaine, Mallarmé, los poetas malditos. Pero ¿Por qué si la filosofía se acerca a la verdad, el ser humano no sigue ese camino? Porque, nos dice la autora, no basta la razón para asir la realidad, entender su complejo entramado social. Hay algo más allá del gran Logos y la poesía tiene su propia manera de llegar a ello. En la poesía caben otros mundos posibles, otras realidades, otros horizontes. En la poesía convergen lo aún no pensado y lo inexistente. La poesía nombra, crea, atrae, lo que no es ni será.

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Sobre Cruoris o la Rabia que fuimos Javier Paredes Chí Más de una vez leí esta brillante obra de Ángel Fuentes Balam. Desde el primer poema, el hablante lírico expresa una profunda agitación en su espíritu. Su ánimo fluctúa, tendiendo al equilibrio, pero sin estabilizarse completamente. A manera de analogía, consideremos que la dinámica oscilatoria del poemario es afín a la amortiguación, al decaimiento exponencial de una señal electroquímica, representada por la gráfica que observamos abajo de esta página. En la primera parte titulada “Y la carne suplicó”, la voz poética se halla inmersa en una atmósfera opresiva de rabia, desesperanza, fracaso, soledad y muerte. Verbi gracia: “Envidio a las reses y cerdos que viajan a los rastros, quisiera yo ser aporreado en esas planchas metálicas y duras, ahogarme en el fervor del agua… destazar mi cuerpo de toro cansado y viejo”

Podemos sentir el desafuero de la rabia a través del efecto sonoro de la letra “r” en versos del “Fracaso de Príapo”. Cito: “Antes mi gruesa verga presumía, era capaz de penetrar hasta la piel más rinoceronta”. La textura de las palabras es ríspida, desgarrante; visualmente los adjetivos gruesa y rinoceronta, así como el sustantivo verga y el verbo penetrar le confieren a la hipérbole un tono equiparable al que podemos apreciar en las pinturas de Francis Bacon o José Luis Cuevas. En el poema “Plegaria”, el hablante lírico se debate entre el deseo de dirimir su existencia y la endeble esperanza de que toda esa pesadumbre magnificada se vuelva un “insecto y frágil se estrelle contra el viento del sur”. Por otro lado, se puede distinguir en “Extracto de la arteria” y “Autorretrato” que

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comienza un desplazamiento positivo: se abre una ruta luminosa entre Thánatos y Eros. El amor se convierte en “herida renovante”; y la escritura, un medio de “purgar alma”. A partir de la segunda sección titulada “El espíritu de un niño fue arrancado”, el impulso destructivo es contrarrestado por momentos de calma y ternura como en el siguiente verso: “porque cuando te miro nuestros ojos se fecundan y al cabo de nueve silencios nace un beso”. El tema de la niñez es manejado desde el punto de vista de la desesperanza en versos muy lúgubres: “Apago la luz de mi casita la casita que todos dibujamos alguna vez de niños borro el sol en el borde de la página porque no lo hay, nunca fue mas que un lugar común en mi vida de lugares comunes” En los poemas “A tu beso quemado en la arena” y “Nudos”, la presencia del amor se agiganta como “estrella a punto de nacer”. El beso se convierte en “la respuesta a todas las preguntas de la Tierra”. Finalmente, la última sección titulada “Y dios se transfiguró en mi agua” representa la amortiguación de la onda. Los versos comienzan a rotar en torno al núcleo luminoso del orden cósmico y místico. Lo ejemplifican los siguientes versos: “Creo en dodecaedros y frutos de la vida que dan sentido a la existencia” “Soy Alighieri navegando el río del olvido, esperando la ascensión hacia la geometría luminosa”

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Capítulo piloto Cuando todos queremos hacer un Jaque Mate A pesar de que he visto varios contenidos en el último mes, e incluso, he “maratoneado” con las series, no ha sido fácil elegir sobre qué quiero hablarles, porque pasa que últimamente he visto las recién estrenadas de Netflix que se convierten en moda, por lo que siento que ya no existe más que se pueda decir de ellas, ya que están al alcance de cualquier comentario en redes sociales, incluso hasta en infografía. Pero eso no me va a detener, así que empecemos. “Gambito de Dama” es una miniserie que se estrenó el pasado 23 de octubre con 7 capítulos de 60 minutos, adaptada del libro homónimo escrito por Walter Tevis en 1983. Tras un intento fallido de llevar la novela al cine, el guión de Allan Scott, cae en las manos de Scott Frank quien toma el control creativo, dirigiendo y adaptando la miniserie para Netflix. Que Tevis escogiera a una mujer como heroína rompe con los paradigmas que existe en este deporte, dominado por hombres, recordando que, para ese entonces, faltaría aproximadamente una década para ver a una mujer destacar de la forma en lo que lo hizo la húngara Judit Polgar No sé jugar ajedrez, tampoco suelo asistir a torneos de este deporte, sin embargo, desde el primer capítulo, titulado, Aperturas, la serie es capaz de subirte a este tren, dejar que te acomodes y veas la historia de una huérfana llamada Beth Harmon, interpretada por una bastante elogiada ya, Anya Taylor-Joy, quien de

forma precoz convertirá el ajedrez en un espacio seguro, donde puede controlar lo que sucede. El director, para lograr el tono realista de las partidas, así como recrear la atmósfera de torneos internacionales, consiguió la asesoría de el Gran Maestro Garry Kasparov. Expertos en ajedrez afirman que pueden verse, en las escenas de competencia, partidas históricas reales. De igual forma, indican que los movimientos de las manos, por ejemplo, al tomar las piezas, al detener el reloj, reflejan de manera muy cercana y exacta la parte técnica de este deporte. La historia está contada de forma ágil, y es muy fácil empatizar con la heroína, dejarte cautivar por el tono sepia que nos ubica a finales de los años 50 y amar con locura a los artistas de vestuario, ya que cada prenda que luce el personaje de Beth, exalta la feminidad en ese universo, en el que la testosterona nubla el ambiente. Acompañada de una gran banda sonora que reviste el contenido con una curadoría de canciones que suenan en el momento oportuno, esta miniserie es de esas historias cautivadoras que hacen que quieras tomar un tablero y aprender a hacer un enroque, siento que a mucha gente le dará por investigar más sobre el ajedrez al terminar de verla. noviembre 2020

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Demersales en A mayor Reflexiones acerca del 8M y 9M

El día de la marcha amanecí con un dolor profundo en el corazón y pensé, una y otra vez, en no acudir a la manifestación, en hacer paro desde el 8 de marzo y no salir de casa. Sin embargo, pocos minutos antes de que dieran las 6 pm pensé en que esta lucha para mí ya no era opcional, es una obligación, un deber conmigo y con mis hermanas, con mi madre, con mis abuelas, con mis ancestras que durante tantos siglos sufrieron de violencia e injusticia y que al verse sometidas al yugo y el poderío patriarcal no pudieron practicar su felicidad y su libertad como mejor les pareciera. Una vez en la marcha, el olor de la salvia, el sonido de las jaranas, los tambores y las guitarras de mis amigas comienza a disipar mi malestar. Estamos juntas, somos muchas más que hace tres años y la vibración de la palabra “JUSTICIA” después del anunciamiento del nombre de cada una de las mujeres asesinadas y la fecha en la que cancelaron sus sueños para siempre me eriza la piel y me hace un nudo en la garganta. La voz de todas se ha convertido en un rugido hondo y largo y el mensaje es claro: JUSTICIA. Y en esta petición no va implícita la venganza, no hay odio pero si un dolor desgarrador como vivido en carne propia. Cada una de nosotras puede sentir claramente el terror de estar sometidas, de estar recibiendo golpes en el cuerpo y la cara, de estar siendo bañadas en ácido, de estar siendo cercenadas, empaladas, mutiladas, asfixiadas.

Podemos ver como un hombre hace de todo con nuestro cuerpo, sin nuestro consentimiento, lo lame, lo muerde, lo rasguña, lo penetra y luego podemos vernos, desnudas y con frío en un basurero, en un río, a la orilla de una calle, enterradas bajo tierra, desaparecidas. No volveremos a abrazar a nuestra familia, no volveremos a la escuela, al trabajo, a cantar y bailar, tampoco volveremos a reír. De ahí, el dolor, de que un día alguien tome nuestra vida y haga con ella lo que le venga en gana, sin razón aparente más que la de ejercer poder sobre un cuerpo vulnerable porque puede. De ahí que nos estemos cansando de vivir con miedo. Yo estoy cansada, muy cansada, mi corazón llora y está triste porque sé que mis ojos no verán un mundo en el que las mujeres caminemos tranquilas por la calle pensando en usar tenis deportivos para correr de ser necesario o en traer gas pimienta a la mano o en no usar audífonos para escuchar si vienen pasos detrás de nosotras o en avisar cada que nos movemos de un punto a otro en la ciudad o en caminar en sentido contrario a los autos o en no demorar ni un minuto en recoger a nuestros hijos o hermanos pequeños cuando noviembre 2020

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salen de la escuela. Las mujeres vivimos pensando en toda esta serie de estrategias todos los días de nuestra vida. Pensamos en las horas de luz del día, en las calles por las que circulamos, en la ropa que nos ponemos, en el tipo de transporte que usaremos. La lista es interminable. Y no, no creo que esta sea una “euforia colectiva”, creo que el movimiento va creciendo y que aunque es cierto que existe cierta heterogeneidad dentro del movimiento feminista y múltiples luchas también existe una unidad esencial entre todas nosotras: la lucha por la vida, la dignidad y la libertad. Lo único que les preguntaría a mis compañeras es: ¿Realmente es necesario “ser más rebeldes que las rebeldes”? Cuestiono esto a partir de que muchas mujeres no apoyaron el paro argumentando precisamente que ellas no piensan desaparecer, ni parar. Me parece que tenemos muchos días de lucha por delante para apoyar distintos tipos de manifestación con todos los enfoques habidos y por haber pero ponernos en contra de una manifestación planeada a nivel mundial dentro del mismo contexto de las luchas feministas me parece que debilita el movimiento. Estoy totalmente de acuerdo en que siempre, siempre hay que cuestionar las actividades planteadas dentro de un movimiento pero simbólica, económica y políticamente el paro es una idea que históricamente ha funcionado en otros contextos. No se trata de uniformizar o de igualar ideales y formas de lucha, se trata de unir a pesar de nuestro posicionamiento político con respecto al feminismo y hacer la fuerza. Resistir es vencer dirían nuestros pueblos originarios y para resistir nos necesitamos las unas a las otras irremediablemente, es decir, no hay de otra, o estamos juntas en esto o no lo lograremos. El 9 de marzo me invadió el enojo y la impotencia. Alto, nadie se lo tome personal. Es 90

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un enojo que más bien viene de esa tristeza que me genera habitar un país tan violento y además encubridor de violentadores. Pasamos el día en casa, sin acceder a redes, hablando sobre el tema, leyendo un libro acerca de mujeres asombrosas en la historia, todo tipo de mujeres: activistas, músicas, bailarinas, científicas, escritoras, espías, etc. Mujeres que nunca fueron noticia de primera plana y que sin embargo existieron y nos dejaron un legado histórico y cultural de gran valor. Vimos la película sobre la reina Elizabeth de Inglaterra y admiramos la fuerza y la voluntad que debió tener para enfrentarse a los lobos. Fue un día de reflexión y enojo, de digna rabia. Y hombres, quisiera poder hacerles entender. Vemos en cada uno de ustedes una amenaza porque verán, si un día les picara un alacrán les aseguro que les temerían a todos los alacranes del mundo por el resto de sus vidas. Todas hemos sufrido algún tipo de violencia a lo largo de nuestra vida por parte de hombres cercanos o desconocidos, (a mí me pasó, a mi madre le pasó, a mis abuelas les pasó, a mi padre le pasó y no daré más detalles), y hemos aprendido a temerles, a cuidarnos de ustedes. No se lo tomen personal, esta lucha va más allá de su individualidad y si no te queda el saco de agresor, la denuncia no va dirigida hacia ti, pero si en algún momento has tenido alguna actitud violenta o sexista, tal vez es un buen momento histórico para que reflexiones y cambies lo que consideres justo y necesario. Si es cierto que hay hombres valiosos, hoy más que nunca es hora de que se unan a la lucha desde su trinchera, ¿Cómo? Muy fácil. No encubriendo, no volteando la cabeza cuando ven una situación de violencia, practicando su masculinidad desde otra perspectiva que no sea una perspectiva sexista, escuchando con atención, informándose, no juzgando por lo que dicen los medios masivos de comunicación, siendo críticos con ustedes


mismos y el movimiento pero sobre todo adoptando un posicionamiento político al respecto porque hacen más daño los “tibios”, las masas que no opinan, los que se mantienen al margen, que aquellos que practican una postura política en el día a día y cuyo hacer se alinea con esos principios. Así que queridoas todoas (como dicen nuestros compañeros zapatistas) a escuchar más, que el corazón del pueblo está hablando y solo así sabremos cuál habrá de ser NUESTRO LUGAR EN ESTA LUCHA.

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Interés superior Arrancad las semillas, descuartizar a los niños Una de las novelas que me ha conmovido de principio a fin, me ha dolido, me ha enojado y arrancado las lágrimas más tristes. Mientras leía, pensaba furiosa, como en la cultura japonesa podían ser tan crueles con los niños. Sentí, incluso, una aversión hacia ese pueblo asiático. “Arrancad las semillas, fusilad a los niños”, es un libro de Kenzaburo Oé publicado en 1958; narra la historia de un grupo de adolescentes huérfanos, que al final de la segunda guerra mundial, son trasladados de un reformatorio a una comunidad rural. En el pueblo hay una plaga y la atmósfera es de muerte y pestilencia, en las pláticas de los niños se devela como los diferentes personajes han pasado por situaciones de maltrato, discriminación; los chicos han tenido que hacer todo tipo de trabajos y favores sexuales para sobrevivir. Los campesinos de la villa los tratan como delincuentes y en el pico de la plaga, dejan el lugar, abandonando a los niños. Los muchachitos hacen una comuna que se fortalece al llegar un desertor del ejército coreano, adolescente también, y una chica que fue abandonada al morir su mamá. La historia contada en primera persona por uno de ellos, tiene un breve momento de luz, cuando los pequeños intentan construir un refugio de respeto e independencia del resto del mundo, pero es rápidamente eclipsado por la muerte de la única niña y el regreso de los aldeanos, quienes molestos con los chicos los encierran sin alimentos, fusilan al joven desertor y el 92

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protagonista logra huir al bosque solo, pero no es un escape que nos de esperanza, por el contrario, nos deja en lugar oscuro y tenebroso. La narración me dejó desolada. ¿Cómo podían ser los japoneses tan inhumanos? Los sucesos que les acabo de narrar se sitúan hace 70 años, fue hasta el 20 de noviembre de 1989 que “La Convención sobre los derechos del niño” fue aprobada como tratado internacional. A lo largo de sus 54 artículos, reconoce que los niños (seres humanos menores de 18 años) son individuos con derecho de pleno desarrollo físico, mental y social, y con derecho a expresar libremente sus opiniones. Además la Convención es también un modelo para la salud, la supervivencia y el progreso de toda la sociedad humana. La Convención, como primera ley internacional sobre los derechos de los niños y niñas, es de carácter obligatorio para los Estados firmantes. Estos países informan al Comité de los Derechos del Niño sobre los pasos que han adoptado para aplicar lo establecido en la Convención. A pesar de que México es parte de Convención por los Derechos de infancia y cuenta con organismos de protección a los menores, se está escribiendo en la capital de


nuestro país, el siguiente capítulo de la cruda obra sobre la infancia de Oé: Arrancad las semillas, descuartizar a los niños. El pasado 31 de octubre dos agentes del centro histórico de la CDMX descubrieron a un hombre transportando en un diablito, en el que llevaba dos contenedores plásticos con bolsas negras que contenían los cuerpos descuartizados de Alan Yahir de 12 años y Héctor Efraín de 14 años, dos chicos de origen Mazahua quienes eran vendedores ambulantes. La jefa de gobierno Claudia Sheimbaun, rápidamente mencionó que se trataba de un caso de narcomenudeo. Pero hay una sucesión de asesinatos a jóvenes y adolescentes en un mismo lugar: · Los niños Alan y Héctor fueron reportados desaparecidos el 27 de octubre, ese mismo día hubo una ejecución en la misma zona de un joven de 18 años apodado “El Rata” · El 26 de octubre fue acribillado otro muchacho de 19 años de nombre Dilan Michel, hijo de una operadora de uno de los cárteles que se disputan la zona. · En la misma vecindad donde vivían los niños Alan y Héctor, vivía José Francisco Oropeza, quien hace dos años fue torturado, asesinado y descuartizado. · El 12 de noviembre, en la colonia Guerrero del Centro de la CDMX, dos adolescentes son detenidos pues llevaban una maleta con los restos en partes de Alessandro de 14 años. Así como en la obra del escritor japonés, en la Ciudad de México, en las calles del Centro hay una atmósfera lúgubre, entre vecindades, comercio informal, basura, pandemia y muerte que acorrala a los niños. Es esa sociedad precaria que busca arrancar las semillas de la tierra, no permitirles desarrollarse y tener un espacio propio, la sociedad en forma de crimen organizado, de violencia domestica, pretende destruir la infancia con la total indolencia y abandono por parte del gobierno y las autoridades; a pesar de la frecuencia y la crueldad con que se comenten asesinatos contra menores, la impunidad impera y más cuando se trata de menores estigmatizados por la pobreza y la delincuencia. Parece que no hay más alternativa para estos chicos que ser reclutados por los dueños del Centro y acabar hechos pedazos en un lugar oscuro y tenebroso.

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Introspecciones del Erizo Espacios digitales Umberto Eco afirmó: "La rapidez con la que la tecnología se renueva nos obliga a un ritmo insostenible de reorganización continua de nuestras costumbres mentales”. Esto me hace pensar en cómo el Internet ha cambiado nuestra forma de expresarnos, de comunicar nuestras emociones e ideas. El impacto es cotidiano y enorme; las redes sociales, los blogs, los foros, las distintas plataformas utilizadas lo confirman. Esto ha implicado que tanto la escritura como la lectura adquieran nuevas prácticas. Las posibilidades del papel son aumentadas por los soportes virtuales. La redacción se automatiza, el lector tiene que ser más crítico al seleccionar lo útil entre todo lo que le muestra el buscador de Google; y más responsable en la construcción del significado, debido al estructuramiento hipertextual. Pero las conversaciones en línea no sustituyen al diálogo cara a cara; las publicaciones digitales no cancelan la utilidad de los medios impresos. Las herramientas que nos prodiga el Internet deben ser aprovechadas para construir espacios de conocimiento, comunidades que enriquezcan nuestra cultura, tanto por los contenidos que generan como por las formas que utilizan para difundirlos.

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F es de Fantástico La magia de Neil Gaiman

El pasado martes 10 de noviembre de 2020, el escritor inglés celebró su sexagésimo cumpleaños; por lo que me parece una buena oportunidad para hablar un poco del autor y de su obra. Empezar por lo más sobresaliente de ella podría resultar un poco complicado. Por un lado está “American Gods”, que ganó el premio Bram Stoker de novela en 2001 y el premio Hugo al año siguiente. Además de inspirar la famosa serie “Supernatural” e incluso (recientemente) la serie homónima (American Gods) de Amazon. Después está “Coraline”, novela juvenil adaptada a la pantalla grande por el estudio de animación Laika. La novela ganó también el premio Hugo en 2003 y el Bram Stoker (categoría de novela juvenil) en el mismo año. Por último, podría decirse también que lo mejor de Gaiman es “The Sandman”. Considerado por la revista IGN como una de las mejores 25 novelas gráficas de todos los tiempos. Hablemos primero de “American Gods”, novela de 560 páginas, publicada en español por Roca Editorial. Un viaje en carretera por Estados Unidos, un hombre que sale de prisión al mismo tiempo que pierde a su esposa, y dioses. Dioses antiguos (Odín, Tot, Anansi) y dioses nuevos, como el “dios del internet”, “dios de los medios”, “de la globalización”; adoramos otras cosas que en antaño. “De la abundancia del corazón, habla la boca”, dice la 96

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Biblia. Algunos dioses son eternos, otros mueren y son remplazados. La cresta de la ola. “Coraline” comienza con una mudanza. Una casa de tres pisos, donde viven entre vecinos excéntricos. Dos artistas de antaño en la planta baja. Solteronas, aunque posiblemente pareja (el libro no lo deja muy claro). Y un antiguo cirquero soviético, que entrena ratones en el tercer piso. A Coraline le encanta explorar, cierto día descubre una pequeña puerta, que la lleva a un mundo idéntico a la casa donde vive, con unos padres más divertidos y que le prestan más atención que los suyos. Sólo existe una condición para quedarse: dejar que le cosan botones en los ojos. En esta novela juvenil, vemos como Giaman juega con el temor de la suplantación (¿y si mis padres no fueran realmente quiénes dicen ser?). También hace énfasis en que los monstruos pueden ser vencidos, aun por una niña. “The Sandman” arranca en Preludios y Nocturnos cuando Morfeo, el dios del sueño, se libera del encierro en el que lo pusieron una orden de brujos que intentaba encadenar a la Muerte (hermana del dios del sueño). Morfeo debe recuperar sus herramientas mágicas: la


bolsa de arena, su yelmo (fabricado con la cabeza de un antiguo dios) y el rubí mágico. Lo que lo llevará a visitar a John Constantine, así como bajar al infierno y ganarle una apuesta a un demonio. Este es mi favorito (el cómic número 4 de Preludios y Norcturnos): después de vencer al demonio, Lucifer y el triunvirato que reina en el infierno, le impide marcharse. Las huestes demoníacas que se cuentan en miles están rodeándole. En ese momento Lucifer le dice: “Mira a tu alrededor, Morfeo. El millón de señores del infierno te rodean, ¿por qué deberíamos dejarte marchar? Con o sin yelmo, no tienes poder aquí… ¿qué poder tiene sueño en el infierno?”, y lo que el dios le contesta es una verdadera maravilla. Pero no les quitaré el privilegio de leerlo. The Sandman es el sueño en el sentido amplio de la palabra. Y Gaiman lo llena de magia en cada número.

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Bajo el barandal. La vida es un cúmulo de ilusiones y la muerte está normalizada “Es un poema a punto de brotar, el recuerdo del ser querido ausente”

Hablar del día de muertos es vernos que a través de nuestros ancestros. Recordar esa mirada dulce de una abuela, los viajes del abuelo, y la infinita sonrisa de una madre. La muerte es el proceso final. Nacer, vivir y fenecer es lo único seguro. Rendir culto a nuestros muertos es ya una normalidad. Ver cadáveres envueltos en sábanas o cobijas en la vía pública es nuestra nueva normalidad. Atrás quedó la ciudad pacífica a la cual llegué a vivir hace 40 años. Donde la muerte era un festejo. Y una oportunidad para reunirse en familia. Todo eso cambió al pasar de los años, la ola de secuestros, la Covid-19 y la violencia que impera. La pestilencia en la Semefo y el nulo apoyo para ese rubro es una madeja de hilo que no se puede desenredar. Tan solo en el 2020 la Canacintra dio una entrevista para el diario y manifestaron su preocupación por los altos índices delictivos de alto impacto como asesinatos y robos con violencia suscitados en el municipio. Leer en los diarios “un muerto más” es el lema que cala hasta los huesos. La señora Muerte está en cada rincón de esta ciudad que se tiñe de rojo cada amanecer. Querido lector juzgue usted, si es conveniente salir a pasear y si está dispuesto a dejar sus pertenencias a otro ser. La Muerte ronda en todo el mundo y no hay dinero suficiente ni incienso para tanto funeral.

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Las enfermedades invernales vienen a la orden del día aunado a la violencia que se ha incrementado en el país y el mundo entero. Atrás quedaron los bombardeos, la guerra mundial, el hambre. Hoy en día lo de moda es ver por televisión escenas de cadáveres en los centros hospitalarios. Saber de algún conocido, amigo incluso, vivirlo en carne propia, sentir el Sars Cov-2 es, a mi parecer, la peor guerra mundial, más encarnizada de todo nuestro existir. Me pregunto si acaso el orden mundial o la OMS están jugando con los humanos y si influyen en la psicosis mundial. Hasta ver la muerte de manera normal. Después volveremos a ser felices trasmitiendo misas para el eterno descanso de nuestros seres queridos. Los mexicanos tan chingones que somos, celebramos la muerte, esa transformación del cuerpo terrenal al plano espiritual. Mi abuela el 1 de noviembre colocaba vasos llenos de agua fresca, prendía veladoras y el día 2 ponía viandas. Su cocina era un festival de sabores. Recuerdo la muerte de mi primer hijo cómo un sueño, recuerdo a mi abuela en la cocina moviendo el chocolate y viviendo la muerte de, hasta entonces, su único y primer bisnieto. Aprendí a ver la muerte de una manera normal; donde la familia es el eje

principal; y ver a tus muertos descender al sepulcro es motivo de algarabía, y también de tristeza. Después de ese trayecto, recordar a tus familiares y su amor, te confirma que la gracia del creador te sonríe. Aprender a vivir con esta nueva forma en que se van tus difuntos es horrible, es traumático y te queda el dolor más profundo en el alma. La vida es un cúmulo de ilusiones, es afrontar esta nueva normalidad.

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Mi punto de risa Es el silencio La semana pasada me quedé sin teléfono por varios días. En eso andaba cuando también me quedé sin computadora y un día, el colmo, sin electricidad en la casa. Todo esto se antoja una tragedia en las épocas actuales. Sin duda lo fue, por lo menos al principio. Sobre todo porque dentro de toda esta vorágine pandémica, soy de los afortunados (o desafortunados, según lo quieras ver) que pueden trabajar desde casa, sin un horario fijo, sin tener que salir para nada. Como muchos saben, nunca he sido muy sociable y, en cierta forma, me he sentido muy a gusto quedándome en casa sin salir, pero también me ha llevado a empezar a depender cada día más de la tecnología no únicamente para trabajar, sino para el acontecer diario. Antes, las noticias y la música eran en el carro mientras manejaba al trabajo, el ejercicio era en una caminata por la playa o por algún monte, la casa era, prácticamente para llegar a relajarme al finalizar una jornada de trabajo, comer, descansar y ver alguna película en la noche. Al quedarme de tiempo completo, en algún momento estas actividades se fueron

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entrelazando hasta perder fronteras entre ellas. Lo que me ha llevado a que en ocasiones reine el caos en medio de estas cuatro paredes que limitan mi realidad, una realidad de casa pequeña de fraccionamiento. Entonces, quedarme unos días sin teléfono fue un tragedia al principio, quedarme sin computadora, sin luz, fue el acabose. Entonces el silencio. En un principio rígido, ese que taladra los oídos de tan tenso, como la calma antes de la tormenta. Ese vacío en un principio aplastante, después de las primeras páginas de un libro empezó a dejar el paso a las tantas voces y escenarios que también se habían contenido entre las páginas. Un Jumanji. A partir de ese momento, de puntillas, con la respiración contenida, atento como el gato que me observaba, el silencio se retiraba por los rincones cercanos de la casa. El silencio montado en el gato se cambia de lugar para dormir y el libro llena esos vacíos sonoros con la pregunta del maestro (de Efrén Hernández): ¿Qué cosa son tachas? Y yo pensaba en la tarde nublada, en las aves que habían dejado su


habitual chachalaqueo vespertino y también en la llovizna que era silenciosa, así como en las ramas del árbol del patio, que danzaban como quizá me veo cuando bailo con los audífonos puestos, arrítmico, pero sigiloso. Al fin el silencio, compañero o fugitivo, me dejó desconectarme de la vida por un rato y me recordó que siempre necesitaremos ese rincón cálido donde no quede más estridencia que lo que acontece en la intimidad de los libros. Es el silencio, el cálido vientre con el que la vida nos dice: bienvenido.

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La Niña TodoMePasa dice: La Muerte, mi amiga

Desde niña fui el bicho raro de los bichos más raros. Si hubiera sido como Malcolm Wilkerson y sus amigos, okay, al menos habría obtenido buenas calificaciones. Pero más bien era como cualquiera de los amigos idiotas de Dewey. No fui consciente de ello hasta un día cualquiera de preparatoria en que le pregunté a mis amigas de entonces cuántas veces habían intentado suicidarse. ¿Qué? ¿Acaso no era un deseo normal siendo adolescente? Resultó que no. Durante años creí que mi primera vez había sido a mis dulces dieciséis. Una vecina fue con el chisme de que metí a mi casa al flamante primer galán cuando no había nadie. No, pues guau. Después de la cagotiza usual cuando eres hija única de madre soltera, agarré un rastrillo y me hice una cortadita ridícula en la muñeca izquierda. No creo que me hayan brotado más de tres gotas de sangre, pero el pinche drama que hice debió haber estado bueno porque mi novio llegó a rescatarme lo más pronto que pudo. Como a los veinte años de edad fui por mi propio pie al Instituto Nacional de Psiquiatría Juan Ramón de la Fuente, que estaba o está cerca del Tec de Monterrey Campus Ciudad de México. No sé si ya pesaba 48 kilogramos, pero mi meta era llegar a 45 porque “100 libras era el número perfecto”. En realidad ya tenía internet y había descubierto los grupos pro ana 102

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y pro mia. Si de todas formas iba a morir, ¿por qué no hacerlo delgada? Ya era fan del Anticristo Superestrella de Marilyn Manson, y yo estaba más que de acuerdo con su antigua filosofía de “hacer que todos pagaran”. No sé con cuántos psicólogos fui obligada a acudir desde los trece. Ni uno solo se dio cuenta de que no hablaba y vivía en permanente enojo porque fui víctima de abuso sexual en la infancia. ¡Unos genios! Bien por ellos, por sus cédulas de inútiles y por la lana que en realidad estafaron. La única psicóloga que me ayudó en algo fue la de mi prepa de monjas, y gratis. Con la ventaja añadida de que atendía en horas de clase. Aunque tampoco ella se enteró del “vergonzoso” secreto que arrastré durante dos décadas. Con el primer psiquiatra, en cambio, en menos de una hora obtuve tres diagnósticos que, supongo, yo no tenía que leer. Pero pues me dio la hojita para que la llevara a Nutrición… Y ya tenía internet telefónico (pirata) en casa... Algo así leí: Posible TLP, TANE y Distimia. Omitiré lo devastador que fue enterarme de la existencia de los trastornos de la personalidad. Lo curioso fue que, en esa única consulta antes de ser dopada con Clonazepam y


el antidepresivo de turno, de la nada recordé que mi primer intento de suicidio no fue a los dieciséis. Tenía once años de edad. No tengo idea de por qué o qué, por quién, etcétera. Pero era fan de Gloria Trevi, a quien he odiado durante décadas por su estúpida canción “Ángel de la guarda”. Lo bueno es que dejé de escucharla antes de su sencillo “Lloran mis muñecas”. Once años de edad. No sé sin quién estaba, que yo me quise morir. Y difícilmente iba a conseguir setenta pastillas que fueran mi fin… Pero en el botiquín detrás del espejo del baño encontré una caja de Espasmo Cibalgina, auxiliar contra los dolores menstruales que todavía no experimentaba. Pero era lo que había, así que no sé cuántas me tomé. Una tira, tal vez. Mucho después, gracias a internet, supe que el alucine que me aventé fue porque las rojas grageas contenían codeína. Ni cómo explicarlo, pero mi recuerdo es haberme visto a mí misma sentada en la mesa con mi cara de what, escuchar la música de los anuncios de electrodomésticos Moulinex, y una especie de Muppets (sí, los de Jim Henson) repitiendo la palabra “Marinopepe”. No sé si en otros países aún usen esa formulación. Lo dudo porque, en caso contrario, serían pastillitas muuuy populares entre los raperos. Así que no solo intenté suicidarme a los once años de edad “por culpa” de una canción de Gloria Trevi: también fue la primera vez que me drogué. Sin querer. Y la muy babosa compositora de “Ángel de la guarda” todavía se atrevió a bautizar a su hijo como Ángel Gabriel. Claro que montones de niñas crecieron escuchando a esa mensa, y no por eso andaban viviendo sus composiciones al pie de la letra. Mi primer diario lo escribí en primero de secundaria, en una libreta de taquigrafía; pero lo

tiré a la basura luego de un berrinche (lo normal). Oficialmente empecé a escribir mi Querido Diario Sam Neill a mediados de segundo de secundaria, cuando mi ahora esposo me hacía sufrir con su indiferencia. Claro que ahora agradezco que una escuincla pendeja (porque, hay que reconocerlo: estaba bien pendejilla… ¿Drogarse sin querer por obedecer una canción?) de trece años le fuera indiferente al profesor de veintiséis. Tal vez no desde la primera página, pero sí desde el primer cuaderno comencé a manifestar lo infeliz que era y mi deseo de ya no estar aquí. Ni siquiera sabía por qué era infeliz, aunque yo lo adjudicaba a la ausencia de mi donador de esperma. Más o menos durante dos años mi única meta en la vida fue simple: estar muerta. No tenía intención de llegar a mi fiesta de quince. ¿Por qué tanto interés en morirme? A la fecha no tengo idea. Aunque la mayoría de mujeres en mi familia vivieron el mismo trauma de infancia, solo hubimos dos suicidas. La diferencia es que ella se ha encargado de mantener sus adicciones a raya. A mí la verdad es que no me molestan. El resto de mis primas, tías, etcétera, se dedicaron a seguir adelante. Igual y porque tuvieron que hacerse cargo de otros desde muy jóvenes. Yo no. El exceso de tiempo libre siempre ha jugado en mi contra. Aun sin la influencia nefasta de mi televisada “modelo de mujer”, moldeada magistralmente por su abusador Sergio Andrade, lo más seguro es que me habría metido en líos más temprano que tarde. Cuando explotó la bomba de que mi cómplice andaba en drogas antes de siquiera alcanzar la pubertad, supe que yo no debía ni

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probarlas porque tengo personalidad adictiva. Por supuesto que a la mera hora me valió gorro. Y tampoco es algo de lo que me arrepienta. Supongo yo que ese cúmulo de ideas fijas me viene de vidas pasadas. ¿Por qué, si no, crecí renegando de la miseria económica? Como si en serio no hubiera tenido un peso de niña, par favar. Apenas hace unos tres años descubrí precisamente una lectura de Tarot llamada Vidas pasadas, y zas: como por arte de magia rompí el bloqueo y me empezó a ir bien. Dejé de lado la idea de ser “artista muerta de hambre, con tal de que me lean”. Aún escribo, pero no me entusiasma tanto como leer en las cartas el porvenir y el pasado de un perfecto desconocido. Y que encima me pague bien por decirle sus verdades. Infinidad de especialistas en salud mental repudiarán mis palabras, pero para mí es verdad: gracias a las drogas descubrí que siempre no me interesa estar muerta. Y no estoy glamorizando su consumo: tan solo hablo desde mi experiencia. La primera vez que me sentí auténticamente feliz fue gracias a un candy flip y al cielo estrellado en un rave masivo... Pero eso ya es otra historia. Quien diga que las drogas son “parasuicidio” es porque no fueron suicidas. A la larga, las adicciones estorban. Pero de entrada son útiles para sacudir las neuronas de niños malqueridos por cierta gente asquerosa.

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Incipit. ¿Es Doris Salcedo una “artista historiadora”? Pienso que una obra de arte debería dejar perplejo al espectador, hacerle meditar sobre el sentido de la vida. Antoni Tapies Vivimos en una constante elaboración y reelaboración de significados, identidades y experiencias culturales. James Clifford1 en su libro “Itinerarios transculturales” busca establecer una analogía entre la formación identitaria y el viaje. La artista conceptual Doris Salcedo va produciendo ese ir y venir en torno al momento sociopolítico, viaja con los espectadores en cualquier espacio geográfico porque nos identifica el dolor y la ausencia producida por la violencia. Doris salcedo nació en Bogotá, Colombia, en 1958; esta escultora colombiana basa su trabajo en la situación política de su tierra, por ello en sus obras utiliza muebles, las cuales eliminan su naturaleza familiar y dándoles un aire de crueldad y horror. Estudió bellas artes en la Universidad Jorge Tadeo Lozano en Bogotá. Algunas de sus obras son: Atrabiliarias, Casa viudas, Tenebrae entre otras, en ellas “Introduce siempre una presencia del cuerpo como ausencia que data a su obra de una latencia contenida 2 nunca evidente” . El fenómeno globalizador se caracteriza por la movilidad y el desarraigo, éste provocado por las constantes influencias a las que nos vemos expuestos. Imaginemos que nuestra vida cotidiana es una gran estación ferroviaria o

de autobuses y en ese proceso de ascender y descender nos enfrentamos a otros, quizá con el mismo genotipo, pero al mismo tiempo con patrones diferentes, que vivimos situaciones similares y que nos son arrebatadas por desapariciones, secuestros, homicidios y silencios erigidos por los sistemas en el poder. El viaje para Clifford es la certera oportunidad para conocer o rechazar estilos de vida, para Doris Salcedo es la savia para llevar a cabo su obra, ya que el constante desplazamiento y la movilidad a la que se tienen que enfrentar mujeres y hombres van conformando una nueva experiencia cultural. Se quedó atrás la persistente perorata del etnocentrismo, todos vamos moldeando nuestras personalidades y en esa búsqueda encontramos viajeros. Viajar es despegarnos de nuestro espacio por un tiempo; entendamos que ese desasirnos posee una carga metafórica, ya que el viajar es encontrarnos con otros, reconocernos y aceptar de manera voluntaria e involuntaria lo que se piensa o hace. Pero, ¿existe una diferencia del hacer de la artista y quien hace historia? Considero que

1. Clifford, James. Itinerarios transculturales. (1999). Barcelona: Gedisa, p. 11 2. Hernández Navarro, Miguel Ángel (2012). Materializar el pasado. El artista como historiador (benjaminiano). Murcia: Editorial Micromegas, p. 22

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no; el arte contemporáneo ha permitido que Salcedo se convierta en una historiadora; ya que muestra y expone de formas diferentes las narraciones sociales, no la enclaustra en libros – muchas veces ajenos a la comunidad– borra la línea del intelectual que se centra en una universidad, ella sale, logra que el receptor participe y busca con ellos reconfigurar esto que Baudrillard, Augé y Huyssen llaman Sociedad de la memoria, porque esa memoria es manipulada por diversos elementos que atentan contra la verdadera legitimación de posiciones ante la dominación y crueldad, logra que ese mandato del hacer del historiador sea ser y hacer: Artista Contemporánea. La cultura tiene vida porque todos tenemos la necesidad de expresarnos, pero al mismo tiempo buscamos a esos otros que se muestran y nos proyectan formas de existencia, costumbres o creencias para poder amalgamar eso que sentimos, una realidad que se trastoca en cada viaje emprendido (el viaje no sólo se da geográficamente, sino en el mismo emplazamiento o lugar de coexistencia) en la experiencia de la resistencia y la aceptación, una clara muestra de intercambios culturales donde objetos, medios de comunicación, lenguaje, gastronomía, política y seres humanos se ven entreverados.

La artista logra una conexión no sólo en Latinoamérica o la cultura mexicana que es un reflejo de los cambios históricos, “…el mexicano se esconde bajo muchas máscaras”3 ya que a flor de piel todo lo que le preocupa a la creadora colombiana también le preocupa al habitante del otro lado del mundo; así, cuando se conoce su obra la hacemos nuestra porque es como una narrativa personal, tan personal que se torna colectiva. Y a pesar de las censuras de los constructores de una cultura mediática y monetaria que atenta con la inmensa proyección del arte, también otros seres culturales ponderan la expresión libre y sin tapujos y muestran en la pintura, escultura, música, escritura, danza, oralidad, usos y costumbres historias vivas que nutren una realidad que nos convierte en seres culturales sin ningún yugo o compromiso, viajeros constantes en busca de una identidad. Doris Salcedo es una escultora de la memoria, porque logra materializarla a través del empleo de objetos, la incorporación activa de cuerpos, la utilización del tiempo y del espacio haciendo con ello que se produzca un desplazamiento del pasado al presente; y por si fuera poco nos dice que aún en la devastación surge la vida, adaptándose al serpenteo del momento histórico, un viaje transcultural que todos tarde o temprano vamos llevando a cabo.

Itasavi1@hotmail.com Facebook: Blanca Vázquez Twitter: @Blancartume Instagram: itasavi68

3. Paz, Octavio (2004). El laberinto de la soledad. México: FCE, p. 209

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Desvaríos de la freaky neurosis. La risa o la duda

Salvador Novo pertenece al grupo de autores contemporáneos con un estilo peculiar de escritura. Tanto su poesía como su prosa son de asombrosa novedad y originalidad. Se ha estudiado principalmente su poesía, y en segundo lugar, su producción dramática. Su obra más conocida es la prosa periodística, la cual se ha englobado como ensayo. Las características distintivas del ensayo de Novo son el uso de la ironía, humor, rigor crítico, y la creación de un lenguaje que triunfa sobre la retórica acostumbrada. La construcción ensayística de Novo utiliza el efecto cómico (juegos de palabras y retruécanos). En sus ensayos ejerce una crítica social e ideológica, donde el proceso interpretativo resulta fundamental; se vale de formas y estilos para organizar contrastes de tono, desacuerdos, asociaciones insólitas y absurdos, integrando una diversidad de procedimientos, sin que ninguno domine al otro. El ensayo de Novo se caracteriza por un manejo festivo del juego de estilo, brevedad en extensión, temas aparentemente triviales y acopio de información documental. Leyendo sobre la vida y obra de Novo, me pregunto ¿cómo logró encontrar su estilo tan característico? He llegado a la conclusión que cada escritor tiene la virtud de lograr la perfección gracias a su particular modo de ver y experimentar su vida. Esto me lleva a reflexionar sobre mi deseo de ser escritora, e incluso sobre mi propia vida. Me pierdo entre mis recuerdos, descubriéndome

en un constante vaivén de dudas y risas. La duda entre hacer siempre lo que mis padres dijeran o seguir mis propias convicciones. La duda al elegir mi licenciatura, o de casarme aún en contra de la voluntad materna (eso no resultó bien, así que al final, mi madre tuvo razón). He dudado incluso de seguir con esta vida, que a veces no me basta, porque nada es suficiente, y a todo me he sentido siempre ajena. Pero quizá la duda más terrible fue cuando algún familiar médico, me recomendara abortar a mi primer hijo, pues tal vez nacería con alguna deformidad, debido a un medicamento para el acné que debí tomar por un año. Sin embargo, como soy terca y obstinada, jamás hice caso a esta última recomendación. En ese momento pensé que aquella vida no me pertenecía; a pesar de crecer dentro de mi vientre, por lo cual decidí tenerlo, asumiendo la responsabilidad de amar a ese pequeño sea cual fuere su condición. Pasaron nueve meses de incertidumbre, tres ultrasonidos normales y a pesar de ello, no descansé. Mi primogénito nació un 19 de noviembre 2020

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mayo del 2007; mientras me consumía en las ganas de ver su rostro, abrazarlo y descubrir si estaba bien. Cuando por fin me lo entregaron, le pregunté: “¿Así que fuiste tú quien me causó tantas molestias?”, a lo cual me respondió con una sonrisa. Yo también sonreí, lo besé y observé con sumo cuidado ¡era perfecto! En aquel instante, todas mis angustias se esfumaron. Aquella sonrisa fue la primera de tantas, pues resultó un bebé tan risueño que hasta sus carcajadas me despertaban de madrugada. Miguel, que así se llama mi hijo, tiene ahora trece años; es un joven sumamente inteligente y alegre de segundo grado de secundaria, alto, delgado, de grandes ojos con largas pestañas y hermosa sonrisa; a quien le encanta hacer teatro. Este tiempo a su lado han sido años de alegrías y risas compartidas; porque a él se le unieron Jade y luego Pedro, mis hijos menores. “Ríe, el día que no rías será un día perdido”, dijera el gran Charles Chaplin. Y yo he reído cada día, a pesar de la incertidumbre, a pesar del dolor. En tiempos caóticos, la risa y el humor se convierten en algo que nos salva del hastío; quizá por ello hay tanta gente compartiendo memes en redes sociales. De algún modo debemos sobrellevar esos reveses o dificultades que debemos librar a cada instante, cuando no todo resulta lo esperado. Pues para reírnos incluso de nuestras propias desgracias, el mexicano se pinta solo. Por mi parte, este tiempo de contingencia me ha confirmado el sentido de mi vida: mis hijos son la razón para sonreír y continuar a pesar de los dilemas existenciales. La vida es una montaña rusa de dudas y risas; un juego difícil, pero que vale la pena, pues siempre habrá motivos para reír.

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Nos vemos en el slam. Apropiarse del espacio respuestuosamente El vocalista de la Mama Ruda y los Skatastróficos Hijos del Henequén siempre mencionaba en las tocadas la idea de apropiarse de espacios con respeto, una intervención sin caer en la invasión violenta o alterar la existencia de un lugar provocando su nulo regreso a su originalidad. Con base a este idea recordé algunos de los espacios que dejaron de ser una calle, un centro deportivo o un parque para convertirse en algo completamente diferente en donde militantes de la cultura alternativa yucateca desbordaron fiestas y creatividad. La Mama Ruda en muchas ocasiones organizó toquines en un salón de fiesta ubicado en el barrio de Santiago que se transformaba en el Espacio Santiaguero. En la entrada se colocaban unas mantas creando un pasillo y tras pasar por él, además de pagar el respectivo cover, te adentrabas a una especie de foro cultural armonizado por bandas en vivo, generalmente de ska y reggae, venta de cerveza en una barra de concreto y un buen slam en lo que sería la pista de baile. En una entrevista, miembros de la banda me dijeron de que siempre procuraban el cuidado del sitio con diversas acciones como la colocación de botes de basura para que el lugar no termine con basura por todos lados y sea más fácil de limpiar antes de regresarle su verdadera identidad. Uno de los eventos más llamativos organizado por el colectivo Radiación y que también transformaba un espacio era el Noquearte Urbano. De todas sus ediciones, recuerdo una realizada en la duela del Complejo Deportivo Inalámbrica y otra en el parque de la Mejorada. El Noquearte consistía en combinar una tocada con una función de lucha libre, una fusión que atraía a dos públicos diferentes en el mismo lugar, los seguidores de las bandas y los fans del pancracio.

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Tanto el parque como la duela se transformaron en un concierto y una arena de combate entre los gritos de ¡otra! ¡otra! ¡otra! y ¡los rudos!, ¡los rudos!, ¡los rudos! En 2008 una artista multidisciplinaria llamada Yanín Elizalde realizó un inesperado performance en el parque de La Madre, en pleno domingo. El lugar donde se acostumbra a ver pintores vendiendo su cuadros fue invadido por esta mujer que ejecutó una presentación netamente femenina que título “Hilito de sangre”. Al final de su acto abandonó el parque que de inmediato volvió a su originalidad con gente pasando entre sus jardines y turistas viendo la escultura a la madre. Sin adentrarme a teorías sobre espacios y ocupaciones, me atrevo a decir que Mérida, en especial su centro histórico, es un sitio ideal para transformaciones como las mencionadas, ojalá en sus siguientes generaciones de artistas no solo vean parques o espacios deportivos sino también algo más que pueda existir durante unas horas con sumo respeto.

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