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Por Rafael Aguirre
Jesús y su vida en el Imperio romano
Jesús nació en tiempo de Herodes, rey vasallo de Roma; su ministerio se desarrolló siendo emperador Tiberio y fue crucificado por Poncio Pilato, prefecto romano. En los evangelios, el Imperio romano es un supuesto omnipresente que en algunos momentos aflora de forma explícita. ¿Cuál fue la actitud de Jesús ante el Imperio romano? La novedad histórica que supone el reino de Dios se percibe por contraste con los valores del Imperio romano.
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Rafael Aguirre
Universidad de Deusto
LA "TIERRA DE ISRAEL" EN EL IMPERIO ROMANO
El lector de la Biblia sabe que esta pequeña franja de tierra ha sido siempre muy disputada por su valor estratégico y por ser tierra de paso entre Europa, África y Asia. Alejandro Magno la conquistó con sus ejércitos, pero también introdujo la influencia helenista e impulsó el proceso urbanizador. A su muerte, el dominio griego lo ejercieron, primero, los ptolomeos de Egipto y, después, los seléucidas de Siria. La situación no era estable, pero estalló cuando el rey seléucida Antíoco IV Epífanes (175-164 a.C.) ofendió gravemente los sentimientos religiosos judíos. La rebelión de Matatías (165 a.C.), liderada después por Judas Macabeo (Macabeo es un apodo que significa “el martillo”) se sacudió el yugo seléucida e instauró la dinastía asmonea. Unos años después consiguieron la independencia política, pero nunca cesaron las graves disensiones internas, entre otras cosas por el nombramiento de un sumo sacerdote que no provenía de la línea legítima.
Era inevitable que el avance del Imperio romano llegase a Palestina, y Pompeyo acabó con el reino asmoneo en los años 64-63 a.C. Entró personalmente en el templo de Jerusalén y convirtió a Siria en provincia romana. El Imperio romano seguía una estrategia integradora y no quebró el proceso helenizador, sino que se apoyó en él y lo favoreció. Para el gobierno se apoyaba en élites o dinastías locales. El Imperio romano iba tejiendo una red de relaciones sociales de carácter piramidal que se denominan de “patronazgo”. Un patrón, personaje honorable y con recursos materiales, tiene una serie de clientes que dependen de su benevolencia. El número de sus
Imagen aérea del Herodión, donde se encuentra la tumba de Herodes el Grande
clientes indica el honor del patrón, y los clientes obtenían más beneficios en la medida en que su patrón era poderoso. El patronazgo estructuraba el Impero en cascada. El patrón primero era el emperador y sus clientes inmediatos, las élites esparcidas por todos sus territorios. Pero los personajes de las élites, a su vez, eran patrones con sus clientes. Eran unas relaciones basadas en la benevolencia discrecional, en las diferencias discriminadoras y en el honor como valor supremo.
LOS HERODIANOS
El personaje clave en la incorporación de Palestina al Imperio romano fue Herodes el Grande, hijo de Antípater, un idumeo convertido al judaísmo que había alcanzado una gran influencia al final de la dinastía asmonea. Herodes recibió del Senado, con el apoyo de Augusto, el título de rey el año 40 a.C., siendo durante cuarenta años uno de “los reyes socios y amigos del pueblo romano”. Herodes fue un gobernante
astuto, fiel a los romanos, que contemporizaba con un pueblo tan especial como el judío. Reconstruyó con magnificencia el templo de Jerusalén, a la vez que en tierras paganas construía espléndidos templos en honor del emperador. Su labor constructora fue colosal, y todavía asombra a los visitantes de aquella tierra. Pero todo esto iba acompañado de una profunda transformación económica. En pocas palabras: se pasaba de una economía de reciprocidad, prácticamente de trueque, en que cada familia cultivaba y consumía lo que necesitaba, a una economía de redistribución, en la que un poder central acaparaba la producción, decidía los cultivos más rentables e imponía fuertes cargas fiscales. La situación del campesinado galileo se hacía insostenible. Muchos perdían sus propiedades y quedaban como jornaleros mientras sus propiedades pasaban a manos de grandes latifundistas que vivían en las ciudades o en el extranjero; era frecuente tener que endeudarse para poder vivir. Estas situaciones se reflejan en los textos evangélicos. En Jerusalén prosperaba una aristocracia sacerdotal y laical, claramente prorromana, que se beneficiaba económicamente del Templo y de las masas de peregrinos que acudían a la ciudad.
A la muerte de Herodes (4 a.C.) estalló el descontento existente en el pueblo con varias revueltas lideradas por pretendientes mesiánicos, de las que En Jerusalén prosperaba una aristocracia sacerdotal y laical, claramente prorromana, que se beneficiaba económicamente del Templo y de las masas de peregrinos que acudían a la ciudad
Un estudio de las parábolas de Jesús, teniendo en cuenta su forma y sus detalles realistas, pero, sobre todo, el contexto en que se contaron por primera vez. Un trabajo para entender a Jesús y su mensaje original.
informa Flavio Josefo (Antigüedades judías XVII,288-289.295-298; Guerra judía II,68.71-75). En Galilea hubo un movimiento encabezado por Judas Galileo, que atacó el palacio de Séforis, capital de la región, y se apoderó de un arsenal de armas; en Perea fue proclamado rey un tal Simón; en Idumea, el pastor Athronges aspiró a la realeza. La situación fue tan grave que intervino el gobernador de Siria, Varo, que ejerció una durísima represión. El reino fue dividido entre los tres hijos de Herodes: Arquelao, etnarca de Judea; Antipas, tetrarca de Perea y de Galilea; Filipo, tetrarca de Traconítide y otros territorios al norte. Arquelao fue destituido por los romanos el año 6 d.C. y Judea pasó a ser una provincia romana dependiente del legado de Siria, pero con un prefecto que vivía en Cesarea Marítima y solo en momentos especiales se trasladaba a Jerusalén. En ese momento tuvo lugar el censo de Quirino, necesario para controlar el tributum capitis, el que tenían que pagar todos los adultos y que se sumaba al ya vigente tributum solis, que afectaba a todas las propiedades.
El régimen de prefectos romanos discurrió con relativa calma al inicio. El primero, Coponio, fue muy bien recibido, porque suponía liberarse de los odiados herodianos. Hubo algunos incidentes en tiempos de Poncio Pilato (26-36 d.C.), a uno de los cuales haremos mención. Del año 41 al 44 toda Pa-
Extensión del Reino de Herodes en el año I a. C.
lestina volvió a estar unificada con Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, como rey. A su muerte, Judea pasó a ser provincia procuratorial, y a partir de ese momento las tensiones fueron en aumento hasta desembocar en la guerra abierta con los romanos el año 66 con el incendio del Templo y la caída de Masada el 74.
No es posible presentar ahora los acontecimientos posteriores, pero lo expuesto hace ver que la integración de la tierra de Israel en el Imperio romano requirió un proceso prolongado, complejo y conflictivo. El ministerio de Jesús se desarrolló en un momento crítico de ese proceso.
JESÚS, JUDÍO DE NAZARET DE GALILEA
En el artículo siguiente de esta revista se presentará a Jesús como judío. Conocemos el nombre de su padre, de su madre y de sus hermanos y hermanas (Mc 6,3). Era oriundo de Nazaret, un pequeño pueblo de la Baja Galilea, muy cercano a la capital, Séforis, ciudad por la que pasaban importantes vías de comunicación. Jesús se educó en un ambiente familiar profundamente judío y religioso, pero en una región transitada y abierta al helenismo. La represión brutal de las legiones romanas contra Judas Galileo el año 4 a.C. tuvo que llegar necesariamente a Nazaret; sucedió siendo Jesús muy niño y marcó los recuerdos de una generación: “Aquello fue dos años antes de los romanos”; “… después de los romanos”. En ese ambiente creció Jesús.
Los relatos evangélicos de la infancia de Jesús son construcciones teológicas y apenas proporcionan informaciones históricas. No es verosímil que Jesús permaneciese en el domicilio familiar hasta que comenzó su vida pública en torno a los 30 años (Lc 3,1). Dado que nació antes de la muerte de Herodes, tendría al menos 34 años. Para aquel tiempo, un varón de esa edad estaba ya en plena madurez. Es seguro que los discípulos que le seguían, y la mayoría de quienes le escuchaban en Galilea, eran más jóvenes que él. Jesús tiene un conocimiento notable de las Escrituras y posee una gran capacidad dialéctica para dirigirse al pueblo sencillo y para discutir con las élites doctrinales. Cabe pensar que había seguido un proceso similar al que describe Flavio Josefo en su Autobiografía, quien, movido por su inquietud religiosa, había frecuentado a diversos maestros y tuvo contactos con diversos movimientos religiosos judíos. Jesús pudo haber seguido un proceso similar de búsqueda, y las primeras noticias lo presentan cuando se acerca a Juan Bautista y al movimiento religioso que desarrollaba en el desierto del Jordán. Aquello resultó decisivo, porque allí maduró su experiencia religiosa, tomó conciencia de su misión y a partir de entonces empezó su propio ministerio.
EL REINO DE DIOS Y EL MOVIMIENTO JUDÍO DE RENOVACIÓN
Jesús se separó de su maestro y no se quedó en el Jordán esperando a que la gente acudiese allí. Él salió a buscarla. Para entender su actitud, la clave está en su experiencia religiosa: Dios es un Padre que busca a los seres humanos, sus hijos, y les invita a acoger su reinado, lo que implica una profunda transformación personal y social (“la conversión”): “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está llegando; convertíos y creed en la Buena Noticia” (Mc 1,15). Este futuro es inminente; Jesús lo ve ya actuante y por eso proclama que es una buena noticia para los pobres, los hambrientos, los afligidos, porque la situación va a cambiar, se va a hacer justicia; el reino del Padre implica la fraternidad entre los humanos, sus hijos. A quienes le preguntan por el momento de la llegada del reino de Dios les responde: “La venida del reino de Dios no se produce aparatosamente ni se dirá: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el reino de Dios está ya entre vosotros” (Lc 17,20-21). El reino de Dios es inseparable del pueblo de Dios. Jesús se dirige a Israel y quiere que este acepte el reino de Dios –con la plenitud de la justicia y de la paz– y se convierta así en una luz que ilumine a toda la humanidad (Is 2,1-5). Sin embargo, Jesús, que habla constantemente del reino de Dios, jamás llama a Dios rey. Lo más íntimo de su experiencia religiosa es descubrir a Dios como Abbá, como Padre, como amor.
LA DIMENSIÓN POLÍTICA DEL REINO DE DIOS
Para Jesús, el reino de Dios no es un ideal que realizar en un ámbito espiritual y celeste. La soberanía actuante de Dios es una fuerza de transformación personal y social, es una propuesta política, en el sentido primigenio de esta palabra, y que Dios un día cercano manifestará en plenitud. 1) Jesús promueve un movimiento de renovación intrajudío . Lo específico de Jesús es proclamar que ha llegado el momento de la transformación radical de la historia con vistas al reino de Dios. Se explica que Jesús suscitase un eco muy positivo entre los sectores populares de Galilea. El reino de Dios se despliega en las bienaventuranzas y supone un anuncio de cambio y de esperanza para aquellos a quienes la incorporación al Imperio romano estaba suponiendo grandes sufrimientos. En los evangelios vemos que Jesús suscitó un movimiento profético popular, similar a otros que surgieron en aquel tiempo en el judaísmo. Pretende cambiar profundamente al pueblo de Israel. Hay multitudes que acuden a escuchar a Jesús, vienen de todas las aldeas galileas, pero Jesús nunca aparece visitando las ciudades, donde vivían las élites prorromanas. 2) Jesús habla en parábolas con un lenguaje sugerente, que da que
pensar y enseña a ver la realidad de una manera diferente . Para Jesús, el reino de Dios no se identifica ni con éxitos militares, ni con convulsiones cósmicas, ni con signos deslumbrantes. Lo compara con un grano de mostaza, la más pequeña de las semillas (Mc 4,30); o con un poco de levadura, que se pierde en la masa (Mt 13,33); o con un tesoro escondido en el campo (Mt 13,44). 3) La expresión “reino de Dios“ , tal como es usada por Jesús, tiene su antecedente en dos profetas que se dirigen al pueblo en los momentos más críticos de su existencia: el Déutero-Isaías, que exhorta a la resistencia y a la esperanza a los desterrados en Babilonia (Is 52,7), y Daniel, más cercano en el tiempo, que se dirige al pueblo abatido por el dominio seléucida, que amenaza con destruir las instituciones sagradas y la misma identidad judía. Los capítulos 2 y 7 de Daniel describen en imágenes la victoria del reino de Dios contra todos los imperios. El capítulo 7 presenta una visión terrorífica de cuatro monstruos terribles que surgen del mar. Sigue una visión totalmente contrapuesta: no una bestia, sino un ser humano, un “hijo del hombre”, que no surge de los abismos marinos, sino que va sobre las nubes del cielo y se dirige hacia el trono de Dios, representando a Dios, al que miles y miles le servían, el cual le otorga poder, honor y un reino que nunca será destruido, mientras los monstruos precedentes son aniquilados. Después se explica la visión: las bestias son los imperios sucesivos que han ido oprimiendo a Israel (asirios, babilonios, medos, helenistas) y el ser
Colinas de Judea, que pasó a provincia procuratorial tras la muerte de Herodes Agripa, unificador de Palestina humano representa al pueblo de los justos, que, contra todo lo que se podía pensar, prevalecerá y recibirá el reino de Dios. El reino de Dios es un mensaje de resistencia y esperanza que se dirige al pueblo en momentos de máxima opresión, en los que parece que no hay salida humana. 4) Jesús se encuentra en la tradición judía de la resistencia pacífica ante los imperios . En Israel hay una tradición, que se remonta a Isaías, y que desecha la violencia ante el acoso del Imperio. Hay otra tradición que exalta la violencia armada no solo para resistir, sino para atacar y llevar adelante el supuesto plan divino. Ambas tradiciones, la violenta armada y la pacífica,
salieron a la luz ante el Imperio romano. En Daniel, referencia importante para Jesús, hemos visto que el reino de Dios es una llamada a la resistencia firme, con la confianza puesta en Dios, pero sin el menor atisbo de las armas ni de la violencia.
Jesús se encuentra ante un nuevo imperio, el romano, y preconiza la resistencia pacífica, como lo había hecho poco antes Daniel. Además, es algo que pertenece al núcleo central de su mensaje tal como se encuentra resumido en el Sermón del monte (Mt 5–7). Sin embargo, en el judaísmo contemporáneo de Jesús predominaba el espíritu macabeo, y las sublevaciones armadas se sucedieron, manifestándose con especial fuerza a la muerte de Herodes (4 a.C.), como hemos visto. No es posible detallar los numerosos incidentes de esta naturaleza, que fueron aumentando y desembocaron en la guerra total de los años 66-70.
La violencia también es expresada con un lenguaje de guerra, pues, desgraciadamente, Israel conoce de primera mano las circunstancias en las que quedan los vencidos
Esta fe religiosa en la violencia se encuentra en los libros de los Jubileos, Henoc y Salmos de Salomón. Pero la tradición no violenta, probablemente minoritaria, además de contar también con raíces bíblicas, tenía una importante penetración popular. Josefo narra un ejemplo magnífico (Guerra judía II,169-174). Cuando Pilato llegó como prefecto a Judea, introdujo de noche, a escondidas, en Jerusalén unos estandartes con la efigie del César. Esto suponía una agresión a los sentimientos religiosos, y los judíos reaccionaron firme y pacíficamente. Fueron al palacio de Pilato en Cesarea, que no atendió sus peticiones. Entonces “los judíos se tendieron en el suelo boca abajo, alrededor de su casa, y se quedaron allí sin moverse cinco días y sus correspondientes noches”. Pilato mandó a sus soldados que les rodeasen y desenvainasen sus espadas. “Pero los judíos, como si se hubiesen puesto de acuerdo, se echaron al suelo todos a la vez con el cuello inclinado y dijeron a gritos que estaban dispuestos a morir antes que no cumplir sus leyes. Pilato, que se quedó totalmente maravillado de aquella religiosidad tan desmedida, mandó retirar enseguida los estandartes de Jerusalén”.
La actitud de Jesús de reivindicar el reino de Dios y, a la vez, distanciarse de la violencia, que bullía en su pueblo con consecuencias finales funestas, se puede contextualizar perfectamente en el judaísmo de su tiempo. 5) La proclamación del reino de Dios podía fácilmente sonar a los oídos de los representantes del Imperio romano como un desafío al reino del César . El Imperio romano era tolerante y acogedor de los dioses de los pueblos sometidos. Pero Jesús, fiel a la tradición judía, proclama el reinado de un Dios que no acepta compartir el panteón con otras divinidades, que se erige en la referencia decisiva en la vida de sus fieles y que, por supuesto, es incompatible con el culto al emperador. Además, en torno a Jesús se congrega un movimiento social que resulta una amenaza para los intereses de la élite judía prorromana y que se encuentra en un lugar delicado y fronterizo del Imperio. La autoridad romana ni entraba ni le interesaban las disputas intrajudías que Jesús suscitaba, pero aquel profeta galileo tenía que ser visto como un peligroso perturbador del orden imperial.
AFLORA LA CRÍTICA IMPERIAL
Hay algunas escenas evangélicas en que aflora la crítica imperial. Para captarlas hay que tener en cuenta la situación en que se encontraban los autores de los relatos evangélicos. No podían ocultar que Jesús había sido crucificado por los romanos, pero rebajan el conflicto con el Imperio romano, a la vez que acentúan la responsabilidad de las autoridades judías. Por otra parte, los evangelios son literatura de grupos marginales en el Imperio y usan, con frecuencia, un lenguaje típico de los grupos que se encuentran en esa situación: tiene un sentido público que se somete a todas las convenciones sociales, pero tiene también un sentido oculto que solo captan los miembros del propio grupo y que posee un sentido crítico, a veces irónico y burlesco, en todo caso disimulado. Veamos algunos textos.
EL ENDEMONIADO DE GERASA (Mc 5,1-21)
Es un relato especialmente vivo y rico que debe leerse con atención. Nos fijamos solo en algunos detalles. Gerasa es una ciudad pagana en la ribera oriental del lago. Se describe con detalle la situación de un marginado poseído por un espíritu inmundo: vive en lugares impuros (los sepulcros), es violento e incapaz de convivencia humana, grita y se hiere a sí mismo. Este poseso descubre a Jesús y reacciona contra él. Su nombre es “legión”, un término militar romano, lo que puede ser una sátira contra la presencia militar existente en aquella zona. Estos espíritus impuros son transferidos a una piara de cerdos, animales impuros, que se arroja al mar y queda totalmente destruida. La Legión X Fretensis, estacionada en Palestina, tenía en su emblema un cerdo salvaje (un jabalí). En el trasfondo hay una crítica a la presencia militar del Imperio, que quiere permanecer en el lugar (Mc 5,11), pero que es presentado como un poder alienante, impuro, que está abocado al aniquilamiento total.
EL PAGO DEL TRIBUTO (Mc 12,13-17)
Hay un momento en que le instan a Jesús para que defina claramente su actitud ante el Imperio y ante el emperador mismo. Le preguntan: “¿Es lícito pagar tributo al César o no?”. Le tienden una trampa: si responde que no, incurre en delito ante los romanos; si responde que sí, decepcionará al pueblo, entre el cual el malestar por las cargas impositivas enormes y humillantes estaba muy extendido. El problema era candente y grave. Cuando el
Ejemplo de moneda acuñada por Tiberio
censo de Quirino, en el momento en que Judea pasó a depender directamente de Roma, surgió Judas Galileo, que incitaba a la rebelión diciendo que pagar tributo a los romanos era atentar contra Yahvé, único Señor de Israel. Jesús responde con otra pregunta y reformula la cuestión. Es un procedimiento típico del lenguaje disfrazado de sectores oprimidos.
Para ser claros y breves nos fijamos solo en las palabras de Jesús: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Todo el énfasis está puesto en la segunda parte, que se refiere a algo sobre lo que no le habían preguntado: “Dad a Dios lo que es de Dios”. Preguntan por los derechos del César; Jesús responde reivindicando los derechos de Dios. Dios es el Señor supremo, y Jesús anuncia que su Imperio está ya presente y pronto se hará del todo manifiesto. ¿Y qué es lo que hay que dar al César? Jesús no dice nada al respecto, ni siquiera si hay que darle algo.
Basándose en este episodio acusan a Jesús ante Pilato, en el evangelio de Lucas (23,2), de ser un subversivo que “prohíbe pagar tributo al César”. Es la mejor prueba de que la ambigüedad del texto permitía esta interpretación o, quizá más exactamente, que podía descubrirse debajo del disfraz del lenguaje su verdadero sentido contracultural.
LA ENTRADA “TRIUNFAL” EN JERUSALÉN (Mc 11,1-11)
La entrada de un rey o de un legado suyo en una ciudad, tras una victoria, respondía a un género literario. Iba montado en
Jesús responde a la pregunta de si hay que pagar tributo al César con otra pregunta y reformula la cuestión. Es un procedimiento típico del lenguaje disfrazado de sectores oprimidos
una cabalgadura elegante, vestido regiamente, aclamado por la multitud, y acababa en el templo, donde ofrecía un sacrificio a la divinidad. Flavio Josefo describe en estos términos la entrada en Jerusalén de Alejandro Magno (Antigüedades de los judíos XI,325329) y de Agripa (Antigüedades de los judíos XVI,12-15). Una serie de indicios dan a entender que la entrada de Jesús en Jerusalén es una imitación satírica y burlesca de las gloriosas llegadas imperiales a una ciudad. Jesús, un peregrino andrajoso, sobre un modesto asno, entra en el templo de Jerusalén, donde no rinde pleitesía de ningún tipo, sino que lo observa todo y sale para Betania. No es pensable que quien ha criticado con tanta claridad y dureza las ansias de poder y de primeros puestos aceptase un homenaje al estilo regio. Percibir la ironía en textos o gestos culturalmente lejanos es sumamente difícil. Ahora se va abriendo paso esta interpretación anti-imperial, satírica y crítica de la entrada “triunfal” de Jesús en Jerusalén.
JESÚS Y PILATO
La confrontación entre Jesús y el representante del Imperio, Pilato, prefecto de Judea, se narra en los cuatro evangelios. Las preocupaciones apologéticas hacen muy difícil valorar históricamente esta escena. Pero algunos datos se pueden afirmar con razonable seguridad.
Ante todo, que fue Pilato el responsable último de la ejecución de Jesús. La cruz era un patíbulo romano. El letrero “Jesús de Nazaret, rey de los judíos” expresa un delito a ojos romanos. En el texto hay un afán por hacer ver que Pilato toma esta decisión presionado por las autoridades judías y una chusma popular.
Pero por las fuentes profanas (Filón de Alejandría) sabemos que Pilato era duro e inflexible, y no se dejaba presionar fácilmente. Con toda probabilidad, Pilato consideró a Jesús un peligro para el orden imperial. Ya en su detención parece que intervinieron tropas romanas (Jn 18,3). Pueden ser ciertas las acusaciones que se le dirigen en el evangelio de Lucas (23,2): “Hemos encontrado a este alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey”. El prefecto romano no era capaz de diferenciar entre las motivaciones y tácticas de los distintos grupos judíos. Para él eran iguales los movimientos mesiánicos armados que surgieron el año 4 a.C., a la muerte de Herodes, que los diversos movimientos proféticos del tiempo, que esperaban una pronta intervención divina, como el de Juan Bautista. Lo que le preo-
Mosaico de Séforis (Galilea)
cupaba a Pilato era la movilización popular, que veía como un peligro para el orden imperial.
Jesús atentaba contra el Templo y contra la “paz y concordia” del Imperio. Pilato contó con el apoyo y legitimación de la oligarquía sacerdotal –cuya fidelidad se aseguraban los romanos– para su decisión de crucificar a Jesús.
CONCLUSIÓN
Hemos comenzado diciendo que los valores del Imperio romano están siempre presentes en los relatos de la vida de Jesús. El reinado de Dios que Jesús anuncia no es un imperio más. Es una promesa y un proyecto de transformación histórica de novedad inaudita. Dios es Padre, todos los seres humanos son hermanos, las estructuras de patronazgo son abolidas, llega el
momento del amor gratuito. Está muy bien el ideal romano de “paz y concordia”, pero con justicia y sin violencia. Es una forma de ver y valorar la realidad profundamente alternativa. El Imperio romano no fue peor que otros imperios. Al contrario, es el Imperio mejor valorado por la historia posterior. Nosotros mismos somos afortunados herederos suyos. Sin embargo, este Imperio crucificó a Jesús no por equivocación ni por un ardid perverso de los sacerdotes judíos. Con sus actitudes y palabras, con la esperanza que suscitaba, era una amenaza intolerable para el orden romano. La cruz de Jesús significa, expresa y recuerda la dificultad que tiene el ser humano de aceptar la floración de sus mejores posibilidades. Esto acontece cuando se acoge el reino de Dios tal como Jesús lo promueve, con su fuerza de transformación personal y social.
BIBLIOGRAFÍA
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