Los estudios más recientes demuestran que solo el aumento del calentamiento global excederá los límites de capacidad de adaptación del Sistema Tierra y como consecuencia habrá una disminución general sustancial de la producción agrícola, un aumento de los precios y una disparidad aún mayor entre los países ricos y pobres. Al mismo tiempo, las zonas costeras del mundo, especialmente los deltas y costas bajas se inundarán. En estas áreas es donde se asientan la mayoría de las megaciudades emergentes y una importante cantidad de infraestructuras vitales para las economías nacionales y el comercio internacional. Además, aumentará el riesgo de daños por temporales costeros; y así podíamos continuar hasta un sinfín de efectos en cascada que harán del planeta un lugar difícil para la vida tal y como la conocemos, a finales de este siglo o antes. No son predicciones, son solo los titulares de una evidencia científica que llevamos demasiado tiempo negando. La crisis sanitaria causada por el coronavirus nos devuelve bruscamente a la realidad. Somos organismos ecodependientes e interdependientes dentro de una biosfera donde todo está conectado con todo lo demás. En este contexto ¿estamos dispuestos a utilizar todos los recursos disponibles para superar la presente emergencia sanitaria para continuar habitando en el negacionismo o podemos utilizarlos para una transición hacia modos de consumo y modelos urbanos más resilientes? Por poner tan solo un ejemplo que nos es próximo, la Covid-19 ha irrumpido tan solo unos meses después de que el temporal Gloria dejara en las costas del levante y de Cataluña un balance desolador. La reflexión sobre los efectos de esta borrasca no puede quedarse en el recuento de los miles de millones de euros que ha ocasionado en daños materiales en paseos marítimos, playas, casas y restaurantes o en sus registros récord de oleaje y vientos. Su magnitud y gravedad en el actual contexto de emergencia climática deberían servir de catalizador de un cambio en la legislación, el uso y el diseño del litoral. La información científica disponible nos indica que, aunque Gloria se trata de un temporal poco corriente, es susceptible de producirse, incluso de repetirse en el futuro con mayor frecuencia. También sabemos que cuando esto ocurra los daños serán iguales o mayores que los actuales. Pero ¿por qué?, ¿qué hay detrás de este enorme fracaso? Todo es consecuencia de un irracional modelo de ocupación de la costa basado en la falsa presunción de que “eso” que llamamos “naturaleza” es algo externo a nosotros. Pues no, la “naturaleza” no es algo que consumimos, sino que es algo que construimos, somos parte de la trama de la vida. Habitamos en sistemas sociales que están indisolublemente vinculados a los sistemas ecológicos en los que se insertan. Las alteraciones que ocasionamos en una parte del sistema modifican su funcionamiento, llegando a provocar en ocasiones su colapso y desaparición. La construcción de embalses y canalización de los ríos, junto con las masivas repoblaciones forestales han dejado sin alimento a las playas; kilómetros de asfalto convertido en paseos marítimos han sepultado cordones dunares que hubieran ayudado a minimizar la erosión de la playa emergida. La construcción de puertos y espigones han rigidizado y alterado la circulación de los sedimentos y miles de hectáreas de humedales costeros han sido rellenados para ganar terreno al mar. Esta intensa urbanización del litoral español ha dado como resultado una costa herida, incapaz de reaccionar y adaptarse a los efectos del cambio climático. 86