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Escuela de Arquitectura de Toledo, UCLM
©Luis Moreda, 2015.
Publicaciones de la Escuela de Arquitectura de Toledo
maet 1, mayo de 2013 maet 2, mayo de 2014
Oíza
maet 3, mayo de 2015
Javier Vellés
Javier Vellés nació en Bilbao en 1943. Estudió en la Escuela de Arquitectura de Madrid, titulándose en 1971. Trabajó con Sáenz de Oíza, cuatro años en el estudio y doce en la Cátedra de Proyectos (hasta 1986). En 1994, fue profesor de proyectos en la Escuela de Arquitectura de Miami (EEUU); desde 2011 a 2015, profesor asociado de Dibujo y Construcción en la Escuela de Arquitectura de Toledo. En 2012 obtuvo el título de doctor, por la Universidad de Castilla-La Mancha con la tesis El trazado del teatro en la ciudad clásica. Ha construido escuelas de formación profesional para la Obra Sindical del Hogar (1972-1976), el umbráculo de Cercedilla (1976-1979) para el ICONA, el barrio de Orcasitas (Madrid, 1977-1984), la casa patio en Molino de la Hoz (Madrid, 1977-1978), el desván del Reina Sofía (Madrid, 1983-1988), la puerta de la glorieta de San Antonio de la Florida (Madrid, 1985-1987), el palacio de ferias de Jerez de la Frontera (Cádiz, 1985-1991), el paseo marítimo de El Molinar (Palma de Mallorca, 1986-1990), el club náutico y escuela de vela Juan Sebastián Elcano (Cádiz, 1989-1992). Restauró las murallas de Tabarca (Alicante, 1980-1982) y las de Melilla con las cuevas del Conventico (1988-2009), el teatro Principal de Zamora (1984-1988), el antiguo hospital real de Cádiz (1992-1996), el antiguo gobierno militar (Cádiz, 1997), el cuartel Carlos III para museo de arte contemporáneo (Cádiz, 2000), el conjunto monumental de la iglesia de San Andrés-capilla de San Isidro-capilla del Obispo (Madrid 1986-2017). Sus obras se expusieron en Europalia 85 (Bruselas 1985), Contemporary Spanish Architecture (Nueva York, Los Ángeles, Chicago 1986-1987), bienal de Arquitectura Española (1988-1990), bienal de Venecia 2014. Obtuvo el premio de restauración del Ayuntamiento de Madrid (1990), la medalla de oro de Europa Nostra (1991), premio nacional del ladrillo (Hispalit, 1991), el diploma de Europa Nostra (1999). Hay una monografía sobre su obra escrita por Antón Capitel en 1995. Escribió los libros: Sor Ana de la Cruz 1997, Melilla la bien Guardada 1997 y, con otros, La Lonja de Palma 2003.
maet 4, mayo de 2016 maet 5, mayo de 2017
PRESENTACIÓN
Formando parte del Gobierno de España y en representación de los que trabajamos en este Ministerio, quiero participar con este libro en la conmemoración del nacimiento del gran arquitecto español Francisco Javier Sáenz de Oíza que vino al mundo hace cien años.
Íñigo de la Serna Ministro de Fomento
Francisco Javier Sáenz de Oíza (1918-2000) nació en Navarra, estudió en Sevilla y se hizo arquitecto en Madrid. Logró el Premio extraordinario por su expediente académico. Viajó un año por EEUU con una beca del Gobierno español. Fue profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid, desde ayudante sin sueldo hasta director, pasando por catedrático. Proyectó y construyó hermosos edificios, desde las viviendas más modestas hasta los palacios más lujosos. Fue maestro de innumerables arquitectos. Espejo de un par de generaciones. Persona memorable.
Antonio Aguilar Mediavilla Director General de Arquitectura
OÃza
Oíza Javier Vellés Edita MAET Escuela de Arquitectura de Toledo UCLM 2015
Editan Ministerio de Fomento, Escuela de Arquitectura de Toledo EAT (Universidad de Castilla-La Mancha) y Puente editores. Coordinación editorial Nieves Cabañas. Maquetación Carlos Magariños, Aarón Barrios y Rosa María García Cervigón. Revisión de la Primera Parte Carlos Magariños y Fernando Porras-Isla. Revisión de la Segunda Parte Fernando Porras-Isla y Aida González Llavona. Colaboradores de la edición Revisada Aarón Barrios, Javier Sánchez y Yolanda Sánchez-Camacho. Consejo editorial EAT: Xavi Aguado, José Antonio Aguado*, Juan Alonso, Enrique Álvarez-Sala, Carlos Asensio-Wandosell, Emilia Benito, Javier Bernalte, Nieves Cabañas*, José Ramón de la Cal, Miguel Ángel Caminero, Manuel de Castro, Daniel Carracedo, José María Crespo, Javier Elizalde, Federico Fernández, Irene GarcíaCamacha, Ignacio Garrido, Luis Gil*, Aida González Llavona*, Ignacio González-Varas, Juan José LópezCela, Raúl Martín, Nicolás Martín, Luis MartínezBarreiro, Juan Ignacio Mera*, Iván Muñoz, Inmaculada Mohino, José Luis Rodríguez-Noriega, Rosa Pérez-Badía, Ignacio Román*, Fernando PorrasIsla*, Borja Ruíz-Apilánez, Enrique Sánchez, María Dolores Sánchez Moya*, María del Carmen Serna, Josefa Blanco, Rubén Serrano, Eloy Solís, Francisco Javier Tapiador, José María Ureña y Javier Vellés. * Miembros del grupo de investigación de este libro. © del texto: Javier Vellés. © de los preámbulos: sus autores. © de las imágenes: sus autores. © imagen de cubierta: Fullaondo, Nueva Forma nº 10/11, 1966, pág. 19. © imagen de contraportada: Oíza, María Felisa bañándose, Pollensa, 1965. © de esta edición: Escuela de Arquitectura de Toledo EAT (Universidad de Castilla-La Mancha), Ministerio de Fomento y Puente editores, 2018. Printed in Spain ISBN: NIPO: Depósito legal: Impresión:
RECONOCIMIENTOS La Escuela de Arquitectura de Toledo quiere expresar su reconocimiento a: Ministerio de Fomento Iñigo de la Serna, ministro de Fomento; Antonio Aguilar Mediavilla, director general de Arquitectura, Vivienda y Suelo; Javier Martín Ramiro, subdirector; Eduardo Aragoneses, jefe del Área de Difusión. Universidad de Castilla La Mancha Miguel Ángel Collado, rector; Julián Garde, vicerrector de Investigación; Fátima Guadamillas, vicerrectora de Internacionalización y Formación Permanente, y demás miembros del Consejo de Gobierno y de la comunidad universitaria. Junta de Castilla-La Mancha Emiliano García Page, presidente; Gregorio Fernández Vaquero, presidente de las Cortes; Ángel Felpeto, consejero de Educación, Cultura y Deporte; Agustina García Élez, consejera de Fomento; Javier Barrado, director general de Infraestructuras. Ayuntamiento de Toledo Milagros Tolón, alcaldesa; Teo García Pérez, concejal de Urbanismo. Real Fundación Toledo Gregorio Marañón, doctor honoris causa por la UCLM; Juan Ignacio de Mesa, presidente del Patronato; Paloma Acuña, gerente. Familia de Sáenz de Oíza María Felisa Guerra Chacón, viuda de Francisco Javier Sáenz de Oíza; a sus hijos arquitectos Noemí, Javier, Marisa y Vicente Sáenz Guerra. Y el reconocimiento especial para tres amigos ausentes: Manuel de las Casas, fundador de la Escuela de Arquitectura de Toledo; Federico Climent, discípulo distinguido de Oíza y embajador en Mallorca; Elena de la Cruz, consejera que nos apoyó.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjanse a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. La Editorial no se pronuncia ni expresa ni implícitamente respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsabilidad en caso de error u omisión.
ÍNDICE
Primera parte Introducción a la primera parte Prólogo Capítulo 1 Niñez y juventud Primeros proyectos 2 3 El nuevo Estado y la vivienda social 4 El hogar del empleado El desarrollo 5 6 Los Huarte El Banco de Bilbao 7 8 Pollensa (epílogo íntimo)
Agradecimientos de la primera parte Bibliografía de la primera parte
13 15 19 33 75 107 151 183 235 263 285 287
Segunda Parte Introducción a la segunda parte Capítulo 9 El profesor 10 La crisis del petróleo La transición 11 12 Profesor emérito El mejor de España 13 14 La Expo 92 15 Plenitud 16 El final
299 301 317 331 393 431 451 505 539
Juegos funerarios
553
Agradecimientos de la segunda parte Bibliografía de la segunda parte
569 571
Índice temático Índice Onomástico Copyright de las ilustraciones
583 589 597
OĂza primera parte
En memoria de mi padre, Félix Vellés González, que nació en Portugalete (Vizcaya), hace cien años.
[…] mi compañero y yo –porque a veces llevo un compañero–, disfrutamos imaginándonos miembros de una orden nueva, o mejor, antigua: no somos Caballeros, ni jinetes de cualquier tipo, sino Caminantes, una categoría, espero, aún más antigua y honorable. Thoreau, Walking, 1862 (trad. Romero, Caminar, Árdora, 2014).
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INTRODUCCIÓN DE LA PRIMERA PARTE Por Rafael Moneo
Oíza tuvo la merecida fortuna de estar siempre rodeado por fieles para quienes su carismática figura les hacía pensar que estaban próximos a un profeta. Y no hay que extrañarse de que así fuera, ya que su portentosa inteligencia se desbordaba en un uso de la palabra encendido y apasionado que apenas si daba pie a que alguien mostrase su disconformidad. Convertido en un mítico personaje tras más de 50 años de permanencia en la Escuela, el libro de Javier Vellés da soporte a lo que es hoy leyenda al acercarnos con su relato a lo que fue su persona y su obra. Y si bien creo que la obra de Oíza habla por sí sola –abundando en la opinión de Octavio Paz cuando al hablar de Sor Juana Inés de la Cruz nos dice que “la obra se desprende de su autor y se transforma en realidad autónoma”– quiero también pensar que todo aquello que Javier Vellés nos cuenta de Oíza facilita un mejor entendimiento de su trabajo. Dar testimonio de lo que Oíza supuso para tantas generaciones de arquitectos y explicar por qué, es lo que se propone Javier Vellés. Y lo entiende como una obligación para con los arquitectos que no tuvieron –como él– la suerte de sentir su presencia y de escuchar su voz. No otra cosa que recuperarlas pretende hacer con su fluida prosa Javier Vellés, quien no se ve –me atrevería a decir–muy distinto a los apóstoles cuando en los evangelios relataban lo que había sido su relación con el Maestro. Oíza encandilaba y atraía tanto a colegas como a estudiantes y el libro ayudará a comprender la devoción y el respeto que inspiraban su persona y su obra. El libro es a un tiempo crónica de lo que fue la obra de Oíza como arquitecto –obra que examina con agudo sentido crítico– y apunte biográfico lleno de valiosa información. Javier Vellés estaba allí –‘en la habitación de al lado’, nos dice– y siente la necesidad de contarnos cómo Oíza se enfrentaba a proyectos tales como las Universidades Autónomas de Madrid o Bilbao, o a edificios construidos como el Banco de Bilbao o la Casa Echevarría. No puedo por menos de transcribir estas líneas para anticipar al lector el tono que tiene el libro. “En una ocasión nos encontró corrigiendo un plano. Raspábamos tímidamente con la punta de una cuchilla, una por una, las líneas equivocadas de un dibujo. Puso el papel sobre una superficie lisa y dura, cogió la cuchilla curvándola con el pulgar entre el índice y el corazón, y, usando todo el filo, saco virutas al papel sin romperlo, como hace un carpintero con la garlopa sobre el madero. En un minuto había borrado todo el plano y, después, rehízo el dibujo corregido”. Javier Vellés rememora con gusto lo que fue su aprendizaje en el estudio de Oíza, quiere compartir con quienes no le conocieron su modo de enfrentarse al trabajo. Toda una actitud, por no hablar de metodología, se desprende de la lectura de estos textos que no me cabe duda serán de obligada consulta para quienes en el futuro estudien la obra de Oíza. Pero quizás sean las últimas páginas del libro de Javier Vellés –aquellas en las que el recuerdo de todo lo aprendido a su lado se convierte en un relato con indudable pretensión
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literaria– las que nos transportan más vivamente a lo que fue Oíza. El texto de Javier Vellés alcanza entonces una dimensión más personal e íntima. Vellés nos cuenta sus vacaciones con Oíza en Mallorca y la narración de un viaje alrededor de la isla se convierte en ocasión de mostrar, con tono cuasi-evangélico, cuánto la navegación a vela y la construcción de un velero revelan, mejor que cualquier otra cosa, de qué modo nuestras vidas se insertan en la naturaleza y en la historia valiéndose de la arquitectura. Oíza es entonces un argonauta/arquitecto dispuesto a descubrir nuevos mares, acompañado por el fiel grumete que nos documenta el viaje. El libro de Vellés, entonces, entre el documento y la novela. Pero ya que en el libro se me menciona con alguna frecuencia quisiera contar con más precisión un episodio que Vellés describe: el cambio de tercio que en el estudio de Oíza se produjo en el otoño de 1961. La incorporación de Juan Daniel Fullaondo al estudio de Oíza no se produjo de un modo tan fortuito como de la lectura del texto de Javier Vellés se desprende. Juan Daniel Fullaondo, más preocupado por los avatares de su propia vida que por cualquier otra cosa, apenas si había mostrado interés por la arquitectura durante sus estudios. Tan sólo al terminar la carrera sintió de veras el deseo de ser arquitecto y fue entontes cuando Juan Daniel Fullaondo me pidió que le presentara a Oíza al saber que yo dejaba su estudio para ir a trabajar con Utzon a Dinamarca, dado que no tenía sentido, por el hecho de trabajar codo a codo con Oíza, el acceder a la igualdad que parecía reclamar mi recién obtenido título de arquitecto en aras de servir a un equivocado corporativismo. Naturalmente, y de buen grado, le pedí a Oíza que recibiese a Fullaondo, dada la amistad que nos unía, bien fundada en muchas afinidades y en la convivencia a lo largo de toda la carrera. Oíza se sintió halagado al saber que el doctor don Daniel Errazu –que para Juan Daniel era un segundo padre– quería conocerlo. El Dr. Errazu acompañó a Juan Daniel para formalizar su entrada como colaborador en el estudio, sorprendiéndole la modestia con la que vivía Oíza. Fue así como Juan Daniel Fullaondo emprendió una nueva vida. Quedan pues aclarados los precedentes de la visita a la que Javier Vellés se refiere en su libro, haciéndolo fiable por completo en lo que a mí concierne. Y ahora tan sólo me queda decir que el libro sobre Oíza de Javier Vellés, que escapa de lo que suelen ser las monografías al uso, contribuirá definitivamente a conocer lo que fueron su persona y su obra y estoy seguro de que quien lo lea lo hará con tanto interés y gusto como yo lo he hecho.
Rafael Moneo, noviembre 2015
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PRÓLOGO EL ARQUITECTO FRANCISCO JAVIER SÁENZ DE OÍZA, UN SINGULAR MAESTRO RELATADO POR UN SINGULAR DISCÍPULO Por Antón Capitel
Francisco Javier Sáenz de Oíza fue uno de los arquitectos españoles más importantes del siglo XX, y, si no el mejor –distinción que probablemente no tenga sentido hacer, al menos en forma seria–, sí creo que el más significativo de la segunda mitad del siglo, dicho esto como identificación de aquel autor cuya obra es capaz de representar más adecuadamente la historia de su lugar y de su tiempo. Pero dicha obra, y la personalidad de su autor, no han recibido la atención que se merecen. No ignoro que decir esto no es otra cosa que un usado tópico, desde luego, pero resulta en este caso bastante cierto el hecho de que es muy difícil encontrar su obra reunida, más allá de un extraordinario de una conocida revista, de hace ya bastantes años, y por lo tanto ahora muy incompleto, y de una bien intencionada monografía en libro de bolsillo. No existe ningún libro, ni bueno ni malo, que presente su obra adecuadamente y la analice además en profundidad y con sentido crítico e histórico. Quien esto escribe tuvo que ver perderse lamentablemente una importante oportunidad de hacerlo por sí mismo y hubo de archivar por inútiles algunos amplios y desarrollados borradores. Por eso resulta bastante atractivo que aparezca esta… ¿biografía? –no sé cómo llamarle–, de Javier Vellés Montoya, doctor arquitecto, profesional en ejercicio de amplia y lograda trayectoria, antiguo profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid y después de la de Toledo. Su título promete además todavía otro libro posterior, esperemos que su aparición futura sea cierta, y ambos se caracterizarían por un género altamente interesante, aunque no tan practicado como pudiera parecer, sobre todo en arquitectura: la biografía realizada por un discípulo, muy cercano y muy buen conocedor del maestro. Es decir, de una suerte de Platón, o de algo parecido a un evangelista, podríamos decir sin exageración. Pues Javier Vellés fue alumno de Sáenz de Oíza y fue también su ayudante. Y fue además su amigo. O, mejor dicho, su ahijado, podríamos casi decir, con cierta propiedad. Vellés, cuyo padre murió algo prematuramente, tuvo en Sáenz de Oíza un importante y atractivo sustituto. Maestro y discípulo se trataron mucho y conservaron siempre una gran amistad. Y es precisamente esta cercanía la que da un intenso valor, y una no menos intensa caracterización, al libro que el lector ahora contempla. Quien escribe, por el contrario, no fue discípulo ni ayudante de Sáenz de Oíza, por lo que quizá debiera justificar la pertinencia de la escritura de este prólogo, y más allá de su dedicación al estudio y al ensayo acerca de la arquitectura española moderna. Quien escribe conoció a Sáenz de Oíza cuando era estudiante y cuando el arquitecto, ya un verdadero maestro, daba conferencias acerca de su obra cumbre, Torres Blancas, entonces en marcha avanzada. Naturalmente, en aquel tiempo Sáenz de Oíza no le conoció a él, fortuna que ocurriría sólo más
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adelante, cuando quien escribe, acaso demasiado joven, fue profesor de la Escuela de Madrid. Allí conocí tanto a Vellés, de quien no había sido compañero, pues pertenecíamos a distintos cursos, como a su maestro, entonces ya catedrático y muy interesado en relacionarse con el profesorado joven, a quienes podríamos decir que presidía, en una Escuela de Madrid con una cultura profesional todavía algo precaria, pero en intensa y rápida ascensión. Querría pensar que la condición de ensayista y crítico, entonces emergente, hizo que Sáenz de Oíza me tomara un cierto aprecio, que con el trato y el tiempo se fue convirtiendo en amistad, en buena medida extensible a su familia. Amistad que se debía, igualmente en buena medida, a la que también empezó a unirme por entonces con el autor del libro, Javier Vellés. Así, pues, es más la amistad, tanto con el biografiado como con el autor de la biografía, la que explica mi presencia en este prólogo, aunque sea mi dedicación a la arquitectura española la que acaso la justifique mejor, al menos frente a quienes se interesen en ella. Sea como fuere, me manifiesto muy contento por participar en algún modo de lo que considero una importante contribución al conocimiento de nuestra arquitectura y de nuestros importantes maestros. Sáenz de Oíza fue uno de los más jóvenes de la importantísima generación de posguerra, aquella que se inició en la profesión durante la primera etapa de la dictadura franquista, y que debe su importancia no tanto a haber pertenecido a esta coyuntura, un tanto extraña, sino a la alta calidad que correspondió, acaso por azar, al conocido conjunto de arquitectos que tuvo sobre sí la misión y la fortuna de iniciar la segunda y definitiva etapa de la arquitectura española moderna. Fueron educados en una tardía enseñanza académica, resultado de creer que todo lo tradicional debía de alumbrar lo que se tenía entonces por el amanecer de la nueva España. Esto es, en forma bien contradictoria. Pero este anacronismo no fue un lastre muy pesado, pues todos se desprendieron de él con bastante facilidad e incluso con fértil aprovechamiento. Y Sáenz de Oíza se lanzó rápidamente a recuperar el tiempo perdido y se convirtió enseguida en el campeón español del racionalismo, cuestión que caracteriza su primera etapa profesional, después de una primerísima, teñida todavía por lo académico, pero que tuvo a pesar de ello algunos sofisticados frutos, como fue sobre todo el de la Basílica de Aránzazu. El ejemplo alemán tanto de los grandes arquitectos católicos como el de los expresionistas fue aprovechado con lucidez y atractivo. Pero Sáenz de Oíza, inteligencia demasiado poderosa para atarse a una sola manera, iba a manifestarse como muy sensible a la arbitrariedad de la arquitectura, diríamos que muy lógicamente. Darse cuenta de que ésta podía ser de una o de otra forma, de que se estaba en cualquier caso lejos de toda certeza, le va a conducir a una trayectoria muy versátil, en cierto modo errática: de campeón de la modernidad racionalista, originaria, podríamos decir que ortodoxa,
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se desviará enseguida hacia ideales menos nítidos y algo más complejos, acaso más atractivos, como eran los que caracterizaron a la llamada revisión orgánica. Puede observarse incluso, que en este Sáenz de Oíza racionalista, su segunda manera, brilla también la pluralidad. Comparando, por ejemplo, el barrio y las viviendas de Entrevías, en Madrid, el proyecto para el concurso de la Delegación de Hacienda en San Sebastián y la Capilla para el Camino de Santiago, aunque lo estilístico y algunas otras características parezcan acercar mucho, y de hecho acerquen, estas manifestaciones del racionalismo, en ellas subyacen actitudes bastante distintas. Entrevías es una emulación de la vivienda mínima y, en general, de los ideales de los arquitectos centroeuropeos de entreguerras; en el barrio y en sus viviendas brilla una posición austera, casi ascética, y un encendido y acertado funcionalismo. En el proyecto para san Sebastián, en cambio, el racionalismo se vuelve extremadamente abstracto, como si quisiera disolverse en consideraciones matemáticas, de geometría pura, en las que el hecho formal ha desaparecido y el funcionalismo provoca y propone, ahora, las bondades de lo esquemático. Y en la Capilla para el Camino de Santiago aparece aún una tercera idea, otra interpretación del racionalismo; aquí el estilo es casi áulico; el racionalismo, más ajeno a lo funcional, exhibe por el contrario su capacidad formal, espacial, plástica. Toda consideración esquemática se ha perdido, y la geometría constituye la materia de un hecho artístico, de una emoción religiosa que roza lo panteísta. Pero quizá su aventura logrará en la dirección orgánica lo que fueron verdaderamente sus cotas más altas: desde obras como la Ciudad Blanca en Alcudia hasta el edificio de Torres Blancas en Madrid, y llegando todavía hasta la sede del Banco de Bilbao, también en Madrid, la arquitectura orgánica española escribirá, mediante Sáenz de Oíza, su historia más elevada, conquistando las cimas de la arquitectura internacional. Con Saarinen, Utzon , Roche y Rudolph hay que poner a Sáenz de Oíza, y esta compañía no ha de resultar en absoluto excesiva; todo lo contrario. Podría decirse incluso que la obra del español da verdadera altura a la del conjunto de los citados, y, en general, al organicismo exacerbado o tardío. Pero qué duda cabe que la diversidad también afecta a la aventura orgánica, y acaso en mayor medida. La hermosa Ciudad de Alcudia parece orbitar en términos semejantes a los del Team X, y, así, en un organicismo no muy pleno, decididamente confuso e híbrido en cuanto a sus orígenes, influencias e instrumentos, y afectado por el éxito plástico de la repetición modular, que tan importante fue para los grupos de esta tendencia. Torres Blancas es, en cambio, el fruto más maduro y cualificado de la práctica del organicismo tardío en todo el mundo. Si el edificio no fuera español –y no tuviera así la mala fortuna y los enfermizos celos que parecen corresponder desgraciadamente a esta nuestra naturaleza– sería una referencia mundial mucho más importante, inmensa. El edificio logró sintetizar
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las posiciones wrightiana y lecorbusieriana, consiguiendo así unir, afortunadamente y en una misma obra, los dos opuestos ideales modernos. E incorpora además, y todavía, el plasticismo exacerbado que fue propio también de los contemporáneos de Sáenz de Oíza. El Banco de Bilbao es otra reflexión orgánica, también de alta intensidad, pero que figurativamente se repliega a posiciones de cautela y de elegancia contenida que parecen querer contrarrestar la exacerbación de la torre de hormigón. Lo más importante es, sin embargo, como la segunda torre consiguió configurarse mediante una estructura muy atenta a las condiciones de escala que habían obsesionado a Wright y a sus sucesores, y que encontraron en el edificio de Sáenz de Oíza su expresión probablemente más conseguida. Javier Vellés, como un juglar precavido, que promete a su público el disfrute futuro de una próxima narración, titula el libro como “primera parte”, y lo deja ahora precisamente en el punto que se acaba de referir aquí. Esperemos que sea cierto y que exista una segunda entrega en el próximo futuro. En ésta primera ha ido desvelando todo lo que sabe, recuerda y ha averiguado acerca de su admirado maestro, su familia, sus antecedentes, su matrimonio, su vida y su obra, en una densa y atractiva mezcla capaz de relatar adecuadamente la figura que aspira a explicar y hacerlo con la atención y con la lucidez que sólo su cercanía podía ofrecer. No siempre existe o se aprovecha esta ocasión. Tenemos así ante nosotros un libro singular, poco repetido, pues huye tanto de la frialdad de la crítica y el ensayo como del calor excesivo de la biografía pura, combinando ambas posiciones en una ambición por apresar las ventajas de cada medio y expulsar los inconvenientes. Gocemos con él, pues es una rareza exquisita, un fruto difícil de encontrar. No siempre hallaremos algo tan bueno e intenso como es la ocasión de leer a un discípulo aprovechado e inteligente, Vellés, capaz de dedicar su atención a explicar un maestro tan atractivo y extraordinario como Sáenz de Oíza. Casi nunca. Por eso me congratulo extraordinariamente al escribir este prólogo, y hago constar de nuevo la gran amistad que me une al biógrafo, y la que me unió al biografiado, para celebrar por mi parte y justificar ante los demás mi gozosa presencia en estas páginas.
Antón Capitel, septiembre 2015
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CAPÍTULO 1 NIÑEZ Y JUVENTUD
Cáseda, 1918 Era la época final de la Primera Guerra Mundial, la primavera de 1918, y una gripe muy dañina apareció en el interior de EEUU. Los soldados estadounidenses la llevaron a Francia y, de allí, pasó a España. Los países en guerra tenían una severa censura de prensa y, en ellos, no se hablaba de la pandemia. Los periódicos nuestros, siendo de un país neutral, publicaban libremente y, todos los días, comentaban los estragos que, en España, estaba haciendo la epidemia mortal. Moría el 20% de los afectados y fallecieron 300.000 españoles. Se conoció como la gripe española. Aunque afectó a todo el mundo, pues la padeció un tercio de la población mundial y, por efecto de ella, en un año, murieron entre 50 y 100 millones de almas de cualquier edad1; más que en la Guerra. En la primavera de 1918, María Oíza, esposa de Vicente Sáenz, disfrutaba de su segundo embarazo. Las noticias de la gripe eran alarmantes, los médicos decían que en un pequeño pueblo apartado había menos posibilidades de contagio que en la ciudad. Y la familia decidió completar la gestación en Cáseda, donde vivían los Oíza, abuelos maternos de la futura criatura, que nació, felizmente, el 12 de octubre, día de Nuestra Señora del Pilar y de La Hispanidad. He oído por la radio que, según un estudio de la Berkeley University, la mejor época para venir al mundo es el otoño. Le bautizaron con el nombre de Francisco Javier, el del santo misionero de la Compañía de Jesús, nacido cerca de allí. Cáseda es una villa navarra de antiguos hidalgos. Se encuentra a unos sesenta kilómetros al sur de Pamplona, en la comarca de Sangüesa, cerca del límite de la provincia de Zaragoza. Actualmente, cuenta con un millar de habitantes cuyas casas, viejas y nuevas, ascienden por las laderas del cerro coronado por la torre de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Ascensión, del siglo XVI. El borde septentrional de la falda de la población es margen izquierda del río Aragón. Un puente medieval de nueve arcos cruza el caudaloso cauce de aguas pirenaicas que van al Ebro. Por Cáseda pasa uno de los Caminos de Santiago. El 16 de agosto de 2014 (día de san Roque, patrón de Portugalete, Vizcaya), en la plaza de Oriente de Cáseda, merendando con mi familia en el bar-restaurante Imperio, pregunté a la camarera por la casa de los Oíza. Como consecuencia de la pandemia murieron personajes famosos como el arquitecto Otto Wagner (1841-1918), el pintor Gustav Klimt (1862-1918) y el poeta Guillaume Apollinare (1880-1918).
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1 y 2. A la izquierda, el solar de Cáseda, JV, 2014. A la derecha, casa abandonada de los Oíza en Cáseda. Con tres plantas y sobrado, bien construida con sillarejos y mampuestos. El revoco se está cayendo. Orientada al sol de la mañana. Fue demolida quizá en el año 2014. Foto publicada en Alberdi y Sáenz Guerra, Oiza, Madrid, Ediciones Pronaos S.A., 1996, pág. 17.
Me dijo que había estado en la calle Bajada de San Blas, y que había sido demolida2. El solar se había convertido en un pequeño aparcamiento público en el que, sin saberlo, habíamos dejado el coche. Hay hoy en Cáseda un colegio público al que han dado el nombre de Francisco Javier Sáenz de Oíza, el del célebre arquitecto que, en septiembre de 1998, desde el balcón del Ayuntamiento, con el pañuelo rojo que el alcalde le puso al cuello, dijo el pregón de las fiestas de Las Santas Reliquias (de San Zoilo) y encendió la mecha del cohete del chupinazo, para que la charanga empezara los pasacalles, y las mozas y los mozos, con sus blusas añil rociadas con vino espumoso, danzaran con los gigantes y los cabezudos. “Sea de Cáseda toda la tierra que puedan cultivar los casedanos”, rezaba una disposición medieval del fuero de Cáseda3. El término municipal es largo hacia el sur. Es terreno de huertas, cereales y monte. Está cruzado de este a oeste por la sierra de San Pedro, donde se encuentra la ermita gótica de San Zoilo, del siglo XIV. El canal de Las Bárdenas atraviesa la sierra por un túnel, y lleva agua del Pirineo hasta las huertas meridionales de Navarra y algunas tierras de Aragón. El niño Francisco Javier, al que su familia llamaba Paco, vivió en Talavera y en Sevilla, y veraneaba en su villa natal. Me contó alguna vez que recordaba de los veranos de su infancia, vivamente, las faenas del campo, las galeras chirriando, cargadas de trigo, los animales tirando de ellas con esfuerzo, las pezuñas herradas que resbalaban en las cuestas empedradas, echando La demolición ha sido reciente, pues en la foto aérea de Google de 2014 aparece la casa de la esquina. Se ve que una parte del tejado, al noroeste, está hundida. En Alberdi, Rosario y Sáenz Guerra, Javier, Oiza, Madrid, Ediciones Pronaos S.A., 1996, pág. 17, aparece la fotografía, sin fecha, de la casa de los Oíza en Cáseda. Parece que ya está abandonada.
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Fuero de frontera que, en 1129, Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y de Pamplona, concedió a los de Cáseda. Contaba don Paco, que uno de sus hermanos, investigando en los archivos de Cáseda, había leído el documento medieval que lo decía. Lo menciona también en la entrevista con Vicente Patón y Pierluigi Cattermole, publicada en la revista ON nº 68, de 1986, véase en AAVV, Francisco Javier Sáenz de Oíza. Escritos y conversaciones, Madrid, Fundación Caja de Arquitectos, 2006, pág. 36.
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3. Dibujo del joven Oíza representando la ermita de San Zoilo en invierno. Actualmente, los chopos son más altos, la hiedra está menos crecida, y están hundidos los tejados de las dependencias. Publicado en Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 48.
chispas, y las voces acaloradas de los muleros, jurando y empujando. Recordaba también que bebía leche auténtica, de una vaca que se llamaba Charito4 y era de su abuelo. Después, cuando era ya un joven estudiante de arquitectura, que vivía en Madrid y pasaba algunas temporadas de vacaciones en Cáseda, se movía en bicicleta por aquellos andurriales y se entretenía dibujando apuntes de las iglesias de la zona, y levantado plantas que regalaba a los curas5. Su primer trabajo serio, “profesional” dijo él6, fue el levantamiento de los planos de la iglesia románica de Santa María la Real de Sangüesa, que se encuentra a diecisiete kilómetros de Cáseda por carretera (NA-5342). Esta afición la debió aprender del profesor Leopoldo Torres Balbás, al que admiraba. Algunos de los dibujos de Oíza, firmados en 1945, junto a otros de Torres Balbás, fueron publicados por Fernando Chueca en su famosa Historia de la Arquitectura Española de 19657. Siendo ya mayor, decía Oíza que cuando viajaba en un autobús urbano, el último asiento que se ocupaba era el que estaba a su lado. Pero, en una ocasión, yendo a Madrid desde el aeropuerto en un bus casi vacío, entró un cura y se sentó junto a él. Empezaron a hablar y resultó que era de Cáseda8. 4
Revista El Croquis nº 32/33, editores-directores Richard Levene y Fernando Márquez, Madrid, abril 1988, pág. 12.
Lo contó en algunas entrevistas, por ejemplo: Gloria Diez, con fotos de Carlos Monje, Daniel Gluckmann y Juan R. Pujol, “Encuesta. Sáenz de Oíza. El mejor arquitecto español” en Diario 16 Semanal, nº 340, 27 de marzo de 1988, pág. 15, donde él dice: “Sí, tenía una loca afición a dibujar el plano de las iglesias. Luego se lo regalaba a los párrocos.” En Alberdi y Sáenz Guerra op. cit., pág. 48, aparecen una vista de la ermita de San Zoilo con un detalle del rosetón de la fachada posterior, dibujados por él. 5
6
El Croquis, op. cit., pág. 24.
Fernando Chueca Goitia, Historia de la Arquitectura Española. Edad Antigua y Edad Media, Madrid, Editorial Dossat, S.A., 1965, pág. 276, fig. 254. Mezquita mayor de Almería. Mihrab (Torres Balbás-Sáenz Oíza); pág. 352, fig. 321. Catedral de Burgo de Osma. Capitel-ménsula (S. Oíza); pág. 353, fig. 322. Catedral de Burgo de Osma. Pormenor de un pilar (S. Oíza); pág. 354, fig. 323. Iglesia de Sasamón. Pilar del crucero (S. Oíza). Fernando Chueca (1911-2004), que, desde 1954, fue profesor auxiliar de Torres Balbás en la ETSAM, no menciona al estudiante S. Oíza en los agradecimientos.
7
8
El Croquis, op. cit., pág. 30.
22
4. Asilo de San Prudencio en Talavera de la Reina, antiguo convento de los jerónimos, reparado y adaptado para orfanato por el joven arquitecto Vicente Sáenz Vallejo en 1912. Foto de Karen Armán, 2017.
Talavera de la Reina, 1920 Al parecer, Sáenz es un apellido de origen riojano, y los abuelos paternos de don Paco eran de la sierra de Cameros, que está en La Rioja9. Vicente Sáenz Vallejo (?-1937), el padre de Oíza, estudió arquitectura a comienzos del siglo XX, en una época en la que más de la mitad de los españoles no sabía leer ni escribir10. Según su hijo, era un hombre al que le gustaba la vida tranquila y ordenada. A su lado, la arquitectura no parecía el asunto sublime que luego fue para él. Don Vicente trabajó en Talavera, era pariente de los Moro, familia de importancia en la localidad toledana. El hospicio En el año 1909, los albaceas de la familia Aguirre11, benefactores del asilo San Prudencio de Talavera, compraron a los jesuitas el antiguo monasterio de los jerónimos. Al año siguiente, contrataron para la adaptación del edificio al joven arquitecto Vicente Sáenz Vallejo, recién titulado por la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad Central de Madrid12, en el año 1910. “Entrevista con Inmaculada la Fuente publicada en Diseño Interior nº 5, 1990”, incluida en AAVV, Francisco Javier Sáenz de Oíza. Escritos y conversaciones, Madrid, Fundación Caja de Arquitectos, 2006, pág. 103. Oíza dice: “Hace unos días vi en televisión un programa sobre Cameros que me interesó mucho, porque mis abuelos eran de Cameros y, efectivamente, allí había rasgos parecidos a los de un hermano mío.” Nota del autor: Mi abuela paterna, Felisa González, algo más joven que el padre de don Paco, también era riojana, de Canales de la Sierra, en la sierra de la Demanda que está cerca de la de Cameros. Su padre, González, con casa solariega, tenía talleres artesanales de lana con tejedoras manuales, y tuvo una posición acomodada hasta que la emergente industria textil catalana le arruinó, como a otros de la zona. Y tuvieron que emigrar a Bilbao, buscando trabajo en la floreciente industria vizcaína.
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10
Lo dice Pierre Vilar, Historia de España, Barcelona, Editorial Crítica, 1974 (2003), pág. 113.
Matrimonio hacendado de Talavera: Teresa Jiménez de la Llave y Jacinto Aguirre e Ybarzábal, que perdieron a su único hijo, el niño Prudencio, y murieron sin descendencia.
11
La construcción moderna. Revista quincenal ilustrada (Madrid), 15 de enero de 1911, y el expediente universitario conservado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid (Universidades, 6134, Exp. 6). También se conserva el de su hermano Gaspar (Universidades, 6134, Exp. 5). Investigado por Jaime Olmedo Ramos. 12
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5. Teatro Victoria de Talavera de la Reina, obra del arquitecto Vicente Sáenz Vallejo inaugurada en 1914. Foto anónima (quizá sea del propio ceramista Juan Ruiz de Luna) ca. 1915, publicada en http://bit.ly/2hlyfEX, 20/03/2015.
El padre de Vicente Sáenz Vallejo, el abuelo de Oíza, llegó a Talavera desde Villoslada de Cameros, pues, desde mediados del siglo XIX se produjo la decadencia definitiva de la trashumancia entre Villoslada de Cameros y Extremadura, actividad a la que se dedicaban durante siglos los habitantes de la villa riojana. Viéndose obligada a emigrar, una parte de su población buscó acomodo en las ciudades que habían sido puntos de paso de sus rebaños, como era el caso de Talavera de la Reina. Y allí, en 1880, aparece radicada María Antonia Vallejo de Sáenz, la abuela de Oíza. Y había otros Sáenz villosladenses en Talavera, como Aniceto, Antonio y Estanislao. En el año 1913, definitivamente organizado por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, el asilo de San Prudencio empezó a funcionar normalmente. El viejo edificio había sido rehabilitado por el arquitecto Vicente Sáenz Vallejo que, además, en el mismo lugar, construyó dos casas nuevas, una para el capellán y otra para el maestro. Luego, Vicente Sáenz se casaría con María de Oíza Sagüés, y sería padre del gran arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oíza. El teatro En el solar de un antiguo corral de comedias del siglo XVII, se construyó el Teatro Principal de Talavera que fue demolido en 1892. En el mismo lugar, por encargo de Miguel Fernández Santamaría, el arquitecto Vicente Sáenz Vallejo edificó el Teatro Victoria que se inauguró en el año 1914. Fue una obra ecléctica, con cierto aire modernista, y decorada con azulejería del famoso ceramista talaverano Juan Ruiz de Luna (1863-1945) que, entonces, empezaba a destacar. Años después, Félix Moro (¿Vallejo?) compró el Teatro y cambió el nombre por el de Mariana, al parecer, en honor del jesuita historiador talaverano Juan de Mariana (1536-1624). Abandonado y ruinoso, en 1991, el Ayuntamiento se hizo cargo del Teatro, y fue rehabilitado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Hoy está en uso.
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6,7 y 8. A la izquierda, en Sevilla, en 1922, el niño Paco con su hermana María Luisa. En el centro, en 1925, el día de la Primera Comunión. A la derecha, Sevilla, 1927, el niño Paco en el colegio de los padres Carmelitas. Sentado en una silla Thonet. Fotos publicadas en El Croquis 32/33, 1988, págs. 10 y 13.
Sevilla, 1922 El padre de Oíza hizo una oposición y se convirtió en arquitecto funcionario del Ministerio de Hacienda. No sé si ejerció de funcionario en Talavera, sé que fue destinado al Catastro de Sevilla. En Sevilla, María y Vicente se instalaron en una casa modesta, en la calle San Luis. Una calle del casco antiguo, que va desde el centro, hacia el norte, hasta la puerta de la Macarena. Quizá, en el patio de aquella casa se hizo la foto de 1922 que publicó la revista El Croquis en 1988, en la que se ve al pequeño Paco con un carrito de juguete, junto a su hermana mayor, María Luisa, que murió de tifus, siendo niña o adolescente, por beber agua contaminada. En aquella casa vivía el niño Paco cuando hizo la Primera Comunión, también con su hermana, tres años más tarde. Y allí permaneció hasta que cumplió los ocho años13. Mucho tiempo después, estando Oíza próximo a la jubilación, fue con su mujer, María Felisa, a ver la casa; algunas de las vecinas mayores se acordaban de la familia del arquitecto. Los Sáenz Oíza iban a tener nueve hijos. El padre, como es habitual entre los funcionarios del Estado, tendría casi todas las tardes libres, y daba clases a sus hijos hasta cuarto de bachiller14. En 1926, la familia se trasladó a una casa más grande y mejor, y el niño Paco fue al colegio de los padres Carmelitas, vestido de marinerito, como se estilaba. En Sevilla, la Exposición Iberoamericana del año 1929, desde un punto de vista estético, tuvo un carácter predominantemente ecléctico-regionalista, como la arquitectura de Aníbal González Álvarez-Osorio (1875-1929) que presidía la Exposición. Pero hubo algunos pequeños ejemplos de arquitectura vanguardista, más concretamente art decó; entre ellos destacó al pabellón de la industria Gal, de productos de perfumería, obra del arquitecto Vicente Sáenz Vallejo. Entonces, el niño Paco tendría once años. No sé si conoció el pabellón. Poco después, cuando Entrevista con Inmaculada de la Fuente publicada en Diseño Interior nº 4, 1990, en AAVV, Francisco Javier Sáenz de Oíza. Escritos y conversaciones, Madrid, Caja de Arquitectos, 2006, pág. 104. Oíza cuenta que, en los años 80, visitó la vivienda con María Felisa.
13
De la entrevista de Ramón F. Reboiras, La arquitectura: hablando con F. J. Sáenz de Oíza, Madrid, Acento, 1993, pág. 119. 14
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9, 10 y 11. Dibujos y fotografía del pabellón Gal en la Exposición Iberoamericana de Sevilla del año 1929, obra del arquitecto Vicente Sáenz Vallejo. Publicado en http://bit.ly/2x5keO0, 10/04/2015.
tenía doce, entre los libros de su padre, encontró uno que trataba de las lacerías hispanoárabes, con las estrellas de ocho o doce puntas y, como aquel año estaba con la trigonometría, le pareció muy interesante. Y se dedicó a estudiar detenidamente los ángulos de los cruces. Ha dicho que con aquel libro sintió por primera vez interés por asuntos de arquitectura15. En el año 1931, cuando se instauró la Segunda República, el muchacho Paco, con trece años, tuvo que ver, quizá con lástima, como sus profesores religiosos, desorientados, salían a la calle mal vestidos de paisano, y cerraban el colegio. La nueva Constitución laica no permitía que las órdenes religiosas siguieran impartiendo enseñanza16. Don Vicente tendría que dedicarse más intensamente a la instrucción de sus hijos. Acaso, por entonces, Paco habló con la familia de su vocación: quería ser arquitecto. Oíza ha dicho, exagerando, que su padre era un arquitecto que sólo tenía un metro y estadillos que rellenaba para calcular los valores catastrales, y que él, siendo muchacho, no sabía lo que era ser arquitecto. Lo que le empujaba a estudiar Arquitectura era seguir los pasos de su padre, porque le parecía un hombre bueno. Un arquitecto debe saber dibujar, decía don Vicente17. Y Paco empezó a ejercitarse con el lápiz y a pintar del natural, en el parque de María Luisa y en otros lugares. He visto un pequeño óleo impresionista, que representa el interior de una iglesia con el retablo dorado, pintado con habilidad por él en aquella época. Y don Vicente, para poder satisfacer la aspiración de su hijo Paco, en 1933, pidió el traslado a Madrid. Entonces sólo había dos escuelas de arquitectura en España: la de Madrid y la de Barcelona. 15
Reboiras, op. cit., pág. 120.
El triunfo de la República en las urnas, el 14 de abril de 1931, abrió un periodo constituyente que concluyó en diciembre. La nueva Constitución suponía soberanía popular, sufragio universal (incluidas las mujeres), derechos civiles, educación, divorcio…; independencia de los poderes del Estado: Legislativo con una sola cámara, Judicial y Ejecutivo, con un Presidente de la República que designara a un Presidente del Gobierno que nombrara a sus ministros. Se reconocía el derecho de las regiones a establecer sus estatutos de autonomía. Se reconocía la libertad de culto y se prohibía a las órdenes religiosas ejercer la docencia, estaban especializados en primaria y secundaria. 16
17
Reboiras, op.cit., pág. 119.
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12. Parte central del fuselaje del avión. Se ven las formas de los lugares de acoplamiento de las alas. Foto de Oíza s/f.
Madrid, 1934 Dijo Oíza que los años de estudiante en Madrid, antes de la Guerra Civil (1936-1939), le parecieron espléndidos. Terminó el bachiller, hizo los dos cursos de Ciencias Exactas y se preparó para el examen de ingreso en Arquitectura, dibujando en el Casón del Buen Retiro. Las clases de bachiller fueron en el Instituto de San Isidro, en la calle de Toledo, cerca de la plaza Mayor. Tuvo allí buenos profesores, como Enrique Rioja Lo Bianco (1895-1963), catedrático de Ciencias Naturales y director del Instituto, que, aun siendo un eminente biólogo, con la victoria de Franco, tuvo que emigrar a Francia y, después, establecerse en Méjico, donde vivió hasta su muerte. Luego, en la facultad de Exactas, Oíza volvió a tener profesores ilustres como José Barinaga Mata (1980-1965), catedrático de Análisis Matemático I, que, años después, apartado de la Universidad por los franquistas, se tuvo que dedicar a dar clases particulares; y Arturo Duperier Vallesa, el Sabio (1896-1959), eminente físico candidato al Nobel, catedrático de Geofísica desde el año 1933 que, en el año 1936, con la represalias, se vio obligado a emigrar a Inglaterra. Tuvo también a Pedro Pineda Gutiérrez (1891-1983), catedrático de Geometría Proyectiva, eminente también, que consiguió librarse de la depuración, por poco. El 18 de julio de 1936, el día del llamado “Alzamiento Nacional” de algunos militares, en Madrid, varios focos de sublevación derechista fueron sofocados por las fuerzas del legítimo gobierno republicano. Pero no supieron controlar la reacción violenta de los izquierdistas más exaltados, que quemaron iglesias y asesinaron a curas y sacristanes. La iglesia de San Andrés, con la capilla de San Isidro, cerca del Instituto de San Isidro, estuvo ardiendo durante tres días. A don Vicente se le agravó una afección de riñón y falleció en 1937. Oíza, huérfano con diecinueve años, siendo el mayor de los ocho hermanos (faltando María Luisa) y en medio de una guerra, se puso a buscar trabajo en un Madrid asediado y de muchas privaciones. Y lo encontró como aprendiz de relojero. Parecía que el ejército sublevado, autodenominado nacional, era más potente que el republicano. Pero la toma del Madrid republicano resultaba muy difícil. Por la gracia de Hitler
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y de Mussolini, los sublevados contaban con moderna aviación de guerra: la División Cóndor alemana, y la Aviación Legionaria italiana. Y Franco decidió hacer algo que hasta entonces no se estilaba: bombardear a la población civil. Quería desmoralizar a los madrileños rojos. Y la noche del 27 al 28 de agosto de 1936, Madrid fue la primera ciudad europea bombardeada desde el aire. Lo hicieron los aviones Junkers alemanes. A partir de entonces, los bombardeos aéreos contra los madrileños fueron frecuentes. Las sirenas y las carreras hacia los refugios del Metro eran una pesadilla. Para el joven Paco, los aviones debían ser objetos temidos, quizá odiados, pero, al mismo tiempo, artefactos admirados. Aunque había dicho a su padre que iba a ser arquitecto, se sentiría muy atraído por los ingenios voladores, lo mismo que el viejo Leonardo. Quizá se le pasara por la cabeza ser ingeniero aeronáutico. En sus ratos libres, construía el modelo a escala de un avión. Era un modelo grande, puede ser que a escala 1/10. He visto algunas de las partes del artilugio, cuya envergadura debía ser del orden de metro y medio. Estaba construido con una perfección inusitada. Supongo que, previamente, dibujaría los planos. La estructura era triangulada y de contrachapado de madera de haya, de unos 4 mm de espesor, quizá menos. No he vuelto a ver un contrachapado como aquel. Lo había cortado con segueta. Unas piezas se ensamblaban con otras, perfectamente. La exactitud era asombrosa. La parte recta del fuselaje mediría unos 60 cm. A principios de los años 70, cuando yo trabajaba en su estudio, lo tenía entre otras maquetas, como si fuera una pieza de arquitectura. En una foto publicada en El Croquis, en la que está con Levene y Márquez (febrero de 1988), aún se ve la pieza, puesta en pie como si fuera una columna estérea, en lo alto de la estantería. Hace poco lo he visto en casa de María Felisa. A mí me regaló el motor en unos Reyes. Es como una maquinaria de relojería, con engranajes de madera. Tiene un volante de inercia, como los motores de cuerda, para dar uniformidad al movimiento. Como lubricante, me explicó, llevaba polvo de grafito. Es un mecanismo inventado y construido por un chico de diecinueve años, muy inteligente, pacienzudo, con una habilidad manual extraordinaria y la exactitud de un relojero. El avión iba a llevar el motor en el morro, como los famosos stukas de los alemanes.
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13. El jarrón chino (4º dibujo), acuarela de Sáenz de Oíza, 12-2-41. Estaría en primero, curso 1940-1941.
La Escuela de Arquitectura, 1940 El primer maestro que tuvo Oíza en la Escuela fue Antonio Flórez Urdapilleta (187718 1941) , un gran arquitecto autor de colegios republicanos, que fue represaliado por los franquistas y murió enseguida. Había sido catedrático de Copia de Elementos Ornamentales desde el año 1915. Más tarde, cuando Oíza conoció al profesor Leopoldo Torres Balbás (1888-1960)19 y se dio cuenta de que estaba ante un sabio arquitecto, se sintió unido a él durante toda la carrera. Según Oíza, Torres Balbás hacía que los estudiantes vieran los problemas de la historia de la arquitectura como un asunto global: artístico y social. Ponía el arte en relación con todos los Antonio Flórez era hijo de arquitecto, y educado en la Institución Libre de Enseñanza. Trabajó con Ricardo Velázquez Bosco (1843-1923), y obtuvo el título de arquitecto en Madrid, en 1904. Fue pensionado en la Academia de Roma. Viajó a Turquía, Grecia y Austria, y estuvo en el estudio de Otto Wagner. Años después, le llamaban el arquitecto de los colegios, pues fue el director del Departamento de Construcciones Escolares del Ministerio de Instrucción Pública durante la Segunda República (1931-1939). Sus edificios, con cierto aire académico, tienen una clara racionalidad constructiva, son austeros, higienistas y funcionales. Por ejemplo, el colegio Cervantes de Cuatro Caminos. En 1937, el gobierno republicano le destituyó. 18
Leopoldo Torres Balbás, titulado por la Escuela de Madrid, arquitecto-historiadorrestaurador, autor de numerosos escritos y conservador de la Alhambra de Granada entre 1923 y 1936. Criticado por parte de la sociedad granadina, y defendido por Manuel de Falla, al que el devenir la ha dado la razón. En 1954, ingresó en la Academia de Historia. Murió en el año 1960, como consecuencia de que le atropelló una moto en Granada, muerte parecida a la de Gaudí, a quien le atropelló un tranvía en Barcelona.
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14. Arriba, los profesores; Torres Balbás debe ser el segundo por la derecha, al fondo. Abajo, los alumnos; Oíza es el segundo por la izquierda. Foto publicada por El Croquis 32/33, 1988, pág. 15, que fecha la fotografía en 1946, Oíza estaría terminando la carrera.
órdenes de la vida. Decía, por ejemplo, que el tamaño de las piedras de un monumento dependía del grado de esclavitud o libertad de las gentes que lo habían fabricado20. Torres Balbás había sido el arquitecto restaurador de la Alhambra de Granada desde el año 1923, y catedrático de Historia de la Arquitectura y de las Artes Plástica desde el año 1931. En 1936 con la llegada de las tropas franquistas a Granada, fue destituido de su cargo y, después de la Guerra, fue sometido a tres expedientes de depuración: en Granada, en la Escuela de Madrid y en el Colegio de Arquitectos. No salió del todo mal parado. Le atacaban los falangistas de la Dirección General de Arquitectura, pero algunos intelectuales de derechas, como Eugenio D’Ors21, le defendieron. Le dejaron hacer alguna pequeña obra en la catedral de Sigüenza, sin cobrar. Y ya no tuvo ningún encargo oficial. Le permitieron seguir dando clase, discretamente, y se dedicó a estudiar y a enseñar, exclusivamente. En estas circunstancias fue profesor de Oíza. Era muy aficionado a los viajes de estudio, armado con lápiz, cuaderno y la cámara fotográfica, llevaba a los alumnos de excursión para estudiar algún monumento. En la provincia de Valladolid, cerca de Aranda del Duero, se encuentra el imponente castillo románico-gótico de Peñafiel, hoy restaurado y convertido en Museo del Vino de Ribera del Duero. Siendo alumno, Oíza subió al castillo con Torres Balbás. Les costó una mañana llegar. El esfuerzo ayudó al estudiante a comprender por qué se erigió allí, defendido por la altura. Muchos años después, en 1987, Oíza comentaba que Contado por Oíza en Diez, Gloria, “Sáenz de Oíza. El mejor arquitecto español”, en Diario 16 Semanal, nº 340, 27 de marzo de 1988, pág. 15.
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Antón Capitel, http://bit.ly/2yPDn7Q, 29/09/2014.
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15 y 16. Dibujos de Sáenz de Oíza. Apuntes de la catedral de Osma, a pluma, del 6-10-45. Publicados en Chueca, Historia de la Arquitectura, 1965.
ya se podía subir en coche, sin sofocarse, para la comodidad de los turistas, que no percibirían en sus piernas la importancia estratégica del enclave, antes tan difícil de alcanzar22. En las clases de Torres Balbás, Oíza se ponía en la primera fila, al lado del proyector de opacos, un instrumento con lámpara y espejos que usaba el profesor para que vieran láminas de libros o dibujos sobre una pantalla, con el aula en penumbra. Según Oíza, Torres Balbás carraspeaba, era monótono, casi molesto, sólo hablaba de la Edad Media, pero lo hacía con tal profundidad que era emocionante23. Entre los años 1940 y 1946, que son los años en los que Oíza fue estudiante de arquitectura en Madrid, Torres Balbás publicó sesenta y cuatro artículos. Casi todos en la revista Al-Ándalus24, y sobre asuntos de la Historia de la Arquitectura y del Arte. Significa que, quitando un mes de vacaciones al año, publicaba un artículo cada mes. Abarcando más años, publicó un total de cuatrocientos treinta y un artículos. Lo que representa una ingente labor de investigación y síntesis. Oíza, “Superposición y adaptación de nuevas estructuras en edificios antiguos”, en AAVV, Curso de mecánica y tecnología de los edificios antiguos, Madrid, COAM, 1987, reproducido en AAVV, Francisco Javier Sáenz de Oíza. Escritos y conversaciones, Madrid, Caja de Arquitectos, 2006, págs. 77 y 79.
22
Entrevista realizada por Ramón F. Reboiras, La Arquitectura (Hablando con Francisco Javier Sáenz de Oíza), Madrid, Acento Editorial, 1993, reproducido en AAVV, Francisco Javier Sáenz de Oíza. Escritos..., pág. 122.
23
Véase Vílchez Vílchez, Carlos, Leopoldo Torres Balbás, Granada, Editorial Comares, 1999. Al-Ándalus fue la revista de la Escuela de Estudios Árabes de Madrid y Granada, se publicó mensualmente entre los años 1933 y 1978. http://bit.ly/2ATv7oJ, 29/09/2014.
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17 y 18. Oíza en la mili (¿en la Granja?), es el primero de la derecha. En el centro está Emilio Larrodera (19211987). En 1944 ó 1945. Foto publicada en El Croquis 32/33, pág. 14. A la derecha, Oíza en 1948; foto de carnet, quizá del pasaporte.
La mili, 1944-1945 Los estudiantes universitarios no hacían el servicio militar corriente y obligatorio, se libraban de la mili de reemplazo, la de los mozos reclutas que iban para soldados. Hacían las milicias universitarias (IMEC), se suponía que, como voluntarios, querían ser oficiales o suboficiales de complemento. A partir del segundo curso de carrera, iban dos veranos a un campamento de instrucción. Los de Madrid, generalmente, lo hacían en el llano Amarillo de la Granja, en la provincia de Segovia. Finalizados los campamentos, según se hubiera portado cada uno, le daban la graduación de alférez, con una estrella; o de sargento, con galones. Terminada la carrera, tenían que hacer las prácticas en un destino militar auténtico, durante seis meses. Se podía pedir prórrogas y retrasarlo algún año. Oíza terminó la carrera en 1946 y pediría prórroga para disfrutar de la beca de un año en EEUU durante el curso de 1947-1948. A la vuelta, hizo las prácticas. Antes de ir a Estados Unidos, Oíza pensaba en la Arquitectura, fundamentalmente, como perteneciente a las Bellas Artes. En América, comprendió la necesidad de aprender más técnica de construcción y de instalaciones, “el hecho técnico” que decía él. Cuando volvió a España en 1948, tuvo que hacer las prácticas de la mili. Eligió el destino de Sevilla, en la Agrupación de Ferrocarriles, pues prefería dedicarse a los asuntos técnicos, más que a los propiamente militares. Se alojaba en un hotel barato. El lavabo se atascaba cuando se afeitaba, y el agua sucia salía por el desagüe de la bañera. Era evidente que la técnica española dejaba mucho que desear. Terminada la mili, ya en Madrid, le propusieron dar clase en la Escuela de Arquitectura, en la asignatura de Salubridad e Higiene, y aceptó.
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CAPÍTULO 2 PRIMEROS PROYECTOS
La Cruz del Valle de los Caídos, 1943 Para hablar de la obra de Oíza, empezaré en el año 1943, fecha señalada para mí, pues es el año en el que nací. Oíza tenía veinticinco años y estaba en tercero de carrera. Tres años antes, Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) había dictado el decreto del Valle de los Caídos. Ordenaba la construcción de un monumento en memoria de las víctimas de la Guerra Civil. El dictador, generalísimo del ejército victorioso, acaso aconsejado por Pedro Muguruza Otaño (1893-1952), su arquitecto de cabecera, quiso que se hiciera un hipogeo, una basílica excavada en el interior de un monte de granito, en el paraje de Cualgamuros de la sierra de Guadarrama, cerca de El Escorial. La obra comenzó pronto. Se adjudicó a la empresa Huarte y Cia S.A. (entre otras). Obreros y presos políticos que redimían su pena vaciaban la roca con dinamita. Se trabajaba con proyecto y dirección de Muguruza1. En el año 1943, se falló el concurso de anteproyectos para la erección de una gran cruz sobre el monte. Se presentaron veintiuna propuestas. El jurado lo constituyó el ministro de Gobernación, con arquitectos como Pascual Bravo2 y Luis Gutiérrez Soto, y un ingeniero. El primer premio correspondió a Luis Moya con Manuel Thomas y Enrique Huidobro. El segundo a Juan del Corro, Francisco Bellosillo y Federico Faci. Accésit para Manuel Muñoz Monasterio, Luis Feduchi y Javier García Lomas, y otros. Entre los participantes estaba Francisco de Asís Cabrero, que le faltaba algún trámite para el título de arquitecto. Ninguna de las propuestas gustó a Franco, que dibujó un croquis de su propia mano, mejorado por Muguruza. Y, por último, se construyó la cruz propuesta por Diego Méndez, ayudante de Muguruza, que era la más Pedro Muguruza (1893-1952), gran dibujante y un año más joven que Franco, era el arquitecto favorito del Caudillo. Tras la Guerra, ejerció de Director General de Arquitectura. Además del Valle de los Caídos, se le encomendó la reconstrucción de la Ciudad Universitaria de Madrid. Había construido el Palacio de la Prensa (1924) y el cine Coliseum (1931) en la Gran Vía.
1
Pascual Bravo (1893-1984), catedrático de Proyectos y director de la Escuela de Arquitectura de Madrid. Autor, con Modesto López Otero, del edificio de la Escuela y de su reconstrucción después de la Guerra. Y construyó el arco de triunfo de la Moncloa.
2
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esbelta y moderna. La de Cabrero también era moderna, inspirada en el “Coliseo Cuadrado” del arquitecto Marcelo Piacentini (racionalismo fascista del EUR romano), pero era una estructura demasiado prudente, que apoyaba los brazos en arquerías, y no interesó al jurado. Muguruza se ocupó del Valle de los Caídos hasta 1950, cuando lo dejó por enfermedad. Continuó Diego Méndez3 (n. 1906), que dirigió la obra hasta su terminación en el año 1958. La cruz de Diego Méndez se alza 300 m sobre la explanada. La mitad corresponde al cerro rocoso, y la cruz en sí, con su basamento de los evangelistas, tiene 150 m de altura. Francisco Javier Sáenz de Oíza (1918-2000), estudiante aún, dibujó una propuesta fuera de concurso. Era de una altura descomunal, el doble que la de Diego Méndez. Creo que la gran esbeltez se debía a que estaba pensando en una estructura metálica y estérea (quizá con puntas de diamante, como las torres que años después haría en Aránzazu). Delante de la basílica excavada, proponía un lago artificial que reflejara el artefacto. La portada de la cripta sería mucho más modesta que la que se construyó. La explanada iba a ser plana y con algo de pendiente, sin escalinatas, sin monumentalismos; los coches podrían acercarse hasta la portada. Y las personas, subiendo esforzadamente por las escaleras del vía crucis, entre las rocas, podrían llegar hasta el pie de la cruz.
Diego Méndez, discípulo de Muguruza, arquitecto de la casa civil del Generalísimo, reconstruyó los palacios del Pardo y de la Zarzuela, y otros monumentos principales de Patrimonio Nacional.
3
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19. Propuesta de OĂza, fuera de concurso, para el Valle de los CaĂdos. Pintura al temple de 100x70 cm, EAT.
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20. Dibujo en perspectiva, iluminado a la acuarela, de Oíza y Laorga para la “Plaza de acceso al acueducto de Segovia”. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 61, 1947, pág. 12.
La plaza del Azoguejo en Segovia, 1946 Oíza terminó la carrera en el año 1946. Ese año, la Dirección General de Bellas Artes convocó el Premio Nacional de Arquitectura con el tema Proyecto de plaza de acceso al acueducto de Segovia. Según la Revista Nacional de Arquitectura4, había la opinión de que el magnífico monumento estaba agobiado por las casas viejas, y por los enseres pueblerinos que habían ido creciendo a su alrededor. Se pensaba que había que sanear la zona con criterios urbanísticos modernos, para que la milenaria obra romana, que estaba relativamente bien conservada, luciera en todo su esplendor. La Revista publicó los resultados del certamen. Reprodujo los catorce espléndidos dibujos de los ganadores: Oíza y Luis Laorga Gutiérrez5 (1919-1990), más algunos de los demás concursantes. En los paneles de Oíza y Laorga, había plantas, axonometrías y perspectivas paisajísticas, todo ello iluminado a la acuarela con el sol de la tarde, y comparando siempre el “estado actual” con la propuesta. 4
La Revista Nacional de Arquitectura, en su número 61, Madrid, año 1947, págs. 2 a 33.
Luis Laorga nació en 1919 (un año más joven que Oíza), coautor con Oíza de los proyectos de la plaza del Azoguejo, de la iglesia de la Merced, Aránzazu y las viviendas en la calle Alberto Alcocer. Después trabajó con José López Zanón (1926), siete años más joven que él y que había sido ayudante suyo; compartiendo estudio durante casi cuarenta años, desde el 1954 hasta 1990. Hicieron viviendas para militares estadounidenses en Madrid y en Zaragoza (1955-1967), construyeron las escuelas de Náutica de Cádiz (1968), Portugalete-Santurce (Vizcaya), y Pasajes de San Juan (Guipúzcoa), las universidades laborales de La Coruña y Huesca, el seminario Reina de los Apóstoles de los padres Paules en Andújar (1966) y la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid. Falleció en noviembre de 1990, a la edad de setenta y un años.
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21, 22, 23 y 24. Las otras propuestas del concurso. Arriba a la izquierda, la propuesta de Muñoz Monasterio, a la derecha la de Figuerola. Abajo, a la izquierda, Aburto; a la derecha, Manzano-Monís. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura, nº 61, 1947, págs. 14, 17, 23 y 32.
Manuel Muñoz Monasterio6 (1903-1969) quedó en segundo lugar, premiado con un accésit. La Revista publicó cuatro de sus paneles. La propuesta era parecida a la de los ganadores; pero el tipo de dibujo era menos cuidado; parece que no trabajó el concurso tan a fondo como ellos. Entonces, Muñoz Monasterio era ya un arquitecto con un encargo profesional importante, el estadio del Real Madrid y, lógicamente, su dedicación al concurso no pudo ser tan intensa . La maqueta que presentó, construida con escayola, era de la misma factura que la que, dos años antes, le sirvió para ganar el concurso del estadio Chamartín. La propuesta de Vicente Figuerola Benavent7 era distinta. Tenía una plaza semicircular porticada, que ofrecía una rotunda monumentalidad que el jurado, quizá, consideró exagerada. Yo creo que era interesante. José Marcide Odriozola8 y Rafael Aburto Renobales9, en equipo, presentaron una Manuel Muñoz Monasterio, junto con Luis Alemany Soler, proyectó, en 1944, el nuevo estadio Chamartín del equipo de fútbol Real Madrid. Estadio que ya no es el actual. Él mismo lo modificó en los años 60.
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7 Vicente Figuerola Benavent fue arquitecto municipal de Sagunto y trabajó en Valencia, donde, en el año 1954, construyó el edificio Finca de Hierro, de veintidós plantas, en el centro de la ciudad. Recuerda al Edificio España de Madrid (1948), de los hermanos Otamendi.
José Marcide Odriozola, arquitecto del Instituto Nacional de Previsión (seguridad social franquista), autor de grandes hospitales, como el de Cruces en Baracaldo (Vizcaya) de 1955. Y de la universidad laboral de Alcalá de Henares de 1966.
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Rafael Aburto Renobales (1913-2014) fue uno de los introductores de la arquitectura moderna en el ámbito oficial madrileño de Postguerra. Lo hizo con el magnífico edificio de Sindicatos (hoy Ministerio de Sanidad) que construyó con Asís Cabrero. Habían sido los ganadores del concurso, en 1949. 9
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25 y 26. Paneles de los ganadores, acuarelas de Oíza y Laorga. Abajo, “estado actual”. Arriba la propuesta. Dibujos publicados en la Revista Nacional de Arquitectura nº 61, 1947, pág. 6.
propuesta muy particular. Centrada, sobre todo, en la jardinería escalonada de la plaza. Con unos muretes en “U”, con bancos y parterres al socaire del viento norte. Por último, Manuel Manzano-Monís Mancebo10 propuso el proyecto más grandioso, a mi entender. Tenía la intención de eliminar gran número de casas viejas, para crear, más que una plaza, un parque de dos ambientes. Amplia área de parterres en el centro, y una hermosa arboleda en el borde sureste, cubriendo el desnivel. Acaso se pasó un poco. Los ganadores obtuvieron un premio de 25.000 pesetas (150 €) de Bellas Artes, más 10.000 pesetas (60 €) del Ayuntamiento. Al segundo premio le correspondieron 8.000 pesetas (48 €), y 6.000 pesetas (36 €) a cada uno de los demás equipos. Manuel Manzano-Monís Mancebo (1913-1997) fue arquitecto municipal y delegado de Bellas Artes en Fuenterrabía (Hondarribia), autor del Plan de Ordenación del Casco Antiguo (1952) que mereció el Premio Europeo de Reconstrucción de la Ciudad, del año 1982. Fue también autor del monumento a Calvo Sotelo en la plaza de Castilla de Madrid (1960), con el escultor Carlos Ferreira.
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27. Sáenz de Oíza, Apuntes de Salubridad e Higiene, 1949, pág. 25. Explica las sombras que proyectan unos edificios por la mañana, al mediodía, por la tarde, en el solsticio de verano, los equinoccios y el solsticio de invierno. Del libro edición al cuidado de César Martínez Gómez, Los Apuntes de Salubridad e Higiene de Francisco Javier Sáenz de Oíza, Pamplona, T6 Ediciones S.L. Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Universidad de Navarra, 2010, pág. 66.
La estancia en EEUU, 1947-1948 Oíza había sido un estudiante de arquitectura excepcional. Era el primero en todo. Tenía cabeza para las matemáticas y para la geometría descriptiva, dibujaba muy bien y era el alumno predilecto de Torres Balbás, el sabio profesor de Historia de la Arquitectura. Al terminar la carrera, le concedieron el Premio Manuel Aníbal Álvarez11 al mejor expediente académico y, recién titulado, obtuvo el Premio Nacional de Arquitectura por concurso. Con ese currículo, se presentó a la Beca Conde de Cartagena, que daba la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y se la concedieron. La beca le permitía estar un año en Estados Unidos. Antes del viaje, don Modesto López Otero (1885-1962), que era el director de la Escuela, le dijo que tenía la posibilidad de matricularse en alguna escuela de arquitectura estadounidense y hacer un máster; pero le aconsejaba viajar libremente para conocer el país, sus gentes y su arquitectura. Premio en honor de Manuel Aníbal Álvarez Amoroso (1850-1930), arquitecto, hijo y padre de arquitecto. Pensionado en Roma, profesor de Proyectos y director de la Escuela de Arquitectura de Madrid y, después de su jubilación, director honorífico. 11
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28, 29 y 30. Fotos y dibujo con disquisiciones técnicas de Oíza, de su estancia en USA (1947-1948), que publicó en un extenso artículo titulado “El vidrio y la arquitectura”, Revista Nacional de Arquitectura nº 129/130, 1952, págs. 11 a 67.
Así no obtendría ningún diploma, pero aprendería muchas cosas. Y eso fue lo que hizo. Viajó a EEUU en octubre de 1947. Permaneció allí hasta noviembre de 1948. Poco más de un año, apurando la beca. El primer día, en Nueva York, se alojó en un hotel en el que se quedó fascinado por el funcionamiento del estor de la ventana, sistema que no conocía. Bajó a la calle, se compró un destornillador, y no paró hasta desarmarlo, dibujando croquis para entender el mecanismo, y volver a armarlo. En Nueva York, tenía un familiar de Cáseda, al que recurrió alguna vez. El dinero de la beca era muy justo. Tenía dificultades para hablar en inglés y estaba solo. En las bibliotecas públicas, con ayuda de diccionario, traducía cualquier texto. También compraba revistas técnicas, como Architectural Record y Architectural Forum12. Pronto descubrió que el arte moderno le interesaba menos que la tecnología moderna. Le admiraba la capacidad de los estadounidenses para inventar cosas, y que las oficinas de patentes fueran mayores que las catedrales. Se sorprendía ante el país de la abundancia, en el que, frente a los cálculos estrictos de los alemanes, admirados en España, no importaba gastar más material si así salía más barato. Llevaba una Kodak Retina13 con la que hizo numerosas fotos, como había aprendido con el profesor Torres Balbás en las excursiones de la Escuela. Por las fotos, y por lo poco que ha contado14, se dedujo que estuvo en Nueva York, Búfalo, Boston, Pittsburgh, Washington y Chicago, y quizá hiciera un viaje hasta Méjico DF15. 12 Architectural Record es una revista de arquitectura, diseño interior e ingeniería, editada en Manhattan (Nueva York) desde el año 1910. Está relacionada con el Instituto Americano de Arquitectura (AIA). La revista Architectura Forum se editaba en Boston (Massachusetts) desde el año 1892, y dejó de publicarse en 1974. 13
Kodak Retina, cámara de fotos plegable, buena y relativamente económica, fabricada en Stuttgart, Alemania.
César Martínez Gómez, en su artículo “El viaje de Sáenz de Oíza a Estados Unidos”, de 2006, dice que se informó hablando con Eduardo Mangada, antiguo colaborador de Oíza; y con Javier Sáenz Guerra, hijo de Oíza. 14
En su artículo “El vidrio y la arquitectura” pág. 63, Oíza muestra tres fotografías de la Escuela Nacional de Maestros (1945) del arquitecto Mario Pani [Darqui] (1911-1993) en Méjico DF. Pensando que las fotos son de Oíza, se ha supuesto que estuvo en Méjico. 15
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Contó que visitó el Guaranty Building16 de Sullivan, y que le causó gran impresión. Dijo haber asistido a una clase de cierta escuela de arquitectura en Pittsburgh17; los alumnos tenían que proyectar una casa de vidrio. La arquitectura de vidrio llamó poderosamente su atención. Mies van der Rohe, desde el año 1938, dirigía la facultad de Arquitectura del Illinois Institute of Technology (IIT) de Chicago y, en 1943, ya había construido el Laboratorio de Minerales y Metales del IIT, con grandes superficies acristaladas. Y aquella técnica cristalina del acero, idealizada, iba a influirle fuertemente durante algunos años. De vuelta en Madrid, cuando se había convertido en profesor ayudante de Salubridad e Higiene18, Carlos de Miguel (1904-1986), director de la Revista Nacional de Arquitectura, quizá pensando en una crónica americana, pidió a Oíza que escribiera un artículo. Y Paco, que acababa de cumplir los treinta años, escribió un “tratadillo”, de cincuenta y siete páginas, titulado “El vidrio y la Arquitectura”. Se publicó en octubre de 1952. Lo escribió mientras redactaba los apuntes de la asignatura que le habían encomendado, o acaso un poco después. Apuntes en los que, a pesar de su fascinación por la tecnología yanqui, insistía en los aspectos más humanísticos de la disciplina. Trataba cuestiones como la orientación, y el sol de los solsticios y los equinoccios; la iluminación natural, la luminosidad de la bóveda celeste; el aislamiento de los muros y de las paredes de vidrio; el confort en la geografía española, según las épocas de año; o la ventilación y los vientos. Asuntos que podrían estar inspirados en el mismo Vitruvio que consultara Thomas Jefferson.
En el año 1968, cuando fui por primera vez al estudio de Oíza, tenía sobre su mesa de trabajo una reproducción, en calamina o plástico gris, del tirador de la puerta del Guaranty que, según María Felisa, se lo había regalado un colega chileno.
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Quizá fuera la School of Architecture Carnegie, Pittsburgh, Pennsylvania.
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Fue profesor ayudante de Salubridad e Higiene entre los años 1949 y 1961.
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31. Boceto de Oíza y Laorga para el concurso de la basílica de Nuestra Señora de la Merced (Madrid) de 1949. Tinta china negra y temple blanco sobre cartulina cruda. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 96, 1949, pág. 349.
Basílica de la Merced en Madrid, 1949 En 1949, Oíza y Laorga volvieron a presentarse a un concurso y lo ganaron. Se trataba de un concurso de ideas para la futura construcción de la basílica hispanoamericana de Nuestra Señora de la Merced. Nuevamente, la Revista Nacional de Arquitectura dio cuenta del certamen. Los jóvenes arquitectos habían vencido a colegas veteranos que tenían prestigio, como Casto Fernández Shaw (1895-1978), Manuel Martínez Chumillas (1903-1986), Miguel Fisac (1913-2006) y Rodolfo García de Pablos (1913-2001), entre otros. Al jurado le había parecido, y a la vista está en la publicación, que la propuesta ganadora era la más moderna, y que lo era sin estridencias. Los autores de la propuesta, en la memoria del anteproyecto, destacaron algunos rasgos tradicionales de su idea. Pretendían hacer una arquitectura hispanoamericana con lenguaje moderno moderado. Lo buscaban con una estructura recia, al servicio de una planta de cruz latina de una sola nave con capillas y brazos cortos, con cripta; más un convento claustral en la cabecera, para los frailes mercedarios. Todo ello inscrito en el rectángulo largo de un solar completo del moderno ensanche madrileño de la Castellana. Dos torres de campanas flanqueaban la portada. En ella, a la manera de un retablo, se concentraba la decoración flanqueada por los escudos de las naciones de América. El arco del frontispicio expresaba la sección abovedada de la nave. Era una estructura que, en cierta medida, en la expresividad lineal del hormigón armado, recordaba a las de Auguste Perret (1874-1954). La actitud moderna llevaba a los arquitectos
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32. Plantas de la basílica de la Merced. Arriba, la planta semisótano.Abajo, la planta baja. Publicadas en la Revista Nacional de Arquitectura nº 96, 1949, pág. 350.
a hacer hincapié en el funcionalismo y, en la memoria, destacaban la amplitud de los accesos, la buena visibilidad de la nave sin columnas, y la luminosidad del espacio diáfano del templo. La orden de la Merced (frailes redentores de cautivos) andaba escasa de fondos, y los trabajos sufrían retrasos. El plazo de ejecución se iba alargando indefinidamente. Hubo una paralización de la obra. Oíza se apartó de este trabajo (iba a dedicarse plenamente a Aránzazu) y Laorga lo continuó, supongo que hasta que se agotó su paciencia. La revista Arquitectura19 comentó la demora. La obra inacabada fue usada como iglesia parroquial de forma provisional. El proyecto original había ido simplificándose, quizá para bien. Se eliminaron los campanarios y el cimborrio, la nave se cubrió con una ligera estructura metálica estérea… La iglesia terminada, como basílica hispanoamericana de la Merced, fue inaugurada en mayo de 1966, diecisiete años después del concurso y veinte años después de que el proyecto fuera promovido por el religioso mercedario José Saavedra (1907-1991), padre de la idea. Y es la iglesia más grande de Madrid. Tiene 66 m de longitud y 35 m de anchura. La altura es de 42 m.
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Arquitectura COAM nº 7, 1949, pág. 20. Con una fotografía de la obra parada, se criticaba la lentitud del proceso.
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33.Sección transversal por la nave de la basílica de la Merced, con escala gráfica. (Aún se propone que los cimientos se construyan al estilo alemán). Publicada en la Revista Nacional de Arquitectura nº 92, 1949, pág. 315.
34. Una de las propuestas para el interior de la nave, la más barroca, que fue simplificándose ante la realidad de la obra. Dibujo publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 115, 1951, pág. 36.
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35. La basílica de Nuestra Señora de la Merced en construcción. Foto publicada en Arquitectura COAM nº 7, 1959, pág. 20.
36. Alzado de la basílica de Nuestra Señora de la Merced. Un dibujo al temple en el que el cielo recuerda al de la propuesta de Oíza para el Valle de los Caídos. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 114, 1951, pág. 32.
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37 y 38. Arriba, planta de las viviendas de la calle Fernando el Catรณlico. Abajo, alzado de las viviendas. Publicado en Alberdi y Sรกenz Guerra, op. cit., pรกgs. 50 y 51.
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Viviendas en la calle Fernando el Católico 47 de Madrid, 1949 En 1949, Oíza recibió un encargo convencional. Tenía que construir un edificio de viviendas en una calle del barrio de Argüelles de Madrid. El encargo lo hacía un señor llamado José Fernández Rodríguez. La relación duró hasta el año 1955, en que concluyó el trabajo. El solar se situaba en una manzana, hasta cierto punto, singular. La comprendida entre las calles Fernando el Católico, Blasco de Garay, Meléndez Valdés y Guzmán el Bueno. Singular porque tenía un colegio de niños, el de La Salle-San Rafael, con su patio de juegos; y la parroquia del Santo Cristo de la Victoria, con sus jardines. El edificio iba a tener paredes medianeras con las construcciones adyacentes y apertura a un patio de manzana, relativamente amplio y al jardín parroquial. Oíza propuso que un solo portal sirviera para cuatro o cinco escaleras, lo más económico para la comunidad de vecinos. Que el amplio portal fuera diáfano para que, desde la calle, se
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39. Esquina de la casa de Fernando el Católico. Foto de JV, 1975.
viera el patio. Que el patio se ajardinara, para que fuera atractivo. Y que, en cada planta, las viviendas se agruparan de dos en dos por escalera. Así, podían ser pasantes, viviendas de dos orientaciones; con los dormitorios dando a la calle, en el norte; y los estares dando al patio ajardinado, en el sur. Una vivienda moderna con todo exterior (hasta cierto punto), como de bloque exento, aplicada en un solar antiguo, entre medianerías. Parece, como han apuntado los críticos, que Oíza había visto la residencia de estudiantes de la Bauhaus en Dessau del año 1925, obra de Walter Gropius20, el líder del funcionalismo; residencia con los balcones individuales en una fachada y el balcón corrido en la otra. Pero, como hará tantas veces, Oíza no fue literal, ni se conformó con una única inspiración. La losa del balcón de Gropius se dobla hacia abajo en la punta, rasgo alambicado y feo que Oíza no Publicada en muchos libros, por ejemplo Bruno Zevi, Spazi dell’architettuta moderna, Torino, Giulio Einaudi Editore, 1973, págs. 182 y 183. 20
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40. Mural neoplástico de azulejos que Oíza hizo instalar en el amplio espacio comunitario de acceso desde el portal al patio de manzana y a las escaleras. Foto de JV, 1975.
41. Los balcones de la casa de la calle Fernando el Católico. Foto publicada en Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 49.
copió. El balcón madrileño se afina y estrecha volando desviado. Tampoco copió la barandilla alemana escalable, impropia para familias con niños. En su lugar, utilizó una balaustrada sencilla de barrotes verticales, acaso inspirada en algunos ejemplos del racionalismo italiano. En definitiva, el balcón de Oíza, a mi juicio, es más elegante y funcional. Oíza se esmeró al proyectar el amplio portal, espacio acristalado a la calle y al jardín, lugar luminoso de paso de todos los vecinos hacia los cuatro conjuntos de escalera y ascensor, y diseñó un mural neoplástico de azulejos para decorarlo. Supongo que, por asuntos de financiación, el proyecto se planteó en dos fases. No sé cómo fueron las relaciones entre el arquitecto y su cliente, el caso es que la segunda fase no la hizo Oíza.
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42. El santuario de Aránzazu antes de las obras de Oíza. Foto anónima, s/f.
Aránzazu, 1950 En Aránzazu, Oíza y Laorga consiguieron su tercera victoria concursal. Era el año Santo de 1950, año de jubileo extraordinario que promovió el papa Pío XII, los franciscanos convocaron un concurso nacional de arquitectura, para construir un nuevo santuario mariano en Aránzazu, a pocos kilómetros de la noble villa guipuzcoana de Oñate, cerca de las cumbres, junto a vertiginosos valles. El promotor fue el padre Pablo Lete, ministro provincial de la orden seráfica, un fraile de espíritu abierto. Se inscribieron treinta y nueve concursantes, procedentes de casi toda España, y se presentaron catorce propuestas. El asunto tenía antecedentes. En los años 20 del siglo XX, el arquitecto Francisco Alonso y Martos21 (1887-1961) inició una renovación del santuario. Lo más valioso de aquella obra eran las fundaciones de la iglesia. Concretamente, la cabecera, con un ábside semicircular neo-medieval. Los frailes querían que se aprovechara. Querían también que la nueva iglesia fuera amplia y de peregrinación, y que, al mismo tiempo, sirviera al convento para sus ritos cotidianos. En el jurado, junto al presidente de la Diputación, el alcalde de Oñate, el representante del colegio de arquitectos vasco-navarro, el padre provincial de la Orden y otras personalidades, estuvo el ilustre arquitecto bilbaíno Secundino Zuazo Ugalde (1887-1971), a petición de los concursantes. Francisco Alonso y Martos (1887-1961), arquitecto granadino que trabajó con la empresa de los ferrocarriles, y construyó viviendas para ferroviarios en Madrid (1923-26), cerca de la estación de Delicias. En Vitoria, construyó la gasolinera Goya, de estilo expresionista (1935), para la empresa Aguínaga. 21
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43. Perspectiva de la fachada principal para el concurso. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 107, 1950, pág. 467.
El proyecto ganador fue el de los arquitectos Oíza y Laorga. Se dijo que era una propuesta robusta y sencilla, como el alma vasca; y que los originales muros de piedra, con sus puntas de diamante, evocaban a la zarza en la que apareció la antigua imagen bizantina del siglo XII, descubierta por el pastor Rodrigo de Balzátegui en el siglo XV, según la típica leyenda piadosa. El proyecto elegido fue considerado renovador, vascongado, y adaptado a los deseos de la comunidad franciscana. La iglesia estaba situada al mismo nivel que la planta principal del convento. Sobre la traza vieja, se proponía una cabecera con girola para las peregrinaciones, y camarín para la Virgen. En el ábside y en los laterales de la nave, había capillas con altar para que los sacerdotes de la comunidad pudieran oficiar simultáneamente. Y se había logrado una sabia armonización entre el paisaje agreste, las construcciones viejas y la edificación nueva, como el padre Lete quería. Aciertos de los ganadores con los que superaron a colegas destacados como Rafael Aburto, los hermanos Borobio o Fernando Chueca. Me parece que, en los paneles presentados al concurso, junto con los arquitectos, trabajó Carlos Pascual de Lara (1920-1958) –Larita, decía Oíza– artista madrileño de la escuela de Vallecas, discípulo del magnífico pintor onubense Daniel Vázquez Díaz (1882-1969), seguidor de Benjamín Palencia (1894-1980) y de Alberto Sánchez (1895-1962). En los tableros del concurso, la Virgen rodeada de ángeles de la portada, y el mural insinuado sobre el arco de triunfo en la perspectiva del interior de la nave, parecen de Pascual de Lara o inspirados en él. En Madrid, en enero de 1951, Carlos de Miguel, director de la Revista Nacional de
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44. Laorga y Oíza en Aránzazu. Foto archivo Oíza, s/f. 45 y 46. Arriba, alzado de la portada para el concurso. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 114, 1951, pág. 32. Abajo, planta. Publicada en El Croquis nº 32/33, 1988, pág. 36.
Arquitectura, organizó una sesión crítica22 en la que se enjuiciaron los proyectos de Oíza y Laorga para las basílicas de la Merced y de Aránzazu. La ponencia fue leída por el arquitecto Francisco de Asís Cabrero (1912-2005), de la generación de los autores y algo mayor que ellos. No fue de alabanza. Divagó sobre la forma y el fondo, la coherencia de las pirámides egipcias y las incongruencias del Barroco. Criticó los planteamientos anticuados, los caprichos decorativos y la falta de modernidad de las propuestas ganadoras. Insistió en la carencia de funcionalidad de la planta de cruz latina, forma “pre impuesta” por el pasado, y en la inutilidad antieconómica de los altos techos, de las torres de campanas y de las arquerías aéreas que enlazaban volúmenes. En resumen, parecía que las basílicas de Oíza y Laorga no le habían gustado. Primero contestó Oíza. La respuesta, supuestamente improvisada, según la transcripción de la Revista, me parece mejor redactada que la ponencia. Oíza justificó la gran altura de los templos como una tradición religiosa de índole espiritual. Le recordó un ejemplo contrario, la situación ridícula de una iglesia de Nueva York agobiada entre los rascacielos. Y, con ironía, Oíza preguntó a Cabrero que si, en la arquitectura actual, estaba “pre impuesto” que las plantas de las iglesias no fueran de cruz latina. Habló también Laorga, que abogó por un “funcionalismo religioso”, el que induce a la espiritualidad, propio de los espacios elevados. Los arquitectos mayores asistentes al acto fueron benevolentes con los proyectos expuestos. La Revista dio cuenta de las intervenciones de Ramón Aníbal Álvarez, que mencionó los arquillos aéreos de Dominikus Böhm en la iglesia de 22
Sesión crítica publicada en la Revista Nacional de Arquitectura nº 114, 1951, págs. 31 a 43.
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47, 48, 49 y 50. Arriba, alzado lateral y planta a vista de pájaro. Abajo, de izquierda a derecha, Laorga, el padre franciscano Lete, Oíza, el pintor fray Eulate y el escultor Oteiza. Fotos anónimas, s/f.
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51. El interior de la nave. Dibujo del concurso, de Oíza y Laorga con la colaboración de Pascual de Lara. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 107, 1950, pág. 477.
Hindenburge de 1931, precedente de los de Aránzazu; de Luis Moya, que defendió la seguridad y la vigencia universal de las normas clásicas, frente al riesgo del individualismo romántico; de Pedro Bidagor, que alabó a los jurados que habían elegido los proyectos, y de Luis Felipe Vivanco, el arquitecto poeta. La obra comenzó en septiembre de 1951, y arrancó con buen ritmo. En diciembre de 1952, el padre Pablo Lete y su secretario, murieron en un accidente de aviación, llegando a La Habana. Estaban iniciando una gira para visitar a los vascos de América, y pedirles dinero para las obras de Aránzazu. Los trabajos se ralentizaron, pero, aun así, la obra fue avanzando. Había que simplificar. Algunos aspectos más anticuados se fueron eliminando. Desapareció la historiada linterna y también los arquillos al estilo de Dominikus Böhn. Los franciscanos y sus arquitectos propusieron la participación de un elenco de artistas escogidos. Para contratarlos, se organizaron concursos a los que acudieron numerosos pintores y escultores reconocidos, y se
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52. Los santos apóstoles. Foto de Helena Medina, 2017.
constituyeron jurados solventes en los que actuaron los promotores. De esta manera, se eligió al pintor Carlos Pascual de Lara (1922-1958) para la decoración del ábside, a Jorge Oteiza (1908-2003) para las esculturas de la portada, a fray Javier Fernández de Eulate (1919-2012) para las vidrieras, a Eduardo Chillida (1919-2002) para las puertas, y a Néstor Basterrechea (1924-2014) para los murales de la cripta. La iglesia, acabada ya, pero aún sin decoración, se abrió a los fieles en agosto de 1955. Al parecer, fue Carlos Pascual de Lara el que puso en contacto a los arquitectos con el escultor Jorge Oteiza, tras mostrarles alguna foto de su obra. Oteiza, el escultor y joven profesor argentino de estética moderna, había nacido en Orio (Guipúzcoa), se había librado de la Guerra emigrando a la Argentina. En 1948, acababa de venir de América, y se había establecido entre Madrid y Bilbao. Traía El retrato de Icíar Carreño (1947), su mujer, que era la carta de presentación. Se trataba de un busto primitivista, parecido a las esculturas megalíticas
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53. Bajada al transepto a travĂŠs de la escalera con vidrio de caramelo. Foto de Javier SĂĄnchez, 2017.
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54. El retablo de Lucio Muñoz. Foto de Javier Sánchez, 2017.
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55. Las piedras de los apóstoles en la cuneta de la carretera. Foto de Ricardo Ugarte de Zubiarrán, s/f.
I, pág. 59. Aránzazu de las tres torres. Foto de Helena Medina, 2017. II, pág. 60. Cabecera del templo. Foto de Helena Medina, 2017. III, pág. 61. Los pies del templo. Foto de Javier Sánchez, 2017. IV, pág. 62. El ábside. Foto de Javier Sánchez, 2017.
americanas (por ejemplo las famosas estatuas de la isla de Pascua) y que, en cierta medida, recordaba a Las señoritas de Aviñón (1907) de Pablo Picasso (1881-1973), cuarenta años después. Y el Oteiza cuarentón era vitalista, prepotente, religioso sui géneris y vanguardista trasnochado. Llegaba dispuesto a epatar a los anticuados y mojigatos españoles de derechas, fueran o no vascos. Otro vasco venido de Argentina, hijo de dirigente del Partido Nacionalista Vasco exiliado, era Néstor Basterrechea, que llegó a España en 1952. Le adjudicaron las pinturas de la cripta. Y se lió a dibujar con carboncillo unos murales en los que emulaba el estilo de Picasso en el Bombardeo de Guernica (1937). Murales en los que aparecían los cadáveres de pecadores, como despojos, entre las piernas de un demonio con cabeza de becerro; y otras imágenes estrafalarias entre las que se encontraban algunos desnudos. Mientras tanto, Oteiza, para el friso de los apóstoles, había conseguido catorce enormes bloques, cincuenta toneladas de cayuela negra de las canteras de Marquina. Encajaban muy bien en la longitud de la portada. Ya estaba tallando alguno, un trabajo titánico. Y como así le cuadraba, estaba empeñado en que los doce apóstoles fueran catorce. Viendo aquello, las gentes religiosas más estrictas estaban escandalizadas, y no les gustaba lo que se estaba haciendo en Aránzazu. Algunos colegas envidiosos iniciaron una campaña de prensa contra la obra. El asunto trascendió a la autoridad eclesiástica. Chillida y Eulate pudieron seguir sus trabajos, pero Lara, Oteiza y Basterrechea tuvieron que presentar bocetos y memoria a una comisión censora nombrada por el obispo de San Sebastián que, tras muchas dudas y demoras, se inhibió. Trasladaron el asunto a Roma. Pero, no eran los tiempos del papa guerrero Julio II que permitía a Miguel Ángel Buonarroti pintar desnudos en los techos de la Capilla Sixtina. Era el año 1955, el tiempo del papa Pío XII, un hombre muy conservador, y el Vaticano ordenó que se parara la obra, cuando estaba en su apogeo. Los artistas, orgullosos de su arte, como era de esperar, se enfadaron muchísimo. Basterrechea borró lo que había dibujado en las paredes de la cripta, o dicen que se lo borraron. Oteiza dejó los bloques ciclópeos, medio tallados, tirados en la cuneta durante trece años.
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56. María Felisa y Paco tuvieron un hijo cada año, hasta llegar a siete: Noemí, Javier, María, Vicente, Marisa, José y Águeda. Foto para el carné de familia numerosa, s/f.
María Felisa María Felisa era una señorita de San Sebastián que, a veces, con sus padres, iba de vacaciones a Oñate. Cuando la obra de Aránzazu lo requería, Oíza y los otros artistas residían allí. Supongo que los frailes les daban alojamiento. Un día de fiesta, Larita y Paco bajaron a Oñate a dar una vuelta. Había música en la plaza, las chicas bailaban en parejas, los chicos, de dos en dos, se acercaban pidiendo que bailaran con ellos. A María Felisa, su padre, que estaba en un café cercano sentado con no sé qué aristócrata, no le dejaba bailar con los “caseros”. Y allí estaba ella, de plantón, charlando con alguna amiga. La versión de Oíza: “Y allí estaba…, así como muy tímida, un poco despistada, un poco retirada. Y yo le dije al amigo pintor: si sigo viéndola me enamoro de ella. Vámonos inmediatamente. Pero claro, al día siguiente bajé a ver si la encontraba…”23. En el año 1956, María Felisa Guerra Chacón y Francisco Javier Sáenz de Oíza se casaron. Con la prohibición del Vaticano, y el ambiente enrarecido que había en Aránzazu, decidieron que la boda se celebrara en la parroquia de Oñate. Parece que el viaje de novios fue a Italia. Hay una fotografía de María Felisa en la que Paco sostiene la torre inclinada de Pisa24. Carlos Pascual de Lara murió en 1958, prematura e inesperadamente, sin haber realizado las pinturas del presbiterio. Y se convocó un último concurso para sustituir a Larita. El ganador fue el pintor madrileño Lucio Muñoz (1929-1998). Su trabajo se llevó a cabo con eficacia. Y, por fin, las cuatro puertas de hierro del escultor Eduardo Chillida, hechas con el fuego infernal de la fragua, se abrieron ante los espinos, los montes y el cielo glorioso de madera policromada, espléndido retablo de abstracción naturalista, obra cumbre del pintor Lucio Muñoz que, con seiscientos metros cuadrados de arte leñoso, revistió el ábside, enmarcando el camarín de la Virgen de Aránzazu, motivo central del santuario. Me contó María Felisa que don Paco convenció a los franciscanos para que desnudaran a la Virgen. Hasta entonces, estaba expuesta con un manto de seda bordado con hilos de oro, de plata y pedrería, que ocultaba la antigua imagen sedente, y sólo dejaba ver el rostro. 23
Diez, Gloria, “Sáenz de Oíza. El mejor arquitecto español”, en Diario 16 nº 340, 27 de marzo 1988, pág. 17.
24
Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 23.
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57 y 58. Las casa en El Risco. Arriba, la puerta principal. Abajo un testero. Fotos de JV, 1975.
El epílogo fue en 1968, Pablo VI, un nuevo papa más liberal, autorizó la reanudación de los trabajos suspendidos. Oteiza ya tenía sesenta años y otros intereses; la escultura moderna, lógicamente, había empezado a aburrirle. Fue difícil convencerle para que terminara su obra. Basterrechea, que en los años ochenta iba a ser consejero de Cultura del Gobierno Vasco, hizo unos nuevos murales en la cripta, muy coloristas, y que, en mi modesta opinión, son lo feo de Aránzazu. Casas en El Risco, Talavera de la Reina (Toledo), 1950 Los Moro, industriales del pan y propietarios importantes de Talavera, parientes de don Vicente Sáenz Vallejo, padre de Oíza, hicieron un encargo a Paco, el joven arquitecto de la familia. Se trataba de las casas en El Risco, una obra campestre. La actitud de Oíza ente el encargo recuerda a la de Le Corbusier cuando, en 1935, le encomendaron la casa en Les Mathes cerca del estuario del río Garona en la región de Burdeos, e hizo una obra de mampostería y uralita, sin preocupaciones vanguardistas. La de Oíza es también una casa de campo sin vanguardismos ni regionalismos, de mampostería de granito, paredes enfoscadas y encaladas, hierro pintado de negro y cubierta invertida. Con una estética bastante intemporal.
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59. Propuesta para la Delegación de Hacienda de Valencia. Pintura el temple 100x65 cm. Foto de Luis Fernández Inglada, 1953.
Concurso de la Delegación de Hacienda de Valencia, 1953 No se puede ganar siempre. Oíza se presentó al concurso para la Delegación de Hacienda de Valencia y perdió. Frente a lo que estaba pasando en Madrid y Barcelona, donde los proyectos modernos empezaban a ganar, en Valencia, parece que el academicismo oficial aún triunfaba. Se habían presentado 23 equipos. Las propuestas modernas recibieron algún accésit, como las de Rafael Aburto, Julio Cano Lasso y Carlos de Miguel con Mariano Rodríguez-Avial. Pero el triunfo correspondió al gusto oficial en favor de la arquitectura clásica y tradicional. Ganó la propuesta de los arquitectos Francisco Echenique Gómez y Luis Calvo Huedo25. El terreno del concurso era céntrico, un solar completo entre las calles Guillermo de Castro, Nuestra Señora de Gracia, Cervantes y Huesca; próximo a la iglesia de San Agustín. En la propuesta de Oíza, con algún nimbo en el cielo y pinos romanos, veo una síntesis de tendencias, una fusión entre el sur y el norte. Del sur, el aire claro, soleado y ortogonal puro del racionalismo italiano, usado por Terragni en Como (1932). Del norte, la brisa de los colores neoplásticos de los Países Bajos usados por Le Corbusier en Marsella (1947).
Francisco Echenique Gómez y Luis Calvo Huedo fueron los arquitectos del barrio del Parque de las Avenidas de Madrid. 25
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60. Collage de la capilla de Santiago para el Premio Nacional de Arquitectura del año 1954. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 61, 1955. Foto en color de Javier Sáenz Guerra, Un mito moderno, 2007, portada.
La capilla de Santiago, 1954 El concurso para el Premio Nacional de Arquitectura del año 1954, convocado por la Dirección General de Bellas Artes con el tema “Una capilla en el Camino de Santiago”, se falló en el mes de diciembre. El jurado lo constituyeron los arquitectos Modesto López Otero (director de la Escuela a punto de jubilarse), Luis Moya Blanco y José Luis Fernández del Amo (1914-1995). Los ganadores fueron los arquitectos Oíza y José Luis Romany, equipo con el que colaboró el escultor Jorge Oteiza (el único equipo que se presentó al concurso). Al jurado le pareció que los ganadores habían dedicado al Apóstol una ofrenda de exaltación técnica. Decían en el acta que era un trabajo de la máxima originalidad, una verdadera creación, y que incorporaba la nueva técnica de la estructura espacial, llevándola al límite. En la propuesta, había referencias interiores a la vida del apóstol Santiago en el friso escultórico. Pero faltaba algún símbolo religioso exterior, en opinión de jurado. Como en otras ocasiones, Carlos de Miguel organizó una sesión crítica sobre el Premio, y se publicó en su revista26. Oíza, hablando en nombre del equipo, dijo que pensaban que la convocatoria era un medio para fomentar ideas nuevas. Y que, partiendo de la base de que era un proyecto que no se iba a construir, idealizaron la respuesta, imaginando, no una capilla, sino un humilladero al borde del Camino. Proponían que el humilladero fuera como la cresta de una ola en el mar de trigales de Castilla. En la Revista, la publicación estaba encabezada por una frase de los autores (se supone) que decía así: “Sobre campos de espigas, cuelga del cielo la estructura… Como un transformador de energía religiosa que recibe de lo alto testimonio renovador de nuestra fe”. Proponían que la estructura tridimensional fuera extraordinariamente ligera, por ello, pensaban en tubos de duraluminio. Los autores del proyecto estaban al corriente de las estructuras estéreas de Mies y Wachsmann que habían sido publicadas, como dice Javier Sáenz Guerra27, y supongo que, además, en EEUU, Oíza conocería alguna de las espléndidas 26
Revista Nacional de Arquitectura nº 161, 1955, págs. 13 a 23.
27
Javier Sáenz Guerra, Un mito moderno, s/l, Fundación Museo Oteiza, 2007.
67 naves industriales de Albert Kahn, anteriores. Y sabemos también que, en sus frecuentes viajes entre Madrid y Aránzazu, y a San Sebastián para ver a su novia María Felisa, cruzando la meseta castellana en su viejo DKW de lona, Oíza admiraba las torres eléctricas de alta tensión, fuertes y livianas, que se alzaban en el mar de cereales. Y pensando en su amada, don Paco veía capillas, como don Quijote veía gigantes, pensando en la suya. En representación del jurado, habló Luis Moya que, en plan hazañero, contó que habían dudado de la conveniencia de dar el premio, de un tema de arte religioso, a los autores de un proyecto que no mostraba símbolos externos de religiosidad. Que habían consultado al teólogo dominico (la Inquisición) Manuel Úbeda, que no vio inconveniente. Había hablado con otro cura, el reverendo Ricardo Rojo, que dijo que las formas artísticas, como las naturales, no se oponen al espíritu religioso, pero puede darse el caso de que un edificio no sirva para la liturgia, como podría ocurrir con este. Y sería más lógico considerarlo un monumento votivo que una capilla. Fernando Chueca, con aire profesoral y sin mojarse, dijo que no se debía aplaudir sistemáticamente todo lo moderno. Ni negar o aceptar por partidismo. Y que había que discriminar si el proyecto presentado indicaba un camino válido o era una utopía inútil. José Camón Aznar (1878-1979) vetusto catedrático, historiador y crítico de arte, puso en duda lo que había dicho Oíza sobre la sustitución de la antigua masa por la nueva energía. Y aseguró que el arte de la arquitectura está más en hacer olvidar el enorme peso que se sustenta que en eliminar dicho peso. Al arquitecto Jenaro Cristos de la Fuente (?-2005) no le había gustado el proyecto. Consideró que la buena presentación no era garantía de buena arquitectura, y que los adelantos técnicos pueden no aportar, ya que la arquitectura no es ingenio. Juan Antonio Gaya Nuño (1913-1976), narrador republicano (preso hasta 1943) e historiador del arte, habló de la visible y autentica belleza del humilladero, al que consideró “en la mejor línea de la arquitectura actual” y, añadió, que era un “hermoso intento que hay que defender”. Miguel Fisac (19132006) hizo una defensa encendida del monumento, que le parecía estupendo, y felicitó a los autores. Chueca, en una segunda intervención, comentó que el proyecto era una bella utopía, y aseguró que utopía e ingenuidad eran inseparables, y que sus frutos son entes marginales a la historia. Manuel Sánchez Camargo28 (1911-1967), periodista que había asistido al coloquio, escribió un artículo en el diario Pueblo sobre el proyecto y la sesión crítica. Y, como buen falangista y futurista, hizo una diatriba de los que se oponían al proyecto y un panegírico de sus autores. Escribió: “…la línea airosa, hábil, apoyada y bien sujeta al paisaje de este humilladero que tan gentilmente y tan tradicionalmente –ahora de verdad– han concebido y soñado Romaní y Sáenz de Oíza, que por preciada juventud saben todavía lo necesario que es para la historia de las naciones el jalón de la arquitectura”. Alejandro de la Sota, que no había podido asistir, tras leer lo que la Revista publicó de la obra y del coloquio, envió una nota a Carlos de Miguel sumándose a la defensa del proyecto. Nota en la que concluía así: “Si pudiera, diría de todo corazón: ¡Hágase!”. José Luis Romany, en una entrevista de televisión29, ha contado que, mientras Oíza y Oteiza discutían de todo, incluido de las galaxias, Mangada y él, iban pasando a los tableros lo que había. Terminado el trabajo, pareció que no se entendía y se hizo el famoso “dibujito” tan conocido. Un collage de fotografías del cielo, de trigales y de las pruebas escultóricas de Oteiza, collage sobre el que Romany, cargando el tiralíneas con temple blanco, dibujó la estructura espacial, en perspectiva cónica. Manuel Sánchez Camargo, crítico oficial de arte en los periódicos Pueblo, El Alcázar y Madrid, defensor de las nuevas tendencias.
28
Yolanda García Villaluenga, “No te mueras sin ir a Ronchamp” (a Sáenz de Oíza), Imprescindibles, La 2 TVE, 26 de diciembre 2014.
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61. Perspectiva para el concurso de la Delegación de Hacienda se San Sebastián. Publicada en la Revista Nacional de Arquitectura nº 195, 1958, pág.1.
Concurso de la Delegación de Hacienda de San Sebastián, 1956 Concurso ganado por los arquitectos Manuel Sierra Nava30 (1923-2007) y Oíza. La propuesta era un edificio de oficinas en una manzana cerrada del barrio Centro de San Sebastián, en la esquina de las calles Okendo Kalea y Camino Kalea, cerca del río Urumea. La planta se ajustaba estrictamente a las alineaciones de las calles y del patio de manzana, sin voladizos. En la esquina, se planteaba un amplio soportal, ligeramente elevado con escalinata. Y, en el soportal, se encontraban los cortavientos de entrada y salida al edificio31. El proyecto planteado por Manuel Sierra Nava y Oíza era rectangular y cartesiano, en el más puro estilo racionalista, a lo Mies van der Rohe. La organización estaba dispuesta para asumir, de forma elástica y sin merma, modificaciones (reorganizaciones) del exhaustivo programa redactado por Hacienda. Los puntos fijos eran la posición única del núcleo de escaleras, ascensores y aseos, ubicados en la esquina interior del lado corto del rectángulo, dando a la calle Camino; y la situación de lo privado en el exterior y de lo público en el interior. De este modo, en todas las plantas, tanto dando a la calle como al patio de manzana, se disponían los despachos y oficinas ocupando el perímetro. Es decir, que la situación más vividera se daba para los empleados y funcionarios que, todos los días, pasarían allí muchas horas. Por el contrario, Manuel Sierra Nava, luego fue arquitecto de José Antonio Girón de Velasco, falangista y ministro franquista que compró terrenos en la costa del Sol, antes de boom turístico. 30
31
Revista Nacional de Arquitectura nº 195, 1958, págs. 1 a 4.
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62. Alzado principal. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 195, 1958, pág. 2.
en el interior, estarían los halles dedicados al público, amplias galerías centrales, iluminadas por la diafanidad del edificio, en las que los ciudadanos buscarían el negociado que necesitaran y aguardarían hasta ser recibidos, en una estancia pasajera. Los autores proponían una fachada “simple, de formas honestas y sencillas”, que dejara pasar toda la luz del cielo gris donostiarra; impermeable, porque la lluvia resbalaría por la superficie transparente del vidrio. Un muro cortina de aluminio y cristal. Tapando los forjados, planchas planas de fibrocemento pintadas al duco (como la pintura de los coches). Y, en las partes opacas del basamento, el solemne mármol negro de Marquina; aquí, en finas placas pulidas, no como los vastos bloques bastos de Oteiza. Proponían, además, una estructura reticular de acero, con una novedad inédita: forjados tridimensionales también de acero. Louis Kahn (1901-1974), en la galería de arte de la Universidad de Yale, New Haven, acababa de hacer un forjado tridimensional (1951-1953), pero era de hormigón armado32. Actualmente, el edificio que existe en el lugar, y que sigue siendo de Hacienda, es una versión mala y deforme del original. Me imagino que fue llevado a cabo por nefastos funcionarios, o similares, pseudo-anónimos que, usando en parte y malamente el proyecto ganador, hicieron su interpretación cicatera. Giurgola, Romaldo, Louis Kahn. Obras y proyectos, Barcelona, Editorial Gustavo Gili, S.A., 1979 (1998), pág. 55 a 57; y Giurgola, Romaldo, Mehta, Jaimini, Louis I. Kahn, Zürich, Verlag für Architektur, 1975, págs. 62 a 65.
32
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63 y 64. Arriba, planta tipo. Abajo, planta baja. Concurso de la Delegaciรณn de Hacienda de San Sebastiรกn. Planta tipo. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nยบ 195, 1958, pรกgs. 1 a 4.
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65. Alzado sobre un cielo de nubes. Publicado en la revista Gran Madrid nº 31, 1958, pág. 14.
Concurso para el Ministerio de Industria y Comercio, 1956 En este concurso, Oíza formó parte de un extraño equipo, un grupo de cinco arquitectos, todos ellos relevantes, que acaso eran los mejores de los jóvenes (faltaba Francisco Asís Cabrero que se presentó por su cuenta). Se trataba de Alejandro de la Sota (1913-1996), Sáenz de Oíza (1918-2000), José Antonio Corrales (1921-2010), José Luis Romany (1921) y Ramón Vázquez Molezún (1922-1993). Por entonces, tenían entre treintaicuatro y cuarenta y tres años. Parece que, en esta ocasión, no querían competir entre ellos. Quizá pensaron que, yendo todos juntos, era seguro que ganaban. Y no fue así. Sólo les dieron el segundo premio, además, compartido con otros dos equipos. El tercer premio se repartió entre cuatro equipos. Así, una pequeña parte del premio alcanzó a dieciocho arquitectos. El primer premio fue para Antonio Perpiñá Sebriá (1918-1995), arquitecto catalán afincado en Madrid autor de la ordenación de AZCA. Su obra, de hormigón prefabricado, hoy se alza en el paseo de la Castellana, llegando a la plaza de Castilla, a la derecha. El concurso se falló en agosto de 1956 y los trabajos estuvieron expuestos en el Círculo de Bellas Artes hasta mediados de septiembre. La propuesta de Oíza y sus colegas se publicó en la revista Gran Madrid33. El equipo propuso un proyecto inspirado claramente en Mies van der Rohe. Una planta en “Z” con un loteo rectangular del que surgían bloques bajos y dos torres de altura desigual. En la memoria hablan de grandes vigas de acero con luces de catorce metros, con forjados de seis metros apoyados y colgados, cada dos plantas; sistema que no he llegado a entender. Hablan también de materiales y nombran cristal, aluminio, ladrillo, mármoles, etc.
33
Gran Madrid nº 31, 1956, págs. 13 a 15.
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66 y 67. Arriba, alzado (fotomontaje). Abajo, planta baja. Concurso para el Ministerio de Industria y Comercio. Publicado en la revista Gran Madrid nยบ 31, 1956, pรกgs. 13 y 15.
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68. Croquis de Oíza para las tres casas en Irún, s/f. Dos plantas sobre pilares.
Tres casas en Irún, 1956 Me imagino que en la época de la boda de María Felisa y Paco, o poco después, Oíza y Oteiza hablaron de hacer tres casas-taller en Irún (Guipúzcoa), para ellos y para Basterrechea. Según me comentó María Felisa, lo pensaron en serio, pero entonces Oíza daba clases ya en la ETSAM, lo que le ligaba a Madrid y no podía vivir en Irún. Además, no tenían dinero para hacerse una casa. Tuvieron siete hijos en ocho años. Oteiza y Basterrechea continuaron con el proyecto de la casa que, al final, Oteiza construyó, desarrollando la idea de Oíza con un arquitecto irunés llamado Luis Vallet de Montano Echeandía34 (1895-1982) que había sido del GATEPAC, arquitecto municipal de Irún antes de la Guerra y que fue depurado en 1940. Véase Fernando García Nieto, “Oteiza-Basterrechea_Vallet”, El País, 8 de mayo de 2009; Emma López-Bahut, “El relieve de Jorge Oteiza en la planta baja de su vivienda en Irún: escultura, arquitectura y espacio público”, Revista de investigación y arquitectura contemporánea, nº 4, La Coruña, 2014.
34
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CAPÍTULO 3 EL NUEVO ESTADO Y LA VIVIENDA SOCIAL
DE LA DIRECCIÓN GENERAL DE ARQUITECTURA AL MINISTERIO DE LA VIVIENDA (1937-1957)
Antecedentes, 1932 Tras la exposición del MOMA, que Henry-Russell Hitchcock (1903-1987) y Philip Johnson (1906-2005) organizaron en Nueva York en 1932, el Movimiento Moderno de arquitectura sufrió una purga. Y; desechándose lo que no era ortogonal, sencillo y blanco; pasó a llamarse Estilo Internacional. Mies, Gropius, Sert y Neutra, triunfaron ante ciertas minorías estadounidenses, e hicieron sus mayores obras en EEUU. En Sudamérica, Lucio Costa (1902-1998) y Oscar Niemeyer (1907-2012) asumieron con éxito la arquitectura de Le Corbusier. En la España de la Segunda República (1931-1936) florecieron también unos cuantos arquitectos modernos como Secundino Zuazo (1887-1971), Rafael Bergamín (1891-1970), Fernando García Mercadal (1896-1985), Manuel Sánchez Arcas (1897-1970), José Manuel Aizpurúa (1902-1936), Josep Lluís Sert (1902-1983, que figuró en la exposición del MOMA), Josep Torres Clavé (1906-1939), Eugenio Aguinaga (1910-2002), entre otros muchos1. Luego vino la Guerra Civil, y con el triunfo de Franco, el estilo internacional español fue eclipsado. El Nuevo Estado, 1937 En julio de 1937, estando la Guerra avanzada, el liderazgo del general Franco como jefe de la insurrección se estaba consolidando. Frente al guirigay del bando republicano (las luchas internas entre republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas, separatistas vascos y catalanes), los ideólogos que acompañaban a Franco le propusieron un eslogan político: “una patria, un estado, un caudillo”. La consecuencia fue un decreto de unificación, por el que se suprimían los partidos políticos, aunque fueran de derechas, y la integración forzada de todos en un partido único, el Movimiento Nacional, partido de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS2, 1
Véase Oriol Bohigas, Arquitectura Española de la Segunda República, Barcelona, Tusquets editor, 1970.
JONS, Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, grupo violento de extrema derecha que proponía la supresión del estado democrático y su sustitución por el sindicato vertical totalitario. Sus líderes fueron Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936), fusilado en Madrid; y Onésimo Redondo Ortega (1905-1936) que murió en combate.
2
76 bajo la jefatura personal del Generalísimo Franco. La mayoría de los que integraban el partido único eran falangistas, eran menos los requetés (carlistas) y, aún menos, los militares de derechas, los monárquicos liberales y los católicos de la CEDA3. Los que no quisieron integrase tuvieron que exiliarse, esfumarse o sufrir represalias. En los primeros tiempos del régimen franquista, la hegemonía ideológica correspondió al nacional-sindicalismo de los falangistas, los de la camisa azul (el color oscuro del mono de los obreros con el yugo y las flechas de los Reyes Católicos, bordados en rojo sobre el corazón) que proponían “la ciudad del Movimiento”, en la que un estado sindicalista controlaría a la sociedad. Ya en Burgos, donde estaba el cuartel general de Franco durante la segunda parte de la Guerra Civil, a instancias del Generalísimo, el arquitecto falangista vasco Pedro Muguruza Otaño (1893-1952)4 convocó una asamblea de arquitectos nacionales en la que se habló de la vivienda obrera y de la nueva ciudad. La idea de los falangistas era la de impedir la lucha de clases. Para ello, proponían una ciudad orgánica en la que las distintas clases sociales convivieran de forma integrada. Y esa fue la idea utópica de la que partió, teóricamente, el Movimiento Nacional. Y Muguruza5, desde 1938, como futuro director general de Arquitectura, elaboró un Plan Nacional de Ordenación. En cuanto a la organización territorial, proponía que España se dividiera en comarcas naturales. En cuanto al urbanismo, pretendía que en las ciudades y poblaciones desaparecieran las barreras clasistas, que no se segregaran los barrios de los “productores” (eufemismo para nombrar a los obreros), y que se considerara a la familia un ente superior al individuo. Buscaba “la nación natural de los camisas azules, de las banderas al viento, de los luceros, de las montañas nevadas”; la sociedad corporativa y armoniosa de “la familia, el municipio y el sindicato”. Hasta en las viviendas más modestas, quería que hubiera separación entre la habitación del matrimonio y las de los hijos, a su vez, separados por sexos; que existiera una pieza que simbolizara el sagrado hogar (estar-comedor-cocina), y que nadie careciera de unos mínimos higiénicos (ventilación, iluminación, agua y alcantarillado). La reconstrucción. Regiones Devastadas, 1938 En septiembre de 1938, se creó el Servicio de Regiones Devastadas, para la reedificación de las zonas destruidas por la Guerra. Cuando los nacionales tomaron Madrid, unas 60.000 personas malvivían en casas semi-destruidas del sur y del oeste de la ciudad y sus alrededores. La reconstrucción de la periferia era asunto de Regiones Devastadas. El interior de la Capital y su extrarradio lo eran del Ayuntamiento. Regiones Devastadas enseguida se convirtió en una La CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) era el partido de los católicos del abogado José María Gil Robles (1898-1980), muchos provenían de Acción Católica.
3
Pedro Muguruza, hombre de confianza de Franco, fue el primer director general de Arquitectura. Defendió los trabajos de Bidagor para el Plan de Madrid. Y puso en marcha el primer proyecto de poblados satélites del Plan Bidagor, el de El Cerro de Palomeras (1939-1949); de un ambicioso plan para 15.000 personas sólo se construyeron dos bloques largos de dos plantas con 208 viviendas (1.000 personas). Hubo otros poblados de esta serie, como el de Tercio Terol de los arquitectos Luis Moya y otros; el de La Ventilla; el albergue de urgencia de Usera de Enrique Huidobro y otros; las casas abovedas del barrio de Almendrales en Usera de Moya. Todos construidos en los años 40, en una o dos plantas, con gran economía de medios.
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Como a Adolfo Hitler (1889-1945), rodeado de uniformes, le gustaba tratar con el arquitecto Albert Speer (19051981), a Francisco Franco (1892-1975) le gustaba tratar con el arquitecto guipuzcoano Pedro Muguruza Otaño (1893-1952). Muguruza era hijo de ingeniero de caminos, canales y puertos; se tituló en Madrid en el año 1916. Trabajó en el estudio de Antonio Palacios Ramilo (1876-1945). Era un gran dibujante. Es el autor del Palacio de la Prensa (1924) en la Gran Vía de Madrid. Durante la Guerra se convirtió en el arquitecto de confianza de Franco. Tras la Guerra, fue el director de la reconstrucción de Madrid y, con sus colegas Pedro Bidagor, López Otero, Pascual Bravo y Luis Gutierrez Soto, fue impulsor de la arquitectura neo-herreriana franquista. Los falangistas añoraban el imperio español. Los más rancios lo veían representado en la arquitectura del monasterio de El Escorial, modelo que se adoptó para reconstruir el paseo de Rosales y el de Moret, con el Ministerio del Aire en la Moncloa, que formaban la parte más moderna y residencial de la cornisa del Manzanares, fachada de Madrid desde la Casa de Campo y desde el Monte de El Pardo donde residía Franco.
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69. Placa que se instalaba en la fachada de las viviendas de protección oficial a partir de los años 50. Foto anónima, s/f.
Dirección General, con el aristócrata José Moreno Torres (1900-1982)6 al frente, que, en cierta medida, estaba bajo la supervisión de Muguruza, director general de Arquitectura, en el que Franco confiaba plenamente. Y ambos organismos, en 1939, se integraron en el Ministerio de Gobernación de Ramón Serrano Suñer (1901-2003), el cuñadísimo7. La Dirección General de Arquitectura, 1939 Muguruza comenzó compatibilizando sus cargos en Falange y en el Estado. En septiembre de 1939, para dar forma institucional a las funciones que estaba desempañando, se creó la Dirección General de Arquitectura, organismo de historia fecunda en el campo de la arquitectura y del urbanismo, tanto en la faceta técnica como en la cultural y artística. Aún hoy, existe formando parte del Ministerio de Fomento. El Instituto Nacional de la Vivienda (INV), 1939 El Instituto Nacional de la Vivienda, junto con las “viviendas protegidas”, fue creado también en el año 1939, con el signo del yugo y las flechas, como un organismo autónomo en el seno del Ministerio de Acción Social. Después, se integró en la Organización Sindical, en el Ministerio de Trabajo y en el Ministerio de Gobernación. Al final, fue a parar al Ministerio de la Vivienda de Arrese. Desde sus comienzos, estuvo dirigido por el ingeniero falangista Federico Mayo Gayarre (1894-1954), hasta su muerte en 1954. Creó el Plan Nacional de la Vivienda para el decenio 1944-1954. Se propuso la construcción de 1.400.000 viviendas y se construyeron José Moreno Torres, conde de Santa Marta de Babío, diputado a las Cortes republicanas por el partido agrario de la CEDA, director general de Regiones Devastadas al final de la Guerra, alcalde de Madrid entre los años 1946 y 1952, director general de Tabacalera en los años 60 y 70.
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Ramón Serrano Suñer se casó con una hermana de doña Carmen Polo, la mujer de Franco. Era un inteligente abogado del Estado que ayudó a Franco a organizar el Nuevo Estado filo-falangista. Su afinidad con el nacionalsocialismo alemán y con el fascismo italiano se volvió contra él al final de la Segunda Guerra Mundial, con la victoria de los aliados. Y, a partir de año 1945, cayó en desgracia y se fue apartando de la política. Vivió ciento dos años.
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78 700.000. Federico Mayo fue sustituido por Luis Valero Bermejo (1917-¿)8, que lo dirigió hasta 1955. Luis Valero aplicó el Plan Nacional de la Vivienda a la periferia de Madrid. Y se propuso la creación de los poblados de absorción, para mejorar las condiciones de urbanización y de construcción y, al mismo tiempo, suprimir las chabolas dispersas. Contemplaba también la creación de poblados dirigidos para constructores de sus propias casas, organizando un sistema de proyectos, préstamos sin interés, compra de solares, autoconstrucción y dirección de obra. A Luis Valero le sustituyó el arquitecto Miguel Ángel García-Lomas9. La Organización Sindical, 1940 Apoyándose en el sindicato de Falange, formado en 1935 durante la Republica, los falangistas, en primera instancia, coparon la Delegación Nacional de Sindicatos que se creó en el año 1940. También se llamaba la Organización Sindical, y era un sindicato vertical que integraba a trabajadores y empresarios (los falangistas distinguían entre empresario y capitalista, para los capitalistas no había lugar en el sindicato de Falange). Crearon las llamadas obras sindicales, como la Obra Sindical de Educación y Descanso, para las vacaciones de los productores; la de Previsión Social, la de Formación Profesional y, también, la Obra Sindical del Hogar (OSH), relevante en cuestiones de vivienda y urbanismo que, a veces, estaba en contradicción con los intereses más cicateros de los capitalistas, la iglesia secular y los monárquicos. En el ideario más radical de la Falange estaban el cooperativismo y la titularidad sindical de los medios de producción. La Sección Técnica de Falange pasó a ser la Obra Sindical del Hogar que, en 1941, asumió la construcción de viviendas sociales en colaboración con el INV. El obrero que solicitaba una vivienda al sindicato vertical tenía que aportar el 10 % del precio. El INV aportaba el 90 % y el “productor” tenía que devolver el préstamo en 40 años, sin intereses. El estilo de la OSH, exceptuando el de los primeros proyectos tradicionalistas de Muguruza y los suyos, volvió a la línea racionalista y moderna anterior a la Guerra. En ella trabajaron jóvenes arquitectos como Rafael Aburto (1913-2014), José Antonio Coderch (19131984), y Francisco de Asís Cabrero (1912-2005), que llegó a ser el jefe de la oficina de proyectos. Después, en los años 50, se incorporaron otros, aún más jóvenes, como Antonio Vázquez de Castro y José Luis Íñiquez de Onzoño. El Plan de Madrid, 1941-1946 Tras la toma, sin lucha final, de la ciudad de Madrid, agotada (28 de marzo de 1939), Muguruza, de manera informal, encargó al arquitecto vasco Pedro Bidagor Lasarte (19061999) un plan urbanístico para la Capital. Bidagor había permanecido en el Madrid republicano durante el asedio franquista. Curiosamente, había estado protegido por los libertarios de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT). Y, con otros colegas, estuvo perfilando la reconstrucción urbanística futura de la Capital. Muguruza lo sabía, y le encargó un plan El falangista Luis Valero Bermejo, en 1949, fue nombrado Gobernador Civil de Navarra, lo que significaba la preeminencia inicial de la Falange sobre el Carlismo. La derrota de los alemanes en Rusia y en el Norte de África, que supuso el cambio de rumbo de la Segunda Guerra Mundial a favor de los aliados, modificó las preferencias de Franco. Y, en el enfrentamiento del Gobernador Civil (falangista), defensor de la unidad nacional, contra la Diputación Provincial de Navarra (carlista), defensora de los Fueros, vencieron los navarristas. En septiembre de 1954, Valero fue destituido de forma disimulada, pues Franco le nombró Director General del Instituto Nacional de la Vivienda. Valero fue un miembro destacado de la Confederación Nacional de Excombatientes, afín al partido Fuerza Nueva de Blas Piñar (1918-2014). En 1978, fue procesado por injurias al Jefe del Estado (Juan Carlos I) y al Presidente del Gobierno (Adolfo Suárez).
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Miguel Ángel García-Lomas (1912-1976) fue aparejador antes que arquitecto. Con otros colegas, trabajó en la conclusión de los Nuevos Ministerios, obra de Secundino Zuazo, represaliado. En 1973, fue nombrado alcalde de Madrid.
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79 urbanístico, que estuvo diseñado en 1942. La aprobación definitiva no fue hasta 1946, como Plan General de Madrid y Alrededores. Contaba con la anexión de 28 pequeños municipios y se completó mucho después, en 1954. El retraso de la aprobación fue debido a la falta de entendimiento entre los nacional-sindicalistas y Alberto Alcocer (1886-1957)10, primer alcalde del Madrid franquista, que lo fue entre los años 1939 y 1946. Alcocer era monárquico, capitalista, conservador, y defendía un plan alternativo, de mayor negocio. El resultado fue una componenda. El Plan Bidagor definitivo no continuaba con la cuadrícula más allá de los ensanches. Claudicaba de la ordenación geométrica de la periferia, también traicionaba el ideal falangista de la ciudad integrada, y se adaptaba a las ideas capitalistas del anterior plan de 1929, diseñado por el profesor alemán de urbanismo Hermann Jansen (1869-1945)11 y el arquitecto vasco Secundino Zuazo Ugalde (1887-1971). El último plan Bidagor proponía la zonificación especializada. Separaba el ensanche burgués del extrarradio obrero por cinturones verdes. Y proponía, anillos verdes también, entre el extrarradio obrero, los polígonos industriales y las zonas residenciales de ciudad jardín. Los cambios hacia las posiciones más conservadoras, debidos a las presiones del Ayuntamiento de Madrid, fueron gestionados por César Cort Botí (1893-1978), ingeniero, arquitecto urbanista y hombre de negocios que había sido concejal monárquico del Madrid republicano anterior a la Guerra y que defendía el abaratamiento de los solares y el encarecimiento de los alquileres, todo ello para atraer al capital hacia los negocios inmobiliarios. Y la búsqueda de suelo barato fue comiéndose los anillos verdes. La cruda realidad, 1944 En los años 40, la autarquía fue un freno para los planes de vivienda. Muguruza reconocía que las viviendas salían a un precio inalcanzable para la mayoría de los obreros, y el Estado no tenía medios para remediarlo. La utopía de la “Ciudad del Movimiento”, propugnada por los falangistas, se desvanecía. En 1944 se celebraron las conferencias de “El Futuro Madrid”. Muguruza, que acaso ya se sentía enfermo, planteó que se estaba produciendo el resquebrajamiento de los ideales nacional-sindicalistas. La armonía entre las clases sociales no parecía posible. El aristócrata José Moreno Torres (1900-1983), desde Regiones Devastadas, proponía la creación de 8 grandes barrios-satélites para segregar y controlar a la clase obrera. El abandono de Muguruza en el año 1946 coincidió con el nombramiento de Moreno Torres como alcalde de Madrid que lo fue hasta el año 1952. En ese periodo, para ejecutar el plan, se consiguió suelo barato con la anexión de los pequeños municipios limítrofes12. En ellos iba a estar el campo de actuación de la Obra Sindical del Hogar y del Instituto Nacional de la Vivienda en los años 50. A partir de entonces, ya no hubo debate, y sí urgencia por solucionar lo de los miles de chabolas que circundaban la ciudad. La Comisaría de Ordenación Urbana de Madrid (aparece Oíza), 1946 Cuando en 1946, se aprobó definitivamente el plan Bidagor (redactado desde 1941), al mismo tiempo, se creó la Comisaría General para la Ordenación Urbana de Madrid y Los tres primeros alcaldes franquistas de Madrid fueron: Alberto Alcocer y Ribacoba (1939-46), José Moreno Torres, conde de Santa María de Bobío (1946-1952) y José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde (19521965). 10
Carlos Sambricio, en su artículo de 1995 “Hermann Jansen y el concurso de Madrid de 1929”, sugiere que las ideas principales y más generosas parten de los dibujos de Hermann Jansen (que se conservan en Berlín) y que la adaptación a los deseos del Ayuntamiento, que quería más negocio (menos zonas verdes y más densidad de población en la prolongación de la Castellana), es de Secundino Zuazo en solitario.
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Por el siguiente orden: Carabanchel Alto, Carabanchel Bajo, Chamartín de la Rosa, Canillas, Canillejas, Hortaleza, Barajas, Vallecas, El Pardo, Vicálvaro, Fuencarral, Aravaca y Villaverde. 12
80 Alrededores, que absorbió a la Junta de Reconstrucciones. El primer director de la Comisaría fue Francisco Prieto Moreno (1907-1985), otro falangista, que fue, a la misma vez, director general de Arquitectura, en sustitución de Muguruza enfermo. Dos años después (1948), se creó Gran Madrid, la revista de la Comisaría de Urbanismo de Madrid, donde Prieto Moreno publicó un artículo en el que añoraba la utópica convivencia de las clases sociales, en la línea de Falange, al mismo tiempo que proponía la creación de 30 núcleos de vivienda, para 20 o 30 años, manteniendo los principios iniciales del Plan Bidagor. Prieto ejerció los cargos hasta ser sustituido por Julián Laguna (¿-1990)13 en 1954. Con la llegada de Julián Laguna, se puso en marcha la construcción de ocho poblados, con un total de 5.000 viviendas. Y, dos años después, arrancó un segundo programa. Eran los tiempos de la designación, Julián Laguna encargaba los proyectos a los arquitectos que le parecían adecuados, y entró en conflicto con los falangistas de la Obra Sindical de Hogar, lo que le llevó a celebrar algunos concursos, como el de las viviendas experimentales, que comentaré más adelante. Julián Laguna estuvo en el cargo hasta 1957. La creación del Ministerio de la Vivienda supuso su cese. Francisco Javier Sáez de Oíza terminó la carrera en 1946. En el año 194714, antes de ir a EEUU, trabajó como arquitecto en la sección de proyectos de la Comisaría, cuando Francisco Prieto Moreno era el director. Luego, volvió a trabajar allí, a la vuelta de Estados Unidos (1948). Participó en la elaboración de los planes de ordenación de Aranjuez, El Escorial y Navalcarnero. Y, en el año 1957, Oíza, sustituyendo a Julián Laguna, llegó a ser el director de la oficina de proyectos, hasta su renuncia en el año 1958. Le sucedió el arquitecto Pedro Pinto Martínez15. La inmigración en Madrid, 1953 Desde el final de la Guerra Civil y durante el comienzo de la autarquía, Madrid, después de haber estado sitiada y bombardeada durante tres años, creció por el extrarradio, de forma masiva, rápida y miserable. El nivel de vida de cierta burguesía madrileña de derechas aumentó con la victoria franquista. Y la construcción y reconstrucción de viviendas acomodadas demandó mano de obra. Los terratenientes andaluces, extremeños y manchegos (muchos de ellos vivían en Madrid) comenzaron a comprar tractores y, en el campo, sobraban jornaleros que, muertos de hambre, tenían que emigrar a Madrid para buscar trabajo como peones de la construcción. A menor escala, ocurría algo parecido en otras ciudades españolas. Esta gente emigrante y sin recursos se asentó como pudo en chabolas por los descampados del sur y del este, en la periferia (Pozo del Tío Raimundo, Palomeras, Arrollo del Abroñigal, etc…). El momento álgido del chabolismo fue en torno al año 1953. Desde el principio, varios agentes se habían interesado por el problema del alojamiento de los pobres, con poca eficacia: la Falange, ciertos ministerios y los ayuntamientos. Julián Laguna fue arquitecto de Hacienda y comisario de Urbanismo de Madrid que desarrolló numerosos planes parciales, desde el de La Castellana hasta el de la prolongación de General Mola (hoy Príncipe de Vergara). Promovió los poblados dirigidos para erradicar el chabolismo en la periferia de Madrid. Contaba con dos equipos de arquitectos, uno dirigido por Sierra, con Cubillo, Romany y Alvear; otro dirigido por Rafael Leoz, con Joaquín Ruiz Hervás, Antonio Vázquez de Castro e Íñiguez de Onzoño. Estos trabajos chocaron con los arquitectos de la Obra Sindical del Hogar, lo que obligó a que el Instituto Nacional de la Vivienda convocara el concurso de viviendas experimentales en 1956. Participaron Oíza, Laorga, Luis Cubillo de Arteaga, Romaní, Sierra, Alejandro de la Sota y Coderch. En la periferia norte, Julián Laguna diseñó el barrio de Puerta de Hierro, para ricos. 13
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Según Fullaondo, Juan Daniel, La bicicleta aproximativa, 1991, págs. 41 y 42.
Pedro Pinto Martínez (1925-2010) trabajó en la Junta de Reconstrucción (1939-1946), en la Comisaría de Ordenación Urbana de Madrid (1946-1964) y en la Comisión de Planeamiento y Coordinación del Área Metropolitana de Madrid (1964-1983). Había sido colaborador de Pedro Bidagor y de Antonio Perpiñá Sebriá (1918-1995). 15
81 Las Viviendas Protegidas, años 40 y 50 Entre 1936 y 1939, durante la Guerra, cuando se crearon la Dirección General de Arquitectura y el Instituto Nacional de la Vivienda (INV), se aprobó la ley de Viviendas Protegidas para fomentar la construcción de viviendas sociales. Con esto, se produjeron ordenanzas y planes, y se concedieron algunos beneficios económicos y préstamos que hicieron viables algunos proyectos gestionados por el INV que, además, ejerció la vigilancia del aprovechamiento y la conservación de las viviendas, e impuso sanciones cuando fue preciso. Con un fin parecido actuaban también Regiones Devastadas (1938), el Instituto Nacional de Colonización (1939), la Obra Sindical del Hogar (1940), y la Junta de Reconstrucción de Madrid (1941). Las viviendas protegidas eran las de renta limitada que estaban incluidas en los planes del INV; que se encargaba, también, de la supervisión y aprobación de los proyectos. Eran viviendas higiénicas, que tenían que cumplir las ordenanzas y disposiciones, y gozaban de bonificaciones fiscales y tributarias, durante veinte años. El INV fue definiendo con precisión los documentos de que debía constar un proyecto, incluyendo el pliego de condiciones técnicas. Al principio, cuando la penuria era grande, se limitaba el consumo de hierro y de cemento, que tanto escaseaban; esto produjo crujías de luces pequeñas y, algún caso de construcciones a base de bóvedas tabicadas (por ejemplo, de Moya y o de Cabrero). Se obligó a que las instalaciones eléctricas fueran bajo tubo. Y se exigió el aislamiento térmico en las paredes exteriores, que debían tener, como mínimo, medio pie, cámara de aire y tabique. El INV obligaba también a que el lugar de construcción fuera adecuado. El terreno debería resistir, por lo menos, 1 kg/cm2, para que la cimentación no fuera excesivamente costosa, pues no debía superar el 15% del total del presupuesto. Se prohibió que las viviendas de renta limitada se construyeran en las zonas histórico-artísticas. Se dispuso que los bloques, en su dirección larga, siguieran a las curvas de nivel; para no hacer grandes desmontes ni aparatosos basamentos. Se aconsejaron los retranqueos en los edificios muy largos, para evitar la monotonía. Se propuso que los bloques fueran abiertos, sin patios. En las viviendas sociales de Oíza, especialmente en el poblado de absorción de Fuencarral, que fue el primero, veremos el reflejo de estas normas. Puede ser que alguna de ellas fuera inspirada por él. En 1948, terminó el bloqueo de la ONU a España. En el comienzo de los años cincuenta se iniciaron los contactos con EEUU y, en el año 1951, se estableció la embajada americana en Madrid y se acabaron las cartillas de racionamiento16. Ya se había abandonado la política agrarista que, nada más terminar la guerra, se había practicado como venganza contra las grandes ciudades, que habían sido republicanas. Y cierto despegue industrial se inició en la década de los cincuenta. Entonces, del extranjero, llegaron la Vespa, el Dos Caballos, la televisión, el nailon, el chicle Bazooka y la Coca-cola. En 1955, se impuso, a las empresas que tuvieran más de cincuenta empleados, la obligación de construir, en cinco años, viviendas para el 20% de la plantilla. Lo que fue aprovechado por el Hogar del Empleado, que comentaré. Pero, el principio del fin de las viviendas sociales comenzó en 1957. El Estado franquista, con la disculpa de coordinar legislaciones, organismos y programas, creó el Ministerio de la Vivienda, donde fueron a parar los organismos vinculados a la vivienda: el INV que estaba en el Ministerio de Trabajo, y Regiones Devastadas con la Dirección General de Arquitectura y Urbanismo que pertenecían al Ministerio de Gobernación. Este nuevo Ministerio de la Vivienda iba a abrir el camino para el negocio privado de la vivienda. Ante la escasez de productos básicos, en marzo de 1939, se estableció un régimen de racionamiento. Al principio las cartillas de racionamiento, con las que se controlaba el consumo, eran por familia. Luego fueron individuales. Cada persona podía adquirir unas cantidades limitadas de pan, aceite, azúcar, carne… Los productos eran malos. Había mucha corrupción, un mercado negro al que se llamaba “estraperlo”. Los estraperlistas ganaron mucho dinero. 16
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70. Planta general de Fuencarral A, con escala y orientación. Publicado en Hogar y Arquitectura nº6, 1958, pág. 4.
Fuencarral A, 1954 Como ya dije, en el año 1953, el chabolismo en la periferia de Madrid había alcanzado un desarrollo escandaloso. Al año siguiente, conjuntamente, el Instituto Nacional de la Vivienda (INV) y la Obra Sindical del Hogar (OSH), dirigidos por Luis Valero, más la Comisaría de Ordenación Urbana de Madrid, dirigida por Julián Laguna, se propusieron atajar la situación, creando los poblados de absorción, en los que se iba a aplicar la nueva ley de viviendas de renta limitada17. Los ocho primeros poblados fueron Fuencarral, Canillas, San Fermín, Villaverde, Zofio, Carabanchel y Caño Roto. Tres años después, hubo un segundo programa, con más poblados. Cuando Oíza terminó la carrera, el primer estudio (despacho dirían los catalanes) en el que trabajó fue el del arquitecto Manuel Cabanyes Mata (1902-1972), que era arquitecto de la Dirección General de Prisiones y que, además, hizo en Madrid algunas obras de prestigio18. Muchos años después, don Paco contaba, divertido, la lección profesional que le dio aquel señor19. El joven Oíza, acaso un poco repipi, preguntó a su jefe –Don Manuel, ¿por qué hay que atravesar todo el estudio para llegar a su despacho? Podía usted tener el despacho delante–. Y Cabanyes le contestó –Francisco Javier, que poco sabes de arquitectura. Si los clientes no ven la fuerza de tu oficina es que eres tonto, ¿cómo voy a ponerme yo aquí? Yo pongo aquí al administrativo, ¿ves? Si hay que resolver un problema, vienen y lo resuelven. Esos no me encargan el trabajo. El administrativo está delante. Pero si hay que ver al arquitecto, hay que pasear al cliente por todo el estudio. Y si pudieras darle dos vueltas, para que pareciera más grande, mejor–. 17
Ley de 15 de julio de 1975.
Manuel Cabanyes Mata (1902-1972 [¿]) titulado en 1928. Entre 1948 y 1956, dirigió las obras de reconstrucción del palacio de Liria, propiedad de los duques de Alba, en Madrid, según proyecto de Edwin Lutyens. Otras obras suyas son las viviendas en la calle Viriato, 73 (1931, con Antonio Vallejo Álvarez); la ampliación del Banco Central en la calle Alcalá, 49 (1947); la reforma del hotel Roma para Banco Central (1950); y el hotel Menfis en Gan Vía, 47 (1952-55). 18
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El Croquis 32/33, 1988, págs. 11 y 12.
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Supongo que Oíza acudía al estudio de Cabanyes por las tardes, pues, por las mañanas, tenía que ir a la Comisaría de Ordenación Urbana de Madrid. Esto era antes del viaje a EEUU que emprendió en octubre de 1947. Cuenta Juan Daniel Fullaondo20 que, cuando Oíza volvió de América, un año después, se presentó en el estudio de Cabanyes, pero su sitio lo estaba ocupando el joven arquitecto Julio Cano Lasso (1920-1996). En 1954, Julián Laguna, recién nombrado director de la Comisaría de Ordenación Urbana de Madrid, en sustitución de Francisco Prieto Moreno, iba a comenzar la erradicación del chabolismo por el norte de Madrid. Quería empezar por la carretera de Francia, acceso principal a la Capital, carretera Nacional nº1, de Madrid a Irún. Y, a la altura del km 9, cerca del pueblo de Fuencarral, se construiría el primer poblado de absorción. Laguna conocía la valía de Oíza, el arquitecto de treinta y cinco años que había estado becado un año en América. Antes había trabajado con él, y le encomendó que, junto con Alejandro de la Sota Martínez (19131996), acometiera el proyecto del poblado de absorción de Fuencarral. Hicieron dos lotes: Fuencarral A para Oíza, Fuencarral B para De la Sota. La urbanización En 1955, Oíza hizo su proyecto. Era para quinientas viviendas: trescientas unifamiliares de dos plantas, y doscientas en bloques de cuatro plantas. Constituían, más o menos, un anillo en torno a un espacio vacío, con algún arbolado, en espera de que se construyera un hipotético centro cívico. El terreno estaba abrazado por dos vías de circulación rodada secundarias que ya existían, y por un corto tramo de carretera nacional; y, además, iba a estar cruzado por una calzada nueva para coches, con aparcamientos. Esta calzada, que se llamó calle de la Paloma, iba por la cumbrera de los terrenos, era prolongación de la calle principal del antiguo pueblo de Fuencarral, y servía de enlace directo con él. Se esperaba que en aquella calle se instalara algún comercio. De ella partían las sendas peatonales que iban hasta todas las casas. 20
Fullaondo, op. cit., pág. 44.
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71. La urbanización de Fuencarral A. Hay muretes de piedra para la contención de tierras, sendas, escalinatas, pinos y cipreses recién plantados. Foto publicada en la revista Hogar y Arquitectura nº 6, 1956, pág. 7.
La propuesta de Oíza estaba en la línea del urbanismo racionalista del Movimiento Moderno, el de la ciudad higienista, oreada, soleada y saneada, el de la carta de Atenas (IV CIAM, 1933). Bloques de pisos y casas unifamiliares ordenados de manera que las distancias entre ellos y sus orientaciones garantizaran el soleamiento invernal de todas las viviendas. Pero también, parece que quería humanizar un potente modelo admirado: la monótona y obsesiva ciudad ideal de Hilberseimer (1885-1967)21. Y para lograrlo, jugaba con la posición de las edificaciones, con los retranqueos y con los cambios de orientación. Y creaba una cierta variedad de calles y recintos semi-abiertos que, dentro de la uniformidad de tipos y de recursos constructivos, daba una cierta individualidad a cada conjunto de casas. Personalizaba los domicilios. En el plano general de Fuencarral A22 se aprecia el interés por las cuestiones de la orientación y el soleamiento. El dibujo de las sombras arrojadas de los edificios, a media tarde, es la prueba. El presupuesto de la operación tenía que ser ultra económico. En consecuencia la densidad de población debería ser alta (número elevado de habitantes/hectáreas). El terreno era de 6 hectáreas y el número de viviendas era 500, es decir, a 83 viviendas por hectárea. Suponiendo que en cada vivienda llegaran a vivir un máximo de 6 personas, la densidad podría llegar a ser próxima a los 500 habitantes por hectárea (498 hab/Ha), es decir: alta23. Los bloques Los bloques eran muy sencillos y económicos. Dos viviendas por escalera y por planta. Ludwig Hilberseimer, profesor de arquitectura en la Bauhaus hasta 1933 y, después, con la llegada de los nazis, profesor de urbanismo en Chicago, desde 1938. Autor del proyecto de una ciudad ideal para obreros, con un nivel inferior de talleres y otro superior de viviendas, con bloques paralelos debidamente distanciados y orientados. 21
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Plano publicado en 1958 por la revista Hogar y Arquitectura nº 6, pag. 4, con escala gráfica y orientación.
Según los datos del padrón municipal de Madrid de 2011, el barrio de Chamberí, que es el más denso, tiene una densidad de 312 hab/Ha y el de Salamanca de 280 hab/Ha. La densidad de 500 hab/Ha del proyecto de Fuencarral era, pues, muy alta. Si consideramos la superficie de la urbanización, descontando los 30 metros de servidumbre desde los ejes de calles exteriores, la densidad resulta de 750 hab/Ha. 23
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72. La jardinería en la urbanización de Fuencarral A, al fondo las viviendas unifamiliares. Foto publicada en la Revista Nacional de Arquitectura nº 176, 1956, pág. 48.
Cuatro plantas, que era lo que se consideraba aceptable, sin ascensor (aceptable mientras los vecinos fueron jóvenes). En cada vivienda, un salón-comedor-cocina pasante, dos dormitorios y un aseo con inodoro, lavabo y ducha. Los aseos y las cocinas, reunidos para que el recorrido de las tuberías fuera el mínimo. La estructura, elemental, con muros de carga y forjados de poco vano. Solamente dos tipos de ventanas para las doscientas viviendas (en 25 bloques): las ventanas menores de los dormitorios y las mayores de los estares. La ventana pequeña, móvil; y la grande, mitad fija y mitad móvil. Las escaleras, sin cerramiento, para ahorrar; se justificaba, también, con que los grandes huecos verticales, como los retranqueos, rompían la monotonía. En años sucesivos, los vecinos fueron cerrando los grandes huecos, para gastar menos en calefacción y por la odiosa seguridad. Algunos bloques iban sueltos, pero la mayoría, asociados a otros, formaban alineaciones quebradas, pues, cada dos viviendas, había un retranqueo en la unión de los testeros. Era el deseo de lograr cierta variedad con un único tipo de vivienda. La variedad que exigían las normas. En las alineaciones, se unían hasta ocho bloques. Cada vivienda tenía 40 m2 de superficie construida (incluida la parte proporcional de escalera), y valía 28.855 pesetas (174 €). Increíble. Las viviendas unifamiliares Las largas hileras de viviendas unifamiliares estaban trazadas sobre una trama de 3,5 x 3,5 m. Se situaban de tal manera que la orientación de los estares fuera al sur o al este. El norte, por frío en invierno, y el oeste, por caluroso en verano, estaban descartados. Las viviendas contaban con un porche cubierto en planta baja, por el vuelo de la planta alta. En la planta de abajo estaban el estar-comedor-cocina y el aseo. En la planta de arriba, los tres dormitorios, con un par de armarios empotrados. Se asociaban en parejas simétricas para economizar en las redes de instalaciones, como en los bloques. Para el acceso a la vivienda, había dos opciones, o directamente desde la calle peatonal, o a través del jardín. De esta forma, se podían adosar unas hileras de casas con jardín a otras,
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73 y 74. Arriba, conjunto de dos bloques, con retranqueo. Abajo, planta del bloque con escala grรกfica. Ilustraciones de la revista Hogar y Arquitectura nยบ 6, 1956, pรกg. 5.
87 consiguiendo conjuntos compactos y densos, sin callejones intermedios (callejones que sí hará Oíza en ocasiones posteriores). Las viviendas unifamiliares tenían 50 m2 construidos y valían 36.298 pesetas (218 €). En ese precio tenían que estar incluidos todos los gastos, incluso los de urbanización y los de proyecto y dirección de obra, con arquitecto y aparejador. No sé si también el precio del terreno, supongo que sí. Por eso, a veces, no se urbanizaba, como en algunos bloques de la periferia de Córdoba, de Rafael de la Hoz, de aquella época24. Los materiales de Fuencarral fueron el ladrillo en muros de carga y cerramiento, las viguetas prefabricadas de hormigón o cerámicas para los forjados, y el fibrocemento para las cubiertas, a dos aguas de poca pendiente. Para conseguir ese precio tan extraordinariamente barato, había que aquilatar todo con un cuidado exquisito, tanto en el proyecto como en la dirección de obra, y sin arruinar al contratista. En las instalaciones de fontanería y saneamiento, Oíza se esmeró especialmente para lograr un coste mínimo. Los aseos y cocinas de dos viviendas formaban un conjunto extraordinariamente compacto. Las dos viviendas compartían un paquete de conductos de humos para producir una sola chimenea en la cubierta. Compartían también la bajante y el colector, que saliendo en diagonal, acometía al pozo del alcantarillado general. En la de fontanería, lo hacía con una sencillez tal que rondaba lo imposible, pues dos viviendas compartían la acometida de agua, de modo que no se podía instalar un contador en cada vivienda. Es de suponer que había contadores generales y se prorratearía el gasto. El poblado de absorción Fuencarral A de Oíza; con su criterio racional estricto, en búsqueda de la mayor economía; convenció a Laguna y a Valero. Consideraron que Oíza había hecho un trabajo ejemplar. Y esta obra, que se había inspirado en las viviendas sociales europeas de los años 20, fue modelo para los poblados dirigidos. Su aspecto era lo que hoy se calificaría (a partir de 1967) como de arte povera o neorrealista. Pero Julián Laguna, para enseñar a Franco, eligió Fuencarral B, las viviendas de De la Sota, que no eran tan radicales. Mobiliario En el artículo “Mobiliario para un poblado de absorción” publicado en la revista Hogar y Arquitectura nº 4, 1956, págs. 29 a 31, se proponían una serie de muebles para una casa del poblado de absorción de Fuencarral A. Con el comentario de que “no se puede comprender un tipo de mueble que no reúna condiciones adecuadas para la fabricación en serie […,] así puede llegarse a un equilibrio entre economía y belleza”. Me imagino que, en la elección del sencillo mobiliario, intervendría Oíza. Demolición Los poblados de absorción de Fuencarral, al parecer, tenían un carácter provisional. Se construyeron en poco tiempo y con materiales muy baratos. No fueron cuidados asiduamente como merecían. En los casi cuarenta años que duraron, se hicieron pocas reparaciones, y fueron decayendo (el “Juan Sebastián Elcano”, buque escuela de la Armada Española, se restaura todos los años en el astillero de la Carraca de la bahía de Cádiz). En 1986 (Oíza tenía 68 años), se promulgó un Decreto Ley para la renovación del barrio a cargo del IVIMA25. El proceso ha sido lento, se completó en el año 2007. La renovación ha consistido en demoler y construir de nuevo unas viviendas distintas. Una pena. Para decir esto me baso en la conferencia de José Ildefonso Rodríguez sobre el barrio de San Martín de Porres en Córdoba, del arquitecto Rafael de la Hoz padre, pronunciada en la Escuela de Arquitectura de Toledo durante el curso 2014-2015. 24
IVIMA es el Instituto de la Vivienda de Madrid, organismo comercial y financiero de la Comunidad de Madrid creado en el año 1984 para la construcción de viviendas de protección. 25
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75. Planta de bloques con retranqueo. Oíza dibuja una variante de mobiliario en el salón, con dos camas (seis camas por vivienda en total). El dibujo de rayitas en series representando la hierba va a ser típico de los planos que son de su propia mano. Éste, numerado con el 18, lleva su firma. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 176, 1956, pág. 64.
Viviendas Experimentales, 1956 Los falangistas; que, en los años 40, crearon la Delegación Nacional de Sindicatos; fueron los que, en los años 50, en la Obra Sindical del Hogar, se ocuparon de la mayor parte de las viviendas sociales. Francisco de Asís Cabrero era el jefe de la oficina de proyectos, con él trabajaban sus amigos José Antonio Coderch, Rafael Aburto y otros. El arquitecto Julián Laguna, que desde el año 1954 era el comisario de Urbanismo de Madrid, contando con la financiación del Instituto Nacional de la Vivienda que dirigía Luis Valero (después, Miguel Ángel García-Lomas, en 1956), había promovido la construcción de los poblados de absorción. Bajo su responsabilidad, encargaba los proyectos a los arquitectos que quería (como hacen ahora los magnates del liberalismo, que encargan a los más famosos, que parecen los mejores). Por ejemplo, los poblados de Fuencarral, como vimos, los encargó a Oíza y a Alejandro de la Sota. Para callar a los arquitectos sindicales celosos, ya lo mencioné, Laguna decidió hacer un concurso de Viviendas Experimentales. He leído, entre otras versiones, que los primeros premios correspondieron a Oíza y Romany, pero, como decía Fullaondo, comentando una conversación con el maquetista Jorge Brunet26, muchos ganaron, pues el mejor premio era el encargo de un edificio y hubo encargos para Manuel Barbero, José Manuel Busto, Gonzalo Jorge Brunet (Olot 1926) maquetista catalán que vino a Madrid con el arquitecto Antonio Perpiñán para la presentación de la gran maqueta de AZCA, del concurso ganado por Perpiñán. 26
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76 y 77. Las viviendas unifamiliares, aspecto y planta. Foto publicada en Hogar y Arquitectura nยบ 6, 1995, pรกg. 3. Plantas publicadas en Arquitectura nยบ 6, 1956, pรกg. 6.
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78. Agrupación de las casas unifamiliares con pequeño jardín. Arriba y a la derecha, con acceso desde la calle. Abajo, con acceso a través del pequeño jardín. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 176, 1956, pág. 64.
Cárdenas, Fernando Cassinello, Fernando Cavestany, José Antonio Coderch, Luis Cubillo, Ignacio Álvarez, Federico Faci, Miguel Fisac, Carlos de Miguel, Luis Miquel, José Luis Romany, Manuel Sáinz de Vicuña, Carlos Sobrini y Oíza. Entre ellos, había arquitectos sindicales o afines al sindicalismo vertical. Según las bases del concurso, las viviendas podrían levantarse en cualquier región de España, procurando el fomento de la industrialización y modernización de la construcción. Sin embargo, la propuesta de Oíza no supuso innovación ni prefabricados patentados, se atuvo a mejorar los sistemas corrientes. Se publicó en la revista Arquitectura, en el año 1959, con una memoria del autor. Decía que la industrialización debe orientarse hacia el perfeccionamiento gradual de las tradicionales formas de edificar, y a la esmerada fabricación seriada y modulada de determinados elementos. No decía cuales, me imagino que estaba pensando en vidrios, viguetas, bovedillas, placas onduladas de fibrocemento, piedras artificiales, encofrados, tuberías, aparatos sanitarios, azulejos, etc… Lo que realmente ha sido. Oíza propuso asociaciones lineales de viviendas de dos o cuatro plantas. Viviendas unifamiliares adosadas de dos plantas con jardín, o bloques de viviendas pareadas por planta, y con cuatro plantas, sin ascensor.
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79, 80, 81 y 82. Mobiliario para las viviendas experimentales. Fotos anónimas publicadas en la revista Hogar y Arquitectura nº 6, 1956, págs. 29 a 31.
83. Instalación de fontanería y saneamiento de las viviendas unifamiliares. Arriba a la izquierda, perspectiva axonométrica de la red de evacuación; a la derecha, la distribución de agua. Abajo, la planta del conjunto de dos baños y dos cocinas, y las plantas de la red de evacuación y la de distribución. Publicado en la Revista Nacional de Arquitectura nº 176, 1956, pág. 65.
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84. Propuesta de Oíza para los bloques de cuatro plantas de viviendas experimentales. Arriba, el alzado meridional (estares). Abajo, el alzado septentrional (dormitorios). Publicado en Arquitectura COAM nº 2, 1959, pág. 6.
Bloque de cuatro plantas con viviendas pareadas Era un bloque de estructura de hormigón armado, forjados ligeros cerámicos y cerramientos de ladrillo o de bloque de hormigón. El prototipo que se construyó en Puerta Bonita (1958) era de ladrillo hueco con aplacado cerámico de junta ancha. La estructura con economía de encofrados (que es una parte importante del precio del hormigón), mediante secciones unificadas. Pilares de 19 x 19 cm y vigas de 19 x 35 cm. Y una modulación de 19 x 19 cm, con luces de 13 ó 20 módulos (2,47 ó 3,80 m). Una extraña modulación en vías de perfeccionamiento que dará sus frutos en Entrevías. La planta de la vivienda era flexible con un solo elemento fijo, el bloque de servicios; y alrededor, 2, 3, 4 y aún 5 piezas, según la organización familiar. En las fábricas (como hacía Mies van der Rohe en Alemania) no había cargaderos. Las carpinterías, siendo de acero laminado (también como Mies), o iban pegadas al techo, o del suelo al techo. Montadas ya pintadas y al tiempo que las fábricas, para que sirvieran de maestras. Esta forma de hacer, suponía una mano de obra muy cuidadosa, que quizá entonces fuera posible, pero que no ha sido la tendencia. Para las escaleras, que irían al aire libre y al sur, proponía piezas prefabricadas de piedra artificial armada, para ir montándolas al mismo tiempo que las fábricas. Planteaba también que, como hacían en el extranjero, la cubierta pudiera ser plana de tela asfáltica, con protección de unos centímetros de gravilla; lo que permitiría la inspección y reposición de la impermeabilización, si fuera necesario (sistema que ha triunfado). Las tuberías bajantes de aseos y cocinas se prolongarían hasta la cubierta para el desagüe de aguas pluviales.
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85. Los dos tipos de viviendas experimentales que propuso Oíza. En primer término las adosadas de dos plantas. Al fondo, los bloques de cuatro plantas. Foto publicada en Arquitectura COAM nº 2, 1959, pág. 9.
86 y 87. Variantes de distribución de las viviendas pareadas del bloque en las experimentales, para 2, 3, y 4 piezas. Croquis del núcleo de agua, con aseo y cocina. Publicado en Arquitectura COAM nº 2, 1959, pág. 7.
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88. Fachada meridional del bloque de cuatro plantas de las viviendas experimentales de Oíza. Foto publicada en Arquitectura COAM nº 2, 1959, pág. 6.
Viviendas adosadas de dos plantas Estructura de muros de carga perpendiculares a la fachada, para el apoyo de las viguetas de los forjados; con algún muro transversal, junto a la escalera, para arriostrar. La escalera, de madera, y alojada en un hueco entre dos viguetas, sin complicaciones de brochales, para simplificar y ahorrar. Y las viviendas con posibilidad de acceso por dos fachadas, permitiendo manzanas económicas en doble cadena, sin callejón interior, sin invertir la normal orientación con respecto al sol, sin limitación en la ventilación transversal de cada casa. Los servicios de agua, agrupados en el centro de la vivienda, dejaban libres las vistas al jardín, desde la estancia; y a la calle, desde el rincón de comer. Un haz de tiros de chimenea por cada dos viviendas, de las cocinas y de las estufas de las estancias. En la planta alta, el núcleo de servicios, con una bajante que también servía para el desagüe de la cubierta. Hablando de las instalaciones de fontanería de una cualquiera de las casas, Oíza, de forma manuscrita, anotó: “…un criterio de rigurosa economía ha llevado a la resolución en bloque del cuarto de baño y la cocina. En torno a un centro, se disponen los servicios o usos siguientes: hogar para cocinar, producción de agua caliente, estufa o chimenea para calor en la estancia, tendedero, lavadero de ropa, fregadera, baño-ducha, lavabo, inodoro… El máximo recorrido horizontal, en la instalación de agua caliente, no llega a un metro de longitud.” Se ve que lo había estudiado minuciosamente para conseguir la concentración, en aras de la economía. En cuanto a la modernización de la industria de la construcción, Oíza proponía la mejora en la fabricación de elementos de fontanería, como los grifos y los aparatos sanitarios. Y sugería la fabricación de piezas ligeras de cerámica para construir las chimeneas (algo parecido a lo que fueron los comunes shunt).
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89. Arriba, alzado de la fachada de los dobles dormitorios. Abajo, el del dormitorio principal y el aseo. Publicado en Arquitectura COAM nº 2, 1959, págs. 9 y 10.
90. Planta de la vivienda unifamiliar de dos pisos. Arriba, la planta alta. Abajo, la baja. Publicada en Arquitectura COAM nº 2, 1959, pág. 9.
91. Detalle de la fachada a mediodía del bloque de viviendas experimentales de Oíza, construido en Puerta Bonita. Véase el revestimiento cerámico con junta gruesa. Foto publicada en Arquitectura COAM nº 2, 1959, pág. 8.
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92. Las calles embarradas de Entrevías Viejo. Foto publicada en Arquitectura COAM nº 58, 1963, pág. 8.
Entrevías, 1956 Entrevías Viejo Antes de la Guerra de 1936, había un poblado de casitas que, después, se llamó Entrevías Viejo. Había sido urbanizado por el Ayuntamiento de Vallecas, antes del Gran Madrid, con calles de 10 m de anchura y parcelas de 20 m de fondo. Algunas de las calles estaban pavimentadas con escoria o macadán, y contaban con agua y alcantarillado. La electricidad iba por cuenta privada. En la Guerra Civil, se destruyó el poblado y, en 1946, con el Plan Bidagor de ordenación Urbana de Madrid, fue declarado zona verde. Los propietarios de los terrenos no respetaron la declaración, y se dedicaron a vender pequeñas parcelas a los andaluces inmigrantes. Los compradores eran gente humilde y trabajadora, recién llegada, que no sabía nada de Planes de Ordenación. Eran campesinos convertidos en albañiles, que, por las noches, construían sus chabolas de subsistencia. La extensión del pueblo, más sus terrenos de cereales, era de unas 20 hectáreas27. Y conservando o prolongando el viejo trazado urbano, se construyeron casetas de poca calidad, mezcladas con viejas casas del pueblo, medio derruidas o reparadas de cualquier manera. El auge de aquel negocio ilegal fue en la primera mitad de los años 50. En Entrevías y zonas próximas, en 1956, se habían levantado casi 5.000 chabolas, en las que malvivían unas 25.000 personas, sin instalaciones urbanas28. 27
Estos datos son del artículo publicado en la revista Arquitectura nº 58, 1963, págs. 2 a 28.
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Según la revista Arquitectura citada, el censo de chabolas en 1956 era como sigue: Entrevías Viejo…………………….834 chabolas Entrevías Nuevo………………..….860 Ahijones…………………………...338 Prado Lombardo…………………...203 Barrio Obrero………………...……239 Pozo del Tío Raimundo…….........1.714 Cobra………………………………..90 TOTAL…………………………..4.315 chabolas
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93. Las tres fases del poblado dirigido de Entrevías (de norte a sur y de este a oeste), el poblado de absorción y el poblado mínimo. Plano publicado en Hogar y Arquitectura nº 34, 1961, pág. 18.
El Pozo del Tío Raimundo El Pozo del Tío Raimundo29, barrio contiguo al de Entrevías, nació en el campo, en medio de cereales y alguna huerta. Era allá por el año 1925, cuando un campesino llamado el Tío Raimundo hizo un pozo para el abrevadero de las caballerías y para regar. Su finca, situada entre las vías de los trenes a Levante, estaba a 3 km de la iglesia del pueblo de Vallecas. Ese mismo año, un asturiano instaló una vaquería cerca de allí y, poco después, un vallecano montó una taberna. La primera chabola la construyó un hombre que había llegado desde Martos (Jaén) y, hasta 1940, no hubo más de cinco chabolas. A partir de entonces, comenzó la inmigración intensa, y, en 1953, se alcanzó el conocido momento cumbre, y, en 1957, se hizo tajante la prohibición de levantar chabolas. La mayoría de los recién llegados eran andaluces, pero hubo también extremeños, toledanos, manchegos y hasta madrileños. Generalmente, eran braceros despedidos de los latifundios. Primero llegaban hombres solos. Cuando encontraban trabajo de peones de la construcción, por la noche y en fines de semana, construían la chabola y, después, traían a la mujer y a los niños. Los terrenos agrícolas de El Pozo, fueron adquiridos por los hermanos Santos, negociantes vallecanos. Compraron a 15 céntimos de peseta el pie cuadrado, y llegaron a vender a 9 pesetas y hasta 1430. El pobre recién llegado compraba a plazos un terreno que, según el Plan, no era edificable. Con préstamos usureros, conseguía vales para adquirir los materiales de construcción, cuyos precios estaban inflados un 25%. Trabajando por la noche, y el sábado y el domingo, sobornando al guardia municipal por la mañana, conseguía levantar su chabola. Hubo noches que se construyeron hasta cincuenta chabolas. Los chabolistas decían que si te atrincherabas en la caseta con niños y mujeres y tenías suerte, las autoridades no te la derribaban, 29
Se conoce por informes de la asistente social María Ángeles Sáenz de Pipaón.
Habían comprado a 2 pesetas/m2 y vendido hasta a 180 pesetas/m2. (Un pie cuadrado es igual a 0,0776 m2. Véase Besnier Romero, Luis, Medidas y Pesos Agrarios, Madrid, Ministerio de Agricultura, 1964, pág. 10).
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94 y 95. Fotografías aéreas de Entrevías, antes y después de la urbanización. Arriba, foto de 1958, Entrevías Viejo cruzado por las vías del tren y los terrenos. Abajo, foto de 1960, con las manzanas construidas. Publicadas en Arquitectura COAM nº 58, 1963, pág. 23.
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96. Modulación de Entrevías con una cuadrícula de 3,60 m. Calles rodadas de 7,20 m y callejones de 1,8 m. Publicado en Hogar y Arquitectura nº 34, 1961, pág. 75.
97. Conjunto de seis manzanas, una vacía (parquecito). Publicado en Arquitectura COAM nº 34, 1961, pág. 14.
pero te ponían una multa. El jesuita José María Llanos31, para evangelizar a los pobres se hizo pobre y, en 1955, se fue a vivir al Pozo del Tío Raimundo, desde donde se dedicó a reclamar justicia social a las autoridades. E indujo a la humilde gente a que no pagara las multas. Intervención oficial A petición del padre Llanos, en julio de 1956, en el Instituto Nacional de la Vivienda y en la Comisaría General para la Ordenación de Madrid y Alrededores, se decidió a atajar el chabolismo vallecano, urgentemente. Dos personas fueron los protagonistas de aquella decisión, Luis Valero Bermejo en el Instituto, y Julián Laguna en la Comisaría. Que, desde 1954, habían asumido las direcciones de aquellos organismos. El conde de Mayalde era alcalde de Madrid y los pequeños municipios de la periferia, como Vallecas, ya habían sido absorbidos por el Gran Madrid. Se encargó un plan de ordenación de Entrevías a los arquitectos Oíza y Manuel Sierra, luego se incorporó Jaime de Alvear Criado (¿-2010). Era para la construcción de 770 viviendas. Consistía en 19 bloques de 20 viviendas (380 viviendas), 16 manzanas de 24 unifamiliares (384) y 6 viviendas experimentales. Todo según proyecto de los arquitectos Oíza, Sierra y Alvear. Se fijó un precio de expropiación del orden de 36 pesetas/m2. Un precio bueno que no evitó que algunos recursos llegaran hasta el Tribunal Supremo. La ocupación del terreno y el comienzo de las obras fue el día 1 de agosto de 1956. El Poblado Dirigido Lo más interesante de Entrevías, a mi juicio, es el Poblado Dirigido. La teoría de los poblados dirigidos, que Luis Valero había aplicado en Ávila y Navarra siendo gobernador civil, El jesuita José María Llanos Pastor, el Cura Rojo (1906-1992), antiguo falangista y director de los ejercicios espirituales de Francisco Franco, vivió en el Pozo desde el año 1955 y, allí, se hizo del sindicato Comisiones Obreras y comunista.
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99. Familia en un parquecito de Entrevías. Foto publicada en Hogar y Arquitectura nº 34, 1961, pág. 15.
98. Vista aérea del poblado de Entrevías en construcción. Publicada en Arquitectura COAM nº 34, 1961, pág. 9.
era que, si la gente, sin ayuda técnica, había sido capaz de construir miles de chabolas, asociada, bien organizada y con arquitectos, podía construir un buen barrio de viviendas sociales de renta limitada. Y se creó la cooperativa de viviendas El Pozo del Tío Raimundo que iba a trabajar en estrecha colaboración con la dirección técnica. El INV organizó la financiación, aportando el 80 % del precio de cada casa en un préstamo sin interés, que había que devolver en cincuenta años. El 20 % restante lo tenía que aportar el usuario, parte en dinero y parte en prestación personal para la autoconstrucción. Sobre un terreno de suave pendiente hacia el sur y ligeramente ondulado, el plano urbanístico de los arquitectos, metafóricamente, era un plano de racimos. Cada racimo era una ínsula de seis manzanas: cinco ocupadas por viviendas y una libre. En cada manzana, que era plana, había veinticuatro viviendas (doce y doce simétricas), ciento veinte en cada ínsula. Los racimos iban cambiando de orientación, siempre diagonal, de manera que todas las viviendas, fueran de una serie o de la simétrica, tenían medio día de sol. El precio presupuestado para la vivienda fue de 71.673 pesetas (432 €). La cantidad que tenía que aportar el usuario era de 14.335 pesetas (86 €). Esta cantidad, que ahora parece tan pequeña, no la tenían muchos de los cooperativistas. Se solventó con el sistema de prestación personal trabajando en la obra de la casa, en sustitución del dinero. Se formaron equipos de 24 padres de familia, tantos como viviendas había en una manzana. Se buscaba que, en cada equipo, hubiera algunos oficiales de albañilería, los demás hacían de peones. No fue difícil, pues había muchos obreros de la construcción. Durante los días de labor, una empresa auxiliar preparaba cimientos, saneamiento, soleras y acopios; también se hacían los replanteos y la colocación de miras y de tendeles. Los domingos y festivos los equipos cooperativistas trabajaban de sol a sol en la albañilería, con eficacia. Los oficios de carpintería, fontanería y electricidad se contrataron aparte. Se necesitaron ochenta días de trabajo para terminar la obra. Lo que se extendió a lo largo de año y medio. La prestación personal se valoró en casi 10.000 pesetas (60 €), que representó del orden del 50 % de lo que resultó ser la aportación necesaria, algo más de lo inicialmente
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100. La serie de viviendas unifamiliares con pequeño jardín. Foto de Juan Pando* publicada en Carlos Flores, Arquitectura Española Contemporánea, 1961, pág. 325. * Juan Miguel Pando Barredo (1915-1992) fotógrafo español cuyo archivo, Archivo Pando, se conserva en el Instituto del Patrimonio Cultural de España, con 132.000 negativos de arquitectura e industria, entre otras cosas.
previsto, pues fue necesario hacer algunos gastos de administración. El espíritu de equipo, con eficacia y compañerismo, fue extraordinario. Los obreros cooperativistas acabaron las casas de algunos padres de familia que fallecieron. A los que tenían trabajo exterior los domingos, como los ferroviarios, se aceptó la redención en metálico, que se pagaba en tres plazos, el último a la terminación de la obra. Al final, la Administración concedió una bonificación de 10.000 pesetas por vivienda y, en definitiva, resultó que a los usuarios de las casas les toco pagar del orden de 100 pesetas (60 céntimos de €) mensuales, durante cincuenta años. La mayoría de los cooperativistas eran del Pozo del Tío Raimundo. Tras la construcción de las viviendas de la primera fase sólo se consiguieron eliminar 300 chabolas, pues otras fueron rápidamente ocupadas por nuevas parejas y sus churumbeles. La operación, dentro de lo que cabe, se consideró un éxito. Hubo multitud de peticiones para prestación personal y, en mayo de 1957, se comenzó la segunda fase: 408 viviendas de prestación personal, y, en total, 840 viviendas (35 manzanas de 24 viviendas = 7 ínsulas). Hubo una tercera fase de 480 que se amplió a 504 viviendas (21 manzanas de 24 viviendas = 4 ínsulas y un resto). Según un informe de la asistente social María Ángeles Sáenz de Pipaón32, las viviendas del Poblado Dirigido fueron las que más satisficieron a los usuarios. Decía: “El éxito de estas viviendas ha sido grande. Sus ocupantes están muy contentos. La planta baja les agrada mucho, por su cocina regular y grande, que les permite comer en ella… El patio-jardín de entrada fue un acierto, que ha permitido a cada familia poner su sello personal… han dispuesto rosales y otras flores, o bien parras, yedras y plantas e incluso algún árbol, teniendo cada casa algo peculiar que la distingue de las demás…”. El proyecto Oíza se aficionó a los módulos y a los juegos numéricos que sirven para poner orden en las dimensiones, que regulan las proporciones y la composición del rompecabezas que todo 32
Revista Arquitectura COAM, nº 58, 1963, págs. 24 y 26.
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101 y 102. Composición de dos fotografías. La calle rodada de Entrevías, y la serie de patios ajardinados. Fotos publicadas en Arquitectura COAM nº 58, 1963, págs. 8 y 10.
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103. Otras unifamiliares del equipo de Entrevías, las del poblado mínimo. Foto de Pando publicada en Carlos Flores, Arquitectura Española Contemporánea, 1961, pág. 324.
proyecto es. “Al que modula Dios le ayuda”, decía Oíza, medio en serio. Oíza, que conocía el Modulor (1948) y sabía cuáles eran sus debilidades. Le Corbusier, continuando una antigua tradición, mitificaba el valor estético de la relación armónica, la sofisticada proporción que se establece mediante el famoso número de oro (Φ = [1+√5]/2 = 1,61803398874989…). Un número irracional con el que es imposible obtener dimensiones numéricamente exactas. Además, Le Corbusier combinaba la proporción áurea con series basadas en la de Fibonacci (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21….) y organizaba las series roja y la serie mitad, azul, que, para que fueran operativas, tenía que hacer ajustes arbitrarios, a base de redondeos caprichosos y necesarios. El sistema modular de Oíza, que puso a punto en este proyecto de Entrevías, es más limpio y efectivo, sin manchas. Se basa en la preferencia pitagórica por los números múltiplos de tres33, desarrollada mediante series de Fibonacci, con mucha versatilidad. Series simple, doble, triple, etc… Son las series siguientes: 3, 3, 6, 9, 15, 24, 39, 63, 102, 165… 6, 6, 12, 18, 30, 48, 78, 126, 204, 330… 9, 9, 18, 27, 45, 72, 117, 189, 306, 495… 12, 12, 24, 36, 60, 96, 156, 252, 408, 660… 15, 15, 30, 45, 75, 120, 195, 315, 510, 825… 18, 18, 36, 54, 90, 144, 234, 378, 612, 990… 21, 21, 42, 63, 105, 168, 273, 441, 714, 1155… 24, 24, 48, 72, 120, 192, 312, 504, 816, 1320… 27, 27, 54, 81, 135, 216, 351, 567, 918, 1485… 30, 30, 60, 90, 150, 240, 390, 630, 1020, 1650… 33, 33, 66, 99, 165, 264, 429, 693, 1122, 1815… 36, 36, 72, 108, 180, 288, 468, 756, 1224, 1980… 39, 39, 78, 117, 195, 312, 507, 819, 1326, 2145… 42, 42, 84, 126, 210, 336, 546, 882, 1428, 2310… 45, 45, 90, 135, 225, 360, 585, 945, 1530, 2475… ……………………………………… 60, 60, 120, 180, 300, 480, 780, 1260, 2040, 3300… Etcétera… Se puede observar esta preferencia en proyectos de otros arquitectos como Luis Moya Blanco (1904-1990), profesor de Oíza, de Rafael Moneo (n. 1937), discípulo, y de Alfonso Valdés Ruiz de Assín (1942-2000), asiduo colaborador. 33
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104 Plantas de las viviendas unifamiliares. A la izquierda, la planta baja. A la derecha, la alta. Publicadas en Ana María Esteban Maluenda, “La vivienda social española en la década de los 50”, en Cuaderno de notas, nº 7, 1999, pág. 64
Todos los números son múltiplos de tres (se comprueba porque la suma de las cifras de cada uno es múltiplo de tres, obvio). En estas series, hay números para todo. Imaginemos, por ejemplo, que queremos hacer una escalera bien dimensionada (2 contrahuellas + 1 huella = 63 cm)34. Si es una escalinata de paseo, haremos 12 cm de contrahuella y 39 cm de huella (2*12+39=63). Si es una escalinata de edificio, 15 cm de contrahuella y 33 cm de huella (2*15+33=63). Si queremos una escalera suave: 16,5 de contrahuella, 30 de huella (2*16,5+30=63). Escalera estándar, 18x27 (2*18+27=63). Escalera privada, 21x21 (2*21+21=63). Escalera empinada, 24x15 (2*24+15=63). Escalera de barco, 27x9 (2*27+9=63). Y, por último, la de pates, 31,5x0 (2*31,5+0=63). Escaleras muy distintas y todas dentro del sistema (números destacados en negrita en las series de la página anterior). Esto no se puede hacer con el Modulor de Le Corbusier. Cada vivienda de Entrevías ocupa un rectángulo de 3,60 x 16,20 m (múltiplos de tres: 2 x 9 módulos de 1,8 m). Las calles para coches son de 7,20 m (4 módulos de 1,80 m), y las calles peatonales, de 3,60 m (2 módulos de 1,80 m). Según Fullaondo35, en los años 50, Oíza tenía páginas y páginas escritas sobre el pie decimal (30 cm), una suerte de “modulor de Sáenz de Oíza”, de lo que escribió mucho y publicó nada. El frente de las manzanas, de ladrillo visto, aparecía, rotundamente, como una pieza unitaria, cuya unidad emanaba de la horizontalidad del coronamiento y de la ventana corrida que abarcaba los dormitorios pareados de la docena de casas. Pero, delante de ese frente unitario, la individualidad de las casa se expresaba en la cerca del jardín, que era de muro palomero encalado, interrumpido por la puerta de cada vivienda. El cerramiento calado permitía entrever la forma particular en que, cada familia, interpretaba su pequeño huerto. Con el paso de los años, la gente, con pragmatismo ciego, ha ido modificando y añadiendo parches a estas casas con tan mala pata que, hoy, no merece la pena ir a verlas. En marzo de 2015, los de la Escuela de Arquitectura de Toledo fuimos a Holanda. En Roterdam, las viejas casas del barrio obrero de Kiefhoek, que construyó Pieter Oud hace 90 años, que yo conocía por fotos en blanco y negro, estaban nuevas y en color, como construidas ayer, restauradas por el municipio. Alguien de Ayuntamiento de Madrid, por razones histórico artísticas (y para no sentir vergüenza), debería hacer lo mismo con algunas manzanas de las viejas y degradas viviendas sociales que figuran en todas las historias de la arquitectura española contemporánea. Al menos en Entrevías y Caño Roto. Por favor. 34
Oíza diría: “2 contrahuellas + 1 huella = 1 paso (paso de 60 a 66 cm)”.
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Juan Daniel Fullaondo, op. cit., pág. 59.
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El Ministerio de la Vivienda, 1957 Con Muguruza enfermo y debilitado (murió en 1952), en cuestiones de arquitectura y urbanismo, se produjeron tensiones entre falangistas, tradicionalistas, monárquicos, la iglesia católica y negociantes pragmáticos. Franco iba a ocultar las tensiones con la organización de un nuevo ministerio, el de la Vivienda, creado en 1957, y gobernado por otro falangista vasco, José Luis Arrese y Magra (1905-1986). Arrese resultó ser un falangista acomodaticio que traicionó los principios del nacionalsindicalismo. Su llegada supuso el abandonado de los primitivos ideales orgánicos de integración social que defendió Muguruza. Fue un traidor. Se olvidó de la arquitectura estatal, en pro del urbanismo de la segregación y del capitalismo especulativo. Y, entre 1957 y 1960, paulatinamente, la vivienda social dejó de estar promovida, gestionada y diseñada por los arquitectos del Estado, y pasó a manos privadas, las manos chapuceras de las inmobiliarias peseteras, como Urbis y Banús, de José Banús (1906-1984)36, contratista amigo de doña Carmen Polo de Franco, la Collares. Y el capital privado fue el nuevo agente dominante, y muchos falangistas se quitaron la vieja camisa azul y se subieron al carro del negocio (llegaban los años 60 del desarrollo). Sin embargo, algo de la intención social de algunos falangistas de antes se mantuvo gracias a las actuaciones de los curas obreros y del Hogar del Empleado.
José Banús fue un contratista sin estudios superiores, hijo y nieto de contratistas, que hizo grandes negocios inmobiliarios. Durante la Guerra, en el Madrid asediado, se hizo amigo de los de la CNT y actuaba como espía de Franco. En la posguerra, le adjudicaron las carreteras del Valle de los Caídos y fue el promotor de los barrios de la Concepción y del Pilar. En los años 60, cuando Girón de Velasco (1911-1995), el camisa vieja, se convirtió en especulador de terrenos costeros en la provincia de Málaga, Banús llevó sus negocios inmobiliarios y de construcción a la Costa del Sol, y disfrutó del boom turístico; les acompañó José Meliá Sinisterra (1911-1999), el empresario de los hoteles más famosos de aquella época, como el Don Pepe de Marbella. 36
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CAPÍTULO 4 EL HOGAR DEL EMPLEADO
Los jesuitas y la Teología de la Liberación Los curas obreros En enero de 1932, en España, la República decretó la disolución de la Compañía de Jesús. Y los nuevos jesuitas españoles iban a formarse en el extranjero, con la cultura y el pensamiento europeo anterior a la Segunda Guerra Mundial. La mayoría estudiaron en el monasterio belga de Chevetogne1. Allí estuvieron José María Llanos (1906-1992), José Antonio de Sobrino (19061988), Tomás Morales (1908-1994), José María Díez Alegría (1911-2010), y otros. Tuvieron el ascendiente del padre José Cardijn (Bruselas 1882-1967) fundador de Juventudes Obreras Católicas (JOC). Después de la Guerra Civil, aquellos jesuitas de formación filosocialista pudieron volver a España. En sus colegios y con sus ejercicios espirituales influyeron sobre los estudiantes universitarios que iban a ser los dirigentes de la reconstrucción del país y los que llevarían las riendas de las principales empresas españolas. José María Llanos José María Llanos, hijo de un general de infantería, licenciado en Químicas; en su etapa de estudiante en Bélgica, estableció algunos contactos con literatos de la generación de 272. Fue poeta, periodista y escritor. Promovió la Congregación Mariana universitaria de los jesuitas que colaboró con el sindicato universitario de los falangistas (SEU). Creó el Servicio Universitario de Trabajo (SUT) y la congregación Santa María del Campo para jóvenes maestros, médicos y técnicos, rurales de la autarquía. Partiendo de su afinidad con falange, fue evolucionando hacia posturas críticas con el capitalismo y próximas al socialismo. En 1955, abandonó se residencia jesuítica para ir a vivir, con otros universitarios, en una chabola del Pozo del Tío Raimundo, sin 1 Monasterio situado a mitad de camino entre Bruselas y Luxemburgo. Actualmente, es el monasterio de la concordia cristiana entre Oriente y Occidente, en el que se alojan una comunidad ortodoxa y otra católica, en armonía.
Literatos de la Generación del 27 fueron: Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados…
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108 agua, ni electricidad, ni alcantarillado. Y vivió durante treinta y seis años en aquel barrio. Llegó a ser de Comisiones Obreras y afiliarse al Partido Comunista de España. Según Díez Alegría, la relación del padre Llanos con Comisiones Obreras y con el PCE vino de su compromiso con los vecinos de Entrevías, barrio en el que Oíza hizo el poblado dirigido y la iglesia parroquial. José María Díez Alegría José María Díez Alegría se ordenó sacerdote en 1943, fue doctor en Filosofía y Derecho, y profesor de Ética. Se exclaustró para ir al Pozo del Tío Raimundo con el padre Llanos. Tomás Morales Tomás Morales nació en América, en el seno de una familia mallorquina que había hecho fortuna en Venezuela. Su educación comenzó, a los seis años, en el colegio Alemán de Madrid. Cursó la carrera de Derecho, que terminó en el año 1931, recién iniciada la Segunda República. Fue a Bolonia3 con una beca para hacer el doctorado. Lo hizo en seis meses. Su noviciado fue en el monasterio de Chevetogne, en Bélgica, donde conoció al padre José Cardijn, a la JOC y a José María Llanos. Al terminar la Guerra Civil se trasladó a Granada, y, en 1946, llegó a Madrid y se integró en el Secretariado Diocesano de Ejercicios Espirituales que dirigía el padre Llanos. Morales se dedicó a los empleados y Llanos a los estudiantes universitarios. Ex compañeros universitarios de Tomás Morales se habían convertido en directivos de empresas y políticos relevantes. Por ejemplo, era amigo del arquitecto falangista José Luis Arrese (Bilbao 19051986) que fue el director de la Secretaría General del Movimiento y de la Obra Sindical del Hogar, y, como ya dije, llegó a ser ministro de la Vivienda. En parte, por ello, las organizaciones religiosas que creó Tomás Morales contaron con el visto bueno del Gobierno y de los directivos de ciertas empresas. Tomás Morales quería evangelización y viviendas para las familias de los nuevos empleados que habían venido a Madrid desde cualquier parte de la Península, perdiendo sus referencias familiares y culturales. Creía que eran necesarias unas condiciones mínimas de calidad de vida para poder pensar en asuntos espirituales. El Hogar del Empleado surgió en 1954 y se dedicó a los oficinistas, empleados de banca, y de compañías de seguros, que iban a vivir el cristianismo en el trabajo. Para ello organizó los ejercicios espirituales, retiros, direcciones espirituales, círculos de estudios. También, marchas y campamentos, en colaboración con los falangistas del Frente de Juventudes. De la atención a los enfermos, surgió el sanatorio antituberculoso que se pensaba construir en la sierra de Madrid y que acabó siendo la rehabilitación de uno del Banco Hispano Americano que ya existía. En 1958, Oíza, con Romany y Sierra, hizo un proyecto de casa de reposo para trabajadores en San Rafael, de la sierra de Madrid (sería el sanatorio antituberculoso), que no llegó a construirse. En los años sesenta y setenta, el Hogar del Empleado creó colegios e institutos. Quedaron como muestras la escuela de Nuestra Señora de Lourdes, de Oíza, y el instituto, de Emiliano Fernández, en El Batán. Llegó un momento que había trabajadores que, exclusivamente, se dedicaban a las labores de organización y administración del Hogar del Empleado. La dirección estaba en manos de laicos y, de forma natural, el padre Morales se desvinculó de la organización. En 1960, Tomás Morales dejó el Hogar del Empleado, para que siguiera su rumbo laico, y él se dedicó a la labor religiosa de las Cruzadas de Santa María, que era un instituto secular para la creación de nuevas formas de vida religiosa consagrada al trabajo (cómo el Opus Dei: “Entrega total a la perfección evangélica sin salir del mundo, actuando en los centros de trabajo”). 3
Ciudad del norte de Italia, en la Emilia-Romaña.
109 José Antonio de Sobrino El jesuita gaditano José Antonio de Sobrino Merello era licenciado en Teología y Derecho Civil, doctor en Filosofía y Letras, y tenía el carné de periodista. Profesó en el año 1942 y su primer destino fue Washington donde fue profesor de la universidad de los jesuitas y agregado cultural de la embajada española. Se ocupó de los becados españoles entre los que estaban Francisco Javier Sáenz de Oíza (1918-2000) y Manuel Fraga Iribarne (1922-2012). Oíza, en el año 1947, coincidió en EEUU con José Antonio de Sobrino4, con el que hizo cierta amistad. La Constructora Benéfica del Hogar del Empleado (CBHE) Las razones por las que el jesuita Tomás Morales creó el Hogar del Emplado, en 1946, fueron religiosas y sociales. El padre Morales se dedicaba al apostolado entre los laicos, empleados con escasos medios que habían llegado a la ciudad para ganarse la vida y querían formar una familia cristiana. Creó institutos masculinos, femeninos y de matrimonios, bajo la advocación de la Virgen, institutos a los que llamó Cruzadas de Santa María5, que no fueron reconocidos por el Vaticano hasta los años ochenta. La Constructora Benéfica del Hogar del Empleado se fundó en 1951, los estatutos se aprobaron en 1952 y fueron admitidos por el INV, que presidía Luis Valero Bermejo, en 1953. En los estatutos se decía “Tendrá como objeto la construcción de viviendas higiénicas de renta reducida y edificaciones complementarias”, sin lucro mercantil (como las ONG de ahora). En su primera etapa, hasta los años sesenta, la Constructora Benéfica del Hogar del Empleado sólo era promotora, seguía el sistema de construcción directa del INV que consistía en que la Constructora Benéfica cedía los terrenos al INV que encargaba la obra a una constructora privada, mediante concurso-subasta, y se ocupaba de los pagos de los trabajos. La dirección de obra, generalmente, corría a cargo de los arquitectos autores del proyecto. Cuando se recibía la obra, el INV calificaba las viviendas y devolvía los terrenos a la CBHE que vendía o alquilaba las viviendas. Así, la Constructora Benéfica era promotora pero no constructora. Las primeras promociones se hicieron con proyectos redactados por funcionarios del INV y arquitectos afines6. En una segunda etapa, se organizó una oficina técnica en la sede del Hogar del Empleado. Se inició con José Luis Romany, Oíza, Adam Milczynski y Manuel Sierra, a los que, después, se unió Luis Cubillo de Arteaga. Más tarde, Eduardo Mangada y Carlos Ferrán que empezaron trabajando de estudiantes ayudantes y luego, como arquitectos, en las obras de los años sesenta. También trabajó en la oficina técnica el aparejador y estudiante de arquitectura Emiliano Fernández. Bancos y compañías de seguros vieron con buenos ojos que el Hogar del Empleado resolviera el problema de vivienda de sus empleados. Y, a los dineros aportados por los asociados, añadieron algunas cantidades. Además se contó con el apoyo del Instituto Nacional de la Vivienda, y comenzaron las obras, asumiendo todas las normas legales y criterios higienistas. La primera generación de arquitectos del Hogar del Empleado, Oíza, Romany, Cubillo, Milczynski y Sierra7 terminó la carrera entre los años cuarenta y cincuenta. El Hogar del Véanse “Falleció el jesuita José Antonio de Sobrino, propagador de la fe a través del periodismo” ABC de Sevilla, 16 de julio de 1988; y Fernández Nieto, María Antonia, Las Colonias del Hogar del Empleado: La periferia como ciudad, 2006, tesis doctoral ETSAM, 2006, pág. 15, n. 6.
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Continuando con el gusto de los componentes de la Compañía de Jesús por los términos militares.
José Fonseca Llamedo (¿-1986) arquitecto del INV y catedrático especial de Sociología en la ETSAM, Manuel Ruiz de la Prada (abuelo de la famosa modista Ágata Ruiz de la Prada), Jaime Ruiz Ruiz (padre del arquitecto Gabriel Ruiz Cabrero) y otros.
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Oíza se tituló en 1946, Romany y Cubillo en 1951, Sierra en 1952, Milczynski en 1953, Mangada en 1959, y Ferrán en 1960. 7
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Empleado, que era una asociación privada, les dio trabajo durante la década de los cincuenta. El primero de los arquitectos del equipo que entró en contacto con el Hogar del Empleado fue José Luis Romany. Era amigo de un ingeniero hermano de Oíza, por Acción Católica8 (según me contó María Felisa). Y Romany captó a Oíza. Después se unieron Manuel Sierra y Adam Milczynski, más tarde Luis Cubillo y, por último, el apuesto comunista Eduardo Mangada y su amigo Carlos Ferrán, que eran de una generación posterior, y que primero trabajaron como estudiantes y luego como arquitectos. La oficina del Hogar del Empleado estaba en la calle Cadarso (entre la plaza de España y la estación de Príncipe Pío). Posteriormente, en una tercera etapa, trabajaban en las viviendas-estudio de la avenida de Portugal, que construyeron para ellos mismos en la colonia Puerta del Ángel, del Hogar del Empleado. La Constructora Benéfica del Hogar del Empleado promovió la construcción de 6.000 viviendas entre los años 1952 y 1966, levantando colonias de viviendas sociales durante más de una década. El orden cronológico de los barrios no es sencillo, pues algunos tuvieron varias fases que se construyeron en paralelo con otros.
Acción Católica era una asociación pública de fieles. Se creó en tiempos papa Pío XI (r. 1922-1939) que la definió como “participación de los seglares en el apostolado jerárquico” bajo la autoridad episcopal, para le reevangelización de la sociedad.
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105 y 106. Izquierda, plano parcelario de Madrid en el que se ha dibujado un esquema de la parcela de las seiscientas viviendas de Oíza en el Manzanares, con los dos bloques lineales, el recto y el curvo. Derecha, maqueta de papel para el estudio de los bloques del Manzanares. Publicadas en Fernández Nieto, Colonias…, op.cit., pág. 49.
Unidad de habitación del Manzanares, 1953 (600 viviendas en el entorno del puente de Segovia) Este fue el primer proyecto de la oficina técnica del Hogar del Empleado. Y lo rechazó el Instituto Nacional de la Vivienda. Estaba firmado por los arquitectos Oíza, Romany, Sierra y Milczynski. Era para un conjunto de seiscientas viviendas junto a la orilla derecha del río Manzanares de Madrid, al norte del puente de Segovia, cerca de la Casa de Campo, enfrente del palacio Real. En cierta medida, se trataba de una respuesta a la obra que Le Corbusier acababa de construir en Marsella. Era el año 1953, Le Corbusier tenía sesenta y seis años y Oíza, que era el mayor del equipo, treinta y cinco. La propuesta del Manzanares no gusto a los responsables del INV. El director era el arquitecto José Fonseca, un mediocre (yo lo tuve de profesor de sociología). Adujo que las viviendas no eran adecuadas para el tipo de usuario, y que los bloques no cumplían las normas urbanísticas de la zona (recuérdese la prohibición de que las viviendas de renta limitada se construyeran en las zonas histórico-artísticas). Y la Unidad de Habitación del Manzanares no se hizo. Se trataba del proyecto de dos bloques largos, con 600 viviendas en total. La Unidad de Habitación de Marsella de Le Corbusier (1945-1952) tenía 337 viviendas para unos 1.200 habitantes. La del Manzanares iba a tener 600 viviendas para 2.100 habitantes. Era, pues, un proyecto vanguardista y ambicioso. Las viviendas eran, en su mayoría, semi-dúplex pasantes, distribuidas en dos bloques de trece plantas y unos 600 m de longitud. Las galerías de comunicación de las viviendas, eran distintas que las de Le Corbusier y mejores. Daban al
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107, 108, 109 y 110. Arriba a la izquierda, esquema de los autores en el que comparan la sección del edificio de Le Corbusier (izquierda) con el suyo, destacando que en Marsella los corredores son interiores y en el Manzanares, exteriores. Publicado en Cabeza, Criterios Éticos.., 2010, pág. 264. A la derecha la sección transversal de los bloques del Manzanares, que descienden hacia el río. Publicado en Fernández Nieto, Colonias…, op. cit., pág. 52. Abajo, planos del proyecto. Fragmento de un alzado frontal de uno de los bloques y alzado lateral. Imágenes publicadas en Fernández Nieto, Colonias…, op. cit., pág. 53.
exterior por tramos. Cada corredor, que tenía el núcleo de comunicación en el medio, atendía a 24 o 26 viviendas. En el nivel de la galería, había viviendas de una sola fachada (este u oeste), que, alternativamente, dejaban espacios de luz para que se iluminara el corredor general. En Marsella, las viviendas dúplex alcanzaban dos plantas. Una subiendo y otra bajando desde el nivel del corredor. En el Manzanares, los semi-dúplex tenía un desnivel de media planta entre estares y dormitorios. También subiendo o bajando. Entre los niveles extremos de las dos viviendas, corría la galería. Lo hacía por una superficie amplia en la que quedaba sitio para las viviendas menores, que, como dije, eran de una solo nivel y una sola fachada. Estas viviendas más pequeñas se alternaban con los espacios libres por los que se iluminaba la galería de distribución. Las instalaciones y el soleamiento de las viviendas se estudiaron minuciosamente, aunque la mitad de las viviendas de una sola fachada daban al oeste y hubieran sufrido veranos calurosos, compensados con unas bonitas tardes de invierno. En el terreno iban a formarse escalonamientos, coherentemente con la topografía de solar, que descendía hacia el río Manzanares. En los bajos de los edificios habría servicios sociales, no en la cubierta como hacía Le Corbusier. Los bancales de muros de piedra y los taludes suaves y ajardinados, imaginados con cedros, serían el marco de la guardería, los comedores, el economato, la residencia de solteros…, cerca de la orilla del río Manzanares, “el aprendiz de río”, hoy encauzado y represado, acompañado de un magnífico parque lineal; obra, ganada por concurso, de un discípulo de Oíza, el joven arquitecto Fernando Porras, y otros.
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111 y 112. A la izquierda los tres tipos de viviendas pasantes semi-dúplex, dibujados por alguno de los autores del proyecto; de cuatro dormitorios (tipo C para Fernández Nieto), de tres (tipo A) y de dos (tipo B), publicado en Cabeza, Criterios…, pág. 264. A la derecha, todos los tipos del edificio, incluidas las viviendas menores de una sola fachada, redibujados y clasificados (con un esquema de la sección arriba): (A) semi-dúplex pasante 3 dormitorios 112, 5 m2; (B) semi-dúplex pasante 2 dormitorios 96,1 m2; (C) semidúplex pasante 4 dormitorios 128,9 m2; (D) una fachada 3 dormitorios 92,5 m2; (E) una fachada 2 dormitorios 74,0m2. Publicadas por Fernández Nieto, Colonias…,op. cit., pág. 51.
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113. Fotografía aérea de la colonia de Nuestra Señora de Covadonga, Puerta del Ángel, Madrid. Google Maps, 2015.
Puerta del Ángel, 1954 La colonia de Nuestra Señora de Covadonga fue promovida por la Constructora Benéfica del Hogar del Empleado en el año 1954. Los terrenos se encontraban en Carabanchel Bajo, cerca de Puerta del Ángel, junto a uno de los accesos a la Casa de Campo, entre el paseo de Extremadura y la avenida de Portugal (hoy A5, autovía de Extremadura, subterránea), cerca de la iglesia parroquial de Santa Cristina. Es un terreno que desciende hacia el este, en dirección al río Manzanares, y la urbanización es ligeramente escalonada. Entre la plataforma principal de la colonia y la contigua plaza de Santa Cristina, donde está la boca del metro de Puerta del Ángel, hay un muro de contención y la conexión es por escaleras. El espacio interno de la colonia es muy sencillo. Casi todo es terrizo y tiene árboles de gran porte. Son hermosos pinos heredados de la Casa de Campo a la que, aquí y años antes, se quitó un buen pellizco. Con la urbanización, se plantaron olmos y fresnos, y se hicieron parterres separando las sendas peatonales de los edificios. En los parterres, hay aligustre, rosal, hiedra, pruno y níspero. Además de los muros de contención que forman los pequeños resaltes de las plataformas horizontales y de los alcorques, no se diseñó más que un amplio arenero circular en el centro de la colonia, hoy transformado en parterre. Los senderos peatonales se pavimentaron con hormigón lavado, destacando la textura del canto rodado. Los muretes de piedra de granito que resuelven los desniveles, con sus resaltes, sirven a veces de banco. Los alcorques y bordes de los parterres están hechos con ladrillo a sardinel. Además, se construyó un pequeño pabellón para conserjería y aperos de jardinería, que se hizo con estructura metálica y fibrocemento. Las viviendas se distribuyen en tres tipos de edificios: los bloques de tres crujías, los de dos y las unifamiliares. Los bloques de tres crujías están repartidos en dos grupos: uno de diez bloques orientados al norte y al sur, con los cuartos de estar dando al norte y mirando a la Casa de Campo y a la Sierra; y otro de seis, orientado en perpendicular a los anteriores, con el estar dando al
115 oeste y mirando al interior de la colonia. En los bajos del grupo de diez viviendas, se instaló el colegio de Santa Cristina. Estas dos series de diez y de seis bloques se organizan con un cierto desplazamiento de cada bloque con los adyacentes, en planta y en alzado. Produciendo escalonamientos y retranqueos. Los bloques de dos crujías están formados por parejas de viviendas pasantes que son parecidas a las Experimentales, y a las de El Batán y Erillas. Hay dos bloques de este tipo. Los dos de orientación este-oeste. Entre las viviendas pasantes las hay de tres dormitorios (63,75 m2) y de cuatro dormitorios (95,50 m2). Las del primer tipo tienen un único aseo contiguo a la cocina formando el paquete húmedo. Aseo y cocina, separados por un doble tabique que encierra la batería de instalaciones de agua, desagüe, ventilación y evacuación de humos. La vivienda cuenta con un pequeño tendedero camuflado tras una ventana-balcón, sin vuelo, como los demás huecos verticales. Las viviendas del segundo tipo tienen el cuarto dormitorio unido a la sala de estar. Es un dormitorio que puede formar una ampliación del estar, o independizarse con una cortina o con una puerta corredera. La vivienda cuenta con baño y aseo que también van empaquetados con la cocina y el tendedero. Los dos bloques de dos crujías y viviendas pasantes no son iguales. Uno es corto (bloque “experimental”) y otro es largo. El corto, constituido por una vivienda de tres dormitorios y otra de cuatro, es un poco menos económico que el otro. La estructura es de muros de carga de ladrillo, de medio pie y de un pie, con rehundidos en bajorrelieve para alojar las persianas correderas; y forjados con alguna viga plana. Quizá se empezó a construir antes, tiene una cubierta a lo Gardella (casa Borsalino) con aleros que vuelan un metro. Aleros construidos con finas losas de hormigón con nervios como canecillos simples. El segundo bloque se simplificó para abaratar, pues se suprimió el vuelo de la cubierta, a lo Gardella y se prescindió de los rehundidos en la fábricas de ladrillo, montando las persianas correderas y sus carriles sobre la fachada, sin más, como en El Batán y en Erillas. La cubierta es de escasa pendiente y sin alero, resuelta con plancha de zinc (0,7 mm) montada sobre panel de corcho (5 cm). Los canalones y las bajantes eran también de zinc. En la planta baja, la bajante era de fundición de hierro para evitar el aplastamiento. En los dos bloques, las escaleras, como ya había hecho Oíza en Fuencarral, se construyeron de terrazo (hormigón) prefabricado, sin contrahuella. Las piezas se apoyaban en muros de ladrillo visto. Es una solución de extraordinaria ligereza. La escalera no tenía cerramiento en la fachada y sólo una cancela en la planta baja. Las carpinterías y las persianas correderas de todos los edificios eran de madera pintada de blanco. La mayoría de las ventanas eran huecos verticales (los que peor corren). Los huecos, por arriba, llegaban hasta el forjado; así, no había cargaderos (como propuso en las Experimentales). Lo que supuso sencillez de construcción y economía. Las unifamiliares son cinco viviendas-estudio adosadas. Cada vivienda tiene dos accesos: uno desde la avenida de Portugal, por el norte; otro desde la propia colonia, por el sur. Estas viviendas con estudio tenían 135,61 m2 (se añadió un semisótano de 77 m2). El estudio en la planta baja y la vivienda en la planta alta. En la planta del estudio estaban los accesos, dos salas y un aseo. En teoría, el acceso desde la avenida de Portugal era para el estudio. El del interior de la colonia era para la vivienda, y, desde su vestíbulo, partía una escalera longitudinal que tenía un descansillo a poca altura y llegaba hasta el centro de la planta alta. En la vivienda, el cuarto de estar daba a la fachada del sur, y los tres dormitorios a la del norte. En el centro de la planta alta había dos patios. Uno pequeño para la cocina y el cuarto ropero, otro mayor para el cuarto de juegos y distribuidor. Un lucernario reforzaba la iluminación de las piezas interiores. La estructura estaba formada por dos muros de carga paralelos, de un pie de ladrillo, separados 6,70 m. Este vano, que es grande, se salvaba con vigas y los forjados se apoyan en
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114, 115, 116, 117, 118 y 119. En la página anterior, bloque de tres crujías; bloque “experimental” de dos crujías; fragmento del bloque de dos crujías; y peldaño de terrazo prefabricado en el bloque “experimental”, en construcción. Publicado en Fernández Nieto, Las Colonias…, op. cit., págs. 60, 57, 59 y 68 correspondientemente. En ésta, unifamiliares de dos plantas; y sección de las unifamiliares (antes de excavar). Publicado en Fernández Nieto, Las Colonias…, op. cit., pág. 62.
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ellas. El forjado de la planta baja estaba elevado casi un metro sobre el terreno, lo que permitió excavar un semisótano. Las fachadas tenían un zócalo de ladrillo visto, y, más arriba, ventanas corridas de madera pintada de blanco, y los paramentos recubiertos con paneles de fibrocemento pintados de gris (plombagina). Las ventanas no tenían persianas correderas. El oscurecimiento se hizo con persianas enrollables de cadenilla. Las unifamiliares de la Puerta del Ángel, en parte, se construyeron para los que trabajaban en la oficina técnica del Hogar del Empleado. Allí fueron a vivir los arquitectos Oíza y Romany y el aparejador del equipo Emiliano Fernández. También vivió allí Eduardo Mangada, que acabó la carrera mientras se construían las viviendas. Esta colonia, quizá por ser pequeña, está bastante bien mantenida y conservada. La urbanización casi no ha sufrido cambios. En las viviendas sí los hubo. A excepción de las viviendas unifamiliares, las carpinterías de madera han sido sustituidas por aluminio, con persiana enrollable y cajetín en el capialzado. Los vecinos eliminaron casi todas las persianas correderas. Unos cuantos bloques de ladrillo visto se han enfoscado en color rojo ladrillo. Los bloques de tres crujías orientados al oeste se han llenado de toldos. Cuenta Fullaondo9 que cuando estaba terminando la carrera, de vuelta de un viaje de estudios por Europa, paró en Las Arenas (“el último verano”). Su padre, siempre de viaje por 9
Fullaondo, op. cit., págs. 76 y 77.
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120. Las viviendas unifamiliares vistas desde el interior de la colonia, fachada sur. Foto anónima, s/f.
asuntos navieros, estaba en Estados Unidos. La familia esperaba que Juan Daniel, un poco tarambana, se estableciera en Bilbao, donde tendría un gran porvenir. Pero, para disgusto de todos, el joven Fullaondo dijo que se iba a quedar en Madrid, trabajando con el gran arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oíza. Su tío Daniel Errazu quiso conocer al ínclito don Paco, “al que consideraban responsable de la tragedia”. Organizó un viaje de reconocimiento a Madrid, “tras un periplo que enloqueció totalmente al chofer, consiguió llegar al extrarradio” (Oíza vivía en la colonia de Puerta del Ángel) y, llamó al timbre, “le abrió la puerta un rubio (sic) en camisa, con las mangas arremangadas y un bebé en brazos, berreando como un poseso”. Y el tío Daniel quedo consternado. Esperaba encontrar a un señor trajeado y circunspecto como el arquitecto Galíndez10. Cuando llegaron las Navidades, con lo de Oíza y “temas de novias, etc,” Fullaondo no quiso ir a Bilbao. Y Paco y María Felisa, le invitaron a la cena de Noche Buena en su casa. “Conviene no olvidar las cosas buenas” dijo Fullaondo.
Manuel Ignacio Galíndez Zabala (1892-1980) se tituló en Madrid en 1918, el año en que nació Oíza. Futbolista amateur, fue un arquitecto bilbaíno prestigioso que hizo muchas obras en su ciudad natal. En Madrid, construyó el Banco de Vizcaya de la calle Alcalá, con dos cuadrigas en el coronamiento. 10
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121. Las torres de El Batán vistas desde la Casa de Campo, repoblada. Bella fotografía (quizá de Pando) publicada en la portada de la revista Hogar y Arquitectura nº 33, de 1966.
El Batán, 1955 En 1955, la Constructora Benéfica el Hogar del Empleado encargó a los arquitectos Oíza, Romany y Sierra11 el barrio de Nuestra Señora de Lourdes en El Batán, para hacer viviendas de protección oficial, con su correspondiente urbanización que incluiría un centro cívico12. El Batán no iba a ser el “árbol sin tronco” del que se quejó Oíza en Entrevías. Según cuentan en la memoria13, los autores del proyecto se proponían la construcción de “una pequeña unidad de barrio” (del orden de 5.000 habitantes, como máximo) en un terreno situado entre la Casa de Campo y la carretera de Extremadura (Nacional 5), a unos cinco kilómetros del centro de Madrid. Y querían hacer un urbanismo completo, en el que, además de las viviendas, se contara con un espacio central de comunidad. Y decían que querían también que el proyecto fuera racionalista y orgánico, un proyecto paisajista en el que la urbanización, adaptándose a la topografía, disfrutara de la verde presencia de la naturaleza, representada allí por los recios pinos carrascos y las oscuras encinas de la dehesa de los madrileños14, con algún cedro; árboles de los terrenos tomados al gran parque natural de la Casa de Campo, tras el trazado de la vía del ferrocarril suburbano hasta Carabanchel. Hubo dos fases seguidas, y se llegó a pensar que los proyectos podían ser la primera parte de un plan mayor.
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Trabajó también Eduardo Mangada, que al final, al graduarse, se incorporó como arquitecto.
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En una primera fase se hicieron 752 viviendas y, luego, en una segunda se hicieron 200 más.
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“Unidad Vecinal Batán”, Hogar y Arquitectura nº 33, 1961, págs. 2 a 10.
La Casa de Campo y el Monte de El Pardo fueron comprados por el rey Carlos V a la familia Vargas (descendientes de los señores de San Isidro el Labrador, patrón de Madrid) para la nueva capital de su hijo Felipe II que, repudiando a Toledo por comunera, iba a establecerse en Madrid. Esas hermosas propiedades fueron fincas de caza de los reyes de España hasta que, en 1931, el gobierno de la Segunda República las convirtió en parque público, al que fueron quitando pellizcos, como este de El Batán y aquel de Puerta del Ángel. 14
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122. Foto aérea de El Batán, la colonia de Nuestra Señora de Lourdes a la izquierda. En http://bit.ly/2APm2fU.
El primer proyecto Hubo un primer proyecto, de 1954, que no se llevó a cabo15. Contaba con una propuesta de centro cívico y tenía una única calzada de circulación rodada. En aquel primer proyecto, las viviendas estaban distribuidas en bloques y torres, de forma muy parecida a lo que fue definitivamente. Bloques paralelos a la carretera de Extremadura, y torres, con la planta en posición diagonal con respecto a los bloques, situadas en la zona alta, próxima a la Casa de Campo. La única calzada de circulación rodada era sinuosa y tenía una ramificación de ida y vuelta. Conectaba la carretera de Extremadura, abajo, con el camino de Campamento, arriba, paralelo y contiguo al futuro ferrocarril suburbano, nuevo límite de la Casa de Campo. La calzada de vehículos recorría el barrio de un extremo a otro, sirviendo al centro cívico, situado en el medio, y a cuatro escasos aparcamientos distribuidos entre los bloques. Numerosas sendas peatonales surcaban los terrenos siguiendo las líneas de menor pendiente, atendiendo a todos los portales de los bloques y las torres. Hay un plano (nº 6), que parece que está firmado por Romany16, y que representa el centro cívico. Es un conjunto constituido por piezas rectangulares sueltas (iglesia, biblioteca, escuela y algo más) enlazadas mediante paseos cubiertos. Parece que aquel centro cívico tendría tres funciones: la religiosa, la cultural y la comercial (no llegó a construirse). El barrio iba a estar conectado con el centro de Madrid mediante la carretera de Extremadura, y quedaba en espera de una nueva conexión importante, la del ferrocarril suburbano Plaza de España-Carabanchel. Esta infraestructura estaba en construcción y no se inauguraría hasta el año 1961. Las últimas viviendas de las torres se entregaron en 1963.
15 Véase Fernández Nieto, Las colonias... op. cit., págs. 70 y 71. Menciona al arquitecto Adam Milczynski Haas que, habiendo trabajado en el Hogar del Empleado, fue a EEUU a completar sus estudios y redactó un estudio sobre El Batán con planos esquemáticos rotulados en inglés que Fernández Nieto publicó. 16
Véase Fernández Nieto op. cit., pág. 71.
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123. Planta general de la urbanización (propuesta inicial). Publicada en Fernández Nieto, Las Colonias... op. cit., pág. 77.
Urbanización Sobre un terreno de 93.000 m2 (9,3 hectáreas), los edificios de viviendas ocuparían 8.000 m2. Resultó una densidad de población alta, próxima a los 600 habitantes/hectárea. La de Fuencarral A había sido de casi 500 h/Ha. Se trataba de un terreno de ladera, que descendía desde la Casa de Campo hasta la carretera de Extremadura y hacia Madrid. La parte más baja de los terrenos es la más cercana a Madrid, en el extremo sureste. Contrariamente, la parte más alta se encuentra en el extremo noroeste. Entre un extremo y otro hay 17 metros de desnivel. Diferencia que se salvó, poco a poco, con muros de contención de mampostería de piedra de granito de Guadarrama, formando bancales que son muy favorables para la jardinería, pues evitan la escorrentía y la erosión. Los autores del proyecto consideraban que los desniveles favorecían el carácter orgánico del diseño diagonal de las “trayectorias impuestas por la topografía”. La trayectoria sería la de una penetración de vehículos, entre bancales. La única vía de circulación rodada que había en la propuesta primitiva se desdobló en el proyecto definitivo. Originando una vía sinuosa que accedía desde la carretera de Extremadura y desembocaba en el camino de Campamento; y otra, de doble circulación, que partía de la calle de San Manuel, perpendicular a la carretera de Extremadura y límite occidental de los terrenos. De ambas vías surgían los aparcamientos en fondo de saco, y eran independientes de las sendas peatonales. La mayoría de los pavimentos de la urbanización fueron de granito, como los muros de contención. También había ladrillo en las últimas obras que se hicieron al final. En cuanto a la
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124. En primer término los bloques, un conjunto de cuatro escaleras. Al fondo, el coronamiento de las torres. Fotografía publicada en la revista Hogar y Arquitectura nº 33, 1961, pág. 7.
jardinería, además del arbolado heredado de la Casa de Campo, se plantaron árboles de hoja caduca y setos de aligustre. Centro cívico Definitivamente, las dotaciones ciudadanas fueron distintas de lo que se planteó al principio, se dispersaron por el terreno, rellenando huecos, y no hubo un centro cívico único como el de la propuesta de Romany. Se construyeron un instituto de segunda enseñanza, un colegio de primaria, una galería comercial con supermercado, una iglesia, y campos de deportes. El espacio común más amplio fue una plaza vinculada al colegio de primaria y a la galería comercial. Espacio que está relativamente cerca de la iglesia y de los campos de deportes. Los locales comerciales fueron proyecto de Eduardo Mangada, que estaba acabando la carrera. El instituto está firmado por Romany, Mangada y Ferrán, pero fue proyectado por Emiliano Fernández17, aparejador del equipo y estudiante de Arquitectura que estaba haciendo, en ratos libres, el proyecto fin de carrera y murió en accidente de coche. La escuela (colegio de educación primaria) Nuestra Señora de Lourdes, se hizo con proyecto y dirección de Oíza. La parroquia de Nuestra Señora de Lourdes y San Justino es una obra fea no sé de qué arquitectos. En el conjunto total iba a haber viviendas de cuatro tipos: menores en los bloques, de 64 m2 las de tres dormitorios y de 96 m2 las de cuatro; y mayores en las torres, de 80 y 100 m2. Según Fernández Nieto, Las Colonias... op. cit., pág. 209, n. 31, “los firmantes del proyecto coinciden en afirmar que el autor fundamental del proyecto fue Emiliano Fernández”. En el estudio de Oíza, allá por el año 1968, yo entablé amistad con Emiliano y me llevó a ver el instituto de El Batán, como obra suya.
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125. En primer término, los pinos carrascos heredados de la Casa de Campo; detrás, los bloques con su urbanización escalonada, en construcción. En lo alto, las torres. Foto de Pando, publicada en Carlos Flores, Arquitectura Española Contemporánea, 1961, pág. 219, y la revista Nueva Forma nº 10/11, 1966, pág. 20.
Los bloques Son bloques lineales con dos viviendas simétricas por escalera, formando conjuntos, desde dos hasta siete escaleras. Viviendas de tres dormitorios en los tramos interiores, y de cuatro en los extremos de los bloques. No tienen ascensor y son de cinco plantas. Los bloques están agrupados en series lineales paralelas a la carretera de Extremadura (fachada meridional con orientación SSE), pero no estrictamente paralelas, pues las de la zona de levante se giran ligeramente hacia el este para adaptarse mejor a las curvas de nivel. Los cuartos de estar se encuentran en la fachada meridional, las escaleras y las cocinas en la septentrional, los dormitorios repartidos entre las dos. En cuanto a la posición de los bloques respecto a la carretera, que cuando se construyó el barrio era una carretera menor que la autovía actual, se planteaba una faja de 20 m de anchura de arbolado, intentando aislar las casas del ruido de tránsito rodado, cuyo eje se encontraba a
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126 y 127. Fragmentos de las planta de los bloques. A la izquierda, la vivienda de cuatro dormitorios situada en los extremos de los bloques. A la derecha, las viviendas de tres dormitorios, situadas en las zonas centrales de los bloques. Plantas publicadas en la revista Hogar y Arquitectura nº 33, 1961, págs. 4 y 8.
128. Vista aérea de los bloques con sus cubiertas de zinc (¿desde lo alto de las torres?). Fotografía publicada en la revista Hogar y Arquitectura nº 33, 1961, pág. 2.
30 m de la vivienda más próxima. Con la ampliación de la carretera en los años del desarrollo, para convertirla en autovía, se comieron la faja arbolada de protección y hoy, los coches, a gran velocidad, circulan escandalosamente cerca de las viviendas. La disposición en series paralelas, al estilo de la Ciudad Vertical (1927) de Hilberseimer (1885-1967), respeta la separación necesaria para un buen soleamiento en invierno. Y se adaptan a la topografía para que la construcción requiera, sólo, escasos movimientos de tierras, y para conservar la mayoría de los hermosos árboles que había en el terreno. Los bloques con viviendas de tres dormitorios son una evolución de los de la Puerta del Ángel (proyecto de 1953) y de los de Erillas (1953). Los de cuatro dormitorios son propios de El Batán. El cuarto dormitorio está segregado, situado junto al vestíbulo, puede servir de despacho o incorporarse a la sala de estar. Estas viviendas, de los extremos de los bloques, incorporan una ventana en el testero.
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129. A la izquierda los bloques y a la derecha las torres. Y un Seat 1500 junto al muro de contención de mampostería de granito (Oíza tuvo en coche como éste, pero ranchera). Foto de Pando, publicada en Hogar y Arquitectura nº 33, 1961, pág. 4.
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130. La urbanización de El Batán con uno de los hermosos cedros de la Casa de Campo, y los muros y las escalinatas de granito que ascienden hasta la cresta de las torres esvásticas, junto al camino de Campamento. Foto de Pando, publicada en Carlos Flores, Arquitectura Española Contemporánea, 1961, pág. 319 y Hogar y Arquitectura nº 33, 1961, pág. 6.
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Las torres Las torres tienen ascensores y son de doce plantas. Se construyeron con pórticos de hormigón armado. Sus plantas, en esvástica (según Fullaondo, lejanamente wrightianas), están giradas de forma que las fachadas miren exactamente hacia los cuatro puntos cardinales. Las viviendas tienen dos fachadas en ángulo, por tanto, cuentan con dos orientaciones. La planta de cada vivienda es casi cuadrada, de 9 m de lado, con tres crujías de 3 m. Constan de un vestíbulo, estar-comedor, cocina, baño y aseo o lavadero, tendedero y tres o cuatro dormitorios. El cuarto dormitorio puede segregarse del cuarto de estar. La distancia entre las torres permite la penetración de la vista hasta la Casa de Campo, y se consigue una cierta continuidad entre la vegetación de la urbanización y la del parque. Fullaondo creía que Carlos Ferrán vivió en El Batán18. Referencias Fullaondo nos recuerda19 que, tanto Coderch en su casa de la Barceloneta (1951-1954), como Oíza en los bloques El Batán (1954-1963), parecen estar inspirándose en una magnífica 18
Fullaondo, op. cit., pág. 55.
Fullaondo, op. cit., pág. 45. Dice lo siguiente: “Coderch fue el primero en advertir los nuevos tiempos, especialmente, a través de Gardella y sus famosas ventanas [persianas] correderas […Oíza] comenzó a poblar las casas de esas curiosas persianas deslizantes que llegaron a constituir signo de la época. [Recordemos] los bloques (…) de El Batán.” 19
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131 y 132. Plantas de la torre, viéndose las cuatro viviendas y el núcleo de ascensores y escaleras. En la página anterior, compuesto con la media-planta publicada en la revista Hogar y Arquitectura nº 33, 1961, pág. 8. En esta página, la publicada en Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 81.
obra del arquitecto milanés Ignazio Gardella (1905-1990): el edificio residencial Borsalino, construido en Alessandría20 entre los años 1949 y 1952. En las obras de Oíza se referiere a esas fachadas planas en las que alternan los paños de ladrillo y las contraventanas correderas de lamas de madera pintadas de blanco que, con las posiciones aleatorias que producen sus movimientos deslizantes, dotan a los austeros paramentos ladrilleros de una elegante estética neoplásica, lo que ya comenté en cuanto a en los bloques de dos crujías de la colonia de Puerta del Ángel, y veremos también en los de Erillas. Modificaciones En la actualidad pueden verse modificaciones que han hecho los vecinos. Cambiaron ventanas y contraventanas de madera por otras de aluminio, y la carpintería original, racionalista, con un vidrio grande fijo y una hoja pequeña móvil, se ha cambiado por una de dos hojas móviles iguales. En la urbanización, se amplió la red viaria para que se pudiera llegar en coche a todos los portales. Mientras el ayuntamiento peatonalizaba el centro, las asociaciones de vecinos vehiculizaban la periferia (el caso es ir a la contra). Y, como a todo el mundo le han vendido un coche, han tenido que ampliar las zonas de aparcamiento y construir, debajo de los campos de deporte, un aparcamiento subterráneo. Además, en el camino de Campamento, por la noche, se desbordan los vehículos por lo que queda allí de lo que fue Casa de Campo. 20
Alessandría se encuentra en el centro del triángulo formado por las ciudades italianas de Milán, Turín y Génova.
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133. Planta esquemática general sobre el plano parcelario. Publicada en Fernández Nieto, Las Colonias... op. cit., pág. 82.
Unidad vecinal de Erillas, 1956 La unidad vecinal de Erillas es una obra del Hogar del Empleado que, según parece, está poco documentada. En ella trabajaron Oíza, Romany, Sierra, Milczynski y Cubillo21. Se encuentra en Vallecas (Madrid), entre las calles Puerto Monasterio, Arroyo del Olivar, Puerto Alto y Alcalde Alonso Vázquez. Está dividida en dos por la calle Colonia Erillas que cruza por el centro. El límite largo del lado noreste de las dos parcelas no da directamente a la calle Puerto Monasterio. Otras casas anteriores se interponen, para formar la calle. El conjunto está constituido por bloques de cinco alturas. Todos son del mismo tipo, e iguales a los de la colonia Virgen de Lourdes en El Batán. Cuentan también con las mismas persianas deslizantes de madera. Los bloques se distribuyen sobre el terreno sin muchas contemplaciones con la orientación. Los que están en el perímetro se adaptan a las calles; y los que están en el interior se giran un poco, más o menos, para lograr la deseada orientación diagonal (sureste-noroeste), adecuada para viviendas pasantes, que dan a dos fachadas opuestas. La urbanización no tiene singularidades. En ella hay amplias zonas terrizas, se plantaron árboles y, actualmente, está cercada con un antepecho de ladrillo con albardilla y malla metálica, con seto de aligustre por el interior que, en algunos tramos, está descuidado. Según Fernández Nieto, Las Colonias... op. cit., págs. 82, hay una maqueta elaborada por Adam Milczynski en 1954 y unas fotografías de la obra en construcción y terminada, en el archivo de Luis Cubillo. Están publicadas en la páginas 82, 85 y 86, respectivamente.
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134 y 135. Arriba, la unidad vecinal de Erillas. Foto de Pando publicada en Carlos Flores, Arquitectura Española Contemporánea, 1961, pág. 310. Abajo, bloques de Erillas, en invierno, con los árboles recién plantados. Foto de Pando publicada en Carlos Flores, op. cit., pág. 310.
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136. La fachada, con la composiciรณn neoplรกstica de las persianas deslizantes. Foto de Pando publicada en Carlos Flores, op. cit., pรกg. 311.
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Barrio de Loyola, 1957-1958 El barrio de Loyola fue una promoción de la Constructora Benéfica del Hogar del Empleado para 762 viviendas y 23 locales comerciales, en una parcela de 46.560 m2. Los terrenos, situados en Carabanchel, tenían una forma aproximadamente triangular. En cuanto a las fechas, la obra acabada fue publicada en el nº 59 de la revista Hogar y Arquitectura en el año 1965. Según El Croquis (nº 32/33, 1988), la unidad residencial Loyola es del año 1962. Alberdi y Sáenz Guerra (Oiza, 1996) dicen que es de 1957. Según Fernández Nieto (“Concepto y uso…” s/f, publicado en Intermet) el proyecto es de 1960 y la obra se terminó en 1965. Yo supongo que Oíza y Romany empezaron a estudiar el asunto y a hacer croquis en el año 1957, el proyecto definitivo se redactó en 1962, y la obra se terminó en 1965, publicándose en ese mismo año. Según Javier Sáenz Guerra22, hijo de Oíza, la intervención de su padre en este proyecto debió ser pequeña. Aunque se usaron soluciones en cuya creación él había participado. Y quien se ocupó principalmente de esta obra fue José Luis Romany, figurando también Mangada y Ferrán. El barrio se creó en un área no urbanizada, junto a terrenos agrícolas23, a los que quizá llegara la electricidad, el agua y el alcantarillado. Era en una España en la que, todavía, había que buscar el máximo abaratamiento. Y dos rasgos de este proyecto fueron planteados pensando en la economía. La urbanización sobre un terreno con ocho metros de desnivel, sin hacer grandes movimientos de tierra; y la construcción de cinco plantas con muros de carga de un pie de ladrillo sin cámara de aire. Las construcciones formarían dos anillos concéntricos, siguiendo un trazado casi triangular. En cada anillo habría del orden de 380 viviendas, integradas en bloques lineales de 22
Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 78.
Se puede ver en la fotografía aérea de 1965 publicada en Antonia Fernández Nieto, “Concepto y uso del espacio público en actuaciones residenciales de periferia”, pag. 3, s/f.
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un solo tipo. Son bloques con cuatro viviendas por escalera. Las viviendas unidas de dos en dos en cada largo descansillo de una escalera de dos tramos. De un descansillo a otro se sube media planta. Es un sistema ingenioso de enlazar bloques para que se vayan adaptando a la topografía, escalonadamente, dando saltos de algo menores de un metro y medio. Los niveles de las plantas bajas se ajustan al terreno con unos cuantos peldaños, más o menos, según los casos. Así, el asunto de los desniveles se estudió esmeradamente. En la urbanización, a veces con gran sencillez, se resolvía con taludes adoquinados. Hay un plano24 en el que se expresa toda la sucesión escalonada de áreas rectangulares que se adaptan perfectamente a la topografía natural del terreno. Son las plataformas horizontales sobre las que se edificarán los bloques. Se trata de bloques de cuatro y cinco alturas, con viviendas de dos (52 m2) y tres dormitorios (60 m2), desarrolladas sobre una malla modular de múltiplos de tres. La urbanización, con sus edificios, se organizó sobre una cuadrícula de 21 m. Esta cuadrícula se divide en 49 (7 x 7) cuadrados de 3 m; y cada cuadrado, en 25 (5 x 5) módulos de 60 x 60 cm. En esta trama modular se inserta el bloque doble, ajustado a un espacio de 21 x 18 m. Los bloques iban a formar un continuo total, unidos por terrazas que no llegaron a construirse. Teniendo en cuenta que los edificios lineales iban a enlazarse hasta cerrar dos anillos, la mitad de las piezas tendrían una dirección y la otra mitad, la perpendicular (como puede verse en la planta general). Para que las diferencias de orientación no fueran muy acusadas, se optó, como hicieron los autores en otras ocasiones, por la orientación diagonal con respecto a los cuatro puntos cardinales. De esta manera, como las viviendas son pasantes, unas cuentan con las orientaciones noreste-suroeste, y otras con noroeste-sureste. Situaciones equivalentes con respecto al soleamiento. El muro de un pie sin cámara de aire, con zunchos y cargaderos de hormigón visto, tan extraordinariamente austero, tuvo problemas. Con lluvia y viento, cuando se empapaban Publicado en Hogar y Arquitectura nº 59, 1965, pág. 23, con el siguiente comentario: “Esquema del movimiento de tierras para la organización de las plataformas que marcan los diversos niveles del terreno”. 24
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137. Fotografía aérea del barrio de Loyola. Google maps, 2014.
138. Fotografía aérea del año 1965, en la que se ve el barrio. Publicada en María Antonia Fernández Nieto, “Concepto y uso del espacio público en actuaciones residenciales de periferia”, pág. 3, s/f.
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139. Planta general del barrio de Loyola. Publicada en Domènech, Arquitectura Española Contemporánea, 1968, pág. 86.
140 y 141. Plantas de las viviendas. A la izquierda, la pareja de viviendas, una de dos dormitorios (52 m2) y la otra de tres (60 m2). A la derecha variante de vivienda de dos dormitorios en el extremo del bloque. Publicado en Domènech, op. cit., pág. 86.
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142 y 143. Calle entre bloques. Espacio comprendido entre los anillos de viviendas. En la foto de la izquierda, en el rincón, aparece un portal con su escalera de acceso. A la derecha, detalle del portal. Fotografías publicadas en Domènech, op. cit., pág. 89 y 88.
144. La urbanización con plataformas a distinto nivel, escalinatas y arbolado. Foto publicada en Domènech, op. cit., pág. 87.
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las fachadas, la humedad aparecía por dentro. Con la obra acabada, construir una cámara de aire interior con tabiques y guarnecidos de yeso debió parecer caro y complicado y se optó por una protección exterior que, en cierta medida, paliara el problema. Por eso se construyeron los singulares aleros de acero y vidrio que algo alejan el agua de los paramentos. La cubierta, que era a dos aguas, dejaba una cámara, por encima del forjado que formaba el techo de la vivienda de más arriba. En lo alto de los testeros, aparecían paños de forma apuntada, hechos de ladrillo perforado con los agujeros vistos, que servían para ventilar la cámara. Las ventanas se construyeron con perfiles metálicos comerciales y, para el oscurecimiento, se puso lo más elemental: las tradicionales persianas enrollables de cadenilla con cordel, llamadas alicantinas. Los vecinos han ido sustituyendo las carpinterías e instalando las persianas enrollables convencionales con cajetín incorporado. Por influencia de los principios del TEAM 10, además de viviendas económicas y funcionales, se pretendía lograr un entorno agradable que potenciara la vida comunitaria. Los criterios de orientación quedaron en segundo término, frente al deseo de crear calles y plazas confortables. La calle se creó entre los dos anillos de viviendas. Por esa calle discurriría la lenta circulación rodada. Los pavimentos rugosos de adoquín y canto rodado, y el trazado con quiebros iban a obligar a los coches a circular sin prisas. Así, podrían convivir con los peatones, protagonistas de la urbanización, que caminarían por la misma calle, en la que se encontraban los portales y los locales comerciales. Además de esta calle entre bloques, había un espacio exterior perimetral, en contacto con las vías públicas (calle de las Cruces, Paraguaya, Polvaranca y ronda de Don Bosco), calles desde las que se accedía al conjunto por tres puntos. En el sur estaba el lindero de la parcela, en contacto con otra urbanización. Había también un amplio espacio interior de recreo, un gran vacío triangular con terrizos, jardines y arbolado, reservado exclusivamente para los peatones. En él se ubicaban la
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guardería infantil y los tendederos de ropa, originales recintos acotados con celosías de ladrillo que no gustaron a los usuarios. Recintos con los que se quería cubrir la función que las azoteas25 cumplían en tantas casas de vecinos tradicionales. Y se plantaron árboles para la sombra de verano y el sol de invierno, como los olmos, los álamos y los plátanos de sombra, y otros de verde perenne como el pino, el abeto y el ciprés, más decorativos. Con el transcurso de los años la urbanización ha ido cambiando, creo que a peor. Se han suprimido los recintos de tender la ropa porque es más cómodo colgarla por la ventana. Los estragos se deben a la proliferación de automóviles. Como en El Batán, dentro de la parcela, se han construido carreteras asfaltadas, para que los coches lleguen a todas partes, rápidamente. Y con sus correspondientes badenes para que no corran tanto y sus consabidos aparcamientos. Pero también hay una parte buena: las plantaciones que han sobrevivido a la vehiculización son hoy hermosos árboles que sanean el ambiente.
En la magnífica película de Ettore Scola Una giornata particolare, con los actores Sophia Loren y Marcello Mastroianni (1977), recuerdo a la protagonista tendiendo la ropa en la azotea romana.
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145. El bloque de trece plantas y, a la derecha, los bloques de cinco plantas. Foto de 1958, Vicente Camarasa, en http://bit.ly/2A6bjxe, 18/06/2015.
Colonia Calero, barrio de la Concepción, Madrid, 1958-1961 Los nombres de las colonias sufrieron modificaciones con los años. El proyecto rechazado de la unidad de habitación del Manzanares iba a llevar al nombre de Nuestra Señora de Covadonga, y este nombre sirvió luego para tres colonias: Puerta del Ángel, Calero y El Batán. Esta última cambio luego por el nombre de Nuestra Señora de Lourdes. La colonia de Calero o de Nuestra Señora de Covadonga que fue promovida por el Hogar del Empleado, se halla en el barrio de la Concepción de Madrid. Es la última unidad vecinal que construyó la oficina técnica del Hogar del Empleado con la participación de Oíza. El proyecto es del año 1958, y se construyó entre los años 1959 y 1961, con 403 viviendas en dos fases. Los arquitectos fueron Romany, Oíza, Sierra y Cubillo, y el aparejador fue Emiliano Fernández. La colonia está situada entre las calles de José del Hierro, Federico Gutiérrez, Emilio Gastetí Fernández, y Prudencio Álvaro. Ocupa un terreno de unos 9.000 m2, con dos manzanas. Se encuentra cerca del polideportivo Municipal y del parque Calero, próximo al barrio de Quintana. Lo más destacado de esta actuación fue el bloque alto con dúplex, heredero del proyecto frustrado del Manzanares (1953). Urbanización La colonia se creó sobre dos manzanas del barrio de la Concepción, junto a otras manzanas cerradas formadas por edificios de cinco plantas. La cuadrícula del barrio está girada 45º con respecto a las direcciones cardinales. Así, en los bloques con viviendas pasantes que siguen las direcciones de las calles se consiguen soleamientos aceptables en las casas. El terreno tiene pendiente y un desnivel total de 7 m. En la urbanización hay taludes, muros de contención y escaleras. Es una ordenación de bloques abiertos que se construyeron sobre los bordes de las manzanas, macizando las esquinas, buscando un cierto parecido con las manzanas cerradas del barrio, formando calles. Así que, esta colonia que se inserta en una trama urbana de manzana cerrada, aun siendo de bloque abierto, procura adaptarse a la trama. Los vehículos no
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146. Años cincuenta. El bloque de trece plantas en construcción. Foto publicada en Fernández Nieto, Las Colonias…, op. cit., pág. 94.
pueden acceder al interior de las manzanas que es sólo peatonal. Los aparcamientos se producen por el perímetro, junto a las aceras. En el interior de la manzana hay algunas sendas peatonales y zonas de jardín. Los muros de contención y petos son de mampostería. Los pavimentos de hormigón lavado y canto rodado. Se plantaron álamos, sauces, acacias, nísperos. Viviendas Se construyeron dos tipos de edificios. Los de dos crujías con cinco plantas, y un gran bloque de trece plantas. Los pequeños están constituidos por viviendas pasantes, con dos viviendas por escalera en cada planta. Algunos de estos bloques se unen compartiendo la escalera y formando conjuntos de cuatro viviendas por escalera, con un desnivel de medio piso entre cada dos; formando patios. Las viviendas de estos bloques de cinco plantas tienen 57,62 m2. A una fachada dan la sala de estar y los dos dormitorios de hijos. A la otra, el dormitorio de padres, la cocina y el tendedero, que, cuando se unen bloques compartiendo la escalera, dan al patio. La estructura está constituida por los tres muros de carga de un pie de ladrillo, que forman dos crujías de 4 m de luz. La escalera es exterior y al aire. Se apoya en un muro exento, plegado en planta formando una “U” sobre el descansillo. Los muros se construyeron con ladrillo barato que, por el exterior, se revistieron con plaquetas cerámicas de color arena, que modulan las dimensiones de los huecos y de toda la fachada. Parece que las plaquetas eran de 12 x 24 cm, y considerando una llaga de 1,5 cm, el módulo sería de 13,5 cm en vertical y de 25,5 cm en horizontal. Los huecos eran de dos tipos: grandes y pequeños. Las ventanas grandes, las de los cuartos de estar, eran de 15 módulos verticales (15 x 13,5 = 202,5 cm) y 6 módulos horizontales (6 x 25,5 = 153,6 cm). Las ventanas pequeñas, las de los dormitorios, cocinas y tendederos, eran de 12 módulos verticales (12 x 13,5 = 162 cm) y 3 horizontales (3 x 25,5 = 76,5 cm). Ventanas y contraventanas eran abatibles y de carpintería de madera pintada de blanco. La cubierta, ligeramente inclinada y a un agua, era de zinc, con canalones y bajantes de lo mismo.
142 147. Los bloques de cinco plantas, en verano, recién estrenados. Los muros aplacados de color arena, las contraventanas abatibles de madera pintadas de blanco, las escaleras con barandilla de vidrio y sin acristalar. Además, se ven los tres huecos de una vivienda. El que está más cerca de la escalera es la cocina, después está el tendedero y, por último, el dormitorio de padres (donde está la gente asomada)*. Llama la atención que, en lo alto de las escaleras, se instalaron mástiles para las conducciones eléctricas. Foto de Pando, publicada en Carlos Flores, op. cit.; y en Fernández Nieto, Las Colonias…, op. cit., pág. 96. * En Fernández Nieto, Las Colonias..., op. cit., pág. 91, en la figura “alzado posterior tipo A”, la autora dibuja el aspecto actual, con la celosía del tendedero corrida de arriba abajo. En el texto se dice que no se sabe cómo era el original, sin embargo, en esta foto publicada por la misma Fernández Nieto, se ve, perfectamente, que el tendedero tenía una contraventana de madera pintada de blanco igual que las demás.
El gran bloque de 13 plantas El gran bloque de trece plantas se formó con viviendas dúplex servidas desde una galería que, en su extremo occidental, tiene una escalera de un tramo y cuatro ascensores. Este bloque tan alto, se implantó en el borde septentrional de la manzana, cerca del polideportivo, sin dar sombra a las demás viviendas. El colegio de Nuestra Señora de Begoña se instaló en los bajos del bloque. Este edificio de trece plantas es de tres crujías. Cada galería de acceso sirve a 28 viviendas. Son viviendas pasantes desarrolladas en tres niveles, la altura de suelo a techo es mínima (2,38 m). Los niveles, a media planta de altura, se enlazan con escaleras muy empinadas. El vestíbulo, quizá demasiado grande, está al nivel de la galería de acceso. Desde él, las viviendas se desarrollan, alternativamente, subiendo o bajando. Con el desnivel de media planta se llega a la zona de día, donde hay un cuarto de estar y una cocina relativamente grande, en la que se puede comer. Cocina que se abre a la fachada a través de un tendedero. Con otro desnivel de media planta, se alcanza la zona de noche, donde hay tres dormitorios y un baño. La estructura de este edificio es de hormigón armado y tiene vigas de canto que descuelgan del forjado. El núcleo de escalera y ascensores, al ser ciego y longitudinal, arriostra el conjunto de pórticos transversales. Las ventanas, como las de los bloques de cinco plantas, son de madera pintada de blanco. Las de los dormitorios, de una sola hoja, abatible. Las de los cuartos de estar, alargadas, compuestas de dos vidrios fijos y una hoja móvil igual a la de los dormitorios. Todas
143 148. La fachada del bloque alto, con las galerías de distribución. Publicado en Oiza Obrario_ Poblado Calero Concepción, s/f.
sin persiana enrollable ni capialzado. Las galerías tienen una balaustrada de barrotes y fueron acristaladas desde muy pronto, no sé si con intervención de los arquitectos. La fachada, que podría haber sido del gusto de la Tendenza de los años 70, está compuesta mediante un juego racionalista de huecos variados: el hueco corrido de las galerías, los grupos de cuatro huecos cuadrados y grandes de los tendederos, y el salpicado regular de los huecos rasgados de los estares y los pequeños huecos de los dormitorios. Modificaciones Algunos muros de contención, que eran de mampostería de granito, han sido recrecidos por los vecinos con bloques huecos de hormigón, un desdoro cicatero. El perímetro de las manzanas ha sido cerrado con una reja de hierro. En la planta baja del bloque grande, se suprimieron el economato y la residencia. Con ello se amplió el colegio que, ahora, ocupa toda la planta baja.
144
149. Maqueta de Oíza que representa su propuesta para la Ciudad Horizonte. Foto publicada en Nueva Forma nº 10/11, 1966, pág. 24.
Ciudad Horizonte, 1960 Es un anteproyecto de urbanización para una ciudad satélite de Madrid, acaso inspirado en las new towns inglesas de la segunda posguerra, que tanto interesaron a Ferrán y Mangada26. El anteproyecto fue publicado en la revista Hogar y Arquitectura en el año 1965. Como autores figuran, por el orden que sigue, Carlos Ferrán, Eduardo Mangada, José Luis Romany y Francisco Javier Sáenz de Oíza. Mangada terminó la carrera en 1959, y Ferrán, año 1960 ¿Estará bien la fecha publicada de 1957? 27, o será un poco posterior. Se trataba de la propuesta de una población próxima a Carabanchel Alto, situada, teóricamente, al norte de la carretera de Extremadura, a la altura del kilómetro doce. Sería una población, quizá, de unos 20.000 habitantes. Según los esquemas publicados, parece un anteproyecto interesado especialmente en el asunto del tránsito de vehículos, pues, en el trazado, destaca la circulación de los coches y sus aparcamientos. Son vías de una sola dirección, planteada de manera que no halla cruces y que todas las desviaciones se produzcan con giros a la derecha. Parece un trazado de aspecto exótico pues, cuando van dos calzadas en paralelo, la de la izquierda es de ida y la de la derecha de vuelta, como en Inglaterra. Siempre girando en el sentido de las agujas del reloj. “El funcionamiento de este sistema es semejante a un rodamiento a bolas” dicen en la memoria del anteproyecto28. Se pretendía que la pequeña ciudad no fuera una ciudad dormitorio. Se quería que constara de un núcleo interior que fuera el centro cívico, en que se suponía que hubiera dotaciones de educación y sanidad, comercio variado y cultura; tres barrios residenciales, donde habría pequeño comercio de día, escuelas y guarderías; un barrio de oficinas, próximo al centro y de Tuve a Mangada como profesor de urbanismo, ayudante de Larrodera, y su interés por las new towns inglesas era manifiesto. Sería quizá el año 1968. 26
En el libro de Rosario Alberdi y Javier Sáenz, op. cit., págs. 72 a 77, aparece el “Proyecto Horizonte” como un trabajo del año 1957. 27
“Anteproyecto de urbanización para ciudad satélite: Madrid” en la revista Hogar y Arquitectura nº 56, 1965, págs. 31 a 44. 28
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enlace con la gran ciudad, y un área de talleres y pequeña industria en la periferia del conjunto. En definitiva, una pequeña ciudad completa y, hasta cierto punto, autosuficiente. Además de los esquemas y las fotos de la maqueta que se publicaron en Hogar y Arquitectura, hubo una maqueta de pino melis que Oíza conservó en su estudio durante el resto de su vida y que también está publicada como propuesta para la Ciudad Horizonte29. Parece que la propuesta de Oíza es muy distinta a la de sus compañeros. Me da la impresión de que Oíza optó por la arquitectura, mientras sus compañeros lo hicieron por el urbanismo. Quizá no hubo encuentro. El caso es que el anteproyecto no fue adelante. Mangada y Ferrán se convirtieron en profesores de Urbanismo de la Escuela de Arquitectura de Madrid, con el catedrático Emilio Larrodera (1921-1987). Cuenta Fullaondo que con este anteproyecto llegaron las divergencias al equipo30. “Fue hacia 1962, el mismo año de las escuelas circulares, acaso un poco antes. (…) Se habían planteado unos esquemas previos y Sáenz de Oíza, un día, presentó una maqueta muy pequeña, preciosa, de madera, sobre una base de pino melis. Era una verdadera joya (…). [Oíza] tenía una habilidad manual verdaderamente extraordinaria, se había comprado unas pequeñas sierras mecánicas y hacía verdaderas maravillas. Mangada me decía que aquello no encajaba dentro de lo que se había planteado anteriormente, le parecía una arbitrariedad. Por lo visto hubo sus más y sus menos. Aquello no prosperó. Y luego cada uno siguió un camino. Romany, Mangada y Ferrán siguieron con el poblado Juan XIII [del Hogar del Empleado], y Sáenz de Oíza, con las propuestas de Juan Huarte”. Y Fullaondo añade que Oíza “iniciaba la aventura en solitario. Y, quizás, el acceso a la consagración”.
29
Nueva Forma, nº 10/11, 1966; Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 72.
30
Fullaondo, op. cit., págs. 85 y 86.
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España tras la Modernidad Cuando en España empezaron a entrar de nuevo las revistas extranjeras de arquitectura, era el momento en el que dos países europeos se cuestionaban los postulados del Movimiento Moderno; principalmente, Italia e Inglaterra. Italia con el organicismo e Inglaterra con el nuevo empirismo. Dos conceptos introducidos por los teóricos para dar una nueva salida, más amable, al estilo internacional. Estas revistas apostaron por las realizaciones de Wright y de Alvar Aalto. Y muchos de los arquitectos españoles descubrieron las realizaciones modernas a la vez que se producía la crisis del uniforme estilo internacional. Era la segunda parte del siglo XX. Iban a surgir el neorrealismo italiano, el nuevo empirismo nórdico, el brutalismo británico y el organicismo americano; arquitecturas que, con resultados diferentes, se creaban con una misma consideración: el proyecto es la obra de un artista individual y se fragua en la situación concreta. El urbanismo moderno también entraba en crisis. En los dibujos de Le Corbusier, el espacio libre se entendía como un parque idílico donde la nueva humanidad, deportista, iba a desarrollar su salud. Pero con la puesta en práctica de este tipo de urbanismo, se vio que el espacio libre carecía de interés social. Y el debate de la arquitectura se centró en otro urbanismo. En los últimos CIAM (1953 en Francia y 1956 en Yugoslavia), se produjo el relevo de los viejos maestros que decidieron abandonar los congresos en pro de una nueva generación liderada por el grupo TEAM X31 que criticaba el esquematismo de la Carta de Atenas y reclamaba un estudio del crecimiento urbano y de las relaciones humanas en el urbanismo. Se pasó de la utopía a la adecuación. El escueto manifiesto de Doorm (1954) fue el último de los manifiestos. El TEAM X estaba compuesto por Alison y Peter Smithson, Aldo van Eyck, Jacob Bakema, George Candilis, Shondrach Woods… 31
147
150. Interior. Espacio acristalado entre cilindros de ladrillo. Foto publicada en Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 107.
Escuela en El Batán, 1961 (Unidad Escolar Nuestra Señora de Lourdes) La oficina técnica del Hogar del Empleado32 fue cuidadosa en cuanto a dotar a los barrios con algunos locales asistenciales y docentes, que, a veces, en actuaciones pequeñas, se instalaban en los bajos de edificios de viviendas. En la colonia de El Batán, que entonces era la mayor, las dotaciones cívicas se desarrollaron en edificios independientes, hechos para tal fin. Así se construyeron la escuela de primaria, el colegio de secundaria, el centro comercial y la iglesia que se edificó años más tarde y es obra de un arquitecto que no era del Hogar del Empleado. Los trabajos de Oíza en El Batán fueron un proceso largo de colaboración con Romany y Sierra, incorporándose después Mangada y Ferrán33; proceso que se extendió desde 195434 hasta 1965. En parte, al mismo tiempo, Oíza ya estaba trabajando para Huarte. Al final, cuando le encargaron la escuela de El Batán, estaba haciendo el proyecto de Torres Blancas. El encargo del Hogar del Empleado fue para la unidad escolar Nuestra Señora de Lourdes, es decir, una escuela infantil de primaria. Según El Croquis35, el proyecto se hizo en 1962 y en él colaboró Juan Daniel Fullaondo. La obra se ejecutó entre los años 1969 y 1970.
La constructora benéfica El Hogar del Empleado, creada en 1949, se transformó, en 1965, en fundación sin ánimo de lucro llamada FUHEM. 32
Según Fullaondo, op. cit., pág. 46, a finales de los años sesenta, se incorporó Ferrán que, al parecer, vivió en El Batán. 33
34
Fullaondo, op. cit., pág. 42, dice desde 1956, y quizá sea desde dos años antes.
35
El Croquis nº 32/33, 1988, pág. 216.
148
151 y 152. Planta y secciรณn de la escuela de El Batรกn. Publicadas en Fernรกndez Nieto, Las Colonias... op. cit., pรกg. 214.
149
153. El exterior, en el que aparece una segunda planta que no estaba en el proyecto original. Se observa el aparejo de un pie de ladrillo en la primera planta y de medio pie en la segunda. Foto publicada en Alberdi y Sáenz Guerra, Oiza, 1996, pág. 106.
La escuela de El Batán, ya no fue de estilo racionalista con leves toques orgánicos, como la urbanización y las viviendas construidas seis años antes. En la Escuela, Oíza se embarcó en una arquitectura marcadamente orgánica, quizá siguiendo a Wright en su fase de “los platillos volantes” que se inició con el Huntington Resort de 1947. Por otro lado, en Europa y América, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, habían surgido movimientos de renovación de la educación infantil. En España, la Institución Libre de Enseñanza se hizo eco de aquella renovación. Tras el paréntesis de la Guerra Civil, los responsables del Hogar del Empleado quisieron romper el tono rígido y adusto de la posguerra, y retomar aquel aire nuevo. Pensaban que los párvulos debían recibir afecto y respeto en un ambiente preparado para que la figura del profesor no fuera tan central, focalizada y autoritaria, y que el niño aprendiera también jugando con los otros niños. En este ambiente, la geometría del círculo debió parecer adecuada a Oíza. Las aulas no tenían por qué ser una cuadrícula de pupitres con niños atemorizados, como en las viejas escuelas. Podían ser distendidos corros infantiles con entretenimientos educativos. Otra cuestión importante para los renovadores de la enseñanza era el contacto con la naturaleza. En los países nórdicos, impulsores de estas ideas, se daba importancia a que los niños, moderadamente, tomaran el sol. Arquitectos admirados por los de la oficina técnica del Hogar del Empleado, como Jacobsen, Neutra o van Eyck del TEAM 10, hicieron escuelas con aulas al aire libre36. Oíza, para la escuela de Nuestra Señora de Lourdes, disponía de un terreno movido, situado en la vaguada central de la urbanización, y suficientemente grande. Además, contaba Fernández Nieto, Las Colonias... op. cit., “4.6 Dotaciones. Instituto y colegio en la colonia Ntra. Sra. de Lourdes”, págs. 211 y 213. Cita la escuela Corona de Los Ángeles, EEUU, construida por Richard Neutra (18921970) en 1935, y la escuela Munkegards de Vangedevej, Dinamarca, de Arne Jacobsen (1902-1971), en 1958. Y, también, la escuela al aire libre en Ámsterdam de Aldo van Eyck (1918-1999) de 1955. También podríamos citar una obra anterior, española, el pabellón de párvulos del Instituto Escuela (Madrid, hoy Ramiro de Maeztu) de 1933-1935 de los arquitectos Carlos Arniches Moltó (1895-1958), Martín Domínguez Esteban (1887-1970) y el ingeniero Eduardo Torroja Miret (1899-1961). 36
150
154. Maqueta de volúmenes de la escuela de El Batán. Imagen publicada en la revista Nueva Forma nº 10/11, 1966, pág. 21.
con la confianza de los dirigentes del Hogar del Empleado, interesados en que diseñara una escuela atractiva y novedosa. Y el rasgo característico del proyecto fue que todas las piezas de la escuela eran cilíndricas. Y, cada aula, que es de planta circular, cuenta con una pareja de igual círculo y al aire libre. Ambos cilindros, idénticos y de ladrillo, están unidos por el plano acristalado de su intersección. La pareja de cilindros, uno abierto y otro cerrado, constituyen la unidad aula. El cilindro cerrado está cubierto por una losa de hormigón, aparentemente flotante, que, elevada un pie sobre el muro de ladrillo, produce una banda perimetral de vidrio bajo el techo. La cubierta plana, en un principio, iba a ser ajardinada; al final, desgraciadamente, no lo fue. El conjunto, adaptándose a la topografía, tiene desniveles con algunos peldaños (hoy se resolvería con rampas). Y los muros de ladrillo visto aparecen también en el interior. En el proyecto original, había siete parejas de círculos correspondientes a siete aulas. El resto de las dependencias de la escuela se resolvían también con la pauta redonda. Círculos menores para despachos y aseos, más dos círculos grandes, que son un patio con deambulatorio y una sala mayor polivalente que podría usarse de salón de actos, capilla o gimnasio. Los intersticios entre círculos cerrados, espacios de comunicación entre aulas y demás cilindros, están acristalados, y son la antítesis abierta.
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CAPÍTULO 5 EL DESARROLLO
Moneo, 1958 José Rafael Moneo Vallés (1937), nacido en Tudela, bachiller con los jesuitas, había llegado a Madrid en septiembre de 1954. Era hijo de un ingeniero industrial, amante de la arquitectura, que había estudiado en Bilbao. El muchacho Rafael, muy sesudo, pensaba estudiar Filosofía y Letras, pero su padre le sugirió que se hiciera arquitecto. Por entonces, el comienzo de la carrera no era fácil. Había que hacer dos cursos de Ciencias Exactas y, después, aprobar un examen de ingreso en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, de cálculo y dibujo con mancha y lavado. Los aspirantes, mientras hacían los cursos de Exactas, iban por la tarde a la academia de algún pintor o arquitecto, para aprender las técnicas del dibujo de estatua con carboncillo (la mancha) y de los elementos clásicos con aguadas de tinta china sobre papel pegado (el lavado). Se hacían también apuntes callejeros, a lápiz o pluma, en cuadernos que llamaban muguruzas. Pocos aprobaban el examen de ingreso a la primera, algunos tardaban ocho años, y más. En aquellos tiempos, entre la arquitectura tradicional del franquismo, casi obligatoria, renacían algunos brotes de arquitectura moderna. Y, en la Escuela, en un ambiente de tímida modernización, se empezó a hablar de la necesaria renovación del examen de ingreso, tan académico. Oíza, el joven profesor auxiliar de Salubridad e Higiene, con el beneplácito de los profesores principales, Modesto López Otero1 y Pascual Bravo2, organizó unos cursillos de tres meses que suavizaban y renovaban las pruebas de ingreso. Modesto López Otero (1885-1962), arquitecto por la Escuela de Madrid. En 1916 fue catedrático de Proyectos. En 1923, al mismo tiempo que era nombrado director de la Escuela de Arquitectura, se le encomendó el proyecto y la obra de la Ciudad Universitaria de Madrid. La Segunda República lo sustituyó por Manuel Sánchez Arcas (1897-1970). En 1936 estaban ya algunas facultades. La Guerra Civil las dejó reducidas a escombros y era necesario reconstruir. Se encargó la obra, nuevamente, a Modesto López Otero, que dio el tono general, de inspiración racionalista, con grandes cuerpos de aspecto geométrico, y casi por completo de ladrillo rojo, dando idea de gran sobriedad. Fue director de la ETSAM hasta 1955.
1
Pascual Bravo Sanfeliú (1893-1984), arquitecto zaragozano, hijo de arquitecto, titulado en Madrid en 1918 (nacimiento de Oíza). Fue autor del pabellón de Aragón en la Exposición Hispanoamericana de Sevilla, 1929. En la ETSAM, fue catedrático de Proyectos desde 1934, y director entre 1956 y 1963, hasta que se jubiló. Supervisado por López Otero, hizo el proyecto de la Escuela de Arquitectura de Madrid, inaugurado unos meses antes de la Guerra Civil (18 de Julio de 1936). Entre 1941 y 1943, se ocupó de la reconstrucción del edificio dañado. Y logró el buen aspecto que aún conserva, con esos espléndidos interiores art decó. Se ocupó también de la reconstrucción del magnífico hospital Clínico de Sánchez Arcas, y del Arco de Triunfo de la Moncloa, al gusto de Franco. 2
152
155. Oíza joven. Foto publicada en El Croquis nº 32/33, 1988, pág. 176.
153
156 y 157. Oíza planteó varias versiones para la iglesia del padre Llanos en Entrevías. En la página anterior, una maqueta. Foto publicada en Nueva Forma nº 10/11, 1966, pág. 20. En ésta, la iglesia construida. Foto publicada en Hogar y Arquitectura nº 34, 1961, pág. 19.
Moneo dice que en los cursillos vio por primera vez a Oíza. Lo describe como ágil, ligero, enjuto y bien trajeado, con aire de atleta (era ciclista), conversando de buen humor con los profesores mayores3. El joven Oíza tenía ascendiente sobre ellos, pues, pocos años antes, le habían otorgado el Premio Aníbal Álvarez al mejor expediente académico. En el año 1958, Moneo estaba en el tercer curso de la carrera. Oíza necesitaba un ayudante, y, por recomendación de Josechu Erbina, llamó a Rafael Moneo. El profesor había consultado sus archivos y comprobado que era un buen alumno. Oíza le recibió en su casa, un piso de la Hermandad Nacional de Arquitectos, en la calle San Francisco de Sales. Suelo blanco de baldosa hidráulica, algún mueble Knoll, muchos libros en estanterías metálicas, impecables maquetas de cartulina blanca, una sobria mesa de borriquetas mejorada con un paño portugués de María Felisa; una reproducción del Guernica de Picasso, prendida con chinchetas; la radio fabricada por él: caja de pino melis y metacrilato que dejaba ver las válvulas; y la voz de una niña pequeña, la primogénita Noemí4. Al día siguiente Moneo empezó a trabajar con Oíza en un estudio nuevo que estaba en la calle Villanueva. Y “eso cambió mi vida”, ha dicho Moneo5. A través de Jorge Oteiza, el arquitecto había conocido a Juan Huarte que le había encomendado estudiar una propuesta singular de vivienda colectiva (de aquel encargo iba a salir Torres Blancas). Además, estaba haciendo la casa Gómez en Vitoria y la iglesia del padre Llanos en Entrevías. 3 José Rafael Moneo, “Perfil de Oíza joven”, en El Croquis nº 32/33, 1988, págs. 176 a 181. 4 También lo ha contado Moneo en “Perfil de Oíza joven”, op. cit. 5 http://bit.ly/2hP0wQg, 5/09/2014. Donde, además, Moneo dijo: “Esta profesión todavía tiene bastante de bottega de artista. Una escuela bien organizada puede dar una buena educación intelectual. Pero en el aprendizaje de la técnica de proyectar, la proximidad cuenta. Yo aprendí mucho de la proximidad de Oíza, con el que trabajé dos años. Recuerdo haber abandonado todo interés por la Escuela y poner todos mis afanes en trabajar con él”.
154
158. Sala de estar de la casa Gómez, con la chimenea central diseñada por Oíza y las lámparas de Coderch. Foto de Alberto Schommer publicada por Íñigo Cobeta, “Gure Naya” en la Revista Arquitectura COAM, 2001, pág. 69.
Casa Gómez en Durana, Vitoria, Álava, 1959 (Publicado en el nº 3 de la revista MAET, 2015) El vitoriano Fernando Gómez, médico anestesista, y su mujer, Paquita Mendiola, tenían tres hijos y un terreno en Durana, entre campos de trigo, al norte de Vitoria. Querían hacerse una casa. Era a finales de los años cincuenta. Su amigo Josechu Erbina, vitoriano también y veterano estudiante de arquitectura, les aconsejó que contrataran al mejor arquitecto, que, a su juicio, era Francisco Javier Sáenz de Oíza, profesor de Salubridad e Higiene en la Escuela de Arquitectura de Madrid6, donde Josechu estudiaba. Y siguieron el consejo. Por entonces, Oíza se estaba desvinculando de sus compañeros del Hogar del Empleado (Romany, Alvear y Sierra), y montando su propio estudio en un ático de la calle Villanueva de Madrid. Era el mismo Erbina, que propuso a Oíza que contratara, como ayudante, al estudiante tudelano Rafael Moneo. El primer boceto que Oíza presentó a sus clientes fue de una caja rectangular, supongo que en la línea racionalista que había caracterizado su etapa anterior y continuaría en la siguiente casa de Talavera, y, al parecer, nos les hizo mucha gracia7. Querían una casa moderna, y más integrada en el ambiente vasco de caseríos. Después, mientras cuidaba un examen de Salubridad, Oíza se entretuvo dibujando en una cuartilla nuevos croquis de la casa, una segunda propuesta bien distinta, que gustó a los Gómez. Oíza ha contado8 que, en aquel examen, delante del papel, pensó: ¿Cómo hacer una casa natural? Y dibujó la casa en función de las orientaciones: los dormitorios hacia el sol de la mañana; el cuarto de estar, al mediodía; la cocina al norte y el tendedero de la ropa al oeste. Y arriba, aislado, el estudio. Al tiempo, pensó en organizar la estructura de forma sencilla, que no entorpeciera la disposición, ni la expansión panorámica de las vistas; con un pilar en el centro y muros de carga en ligero zigzag, muy estables; sobre los que apoyar los forjados de un tejado 6
Oíza fue profesor de la asignatura entre los años 1949 y 1961, doce años.
7
Véase página 157.
8
Según Íñigo Cobeta, op. cit.
155
159 y 160. Arriba. Planta de la casa Gómez en Durana, con escala gráfica y orientación. Abajo. Patio de acceso de la casa Gómez, foto de Alberto Schommer. Publicado en Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., págs. 87 y 88.
156
161. Casa Gómez, jardín del cuarto de estar. Foto de Alberto Schommer publicada por Íñigo Cobeta, “Gure Naya” en la Revista Arquitectura COAM, 2001, págs. 69.
normal y singular, paraguas a tres aguas, un triedro. Y la potente idea, imparable, fue llevada a cabo con éxito. La casa se terminó en el año 1960. ¿Qué influencias recibió? No sé. Tal y como él era de estudioso, conocía bien la Willitts House (1903) de Wright, con la expansión exterior de los ambientes interiores; y la Brick House (1923) de Mies, con los muros de ladrillo que se extienden por el terreno. Y la de Durana prolonga también los muros de ladrillo fuera del ámbito de la casa. Estas prolongaciones producen un efecto orgánico, de tela de araña, de continuidad entre el exterior y el interior, y dan forma a cuatro espacios en el jardín que corresponden al acceso con el garaje, al estar, a la cocina y a los dormitorios. Y se refuerza el carácter orgánico –wrightiano que diría Fullaondo– con la chimenea en el centro de la casa. Aunque la chimenea no es del todo murada, tiene el tiro de chapa de acero sobre el tejado. El espíritu orgánico de las casas de la pradera de Wright está también en los materiales de Durana: piedra para los pavimentos, cerámica para los muros9, madera para los revestimientos interiores y las carpinterías, teja plana reciclada para la cubierta. Además, Oíza, “oteador de vanguardia”, supongo que miraría los trabajos tardoexpresionistas de Hans Scharoun (1893-1972) y Alvar Aalto (1898-1976), como lo haría también José Antonio Coderch para el proyecto de su propia casa (1955) o para la casa Olano en Comillas (Santander, 1957). Moneo, que trabajaba en el estudio cuando se hacía esta casa, cuenta10 que Oíza tenía encima de la mesa la casa de Comillas de Coderch11, y la villa Olivetti de Franco Albini (Samoná, Zodiac nº 3, 1995) que tiene relación con las escuelas de El Batán. 9
La misma plaqueta cerámica que en las viviendas experimentales.
10
Según Íñigo Cobeta, op. cit.
José Antonio Coderch (1913-1984). Véase catálogo de la exposición Coderch de Sentmenat, 1980, págs. 54 y 56, casa Olano, Comillas, 1957. Coderch era cinco años mayor que Oíza, para el año 1959, cuando Oíza estaba haciendo la casa Gómez en Durana, Coderch había hecho la casa Ugalde en Caldetas (1951), el proyecto de casa Coderch también en Caldetas (1955) y las chimeneas Capilla (1952) y Polo (1955). En esas casas, ya había roto con el racionalismo de Estilo Internacional. Participó en reuniones de TEAM 10.
11
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Casa de Lucas Prieto en Talavera de la Reina, Toledo, 1960 Lucas Prieto estaba casado con una Moro, que era prima de Oíza. Encargaron una casa en lo que, entonces, eran las afueras de Talavera (Toledo), junto a la carretera de Madrid a Extremadura que, en aquellos años, cruzaba la ciudad, como una calle. Después de la casa orgánica de Durana, Oíza volvió a utilizar criterios racionalistas, como antes. Y planteó una casa de planta rectangular, como el solar, apartada un poco de la carretera, alargada, alejándose de ella, y protegida por una tapia potente y abundante vegetación que, plantada entonces y transcurridos poco más de cincuenta años, hoy está muy frondosa, espléndida. Me imagino que la planta de líneas ortogonales de la primera propuesta para la casa en Durana, la que no convenció a los Gómez, debió ser de este estilo. En Talavera, como en Durana, Oíza vinculaba patios exteriores a las distintas áreas de actividad de la casa, aunque la parcela es más pequeña que la de Vitoria. La casa de Lucas Prieto tiene cierta relación con las viviendas patio de Mies van der Rohe de 1931. Exteriormente, con sus franjas horizontales ligeramente voladas, recuerda al precioso monumento en memoria de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo de 1926, también de Mies y desaparecido. En la acusada horizontalidad de fábricas y carpinterías, parece inspirarse en las casas de la pradera de Wright de la primera década del siglo XX. Dice Fullaondo que José Antonio López Candeira, amigo de Mangada, intervino algo en el proyecto de esta obra, como ayudante de Oíza. La colaboración duró poco, Fullaondo creía que el progre Candeira hubiera encajado mejor en el periodo anterior, el de las viviendas sociales. Y Fullaondo vivió los momentos finales de la obra y acompañó varias veces a Oíza en sus viajes a Talavera12, cuando Candeira ya no estaba en el estudio. Entonces, callejeando, fue cuando encontraron el edificio hecho por el arquitecto Vicente Sáenz, padre de Oíza13. También cuenta Fullaondo que Oíza pensaba hacer otra casa para la misma familia Moro en el solar de al 12
Fullaondo, op. cit., págs. 36, 37, 49, 52, 55, 56, 60, 77, 142.
13
Fullaondo, op. cit., pág. 36.
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162 y 163. Arriba, planta baja de casa Prieto-Moro en Talavera de la Reina, Toledo. Con cuatro ambientes: de acceso (en negro), de estancias (2), de juegos (3) y de garaje y servicios (4). Publicada por Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 104. Abajo, vista desde la calle. El magnolio, el sauce llorón y el cedro ya tienen quince años. Foto de JV, 1975.
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164. Maqueta de Oíza, a vista de pájaro, para el concurso del pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York, celebrada en el año 1964. Foto publicada en la revista Nueva Forma nº 10/11, 1966, pág. 24.
lado. Hubo algún problema. Debió tardar y la hizo un estudiante de arquitectura llamado Manolo Casas, que era de Talavera, hijo de un aparejador talaverano. (Fullaondo trabajó también en Torres Blancas, Alcudia y las escuelas circulares de El Batán). El pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York, 1964 La Feria Mundial de Nueva York fue convocada por hombres de negocios estadounidenses con fines económicos. El planificador fue el arquitecto y urbanista norteamericano Robert Moses (1888-1981), hijo de judíos alemanes. Pensaban invertir dinero y ganar. Iba a estar abierta un año (1964-1965). La coartada moral era la reconciliación internacional, después de las guerras mundiales. El lema era “paz mediante el entendimiento” comercial. El concurso para el Pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York del año 1964, había sido convocado, con prisas, en 1963, poco después de que muriera don Modesto López Otero, y de que Moneo y Dionisio Hernández Gil obtuvieran el premio de estancia en la Academia Española de Roma. Al concurso se presentaron muchos arquitectos que eran o iban a ser famosos, como Miguel Fisac, Asís Cabrero, Oíza, Oriol Bohigas, Corrales y Molezún, Fernando Higueras, José María García de Paredes, Antonio Vázquez de Castro… El ganador fue el arquitecto madrileño, nacido en Barcelona, Javier Carvajal Ferrer (1926-2013), cuyo pabellón tuvo gran éxito. Si el año 1958 había sido el año de Bruselas, con el pabellón de Corrales y Molezún; 1964 iba a ser el año de Nueva York, con el de Carvajal14. La propuesta de Oíza –como su proyecto de escuelas en El Batán y, en parte, sus Torres Blancas– estaba en la órbita del círculo. Órbita creada en 1947 por Frank Lloyd Wright con el proyecto utópico del Huntington Hartford resort para Los Ángeles, que nunca construyó, y que reitero. En esta propuesta de Oíza, sólo esbozada, hay un ingenioso contacto entre las piezas tronco-cónicas, inversas y escalonadas. Carvajal había ganado una Cátedra de Proyectos en la ETSAM. Tenía a Antonio Fernández Alba de auxiliar y a Fullaondo y García de Castro como adjuntos (véase Arquitectura nº 67, 1964). 14
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165. Fotograma del NO-DO en el que se ve una fotografía grande de la maqueta de la propuesta de Oíza que aparecía en la exposición pública que hubo con motivo del concurso nacional. En http://bit.ly/2zxI1rI, 21/02/2015.
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166. Boceto de Oíza para el concurso del Teatro de la Ópera de Madrid. Publicado en la revista Nueva Forma nº 10/11, 1966, pág. 24.
Concurso de anteproyectos para la Ópera de Madrid, 1964 En 1963, la Fundación Juan March propuso la construcción de un gran odeón en AZCA, centro comercial en la prolongación del paseo de la Castellana. Y organizó el Concurso Internacional de Anteproyectos para la construcción en Madrid de un nuevo Teatro Nacional de la Ópera. Antes, debió haber conversaciones entre los March y los ministros de la Vivienda y de Educación y Cultura. Y un grupo de arquitectos oficialistas hicieron viajes de estudio por Europa, analizando el asunto de los teatros de ópera, para cooperar al éxito de la iniciativa de la Fundación Juan March que, acaso, subvencionó los viajes. Y con la experiencia del viaje y la supervisión del arquitecto José Fonseca, se editó un folleto titulado El proyecto de un teatro de ópera y sus problemas, que sirviera de directriz a los concursantes. Se presentaron 143 anteproyectos15, entre los que estaban representadas todas las tendencias. Los trabajos eran anónimos, bajo lema. La Fundación Juan March, a través de la prensa, hizo que el concurso tuviera mucha resonancia. Un notario guardó lo nombres de los autores con sus lemas y adjudicó a cada trabajo un número secreto, para que ningún concursante pudiera decir a los miembros del jurado cuál era su lema. La Fundación organizó un jurado muy institucionalista: El director general de Bellas Artes y catedrático de Arqueología Gratiniano Nieto Gallo (1917-1986); el director general de Arquitectura, Miguel Ángel García-Lomas (1912-1976), arquitecto y político que fue alcalde de Madrid; un arquitecto extranjero, el francés Pierre Vago (1910-2002), editor de la famosa revista L’Architecture d’Aujourd’hui de difusión internacional; y, entre otros, el arquitecto Rafael de La-Hoz Arderius (1924-2000) que era ya un hombre bien situado y que actuó de secretario. El resultado, como es lógico, fue un fiasco. El ganador se llamaba Jan Boguslawki, un arquitecto polaco desconocido, quizá le conocieran en su tierra, detrás del telón de acero16. 15 Entre ellos, Rafael Moneo, Carlos Sobrini, Miguel Gortari, Francisco Fernández Longoria y otros muchos famosos y menos famosos.
Autor de una torre de agua con tanque toroidal en Ciechanw, Polonia y de los apartamentos “Puma” en Powisle, Varsovia. En 1964 participó también en el concurso para el nuevo Teatro Nacional de Budapest. 16
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167. Maqueta de Oíza para el concurso del Teatro de la Ópera de Madrid. Publicado en la revista Nueva Forma nº 10/11, 1966, pág. 24.
Las bases del concurso decían que, para la obra, el ganador extranjero tenía que colaborar con un arquitecto de Madrid. No se sabe si Boguslawki no lo acepto o si Franco no quería un arquitecto comunista para el Teatro Nacional de la Ópera, el caso es que, dos años después, el proyecto estaba adjudicado a Fernando Moreno Barberá (1913-1998) que había logrado el segundo premio, y se pasaba de presupuesto. Todo fue un cuento. Al parecer, el Gobierno no quiso poner dinero para la construcción de la Ópera y los March17 no vieron rentable el negocio. Y, finalmente, no se hizo nada. La propuesta esbozada por Oíza, lejos ya del racionalismo de su primera época, estaba en la línea del expresionismo orgánico propuesta por Jorn Utzon (1918-2008) para la Ópera de Sídney construida entre los años 1957 y 1972. Una línea muy florida, que, en el caso de Oíza, se expresaba mediante una maqueta confeccionada con conchas marinas.
17 El mallorquín Juan March Ordina, nacido en el año 1880, fue un contrabandista y empresario, creador de una gran fortuna, con la que financió la campaña golpista del general Francisco Franco en 1936. Murió en el año 1962. Cuando lo del concurso del Teatro de la Ópera, era su hijo Juan March Servera (1906-1973) quien estaba al frente de la Fundación.
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Los apartamentos Castellana, 1966 Este fue un proyecto que Oíza no llevó a cabo. Consistía en hacer una manzana completa de viviendas en el solar del paseo de la Castellana de Madrid, en el que hoy está el edificio de la Caixa18, tan feo. Junto al que fue mítico hotel Castellana Hilton, exquisita obra del arquitecto Luis Martínez-Feduchi (1901-1975). La manzana es la comprendida entre las calles de García de Paredes, Miguel Ángel y el paseo de la Castellana. El proyecto era para apartamentos y viviendas con dos sistemas de acceso: un corredor de servicio para los apartamentos, y accesos independientes para cada vivienda. Por los dibujos y maquetas de Oíza, parece que el proyecto no pasó del periodo de elaboración, sin llegar a concretarse. Me baso en los dibujos y fotos de maquetas publicados por Juan Daniel Fullaondo (1966) y Javier Sáenz Guerra (1996). Son documentos que no concuerdan unos con otros, pues representan diversas opciones, aún sin decidir. Por ejemplo, de los dos croquis de la fachada. El primero (il. 168) representa una sucesión de prismas verticales, semi-hexagonales y octogonales, que parecen cápsulas de vidrio, como si fueran grandes miradores que envuelven, de forma continua, todo el conjunto de las viviendas. El segundo croquis (il. 169) parece que se refiere a una fachada de terrazas continuas, ajardinadas, quizá también de vidrio y con celosías de madera. Son, pues, dos opciones distintas de un mismo proyecto. En cuanto a la planta, contamos con un croquis y un plano (il. 170 y 171). En los dos hay rasgos comunes. Un patio de manzana, un corredor en el interior de las crujías, apartamentos pequeños, dando al patio interior; y viviendas mayores en el exterior. Pero son distintos. Respecto a las fachadas, se plantean tres opciones. Una, las terrazas corridas, con vidrio y celosías (il. 169). Dos, las bandejas curvas, al estilo de las terrazas de Torres Blancas, que aparecen en la planta y en la maqueta de una esquina (il. 172). Tres, las cápsulas verticales de vidrio, hexagonales o circulares que aparecen en el croquis axonométrico (il. 168) y en la maqueta de detalle (il. 173). Por último, hay una maqueta del conjunto (il. 174), en la que parece que el patio interior se abre hacia el norte. Asunto que no se da en las plantas. Obra del ingeniero, arquitecto y empresario catalán José María Bosch Aymerich (1901-2015). Véase revista Informes de la Construcción nº 324, s/f. 18
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168. Croquis en perspectiva axonométrica de las fachadas de la manzana de viviendas en la Castellana, dibujado a lápiz por Oíza. Publicado en Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 115.
169. Croquis en perspectiva cónica que representa un fragmento de la fachada, quizá de vidrio y con celosías de madera. Publicado en Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág.114.
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170 y 171. A la izquierda, primer croquis para el proyecto de Apartamentos en la Castellana. A la derecha (que es el lado de la Castellana), otra variante de la planta. Publicadas en Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., págs. 114 y 115.
172 y 173. Maqueta de una fachada larga (¿a la Castellana?) y otra corta, con la correspondiente esquina. A la derecha, una maqueta de detalle, con dos módulos de fachada. Fotos publicadas en la revista Nueva Forma nº 10/11, 1966, págs. 23 y 24.
174. Maqueta del conjunto en la Castellana. Con la apertura del patio hacia el norte. Publicado en Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 114.
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Todos estos documentos demuestran el carácter dubitativo del proceso seguido por Oíza en este proyecto. Lo que caracterizó muchas veces su forma de trabajar. Una búsqueda sin pereza, sin complacencia ante la primera idea que le viene a la cabeza, aunque sea válida. Persiguiendo otras, para contar con una conjunción de ideas, un abanico de opciones, sobre las que especular y hacer comparaciones, con el fin de tener más posibilidades de dar con la mejor. Cuando conocí el estudio de Oíza (1968), meses después de que estuviera enfrascado en este trabajo, tenía aún pinchado en la pared algún croquis de la Castellana. Pocos años más tarde, Moneo hizo en San Sebastián las viviendas del río Urumea (1969-1973). El parecido con alguno de los croquis de los Apartamentos Castellana de Oíza es evidente.
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Concursos para las universidades de Madrid y Bilbao, 1968-1969 (“En el estudio de Oíza”, artículo publicado en El Croquis nº 32/33, 1988, págs. 192 a 196, corregido) Valdés, Velasco y Vellés trabamos amistad en la Escuela, por orden de lista. En el segundo curso (1967-1968), tuvimos de catedrático de Proyectos a Sáenz de Oíza. Los profesores encargados de nuestro curso fueron Rafael Aburto (1913-2014) y Manuel de la Dehesa. Dibujábamos en una clase pequeña (“la nevera”) que había al fondo de la gran aula de proyectos. Hicimos un trabajo en equipo reiterando las viviendas en hilera de Entrevías. El proyecto gustaba a nuestros profesores, y estábamos orgullosos de él. Un día agarramos el rollo de planos bajo el brazo y fuimos a enseñárselos al catedrático (no lo era aún). Oíza que, desde 1949, había sido profesor ayudante de Salubridad e Higiene, como ya dije; a partir de 1952, también daba clases de Proyectos, primero como auxiliar y, luego, como adjunto. En 1970, ganó la oposición a catedrático de Proyectos Arquitectónicos III (años después, entre 1981 y 1983, fue el director de la Escuela de Arquitectura de Madrid). Cuando le conocimos, tenía la costumbre de ir todos los días a clase. Se ponía en la primera mesa que encontraba, y al hilo de cualquier plano, hilvanaba una conversación de tres horas. Generalizaba y particularizaba, divagaba y concretaba, hablaba sin parar hasta que alguien advertía que era la hora de terminar la clase. A veces dejaba que le interrumpieran y permitía que se polemizara. Se formaba un corro en torno a él. Los alumnos escuchaban con gozo, interesados por no perder palabra y, con entendimiento taquigráfico, seguían el discurso del vertiginoso socrático. Por fin, conseguimos poner los planos delante de él. Se fijó en los dibujos y los comentó. Empezó encontrando algún defecto y terminó alabando aquel trabajo. –¿Quién es el autor del proyecto? – Preguntó Oíza con voz sonora. –Nosotros tres– contestamos ufanos. –Pues bien– dijo Oíza–, calificando de 0 a 10, a este ejercicio corresponde un 9, que repartido entre tres es 3, así que están ustedes suspendidos.
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175. Maqueta de la propuesta de Oíza para la Universidad Autónoma de Madrid. Foto inédita del estudio de Oíza, s/f.
¡Oh, qué gran lección la de aquel singular individualista! Al curso siguiente empezamos a trabajar en el estudio de Oíza. Nos contrató para que le ayudáramos en el concurso de proyectos de la Universidad Autónoma de Madrid. Competíamos con arquitectos de reconocido prestigio como Corrales, Fernández Alba, Feduchi, Fullaondo, Casas e Higueras. Los ganadores fueron los Borobio. A pesar del fracaso, la experiencia fue muy buena. Habíamos trabajado al dictado de Oíza, con mucha especulación y poca prisa. Se convenció al maestro de que había poco tiempo y se reforzó el equipo de ayudantes, llamando a Margarita Luján y Javier Vizcaíno que eran compañeros nuestros. En el estudio de Oíza se trabajaba bien19. En el piso alto vivía la familia numerosa, al cuidado de María Felisa; en el piso bajo estaba el recibidor, donde había una motocicleta DKW y un piano, la biblioteca y el despacho del maestro; en el semisótano trabajábamos nosotros. La planta nuestra estaba compuesta por una gran sala con mesas para todos, y dos cuartos. Uno era el archivo y el otro era un pequeño taller donde había materiales, herramientas y máquinas que servían para hacer maquetas. El maestro nombraba las maderas que tenía: pino, haya, roble, boj, teca, balsa, embero, ocume, chopo…, y hablaba de las propiedades de cada una de ellas. A ver quién es capaz –decía, ofreciéndonos un trozo de encina– de clavar en esta madera, sin que se tuerza la punta. Por la mañana íbamos a la Escuela, Oíza tenía sus clases y nosotros las nuestras. Por la tarde trabajábamos en el estudio. Empezábamos a las cuatro y media; cada uno entraba con su propia llave (era también la llave de su casa). A media tarde bajaba Pili, una hermosa doncella portadora de la gran bandeja en la que había café con leche y pan tostado con mantequilla. Oíza solía bajar a merendar con nosotros y cambiábamos impresiones sobre la marcha del trabajo. Aparecía también en cualquier momento, cuando había hecho algún hallazgo en su biblioteca que constantemente estudiaba, o cuando había dado con alguna idea que le parecía interesante. Era un adosado de la colonia de Nuestra Señora de Covadonga (Puerta del Ángel) en la avenida de Portugal. Antes, yo trabajaba con el arquitecto Manuel Cortés que me pagaba 5.000 pesetas al mes, que me llegaba para vivir en un apartamento regalado por mi suegro, Alberto de Uribe Uriarte. Con Oíza vivía mejor, pues me pagaba 15.000. 19
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Usaba folios de papel de croquis que gastaba sin mesura de quinientos en quinientos. Traía unos cuantos croquis recién hechos, dibujados rápidamente con lápiz de vibrante línea, a mano alzada, croquis claros y precisos, con anotaciones y medidas. De ellos salían nuestros planos, premiosas láminas grandes de papel vegetal, dibujadas con regla y tinta. En una ocasión nos encontró corrigiendo un plano. Raspábamos tímidamente con la punta de una cuchilla, una por una, las líneas equivocadas de un dibujo. Puso el papel sobre una superficie lisa y dura, cogió la cuchilla curvándola con el pulgar entre el índice y el corazón y, usando todo el filo, sacó virutas al papel sin romperlo, como hace un carpintero con la garlopa sobre el madero. En un minuto había borrado todo el plano y, después, rehízo el dibujo corregido. Nunca habíamos trabajado en un proyecto tan complejo como aquel de la Universidad Autónoma de Madrid. Contábamos con un programa exhaustivo, en el que se hablaba de aulas, aulas magnas, seminarios, departamentos, despachos, vestíbulos, archivos vivos, archivos muertos, salas de coloquios, de reuniones, de medios audiovisuales, de trabajo, de lectura, de profesores, de alumnos, de ordenadores, editoriales de revistas, de boletines, de otras publicaciones, bibliotecas, depósitos de libros, almacenes, secretarías, gabinetes psicotécnicos, áreas de personal, depósitos de microfilms, oficinas de reprografía, de encuadernación, laboratorios, bares, snack bar, restaurantes, autoservicios, residencias, colegios mayores, viviendas de profesores, aparcamientos, campos de deportes, gimnasios, y no sé cuántas cosas más. Había campo suficiente para que cada uno de nosotros pudiera tener la sensación de que trabajaba con libertad, aportando ideas propias. Pero había una idea universal, inicial, que era la principal y la más fuerte, y que el maestro mascullaba antes, quizá, de que empezáramos a trabajar con él: la Ciudad Lineal. Una tarde, en la que hablábamos del antiguo tranvía de Arturo Soria20, Oíza propuso un concepto paradójico: el ascensor horizontal. Ensayó, durante toda aquella tarde, diversas disquisiciones en torno al asunto. Contó sus experiencias en América. Describió los pasillos En el viejo folleto de propaganda de la Ciudad Lineal de Arturo Soria se dedicaba un capítulo a los tranvías. (Folleto-guía de la Ciudad Lineal, Madrid, compañía Madrileña de Urbanización, 1911, págs. 10 a15). 20
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176. Maqueta de la propuesta de Oíza para la Universidad Autónoma de Madrid. Foto del estudio de Oíza, publicada en Nueva Forna nº 48, 1970, pág. 23.
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177. Croquis de la Universidad Autónoma de Madrid. Sección fugada. El lado de la izquierda, más acristalado, mira al norte. En el centro, el Trans-rail doble. Publicado en Nueva Forma nº 48, pág. 19.
178. Secciones transversales de la propuesta de Oíza para la Universidad Autónoma de Madrid. Publicadas en Nueva Forma nº 48, 1970, pág. 98.
179. Planta esquemática del conjunto de la Universidad Autónoma de Bilbao y su conexión con la red viaria de Asúa a su Políogono. Publicada en Nueva Forma nº 48, 1970, pág. 98.
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180. Oíza en el estudio de la avenida de Portugal, con sus ayudantes Margarita de Luxán y Alfonso Valdés, en mayo de 1968. Fotografía publicada en la revista Nueva Forma nº 49, 1970, pág. 26.
rodantes de los grandes aeropuertos internacionales, donde los viajeros avanzaban con sus equipajes, marchando quietos al unísono, sin hacer el menor esfuerzo, como circunspectos androides de un mundo feliz. Fantaseó con optimismo sobre diversos futurismos, y trajo a colación los temas clásicos de la Física newtoniana, comparando el trabajo grande que es necesario para elevar una masa, venciendo la fuerza de la gravedad, con el trabajo pequeño que supone desplazarla sobre una superficie horizontal sin rozamiento. Y emulando la afición propagandista del gran Le Corbusier, concluimos la jornada con el bautismo de nuestro ingenio mecánico, al que pusimos el nombre de Trans-rail. El maestro tenía una habilidad especial para hacernos sentir que contribuíamos a la gestación del proyecto. Como si se tratara de un juego en el que todos participábamos por igual. La decisión de vertebrar aquel farragoso conjunto de partes heterogéneas a lo largo de un eje central impuso un principio de orden general al proyecto. Fue como si hubiéramos dado con la guía para ensartar todas las piezas y convertirlas en cuentas de un collar. Contábamos además con una figura de referencia, de la que el maestro nos había mostrado dibujos y fotografías publicadas en libros y revistas. Era el centro urbano de la nueva ciudad escocesa de Cumbernaul (new town). Un potente edificio construido en hormigón armado, de estilo brutalista21. Al importante concurso internacional de la Universidad Autónoma de Madrid, convocado en 1969, se presentaron 27 equipos. El resultado fue un desengaño. La exposición de los trabajos, deficiente y apresurada, se hizo en el mes de julio y sólo duró tres días. El primer premio fue para los Borobio (familia de arquitectos del Opus Dei de Zaragoza y Pamplona). El equipo técnico del Ministerio de Educación y Ciencia (un ministerio con fama de corrupto, entre los constructores) se hizo cargo del proyecto y de la obra. Modificaron las medidas de la propuesta ganadora. El módulo original de 3,60 x 4,80 m, ramplonamente, lo redujeron a 3,60 x 3,60. Adjudicaron los trabajos con un presupuesto de 1.291 millones de pesetas que, El centro urbano de Cumbernaul apareció en varias publicaciones, entre ellas: Royton Landau, New Directions Architecture, New York, George Braziller, 1968 (trad. Juan J. Garrido, Nuevos caminos de la Arquitectura inglesa, Barcelona, Editorial Blume, 1969, págs. 52 a 56). 21
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entonces, era una cifra fabulosa, a una unión temporal de empresas. Y la anodina obra empezó a construirse en la hondonada de Cantoblanco de forma apresurada e incompleta. Se inauguró en octubre de 1971. El 29 de septiembre de 1976, se hundió el forjado de la segunda planta de la Facultad de Medicina22. Los autores del proyecto, los técnicos del Ministerio y los responsables de las empresas constructoras (Dragados, Entrecanales y Huarte) fueron procesados. Enjuagues, chapuzas y corruptelas, salieron a relucir. El maestro había pagado generosa y puntualmente cada fin de mes. Cuando acabó el concurso temimos que, como habíamos convenido, la colaboración terminara. Pero se convocó otro concurso de universidades, esta vez en Bilbao, y como es de los que no cejan, propuso que lo intentáramos de nuevo. A pesar del fallo del jurado, creía, y nosotros con él, que la propuesta de la universidad lineal era buena, y estaba dispuesto a seguir trabajando para perfeccionarla y presentarla otra vez. Para ello, había que conocer el terreno en el que la nueva universidad se construiría y fuimos a Bilbao. El viaje no fue directo. Al llegar a Vitoria nos desviamos a Durana, que está a unos siete kilómetros al norte de la capital. El maestro había hecho allí la casa para los señores de Gómez, que estaban, y nos recibieron amablemente. Nos enseñaron todas las habitaciones con orgullo más desenfadado que el del arquitecto. No habían hecho ningún cambio y estaban satisfechos y sorprendidos de que una casa tan singular fuera, al mismo tiempo, útil y cómoda para una familia normal. Era una casa norteña, con el fuego del hogar en el centro y la lluvia escurriendo por la pirámide triangular del tejado, como una cabaña. Entramos en Guipúzcoa por el puerto de Arlabarán, para bajar a Oñate, donde veraneaba María Felisa cuando Oíza la conoció, y subir al santuario de Aránzazu. Diecinueve años después del concurso, la obra que había dirigido Oíza estaba terminada, pero aún quedaba algún detalle. Oíza se alegró al encontrar allí a su amigo Oteiza. El escultor nos llevó a su destartalado taller, una especie de tendejón de canteros, donde tenía numerosos bocetos de la Piedad. Regaló uno al maestro. Oteiza hablaba mucho y con vehemencia de amores artísticos y odios políticos. Nos 22
Véanse periódicos ABC del 5 de octubre de 1976 y del 12 de febrero de 1977.
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181. Maqueta de madera de balsa, construida y fotografiada por el propio Oíza, sin ayuda de nadie, en una noche. Publicada en Nueva Forma nº 48, 1970, pág. 95.
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182. Otra vista de la maqueta. Foto de Oíza, publicada en Nueva Forma nº 48, 1970, pág. 96.
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183. Planta general de la Universidad Autónoma de Bilbao, destacándose en oscuro las playas de aparcamiento de la primera fase. Publicado en Nueva Forma nº 48, 1970, pág. 98.
llevó a un caserío que está más arriba que el santuario, creo recordar que se llamaba Goicoventa. Estuvimos admirando la estructura de madera del desván, en el que había muchas manzanas extendidas por el suelo de tarima. Después, comimos al aire libre en una mesa de bancos corridos que estaba delante del portal, con el escultor y unos amigos suyos. La sobremesa duró hasta media tarde. Entre los árboles, abajo, se veían las torres de la basílica, monolitos erizados como pilas de diamantes, junto al casco del navío volcado, o vientre leñoso de ballena, desde el que se contempla la Gloria de azules fríos en la que está el cálido camarín dorado de la Virgen bizantina. Al atardecer, continuamos el viaje hasta Portugalete para dormir en casa de mis tías las Vellés. Antes de llegar, se nos pinchó una rueda en Baracaldo. Cambiándola, nos pusimos malos respirando los humos ferrosos de Altos Hornos de Vizcaya. Al día siguiente fuimos a Lejona y caminamos por los terrenos en lo que iba a construirse la Universidad Autónoma de Bilbao. Lo que vimos afirmó nuestro propósito, pues la universidad lineal parecía que cabía en aquel paraje. Se trataba de un conjunto de campas, alargado en la dirección este-oeste, con una cumbrera central en la misma dirección, divisoria de dos vertientes, meridional y septentrional, con pendientes suaves. Podríamos poner el eje central en la dirección este-oeste, coincidente, más o menos, con la cumbrera, y sobre este eje situar el Campus, estrecho y largo, con los edificios singulares. Al norte del eje, en paralelo, estarían las áreas docentes. Y derramadas por la ladera sur se hallarían las zonas deportivas y residenciales. Por la noche, mis tías Angelines y Mari, su marido Sam Mac Lees, Oíza y yo fuimos a casa Juanito a comer las mejores sardinas asadas de Santurce, y tomar chacolí (hubo que dejar que pagara). Oíza estaba ilusionado con aquel proyecto y pensaba ganar el concurso. Quiso reforzar el equipo. Esta vez a su manera, y llamó al discípulo predilecto, Rafael Moneo, que años antes había dibujado en aquellas mesas que usábamos, ayudando al maestro en proyectos famosos como el de Torres Blancas. Moneo era ya arquitecto conocido. Había obtenido el premio
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184. Concurso para la Universidad Autónoma de Bilbao, 1969. Maqueta de haya maciza. Terreno tallado por José María Valencia, estudiante. Piezas de arquitectura labradas en el taller del maquetista Jorge Brunet. Conjunto ensamblado en el estudio de Oíza. Foto publicada por Juan Daniel Fullaondo en la revista Nueva Forma nº 48, 1970, pág. 100.
nacional de Arquitectura del año 196123, y se habían publicado obras suyas y algún artículo. Oíza explicó lo que estábamos haciendo y Moneo se compenetró con ello. Se adjudicó una mesa y estuvo un mes dibujando con nosotros. Alguna de las últimas jornadas fueron de día y noche. El maestro componía con tablillas y listones de madera de balsa, un modelo a escala que representaba un tramo del edificio lineal con la galería acristalada central; Moneo hacía, a lápiz, una perspectiva grande, o alzado fugado, en el que aparecía el frente meridional de la Universidad, en toda su larga extensión. Los demás dibujábamos planos y montábamos una maqueta del conjunto. Contábamos con la ayuda de un experto maquetista, Jorge Brunet, que fabricó las piezas difíciles, y con nuestro compañero José María Valencia, conocedor de la ebanistería por tradición paterna, que talló con gubia un bloque alistonado de madera de haya, sacando la forma de la topografía, para hacer con el terreno la robusta base de maqueta. Todo se acabó a tiempo y presentamos un trabajo completo en el que la Universidad que soñábamos estaba bien explicada. Cuando al cabo de un par de meses, se supo que el jurado no había otorgado ningún premio a Oíza, el maestro había hecho que nos enfrascáramos en otros proyectos y la mala noticia pasó casi inadvertida. Estos anteproyectos tuvieron gran influencia sobre nosotros, los discípulos de Oíza. Cuando terminamos la carrera, trabajamos en el Gabinete de Proyectos de la Obra Sindical del Hogar, que dirigía el arquitecto Antonio Vallejo. Hicimos unas cuantas escuelas de formación profesional, y todas ellas respondían e un esquema lineal inspirado en las universidades de Oíza. Nuestro amigo José Manuel López Peláez, con Julio Vidaurre Jofre (1926-2004), ganó el premio nacional de Arquitectura del año 1971 con un edificio docente y lineal, basado en los mismos esquemas24 y, luego, Peláez y yo hicimos la Escuela de Formación Profesional de Sevilla que, con otro uso, aún sigue funcionando, y perpetuando las ideas de Oíza. 23
Por el anteproyecto del Centro de Restauraciones Artísticas de Madrid, en colaboración con Fernando Higueras.
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Véase Arquitectura COAM nº 153, 1971, págs. 2 a 13; Nueva Forma, nº 70, págs. 68 a 73.
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185. En maqueta, el nuevo centro y las grandes torres previstas cerca de él. Fotomontaje del estudio de Oíza, 1970.
El concurso de Mónaco, 1970 Quizá lo más llamativo del panorama de la arquitectura internacional de los años sesenta había sido el Archigram25. Propuestas utópicas de arquitectura, que un grupo de arquitectos ingleses difundió con su revista Archigram, en la que se proponían fantasías arquitectónicas de exaltación de la tecnología avanzada. Imágenes inspiradas, por ejemplo, en los complejos de la industria petrolera, con caligrafía pop art, o ingenuas ciudades con patas que, como enormes acémilas mecánicas, caminaban por el territorio. En los años setenta, el centro Pompidou de París, de Piano & Rogers, iba a ser la consecuencia real de aquellas ensoñaciones maquinistas. En 1969, el Principado de Mónaco organizó un concurso internacional de arquitectura para la construcción de un gran centro de ocio y cultura en la ciudad de Montecarlo, la ciudad marítima que sube por la ladera del monte, última estribación de los Alpes, en la Costa Azul. El lugar del concurso era un terreno ganado al mar en la ribera oriental del Principado, cerca de la playa de Larvotto. Fue un concurso internacional por invitación. No sé cuántos fueron los concursantes. Fullaondo publicó las propuestas de Sáenz de Oíza y de Fernando Higueras (1930-2008), invitados españoles que compitieron con arquitectos de Inglaterra, Francia, Finlandia, Alemania y Estados Unidos. Creo que Ricardo Bofill (1936) también fue invitado aunque no conozco su propuesta, ni la de Frei Otto (1925-2015) convocado también. Para el jurado contrataron a Pierre Vago (1910-2002), el arquitecto editor de la revista L’Architecture d’Aujourd’hui (también fue jurado del fracasado concurso de la Ópera de Madrid); René Sarger, ingeniero civil autor del pabellón de Francia en la Feria Internacional de Bruselas del año 1958; Michel Ragon (1924), escritor, historiador del arte y crítico de arquitectura; y el ingeniero y empresario inglés sir Ove Arup (1895-1988) que, en cierta medida, había contribuido a la destitución de Jorn Utzon en la dirección de la obra de la Ópera de Sídney, en 1965. En el estudio de Oíza, para este concurso, se incorporó el estudiante Luis Burillo que era hijo de un aparejador de Zaragoza conocido del maestro. En la memoria del concurso, El grupo Archigram, estaba formado por Peter Cook, Warren Chalk, Ron Herron, Dennis Crompton, David Greene, Michael Webb… 25
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186. Un detalle de la maqueta realizada en metacrilato y PVC por Jorge Brunet. Foto del estudio Oíza, 1970.
publicada por Fullaondo, se explicaba la intención urbana de la propuesta de Oíza: en un barrio de fuerte pendiente, con una calle comercial que, siguiendo una curva de nivel, discurre en paralelo al borde del mar, a más de 40 m por encima de él, Oíza quería conectar, de forma cómoda y atractiva, la calle comercial de arriba con la avenida marítima de abajo, avenida de la Princesa Gracia, en la que se iba a construir el gran centro de ocio y cultura, al borde del mar. Quería enlazar el comercio con el ocio y la cultura, mediante torres de ascensores y pasarelas que, formando parte del nuevo centro, saltaran por encima del gran desnivel y de la avenida. Ante la indefinición del programa definitivo del concurso, cuyo destino final parecía aleatorio, Oíza proponía la construcción de una estructura adintelada de acero, grande y robusta, que sirviera de soporte para la inserción de contenedores diversos, situados a distintas alturas, fijos o desmontables, con los que se fuera materializando el contenido cambiante. Módulos útiles entre los que discurrirían las baterías de ascensores, las escaleras mecánicas, y los paquetes de instalaciones. Todo ello con una estética de artefacto, en cierta medida inspirada en las propuestas de Archigram. Estética que, como anuncié, al año siguiente, iba a triunfar en París con el Centro Nacional de Arte y Cultura George Pompidou. Luis Burillo, decía que sabía francés, y acompañó a Oíza a Mónaco para la entrega de la propuesta (con la envidia de los demás). El ganador del concurso fue Peter Cook (1936) del grupo Archigram que, sorprendentemente, había cambiado de rumbo. Ya no iba con la exuberante iconografía megaestructural y archi-tecnológica, sino con una actitud ecologista y prudente, proponiendo una colina artificial que escondiera el complejo técnico, bajo un jardín natural y cibernético. Pero el proyecto ecologista no se llevó a cabo. Treinta años después, en julio del 2000, el príncipe Rainiero, acompañado de su hijo Alberto, el heredero, inauguró el Foro Grimaldi, un adefesio de 35.000 m2 para exposiciones comerciales, congresos y celebraciones deportivas y culturales. Un gran engendro aparatoso de autor desconocido, que ocupa casi todo el solar de aquel concurso y deja, en el extremo occidental, un pequeño jardín japonés junto al mar.
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187. Vista de pájaro de la maqueta para el concurso de Mónaco. Foto del estudio de Oíza, 1970.
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188. La propuesta en su entorno, junto a la playa de Larvotto. La maqueta sobre una vista de Montecarlo. Fotomontaje del estudio de OĂza, 1970.
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CAPÍTULO 6 LOS HUARTE
Ricos y rumbosos Félix Huarte Goñi (1896-1971) nació en Pamplona, en el seno de una familia artesana. A los catorce años empezó a trabajar como aprendiz de delineante en una oficina en la que hacían proyectos de construcción. En 1927, junto con Emilio Malumbres, creó una pequeña empresa constructora, y, más tarde, fue el presidente de una gran empresa de ámbito nacional, llamada Huarte y Cia S.A., constructora de obras del Estado, antes y después de la Guerra, contratista de la Ciudad Universitaria, de los Nuevos Ministerios, de carreteras nacionales, de presas de embalses y del Valle de los Caídos. Y Félix Huarte se convirtió en jefe de un grupo de más de treinta empresas de diversos sectores, como metalurgia, papel, agricultura, madera, alimentación, inmobiliaria, aparcamientos, financiación, etc… En 1954, patrocinó la creación de una moto escúter española llamada Iruña. Gran aficionado a la música, al hacerse mayor, fue dejando los negocios en manos de sus hijos, y se dedicó a la política. Y fue concejal de Pamplona, diputado en Cortes y presidente de la Caja de Ahorros de Navarra.
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189. Félix Huarte en una moto Iruña aparentemente conducida por su hijo Juan, ca 1954. Foto Leonardo Fernández Troyano publicada en D/N y otros.
Félix Huarte y Adriana Beaumont tuvieron cuatro hijos: Jesús, Juan, María Josefa y Felipe el Pelotari que secuestró la ETA en 1973 cuando tenía cincuenta años. Allá por el año 1950, los Huarte habían creado la empresa HISA (Huarte Inmobiliaria S.A.) dirigida por Juan, el hijo segundo de la rumbosa familia de caudales. Y el éxito de los negocios permitió dedicar dinero a la investigación, la cultura y el arte. Jesús y Juan encabezaron esta labor e iban a convertirse en mecenas de la música y otras artes y, con sus demás hermanos, en importantes coleccionistas del arte moderno español. Algunos músicos, escultores, cineastas, pintores y arquitectos se beneficiaron de su altruismo. Cuando el escultor Jorge Oteiza (19082003) llegó de la Argentina e hizo su primera exposición en Madrid, Juan Huarte le compró esculturas y empezaron una amistad que duró toda la vida. Huarte pidió a Oteiza que le recomendara un arquitecto. Y Jorge Oteiza propuso a Paco Oíza, al que había conocido en la obra de Aránzazu (1951) y con el que había ganado el Premio Nacional de Arquitectura del año 1954, con la Capilla de Santiago, junto a Romany. Juan Huarte organizaba algunas vigilias en las que, entre whisky y whisky, se hablaba de “la vivienda ideal”. Oíza asistió a varias. Pero, el primer encargo que le hizo fue el del local de HISA. Había que convertir 800 m2 de construcción residual en una flamante sala de exposiciones para Huarte Inmobiliaria S.A. Era en el edificio del chaflán del paseo de la Castellana con el paseo de La Habana, espléndido lugar donde residían los Huarte y tenían su sede social. Pero era en los endiablados sótanos, atravesados por instalaciones y pilares sin orden ni concierto, y sin luz natural. Un trabajo difícil, del que Oíza, sometido a prueba, iba a salir airoso.
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Los Sótanos de HISA, 1960 Combatiendo la oscuridad de los sótanos, Oíza quería hacer una obra luminosa. Y lo consiguió. Del fondo del vestíbulo, iluminado aún desde la calle, partía una amplia escalera que conducía al primer sótano. La escalera era de madera de pino silvestre de Valsaín barnizado en su color natural, y tenía zancas y balaustres brutalistas de acero pintado al minio (rojo bermellón), en un ambiente blanco. Además, estaba el verde-amarillo de los potos1 colgantes. Aquellos sótanos de exposiciones, reuniones y conferencias iban a ser para los servicios de relaciones públicas de las empresas del grupo Huarte. Según Fullaondo, aquel local tenía una finura digna de Carlo Scarpa (1906-1978); y era la segunda obra maestra de Oíza, después de la Capilla de Santiago, que era la primera2. Los techos eran luminosos. Estaban formados por bandejas de plástico blanco traslúcido que ocultaban las series de tubos fluorescentes y matizaban la luz. Las bandejas formaban una cuadrícula de 66 centímetros, y dejaban estrechas entrecalles para las piezas metálicas de cuelgue y para la salida difusa del aire acondicionado. Las paredes y los pilares estaban estucados. El suelo era de resina blanca. Todo era un fondo albar en el que destacaran los objetos. Entre ellos, una gran mesa cuadrada y baja, de cuatro metros de lado, construida con pino silvestre y herrajes miniados, con asientos escamoteables incorporados; de una cierta estética neoplástica. 1
Epipremmum aureum.
2
Fullaondo, op. cit., pág. 64.
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190. Planta de acceso a los sรณtanos de HISA. Foto de Alberto Schommer publicada en la revista Informes de la Construcciรณn nยบ 17, 1964.
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191. Arriba, trillajes al estilo nórdico, hechos con listoncillos de madera de Valsaín. Foto de Alberto Schommer publicada en la revista Informes de la Construcción nº 17, 1964. Abajo, la gran mesa de pino silvestre, con asientos de acero miniado, escamoteables, incorporados, y con colchonetas de espuma de goma tapizadas. Foto publicada en la revista Nueva Forma nº 10/11, 1966.
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192 y 193. Dibujos axonométricos de Oíza, representando el primer sótano (arriba) y el segundo sótano (abajo). Publicados en la revista Informes de la Construcción nº 17, 1964.
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194. Primer sótano de las salas de exposiciones de HISA. El techo luminoso. El suelo y las paredes estucadas, blancos. Al fondo, la escalera. Adelante, la mesa de pino de Valsaín, natural. Foto de Alberto Schommer publicada en la revista Informes de la Construcción nº 17, 1964.
Cuando Oíza estaba acabando esta obra, en el año 1960, su ayudante era Rafael Moneo. Al parecer, Moneo, que después, en los años postmodernos, iba a denostar la arquitectura mecánica3, participó activamente en el diseño de la gran mesa y del picaporte de la puerta de entrada que era de botón (como el de los coches). Ambos diseños, con ingeniosos mecanismos. Los sótanos de HISA supusieron el éxito de Oíza. Gustaron a los arquitectos madrileños, aparecieron en la revista Nueva Forma dirigida por Juan Daniel Fullaondo, que montó, en ellos, una exposición con fotografías de arquitectura española y esculturas de Oteiza. Carlos de Miguel organizó allí alguna sesión crítica, con arquitectos de Madrid y de Barcelona. Juan Huarte quedó satisfecho. En su opinión, “lo de los sótanos fue un bombazo en el mundo artístico”4. Ya no existen. Digo esto porque, algunos años después (quizá en 1983), cenando en la plaza Mayor de Madrid, en casa de Manzani Díaz-Agero y Gabriel Ruiz Cabrero, con Chinina Martorell, Antón Capitel, Paz Herrera, Antonio Rivière y María Casariego; Oíza y Moneo se enzarzaron en una discusión sobre la mecánica y la arquitectura. Moneo intentaba convencer al maestro de que la mecánica no era arquitectura y, como no le convencía, le dijo: “…hala Paco, a trabajar a la Seat”.
3
4
Véase revista Pasajes nº 20, 1998, pág. 20.
190 Ciudad Blanca de Alcudia, 1961 Este trabajo, encargado por Juan Huarte, empezó siendo un anteproyecto de urbanización para una amplia zona, junto a la maravillosa playa de Alcudia, en la isla de Mallorca, pensando en su desarrollo turístico. Y Oíza se fue a la isla y, durante una temporada, se instaló allí con su familia. Llamó a Juan Daniel Fullaondo para que le ayudara y Fullaondo, no sé porque, se instaló en la casa que Ramón Vázquez Molezún5 tenía en la bahía de Pollensa. Creo que Molezún también participó algo en los planteamientos del plan de ordenación. La propuesta se expresó en una gran maqueta hecha con trozos de tiza pegados sobre un tablero. Según Fullaondo, aquello era un preludio del taller de tizas de Oteiza, y continuaba con algo de aquella preciosa maqueta de pino melis que no convenció a sus compañeros, cuando Oíza trabajaba para la Ciudad Horizonte (1957). Fullaondo dice también que vivió unos días muy agradables, en casa de Molezún. Añade, acaso un poco patoso, que “lo más inquietante era volver todas las noches en una moto DKW”, conducida por Oíza, “al borde del mar… Afortunadamente, nunca ocurrió nada.”6. Creo que a Fullaondo las manualidades con tanta tiza le parecieron tediosas. De aquel ambicioso plan de urbanización, una pequeña parte se convirtió en el proyecto que se presentó al Ayuntamiento de Alcudia para la licencia de obras. Proponía la construcción de doscientas noventa y seis viviendas. Al final, sólo se construyó un conjunto escalonado de cien, entre los años 1962 y 1963. Y, más tarde, en 1968, se levantó una torre con sesenta y cuatro apartamentos. Las viviendas escalonadas son lo más destacado del conjunto. En ellas, Oíza aplicó toda la experiencia que había adquirido con las de Fuencarral, las Experimentales, y las de Entrevías. Pero dando un salto imaginativo, para romper con la austeridad espartana de aquellas obras y conseguir un ambiente más amable, festivo, y de vacaciones. El módulo estricto de 3,60 metros entre muros medianeros de las viviendas sociales, en las casas playeras de Alcudia, se amplió a 4,20. Y se creó un sistema bien organizado con paquetes de cuatro plantas escalonadas. Deslizando los paquetes con ritmo, consiguió una vibración de luces y sombras que, sin romper la intimidad de cada vivienda, dio una fisonomía singular al conjunto. A las viviendas de la planta baja se entraba, directamente, desde el jardín. A las otras tres alturas se accedía por una galería peatonal, situada en la primera planta y por la parte de atrás. A las de la segunda planta, se accedía directamente desde la galería. Y a los niveles tercero y cuarto se subía por una escalera de caracol, independiente para cada paquete. Había veinticinco paquetes que, por cuatro plantas, daban las cien viviendas. Las escaleras de caracol se hicieron en la Península. El arquitecto había dibujado los consiguientes planos de detalle para su fabricación. Fueron transportadas en barco hasta el puerto de Alcudia. Contaba Oíza que presenció el desembarco y que, nada más verlas, se dio cuenta de que las habían construido con el giro al revés. No sé si hubo que construirlas de nuevo o si se apañaron con lo que había. Eran de madera contrachapada, muy ligeras. Los peldaños estaban forrados de un laminado plástico de color azul espumoso, como de marejada. Las veinticinco escaleras se situaron en la galería peatonal que, zigzagueante y protegida por una blanca celosía de cuadrados, corría sobre el verde jardín de grama bien regada, senderos de losas circulares, palmeras, adelfas y eucaliptos, dando acceso a las viviendas. Quizá esto de la cívica galería peatonal –acaso como la calle aérea de los Golden Lane Housing, dibujada por Alison y Peter Smithson en 1952 para Londres7– fuera la expresión de que Oíza se adhería al TEAM 10. Según Peláez, Oíza asistió, 5
Molezún había construido la central térmica de Alcudia, inaugurada por Franco en 1957.
Fullaondo, op. cit., pág. 86. En este libro, Juan Daniel Fullaondo muestra una mezcla de amor y odio hacia Oíza, admiración y ojeriza.
6
Véase Royston Landau, New Directions in British Architecture, New York, George Braziller, 1968, (trad. Juan J. Garrido, Nuevos Caminos de la Arquitectura Inglesa, Barcelona, Editorial Blume, pág. 30.) 7
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195 y 196. Arriba, muro testero meridional del conjunto de las cien viviendas escalonadas. Foto de O. Maspons, Colegio de Arquitectos de Cataluña. Abajo, el conjunto de las cien viviendas en la lejanía. Foto publicada en Climent, F. J. Sáenz de Oíza, Mallorca 1960-2000 proyectos y obras, 2001, pág. 29.
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197. Maqueta de tizas del plan de ordenación de Ciudad Blanca de Alcudia, con distintos tipos de asociaciones de viviendas, sobre un plano general de ordenación. Foto de L. Jiménez en Iñaqui Bergera (ed.), Cámara y módulo. Fotografía de maquetas de arquitectura en España. Madrid, Ministerio de Fomento, 2016.
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1, Terraza; 2, Cuarto de estar; 3, Comedor; 4, Cocina, 5, Dormitorio; 6, Galería.
198 y 199. Arriba, sección. Abajo, planta. En la primera y en la última planta se han dibujado dos alternativas: con uno y con dos dormitorios. Archivo Sáenz de Oíza, s/f.
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200, 201, 202 y 203. Fotografías de la maqueta de las cien viviendas escalonadas de la Ciudad Blanca. Arriba, vista desde la parte de atrás. En el medio, dos aspectos de la parte delantera. Y abajo, una vista de pájaro. Publicado en Climent, op. cit., pág. 19.
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204 y 205. Arriba, las escaleras de caracol que, desde la primera planta (por encima de la baja), sube dos plantas. Fotografía de Federico Climent, publicada en su libro F. J. Sáenz de Oíza, 1960-2000 proyectos y obras, 2001, pág. 34. Abajo, la torre de apartamentos. Foto anónima, s/f.
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206 y 207. Fotografías del interior escalonado. A la izquierda, mirando hacia el mar. A la derecha, hacia el interior. Publicado en Cuadernos de Arquitectura nº 58, 1964, pág. 36; y en Climent, op. cit., pág. 35.
como invitado, a la reunión que se celebró en la abadía de Royaumont en 1962. Climent también comentó esta adhesión de Oíza8. Y la Ciudad Blanca de Alcudia representaba el deseo de su autor de humanizar el racionalismo, el interés por la matización de los límites entre lo público y lo privado, del espacio umbral, y expresaba las ganas de prestar una mayor atención al lugar que, en este caso, es un paraíso mediterráneo, con la bahía de agua turquesa, arena blanca y, a poco que se riegue, la vegetación frondosa. La Ciudad Blanca fue pionera en el desarrollo turístico de la bahía de Alcudia. En los años sesenta fue una original construcción solitaria, como atestiguan las fotografías de la época. Hoy, cincuenta años después, han surgido multitud de edificaciones alrededor, y las cien viviendas están rodeadas por otras mil, más corrientes, que forman un alegre emporio vacacional que, hasta en invierno, tiene cierta vida. Los de la Escuela de Arquitectura de Toledo, en marzo de 2013, hicimos un picnic sobre un pantalán palafítico de madera qua hay ante la obra. Delicioso (Véase MAET nº 2, contraportada). Hay una oficina que se encarga de alquilar las viviendas. Te enseñan un piso piloto en el que todavía se conserva la decoración que, en su día, hizo H Muebles, la empresa de los Huarte, asesorada por Oíza. Algunos elementos fueron diseñados por el propio arquitecto y hay piezas famosas como la lámpara de Coderch. El suelo de cada vivienda se escalonó, un peldaño en cada estancia, bajando hacia la terraza, que es hacia la playa. Así, decía Oíza, la dirección de la mirada baja levemente, como en tantos pueblos de las orillas del Mediterráneo que las calles descienden hacia la ribera. En los paisajes, el mar sube y el azul marino del horizonte se eleva ocupando casi todo el cuadro.
José Manuel López-Peláez, Maestros cercanos, Madrid, Fundación Caja de Arquitectos, 2007, págs. 69 a 77; y en Climent, op. cit., págs. 12 a 43. 8
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208. Plano de obra para las terrazas de la torre de apartamentos. Publicado en Climent, op. cit., pág. 39.
La torre de apartamentos, Alcudia, 1968 La torre de apartamentos, pensada en principio para 20 plantas, se quedó en 9. Los antepechos, construidos con listones de madera sobre tubos de acero, como en la posterior casa Huarte de Formentor, descolgaban hasta la altura de la cabeza del piso de abajo. Los cuidados de lijar y pintar anualmente, como en un barco de madera, no se hicieron y, al cabo de algunos años, la obra estaba muy deteriorada. En 1984, sufrió una transformación que desvirtuó el proyecto. Ahora, la obra de Oíza es irreconocible.
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209 y 210. A la izquierda, uno de los primeros croquis de Torres Blancas, pertenece a la torre cuadrada. A la derecha, maqueta de la torre cuadrada. Publicado en Nueva Forma nº 13, 1967, separata; y Nueva Forma nº 10/11, 1966, pág. 25.
Torres Blancas, Madrid, 1961-1968 En la entrevista que José Ballesteros hizo a Juan Huarte y a Marisa Sáenz Guerra9, hablando de Torres Blancas y refiriéndose a Oíza, Huarte dijo: “le encargamos la obra en 1958. Antes hacíamos reuniones sobre la vivienda ideal. Él había participado en alguna sesión”. Huarte, con su liberalidad, dispuesto a soltar dinero, debió proponerle una asignación periódica (no sé si mensual), y Oíza quedaba obligado a ir exponiendo, con cierta regularidad, el resultado de sus investigaciones. La elaboración del proyecto fue intensa y larga, duró tres años, entre 1961 y 1963. Juan Huarte quería un proyecto experimental y singular, y planteaba un encargo indefinido de investigación libre. Las motivaciones eran difusas. Oíza comenzó con la idea de la libertad y la indefinición. Pensó en un proyecto que ofreciera espacios indeterminados, metros cuadrados en la altura, para que cada cliente configurara la casa jardín, a su gusto. “Nostalgias arcádicas” que diría Fullaondo10. Pero, a Juan Huarte le pareció que la libertad tenía muchas dificultades prácticas y quería algo más concreto. La torre cuadrada Para concretar, parece que Oíza se fijó en obras que conocía bien. Como las casas usonianas de Frank Lloyd Wright, de los años de la Gran Depresión. Y creo que, precisamente, se fijó en la casa del periodista Herbert Jacobs de 1937. Casa con planta en “L”: el estar-comedor en un ala y los dormitorios en la otra, el acceso y la cocina en el vértice. Y con cuatro plantas así, giradas en esvástica, Oíza dibujó la primera propuesta, la de la torre cuadrada. La idea de planta girada en esvástica estaba también en otros proyectos de Wright, como en las casas Suntop (Ardmore, Pennsylvania) de 1938, o en las torres de St Mark’s que comentaré después. Una escalera central con iluminación exterior, como exigían las ordenanzas municipales madrileñas, acompañada de 9
“Conversación”, en Pasajes nº 20, octubre 2000, págs. 19 a 26.
10
Juan Daniel Fullaondo, “Torres Blancas”, Hogar y Arquitectura nº 49, 1963, pág. 26.
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211 y 212. Uno de los primeros croquis en el que la planta de la torre se va redondeando. Maqueta de la torre redonda. Croquis publicado por Fullaondo en la separata de la revista Nueva Forma nº 13, 1967. Fotografía de la maqueta publicada en Nueva Forma nº 10/11, 1966, pág. 27.
ascensores, montacargas y montaplatos, daría servicio a las viviendas. Cada vivienda, con su terraza jardín llenando el ángulo recto. Y las plataformas de vegetación superpuestas formarían una torre de jardines. Esa iba a ser la idea principal: la Ciudad Jardín Vertical, con dos torres a las que Juan Huarte iba a poner el nombre de Torres Blancas. La torre redonda La redondez es una característica de los plásticos, es decir, de los materiales sintéticos del mundo moderno. La redondez aerodinámica es propia de las formas contemporáneas: de los coches, las locomotoras, los aviones... Oíza, imbuido de aquella estética, suavizó todas las esquinas de las habitaciones; y las escaleras, los pilares, los conductos y los ascensores, los diseñó circulares; y las terrazas, también. Y así dibujó numerosas variantes de la torre redonda. Juan Daniel Fullaondo, que trabajó algunos meses ayudando al maestro mientras se hacía Torres Blancas, cuando los Huarte le pusieron al frente de la revista Nueva Forma, publicó unas separatas con algunos de los numerosos croquis que Oíza había dibujado para la Torre, la Ciudad Jardín Vertical11. Hay un famoso precedente de jardines en altura, es la propuesta del Inmueble Villa de Le Corbusier de 1922 (materializada parcialmente en el pabellón de L’Esprit Nouveau de 1925). Así pues, la idea de ciudad jardín vertical no era rara, ni extravagante, ni siquiera original. Pero, el proyecto de Oíza iba a construirse como una gran roca monolítica de hormigón, y estaría más cerca del ideal del concepto que su precedente. La torre triangular Juan Huarte contó que, un buen lunes, apareció Oíza en su despacho con un rollo de planos debajo del brazo. Había tenido una ocurrencia, la torre iba a ser triangular como las torres de St. Mark’s (1937) o la Price (1953) de Frank Lloyd Wright. Llevaba varias alternativas de 11
Véanse los números del 13 al 18, ambos incluidos, de la revista Nueva Forma del año 1967.
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planta, todas ellas trazadas sobre una malla triangular. Las había dibujado en el fin de semana, sin descansar, y estaba muy ilusionado. Como la obra ya estaba en marcha, había que cambiarlo todo. Huarte se quedó estupefacto y le dijo: “¿Cómo? No quiero ni verte, ¡Pero si estamos construyéndola!”. Y le echó de su despacho. Según Huarte, a Oíza “le traía todo al fresco, con tal de defender y encontrar la mejor solución, y no le importaba quedarse sin dinero o llevar a la miseria a su familia”12. El proyecto definitivo El proyecto volvió a su cauce y se fue cristalizando, sometido a una modulación rigurosa de 30 cm, el “pie decimal”, que decía Oíza. La indefinición inicial desembocó en un “acusado determinismo expresionista” en palabras de Fullaondo. El expediente se había presentado al Ayuntamiento para la licencia. Constaba de dos torres gemelas de veinte plantas y 60 m de altura, situadas en el lado norte de la avenida de América, con cientosesenta viviendas en total. Se denegó la licencia. Las autoridades no querían dos torres. Autorizaron que se construyera sólo una y permitían que fuera más alta, admitirían veintitrés plantas, con un centro social en el coronamiento, más un edificio bajo de oficinas que nunca se construyó. El resultado fue un edificio de viviendas con variedad: apartamentos, viviendas normales y dúplex. La vivienda normal era de 172 m2. Agrupando verticalmente dos plantas, se formaban viviendas dúplex de 225 m2. Dividiendo en dos el espacio de la vivienda normal, daba para dos apartamentos, uno de 75 y otro de 95 m2. Todas con el deseo de un contacto estrecho con la naturaleza, para el morador de las alturas que tiene nostalgia de la tierra y desea una vivienda natural, lo más orgánica posible. Y, en el aire, las terrazas redondas buscaban satisfacer el deseo terrícola. Y se alcanzaba una buena distribución de los diversos tipos que, abiertos a la terraza jardín, iban a tener privacidad y aislamiento; logrando, en lo posible, con cuatro viviendas por 12
Huarte, Juan y Sáenz Guerra, Marisa, “Conversación”, en Pasajes nº 20, octubre 2000, págs. 19 a 26.
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213 y 214. A la izquiera (en la página anterior), croquis de la torre triangular de Oíza. Croquis publicado en la separata de Nueva Forma nº 14, 1967. A la derecha, dibujo de Frank Lloyd Wright para la torre Price de 1953. Publicado en http://bit. ly/2Dhi4kV, 12/02/2017.
planta, una orientación aceptable, pues, invirtiendo especularmente uno de los pétalos, mejoraba la vivienda peor orientada. La torre contaría con unos servicios comunes arriba: tienda, cafetería-restaurante, piscina etc…, el restaurante-cafetería, comunicado por montaplatos con las casas. Lo del montaplatos, Oíza lo había experimentado en América en los años cuarenta, y le parecía un adelanto de gran confort. Comodidad, eficacia y aislamiento para los “placeres esenciales”, reducidos a su condición puramente doméstica, que decía Carlos Flores. Y reforzaban la idea de ciudad jardín vertical, unas comunicaciones resueltas con inteligencia (reducido número de paradas de ascensores y montacargas) y con ingeniosa separación de lo principal y lo de servicio. El centro social, en el coronamiento, estaba inspirado en la Unidad de Habitación de Marsella de Le Corbusier, que también había querido ser una pequeña ciudad, aunque, si la Unidad era una máquina, como un trasatlántico, la torre, que nacía de la tierra y se abría por arriba, sería como un árbol. En la base de la torre, habría aparcamiento cubierto para el 80 % de las viviendas. Y todo ello envuelto en un solo material: el hormigón armado. La estructura Juan Huarte contaba con un ingeniero de caminos canales y puertos de primera categoría, Carlos Fernández Casado (1905-1988), amigo de su padre y empleado de la empresa Huarte y Cia13. Fernández Casado, rey del Modificado, enmendaba los proyectos que adjudicaban a la Empresa. Proponía cambios de estructura que beneficiaban a Huarte y convencían al cliente (aunque supusieran pequeñas humillaciones para los autores de los proyectos). En 1952, Fernández Casado propuso a don Félix Huarte la creación de un laboratorio de ensayos de estructuras con modelos reducidos. Sólo sirvió para la homologación de forjados y el control de calidad de la empresa y, en esta ocasión, iba a lucirse en Torres Blancas. Hasta que, en 1964 con la ayuda de don Félix, creó su propia empresa de proyectos, con Javier Manterola y Leonardo Fernández Troyano. 13
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215 y 216. Plantas de Torres Blancas. Arriba, la vivienda 217 y 218. Las plantas de los dúplex de Torres Blancas. tipo (172 m2). Abajo, los apartamentos (75 y 95 m2). Arriba, el piso alto, con los dormitorios. Abajo, el piso bajo con el estar-comedor y el estudio. Publicado en Publicado en Hogar y Arquitectura nº 49, pág, 32. Hogar y Arquitectura nº 49, pág. 32.
219, 220 y 221. Fotografías del ensayo de la estructura en el laboratorio de Huarte. A la izquierda, la maqueta de una de las viviendas, constuida con micro-hormigón. En el centro, la maqueta sometida a ensayo, con medidores de tensiones y deformaciones. A la derecha, la maqueta rota. Publicado por Carlos Fernández Casado y Javier Manterola, en “La struttura delle Torres Blancas a Madrid”, L’Industria Italiana del Cemento, 1970, págs. 144 y 145.
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222. Torres Blancas vista desde la avenida de América (autopista de Barajas que decían los madrileños). Publicado por Carlos Fernández Casado y Javier Manterola en “La struttura delle Torres Blancas a Madrid”, L’Industria Italiana del Cemento, 1970, portada.
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223. Las puertas del portal, vistas desde el interior, con maderas pintadas al duco, metacrilato rojo y latón, mármol blanco rosado de Portugal en el suelo y los zócalos, y techos de escayola. Foto de Óscar Martín, 2009.
A Fernández Casado le gustaban las grandes obras de ingeniería civil. En edificación, que le interesaba menos, estaba habituado a que el arquitecto definiera la forma, él corrigiera algo y calculara el hierro del hormigón armado, en una relación rápida y práctica, típica de una persona que tiene muchas cosas que hacer. Con Oíza el método no valía. Oíza, desde una actitud idealista, esperaba que arquitectura e ingeniería se fundieran en una sola cosa. El arquitecto quería una serie de diálogos discursivos de los que se fuera deduciendo la forma de la estructura. A Fernández Casado no le interesó el juego, se quejó a los Huarte de que avanzaban poco, y envió a su joven ayudante, el ingeniero Javier Manterola a que bregara con el arquitecto. Oíza y Manterola se entendieron bien. Llegaron a la conclusión de que la estructura de Torres Blancas iba a estar constituida por pantallas y losas (no vigas y pilares como era habitual). Oíza estaba dispuesto a llevar el sistema hasta el final. Pantallas de hormigón armado como muros de carga y losas como plataformas de pisos. Las pantallas cerrarían las habitaciones, llevarían las cargas hasta la cimentación y resistirían el empuje del viento. Además, permitirían el empotramiento perimetral de las losas, disminuyendo los momentos flectores, las vibraciones y las flechas de los vanos14. Los ingenieros hicieron los cálculos y, para comprobarlos, se construyó la maqueta de un módulo de vivienda a escala 1/20, hecha con micro-hormigón armado. Y se ensayó hasta la rotura. Con las conclusiones se afinaron los cálculos y se dibujaron los planos de obra. Las pantallas iban a tener espesores entre 15 y 20 cm. 14
De la memoria del proyecto de estructura de Torres Blancas (archivo Fernández Casado).
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224. Interior del portal. Puesto del portero inspirado en los muebles de Wright para las oficinas Jonhson. Oíza contó alguna vez que, cuando diseñó este techo de escayola, le dolían las muelas. Foto anónima, s/f.
El encuentro entre las pantallas y los discos del centro social del coronamiento volvió a ser tema de discusión. Oíza quería continuidad (empotramiento), los ingenieros, quizá por facilidad de cálculo, querían discontinuidad (apoyo). Se llegó al acuerdo de un apoyo que pareciera un empotramiento. La variedad de gruesos de losas que daba el afinado cálculo de Manterola no convenía al jefe de obra, el aparejador Antonio Pallol, que, con los encofradores, los ferrallistas, y las instrucciones de Oíza, arquitecto director de la obra, hacía realidad el proyecto, lo mejor que podía. “El talento de un arquitecto excepcional, el empuje de un gran promotor, los conocimientos de dos grandes ingenieros, y la eficacia de una empresa constructora” hicieron posible Torres Blancas15. La crítica Más de 50 años de comentarios (1963-2015) Creo que fue el norteamericano Louis Sullivan (1856-1924) el primero que habló de una arquitectura orgánica, y su discípulo Frank Lloyd Wright (1867-1956) difundió el concepto, utilizándolo para definir su propia arquitectura. El arquitecto judío y crítico italiano Bruno Zevi (1918-2000), coetaneo de Oíza, en 1938, siendo estudiante, tuvo que abandonar su país huyendo 15
Redacción, “Restaurante en el edificio Torres Blancas, Madrid”, Arquitectura COAM nº 146, 1971, págs. 31 a 34.
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225. Sección de Torres Blancas, con el anillo perimetral del aparcamiento en la base y los discos del centro cívico en el coronamiento. Publicado en Informes de la Construcción nº 226, 1970, pág. 53.
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226, 227 y 228. Plantas de la estructura de Torres Blancas. Arriba, la losa del primer piso del coronamiento; se observa que los discos están sustentados por un par de elementos: una pantalla en ángulo y un pilar cilídrico, capaces de soportar el momento de vuelco del disco. En el medio, la losa de la planta de apartamentos. Abajo, el arranque de las pantallas de la torre en un cráter, y la cubierta del aparcamiento. Publicado en Informes de la Construcción nº 226, 1970, págs. 48, 49 y 51.
208 de fascistas y nazis, y terminó sus estudios con Walter Gropius (1883-1969) en Harvard (EEUU). Se interesó especialmente por la arquitectura orgánica. Frente al racionalismo de los fascistas italianos (Terragni), contrapuso el organicismo democrático estadounidense (Wright). Vencidos los fascistas, en Turín, en 1945, Bruno Zevi publicó su libro Verso una Architecttura organica, con la editorial de Giulio Einaudi (la primera versión española fue Hacia una arquitectura orgánica, Buenos Aires, 1951). A partir de entonces, el concepto se hizo universal, hasta el extremo de clasificarse, generalmente, la arquitectura moderna en dos vertientes: la racionalista y la orgánica. Y Torres Blancas fue clasificada, generalmente, como arquitectura orgánica. Me parece que el primer crítico español que se interesó favorablemente por Torres Blancas fue Carlos Flores López16, que, con sensatez, respaldó la obra de Oíza, que estaba empezándose, aunque algunos intelectuales ya la rechazaban17. En 1963, Carlos Flores, Juan Daniel Fullaondo y Javier Manterola, con Torres Blancas sin terminar, publicaron artículos sobre la obra en el número 49 de la revista Hogar y Arquitectura. Flores decía que, después de diez años de vivienda social, en Oíza hubo una crisis o un cambio de rumbo que ya se anunciaba en Aránzazu, Vitoria o Talavera y que era muy evidente en Torres Blancas. ¿Es el paso de un funcionalismo científico a un formalismo individualista y romántico, como algunos han supuesto? Se preguntaba. Y se respondía: Torres Blancas, a la manera del Oíza anterior, es un trabajo muy elaborado, el resultado de un estudio muy concienzudo y con cantidad de aspectos positivos; en definitiva, una obra meritoria que consigue viviendas cómodas, eficaces y aisladas para los “placeres esenciales” reducidos a su condición puramente doméstica18. Fullaondo explicó el proyecto, que conocía bien, pues trabajó en él con Oíza. Decía que la torre arranca hundida en el terreno, para aparecer violentamente. Que la indefinición inicial había desembocado en un acusado determinismo expresionista. Y que la torre, al rematarse con los discos de compleja definición rítmica, que son las dos plantas altas del centro social, dio un nuevo sentido al núcleo vertical de comunicaciones, un sentido de convivencia social. Y Manterola explicaba la estructura. Entre 1966 y 1975, Fullaondo, promovido por Oíza y por encargo de los Huarte, dirigió la revista Nueva Forma. El primer año, en el número 10/11, volvió a hablar de Torres Blancas, publicando un amplio artículo en el que repasó toda la trayectoria de Oíza en tres apartados: “I. La Edad de la Razón (1946-1958), “II. La Crisis (1958-1960)”, y “III. Torres Blancas (19601966)”, apartado en el que, con inteligencia, erudición, gracia y osadía, explicaba la obra. Después, en números sucesivos, hasta el nº 18 de 1967, publicó unas separatas con los croquis de Oíza para Torres Blancas. Y Fullaondo, instalado en su revista, se sintió seguro y se atrevió a poner peros a la obra de su maestro, al que también alabó, aunque con retintines y resquemores. 16 Carlos Flores (Ocaña, Toledo, 1928) arquitecto de la ETSAM, autor de numerosos libros de arquitectura, como Arquitectura española contemporánea de 1961.
Como ejemplo del rechazo está el poema de Gabino-Alejandro Carriedo (1923-1981) publicado por Fullaondo en Nueva Forma nº 44, 1969, cuya última estrofa dice así: Oiza! Tú, el arquitecto antiguo para un mundo moderno que a lo sencillo diste realidad y belleza por los suburbios de Madrid, despliega ese cemento y ese hierro hacia abajo donde llora la escarcha sobre el vientre de un niño. Nuevamente los ojos vuelve al pan y su miga, al agua y su convite, a la morada del pan y del agua. Vuelve a la línea recta que a la tierra se aferra y se hace manantial de vida en los portales donde un hombre aparece. 17
Artículo de Carlos Flores, “En torno a Torres Blancas, proyecto de Sáenz de Oíza”, Hogar y Arquitectura nº 49, 1963, págs. 17 a 21. 18
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229 y 230. Arriba, mirando hacia los accesos en la base de la torre, viéndose la combinación de hormigón y pavés en la fachada curva de los aseos. Foto de Paco Gómez, 1968. Abajo, cambios de ritmo en la fachada de Torres Blancas. Foto de Baltanás y Sánchez, s/f.
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231, 232 y 233. Arriba, la terraza de María Felisa Guerra. Foto de Oíza ca. 1972. Abajo izquierda, el rincón de María Felisa Guerra en el dúplex de Torres Blancas. Foto de Oíza ca. 1972. Abajo derecha, el cuarto de estar de la familia Sáenz-Guerra en un dúplex de Torres Blancas. Foto de Oíza, s/f.
211 “La Edad de la Razón” era la etapa de las viviendas sociales, hablando de ella, Fullaondo (haciendo de psicólogo) opinaba que “el primer Oíza todavía se siente incapaz de caminar en solitario, experimentando la necesidad de mitigar su angustia con el momentáneo alivio de discurrir por senderos ya esclarecidos”; haciendo una investigación de variantes, una adecuación a escala nacional de realidades preexistentes, atendiendo a su exigencia interior de actuar sobre una solución previa (Oud, Gropius). Lo que a Fullaondo le parecía una actitud de orientación científica más que artística, pues veía en Oíza un cierto pudor ante la operación “artística”, una vergüenza natural ante la caracterización “gratuita” del creador. Veía que Oíza necesitaba una coartada científica, una estructura lógica y que deseaba que el acento personal quedara oscurecido, ya que, con “su particular psicología de orgullo”, quería pertenecer a la extraña clase de los creadores “sin estilo”19. “La Crisis” es la etapa de los “momentos incoherentes, caóticos y productivos, los de Talavera, Vitoria, Ciudad Horizonte, Alcudia, y las escuelas de El Batán”. Los momentos en los que llegó el cansancio por las reelaboraciones de proyectos de vivienda social; y Oíza captó la presencia de una vertiente orgánica internacional (Wright, Aalto, Sídney, la crítica de Zevi); y vio la incorporación de jóvenes arquitectos españoles a esa tendencia, como Fernández Alba, Higueras, Capote, Inza…, que habían sido alumnos suyos; y notó el deseo de estar al día. Entonces, según Fullaondo, se produjo el cambio en Oíza. Y con la mayor seguridad en sí mismo que le produjo la experiencia acumulada, y la independencia que le daba el contar con un cliente propio y privado, entró en la fecunda crisis de finales de los cincuenta, la crisis de la seguridad y de la independencia. En cuanto a la etapa de Torres Blancas, dice Fullaondo que, ante la importancia del encargo de Huarte, “Oíza tardó en aclararse”. Comenzó pensando en crear unos espacios indeterminados, escribió una evasiva memoria nostálgica, en la que se entremezclaban, confusamente, las ideas de libertad, naturaleza, individualismo, colectividad… Pedía un aplazamiento que le sirviera para ir aclarando sus ideas. Y aparecieron el neo-empirismo y la nostalgia naturalista de la convivencia, con las que comenzó a asomar su lacerado amor juvenil por la tierra, voluntariamente sacrificado durante tantos años en aras de un compromiso racionalista, de una auto-imposición funcionalista. Según Fullaondo, Oíza se había fijado en la visión naturalista y humanista del inglés Ebenezer Howard (1850-1928), autor del libro Ciudades jardín del mañana, publicado en 1902, y se sentía atraído por las utopías urbanísticas y sociales [utopías inspiradas por los amantes de la naturaleza estadounidenses, como Henry David Thoreau (1817-1862) y Walt Whitman (1819-1892)]. Pero a él le habían encargado una torre. Uniéndolo todo, surgió la idea potente de crear una “ciudad jardín vertical”. El esquema intelectual estaba claro. Fullaondo también dice que Oíza, pensando en el crecimiento orgánico, volvió la mirada hacia Frank Lloyd Wright (1867-1959), y vio la utopía de Broadacre City y contempló “la más hermosa torre de la arquitectura moderna, la torre San Marcos” (1930, materializada veinte años después en la Price), de la que tomó la idea de un núcleo central con cuatro viviendas en esvástica, ya intuida en las torres de El Batán. Además, Fullaondo menciona las influencias de las últimas obras de Le Corbusier, con sus hormigones brutalistas, de John Johansen (19161912), Mies, Utzon y Kahn. Y habla de “el momento de los círculos” que comenzó en las escuelas de El Batán y continuó en las terrazas de Torres Blancas y, especialmente, coronando el edificio con el “remate futurista del centro social”. Entre 1961 y 1962, se esclareció completamente el esquema. Los dos años siguientes fueron de afinaciones incesantes, de resolución de un inmenso cuestionario de detalles, 19
Aquí viene a cuento lo del Artista Adolescente de James Joyce.
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234. Las hiperelipses del centro social son ventanas de los discos volados del coronamiento, protegidas por parasoles. Foto anónima, s/f.
de comienzo de la construcción. Y, según Fullaondo, Torres Blancas, a escala real, iba a responder sobradamente a las esperanzas que el proyecto había despertado. “Una obra de indiscutible importancia y de caracterización discutible, una respuesta importante al vacilante y contradictorio panorama de los años anteriores”. Una obra orgánica en la que están presentes los invariantes metodológicos del autor, llevados al límite. El Oíza, enriquecido con un manierismo racionalista, produjo una obra que no era genuinamente orgánica. En ella quedaban valiosos residuos de la actitud funcionalista, como eran la necesidad de control, la constante indagación modular, la férrea ordenación de las plantas. Aunque empleó círculos, Oíza aplicó el rigor, la disciplina de Entrevías, y Torres Blancas tiene más que ver con la precisión de un linotipista [o de un relojero] que con el lírico desenfado orgánico de un Alvar Aalto. Y Fullaondo va acabando su extenso artículo comentando que en la Price, Wright confunde y desdibuja los niveles de los pisos. Crea la visión gótica de un tótem indio, o la ascensional cristalización de un cactus. Oíza no tapa nada, acentúa las divisiones entre los pisos, rompe el ritmo unitario con la aparición insólita de los dúplex, exagera el esquema y exhibe el esqueleto. Así, encorsetada en una rigurosa modulación, la ascética torre, muestra con acritud su íntima esencia, consecuencia del omnipresente trabajo de Oíza, de su actitud laboriosa, sumamente pensada, con progresivas e incansables reconsideraciones, y que deja al azar la resolución de las texturas. Torres Blancas es un dolmen de hormigón armado [el crómlech de Oteiza, o el menhir], un diálogo entre naturaleza y sociedad, entre tecnología y roca, entre persiana de madera y aire acondicionado. Un organismo de materia pensada. Wright, en las densas envolventes cónicas del Guggenheim, recurrió a pintarlas de amarillo-rosado, y parece que los paramentos pierden peso, adquieren una textura más leve, “de cartulina” dicen sus detractores, según Fullaondo. Oíza, como Le Corbusier, actúa al revés, acentúa la densidad, el tono rocoso, incluso, en los arcos superiores, hay un afán expresionista de pesantez. En el colofón, Fullaondo dice que Torres Blancas es una obra manierista, sintomática de la época. Obra en donde Oíza, por primera vez, consiguió trascender creativamente su angustia,
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235. Ricardo Bofill y Oíza (con 50 años). Foto publicada en la revista Arquitectura nº 120, 1967, pág.30.
obra diferente de las de su punto de partida y superior a sus repercusiones y paralelos, en donde la monumentalidad, después de Aránzazu y La Merced, fue replanteada con éxito. Donde Oíza sintetizó satisfactoriamente toda su búsqueda anterior, con una respuesta que corroboró el prestigio del autor. Y termina diciendo que “Oíza con esta obra, se coloca a la cabeza de nuestro panorama nacional”. En 1967, en una sesión de crítica de arquitectura, de las que organizaba Carlos de Miguel, la dedicada a Torres Blancas, le pidieron a Curro Inza que iniciara la sesión y, por lo visto, dijo: “Torres Blancas es un edificio extraordinario y creo que no debería repetirse” [¿la fábrica de chorizos de Segovia (1966) debería repetirse? Se preguntarán algunos]. Inza estaba barajando las mismas razones que adujo la Comisaría de Urbanismo de Madrid para no dar la licencia al proyecto de las dos Torres Blancas en 1963. El comentario debió crear algún malestar y Curro Inza quiso aclarar su opinión publicando unas palabras en la revista Arquitectura, nº 120, 1967, págs. 21 a 25. Y escribió considerando tres aspectos. La singularidad en el entorno, lo excepcional de la forma y las especiales circunstancias. Aseguraba que, en un entorno de viviendas en manzana de ocho plantas con ático, se construyó una torre exenta de veintitrés plantas, lográndose la individualidad y la singularidad. Con forma de pieza [como las del ajedrez] que, además de por la altura, el material refuerza la singularidad, pues el hormigón visto era poco frecuente en viviendas. Material moldeable que es rotundo, bárbaro, falsamente modesto, insultante (brutal). Resultando el expresionismo de un todo en el que cada parte expresa lo que es. Construido con una técnica artesanal, manual, para hacer una estructura de muros de carga que supone un salto atrás en la historia de la construcción. Un “monumental experimento” en el que la forma es la estructura [como en una catedral gótica]. Y las circunstancias fueron excepcionales. Las de una labor colectiva, con el triángulo clásico de promotor, arquitecto y constructor, extraordinariamente cualificados, personalidades dispuestas a enfrentarse a una labor difícil y arriesgada. Para construir unas viviendas más altas, fuertes y bellas que las demás. Y terminó con un desplante en el que Curro Inza, erre que erre, se alegró de que las Torres Blancas no fueran nada más que una.
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236. La piscina en la cubierta de Torres Blancas. Foto anónima, s/f.
Parece ser que en aquella sesión de crítica sobre Torres Blancas, estaba el fraile mercedario, filósofo y profesor, Alfonso López Quintás. Francisco Inza había expresado su temor de que los jóvenes se lanzaran indiscriminadamente a levantar cada uno su torre particular, y se originara el caos. López Quintás quiso dar respuesta al comentario de Inza y; en la revista Arquitectura nº 99, 1967, págs. 54 y 55; publicó un artículo titulado “La investigación, tema primario. A propósito de Torres Blancas”. Decía que el contemplar un proceso de investigación y creación como el de Torres Blancas le producía una sensación confortable de rejuvenecimiento, y que no existía ese peligro que suponía Inza, pues la mayoría de los jóvenes no elegirán ese camino, ya que son grandes las dificultades que entraña la labor de investigación, pues, metafóricamente, investigar es caminar por tierra extraña, adentrarse por caminos inhóspitos e inquietantes. Según López Quintás, para crear investigando hay que romper la inercia que nos lleva a reposar confiados en lo ya establecido. Es tarea de gente esforzada que supera la obsesión económica, que suele maniatar a los hombres de empresa. López Quintás hizo un paralelismo entre el mundo de la arquitectura y el editorial y dijo que no es suficiente saturar el mercado con traducciones. Hay que escribir libros. El porvenir es del que se lanza con sus propios medios a perspectivas inéditas, contando al mismo tiempo con la tradición, en una comunidad de conservación y creación. Y el innovador merece respeto por parte del gran público. En aquel mismo año, Francisco Fernández-Longoria publicó un artículo titulado “Contradicción y contrapunto en las Torres Blancas”, en la misma revista Arquitectura nº 120, 1967, págs. 3 a 6. Era la abstrusa crítica de “la obra de un hombre”. Acaso desde la autoridad intelectual que le confería la beca Fulbright, Longoria comenzó señalando la contradicción de un trabajo personal y de autor, como Torres Blancas, que era, al mismo tiempo, el resultado de la colaboración de destacadas personalidades. Comentaba que le interesaba la tormenta de la duda de Oíza, más que la brillantez de su inteligencia, el orgullo de su genio, o la sabiduría de su oficio. Y se refería a varias dudas, por ejemplo, la de una vida austera que se entregaba a un programa desbocado, barroco, decadente y erótico. La duda de Oíza no era científica,
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237. El restaurante Ruperto de Nola en el centro social de Torres Blancas. Foto anónima, s/f.
decía Longoria, era apasionada; era un afán de síntesis, en el que todos los enfoques, desde lo conceptual a lo sensual, parecían válidos. A Longoria le hubiera gustado hacer un psicoanálisis del autor de Torres Blancas, un autor que, según él, “ha elegido el camino del arte para escapar de los conflictos internos de una personalidad reprimida”. Y, en unos cuantos párrafos, Longoria, “filosofaba”, citando a Immanuel Kant (1728-1804), Sigmund Freud (1856-1939), Géza Róheim (1891-1953), Mao Tse-Tung (1893-1976), Herbert Marcuse (1898-1967), Erich Fromm (1900-1980), André Malraux (1901-1976) y Albert Camus (1913-1960) para hablar de lo que él veía en Torres Blancas, que era la neurosis individual y la sublimación social de humanistas, profesionales-creadores enajenados, en la sociedad burguesa y capitalista. Junto al artículo de Longoria apareció uno de Ricardo Bofill (Arquitectura, nº 120, 1967, págs. 27 a 30). Comentaba que, después de haber visto en varias publicaciones que Torres Blancas era un edificio especialmente significativo, desde Barcelona, fue a Madrid a contemplar la obra. Y le impresionó el poder expresivo de la construcción, calificada como orgánica según el criterio de Bruno Zevi. Y le pareció que Oíza había comprendido las sugerencias ambientales e históricas que ofrece Castilla y le permitía a Bofill participar, como un extranjero, de una estética que no era la suya. Para Bofill, “Torres Blancas es el gran castillo de Castilla” y, una vez dentro, cuando se han traspasado las murallas y los fosos de este magnífico edificio, “empezamos a descubrir ambientes auténticamente arquitectónicos, estructurados con una clara voluntad de creación de espacios articulados que fluyen sucesivamente”. Y Bofill, para rematar su artículo, llegó a decir: “Me gustaría vivir en algún castillo, quizá en el de Coca, en un caserío de Ibiza o en las Torres Blancas” que consideró “el edificio más bello, sugerente y expresivo que se ha construido en Europa en los últimos diez años”. En el mismo año de 1967, José Boix, en su artículo “Sáenz de Oiza y su edificio Torres Blancas”, de la revista Cúpula nº 215, hace una alabanza de la obra por su técnica, confort y belleza, viendo en ella algo de la ética y la estética de Gaudí. En 1968, la editorial Blume publicó en Barcelona el libro de Luis Domenech Girbau
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238. La escalera de caracol, con sus pasamanos de skay. Foto de Óscar Martín, 2009.
titulado Arquitectura española contemporánea. A unas obras dedicó dos páginas, a otras dedicó cuatro y sólo a la casa de Tàpies de Coderch en Barcelona y a Torres Blancas dedicó seis. En 1972, el propio Francisco Javier Sáenz de Oíza, excepcionalmente, publicó un artículo sobre Torres Blancas en una revista alemana. Años después, el artículo fue publicado en español y glosado por Vicente Sáenz Guerra, que encontró el manuscrito en el archivo de su padre. Gracias a Vicente, conozco el contenido. El texto de Oíza fue escrito en enero del mismo año para atender a la señora Fromm (me imagino que sería guapa), corresponsal en Madrid de la revista Architektur&Wohnen, y se publicó bajo el título “Die Geschichte von den Weissen Türmen” (La historia de las Torres Blancas). Empezó disculpándose por escribirlo deprisa. Oíza todo lo hacía con rapidez y más aún si no le merecía la pena perder el tiempo mirando hacia atrás, como era el caso20. Cuando le pidieron el artículo estaba construyendo el Banco de Bilbao que requería toda su atención. En todo caso, prefirió tratar de explicar el proceso más que el resultado, y dijo que para valorar una obra de arquitectura es preciso estar en ella, no vale sólo con las publicaciones, hay que tener una experiencia directa. Comentó cómo en una revista italiana confundieron las tumbonas de una terraza redonda con las camas de una alcoba, y dijeron que Torres Blancas tenía dormitorios circulares, una mentira. Torres Blancas no es un experimento sociológico, dijo Oíza, recordando su primera idea de libertad, y recordó que Juan Huarte le mandó un telegrama desde París diciendo que la verdadera libertad estaba en ofrecer a la sociedad un buen proyecto. Comentó sus fuentes de inspiración y dijo textualmente: “Broadacre de Wright es aún hoy la mejor propuesta que conozco”. Sobre la idea seminal de ciudad jardín vertical dijo que le gustaría ver revolotear las mariposas y escuchar el zumbido de los abejorros en las terrazas de Torres Blancas y que las proletarias hormigas subieran hasta el último piso. Nombró a Fernández Casado y sus colaboradores con los que entendió la conveniencia de levantar, con encofrado deslizante, una estructura laminar perimetral, y En este artículo cuenta que le pidieron dibujos de Torres Blancas desde el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York (MOMA) y, por abandono, no lo atendió. Me imagino que, enfrascado en otros asuntos más apremiantes, lo fue dejando, hasta que se hizo tarde. 20
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239. El hueco de la escalera. Foto de Óscar Martín, 2009.
construir las “terrazas-fruteros”: bandejas como pétalos y un mástil central como el tallo. Contó que, para construir Torres Blancas, hubo que someter el proyecto de las dos torres de veinte plantas a la aprobación de la Comisaría General para la Ordenación Urbana de Madrid que, entonces, estaba dirigida por Emilio Larrodera López (1921-1987), que creó una comisión21 para juzgar la propuesta, y que no otorgó la licencia. Se adujo que “no se justificaban las formas adoptadas en el proyecto, obligando a soluciones estructurales complicadas y forzadas, que, aunque brillantemente resueltas, no se integran en el problema arquitectónico. Considerando además de gran responsabilidad el hecho de que la aprobación del proyecto pudiera estimular su seguimiento en la arquitectura de la ciudad y su repetición en el resto de ciudades españolas”, [una tontería]. Oíza comentaba también la redondez. Los cantos artificiales de machaqueo son aristados, los cantos rodados de los ríos son suaves, porque la naturaleza redondea todo. Parece que algo de esto pensaba Oíza cuando en Torres Blancas quiso eludir la esquina. Pues sabía que las aristas son frías y frágiles, puntos débiles. Y decía que la mejor forma de resolver la esquina era obviarla, sin producirla. Aunque las habitaciones de Torres Blancas no son redondas. Sólo los aseos, ya que los locales sanitarios, por agrado e higiene, no deben tener aristas ni rincones. En 1976, Tafuri y Dal Co, en su Historia de la Arquitectura Contemporánea22, de ámbito internacional, consideraban que Torres Blancas era una obra neo-expresionista con sugerencias surrealistas. Al incluirla en su panorámica mundial, otorgaban a la obra de Oíza una extraordinaria categoría. A partir de entonces Torres Blancas figurará en todas las antologías como, por ejemplo, en la Historia de la Arquitectura Española de Editorial Planeta, 1985. Esta obra de divulgación23 reitera gran parte de los comentarios anteriores. Y comenta que los muros pantalla perimetrales de Oíza, frente a los de las torres de Wright, aligeran la labor estructural 21
Sería el año 1962 ó 1963. ¿Estaba Fonseca en la comisión?
Manfredo Tafuri y Francesco Dal Co, Architettura Contemporanea, 1976, (trad. Luis Escolar Bareño, Arquitectura Contemporánea, Madrid, Editorial Aguilar, 1978, pág. 385).
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Obra de siete tomos, edición al cuidado de Morales y Marín, titulada Historia de la arquitectura española, publicada en Zaragoza por la editorial Planeta, en 1985, t. 5, pags. 1969 a 1975.
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240. Núcleo interior de comunicaciones, el vestíbulo más alto de acceso a las viviendas. Foto anónima, s/f.
del núcleo central. Esta Historia de la arquitectura española cuenta que, durante la redacción del proyecto y la ejecución de la obra, hubo constantes correcciones y matizaciones. Así, las primeras terrazas circulares se construyeron con el borde escalonado, como en la maqueta [al gusto barroco de Fullaondo]. Enseguida, se simplificó el encofrado, para hacer los bordes redondeados y que caracterizan a la Torre [al gusto brutalista de Oíza]. En los interiores, hay un tono “cavernícola” que recuerda al mejor Gaudí. Y hay contrastes chocantes: el bronce, con el metacrilato rojo; el hormigón, con el skay (piel sintética); la pintura al duco, con el gresite... En los exteriores, hay también contrapuntos sorprendentes entre lo sobrio y lo refinado. El prosaico hormigón contrasta con la poética madera de teca, con las rústicas losas de piedra o con el meloso pavés de caramelo. Así, el bruto cemento, usado con habilidad, se transforma en un material lujoso. Se comenta que el uso de las líneas circulares parece influido por el Wright de la Johnson (Racine, Wisconsin, 1936-1939) o de la casa Ralph Jesten (Palo Verde, California, 1938), o del colofón Guggenheim (Nueva York, 1946-1959). Y es coetáneo del de las curvas de la floreada Marina City de Bertrand Goldberg Associates (Chicago, Illinois, 1964-1067). Aunque Oíza consigue un efecto plástico y formal mucho más sugestivo y original dentro de la corriente orgánica, una obra de acusado carácter orgánico-expresionista que es rica en claroscuros. Es como un haz de tallos que se abren en la parte más alta, que derraman su vegetación en las terrazas para contrastar con el áspero y leñoso del hormigón y, paradójicamente, crece como una planta extraña al borde de una autovía repleta de coches. [Y los platillos volantes de Wright se posan sobre la Torre]. En 1995, Antón Capitel24 decía que Torres Blancas (1962-67) era la obra maestra, y casi única, del organicismo exacerbado español. Consideraba que Oíza era el campeón del organicismo exaltado, el creador de una forma visual que representaba la imagen de la más avanzada modernidad, y que pertenecía a un momento orgánico muy desarrollado, lejano ya Antón Capitel, “II. Arquitectura Española 1939-1992”, Arquitectura Española del Siglo XX, “Summa Artis”, Madrid, Espasa Calpe, 1995, págs. 432 a 435. 24
219 de la modernidad originaria; el momento de Rudolph, Saarinen y Utzon25. Capitel se imagina a Oíza proyectando Torres Blancas, jaleado por sus ayudantes Moneo y Fullaondo, especialmente por Juan Daniel que era el “representante oficial” de Bruno Zevi en España y que, con su revista Nueva Forma, llegaría a ser el paladín del organicismo español. Ricardo Aroca, siendo estudiante, también estuvo con Oíza, recomendado por Fullaondo26. Debió estar poco tiempo. Algo me ha contado Ricardo de una maqueta de cartulina para Torres Blancas que hizo, cuando Oíza decía que no iba a poder. En el año 2000, la revista Pasajes27 publicó un artículo de José Ballesteros titulado “Conversación” en el Juan Huarte hablaba con Marisa Sáenz Guerra, huérfana de Oíza (†19 de julio de 2000). El gran mecenas contaba que, en 1954, conoció a Jorge Oteiza, y que los Huarte habían fundado un centro de relaciones públicas e integración social, en el que ayudaban a artistas. La noticia corrió por Madrid como la pólvora y se presentó Luis de Pablos (Bilbao, 1930), compositor de vanguardia que entonces ya era conocido en todos los círculos musicales; dijo que eran tres: Bernaola, Coria y él28, que querían salir de España y venía para ver si podían ayudarles para conseguir un local, cuatro sillas y un magnetófono. Al final se formó el grupo ALEA que abrió el mercado internacional a los compositores españoles. Después se formó un grupo con el escultor Jorge Oteiza, impulsor fundamental. Y cuando llegó la hora de la arquitectura, pensando en montar una inmobiliaria, Juan Huarte le preguntó a Jorge Oteiza qué quién era el arquitecto más interesante. La respuesta fue concisa: “Paco Sáenz de Oíza sin discusión”. Decía Huarte –en la batalla con Paco hubo momentos difíciles. Yo le llegué a escribir una carta diciéndole que si no tomaba decisiones las iba a tomar yo. Hubo una situación de gran tensión en momentos determinados. Pero lo que admiraba de Paco, aunque discutiera con él, era su pasión por la belleza, por lo que tenía que ser. A él le traía al fresco quedar bien con el cliente, que le quitase el encargo. Tenía una eterna preocupación por ver cómo quedaba la obra, cuál era la mejor solución, y hacía planos y planos. Desde el punto de vista del empresario yo sufrí mucho, pero desde el punto de vista personal le admiraba–. También contó Huarte que cuando presentaron el proyecto inicial a la Comisaría de Ordenación Urbanística de Madrid, por alguna razón, no les dejaron hacer las dos torres. Les asustaba. Y don Juan llegó a pensar que era por un motivo político, que se temían que si pasaba Franco camino del aeropuerto les diría enfadado: ¿qué han hecho ustedes ahí? En el año 2003, el profesor Ángel Urrutia, en su Arquitectura Española, siglo XX, confirmaba la consagración de Torres Blancas. En el año 2010, en su tesis doctoral Criterios éticos…29 Cabeza dedicó algunas páginas a Torres Blancas. Repitió mucho de lo que se ha dicho ya, y añadió una referencia (no sé si ya estaba dicha), la de “los laboratorios Richard de la Universidad de Pensilvania de Louis Kahn, para girar y desplazar las distintas células alrededor del eje principal y hacer que aparezca un vacío como desahogo del núcleo. Esto se refleja en los macizos verticales que forman el sistema Son los arquitectos neo-expresionistas, coetáneos, o casi, de Oíza. Eero Saarinen (1910-1961) con la terminal TWA del aeropuerto J. F. Kennedy de Nueva York (1956-1962); Paul Rudolph (1918-1987) con su edificio de aparcamientos en New Haven, Connecticut (1959-1963); ; y Jorn Utzon (1918-2008) con la celebérrima Ópera de Sídney (1957-1966). 25
26
Fullaondo, op. cit., pág. 79.
27
Pasajes nº 20, octubre 2000, págs. 19 a 26.
Carmelo Bernaola (1929-2002) clarinetista vasco, compositor y profesor de música. Miguel Ángel Coria (1937-2016) compositor madrileño que, con Luis de Pablos y Carmelo Bernaola, en 1964 formaron el grupo ALEA, con un laboratorio de música electroacústica. En los años 70 se introdujo en la música postmoderna. 28
Manuel Cabeza González, Criterios éticos en la arquitectura moderna española. Alejandro de la Sota-Francisco Javier Sáenz de Oiza, 2010. 29
220
241. Variante de planta para los discos mĂĄs elevados del coronamiento de Torres Blancas, con salas, oficios, habitaciones de hotel y terrazas. Archivo SĂĄenz de OĂza, 1966.
221
242. Francisco Javier Sáenz de Oíza ante las primeras terrazas de Torres Blancas (se observa el borde escalonado del hormigón). Foto publicada por la revista Nueva Forma nº 53, 1970, pág. 62.
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estructural”. [Quizás se refiera a la estructura volada en las esquinas, como los discos de las terrazas de Torres Blancas]. Señala con acierto que las plantas aparentemente complejas, con las curvas en los vértices y las circunferencias en elementos verticales de servicio e instalaciones y en las plataformas redondas que forman el coronamiento del edificio, están trazadas sobre una sencilla cuadrícula de 30 x 30 cm, como en Entrevías (12 x 30 = 360 cm) y en la Ciudad Blanca (14 x 30 = 420 cm). En el 2010, Vicente Sáenz Guerra contaba que, revisando los papeles de su padre relacionados con Torres Blancas, encontró anotaciones sobre otros edificios que pudieron haberle servido de inspiración30. Son el Keeing House (Londres, 1950), torre-racimo de Denys Lasdum (1914-2001); la Bavinger House (Oklahoma, 1950-55), casa espiral con mástil de Bruce Goff (1904-1982); y el Primo Palazzo Uffici (Milán, 1955), bloque hexagonal de Marcello Nizzoli (1887-1969) y Giuseppe Mario Oliveri (1921-2007). A mi juicio, el primero quizá tenga algo que ver con Torres Blancas; el segundo, muy poco; el tercero, nada. Y Vicente publicó el manuscrito de Oíza del año 1972, al que antes me he referido. En 2011, Javier Martínez González y Marta García Alonso, en su ponencia “Construyendo Torres Blancas”31, hicieron un espléndido resumen de lo que se había escrito sobre la obra. Y, para terminar, Isidro Merino, en la sección “El Viajero” del periódico El País, todavía, el 16 de abril de 2015, publicaba un artículo titulado “Madrid en 20 edificios del siglo XX” en el que destacaba el edificio Torres Blancas en primer lugar, cincuenta años después de su construcción.
Sáenz Guerra, Vicente, “Introducción a un texto de Francisco Javier Sáenz de Oíza” en la revista Cuadernos de proyectos arquitectónicas nº 4, 2010, págs 119 a 123. 30
31
Recogida en las Actas del VIII Congreso Nacional de Historia de la Construcción, octubre 2011.
223
243. El solarium con su toldo en la casa de Juan Huarte en Formentor. Foto del Archivo Juan Huarte Beaumont, publicada en Climent, op. cit., pág. 72.
La casa de Juan Huarte en Formentor, Mallorca, 1969 Cuando se hizo esta casa, yo aún trabajaba en el estudio de Oíza. El maestro tenía unos buenos dibujos del terreno. Durante las vacaciones anteriores, había ido unos cuantos días a Formentor, y había tomado apuntes de la topografía, de la escollera de la ribera y, sobre todo, de la vegetación; en planta y en elevación. Así que contaba con dibujos de los hermosos pinos que pensaba respetar32. Tenía la intención de construir la casa, sin talar ni un árbol. Y lo logró. En la parcela, había una construcción anterior de los arquitectos Javier Carvajal y José María García de Paredes. Un chalet corriente formado por dos series longitudinales de habitaciones de una planta, paralelas a la orilla y entre los árboles. Los Huarte querían ampliarlo. Oíza propuso continuar la cubierta plana siguiendo la dirección del borde de la bahía, creando un área cubierta y al aire libre, para completar con un nuevo pabellón de padres, transversal y con paredes de vidrio, cerrando el conjunto. Las construcciones se harían, inevitablemente, en la zona arbolada y Oíza proponía que las nuevas losas estuvieran horadadas y atravesadas por los troncos de los pinos para intentar que los árboles siguieran viviendo, mezclados con la arquitectura. En el otoño de 1969, en el estudio de Oíza, de vez en cuando, sonaba el teléfono y era Juan Huarte, o su encargado, metiendo prisa. Querían la casa de Formentor terminada para el próximo verano. El proyecto, como se entiende normalmente, no estaba hecho. Quizá Oíza tenía unos croquis que yo no había visto. El caso es que el maestro comenzó dibujando el plano de cimentación, que salvaba todos los árboles, y lo envió por correo para que fueran empezando las excavaciones. Después, sobre la marcha, se dibujaron los planos necesarios para que la obra fuera avanzando, en el orden lógico de la construcción, hasta llegar al último detalle del cuarto de baño de madera para la señora de Huarte. Era evidente que don Juan confiaba plenamente en Oíza, pues empezó la obra sin que se hubiera definido del todo el proyecto. Acaso para unificar el conjunto heterogéneo de construcciones que iba a resultar, ideó 32
Según me contó Oíza, regaló estos dibujos de los pinos a Oriol Bohigas.
224
244 y 245 (246). Planta de cotas sobre el nivel del mar. Por la atención de Vicente Sáenz Guerra y María Dolorel Sánchez Moya. Abajo, planta de los pinos del terreno de los Huarte en Formentor. Dibujo publicado en Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., pág. 117 y en El Croquis nº 32/33, 1982, pág. 218.
225
247. Planta del conjunto. Plano publicado en Climent, op. cit., pรกg. 49.
226
248, 249 y 250. Arriba, sección transversal esquemática por la parte antigua de la casa. En medio, vista en escorzo de la parte nueva, con la cornisa de cuarto de caña y los testeros planos. Esquema publicado en El Croquis nº 32/33, 1982, pág. 218. Foto publicada en Climent, op. cit., pág. 56. Abajo, aseo-cápsula de madera para la casa de Juan Huarte en Formentor (precedente del de Roca de 1970). Plano publicado en Climent, op. cit., pág. 59.
227
251 y 252. Veranda y particiones con óculos, bancos y cornisas de madera. Fotografía y plano publicados en Climent, op. cit., págs. 67 y 54.
228
253. Los troncos de los árboles que atraviesan la sala de estar del pabellón de padres. Suelos de mármol, pilares y techo estucados en blanco. Cerrada con montantes de vidrio fijo, arriba, y grandes tramos deslizantes, abajo. Los ventanales, de madera pintada, ejecutados por los mejores industriales de Madrid: Borda, la carpintería y Wenceslao García, los estucos y esmaltes. Amueblada por H Muebles con las famosas sillas y mesa Knoll. Foto publicada en Climent, op. cit., pág. 64.
254. La cubierta y las cornisas de la casa, atravesadas por los troncos de los pinos. Foto publicada en Climent, op. cit., pág. 71.
229
255. Planta del pabellรณn nuevo, con el porche de acceso y enlace. En la obra se simplificรณ, dejando el cuarto de estar con un solo nivel. Plano publicado en Climent, op. cit., pรกg. 58.
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256. La casa Huarte vista desde al agua. El solárium a la izquierda. El pantalán, a la derecha. Foto (recortada) publicada por Federico Climent en “Lazos invisibles” en Massilia: anuario de estudios lecorbuserianos, 2009.
una especie de cornisa o alero sui géneris, con costillas ocultas de tubo de acero sujetas a la obra de hormigón y tablas largas de madera de pino, atornilladas a las costillas, formando una superficie curva, de cuarto de caña grande, que adornaba, a todo lo largo, la parte alta de los frentes del conjunto, hacia el mar y, por detrás, hacia el camino. En los testeros, el remate de madera era plano y estaba formado por tablas en diagonal. ¿Qué fue lo que inspiró a Oíza para hacer estos raros elementos? Se ha dicho que Oíza comentó, no sé cuándo, que había mirado dibujos de Jorn Utzon, quizá el proyecto para una colonia infantil en un lugar indeterminado de la costa de Mallorca33, de 1957, o la villa Herneryd34, en Suecia, terminada en 1962. No sé. Me convence lo que dice Federico Climent35, que se refiere al palacio de la Asamblea de Chandigarh de Le Corbusier de 1951 como posible fuente de inspiración tanto de Oíza como de Utzon, que eran coetáneos. Me contó Oíza, que, especulando sobre el color del que pintar las maderas de Formentor; creo que con el pintor Rafael Ruiz Balerdi (1934-1992), del entorno de los Huarte; pensaron que iba a ser de la gama roja, el complementario del verde de los pinos, buscando el contraste armonioso de tantos cuadros renacentistas. Pero la señora de Huarte dijo que no quería más colores que los de sus pareos y que toda la casa, incluidas las tablas de la cornisa, se pintaría de blanco. Y así fue. Oíza ya había hecho algo parecido en la torre de apartamentos en Alcudia, pocos años antes. Allí se trataba de un antepecho y visera de tablillas pintadas de blanco. Las antiguas casetas de las playas, o los botes de los pescadores, que eran de madera, se rascaban, lijaban, calafateaban y pintaban todas las temporadas. Así, año tras año, se mantenían con un aspecto impecable. La casa de los Huarte en Formentor se ponía a punto todas las 33
Richard Weston, Utzon, Dinamarca, Edition Blondal, 2002, pág. 75.
34
Richard Weston, op. cit., págs. 78 y 79. (Mencionado por Federico Climent).
Climent Guimerá, Federico, F. J. Sáenz de Oíza, Mallorca 1960-2000 proyectos y obras, Palma de Mallorca, Govern Balear, Conselleria d’Obres Públiques, Habitatge i Transports, Direcció General d’Arquitectura i Habitatge, José J. Olañeta editor, 2001; “Lazos invisibles” en Massilia: anuario de estudios lecorbuserianos, 2009, págs. 104 a 111, donde Climent cita la revista Zodiac nº 9, 1959, que pudo estudiar Oíza cuando trabajaba para Mallorca.
35
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257. Los muros de mampostería concertada bajando hasta la escollera. Y las ramas tumbadas de los pinos de Formentor, apuntaladas. Foto publicada en Pasajes de arquitectura y crítica nº 20, 2000, pág. 24.
primaveras. Lo sé porque yo conocía al jefe de la pequeña empresa que lo hacía. Era Juan Vives Bibiloni, constructor de Pollensa. El pabellón nuevo, pieza principal de la intervención, tenía el techo levemente inclinado, ascendiendo hacia el mar, y el suelo escalonado, bajando. Se entraba por el porche de unión entre lo nuevo y lo viejo, en una posición intermedia. Hacia arriba, se desarrollaban los dormitorios y aseos, de altura justa. Hacia abajo, se abría la sala de estar, de techos altos, espaciosa, con envoltura transparente que dejaba ver la isla de Formentor sobre el azul de la bahía, entre los pinos, y había dos troncos (con las hormigas de Torres Blancas) en el interior de la estancia. Tenía el pabellón cuatro dormitorios, cada uno con su baño. Uno para la señora, otro para el señor, y dos rincones, con puertas correderas, para los invitados. Los baños, con sus formas orgánicas descendientes de Le Corbusier, eran una versión lujosa (con ventana) del aseocápsula que Oíza iba a proyectar para la fábrica Roca en 197036. El baño más bonito era el de la señora. Todo de madera, con tablas y cubillos enterizos tallados, redondeados, matando aristas y rincones: una joya de ebanistería. Los grandes ventanales de la sala fueron fabricados por Borda, que era entonces el mejor carpintero de Madrid. Cerraban herméticamente. Accionando un manubrio, las hojas correderas se elevaban ligeramente y el tren oculto de patines rodantes quedaba liberado para que el gran paño se deslizara suavemente. Los herrajes habían sido importados de Suecia o de Finlandia. Lo de las columnas con parástade creo recordar que tenía algo que ver con algún sofisticado diseño, quizá de Hans Hollein (1934-2014), para una tienda vienesa que no he localizado. Una parte del mobiliario se dibujó con el proyecto, integrándola en la construcción. Era el caso de todas las camas que estaban amparadas por costados y cabeceros tapizados, un poco más altos que el lecho, adaptados a los pilares y al perímetro recortado de las habitaciones (entonces, yo no conocía personalmente a los Huarte. Con esta casa me los imaginaba como Rock Hudson y Doris Day en Pijama para dos de 1961). 36
Véase Alberdi y Sáenz Guerra, op. cit., págs. 132 y 133.
232 La parcela caía desde el camino del monte hasta el agua, con pendientes irregulares. Oíza propuso escalonarla, hacer una sucesión de planos horizontales, mediante muros verticales de piedra (mampostería concertada aparentemente en seco), descendiendo hasta la escollera. Los planos horizontales serían de jardín, con parterres de flores y de cactus; o de estancia, algunos pavimentados con madera. Entre los bancales, una escalinata bajaba al pantalán-embarcadero de madera, que podía desmontarse en invierno; y otra, hasta una plataforma de baños, que era como una pequeña península de diseño, una peña artificial de hormigón para las tumbonas, con solárium, lona discreta y toldilla. Por la mediación de Marisa Sáenz Guerra, hija de Oíza, y la generosidad de Rosario Huarte, los de la Escuela de Arquitectura de Toledo (unas setenta personas, alumnos y profesores) visitamos esta casa en marzo de 2013. Aseo cápsula, 1970 En el año 1970, la famosa casa Roca de aparatos sanitarios encargó a varios arquitectos prestigiosos que hicieran una propuesta de cuarto de baño. Acompañé al maestro a Barcelona y fuimos a la fábrica de Gavá, al suroeste de la capital catalana, relativamente cerca del aeropuerto. Era un conjunto grande, 20 hectáreas de naves. Nos enseñaron algunas instalaciones, sus modernos sistemas de fabricación. Hablaron de las excelencias de su empresa y de su deseo de crear algunos prototipos de cuarto de baño que fueran originales, atractivos y novedosos. Invitaban a Oíza, el genial autor de Torres Blancas, a ser el creador de uno de los prototipos. La propuesta del maestro iba a estar en la línea más realista de los metabolistas o del Archigram, la de menor escala. Modesta y funcional. Oíza quería proponer el “aseo-cápsula”. Palabras que recordaban a las cápsulas tripuladas que los rusos y la NASA lanzaban al espacio. Un cuarto de baño completo, con paredes, suelo y techo, de poliéster reforzado con fibra de vidrio, pulido en su interior. Se fabricaría, integro, por elementos, en los talleres de la empresa. La propuesta que presentó era moderada, el poliéster se empleaba sólo para la carcasa. Los aparatos sanitarios seguían siendo los de porcelana que fabricaba Roca, inmejorables. En el suelo, iba pegada una moqueta sintética renovable. Podía tener ventana, o ventana-espejo. La puerta, con sus juntas de goma, era como la de un submarino. La cápsula tenía unas patitas, lo que permitía instalar exteriormente, incluso por debajo, las tuberías de agua y desagüe; a los lados se adosaban los conductos eléctricos, el calentador y demás. La cápsula, por dentro, era blanca, pulida y brillante, por fuera era azul marino mate como una nave soviética con la palabra Roca en rojo, para ser emparedada en obra. La propuesta de Oíza, perfectamente dibujada, se entregó en el plazo acordado. Me imagino que el departamento de márquetin no vio negocio en el aseo-cápsula. Y, al menos yo, nunca más volví a oír hablar del invento.
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258 y 259. Aseo-cรกpsula. Arriba, la planta. Abajo, la secciรณn. Dibujos publicados en Alberdi y Sรกenz Guerra, op. cit., pรกgs. 132 y 133.
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CAPÍTULO 7 EL BANCO DE BILBAO, 1971
(Publicado, en parte, en AAVV, ed. Andrés Cánovas, Banco de Bilbao Sáenz de Oíza, 2000. Corregido.)
En el año 1971, los directivos del Banco de Bilbao convocaron un concurso por invitación para la construcción de la nueva sede del Banco en AZCA, moderno centro comercial y de negocios de Madrid. Los invitados, por orden de antigüedad, fueron los arquitectos José Antonio Coderch (1913-1984), Antonio Bonet (1913-1989), Francisco Javier Sáenz de Oíza (1918-2000), José Antonio Corrales (1921-2010) y Ramón Vázquez Molezún (1922-1993), Rafael de la Hoz (1924-2000), Antonio Fernández Alba (1927), y Antonio Miró (1931-2011). El consejo de administración del Banco organizó un jurado de extraordinaria solvencia constituido por tres partes. La parte técnica, confiada a la afamada oficina de proyectos estadounidense Skidmore Owen and Merril. La parte estética, al arquitecto italiano Gio Ponti (1891-1979), autor del deslumbrante edificio Pirelli de Milán (1950). Y la parte bancaria, presidida por el bilbaíno Francisco Hurtado de Saracho y Epalza (1917-2007), arquitecto de plena confianza del Banco, que elevaría al consejo de administración el resultado de las consultas y deliberaciones. Y en el mes de julio de 1971, poco antes de las vacaciones, se proclamó la victoria de Oíza. El proyecto de Coderch parecía una torre de apartamentos, el de Bonet no estaba mal pero le sobraban los barrocos adornos del remate, el de Corrales y Molezún gastaba los metros más rentables de fachada con la pared ciega de los ascensores, el de la Hoz era demasiado corriente, el de Fernández Alba semejaba un extraño castillo y el de Miró parecía un gran tendedero de ropa. Se entiende que el ganador fuera Oíza, con su propuesta técnica, nítida y rentable. La gestación del proyecto tuvo lugar en el estudio de Oíza, en la avenida de Portugal de Madrid, frente a la Casa de Campo. El maestro en la planta alta; José Carlos Velasco, Alfonso Valdés y yo en la baja, Pispa (María Luisa López Sardá, esposa de Velasco) estuvo al principio. Todos habíamos subido un piso, pues la familia se había ido a vivir a Torres Blancas. Alonso y Azofra, los recién llegados, se instalaron en el semisótano. Francisco Alonso de Santos y Javier Azofra estuvieron varios días sin salir del sótano. Por lo visto, estaban investigando de qué color se pintaría la torre del Banco. Cuando salieron, Paco Alonso nos enseñó unos primorosos folios pintados con verde y purpurina dorada. Los demás estábamos dibujando los paneles del concurso con tinta negra.
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260 y 261. A la izquierda, fotografía de la maqueta de estudio sin armar, por un lado la estructura y, por otro, la chapa de latón perforada con la que se va a envolver, foto del estudio de Oíza. A la derecha, perspectiva axonométrica de la torre.
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262. El edificio en construcción. La estructura mayor, de hormigón. Y la estructura menor, de acero. Fotografía s/r 1976, BBVA Departamento de Servicios Generales, publicada en Andrés Cánovas (ed.), Banco de Bilbao Sáenz de Oíza, Madrid, Departamento de Proyectos ETSAM, 2000, pág. 87.
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Oíza hablaba con el ingeniero de caminos Javier Manterola de la estructura, consultaba con el ingeniero industrial Benedicto Aguilera las instalaciones, comentaba en el estudio las disquisiciones, explicaba las decisiones que iba tomando, y divagaba. Decía, por ejemplo, que el moderno y tecnológico vehículo lunar de la NASA no era como un coche Morgan, paradigma de la antigua técnica inglesa. En el automóvil, complejas barras Cardan trasmitían, desde el motor, el movimiento a las ruedas. En el vehículo lunar había un motor en cada rueda. En los grandes edificios que tenían aire acondicionado centralizado, el volumen de los conductos era mayor que el de la estructura. En el Banco de Bilbao, para paliar esta servidumbre, había que contar con varias centrales, concretamente, cuatro plantas técnicas. Y la sección de los conductos primarios se reduciría a la cuarta parte. Si, además, se sustituía el vehículo aire, portador de calorías o frigorías, por el vehículo agua, mil veces más denso y cuya capacidad de transporte es mil veces mayor, la red quedaría reducida a la milésima parte, un volumen insignificante, fácil de integrar. Era el sistema llamado de fancoil (ventilo-convector), entonces nuevo, después generalizado. Oíza, el arquitecto con experiencia (el zagal de Cáseda que levantaba plantas de iglesias que regalaba a los curas, el chico sevillano ensimismado que descifraba la geometría de las lacerías mozárabes, el estudiante madrileño fascinado por la exacta ciencia alemana que construía aparatos voladores, el posgraduado viajero ”sobrecogido por la cultura técnica estadounidense” que escribía tratados de salubridad, el maestro mayor de la basílica de Aránzazu que se enamoró
239 263, 264, 265, 266, 267 y 268. Arriba, vistas y abajo, plantas de las propuestas de los otros concursantes que, con la de Oíza, sumaban siete. De izquiera a derecha, las propuestas de Coderch, Bonet, Corrales y Molezún, De la Hoz, Fernández Alba y Miró. Publicado por Antón Capitel “Allá por los años 1971” en la revista Arquitectura nº 228, 1981, págs. 11 a 17.
de María Felisa de San Sebastián, el dos veces Premio Nacional de Arquitectura autor de Torres Blancas de Huarte, edificio de fama mundial, y el profesor consumado, mil veces jurado, armador del Gregal), propuso, para la nueva sede de las oficinas del Banco de Bilbao en Madrid, un puente de mando de hormigón, metales y vidrios para el ahorro de energía, con la técnica ponderada y limpia llamada tecnología: bajo en emisiones. Edificio puente Problema fundamental: el subsuelo del solar en AZCA estaba cruzado por el túnel del ferrocarril Chamartín-Atocha. El Banco de Bilbao debía fundarse a cada lado del túnel, sin tocarlo. Y se cimentó como un puente de dos pilas que salvaba el cauce del ferrocarril, sin contacto con él, evitando sentir, a sus horas, la vibración producida por el paso de los trenes. El puente iba a soportar un edificio de treinta plantas, más la torcedura que el viento y los terremotos pudieran hacer sobre él. Cada pila estaba formada por dos torres de muros plegados de hormigón armado. En total, cuatro patas, como cuatro grandes pilares “doble T” de lados desiguales. (Área del conjunto de los cuatro pilares = 4 x 14 m2 = 56 m2 = 560.000 cm2; a 50 kg/cm2 de resistencia del hormigón armado con mucho margen de seguridad; 28.000.000 kg; redondeando: un edificio de 30.000 toneladas, como el transatlántico italiano SS Leonardo da Vinci de 1960).
240
269. Sección de la torre, transversal a los túneles de la Renfe. Se aprecian las seis grandes estructuras de hormigón y los paquetes de cinco plantas de estructura metálica que sobre ellas se apoyan, completando el conjunto de treinta plantas sobre rasante. Publicada en Andrés Cánova, op. cit., pág. 15.
241
270. La maqueta del concurso, armada. Con la estructura construida de madera, en el interior. Y la chapa de latĂłn envolvente. Foto de OĂza, 1971.
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271 y 272. Plantas. A la izquierda, la planta limpia, sólo los sistemas fijos: estructura, ascensores, aseos, escaleras de emergencia y conductos de climatización. A la derecha, una planta con despachos; entre ellos, el despacho mínimo de 2,64 m de fachada. Plantas publicadas en El Croquis nº 32/33, 1988, pág. 94.
Puente de seis pisos y cada piso soportando un entramado de cinco plantas. Treinta plantas en total. Iba a ser como apilar seis puentes Vecchio, más altos que el de Florencia, uno encima de otro. Estructura de estructuras, como algunas propuestas de Archigram y de los metabolistas japoneses, los del crecimiento de las ciudades del futuro1. Estructura vestida con una cortina ligera de vidrios y metales. Véase el modelo de metal y madera, construido en el estudio de Oíza (chapa perforada de latón, oculta-radiadores que compró y dobló el maestro en una mañana). Bajo en emisiones La estructura encapsulada en vidrio, y el vidrio a la sombra, como hizo Saarinen en el Deere & Camny2, matizado por Oíza en el Banco de Bilbao: vidrio limpio al norte, protegido al este y al sur, protegido y amparado al oeste con un segundo vidrio, verde. Cuando Paco Alonso escuchó la propuesta, pronunció la palabra “hiperespacio”, a dúo con Azofra. Paco Alonso había sido un estudiante aventajado cuyos dibujos, que admirábamos en la Escuela, fueron publicados en la revista Nueva Forma de Fullaondo. Participó en el célebre concurso del Bankunión con Alejandro de la Sota (1913-1996)3. Según nos dijo, él hizo los dibujos que publicó Sota, y se consideraba el verdadero autor del proyecto. Pero lo que, al fin, proponía Oíza, no era un colchón de aire entre dos vidrios que, en Alfonso Valdés en “La conexión americana”, Arquitectura nº 228, enero-febrero 1981, comenta el parentesco entre el Banco de Bilbao de Oíza y lo que él llama las “megaestructuras” de Louis Kahn, Kenzo Tange y los metabolistas.
1
En Moline (Illinois, EEUU), Eero Saarinen, hijo del arquitecto finlandés Eliel Saarinen, construyó el edificio Deere & Company (1957-63), en el que la fachada de vidrio, a lo Mies van der Rohe, está protegida del sol por viseras con celosías metálicas. Cuando estábamos empezando a trabajar en el proyecto del Banco de Bilbao, Oíza nos enseñó una publicación (¿) en la que había fotos de este edificio. Véase AAVV, Eero Saarinen, Tokio, A+U, 1984, págs. 102 a 121. 2
Publicado por Juan Daniel Fullaondo, “Concurso para el edificio bankunion [sic] en Madrid (1970)”, Nueva Forma nº 107, págs. 78 y 79. 3
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273 y 274. Plantas. A la izquierda, la oficina paisaje publicada en ed. Andrés Cánovas, op. cit., pág. 147. A la derecha, la planta técnica publicada en El Croquis nº 32/33, 1988, pág. 95.
verano, por el efecto invernadero, necesitaría gran consumo de energía para amortiguarlo. Oíza no quería la cortina neumática transparente. Quería la sombra que entrevera. (Más sombra y menos frigorías, de la auténtica cultura mediterránea, a pesar de la vieja confrontación con el arquitecto Gutiérrez Soto4). En Madrid, durante el desarrollismo despreocupado de los años sesenta, se instalaron miles de calderas de gasoil, sustituyendo o sumándose a las de carbón. Luego vino la contaminación del aire y la crisis del petróleo de los años setenta. “Allá por el año 1971”5, empezó a gestarse el Banco de Bilbao. Oíza y sus ingenieros idearon un edificio eléctrico: la pila de Volta. Acaso aún entonces la fuente de esta energía que lo alimentaba estaba emponzoñando algún lugar lejano, pero, esperaban que, en el futuro, las energías renovables y limpias sustituyeran totalmente a los combustibles fósiles, quedando sólo los contaminantes de las fabricaciones. “La chapela de humo que puede observarse a veces sobre el Banco de Bilbao no es más que vapor de agua” (Capitel, Arquitectura COAM, 228, pág. 27). Oíza quería un edificio que necesitara una cantidad mínima de calorías (o frigorías) para la conservación del confort indispensable, como un organismo vivo de metabolismo basal bajo. De proporción armónica Alfonso Valdés ayudó a Oíza a definir con exactitud las dimensiones esenciales del edificio, logrando, como reclamaba Vitruvio, que reinara la armonía entre las partes y el todo. Esa cualidad trascendió a la planta, la elevación y la perspectiva y, durante la fabricación del proyecto, daba las medidas y regía las proporciones; permitía armar y desarmar las ideas de los dibujantes; comparar, elegir, ensamblar, integrar de varios modos. 4 Sesión crítica de arquitectura sobre del edificio del Ministerio del Aire, obra de Gutiérrez Soto, Revista Nacional de Arquitectura nº 112, abril 1951, págs. 28 a 43.
Antón Capitel, “La Torre del Banco de Bilbao en el centro AZCA de Madrid”, Arquitectura COAM nº 128, 1981, págs. 11 a 31. 5
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275 y 276. Planos de obra de las fachadas. A la izquierda, dibujo a lápiz de un fragmento de la esquina redonda, con estructura grande de hormigón, y, encima, dos plantas tipo, de acero. A la derecha, sección y planta, en detalle de la fachada tipo; con los fancoil de climatización y sus conductos, y la pasarela exterior con su barandilla y visera. Dibujos publicados en Andrés Cánovas, op. cit., págs. 106 y 107.
Ensayaron diversos números intencionados hasta dar con la medida: el pie elefantino (abrev.: ´lf). Este pie es una décima parte mayor que el corriente, es el pie grande de 33 cm (´lf de, aproximadamente, 1+1/10´ U.S. feet). Para este pie las medidas del sistema antropomórfico serían: toesa (estatura) 1980 mm; vara, 990; codo, 495; palmo, 110; pulgada, 27,5; dedo, 20,6… Habíamos investigado las dimensiones que suelen tener los despachos en los edificios de oficinas, de las fachadas de vidrio, los vanos en lunas de espesores normales, las resistencias de maineles metálicos… Desde Neufert hasta Mies van der Rohe, el módulo varía de 1,25 a 1,4 m. En el Banco de Bilbao, con el pie elefantino iba a ser 1,32 m (4 ´lf), ponderado módulo intermedio. Los despachos consultados oscilaban entre 2,50 y 2,80 m de fachada. Serían de 2,64 en el Banco de Bilbao. El Seagram de Mies, de planta rectangular, tiene 3 x 5 crujías, más los gruesos de las fachadas (grueso de 2´ 1´´, feet, inches U.S.). Cada crujía es de 28´, con seis ventanas de 4´ 8´´. En total es un rectángulo de 144´ 2´´ x 88´ 2´´, cuya proporción es 1,6351…, casi el número de oro (1,6180…). En el Banco de Bilbao, la planta, aunque redondeada, es de formato rectangular. El lado corto se acota en módulos (M) y el lado largo en partes (p). El módulo, distancia entre ejes de maineles de ventanas, es de 132 cm. Este módulo se divide en ocho partes (M = 8p). La parte es medio pie elefantino (que corresponde a la altura del peldaño de la escalera), igual a 16,5 cm. La planta total, de vidrio a vidrio, mide 276 x 172 partes, cuya razón (proporción) es 1,6046…, casi el número de oro también. Sin emplear números irracionales. Usando números enteros de sencillas series como: 16,5 33 49,5 66 82,5 99 115,5 132… 33 66 99 132 165 198 231 264… 132 264 396 528 660 792… O series de Fibonacci como: 16,5 16,5 33 49,5 82,5 132… 33 33 66 99 165 264… Serie y serie doble como en el Modulor de Le Corbusier.
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277. Fragmento de la fachada sur, visto con teleobjetivo. Fotografía de Luis Fernández Inglada, 1980.
Alguien dijo: –Necesitamos un lema secreto para el concurso. –El número 132– propuso Valdés. –Vale 132– dijo el maestro– 1 significa Oíza; 3, Velasco, Valdés y Vellés (los de la V); 2, Alonso y Azofra (los de la A). Y fue el lema ganador. Fui al estudio de Oíza por admiración al maestro, y me pagaba el triple de lo que cobraba en un estudio anterior. Estuve cuatro años. Supongo que a los demás les pagaría con la misma generosidad. Ganado el concurso del Banco de Bilbao, comenzaba un lento proceso de años. La economía de Oíza no daba para seguir pagando los sueldos indefinidamente. Nos reunió en el piso de arriba para explicarlo. En los siguientes meses, para ir dibujando los planos del proyecto de ejecución, él y un ayudante, serían suficientes. Había llegado el momento de liquidar el equipo. Una de cal y otra de arena Oíza, racionalista u orgánico, siempre tuvo una actitud universal hacia la arquitectura, y en su biblioteca había publicaciones de cualquier procedencia6. No parecía que el maestro se dejara influir preferentemente por ningún enfoque artístico, estaba abierto a todo. Se interesaba por visiones distintas y aún contrarias. Testigo de la gestación del proyecto, Valdés7 nos contaba que, cuando empezó el concurso del Banco de Bilbao, Oíza ”miraba tres torres: la CBS de Saarinen, la Kline de Johnson, y la de los caballeros de Kevin Roche”, pues estaba interesado “por la correspondencia entre la escala Véase Fullaondo, La bicicleta…, pág. 105 y siguientes. Enumera los libros de la biblioteca de Oíza (figuraban en su oposición a cátedra). La menosprecia por su variedad, que considera errática. 6
7
Alfonso Valdés, Arquitectura, op. cit. págs. 32 a 37.
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278. Esquina redonda de la fachada norte. El vidrio limpio, con pasarela limpiacristales y sin visera. Foto de Baltanás y Sánchez, 1999, publicada en Andrés Cánovas, op. cit., pág. 5.
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279. La fachada sur, desde la pasarela limpiacristales, con la barandilla de bronce y la visera. Foto de Baltanás y Sánchez, 1999, publicada en Andrés Cánovas, op. cit., pág. 135.
248 de la estructura portante –real o aparente– y la del edificio”. Es fácil entender lo que es la escala de un dibujo (razón entre el tamaño de la representación de un objeto y su tamaño real, por ejemplo, 1/100), pero, ¿qué es la escala de una estructura o de un edificio? Son disquisiciones acerca de los tamaños, pues Valdés se refiere a que, “real o aparentemente”, esos tres edificios tienen –o parece que tienen– una estructura muy grande, mayor que la que podría tener si fuera, por ejemplo, como el Seagram de Mies van der Rohe, cuyo esqueleto es un entramado cúbico, casi uniforme, una ley menuda de vigas y pilares8. El Banco de Bilbao tiene una estructura mixta: grande y menuda. Grande y de hormigón armado postensado para la sustentación del conjunto. Menuda y de acero para el pormenor de las series de plantas. Vincent Scully publicó en American Architecture and Urbanism9 de 1969 los tres edificios a los que se refiere Valdés: el CBS construido en Nueva York por Eero Saarinen en el año 196510, el Kline Science Center en la Universidad de Yale (Connecticut) de Philip Johnson en 196611, y la torre de los Caballeros de Colón también en New Haven (Connecticut) de Kevin Roche en 1967. Creo que en el CBS de Saarinen, Oíza contemplaba la potencia abstracta del alto prisma facetado de mármol negro, misterioso como el monolito de aquella película de Kubrick, 2001. Una odisea del espacio. En el Kline de Johnson, supongo que admiraba el orden figurativo del edificio moderno y esbelto que, continuando el camino del Guaranty Building de Sullivan (Buffalo, USA), usaba, sutilmente, la tectónica clásica (basa, fuste y capitel) de los palacios florentinos del Renacimiento. Quizá miraba la torre de los Caballeros de Kevin Roche sintiendo simpatía por aquella coetánea de Torres Blancas, cuya “megaestructura” ya no iba a servirle de modelo. Valdés dice también, entre otras muchas cosas interesantes, que, en el Banco de Bilbao, “se logra una confluencia de aspectos funcionales, de servicios y de escala, en un artefacto integrador, diríamos que orgánico”. Un artefacto orgánico es como un ser vivo: forma con metabolismo. Se hace este paralelismo porque, así como el corazón con sus arterias y venas, y el cerebro con sus nervios dan vida a los músculos del esqueleto, los sistemas de comunicación y de climatización, integrados en la estructura, vivifican metafóricamente el espacio del edificio, al que hacen confortable. Pero, tras embelesarnos con la miel orgánica, Valdés explica que la utilidad requerida a los edificios de oficinas es compleja e imprevisible, pues estará sujeta a cambios de usos y, por ende, de disposición y, haciendo prestidigitación con las palabras, Valdés añade “que [en el Banco de Bilbao] el tipo, y no el organismo como tal, logra salvar” esa indefinición. Y yo me pregunto si no podría ser que hubiera un “artefacto integrador”, por llamar así al edificio orgánico, del tipo puente alto, perteneciente a la gran familia de las plantas lineales, variedad corta y redondeada, de proporción armónica, que sirviera para diversas disposiciones. En el libro (catálogo) Contemporary Spanish Architecture. An Eclectic Panorama, 1986, en el que escriben Ignasi Solá Morales y Antón Capitel12 para exponer la arquitectura española en EEUU, se dice del Banco de Bilbao que “las formas orgánicas son el elemento generador de su diseño… [y su estructura] es como las ramas de un árbol de hormigón”, y, también, que “todo [el Banco de Bilbao] se explica desde su lógica funcional y desde la construcción del edificio”, 8
Carter, Mies van der Rohe at Work, London, 1974, The Pall Press, pág. 165, fig. 362.
Vincent Scully, American Architecture end Urbanism, New York, Praeger Publishers, Inc. 1969 (4th ed., 1975, págs. 195 a 201).
9
10
Véase http://bit.ly/2ikMp9q, 19/03/2015.
11
Véase http://bit.ly/2ywXeZO, 19/03/2015.
En Frampton Kenneth, edición al cuidado de, catálogo de la exposición Contemporary Spanish Architecture. An Eclectic Panorama, Architectural League, Nueva York, junio de 1986, New York, Rizzoli international, 1986. 12
249 o sea, que esta obra no pude clasificarse en uno de los dos apartados del clásico esquema de lo orgánico y lo racionalista. Gabriel Ruiz Cabrero, en 199813, opinaba que el Banco de Bilbao era un torre pequeña. Aunque mucho más pequeña es la célebre torre Johnson de Wright, que tiene doce plantas. La Seagram de Mies tiene treinta y ocho plantas. La de Oíza, con sus treinta plantas, se parece a la de Mies; alcanza la máxima altura que se permitía en AZCA: 102 m. Pero, claro está, los rascacielos famosos (Empire y Chrysler de Nueva York) son mucho más altos, tienen cerca de cien pisos (300 m). En la torre del Banco de Bilbao, la superposición de plantas normales con pasarelas y parasoles, más las planta de mayor altura, correspondientes a las “megaestructuras”, y las plantas técnicas ciegas, intercaladas, crean una variedad en las fachadas que, según Ruiz Cabrero, “produce una vibración compleja y sutil que hace olvidar la pequeña dimensión de la torre”. La arquitectura es una inmensa saga de ideas y edificaciones, vivas o muertas, puras o mestizas, producto de múltiples patrias y metrópolis, “en la que no hay verdades o mentiras” que diría mi amigo Antón Capitel. Pero sí hay verdades y mentiras en la crítica de la arquitectura. Considera Capitel que un edificio, que se destaque en el paisaje de la ciudad por ser más alto que los edificios comunes, es más hermoso si su planta es central14. Parece que Antón hubiera preferido que la planta del Banco de Bilbao fuera cuadrada, para que formara un mástil urbano, como la torre de la iglesia de una antigua población, cuyas campanas tañen a los cuatro vientos por encima del caserío, o como esos rascacielos míticos cuya silueta se reconoce, idéntica, desde cualquiera de las lejanías. Pero la naturaleza del Banco de Bilbao es más modesta y compleja. Los puentes son lineales, no de planta central. Y como el edificio de Oíza tiene algo de puente en su concepción, algo de lineal aparece en su forma. Además, su altura obligadamente moderada, igual o menor que la de otros edificios próximos, no se corresponde con esa grandeza cardinal, de hito de la ciudad que se le reclama. Su localización tiene dos facetas, una de movilidad y otra de quietud. La primera se debe a estar situado en la dinámica esquina sureste de AZCA, al borde de la Castellana, lo que hace que el edificio participe en la configuración de un entorno fluido, en el que dos rápidas vías automovilísticas, que se cruzan a distinto nivel, permiten cambiantes vistas más o menos fugaces del edificio en escorzo. La segunda, de quietud, se disfruta desde los jardines espaciosos de los Nuevos Ministerios, contemplando la franca frontalidad meridional del Banco de Bilbao, que mira hacia el centro de Madrid, gracias al formato rectangular de proporción armónica, que, con el redondeo de las esquinas, no deja de recordar la otra faceta dinámica del cruce. El profesor Ángel Urrutia, en su muy documentado libro sobre la arquitectura española del siglo XX15, dice que el Banco de Bilbao no es una “torre-monstruo monótonamente aumentada o reticulada como una jaula”. Urrutia opina que Oíza entiende su propia obra como “una consecuencia sincera de la estructura” y de la sutil y compleja organización técnica del edificio, el “expresionismo tecnológico” de Alfonso Valdés: plantas especiales (altas), plantas tipo (medianas), plantas técnicas (bajas), elásticas y diáfanas en la periferia, y bifocales en el núcleo (como la elipse). Si Le Corbusier deseaba la máquina de habitar, Oíza quería la máquina de trabajar del siglo XX, la pila de Volta de vidrio, bronce y acero cortén, confortable. Desde que las ideas del Banco de Bilbao se empezaron a gestar, hasta que se publicaron estos artículos que he comentado, habían transcurrido, por lo menos, diez años (1971-1981). 13
Gabriel Ruiz Cabrero, Spagna Architecttura 1965-1988, Milano, Electa, 1989, pág. 132.
Antón Capitel “II. Arquitectura Española 1939-1992”, Summa Artis . Historia General del Arte, vol. XL Arquitectura española del siglo XX , 1ª edición, Madrid, Espasa Calpe, S.A., págs. 468 y 469. 14
Ángel Urrutia, Arquitectura Española Siglo XX, “Manuales Arte Cátedra”, Madrid, Ediciones Cátedra, 1997, págs, 469 y 470 (at. Antonio Bravo Nieto).
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280. Aspecto general, donde se cruzan la Castellana y el paso elevado de Raimundo Fernรกndez Villaverde. Foto de Luis Fernรกndez Inglada, 1980.
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281. Detalle de la esquina sureste, donde se cruzan la Castellana y el paso elevado de Raimundo Fernรกndez Villaverde. Foto de Luis Fernรกndez Inglada, 1980.
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282. El Banco de Bilbao desde las Arquerías de los Nuevos Ministerios. Foto de Luis Fernández Inglada, 1980.
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283. El Banco, enmarcado por la arquitectura de Zuazo, desde la calle Zurbano. Foto de Luis Fernรกndez Inglada, 1980.
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284. Fragmento de la fachada oeste, con quitamiedos, visera y parasoles de vidrio verde. Foto de Baltanás y Sánchez, 1999, publicada en Andrés Cánovas, op. cit., pág. 5.
Mientras tanto, se había producido la difusión y el éxito del pensamiento de Aldo Rossi y otros postmodernos. Lo del edificio que se resuelve en la tipología (el tipo) de Valdés, la forma central, perfecta, circunspecta y pregnante de Capitel; y lo del tamaño de los rascacielos míticos que añoraba Ruiz Cabrero, son facetas de una actitud común adherida a la Tendenza, e incluida en la corriente ecléctica posmoderna que animó a muchos críticos de aquella década. Cuando los amigos calificaban a Oíza de autor ecléctico, le alababan. Pero él, pienso, debía sentirse atacado pues decía que “la verdadera arquitectura es la que no tiene autor” y pensaría, quizá, que, menos aún, un autor ecléctico. Pero a pesar del natural antagonismo generacional, cuando Javier Frechilla, Antón Capitel y Gabriel Ruiz Cabrero ganaron el concurso para la dirección de la revista del Colegio de Arquitectos de Madrid y proclamaron en el editorial su talante liberal y ecléctico, hicieron que el protagonista de su primer número fuera Oíza con su Banco de Bilbao. Y empezaron a construir, en los anales de la arquitectura, el destacado lugar que corresponde a
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esta gran obra. Charlando con Gabriel Ruiz Cabrero de estos asuntos, coincidimos en que para construir es bueno usar una de cal y otra de arena. Después de unos años de ilustración postmoderna, con la vuelta a lo moderno de los años noventa, el edificio volvió a ser homenajeado por los arquitectos madrileños. Algunos dibujaron intencionadamente a la manera de Oíza en el Banco de Bilbao. Me refiero al edificio administrativo del Ministerio del Interior (Madrid, 1992) de Iñaki Ábalos y Juan Herreros16. En 1997, Enrique Domínguez Uceda, desde la mirada del arquitecto17, nos explicaba perfectamente a los lectores domingueros de periódicos, con orden mental y palabras claras, lo que era este edificio de Oíza, consagrándolo definitivamente como monumento popular. 16
Véase Alejandro Zaera, Ábalos & Herreros, 1993, pág. 83 (at. Mercedes Anadón).
17
Domínguez Uceda, Enrique, “El Banco de Bilbao de Oíza. La mirada del arquitecto”, El Mundo, noviembre 1997.
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285. El patio de la piscina de la casa Echevarría. Foto de Helena Medina, 2017.
La casa Echevarría, 1971 Los Echevarría son una familia de antiguo origen guipuzcoano que, en el siglo XIX, con el esplendor de la industria vizcaína, se establecieron en Bilbao. Empezaron como comerciantes de vinos de La Rioja y clavos de Baracaldo. En varias generaciones crearon un emporio de importación y exportación, con EEUU y otros países. Se hicieron industriales millonarios y hasta hubo algún artista en la familia. Cuando yo era niño, en Bilbao, había un complejo industrial grande y viejo, en la subida al santuario de Begoña, al que la gente llamaba “la fábrica de clavos de Echevarría”. Alicia Alcover García-Calamarte, hija del embajador de España en Estocolmo, se casó con Arturo Echevarría Wakonigg en septiembre de 1967. La boda se celebró en la iglesia de Santa Bárbara de Madrid, el cóctel se sirvió en el hotel Ritz. Arturo Echevarría, vástago de aquella familia, hijo de un importante consejero del Banco de Bilbao, era amigo desde la infancia del arquitecto Juan Daniel Fullaondo Errazu, otro bilbaíno de pro establecido en Madrid. Y Arturo y Alicia, tomando una copa en Villamagna 10, bocacalle de Serrano, pidieron a Juan Daniel que les hiciera una casa en La Florida. El arquitecto gozaba escuchando el saxo de Pedro Iturralde y el piano de Tete Montoliu en Whisky & Jazz, con soda. Disfrutaba también con los libros (desde la adolescencia, leía a James Joyce en la biblioteca de su padre, en Las Arenas18). A Fullaondo le gustaba escribir de arquitectura, hacer crítica sagaz, y publicar las obras interesantes de muchos arquitectos en la revista Nueva Forma que, desde 1967, los Huarte habían puesto en sus manos; Allí había un ejemplar del Ulises, publicado en Argentina. Lo cuenta Fullaondo en La Bicicleta aproximativa..., 1991, pág. 128. 18
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pero lo de hacer una casa para su familia o sus amigos íntimos no le apetecía. “No estamos para esos trotes”, dijo19. Y propuso que encargaran la casa a Fernando Higueras (1930-2008) o a Oíza. Alicia trabajaba en algún puesto relevante de Gastón y Daniela (cadena bilbaína de tiendas de telas y decoración con intenciones artísticas, desarrollo nacional e internacional, creada por los Waconigg hace más de cien años) y, quizá aconsejada por Jorge Oteiza, que también era amigo de ellos, eligió a Oíza. Sería el año 1970, algunas tardes, Alicia y Arturo iban al estudio de don Paco para hablar de su casa y discutir los pormenores. Yo estaba en la habitación de al lado, dibujando la casa Cagigas, que nunca se construyó, y no prestaba mucha atención a lo que decían, pero me quedó la impresión de que Alicia llevaba la voz cantante. Oíza, analizando las ordenanzas de edificación de La Florida (calle Lamiaco, 27, Madrid, 28023), se agarró a una norma urbanística que iba a ser el leitmotiv del proyecto: la casa tenía que construirse separada, al menos, cinco metros de la linde de la calle. Y, a cinco metros, dibujó una línea curva y paralela al borde de la vía pública, que iba a ser la traza de la fachada exterior del edificio, un muro potente, largo, curvo y casi ciego, rasgo esencial de la obra, frontera del espacio privado. Ese muro exterior protegía la vivienda del norte, aislaba la casa que se volcaba abierta hacia el sur, donde iba a estar el jardín. Aparecía un inconveniente: en esa dirección del mediodía, se encontraba la autovía de La Coruña (entonces se decía la cuesta de las Perdices), relativamente cerca, que generaba ruido de coches. Para remediarlo, interpuso un pabellón largo de servicio, paralelo a la autovía, que creaba un patio-jardín interior, recoleto y tranquilo, al que daban las habitaciones principales de la mansión. 19
Fullaondo, op. cit., pág. 134.
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286. Fachada exterior de la casa EchevarrĂa. Foto de Helena Medina, 2017.
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287. Balconada del patio de la casa EchevarrĂa. Foto de Helena Medina, 2017.
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288, 289 y 290. Alzado sur, planta baja y planta alta de la casa Echevarría. Publicado en El Croquis nº 32/33, págs. 74 y 75.
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291 y 292. Alzado oeste y sección transversal de la casa Echevarría. Publicado en El Croquis nº 32/33, págs. 74 y 75.
El pabellón de servicio tenía una cubierta vegetal que descendía en bancales y escalones hasta el pavimento del patio. El ala de dormitorios de hijos, orientada al este, cerraba el patio-jardín y se abría al huerto exterior de levante, en el que se encontraban el porche del ping-pong y la piscina. Fullaondo, supongo que repitiendo lo que oyera a su amigo Echevarría, decía que la obra fue de bajo coste (una villa low cost). Los materiales son de una austeridad franciscana: muros de ladrillo tosco, interiores encalados, cubierta de teja árabe, sencillas celosías conventuales de madera... Un repertorio de arquitectura tradicional castellana que produjo una casa que no sé si parece antigua o moderna. Una obra singular, original sin estridencias, sutilmente post modern20. Según Fullaondo, Oíza se estaba midiendo con José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún que, en 1962, habían hecho la magnífica casa de Jesús Huarte en Puerta de Hierro21. El día 17 de octubre de 2014, estuve en la casa con Yolanda García Villaluenga y los hombres de su equipo. Yolanda es periodista de Televisión Española, directora de “Archivos”, y estaba haciendo un reportaje sobre Francisco Javier Sáenz de Oíza, para un programa de la Dos llamado Imprescindibles. Echevarría había vendido la casa a una empresa (¿) cuyo representante y su ayudante nos atendieron con elegancia. Un par de operarios hacían alguna reparación. Casi todas las habitaciones estaban vacías, aunque aún quedaba algún chéster de Gastón y Daniela. Hacía una tarde deliciosa. La cubierta estaba retejada, las paredes y las carpinterías, recién pintadas; todo estaba limpio, unos jardineros recortaban el seto del lindero de levante. A última hora, cuando ya se habían ido los operarios; entre las altas copas de los árboles vecinos, iluminados con la luz dorada del atardecer, la casa solitaria, sólo con sus fantasmas, en penumbra, melancólica, lucía su apagado esplendor. Robert Venturi (n. 1925) publicó en 1966, el famoso libro Complexity and Contradiction in Architecture, que marcó el comienzo de la arquitectura posmoderna. Cuando Oíza hacía esta casa, conocía el libro.
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Fullaondo, op. cit., pág. 134.
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293. Croquis nº 52 de Oíza para su cabaña. Publicado en López-Peláez, op. cit., pág. 154.
La cabaña de Oíza La cabaña de Henry David Thoreau (1817-1862) junto al lago Walden22, quizá inspirada por el trascendentalismo de su mentor Ralph Waldo Emerson (1803-1882), fue la semilla que germinó en las Hojas de hierba de Walt Whitman (1819-1892), la epopeya de un estadounidense común, panteísta y libertario, lectura favorita del arquitecto Louis Sullivan (1856-1924) y de su célebre discípulo Frank Lloyd Wright (1867-1959). Semilla que floreció con blanco esplendor pasajero en las velas del campamento de Ocotillo (1929) y fructificó, finalmente, en la gran cabaña del desierto de Arizona, el Taliesin West (1937). ¿Quién no quiso hacerse una cabaña? Le Corbusier, en 1951, se hizo el Cabanon de Roquebrune-Cap-Marti para pasar la vacaciones en la Costa Azul, en pelotas. Y Oíza, más familiar, quería hacerse una cabaña en Oropesa (Toledo) para ir, los fines de semana, con María Felisa y los niños. Era en una finca que había sido de su padre y la cabaña nunca se construyó. Fue un trabajo al que se dedicó, en ratos libres, durante una década y que produjo una colección de croquis numerados (los que no fueron a la papelera), y que mostró a los alumnos de Peláez a finales del año 1976, y que Peláez explicó a los estudiantes de la Escuela de Arquitectura de Toledo en el invierno de 2014. Conferencia del arquitecto Fernando Espuelas “Thoreau: construir como rito, caminar como arte” en la Escuela de Arquitectura de Toledo, 16 de abril de 2014. Véase también Henry David Thoreau, Walden, Madrid, Cátedra, 2005 (2012), con cubierta de Diego Lara. 22
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CAPÍTULO 8 POLLENSA, 1971 Epílogo íntimo
Los Cifre No recuerdo con exactitud cuándo fui a Pollensa por primera vez. Quizá fuera en el verano de 1972. Oíza me invitó a pasar unos días de vacaciones en su casa. Supongo que yo iría en el Simca 1200 blanco, con Chipi (María del Carmen de Uribe Ornilla que entonces era mi mujer), siguiendo a Oíza, que iría con María Felisa y los niños en un Seat 1500 ranchera gris-aviación (siete hijos, madre y padre, más equipaje, es mucho para un coche, quizá llevaran también el Jeep amarillo, aunque María Felisa dice que no). Viajábamos hasta el puerto de Valencia, allí embarcábamos en la Trasmediterránea. Me acuerdo del procedimiento de embarque en un buque con mamparos (más seguro que los actuales ferrys). Los marineros extendían una red sobre el muelle, tú conducías el coche con suavidad dejándolo encima, cerraban la red sobre el vehículo haciendo una bolsa que izaban con la grúa del barco para meterlo hasta la bodega por un tambucho. Navegábamos por la noche mientras dormíamos en camarotes y, muy temprano, llagábamos al puerto de Palma, contemplando la catedral, con luz cobriza del amanecer. Luego atravesábamos la Isla por la carretera central, paralela a la sierra de La Tramontana, hasta la desviación de La Puebla y, desde allí, hacia el norte, seguíamos a Pollensa. El trayecto por la mitad de la Isla, y casi de un extremo a otro, duraría poco más de una hora y media. Yo entonces no me daría cuenta, pero, justo antes de llegar a Pollensa, a la izquierda, se ve el valle de Colonia, y en el centro de él, un pequeño montecillo de encinas sobre el que se eleva la casa de la familia Sáenz Guerra.
264 Años antes, allá por el 60, cuando Oíza fue a Mallorca para hacer la Ciudad Blanca de Huarte, alquiló una casita con un hermoso pino, también en un cerro, cerca de Alcudia. Haciendo excursiones por los alrededores, descubrió esta de Colonia, que estaba deshabitada. Cerca de ella, un poco escondidas, se encontraban las cases velles de Colonya, las casas viejas de una antigua posesión agrícola que daban nombre al valle. Allí conoció a la familia Cifre: los padres ancianos, Juan y Jerónima, y los hijos, Juan y Francisca, y a otros parientes, primos y sobrinos, que vivían en aquel conjunto apiñado de casas, cuadras, hornos, cobertizos y muros, con una pequeña capilla en desuso y algunas ruinas adyacentes, como la llamada can Caçoleta. Y, yo creía que Oíza compró a los Cifre la casa abandonada del montecillo, pero, según mi hija Blanca Vellés de Uribe, la compró a un señor argentino1 que conoció en el autobús PalmaPollensa. En aquel año de 1972, Oíza y su familia llevaban algunos años veraneando en la casa. Según me contó, había hecho pocas obras en ella. Un lucernario en el centro del tejado para hacer más vividero el desván y un pequeño pabellón para cochera, medio escondido entre las encinas, construido con mampostería, aparentemente en seco, al pie de la veranda, cimentado con un sótano-aljibe en el que cabrían unas cincuenta toneladas de agua de lluvia; muy necesarias allí, donde no había tubería municipal de agua corriente. En aquella cochera se guardaba el flamante Morgan verde inglés, que salía muy poco. Paseando por los alrededores, Oíza me presentó a la familia Cifre. Con Juan hijo era con el que más hablábamos, era algo más joven que don Paco, se entendían bien. Oíza admiraba los conocimientos del hombre de campo y su austeridad. Juan Cifre tardó unos cuantos años en comprarse un frigorífico y, cuando lo tuvo, no la usaba nada más que para tener una gran jarra de agua fresca, para beber en verano. Tenía cerdos, ovejas, cabras y un caballo para arar; pozo, huerta, frutales, encinas, algún olivo y numerosos almendros. Era casi autosuficiente, sabía conservar sus frutas y verduras en un desván seco, oscuro y ventilado. Decía que las uvas y los melones le duraban, en buen estado, hasta Navidad. Hacía vino y pan, su madre hacía conservas. Sólo compraba azúcar, café, tabaco y gasolina para el Seat 600, con el que iba al Club de Pollença para alternar con sus amigos. El payés, solterón sin descendencia, sé embelesaba con el encanto de los hijos de María Felisa y Paco, y admiraba la elocuencia del profesor-arquitecto. Juan Cifre, a veces con su padre, nos contaba historias del valle de Colonya, de cuando estaba lleno de gentes que tenían una canción para cada faena del campo. Y de la casa en la que veraneaban los Oíza, que había sido construida, a principios del siglo XX, para don Guillermo Cifre, que, en cierto modo, era un antepasado, acaso no consanguíneo, de la familia de Juan. Después, leímos algo sobre el personaje2. Guillermo Cifre (1852-1908) nació en Pollença como Guillem Coll, hijo de arrendatarios de la propiedad de Colonya que era del terrateniente Guillem Cifre de Colonya O’Ryan. Este señor adoptó al chico tocayo y le nombró heredero de Colonya, con la condición de que cursara estudios superiores. Y en 1869, el muchacho se fue a Madrid a estudiar, y vivió la proclamación de la Primera República (1873), hizo algún curso de Medicina y acabó Derecho. Siguiendo a Francisco Giner de los Ríos3 (1839-1915), participó en la creación de la Institución Libre de ¿Sería el heredero de Antonia Cifre Hammerl, la hija mayor de don Guillermo que se fue a vivir a Argentina? Véase página 267.
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Francesc Serra de Gayeta i d’Asprer, Aportació a la Historia de Pollença, Pollença, Caixa d’Estalvis de Colonya, 1981; Pere Salas Vives, Clara Hammerl, archivero-bibliotecario del Ayuntamiento de Pollensa, 13 de junio de 2013; http://bit.ly/2ikMs56, 21/09/2014 (foto de Guillem con su familia en la casa de Colonya); http://bit. ly/2yzQtIQ, 21/09/2014. 2
Inspirado en el krausismo, de Karl Chistian Fredrich Krause (1781-1832), doctrina filosófica que defiende la tolerancia académica y la libertad de cátedra, para la regeneración social, desde un pensamiento panteísta.
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265 Enseñanza (1879-1936), en la que invirtió algún dinero, y fue profesor auxiliar. Se hizo amigo de Manuel Bartolomé Cossío (1857-1935), el continuador de la labor de Giner en la dirección de la Institución. En 1878 volvió a Pollensa con su nuevo nombre: Guillem Cifre de Colonya. Llevaba el propósito de aplicar en Mallorca los sistemas de enseñanza de la Institución Libre. Y, al año siguiente, fundó la Institució d´Ensenyament de Pollença, primera escuela mixta de la Isla, en la que se impartía en base a la educación científica y humanista, la política democrática y la economía solidaria. En 1880, don Guillermo creó también un banco local, la Caixa d’Estalvis de Pollença (Caja de Ahorros), que daba créditos baratos a los campesinos para liberarlos de las manipulaciones de los caciques que compraban sus votos, y de los usureros que les iban arruinando hasta quitarles lo poco que poseían. Se decía que don Guillermo era un santo que no iba a misa. Fue concejal del Ayuntamiento de Pollensa por el partido Republicano en minoría. Se ocupaba de los asuntos de la docencia. En un viaje a Berlín, Guillem se enamoró de su profesora de alemán, una prusiana muy alta, llamada Clara Hammerl. Se casaron por lo civil en Alemania y fueron a vivir a Pollensa en el año 1889. Su vida allí no fue fácil, la joven alemana no se entendía con su suegra y, como no era católica, otras personas conocidas de la familia Cifre la miraban mal. En cuestión de hijos la vida de Clara fue trágica. De los seis que podía haber tenido, sobrevivieron dos. El primer embarazo fracasó. En agosto de 1880, nació un niño al que llamaron Guillem, que murió a los dos meses. En septiembre de 1881, vino al mundo la niña Antonia –el nombre de la abuela paterna– que iba a salir adelante. En octubre de 1882 dio a luz a otra niña, Clara, y que murió enseguida. En noviembre de 1884, de nuevo alumbró a una niña, a la que pusieron el nombre de Emma, como la abuela materna. Y, por último, en septiembre de 1900, parió a un nuevo Guillem. En enero de 1901, murió la niña Emma, tenía siete años. Fue un golpe terrible. Don Guillermo, que era un poco neurasténico (hoy se diría depresivo), estaba hundido, agobiado, insomne, con un cansancio inexplicable. Clara, más fuerte, echaba la culpa de la muerte a la suciedad endémica del pueblo, a la falta de limpieza en las calles de Pollensa, llenas de excrementos de animales, donde los niños jugaban. La mujer alemana, racional-higienista, no podía soportarlo más. La vieja casa de los Cifre en Pollensa (calle Mallorca nº 32) se le caía encima. Y Guillem, decidió construir algo nuevo en el valle: sa casa nova de Colonya. Una casa bonita y alegre, suficientemente amplia, rectangular y con tejado a dos aguas, sencilla, bien construida, limpia, racionalista y con algunos detalles tradicionales de arquitectura neomedieval mallorquina. Y situaron la casa en el mejor sitio del valle, relativamente cerca de las casas viejas (ses cases velles, que eran las casas de labor donde estaban los payeses y los animales) pero claramente separada, subida en el montecillo, rodeada de encinas, y con vistas lejanas a la bahía de Puerto Pollensa y a la mar azul serena. La casa debió estrenarse en el año 1903. Pocos años después, don Guillermo avaló a un amigo de Ciutat (Palma) el crédito para alguna inversión o negocio que fracasó, y se arruinó. Perdió la mayor parte de sus propiedades, sólo le quedó la possessió de Colonya. Y su salud mental empeoró gravemente. Los médicos aconsejaron que dejara la vida pública, se apartara de los quehaceres y problemas, y que hiciera une viaje de recreo para despejar la mente y descansar. Sus profesores tuvieron que ocuparse de la Escuela, sin él; y doña Clara se puso al frente de la Caixa. El plan no dio resultado. Don Guillermo viajó a Francia y se suicidó en Lyon el día 4 de julio de 1908. Y la alemana alta de cabellos blancos, viuda fuerte y abnegada, se dedicó a sacar adelante a la familia. Se convirtió en la primera directora de una entidad financiera en España, cargo que ejerció, en la Caixa d’Estalvis de Pollença, entre los años 1908 y 1916.
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294. La familia Cifre-Hammerl en la veranda de sa casa nova de Colonya, recién estrenada. Doña Clara Hammerl, la alemana alta de cabellos blancos; don Guillermo Cifre, el melancólico altruista; la niña Antonia, la hija mayor; y el pequeño Guillem, que, por empeño de su madre viuda, llegó a ser ingeniero agrónomo en Oregón, EEUU. Foto de Guillem Bestard i Cànaves (1881-1969), s/f.
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295. La casa de los Sáenz-Guerra en el valle de Colonia, Pollensa. JV. óleo sobre tabla 50 x 28 cm, 1975.
Cuando los hijos crecieron, Antonia, la mayor, se fue a Argentina sin que su madre lograra impedirlo. Y doña Clara decidió dejar Pollensa para que Guillem, su hijo pequeño, estudiara en una universidad estadounidense. Con la Primera Guerra Mundial, EEUU se había convertido en el país más prestigioso. Para poner en práctica su plan, Clara Hammerl liquidó la possessió de Colonya. La vendió a bajo precio a los que habían sido trabajadores de su difunto esposo, concediéndoles, desde la Caixa, créditos blandos. Y así fue como los padres de nuestro amigo Juan Cifre adquirieron las casas y tierras de su hermosa Colonia.
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El Puerto Desde Pollensa, por una carretera recta de unos 6 km, en coche, se llegaba a la bahía, en diez minutos. Y la familia de Oíza bajaba todas las mañanas a Puerto Pollensa para bañarse en el mar. Iban a la zona más elegante, al norte del puerto, donde había una serie de antiguos chalets junto a la orilla de arena blanca, entre pinos tumbados4 que llagaban hasta el agua. El lugar exacto era el mollet de la familia Vidal, un poco más allá del caserón convertido en Museo Anglada Camarasa (hoy desaparecido), que había sido la casa-taller del pintor. En los municipios en los que no había juzgado de primera instancia, como era Pollensa, una persona respetada actuaba de juez no profesional, encargado de resolver cuestiones menores. Don Salvador, padre de los Vidal, era el juez de paz de Pollensa5. La madre se llamaba Margarita. El hijo mayor era Joaquín y el menor Damián. Tenían además una niña, amiga de las de Oíza, que se llamaba Petronila. Había unos primos de nombre Toni y Damián, también. Todos los chicos eran aficionados al mar. El primo Toni había construido un catamarán de madera, con sus propias manos. Una preciosa embarcación ligera y elegante con dos largos patines pintados de azul marino relucientes, que admirábamos. Junto al mollet de los Vidal, varado en la arena, estaba el “Marco Polo”, un precioso dingui de madera barnizada, con espejos de proa y popa, y orzas abatibles en los costados, al estilo holandés. El Marco Polo tenía remos, y se aparejaba con una vela cangreja color azafrán que, según Oíza, parecía de tafetán (sería de dacrón). Era una pequeña embarcación de 3 m de eslora, Son los pinos marítimos llamados de Alepo (la ciudad siria), también llamados carrascos, son típicos de las riberas del Mediterráneo. Su nombre científico es Pinus halepensis. Es un pino fuerte de copa irregular, que aguanta vendavales que le parten sus ramas. Su madera es dura, quebradiza y resinosa. De él se extrae la esencia de trementina (aguarrás) de los pintores.
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http://http://bit.ly/2gs9Vkm, 23/09/2014.
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296. Javier y Vicente Sáenz Guerra en el Marco Polo fondeado en la bahía de Pollensa, 1966. Foto archivo Oíza.
diseñada por el estadounidense Francis Herreshoff, de Rhode Island6, como bote auxiliar para un espléndido yate. En los años 60, lo fabricaban en el astillero Myabca de Puerto Pollensa, y el arquitecto Ramón Vázquez Molezún, amigo admirado por Oíza y aficionado a la marinería, le recomendó que lo comprara. –Es como un violín– decía Oíza. Le puso en pequeño motor fueraborda British Seagall de 4 caballos. Y con él, los Oíza hicieron sus primeras prácticas marineras. Hay en el Puerto una pequeña base naval. Esta cerca de la punta de la Avanzada, que cierra el interior de la bahía de Pollensa por el noreste, ocultando la isla de Formentor. Al amparo de la punta, se encuentran las aguas más tranquilas de la bahía. Es el lugar ideal para amerizar hidroaviones. Los aparatos que se usaban en la extinción de incendios (terrible mal de los veranos de Mallorca) tenían su base allí. Había una gran explanada de cemento con cantil de poca altura sobre la bahía y dos amplias rampas para que las vistosas máquinas voladoras, pintadas de amarillo y rojo, dotadas de patines flotadores y ruedas, entraran y salieran del agua. Se guardaban en un hangar en el que cabían sobradamente, y había otro hangar en desuso, en el que, pagando algún canon, se guardaban embarcaciones de recreo durante el invierno. Una de los primeros días, después de comer, Oíza me llevó al hangar de la base de hidroaviones, y me enseñó su joya náutica: el Gregal. Casco de poliéster reforzado con fibra de vidrio, orza con bulbo de plomo y jarcia de duro-aluminio, con cornamusas y mordazas de nylon, Nathanael Greene Herreshoff (1848-1938) nació en Bristol, Rhode Island, EEUU. Ingeniero por el Massachusetts Institute of Technology, se dedicó a diseñar y construir barcos. Creó la Herreshoff Manufacturing Company que construía los mejores yates, algunos ganaron de la Copa de América, entre ellos, el famoso velero “Reliance”, ganador en 1903. Su hijo Lewis Francis Herreshoff (1890-1972) continuó la labor del astillero. Hacía barcos más modestos. Consideraba que los barcos tenían que ser obras de arte, y se dedicaba a ello con una devoción exquisita. Supongo que el diseño del “Marco Polo” fue obra suya. En la foto, L. Francis, ya mayor, tiene un modelo de barco en las manos. En: http://bit.ly/2yzUJYU, 27/09/2014. 6
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297. Oíza en el Marco Polo, ca. 1970. Foto archivo Oíza.
jarcia fija, tensores y cabrestantes (winches) de acero inoxidable. Un purasangre de veinticuatro pies (7,20 m) diseñado por el famoso arquitecto naval británico Angus Primrose7. El Gregal de Oíza tenía la cubierta, la bañera y el interior de la cabina de color blanco, con algunas piezas de madera de teca. En el casco, la obra muerta era verde inglés brillante, como el Morgan, y la obra viva estaba pintada de rojo cárdeno mate, como de óxido de hierro, que estaba sucio por las adherencias del mar: restos de algas y escaramujos incrustados durante la temporada anterior. Antes de que el barco flotara en la bahía, había que ponerlo a punto: rascar, lijar y pintar de nuevo la parte sumergida. Nos pusimos pañuelos sobre la nariz y la boca, como los forajidos, pues la pintura de bajos, que llaman patente (antifouling), es muy tóxica, repele a los crustáceos y a las plantas marinas. Mientras hacíamos la labor de decapado, que dio para dos o tres tardes, Oíza comentó que no le gustaba cómo estaba pintado, que el color óxido le parecía triste, como de un carguero. Le propuse que lo pintáramos al viejo estilo del Sporting del Marítimo de Las Arenas, con un filete rojo en la línea de flotación y patente blanca. Así, cuando los balandros escoran con la racha, se trasparenta la orza en el agua y parece la alera de un delfín albino. Lo hicimos, quedamos satisfechos, el Gregal estaba flamante y fue al agua. Tenía también un motorcito fueraborda, como el del Marco Polo (no sé si era el mismo), que se montaba sobre una tabla supletoria que había en el espejo de popa. Se arrancaba tirando de una cuerda, y, pla pla pla…, Oíza llevó el barco hasta una boya que tenía fondeada a unos cien metros de la orilla, delante del mollet de los Vidal. Angus Primrose (¿-1980) navegando con su yate por la costa este de EEUU, en altamar, a la altura de Carolina del Sur, durante una fuerte tormenta, desapareció en el mar. Fue el diseñador de unos cuantos yates de lujo célebres. Y proyectó también veleros familiares muy marineros, como el “Gregal” y su hermano mayor el “Siroco”, que llevan nombres de vientos: Gregal, viento de Grecia; Siroco, viento del desierto. En la foto, me recuerda al capitán Haddock de Tintín. Foto publicada en http://bit. ly/2Ar32E0, 28/09/2014.
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298. Planta y alzado del Gregal, dibujo de Oíza, Din A4 a lápiz y rotring. Archivo Sáenz de Oíza, 1971.
272 El Gregal Por las tardes salíamos en el Gregal. Remando con el Marco Polo, alguno de los chicos del mollet nos llevaba a la boya. Las primeras veces salíamos a motor. Acercándonos a la punta de la Avanzada, sintiendo ya la brisa del mar, Oíza ponía proa al viento y yo iba por la cubierta al tambucho de proa para agarrar el saco de velas. Empezábamos con la mayor. Lo primero era meter la relinga de pujamen por la ranura de la botavara y sujetar el puño de amura con un grillete. Enseguida, buscando en la baluma, poníamos los sables de madera en los alojamientos de la vela y, cuidando que la botavara estuviera claramente a sotavento, tirando con fuerza de la driza, la mayor subía hasta el tope y se quedaba flameando. Cazando la escota y aferrándola en su mordaza, la vela se hinchaba y notábamos la arrancada. Oíza apagaba el motor y, en el relativo silencio, se oía el rumor del agua corriendo por el casco y la vibración del trapo con el viento: el delicioso sonido de la navegación a vela. Pronto, enganchados uno a uno los mosquetones en el stay de proa, izábamos el foque y, con las velas cazadas y ciñendo, dábamos bordadas largas. Me dijo Oíza que, al sur, en el fondo de la bahía, cerca de la Albufereta, había que tener cuidado, pues se encontraban los bajos de Llenaire en los que algunas embarcaciones encallaron. El agua de la bahía de Pollensa es limpia y poco profunda. Desde hace muchos años, las aguas residuales del municipio se depuran y reciclan para la agricultura y no se hacen vertidos sucios. Además, en el fondo de arena blanca, hay poseidonias, algas de hojas largas como cintas de color verde oscuro, con colonias de nacras8, una especie de enormes mejillones, de casi un metro de longitud, que crecen en vertical, clavados en el fondo, y que engullen todas las partículas que halla en suspensión a su alrededor, actuando como máquinas purificadoras. Está prohibido cogerlas. De pequeño, con mi tío José Vellés, yo estaba acostumbrado a saltar de un bote a otro, de los amarrados en el muelle viejo de Portugalete, para llegar al “Marisa”, propiedad del portugalujo Félix Merladet, práctico de la Ría, que nos dejaba su bote para salir al Abra y, amarrados a la gran boya de compensación (podíamos andar sobre ella), pescabamos panchitos, chicharros y jibiones; alguna vez salíamos en el “Helena”, el gasolino de su amigo Ireneo, y cogíamos alguna caballa a la cacea. Luego, en la juventud, tuve un bote de remos con orza y vela cangreja, un Epe al que añadí un botalón y un foque, y me atrevía a salir a la mar, navegando a vela. Nunca tuve motor. Enseguida, Oíza se dio cuenta de que contaba con un marinero. Y propuso un viaje por mar. Iríamos a dormir a la Colonia de San Pedro, situada en el extremo más alejado de la bahía de Alcudia. El recorrido de ida y vuelta iba a ser de unas 40 millas náuticas9 (algo menos de 75 km). Una buena singladura para empezar. Sus hijas, Marisa y la pequeña Aguedita, irían con nosotros. Llevaríamos sacos de dormir, alguna ropa de abrigo en bolsas de plástico para que no se mojara, galletas de Inca (como las galletas de barco de Vizcaya), agua con hielo en el Cóleman10, sobrasada, latas de atún y de anchoas (–la sal es buena para mantenerse hidratado– decía Oíza), alguna fruta en la neverita, un bote de leche condensada, sobres de café soluble y de colacao, terrones de azúcar y, por si acaso, una botella de whisky. Íbamos a navegar en el borde sur de la zona que se conoce como el canal de Menorca, donde los vientos dominantes, en el mes de julio, son del cuarto cuadrante (entre 320º y 350º). Salimos relativamente temprano, navegando de bolina con brisa suave y particular que entraba por la bocana de la Avanzada. Con la primera bordada, llegamos hasta cerca de la ermita de 8
Nacra (Pinnas nobilis), gran bivalva de nacar. Especie endémica de las aguas templadas del Mediterráneo.
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La milla náutica equivale a 1.852 km.
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Un barril isotermo rellenable y con un pequeño grifo.
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299. Oíza navegando en el Gregal, de amarillo, como un marinero de Zubiarre. Portada de la revista Arquitectura nº 313, 1998. JV, acuarela 21x29 cm, 1980.
la Victoria, que está en la falda de la Atalaya de Alcudia. Virando noventa grados a babor por avante, con la segunda, nos acercamos a la isla de Formentor, para virar de nuevo, esta vez a estribor, y recuperar el rumbo anterior. El sol ya estaba alto, pero no pasábamos calor, pues la brisa se iba poniendo fresquita, el azul del agua se iba haciendo más marino y profundo, y, más allá del cabo Formentor, en altamar, imperaba el viento dominante y se veía algunos borreguitos. Después del mediodía, doblamos el cabo del Pinar. Mirando hacia el sureste, en la lejanía, veíamos, algo velada, la sierra de Artá que cierra la bahía de Alcudia. Sabíamos que por allí estaba el puerto de nuestro destino que, con la calima y la distancia, aún no se veía. Oíza estuvo un rato oteando y consultando la carta náutica y, por fin me dijo –Intenta mantener el rumbo sursureste. Para ser más exactos, el 155º–. El Gregal tenía un compas giroscópico a la vista del timonel. Era una esfera imantada del tamaño de un pomelo, que flotaba en un líquido dentro de otra esfera ajustada y transparente. Marcaba grados sexagesimales. No era fácil mantener el rumbo exacto. Moviendo lo menos posible la caña del timón para no perder velocidad, procuraba mantenernos entre el 150º y el 160º. A veces me desviaba un poco. La grímpola fue rolando al primer cuadrante y navegábamos de través, comodamente, con viento bonancible y poca escora. La velocidad (no teníamos corredera) sería de tres o cuatro nudos11. El nudo es una unidad de velocidad que equivale a una milla/hora. Tres o cuatro nudos es una velocidad de unos 6 km/h. Un poco más deprisa que una persona a paso ligero.
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300. Puerto de la Colonia de San Pedro, con los montes de Artá. JV. s/f, acuarela, dos de 10 x15 cm.
Sin cambiar de rumbo, al cabo de cuatro horas, casi habíamos cruzado la bahía de Alcudia. Por la tarde, el viento caía y soplaba flojito del este. El pequeño puerto de la Colonia de San Pedro estaba a la vista y cerca. Había algo de mar de fondo, navegábamos a un descuartelar, avanzábamos poco y con balanceo. Al cabo de un rato, que se nos hizo largo, Oíza arrancó el motor para entrar en el puertecito. Despacito, dimos la vuelta para atracar por el costado de estribor en el muelle diminuto, mirando hacia la punta del faro. El agua era transparente y veíamos el fondo de algas y rocas con erizos, perfectamente. Era un refugio de pescadores, para embarcaciones de poco calado. Para nosotros, suficiente. Saltando al muelle, según llegábamos, amarramos el cabo largo de popa en un pequeño noray viejo y oxidado, parando el barco. Luego, el largo de proa, y cruzamos otros dos cabos hacia el centro (los llamados spring), atados en una argolla. Las defensas, como grandes cápsulas blancas de plástico, fuertes y huecas, colgadas con nudos ballestrinques del candelero, impedían que el casco rozara el cantil. El Gregal estaba bien atracado. El resto de la tripulación saltó a tierra, que parecía que se movía. Dimos un paseo por los alrededores disfrutando de la soledad de aquel idílico lugar aromático. Se oía a las cigarras en el pinar. Después, con la Luna, Venus y Saturno, sentados en la bañera, nos comimos las provisiones a gusto. Dormimos bien. Nos despertamos temprano con la rosada aurora. El Gregal tenía una cocinita de butano (giroscópica como la brújula) para calentar el agua del desayuno. El barco cabeceaba un poco, parecía que el agua estaba movida. La espalda alta del espigón, con su
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escollera exterior, nos protegía del viento y nos impedía ver el aspecto de la mar. Subimos por la escalera de la plataforma del faro a observar. Había oleaje con crestas y brisa moderada; viento del nornoroeste quizá de fuerza cuatro. Un poco fuerte para salir de allí, a vela, con las niñas. Le propuse al maestro que nos quedáramos en el puerto, tranquilamente, hasta que amainara. Me dijo que tenía el billete para volar a Madrid a última hora de la tarde, para una reunión al día siguiente. Y que debíamos volver pronto a Pollensa. Recogimos todo y se puso a revisar el motor. Por precaución, tomé rizos a la mayor, dejándola en dos tercios, recogida y sujeta a la botavara con los pulpos. Aún atracados, Oíza arrancó el Seagall. La máquina de dos tiempos sonaba bien. Soltamos amarras, embragó, empujé el cantil y, pla pla pla…, avanzabamos hacia la bocana. De repente, se paró el motor. Oíza enrollaba la cuerda de arranque, tiraba de ella y nada. Estábamos a la deriva. El viento, poco a poco, nos llevaba hacia las rocas. Mientras lo intentaba otras veces, izé la mayor con sus rizos y salimos del puerto. Ya en mar abierto, subimos el foque y empezó la faena. Nuestro rumbo debería ser hacia el cabo del Pinar (335º), de donde venía la marejadilla. Había que ir contra el viento y contra las olas. Ceñir a rabiar, con la sensación de que el viento era más fuerte y la mar más brava de lo que realmente era. Iniciamos la bordada mar adentro, hacia el nornoreste; el compás marcaba en torno a los 20º. Los rociones que entraba por la proa mojaban la cubierta y llegaban hasta la bañera. Oíza dispuso que las niñas se metieran en la cabina. Subidas en los paldaños y agarradas a los asideros de la escalerilla, asomaban la cabeza para respirar aire fresco. Cuando cargaba la racha, el barco escoraba hasta mojar la regala. Adentrándonos en la mar, el viento se hizo más uniforme. Intentábamos que el
276 timón estuviera a la vía. Para lograrlo, había que afinar la posición de las velas. Con la mayor bien cazada y el escotero al centro; si cazábamos más el foque, arribábamos; si amollábamos, orzábamos. Y tanteando, conseguimos que la caña se mantuviera a la vía, sin sujetarla. El barco navegaba solo, y así es como va más rapido. Iba como la seda, rodeado de borregos. Cuando pillábamos una rompiente a barlovento nos empapábamos. El sol y la brisa nos secaban pronto. Con las olas más altas, al cogerlas casi de frente, dábamos buenos pantocazos y la espuma salía volando por las amuras. Se nos secaba la garganta. Era el mometo del trago de Whisky. Con derrora recta de unas quince millas, a una velocidad de unos cinco nudos, en tres horas estábamos a la altura del cabo del Pinar, mar a dentro. A la siguiente bordada, con viento por la aleta (que es como andan más rápido los veleros) íbamos a entrar en la bahía de Pollensa. Navegando así, el viento aparente es menor, aunque el barco va más deprisa y escora menos. Soltamos los rizos para izar la mayor entera. Hacíamos estela. Pronto nos encontrábamos cerca de la punta de la Avanzada. La aventura estaba terminando con éxito. Sólo quedaba la maniobra de amarre en la boya. Acordamos que la haríamos a vela. Acercándonos a la boya, arriamos el foque, lo metimos en su saco, lo guardamos en la cabina para que no estorbara y pusimos a mano el bichero. Sólo con la mayor se gobierna bastante bien. Dejamos la boya a babor, rebasándola, buscamos la trayectoria curva y de vuelta que nos llevó hasta ella, y llegamos, proa al viento y justo sin arrancada. Rápidamente, antes de que el barco reculara, cobramos la estacha de la boya y por el pasacabos de la amura de estribor la llevamos a la crujía y, con vueltas cruzadas, la aferramos en la cornamusa de proa. Subido sobre la cabina, arrié la mayor; al pisarla para que no cogiera viento, se oyó un chasquido, había partido un sable. Me quedé consternado y Oíza, en silencio. No veíamos a nadie conocido en el mollet, así que nos dimos un baño hasta la orilla y, con el Marco Polo, fuimos a por el resto de la tripulación y los pertrechos. Cuando llegué a la cama, dormí catorce horas. Antes de que el maestro volviera de Madrid, estaba arreglado el sable. Uní las dos partes astilladas con resina de epoxi (Araldit), una vez fraguada, lijé y barnicé. Quedó fuerte; al tacto parecía entero, aunque se veía la cicatriz. La vuelta a la Isla Ya en Madrid, en otoño, Oíza quiso que nos matriculáramos en una academia náutica que había en la calle Hermosilla, en el barrio de Salamanca. Asistimos a todas las clases programadas. Nos examinamos en el Ministerio de Marina, en el paseo de Prado. Fueron varias pruebas escritas. Preguntaban terminología marinera, normas en la mar, asuntos de faros, luces, etc…y algunas maniobras. Y en octubre de 1973, obtuvimos el título de patrón de embarcación deportiva a vela, expedido por la Subsecretaría de la Marina Mercante. Nos autorizaba a navegar a la vista de la costa. En el verano siguiente, recordando la primera singladura, Oíza quería más. Propuso dar la vuelta a la isla de Mallorca. Sería un viaje de unas 250 millas náuticas (460 km). Si hiciéramos unas 40 millas al día, como cuando fuimos a la Colonia de San Pedro, tardaríamos una semana. Nos parecía bien. El maestro quería que lleváramos un proel. El elegido era Damián, el mayor de los Vidal, un marinero de quince años que estaba dispuesto a ir con nosotros. Chipi quería ir también. José, el pequeño de los Sáenz Guerra (tendría ocho o nueve años), no quería perdérselo. Éramos cinco y el barco solo tenía cuatro literas, dos en línea en cada banda; y un retretito en la cabina de proa. Había que hacer una quinta litera. Oíza lo tenía pensado, ya había conseguido la madera, un tablero de teca, tenaz y ligero. Después de comer, con todo el calor, íbamos al Gregal. Cuando abríamos el tambucho de la bañera, el aire de la cabina estaba caliente, olía a poliester y a gasolina. Abríamos también el tambucho de proa para ventilar. La primera tarde,
277 me explicó el proyecto, comentamos el plan de instalación y tomamos medidas: distancia entre las literas en línea, para la anchura; y espacio mínimo en el desembarco de la escalerilla, para restar a la longitud. Con el barco fondeado y moviéndose, el aire enrarecido y agachado junto al WC, pensé que podía marearme. No dije nada, consideré que aquello era una prueba iniciática y que había que superarla sin rechistar. Después, el maestro quería que revisara el grillete que unía el cadenote de la boya con la argolla del muerto y, de paso, que viera si estaba limpio el gozne del extremo de la pala del timón. Después del sofoco, el remojón me apetecía. El fondo estaría sólo a poco más de dos metros. Me sumergí varias veces con gafas y aletas, y, buceando en aquellas aguas transparentes, comprobé que todo estaba en orden. Fuimos un par de tardes más y, la nueva litera desmontable quedó instalada. Oíza había limpiado el motor y cambiado la bujía. El Gregal estaba preparado para el viaje. Avanzada la tarde, después del trabajo sofocante y antes de volver a Colonia, nos dimos algún homenaje. Íbamos a un barcito que había cerca del puerto. Lo atendía un señor cuyo acento mayorquín era más que evidente. Hacía sepia a la plancha, la mejor que he probado en mi vida. Limpiaba la chapa con vinagre, la tenía reluciente. Con una espátula, iba moviendo y dando la vuelta a los pedazos hasta que estaban en su punto, un poco tostados. Cuando los ponía en el plato, echaba por encima una mezcla de aceite verde, vinagre y sal, con ajo y perejil picaditos. La jarra de cerveza helada era como una medicina. Temprano, Oíza llegó el primero al barco. Había llevado dos grandes bidones iguales, blancos y de plástico, con unos quince litros de gasolina en cada uno. Tendríamos de sobra para todo el viaje. Los había instalado por fuera, uno a cada lado del casco, en las aletas, cerca del espejo de popa. Estaban cuidadosamente atados a los candeleros con buenos cabos (al estilo Land Rover de safari). Pensé que si tuvieramos que navegar ciñendo con escora pronunciada, el agua daría en ello, y serían un estorbo. No me gustó, pero no me atreví a decir nada. Salimos a media mañana, más o menos a la misma hora que en el primer viaje, y en la misma dirección. Oíza, el armador, había pensado que la vuelta a la Isla fuera en el sentido en el que giran las agujas del reloj y que, todas las noches, dormiríamos en algún puerto. No sabíamos en cuales; sería al albur del viento. Cuando rebasamos el cabo del Pinar, el armador, consultando su mapa, propuso el rumbo estesureste (125º) para ir en busca de la punta de Capdepera, extremo oriental de la Isla, donde se pasa de la costa septentrional a la de levante. La punta es la estribación noreste de las montañas de Artá, cuyos picos (Farruch de 519 m y Morey de 561 m, señalados en la carta) se adivinaban en la lejanía brumosa. Con viento flojo del Canal, navegamos al largo, en línea recta, durante casi todo el día. Íbamos a cruzar la bahía de Alcudia entera y divisamos, de paso, nuestra Colonia de San Pedro. Comimos en marcha, en la bañera, unas latas de mejillones, queso de Mahón, bocadillos de pan payés con sobrasada vella12 y fruta. A primera hora de la tarde, estábamos a la altura del cabo Farrutx, donde empiezan los acantilados y las aguas profundas. Nos alejamos un poco de la costa para tener mejor viento y, además, Oíza quería que fuéramos por fuera del Farayó de Aubarca, un imponente farallón que surge en aguas donde la carta señala fondo de roca a treinta metros. Superada la potente roca rodeada de rompientes, el sol ya estaba bajo y delante de nosotro. El día declinaba. Nos acercábamos al cabo del Freu que, al contraluz, parecía de piedra negra sobre un cielo amarillo y deslumbrante. Doblado el cabo, divisábamos el faro de Capdepera, extremo de la costa norte. Oíza me informó de que, detrás del faro, encontraríamos el pequeño puerto pesquero de Cala Ratjada, donde pasaríamos la noche, y que, a la marcha que íbamos, tardaríamos en llegar una media hora; y se fue a proa, sentándose en la cubierta, delante del mástil, atisbando. La sobrasada más apreciada por los mallorquines es la que llaman vella (vieja). Es la que está bien curada. La tripa en la que está embuchada se ha puesto oscura y un poquitín mohosa. 12
278 Me preocupaba un poco la arribada al pequeño puerto que, al anochecer, estaría atestado de barcos de pesca y de yates. Busqué en los cofres de la bañera los cabos de atraque. No los encontré. Le dejé la caña al proel y bajé al camarote a buscarlos, y nada. Desaté los bidones de la gasolina y los puse en el suelo de la bañera para hacerme con los cabos. Cuando Oíza lo vio, se enfadó muchísimo y me gané una bronca. Acercándonos a la bocana de Cala Ratjada, arriamos las velas, las recogimos bien y entramos a motor, despacito. Sacamos las defensas sin saber en donde pararnos. Desde un barco de pesca que trendría el doble de eslora que el Gregal, un curtido marinero, al vernos con niños, nos hizo señas para que nos arrimáramos. Cerca ya, le lanzamos los chicotes, los cogió en el aire. Él amarró en su barco y nosotros en el nuestro. Con una maniobra perfecta, quedamos aborloados en su costado. Y cruzando la cubierta de madera del pesquero, saltamos a tierra, a sentir el placer del suelo firme de piedra que parecía que se movía. Después del atraque impecable, paseando por el muelle, Oíza recuperó el buen humor. Se encontró con un arquitecto conocido (no sé si era uno de los hermanos Solá Morales que veraneaba en Artá, cerca de allí, como Moneo). Le contó nuestras aventuras y él nos recomendó un celler para cenar. Comimos aceitunas amargas con pan soso, una cazuela de tumbet y pollo salteado al ajillo, regado con vino negro de Benissalem y, de postre, pequeños melones redondos y amarillos, medio para cada uno, a cucharadas. Para dormir bien. El segundo día nos hicimos a la mar muy pronto. Íbamos a navegar en paralelo a la costa de Levante, con viento fresquito del segundo cuadrante y algún borreguito, viento al que los mallorquines llaman Marín. Es el del mar abierto que llega hasta Argelia y Túnez, el Xaloc del ponto occidental de los corsarios berberiscos y, antes, de los púnicos. De pronto una bandada de peces voladores salió del agua contra el viento. Un par de ellos cayeron sobre nuestro barco, uno fue a parar a la bañera. Era como una sardina con alas traslúcidas, como las de las libélulas, pero en punta. Son sus aletas pectorales que baten a gran velocidad en el despege, para, luego, volver al agua planeando, habiendo recorrido cincuenta o cien metros. Huyen de los veloces túnidos voraces que les persiguen para comérselos. –Podíamos intentar pescar al curricán– le dije al maestro. Le pareció bien. Yo llevaba en la bolsa un aparejo adecuado. Era una tabla rectangular de corcho del tamaño de un folio y de una pulgada de espesor, con dos escotaduras en los lados cortos. Tenía enrollados doscientos metros de hilo de nylon de mena mediana. En el final del hilo, estaba enganchado un plomo del tamaño de una almendra, con una argollita en cada extremo. Con un quitavueltas, seguía una prolongacion de medio metro de cable fino de acero inoxidale acabado en una cucharilla plateada, larga como un dedo anular, que tenía por cola una potera de tres anzuelos. Remolcada, la cucharilla se mueve de forma ondulante y simula ser un pobre pececillo. El depredador que se lanza a por él, resulta ser el cazador cazado. Fuimos echando el sedal por la popa, largando casi todo, y sujetamos el aparejo en la bañera. Iríamos a unos cuatro o cinco nudos, y sin ruido de motor. Lo ideal para la cacea. Al cabo de una media hora, se sintió un movimiento en la línea. Agarramos el nylon y se notaban los tirones. Empezamos a cobrar, veíamos que traíamos algo. Cuando estaba cerca, el hilo se aflojó, y vimos cómo un pez aguja nos adelantaba por estribor. Habría mordido poco y se soltó de los anzuelos. Limpiamos la cucharilla y volvimos a largar la línea. Después de un buen rato, volvieron a picar. Pero los tirones eran mucho más fuertes que los de antes y se notaba la vibración típica del coleteo del pescado. A cien metros, en la estela, vimos que saltaba nuestra presa. La tripulación se alborotó. El pescado daba tales tirones que temí que se partiera el nylon. Poco a poco, fuimos soltando hilo para cansarlo. Cuando dejó de saltar, empezamos a cobrar, cuando hacía otra pirueta, volvimos a aflojar y así hasta que, ya sin fuerzas, lo teníamos en la popa, casi al alcance de la mano. Era un bonito. Si lo sacábamos
279 tirando del nylon se rompería el hilo. Con el gancho del bichero, conseguimos cogerlo por la agalla y meterlo en la bañera. Pesaría unos cinco kilos. Navegando, nadie se atrevió a cocinarlo. Su destino fue ser alimento de los peces, una pena. Al atardecer, el puerto que estaba a nuestro alcance era el de Cala d’Or. Para entrar, rodeamos el saliente del faro, por el sur, y vimos que la cala se dividía en los tres brazos que señalaba el mapa. A estribor, Cala Gran, la más amplia, con algún barco fondeado; de frente, el Caló de Ses Dones, una pequeña cala de baños; a babor, Cala Longa, con un puerto deportivo y una lengua de mar penetrando sinuosa, que no se veía su fondo. Dimos una vuelta a motor, a poco gas, por la cala grande de estribor. Estaba rodeada de pinares y de casitas blancas. Al fondo había un playa de arena clara llena de bañistas. Volvimos hacia la bocana y nos metimos por el puerto lleno de yates despampanantes y seguimos por la cala larga que era como un canal en curva, entre avenidas ajardinadas con chalés escalonados. Al final, había una pequeña ensenada con cisnes, donde estaban las embarcaciones menores y el club náutico Marina de Cala d’Or. Un lujoso lugar que intimidaba un poco. Atracamos en un pantalán flotante que estaba libre. Nos dirigimos a la oficina del Club a pedir permiso para pasar la noche. Todo estaba perfectamente organizado, teníamos toma de agua potable y de electricidad en el pantalán, había tienda de efectos navales, bar-cafetería-restaurante. El maestro pagó el canon de una noche, que le pareció aceptable. Y nos dispusimos a disfrutar del alto standing. Caminamos por la marina contemplando los barcos y a sus vistosas tripulaciones. Cenamos en una pizzería con cervezas y coca-colas. El tercer día iba a ser el de la bahía de Palma. Desayunamos en la cafetería del Club, zumo de naranja, café con leche o colacao y deliciosas ensaimadas de Manacor, esponjosas y espolvoreadas con azúcar glas, pringosas. El encargado nos contó que Cala d’Or había sido urbanizada en 1970 por un promotor de Ibiza que procuró dar al conjunto un aire ibicenco. Cerca, está Porto Petro (donde Jorn Utzon estaba construyendo su famosa casa, Can Lis). Cala d’Or pertenece al municipio de Santanyí. Cuenta con el Fortí, visible desde la bocana, fortaleza del siglo XVIII que defendía la entrada al puerto de las tres calas. En cuanto nos hicimos a la mar, divisamos el archipiélago de la Cabrera. Oíza nos dijo que eran terrenos militares y parque natural, en el que, después de la batalla de Bailén (1808), confinaron a varios miles de soldados franceses prisioneros. Con rumbo suroeste, nuestra ruta iba a pasar entre Punta Salinas, donde está el faro más meridional de Mallorca; y el de la Horadada (na Foradada), situado en el islote mas septentrional del archipiélago, delante de la isla Conejera, más pequeña que la Cabrera. El viento era parecido al del día anterior y, navegando primero a un descuartelar y después de través, con fuerza 3, en un par de horas alcanzamos el faro de Cap Salines. Doblándolo, entramos en la costa suroeste de Mallorca, donde está la ciudad de Palma. Se dice que el mapa de Mallorca tiene la forma de una cabeza de cabra. En aquel momento, estábamos en el pecho de la cabra, donde está la Colonia de San Jordi, y nos aproximábamos a Cabo Blanco, donde empieza la bahía de Plama, en la garganta. Y queríamos llegar hasta el hocico, para, en los próximos días, recorrer la frente, subiendo hasta la cabeza, pues, entre los cuernos, se encuentra la bahía de Pollensa. Si la bahía de Palma es un arco, nuestra trayectoria era la cuerda: rumbo noroeste. La fuerza del viento iba aumentando. Era el Siroco, viento caliente de África, acaso de fuerza cinco, que entraba por la aleta. Las olas serían de algo más de un metro, con rompientes. Nuestra velocidad era mayor que la de las crestas. Las tomábamos en diagonal. Al subir, arribábamos. Al bajar planeando, aumentaba la velocidad y orzábamos con fuerza. Había que ir corrigiendo con el timón, constantemente, para mantener el rumbo de 315º. Parecía que el eje se calentaba y me costaba mover la caña. Temí que se agarrotara. Había que esforzarse para mantener el
280 rumbo. Me sentí apurado. Expliqué al maestro lo que pasaba. Le propuse que hiciéramos una empopada hasta el puerto de Palma y nos quedáramos allí hasta que aflojara la marejada. Lo pensó, y me dijo que no me preocupara. Que íbamos bien. Que siguiéramos. Y así hicimos. Al atardecer estábamos cerca del faro de la Punta de Cala Figuera (la barba de la cabra), donde se cierra la bahía de Palma, que veíamos a lo lejos. Oíza propuso que siguieramos hasta el Cabo de la Mola, para dormir en el puerto de Andraitx. Estábamos batiendo nuestro récord de distancia en un día. Íbamos a hacer sesenta millas en diez horas, una velocidad media de seis nudos. Una barbaridad. Estábamos contentos y cansados. Oíza invitó a un arroz brut en la terraza de un restaurante de la marina. Al final, me tomé todo el caldo con los caracoles. Estaba para chuparse los dedos. Después de la cena, dimos un paseo por el muelle, observando las embarcaciones. En una de ellas, mucho más grande que la nuestra, una familia estaba de sobremesa en la bañera, bajo la toldilla. El padre, al vernos, subió al muelle y se dirigió a nosotros. Nos saludó alegremente, como si nos conociera, y con, inconfundible acento catalán, nos contó que estaban estrenado yate. Que para llegar al puerto de Andraitx, les habían dicho en Barcelona que pusieran el piloto automático con el rumbo 180º y que habían venido muy bien. Añadió que, al día siguiente, volverían a la Ciudad Condal. Y nos preguntaba si sabíamos ¿qué rumbo debería marcar? –Sume ciento ochenta grados y resultarán trescientos sesenta. Es decir, Vd. vino con rumbo sur, vuelva con rumbo norte–. Y el señor barcelonés se quedó encantado con la sencilla respuesta. No sabía que estaba hablando con el maestro Oíza. El cuarto día madrugamos poco. Nos habíamos habituado al barco y dormimos más. Espabilados ya, en poco más de una hora, estábamos entrando en el canal de la Dragonera que tiene menos de media milla de ámbito. Oíza nos contó que era una isla privada y que los defensores de la naturaleza querían que fuera una reserva natural, antes de que alguna empresa la comprara para construir. La isla es larga, de algo más de tres kilómetros. La sección transversal es estrecha y en cuña; con pendiente por el lado de Mallorca y cayendo, más de trescientos metros en vertical, por el lado del mar. Dicen que en la isla hay muchos lagartos. En el mapa, la Dragonera es la nariz de la cabeza de cabra. Y llegamos a la costa noroeste. Para los navegantes, el panorama era un poco desolador. Son sesenta millas de acantilados. Una pared de roca, una ondulante cortina dura, gris blanquecina, en dirección noreste, que se perdía en el horizonte, salpicada de verdes pinos, lentiscos, encinas, acebuches, palmitos…, garriga sobre los precipicios. Es la cara marítima de la sierra de la Tramontana. En el mapa, la frente larga de la cabeza de cabra. A primera vista y desde lejos, una costa inexpugnable. Oíza nos mostró el mapa. En el primer tramo, por encima de los acantilados, está Valldemosa con su famosa cartuja desamortizada, refugio amoroso, en el que Chopin tocó el piano para George Sand, una temporada. Después está Deyá, donde Robert Graves escribió muchos de sus célebres libros. En la mitad de los acantilados, a unos treinta millas de la Dragonera, se encuentra el puerto de Sóller, que iba a ser nuestro destino del día. Hacía calor, la mar estaba plateada. Despacio, con ventolinas, nos separamos un par de millas de la costa, para alejarnos del peligro de rocas y farallones, y en busca de los caminos azules del viento llano. La pared rocosa corta el camino al viento y revuelve las aguas. Lentamente y con paciencia, durante casi todo el día, fuimos avanzando hacia nuestro destino con brisas flojas y racheadas. Por la tarde, la suave brisa cayó del todo y hubo que poner el motor para llegar pronto al puerto de Sóller, que, según Oíza, era, o había sido, una base de submarinos. Atracamos sin dificultades en la zona de embarcaciones de recreo.
281 El maestro propuso que fuéramos a Sóller. Nos dijo que había un tranvía que hacía el trayecto entre el puerto y el pueblo. La parada estaba cerca del muelle, enseguida lo vimos. La vía era muy estrecha, menos de un metro de separación entre los railes. El vagón era antiguo y estaba en buen estado. Oíza dijo que tendría más de cincuenta años. Era de hierro y madera de roble pintada en parte y barnizada, con motor eléctrico, trole y catenaria, como los que yo recordaba de mi infancia, que hacían el trayecto Bilbao-Santurce, pasando por Portugalete. Mi abuela Felisa decía que los niños tuviéramos mucho cuidado con aquel tranvía, pero, con lo despacio que iba y el ruido que hacía, no era probable que nos atropellara. El tranvía de Sóller, cargado de turistas, con todas las ventanas abiertas, lento y ruidoso, subió entre huertas de verduras, campos de naranjos y bancales de olivos. Cinco kilómetros de alegre traqueteo, para salvar un desnivel de cuarenta o cincuenta metros, y llegar a la estación, de la que salía un tren, tan antiguo como el tranvía, que iba hasta Palma, y que, según nos dijeron, debía estar a unos treinta kilómetros. Sóller, rodeado de verde, está en el centro de una olla de montañas abruptas. Es la población principal de un valle fértil. Decía Oíza, que a finales del siglo XIX o principios del XX, muchos sollerenses emigraron a América primero, especialmente a Puerto Rico y, después, tras la pérdida de las colonias, a Francia13; para hacer fortuna. Los que volvieron con dinero hicieron grandes inversiones en el pueblo y en sus campos. Consiguieron que su aislado valle fuera un emporio agrícola. Hicieron el tren y, todas las madrugadas, con máquina de vapor, trasportaban sus productos agrícolas a los mercados de Palma. Instalaron una central eléctrica en el puerto y construyeron el tranvía, que usaban para el transporte de personas, mercancías y hasta del material militar de la base. Levantaron varias construcciones de prestancia historicista. El maestro nos condujo a la plaza del pueblo, donde vimos un magnífico edificio de estilo neo-medieval. En la esquina, tenía un doble balcón circular con hueco geminado, sobre él, un escudo y, encima, el letrero en relieve que decía “Banco de Sóller”. Todo estaba construido, primorosamente, con piedra de sillería rústica, de caliza gris. Pensamos que sería de las canteras del propio valle. Junto al banco, se alzaba el monumento principal del pueblo. La iglesia parroquial de Sant Bartomeu, impresionante, como una pequeña catedral modernista y gotizante. Recordaba a las obras de Gaudí. La había construido un arquitecto de Reus, discípulo suyo, que se llamaba Joan Rubió y Bellver (1871-1952) en el año 1912, como leímos en un folleto turístico. Después supimos que era abuelo materno de los arquitectos Ignasi y Manuel de Solá-Morales y Rubió. Con cierta prisa, tomamos algo en Sa Cova, un bar-restaurante de cocina mallorquina que estaba en la misma plaza de la iglesia y el banco. Recuerdo que probé unas berenjenas rellenas esquisitas. El último tranvía para el puerto salía a las nueve de la noche. Cuesta abajo, iba más deprisa. El aire del anochecer refrescaba. El quinto día iba a ser el último. La mar estaba como un plato. Salimos a motor y fuimos en paralelo a la costa, separados una milla. El gris de los acantilados se reflejaba en el espejo del agua. A media mañana, un sonido extraño rompió la monotonía. Parecían chillidos cercanos. Nos asomamos por la borda y vimos que nos acompañaban delfines, con su nadar tranquilo, de sube y baja, junto al barco. La tripulación asomada por la borda no les asustaba. Las llamadas serían para su grupo, pero podía parecer que se dirigían a nosotros. Casi podíamos tocar sus lomos grises, mojados y musculosos, y la aleta dorsal saliente. Jugaban rozándose entre ellos y casi tocaban el casco. A veces, desaparecían y, al cabo de un rato, volvían a aparecer por la popa (pena de bonito, pensé. Hubiera sido el momento para alimentarlos como en un zoológico). Nos acompañaron durante una hora. Pasada la Cala de San Vicente, cerca del cabo de Formentor, desaparecieron y no volvimos a verlos. A la vuelta del Cabo, entrábamos en la bahía de Pollensa. 13
Ver: http://bit.ly/2zksb2D, 19/08/2015.
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Oíza navegando en la costa de Levante, frente a Cala d’Or. Foto JV, 1974
Habíamos pasado mucho calor, nos apetecía bañarnos. Al abrigo de la punta, en cuanto el agua transparente dejó entrever los fondos profundos de arena con rocas y algas, nos dispusimos a fondear en la primera calita que apareció cerca del faro. En la proa del Gregal estaba el pozo del ancla, la tapa tenía la forma triangular apuntada del extremo de la cubierta. Al quitarla, quedaba prendida de un cabo para no caer por la borda. Había que ponerse encima del pozo, con las piernas abiertas, para sacar, con las dos manos, el pesado arpeo con cadena, seguida de no sé cuantos metros de estacha. En vilo, soltando con cuidado, se dejaba que cayera por la amura hasta el fondo. Se soltaba más, para que toda la cadena se posara en la arena, y un poco más, para que la estacha no quedara tirante y vertical, sino floja e inclinada. Esperamos un rato, para comprobar que no garreaba. Mientras tanto, pusieron la escalerilla en el espejo de popa y los muchachos, impacientes, se tiraron al agua. Después, nos bañamos todos. Acabados los baños, entró una brisa del mar que rizaba el agua de la bahía. Pusimos la botavara casi perpendicular a la crujía por estribo. Sacamos el tangón por babor, sujetando el puño de escota de la génova, y, con orejas de burro, llegamos a Puerto Pollensa. Trasluchando suavemente, alcanzamos la boya. Metimos las velas en sus sacos y los guardamos por el tambucho de proa, quitamos las manivelas de los winches y las guadamos también, clasificamos todo, limpiamos el camarote, baldeamos la cubierta. Con la escota de la mayor y el amantillo tesados, dejamos la botavara bien sujeta sobre el eje del barco. Ordenamos las drizas y formamos las madejas, que quedaron atadas en sus cornamusas. Habiendo recogido las escotas del foque, hicimos las espirales de cuerda, para terminar con ensaimadas sobre la cubierta de la cabina, como le gustaba a Oíza.
283 El muro en seco (Transcrito y corregido de “En el valle de Colonya”, Circo 149, 2008) Recuerdo una tarde de verano, hace más de treinta años. Salimos a dar un paseo por el valle de Colonya, contemplando el circo de montañas azuladas, adornadas con recios pinos de ramas rotas. Subíamos por los caminos que surcan las faldas escalonadas. Yo procuraba acompasar la respiración para seguirle, y él, con su corazón de atleta, caminaba con ritmo sostenido mientras hablaba. Explicaba que aquellas cuestas tapiadas discurrían entre nivelados huertos escuadrados, que fueron construidos y mantenidos tenazmente desde la antigüedad talayótica a base de hacer y rehacer muros de piedra en seco, para contener las tierras y drenarlas cuando caen, puntuales, los fuertes aguaceros de los equinoccios, o las intempestivas tormentas del final del verano. Gozosas aguas de lluvia que llenan los aljibes de piedra y argamasa, y que dan vida al valle sin destruir su belleza urdida, sin desbaratar el arte de las terrazas cultivadas para la autarquía, pues las piedras pensadas y puestas con habilidad amansan a las fieras aguas. A la vuelta de un camino, nos encontramos con un muro que había empezado a derrumbarse. Piedras caídas, desordenadas, invadían parte del camino, tierras del huerto habían empezado a desprenderse, ensuciando la cuneta, las raíces desnudas de un almendro asomaban desprevenidas por el impúdico corte del terreno. Don Paco interrumpió la caminata y la charla. Se detuvo a contemplar el pequeño desastre. Me paré a su lado, observando el desaguisado. Hubo un momento de silencio mientras mirábamos el barro seco, los meños, los cantos, los ripios y los chinos, hasta que el maestro dijo: – Podíamos arreglarlo. –¿Sabremos? – le pregunté asombrado. –Sabremos– dijo, mirándome de frente con el destello azul alegre de su inteligencia. –Limpiemos los bordes de la brecha, a cuatro manos, calzando con ripios los mampuestos que cojean, para que no caigan más. Revisemos las piedras caídas; informes a primera vista, presentan varias caras. La musgosa es la exterior, las polvorientas son las interiores. Tratemos de encontrar el lugar que cada una ocupaba. Las que no tienen cara exterior formaban parte de la segunda hoja, el trasdós. Las largas, con verdín seco en la testa, son tizones o llaves que ataban las dos hojas. Las chinas y cascajos son relleno del núcleo, refugio de caracoles. Las piedras grandes, algo escuadradas, que tienen tres caras adornadas con líquenes, son del coronamiento. Y nos pusimos manos a la obra, codo con codo, flexionando las piernas para no hacernos daño en la espalda, avisando para no pillarnos los dedos. El trabajo duró lo que una partida de pádel. Acabó cuando acababa la tarde. El muro volvió a su ser, como si nada hubiera ocurrido. Acalorados, satisfechos, descansábamos contemplando nuestra obra, mientras recibíamos, sudorosos, el regalo fresco de la brisa. Alegres, bajamos de vuelta, pensando en el payés del huerto que, conocedor de la avería, estaría buscando pedreros, que en verano están muy ocupados con los chalets. Y nos reíamos imaginando el momento en el que acudieran dispuestos a repararlo, y quedaran mudos, desconcertados, sin saber si había sido un mal sueño o un milagro. Sonreíamos también pensando en las rebanadas de pan tostado y con sobrasada que nos daría María Felisa cuando llegáramos a su casa.
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AGRADECIMIENTOS
Empecé comentando con Manolo Casas († 8 de febrero de 2014), fundador de la Escuela de Arquitectura de Toledo, la conveniencia de hablar a los estudiantes de nuestro maestro Oíza. Y el argumento de este libro, en forma esquemática, lo pergeñé para dar la charla titulada “Oíza, primera parte” en el teatro Fígaro de Madrid, el día 16 de diciembre de 2014, gracias a Juan Ignacio Mera, heredero de la dirección de la escuela toledana. Reconozco que el primero al que oí hablar de escribir un libro sobre la obra de Sáenz de Oíza fue a mi amigo Antón Capitel, hace muchos años. Yo había reunido todas las fotocopias que pude de artículos de revistas en los que apareciera la obra de mi jefe. Le entregué la carpeta repleta a Antón, por si le servía para el deseado libro. Ya tenía escrita una buena parte y hablaba con los de la editorial Pronaos para la publicación, cuando, no se sabe cómo, perdió todo. Le agradezco el arrojo de ahora que, amablemente, ha redactado el prólogo de esta publicación. Doy las gracias también a Rafael Moneo que, como hermano mayor de la cofradía pitagórica de los discípulos de Oíza, inexistente, ha tenido la gentil deferencia de escribir la introducción. Él es quien hizo, más pronto que nadie, un artículo sobre las viviendas sociales del Maestro. Me siento, en cierta medida, deudor de los que publicaron antes la obra de Oíza o escribieron sobre ella. Citaré algunos, como Carlos de Miguel con la Revista Nacional de Arquitectura, Carlos Flores con Hogar y Arquitectura, Juan Daniel Fullaondo con Nueva Forma, Richard Levene y Fernando Márquez con El Croquis, Antón Capitel, Javier Frechilla y Gabriel Ruiz Cabrero con Arquitectura y, también, de los que hicieron libros dedicados a Oíza; como Rosario Alberdi y Javier Sáenz Guerra, Oiza, 1996; Federico Climent, F. J. Sáenz de Oíza, Mallorca, 1960 – 2000, 2001; José Manuel López-Pelaez, Maestros cercanos, 2007; Javier Sáenz Guerra, Un mito moderno, 2007…más todos los que cito en la bibliografía. María Felisa Guerra Chacón, viuda de Sáenz de Oíza, me ha ayudado mucho. Hemos pasado tardes hablando de él, de lo ocurrente que era, trabajador incansable, resistente, inteligente, ingenioso, generoso, singular…, de lo que le admirábamos. Me ha abierto las cristaleras de los anaqueles donde guarda los libros y cuadernos más queridos de su amado Paco. Me ha contado muchas cosas, para que pudiera ir hilvanando la biografía. He hablado además con sus hijos: José, Vicente, con Marisa sobre todo y con el sobrino, el auténtico Paco Oíza, que me aclararon alguna cosa. También con mi hija Blanca Vellés de Uribe, que, en los veranos de Pollensa, pasaba horas con Marisa y con Águeda -las pequeñas de los Sáenz Guerra, mayores que ella- y que, con su buena memoria, me ha corregido alguna anécdota. Fernando Domínguez revisó el capítulo náutico y, por él, hubo un retoque de brisas y vientos. Javier Moreno me puso tras las pistas talaveranas. Conté con Esther Vargas, bibliotecaria del campus de la Fábrica de Armas de Toledo (Universidad de Castilla-la Mancha), que localizó todos los artículos sobre Oíza en revistas de diversas bibliotecas y me los envió por correo electrónico. Qué lujo. Agradecimientos a Eva Herrera, secretaria de la Escuela, siempre dispuesta a ayudarme. Quedo en deuda con Carlos Magariños Laguía que ha leído el texto entero, ha corregido minuciosamente cientos de faltas, gestionado y procesado las imágenes y maquetado el libro con esmero, por lo que le estoy muy agradecido. Y gracias también a mi mujer, Natalia Magariños Laguía, que me permitió sustraer setecientas veinte horas de los quehaceres domésticos y del cuidado de nuestros hijos para dedicarlas a este libro. JV. diciembre 2015
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292 Apartamentos Castellana: Fullaondo, Juan Daniel, Nueva Forma nº 10/11, 1966, págs. 23 y 24; Alberdi y Sáenz, Oiza, 1996, págs. 114 y 115. Concursos para la Universidades Autónomas de Madrid y de Bilbao: Arquitectura COAM nº 128, 1968, págs. 24 a 49; Nueva Forma nº 44, 1969, págs. 26 a 28; Nueva Forma nº 48, 1970, págs. 19 a 26 y 91 a 100; El Croquis 32/33, 1988, págs. 192 a 196; Castellanos Gómez, Raúl y Domingo Calabuig, Débora, “1969: Las universidades españolas a concurso. Bases, resultados y polémicas”, Proyecto, Progreso, Arquitectura nº 7, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2012, págs. 104 a 121, http://bit.ly/2gs6aeO, (consulta: 28 de febrero de 2015). Concurso de Mónaco: Nueva Forma nº 51, 1970, págs. 64 a 68 y 59 a 69; Costa Cabral, Claudia, “Archigram en Monte Carlo y la idea del paisaje equipado”, Materia Arquitectura 03, Puerto Alegre (Brasil), Universidad Federal Río Grande, 2011, http://bit.ly/2gkjkXy, (consulta: 8 de marzo de 2015); Esquievilla, Daniel y Cueto, Juan, Concurso MonteCarlo-Fernando Higueras. 1969, Ithaca, http://bit.ly/2ikar4j, (consulta: 13 de marzo de 2015).
Capítulo 6. Los Huarte
Sótanos de HISA: Informes de la Construcción nº 17, 1964, págs. 49 a 60; Cabeza González, Manuel, Criterios Éticos en la Arquitectura Moderna Española. Alejandro de la Sota-Fco. Javier Sáenz de Oíza, tesis doctoral, Universidad Politécnica de Valencia, 2010, págs. 305 a 307. Ciudad Blanca de Alcudia: Cuadernos de Arquitectura nº 58, 1964, págs. 33 a 36; Arquitectura COAM nº 101, 1967, págs. 1 a 4 y 44 a 46; Baumeister, 1967, págs. 716 y 717; Fullaondo, Juan Daniel, La bicicleta aproximativa, Madrid, Kain Ediciones, 1991, pág. 86; Climent Guimerá, Federico, F. J. Sáenz de Oíza, 1960-2000 proyectos y obras, Palma de Mallorca, Goven Balear, Conselleria d’Obres Públiques, Habitatge i Transports, Direcció General d’Arquitectura i Habitatge, José J. Olañeta editor, 2001; López-Peláez, José Manuel ,Maestros cercanos, Madrid, Fundación Caja de Arquitectos, 2007, págs. 69 a 77; Cabeza González, Manuel, Criterios Éticos…, 2010, pág. 307 a 311. Torres Blancas: Flores, Carlos, “En torno a Torres Blancas, proyecto de Sáenz de Oíza”, Hogar y Arquitectura nº 49, 1963, págs. 17 a 21; Fullaondo, Juan Daniel, “Torres Blancas”, Hogar y Arquitectura nº 49, 1963, págs. 22 a 39; Manterola, Javier, “Estructura de Torres Blancas”, Hogar y Arquitectura nº 49, 1963, pág. 40; Fullaondo, Juan Daniel, “Torres Blancas en la trayectoria de Francisco Javier Sáenz de Oíza”, Nueva Forma nº 10 y 11, 1966, s/p; Redacción, “La elaboración del proyecto de Torres Blancas” (1), Nueva Forma nº 13, 1967, álbum coleccionable; Redacción, “La elaboración del proyecto de Torres Blancas” (2), Nueva Forma nº 14, 1967, álbum coleccionable; Redacción, “La elaboración del proyecto de Torres Blancas” (3), Nueva Forma nº 15, 1967, álbum coleccionable; Redacción, “La elaboración del proyecto de Torres Blancas” (4), Nueva Forma nº 16, 1967, álbum coleccionable; Redacción, “La elaboración del proyecto de Torres Blancas” (5), Nueva Forma nº 17, 1967, álbum coleccionable; Redacción, “La elaboración del proyecto de Torres Blancas” (6), Nueva Forma nº 18, 1967, álbum coleccionable; Francisco Longoria, “Contradicción y contrapunto en las Torres Blancas”, Arquitectura COAM nº 120, 1967, págs. 3 a 8; de Inza, Francisco, “Notas sobre un comentario”, Arquitectura COAM nº 120, 1967, págs. 21 a 25; Bofil, Ricardo, “Algunas consideraciones sobre la arquitectura sugeridas por la contemplación de las Torres Blancas de Sáenz de Oíza”, Arquitectura COAM nº 120, 1967, págs. 27 a 30; Redacción, “Wohnungsbau und Städtebau”, Baumeister, 1967, págs. 714 a 717; Domènech, Arquitectura Española Contemporánea, 1968, págs.198 a 203; Redacción, “Estructura de Torres Blancas”, Informes de la Construcción nº 225, págs. 43 a 48;
293 Redacción, “Francisco Javier Sáenz de Oíza”, Nueva Forma nº 53, 1970, págs. 62 y 63; Redacción, “Restaurante en el edificio Torres Blancas”, Arquitectura COAM nº 146, 1971, págs. 31 a 34; Redacción, La Technique des Travaux nº 5 y 6, 1971, págs. 166 a 169; Redacción, “Torres Blancas, Premio de Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid. Francisco Javier Sáenz de Oíza”, Arquitectura COAM nº 161, págs. 1 y 2; Auxiliadora Gálvez, María, “El futuro del rascacielos. Torres Blancas”, Minerva, 2008, págs. 18 y 19; Cabeza González, Manuel, Criterios Éticos…, 2010, pág. 311 a 317; http://bit.ly/2gOSIya, (consulta: 2 de noviembre de 2014). http://bit.ly/2ilyRui , (consulta: 2 de noviembre de 2014); http://bit.ly/2kYoA8i, (consulta: 2 de junio 2013). Casa de Juan Huarte en Formentor: El Croquis nº 32/33, 1982, pág. 218; Alberdi y Sáenz, Oiza, Madrid, Ediciones Pronaos S.A., 1996, págs. 116 y 117; Pasajes de arquitectura y crítica nº 20, Madrid, América Ibérica, 2000, págs. 24 y 25; Climent Guimerá, Federico, F. J. Sáenz de Oíza, Mallorca 1960-2000 proyectos y obras, Palma de Mallorca, Goven Balear, Conselleria d’Obres Públiques, Habitatge i Transports, Direcció General d’Arquitectura i Habitatge, José J. Olañeta editor, 2001, págs. 44 a 75; Climent Guimerá, Federico, “Lazos invisibles”, Massilia: anuario de estudios lecorbuserianos, 2009, págs. 104 a 111. Aseo cápsula: Alberdi y Sáenz, Oiza, Madrid, Ediciones Pronaos S.A., 1996, págs. 132 y 133.
Capítulo 7. El Banco de Bilbao
Banco de Bilbao: Valdés, Alfonso, “La conexión americana”, Arquitectura COAM nº 228, 1981; AAVV, Eero Saarinen, Tokio, A+U, 1984, págs. 102 a 121; Fullaondo, Juan Daniel, “Concurso para el edificio Bankunion [sic] en Madrid (1970)”, Nueva Forma nº 107, págs. 78 y 79; “Sesión crítica de arquitectura sobre del edificio del Ministerio del Aire”, obra de Gutiérrez Soto, Revista Nacional de Arquitectura nº 112, 1951, págs. 28 a 43; Capitel, Antón, “La Torre del Banco de Bilbao en el centro AZCA de Madrid”, Arquitectura COAM nº 128, 1981, págs. 11 a 31; Fullaondo, Juan Daniel, La bicicleta aproximativa, Madrid, Kain Ediciones, 1991; Valdés, Alfonso, Arquitectura COAM nº 228, 1981, págs. 32 a 37; Carter, Mies van der Rohe at Work, London, The Pall Press, 1974, pág. 165, fig. 362; Scully, Vincent, American Architecture and Urbanism, New York, Praeger Publishers, Inc. 1969 (4th ed. 1975), págs. 195 a 201; Domínguez Uceda, Enrique, “El Banco de Bilbao de Oíza. La mirada del arquitecto”, El Mundo, noviembre de 1997; Zaera, Alejandro, Ábalos & Herreros, 1993, pág. 83 (at. Mercedes Anadón); Kenneth, Frampton, edición al cuidado de, catálogo de la exposición Contemporary Spanish Architecture. An Eclectic Panorama, Architectural League, Nueva York, junio de 1986, New York, Rizzoli International Publications, 1986; Urrutia, Ángel, “Manuales Arte Cátedra”, Arquitectura Española Siglo XX, Madrid, Ediciones Cátedra, 1997, págs, 469 y 470 (at. Antonio Bravo Nieto); Capitel, Antón, “II. Arquitectura Española 1939-1992”, Summa Artis. Historia General del Arte, 1ª edición, Madrid, Espasa Calpe, S.A., págs. 468 y 469; Ruiz Cabrero, Gabriel, Spagna Architecttura 1965-1988, Milano, Electa, 1989, pág. 132; http://bit.ly/2gOscoM, (consulta: 19 de marzo de 2015); http://bit.ly/2ywXeZO, (consulta: 19 de marzo de 2015).
Casa Echevaría: El Croquis 32/33, 1988, págs. 72 a 83. La cabaña de Oíza: López-Peláez, José Manuel, Maestros cercanos, Madrid, Fundación Caja de Arquitectos, 2007, págs. 137 a 155.