Brisa: una historia de amor
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Brisa: una historia de amor © Copyright 2017 Etel Carpi “Brisa: una historia de amor” Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 ISBN: 978-987-656-343-7 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del "Copyright", bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción, almacenamiento o transmisión parcial o total de esta obra por cualquier medio mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia u otro procedimiento establecido o a establecerse, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
Carpi, Etel Brisa : una historia de amor / Etel Carpi. - 1a ed . Junín : De Las Tres Lagunas, 2017. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-656-343-7 1. Narrativa Argentina. I. Título. CDD A863
Diagramación y Fotos: Etel Carpi Ediciones de las Tres Lagunas España 68 - Telefax 54-236-4631017 - Junín (6000) Pcia. de Buenos Aires - República Argentina E-mail: ediciones@delastreslagunas.com.ar www.delastreslagunas.com.ar
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DEDICATORIA
A todos los niños y jóvenes que aman a los animales y desean tener una mascota. A mi hija Rocío Anahí. A la memoria de Brisa. Etel
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AMOR Para Brisa. Cuando asciendo al cielo con mis versos te encuentro en aquella estrella. Cuando su luz baña mi alma siento en ella tu dulce caricia. Estás en cada espiga de mis sueños que maduran al cobijo del sol. Dios bendiga el amor que nos diste con un destino de ángel protector.
Declaro que nunca te fuiste. Estás en todo lo que llamamos “amor”. 15-1-17
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PRÓLOGO
En cuanto Brisa faltó de nuestro lado, sentí la necesidad de escribir su historia de vida junto a nosotras: Rocío (mi hija) y yo (la narradora): su manada humana. Como una forma de mantener vivo su recuerdo para siempre. Como una forma de descargar toda la tristeza que nos provocó su ausencia. De recordar los buenos momentos (y otros no tan buenos) que pasamos juntas las tres. En definitiva: porque me di cuenta que el vínculo que me unía a ella era mucho más fuerte e intenso que todos los vínculos que pudiera haber tenido hasta ese día aciago de su muerte, con los seres humanos. Por último, como mensaje de amor para los niños (y por qué no los adultos), que hayan tenido, que tengan hoy o que deseen tener en el futuro una mascota. Les presento a ella: simplemente, BRISA. Etel
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INTRODUCCIÓN Luciana: una Husky Siberiana blanca como la nieve que cubre sus lugares de origen en la estepa Siberiana Rusa, estaba preñada por segunda vez. Ella había llegado varios años antes desde La Plata, su dueño vivía en un departamento, cuyo tamaño, era inadecuado para los activos Siberian Husky, raza fuerte, cuyo trabajo es tirar de los trineos en la nieve, ancestral raza descendiente del lobo. Fue así, que tuvo que llevarla a un tranquilo pueblo del interior donde vivía su familia, la casa tenía un espacio suficiente para que ella retozara a gusto; incluso, con la posibilidad de que la llevaran también ¡AL CAMPO! que trabajaban a 10 kilómetros del pueblo o en su defecto, a alguna de las quintas que poseían en la ciudad. Se adaptó enseguida y fue amada por todos, cada día que pasaba la querían más por su carácter tranquilo, obediente y amigable. Luciana era hermosa, con un largo pelaje muy sedoso que de tan blanco, cegaba a la luz del sol. El vecino del fondo, tapial de por medio, tenía un robusto y oscuro Siberiano macho. Era un “Adonis”, al que Luciana encontraba en la vereda cada vez que daba su diario paseo matutino alrededor de la manzana. Ella nunca se iba lejos… y él… le echó el ojo azul en cuanto la vio por primera vez. A Luciana le gustó, pero… se quiso hacer la interesante durante unos días. Sin embargo esperaba ansiosamente cada día para verlo. Cuando entró en celo, le permitió que la olfateara. Y
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Brisa: una historia de amor grande fue su sorpresa canina cuando el pretendiente (unos días después) entró a su casa. La verdad es que, ya desde hacía tiempo, los dueños estaban esperando el celo de Luciana para cruzarlos; ambos canes no podían esconder la alegría que sintieron al verse y festejaron el encuentro con movidas de cola, olfateos y lambetazos. Todo salió bien, el galán cumplió y la bella Luciana se encontraba esperando cachorros por segunda vez. Y esta vez como debía ser: con un perro acorde a su raza, y no como le pasó la primera vez que la preñó un perro de la calle en una de sus escapadas. Menos mal que esa vez solo tuvo un cachorro. Ahora sería distinto, tendría hermosos cachorros como merecía su delicada estampa de blancura infinita y lo apuesto que era su galán. Una noche de diciembre se produjo el parto, que fue algo largo ya que nacieron 5 crías. En esa ocasión, Luciana fue asistida por sus dueños Tito y Elisa, que estuvieron casi toda la noche con ella. A los pocos días, papá robusto entraba al jardín para conocer a sus hijos: tres machos y dos hembras, a cual de todos más bellos y encantadores, como son en general todos los cachorros, pero sin duda que el cachorro Siberiano supera todos los modelos de belleza, llenos de pelo, y ojos claros y vivaces. Recuerdo muy bien la tarde que llegué con mi hija Rocío de 8 años a la casa de la familia para conocer a los cachorros. Tito, encargado de nuestro campo, lugar donde solía llevar a Luciana, nos ofreció un cachorro a
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Brisa: una historia de amor elección ya que nosotras, hasta entonces, no teníamos mascota. Al principio yo no quería, pero Rocío insistió tanto que accedí. Así que visitábamos a la familia diariamente para verlos crecer hasta que llegara el momento de traernos uno a casa. Resultaba tan tierno observarlos deambular cerca de Luciana, eran tan lindos… hay una imagen que no se borrará jamás: la madre descansando sobre un banco y dos de los más inquietos –más adelante bautizados Rambo y Brisa por sus dueños- trepando por su lomo, desplegando toda su vitalidad infantil. Ellos eran, sin duda, los cachorros más despiertos y apuestos de la camada.
Mi hija Rocío con los cachorros Rambo y Brisa. Y Luciana: la mamá.
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Brisa: una historia de amor Rambo, muy parecido a su padre por el color y el porte; Brisa, con una mezcla de ambos, pero tirando a ser clara y con unos ojos que a los 15 días eran de un azul marino profundo, delineados naturalmente en negro. Con sus orejitas caídas y el característico triángulo blanco en la frente (que casi todos los Huskys tienen).
Brisita al mes de vida.
No podía ser más bella, enseguida congenió con mi hija, fue como una elección mutua que yo tuve que respectar. Hubo que esperar los 40-45 días que recomendó el veterinario para llevarla a casa; igual, algunas veces,
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Brisa: una historia de amor fue de visita para reconocer lo que sería su hogar y de entrada se la veía muy cómoda allí. Para entonces, resolví que llegaría más o menos para el cumpleaños 9 de Rocío, así que ese sería su regalo. Además de traerla algunos ratitos a casa, la visitábamos en la suya y allí compartíamos un rato de juegos con todos sus hermanos también. Después de varios nombres descartados, fue bautizada como BRISA: nuestra adorable brisa, la que nos daría 13 años de felicidad y amor. Aunque Brisa no fue famosa como Lassie, Rin Tin Tin, Beethoven, Laika, Rex y tantos otros que han quedado en la historia; merece que le dedique estas páginas que cuentan su vida, porque en la simpleza de la misma radica todo el amor que nos dio. Momentos inolvidables de juegos, emociones, travesuras, alegrías y tristezas, para acompañar el crecimiento de una niña (Rocío) hasta llegar a la adultez, con el amor más puro que existe: el de su mascota.
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En el patio de su nuevo hogar con Manchita: el peluche.
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BRISA JUVENIL
2004-2007
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Dos etapas: cachorra, joven.
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Brisa: una historia de amor LLEGA A CASA Un 2 de febrero de 2004 llega a casa para quedarse a vivir. Tenía casi 49 días, y debió permanecer con Luciana más de los 40 recomendados por el veterinario porque nosotras habíamos viajado a Luján de Cuyo, donde un amigo de Juan Alfredo (mi ex), nos había invitado para pasar una semana en su quinta mendocina y festejar el cumpleaños 9 de nuestra hija Rocío. Durante todo el año habíamos planificado hacer un viaje juntos (estábamos separados desde varios años antes) para el cumpleaños de nuestra hija. Cuando llegamos de regreso, a pesar del cansancio, lo primero que hicimos fue ir a buscar a Brisa. Nos recibió con los juegos de siempre y ni bien la subimos al auto se recostó en el asiento de atrás lo más tranquila y feliz. Parecía un peluchín y mi hija no paraba de abrazarla. Pero Brisa estaba en una etapa de jugar a las mordidas y era su juego preferido en esos momentos. Hablando con Rocío, nos pusimos de acuerdo para acostumbrarla a dormir afuera, bajo el corredor, sobre una alfombra. Durante el día deambulaba por todos lados con su peluche “Manchita”. No lloró en ningún momento y aceptó dormir afuera sin ningún tipo de problemas. Manchita era un peluche de Rocío, con él y otros más se entretenía los primeros días.
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Brisa: una historia de amor Unos dos meses me llevó enseñarle y que aprendiera a orinar en un determinado lugar del jardín, y no andar charqueando todo el interior; incluso varias veces, cuando la subíamos a la cama: (algo que sí aprendió enseguida), la mojaba y eso me alteraba mucho. Así que tuvo que aguantar unos cuantos gritos míos que por supuesto (como años más tarde pude enterarme por el libro del “Encantador de perros” César Millán), nunca iban a dar resultado. Ya que es la energía que nosotros proyectamos la que el animal percibe y responde a ella, no al lenguaje de gritos y amenazas. Pero eso, no lo sabíamos entonces. Durante febrero tuve un percance con mamá y tuve que internarla. Rocío estaba con su papá en Buenos Aires. Así que tuve que dejarla sola durante largos ratos y me veía muy poco en el día. Situación que no la afectó y mostró ya un carácter dócil y adaptable a las distintas circunstancias. Algo que cuando más adelante leí en el libro sobre la raza, más me sorprendió, porque una característica de los Huskys es que no les agrada quedarse solos mucho tiempo. Tuve la suerte entonces de que ella aceptó quedarse sola, porque comprendió que siempre volvía y que aquel ya era su hogar. Que formaba parte de nuestras vidas. Eso sí, ¡cuánta fiesta me hacía al verme llegar! Y así, con algunos sobresaltos, fueron transcurriendo los primeros meses de Brisa.
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Brisa: una historia de amor TRAVESURAS Y PASEOS Brisita mostró ser muy activa e inquieta (rasgo bastante común en el Husky); sin embargo se destacaba por su docilidad, inteligencia y buen carácter. También demostró que le gustaba estar cerca de su dueño y acompañarlo en todo. Cuando creció un poco, nos encontraba en cualquier sector de la casa donde estuviéramos (y nuestra casa es bastante grande) para hacernos compañía. Era noble y silenciosa, ladraba muy poco. Sólo una circunstancia la alteró siempre a lo largo de su vida: si empezaba a ladrar con toda su fuerza, sabíamos que andaban niños correteando por la vereda o escuchaba sus voces. No le agradaron nunca, si se enojaba o gruñía solo lo hacía en presencia de un niño. Sin embargo mi hija hacía lo que quería con ella, se le tiraba encima en el suelo, la cargaba y paseaba por la casa, y cuando creció más la llevaba colgando como una bolsa de papa que la torcía por el peso. Más adelante, la sacaba a pasear con la correa.
En página siguiente: Mi hija cargando a Brisa por el comedor.
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Íbamos al campo, allí disfrutaba mucho aunque había un problema: si la dejábamos libre salía a espantar las vacas, también temíamos que se escapara al camino y la atropellara un auto como pasó un día (antes de su nacimiento) con su mamá Luciana, la que se le escapó a Tito (su dueño) de arriba la camioneta en circunstancias de cerrar la tranquera. Y se salvó milagrosamente, después de estar muy mal, estuvo internada 20 días en una clínica canina de 9 de Julio. Así que la cuidábamos demasiado. Pero cuando creció y su fuerza fue mayor, una tarde se zafó del collar para corretear las vacas y si se calmó fue cuando no se dio cuenta y tocó el boyero que le dio una descarga. Salió aullando, entonces, se arrimó asustada a nosotras y se olvidó de sus travesuras con los animales.
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Los primeros paseos en el campo.
Rocío siempre la paseaba por la vereda hasta que un día desistió de hacerlo, porque con su fuerza de tiro propia de la raza, la llevaba de arrastre. Incluso a mí, me costó mucho controlarla cuando iba a pasear con ella al Parque, si veía un perro, ya quería salir atrás de él. Y algunas veces se nos escapó, teniendo que lidiar bastante para atraparla y con el corazón en la boca por
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Brisa: una historia de amor si se iba a la calle. La llamábamos pero nada… nunca respondía a nuestra orden. Dos cosas me fueron ilustrando años después: un libro que compré sobre la raza y ver “Al encantador de perros” César Millán. Su técnica parecía tan simple pero… no funcionaba cuando la ponía en práctica con Brisa. En esos momentos ¡cómo deseé que él viviese en nuestro País y no en Estados Unidos para que me ayudase! Comprendí que mi energía no era la apropiada para que Brisa obedeciera, mucho menos la de Rocío. Y como no supe cómo cambiarla, me resigné a que Brisa me paseara a mí. Lo que sin duda no era correcto y lo lamenté toda la vida que la tuvimos, porque pienso que no pude hacerla feliz como ella merecía. De cachorro era traviesa, solía robar zapatos, ojotas, o cualquier cosa que quedase a la vista, los mordía hasta dejarlos irreconocibles. Un día, nos descuidamos y ella se hizo de una de las PEPONAS de mi hija que descansaba en una silla. La arrastraba por el comedor porque era más grande que ella. Resultaba muy cómico, pero la estaba destrozando, y eso no se lo podíamos permitir, pero no fue nada fácil quitársela. A ella le gustaba mucho jugar a morder, sabía muy bien hasta donde podía apretar sin hacernos daño. Yo le había comprado una soga y se la ponía en la boca, mientras la sostenía fuerte por el otro extremo, en
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Brisa: una historia de amor cuanto ella comenzaba a tirar, nuestras fuerzas se ponían a prueba. Muy pocas veces pude ganarle, y cuando eso ocurría no le gustaba nada. Ese ejercicio le divertía mucho y pasábamos un buen rato en el tira y afloja de la cuerda. Cuando creció (a los 8 meses), se volvió una perra muy apuesta: robusta, estilizada, larga, fuerte, de un abundante pelaje muy sedoso y con una mirada vivaz e inteligente, andar elegante con la cola parada y las orejas igual. Llamaba mucho la atención, no había quien no se parara a mirarla y a elogiarla. También adquirió la fama de perra mala, por su atemorizante estampa. Toda persona que llegaba a casa le temía con solo mirarla, inspiraba respeto. “¿Muerde?” –nos preguntaban. “¡Sí!” –Contestábamos nosotras-“cuando no conoce, claro”. En realidad contestábamos así para protegernos, que se corriese la voz que teníamos un perro de cuidado. Aunque sabíamos que era el ser más bueno y tranquilo del mundo, incapaz de hacer daño. Es más, se comportaba bastante confianzuda con los desconocidos, si le hacían un mimo la compraban enseguida; las amistades que llegaban a casa a visitarnos la respetaban cuando se les abalanzaba para saludar. Al rato, entraba a la cocina y se les acercaba esperando una caricia. Cuando comíamos o estábamos en reunión, se sumaba a todos, no le gustaba que la dejáramos relegada afuera. Y apoyaba su cabeza sobre las piernas, al igual que lo
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Brisa: una historia de amor hacía su madre según nos contó la familia de Luciana. En eso, había heredado el carácter dócil y sociable de su mamá.
A la espera que Rocío le tire el palo para buscarlo.
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Brisa: una historia de amor ESCAPADAS EN EL CEMENTERIO Y EN LA VETERINARIA Nos daba mucho trabajo, no respondía a la voz de llamada. “Hacía la suya” siempre. Con el tiempo nos dimos cuenta que no estábamos capacitadas para la educación del cachorro Siberiano. Cuando leí el libro especializado supe que era necesario tener paciencia y disciplina, que aprenden muy bien. Pero cuando eso ocurrió ya era tarde con Brisa. Lo único que aprendió casi sin enseñanza es a dar la patita al saludar. Tirar de la soga como comenté antes y a atrapar en el aire con saltos muy precisos las pelotitas de tenis que le arrojaba. O a correrla cuando se la pateaba, nos la traía y esperaba que volviésemos a tirársela. Solíamos jugar entre las tres a pasarnos la pelota y cuando no le tocaba a ella comenzaba a ladrar. Esos juegos la entretenían muchísimo, y era la forma que encontramos para que descargue el exceso de energía ya que los paseos con correa por el barrio eran caóticos para nosotras, no podíamos guiarla bien, que caminase tranquila a nuestro lado, quería olfatear por todos los lugares al paso. Recién logré dominarla algo cuando ya los años pesaban y no podía correr y jalar, y su andar se hizo más lento. Ni hablar cuando quedó ciega, caminaba a tientas y casi siempre algo se chocaba y si yo la sacaba a pasear a la vereda, la guiaba, le indicaba el cordón, todo… pero su andar era lento y temeroso.
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Brisa: una historia de amor En aquellos primeros años de vida, sus travesuras fueron muchas. Entre ellas, hacer hoyos, especialmente cuando se quedaba sola, o en las largas noches. Mi patio quedó hecho un colador y vivía solo para tapar los huecos que la muy pícara hacía. Un día, me cansé, y puse piedritas en el sector principal, dejándole otro libre para que escarbara a gusto. La retaba, la corría con la escoba, pero nada resultó. Las piedritas fueron la solución, se encontró que con ellas no podía cavar y al menos me dejó ordenado ese sector del jardín. Que sin duda mejoró mucho con el pedregullo y unos ladrillos a la vista que puse hasta cierta altura de la pared para evitar que ella la manchara con sus patas sucias, en sus correrías y saltos desquiciados. A mí siempre me gustaron las plantas y las flores. Con su llegada también debí modificar el cultivo de las mismas; pues varias veces me encontraba con plantas desenterradas o cortadas, masetas tiradas, etc. Mi desesperación llegaba a límites intolerables, por lo tanto me acostumbré a poner plantas más grandes y masetas pesadas donde plantaba las que me gustaban, de estación, las que iba renovando siempre. Poco a poco se fue calmando y ya no me rompía tanto el jardín; pero claro, las especies con papa o bulbo no pude volver a ponerlas porque indefectiblemente los desenterraba.
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Dos momentos: Mis flores en masetas grandes y husmeando en el patio trasero, en busca de hacer algĂşn pozo.
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Recuerdo de aquellos años dos anécdotas muy graciosas, si bien en su momento la pasamos muy mal. Dos escapadas en lugares, diría yo, “raros”: en el cementerio y en la veterinaria. Era costumbre acompañar a mamá, los días domingos por la mañana, al cementerio para visitar a papá y llevarle algunas flores. Como todos los fines de semana nos mudábamos a la casa de mamá, cuando llegó Brisa, también ella nos acompañaba para no dejarla sola (los Siberianos no gustan quedarse solos), encontrando en aquella casa, otro patio con suficiente tierra para cavar y plantas para destrozar. Pero bueno… esa historia la contaré después. Aquel domingo la llevamos con nosotras para que paseara un poco, ya que lo que más le gustaba era subirse al auto. Bajamos, todo bien hasta que la dejamos amarrada a una de las salientes del nicho, mientras nosotras nos ocupábamos de las flores en los floreros. En un descuido vimos que se zafa alejándose alegremente. A nuestra voz de llamada, como era de esperar, no respondió, y se perdió entre las tumbas y monumentos. Parecíamos jugar a las escondidas, veíamos flamear su cola parada en los espacios entre tumbas, pero era imposible atraparla. Así que me fui a la entrada a buscar al encargado y cuidar la puerta de
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Brisa: una historia de amor salida a la calle. Le comenté lo que pasaba y me dijo que él trataría de atraparla. Yo en estado de desesperación, me quedé en la puerta para atajarla en caso que se le ocurriese ir allí, mamá a la espera en el nicho de papá y Rocío corriendo por el cementerio en la búsqueda de Brisa, la que seguía divirtiéndose, esquivando tumbas alegremente. Al rato escuché que mi hija me llamaba, el señor cuidador había logrado someterla y cargada se la entregó a Rocío; claro que el pobre hombre tuvo que soportar rasguños y mordiscos. Avergonzada le agradecí y le pedí disculpas por el alboroto que provocamos en el silencioso cementerio. Otro día ocurrió lo que paso a contar: En una de las visitas al veterinario. Cabe aclarar que todos los veterinarios le tenían miedo. Así que para ponerle la vacuna de turno, tomarle la fiebre o cortarle las uñas, le ponían un bozal. No le gustaba ir al veterinario y si tenía la oportunidad, buscaba morderlos. Nosotras… tampoco en esas circunstancias lográbamos controlar su temperamento. En aquella visita, la estábamos preparando para la vacuna y… ¡se nos escapó! La veterinaria era grande, nosotras estábamos siendo atendidas en la parte de atrás, adelante había gente esperando su turno.
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Brisa: una historia de amor El veterinario de esa tarde ya la conocía, y por lo tanto sabía que si se escapaba a la calle no íbamos a poder atraparla, encima, podría chocarla un auto ya que no estaba acostumbrada a deambular por la calle sin correa. Así que cerró las puertas de la veterinaria, la que tenía dos: un portón de dos hojas que conectaba con el fondo donde había un gran galpón y otra puerta al costado por donde entraba la gente para ser atendida. Pasó un buen rato, hasta que logramos atrapar a Brisa. Lo cómico del caso fue que la gente que llegaba y veía cerrado se sorprendía porque adentro había movimiento. Preguntaban a los gritos, qué pasaba. Menos mal que todo terminó bien, pero una vez más Brisa nos había hecho pasar vergüenza. No sabíamos cómo mirar a la gente al salir. Y ella, como si supiera lo que había hecho, salió de lo más sosegada y compungida del lugar. Claro… de la vacuna, no se salvó.
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Brisa: una historia de amor LA OTRA CASA Cuando Brisa (Brisin, Brisolaina, Brisolin: todos apodos con que solía llamarla, o Puchis como la llamaba Rocío) llegó a casa, nosotras teníamos una rutina incorporada: todos los fines de semanas y feriados, nos instalábamos en “La Ñata” (casa donde vivimos antes de mudarnos a la nuestra de la actualidad), porque mamá estaba sola y apreciaba que fuésemos con ella ya que cuando nos mudamos nos extrañó mucho, a pesar que vivíamos a tres cuadras y ella podía llegar cuando quisiese. Por lo tanto, la llegada de “otro” miembro de la familia, alteró esa perfecta rutina que existía entre el trío. Ya no éramos dos las que llegábamos los viernes al anochecer a “La Ñata”” para irnos los domingos. Brisa nos acompañaba y las atenciones que le brindábamos a nuestra mascota, despertó muchos celos en mamá, quien la aceptó sin remedio pero a regañadientes. Sin embargo, Brisa, parecía encantada con ella y no escatimaba demostraciones de afecto. Le daba la patita, apoyaba la cabeza en su regazo, se echaba a su lado… y a la noche, pedía entrar para dirigirse a su pieza y meterse debajo de la cama. Si la llamábamos para que viniese con nosotras a la pieza chica, estaba un rato y se volvía para la pieza de mamá. También le gustaba subirse a la cama grande de ella, lo que a mamá le molestaba mucho y enseguida la obligaba a bajar. Gracioso resultaba observar cómo la pícara Brisa
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Brisa: una historia de amor esperaba que se durmiese y se volvía a subir. Allí, muy pancha, la encontraba yo cuando me levantaba por la noche a vigilarlas. Lo curioso es que en aquella casa, “nunca” quiso dormir en el patio –como sí ocurría en nuestra casa-, teníamos que entrarla y rumbeaba a la pieza grande. Cuando mi hija creció hicimos un cambio, mamá pasó a la pieza chica (con cama chica) y nosotras ocupamos su cama grande. Ahí Brisa no tenía lugar para subirse, así que se quedaba debajo de la cama o desaparecía para acompañar a Virginia, solo un rato, porque no entraba en la cama de una plaza. Sus saludos eran muy efusivos y varias veces temimos que al saltarle, terminara volteando a Virginia que era muy menudita con sus casi 90 años. Mamá le tenía terror, así que tuvimos que enseñarle a no saltarle. No fue fácil, y esa costumbre la tenía también, cuando algún visitante llegaba a casa como les conté antes.
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Brisa: una historia de amor JUEGOS, TRAVESURAS, ESCAPADAS
En la “otra casa” reclamando a mi hija que comparta sus juegos.
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Brisa: una historia de amor Le agradaba muchísimo jugar con la pelota de tenis en el patio de aquella casa. También las corridas a gran velocidad entre plantas y macetas. Nosotras la perseguíamos y siempre se escabullía, tenía una rapidez y reflejos sorprendentes para esquivar los obstáculos. Nunca se golpeó con nada; y descargaba así su inagotable energía. Luego quedaba con la lengua afuera, tirada en el mosaico fresco.
Descansando de las corridas.
Guardo el recuerdo de una gran travesura estando en casa de mamá. Fue una mañana lluviosa en que tuvimos que viajar a Junín (ciudad cercana), para llevar a mi madre de urgencia ya que había tenido un desmayo y había que hacerle un estudio. No nos quedó más opción que dejarla sola en el patio, no podíamos
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Brisa: una historia de amor dejarla adentro porque corríamos el riesgo que se sintiese mal al verse sola y encerrada. Nunca antes había quedado sola allí por mucho tiempo. ¡Oh sorpresa! Regresamos al mediodía y nos encontramos con una Brisa oscura (de lo sucia que estaba), y las paredes blancas del patio con manchas de arte abstracto que ocultamos a mamá o le daría otro desmayo. Al otro día, tuve que enviar al señor de mantenimiento para que limpie a fondo las paredes. Esa vez, estuvo a punto de recibir una gran paliza. Pero me contuve, sabía que pegarle a los animales es un acto de crueldad innecesaria y me limité a gritar un poco para descargar mi furia y traerla a casa para bañarla bien, y fundamental: que Virginia no se diera cuenta de nada. (*) (*) Sobre dejar solo al Husky Siberiano, me enteré después con el libro de la raza, donde dice: “no debe dejarse solo durante mucho tiempo. Tiene que acostumbrarse poco a poco y sistemáticamente a que se quede solo por cortos períodos de tiempo. Si se les deja solos por alguna causa, se ponen a aullar o, incluso, puede que se dediquen a causar algún destrozo en la caza”.
Y esto último es lo que pasó con Brisa, porque lo de aullar, sabemos por consultas a los vecinos que nunca lo hacía. No había tampoco ladridos ni llantos. Ella “solo” se limitaba a hacer “travesuras” con la tierra y destrozos de plantas.
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Brisa: una historia de amor Pero sí solía aullar, como los lobos de quienes descienden, cuando comía y se sentía feliz. Manifestaba así un agradecimiento por la comida. Eso es muy común en la manada de lobos, lo que afianza el vínculo entre ellos. Y bueno, nosotras, formábamos parte de su manada. Recuerdo un domingo que festejábamos el día de la madre amasando ñoquis en “La Ñata”. Un soleado y primaveral domingo donde todo era paz y felicidad entre nosotras. Pero esa paz se alteró de repente cuando al abrir la puerta para salir a la vereda, no me percaté que la puerta de la cocina que daba al patio se abrió con una corriente de aire. Suficiente, Brisa que estaba siempre alerta a nuestros movimientos, se escabulló y terminó en la vereda. Llamarla –como otras veces- era inútil, el auto cuya estrategia era abrirle la puerta e invitarla a un paseo para que subiera engañada, lo había dejado en el garaje de casa. De todos modos, esa estrategia, con el tiempo no nos resultó más porque se dio cuenta del engaño y se negaba a subir. Salí a perseguirla, tratando de seguirle el paso. Terminamos una cuadra más allá de nuestra casa que se encontraba a 3 de la de mamá. En ese punto la detuvo un tumulto de perros a los que se unió, en el revuelo armado yo aproveché la distracción momentánea para agarrarla y hacerle upa. No tenía la correa, en el apuro salí tras ella sin nada. Por lo tanto
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Brisa: una historia de amor tuve que desandar las 4 cuadras de regreso. La opción de dejarla en casa al paso la deseché, tampoco tenía la llave a mano. Terminé muy mal ese día de la madre. Con una tremenda contractura lumbar que me demandó unas cuantas secciones de kinesiología. A pesar de todo eso: ¡Cuánto te extraño Brisa! Porque le aportabas una inmensa cuota de adrenalina a nuestras vidas que en algún punto se habían vuelto muy monótonas, con una rutina que no podíamos cambiar. Le dabas otro sentido a nuestros días; tenerte resultó siempre una intrigante aventura, donde aprendíamos mutuamente a convivir, con una base sólida: la del amor infinito en el lazo del humano con el animal.
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Brisa: una historia de amor LOS VIAJES A LA CIUDAD Aquellos primeros años, Brisa compartió con nosotros algunos viajes en auto a la capital, distante 300 kilómetros del pueblo, donde pasábamos algunos días en el departamento que habitaba el papá de Rocío y sus padres. Esa también era una rutina que teníamos incorporada desde que salió el divorcio cuando mi hija era pequeña. Al principio dudábamos de llevar a Brisa, pero ya tenía 8 meses y no la íbamos a separar de nosotras. Así que un día la subimos al auto y partimos. Fue una revelación, viajó relajada y tranquila. A mitad de camino paramos como siempre para estirar las piernas e ir al baño en el A.C.A. Allí le dimos agua y luego la paseé por todo el sector de camping para que orinara o “lo otro”. Después de tomar unos mates, seguimos viaje. Cuando llegamos al departamento del primer piso por escalera, empezó a olfatear por todos lados, pero antes la presentamos a los ocupantes que ya la esperaban algo preocupados. Para sorpresa de todos, se portó bien. Le acondicionamos para dormir en el sector del lavadero, en una pequeña galería o patio cerrado y los días que permanecimos allí, la saqué a pasear bien temprano a la mañana, y a la tardecita, por las calles cercanas a las vías del tren, lugar cercano al departamento. Es increíble, pero en esos paseos que
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Brisa: una historia de amor hacía con ella (estrenó un arnés rojo) en ningún momento me arrastró, sí olisqueaba todo, pero tranquila para mi beneplácito. También la cargábamos en el auto y salíamos todos apretujados hasta la plaza de Devoto que teníamos a unas 10 cuadras. ¡Cómo disfrutaba de ese paseo! Claro que hubo algunos incidentes en esos tres o cuatro viajes a Buenos Aires. Recuerdo dos veces que se hizo popó adentro, pero no fue su culpa. Ella avisó sentándose frente a la puerta de salida; nos miraba y emitía algunos gemiditos. Sin embargo, interpreté que esperaba la llegada de Rocío, la que había salido con el padre a hacer unas compras. No le presté mucha atención, hasta que se mandó un buen popó delante de la puerta. En otra ocasión fue frente al baño. Retarla no tenía sentido, ella nos había avisado y no supimos interpretarla. Sacando esos accidentes aislados, se acostumbró a esperar los horarios de salida a la calle. También la bajaba un rato al jardín de la planta baja donde podía retozar un poco; no mucho porque a los vecinos no les gustaba para nada. Fueron unos cuatro viajes durante esos primeros 2 años. Después tomamos otro tipo de decisión cuando teníamos que ir a la Capital por unos días.
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Aquí está Brisa en el jardín de Buenos Aires con su arnés rojo. Tenía unos 9 meses de edad.
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Brisa: una historia de amor REGRESANDO CON LUCIANA Tito, nos manifestó un día que podíamos dejarla en su casa, que la cuidarían. Y además, allí estaba Luciana: su mamá. El encuentro con ella no fue muy efusivo. Luciana se mostraba muy territorial y sintió que venía a competir por el espacio. Pero fue solo al principio, hasta que se olfatearon y se reconocieron. Sentimos un gran alivio al saber que quedaría en buenas manos y que no nos extrañaría tanto. (*) Cuando regresamos, madre e hija ya estaban acostumbradas a la convivencia y la pasaban muy bien. Tito y Elisa nos dieron el parte correspondiente donde nos decían que no hubo problemas y todo fue armonía y paz. La amaron, no solo porque era hija de Luciana, sino porque Brisa, se ganó su amor con la docilidad de su carácter. Así que de ahí en más, cada vez que viajábamos a Buenos Aires, Brisa era huésped de su familia de origen y nosotras podíamos viajar tranquilas (*)El libro que habla de esta raza dice que si hay que dejarlos, nunca solos, siempre en algún lugar de gente conocida o en su defecto, en la casa pero a cargo también de una persona que ellos identifiquen. Más adelante, Brisa también pasó por ésta etapa.
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Brisa: una historia de amor Pero se extrañaba bastante y no dejaban de reclamar su presencia porque llenaba de vida el departamento y alegraba la monotonía de todos los días.
BRISA Y SUS ENCUENTROS CON RAMBO Durante esos años también visitaba a su hermano Rambo, que vivía con un matrimonio en el Barrio Obrero, cerca de la casa de mi prima. Así que, a veces nos poníamos de acuerdo y la llevábamos para que jugara un rato con su hermano en el jardín de aquella casa. La pasaban bien los dos, pero eran muy alocados en sus juegos y teníamos que estar controlándolos para que no rompiesen nada. Con el tiempo la señora se cansó y si bien no dijo nada, yo me di cuenta que no deseaba que llevara a Brisa a su casa. Por lo tanto, los hermanos se alejaron; al poco tiempo falleció el Señor, y la señora, al quedar sola, entró en una gran depresión que le provocó la muerte. Rambo quedó huérfano y fue adoptado por otra familia donde supongo que fue feliz. Un problema bastante complicado con los Siberianos es el pelaje; tienen doble pelo, muy abundante y denso que cambian dos veces al año (con los primeros calores del verano y los fríos del invierno). En esa larga etapa que suele ser de dos meses, van dejando pelos por todos lados, ellos se ponen bastante feos, hay que cepillarlos diariamente y sacar los pelos de pisos y muebles. A Brisa no le gustaba nada que la cepillara y
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Brisa: una historia de amor tenía que hacerlo con ella atada, intentaba morderme por lo tanto resultaba para mí una tarea tediosa y difícil. A mi hija le molestaban sus pelos en la ropa y a mí en el tapizado del auto cuando por alguna razón tenía que subirla para trasladarla a algún lado. Algo que sin dudas, evitaba mientras podía. Más adelante en parte lo solucionamos pelándola cuando comenzaba el calor. Con eso no solo evitábamos la muda, sino que la aliviábamos de los intensos calores de verano que ella tenía que pasar cerca del aire acondicionado. No quedaba muy bonita, pero cuando le crecía el pelaje en otoño lo hacía mucho más sano y fuerte, además de que la pérdida de pelo en el invierno no era tan abundante.
Brisa pelada en verano.
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BRISA ADULTA
(2008-2011)
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Brisa: una historia de amor BRISA Y MAMÁ Con el tiempo, Brisa creció y se hizo muy compañera de mamá Virginia. Cuando nos quedábamos en su casa permanecía cerca de ella, le hacía compañía. Un día mamá tuvo una baja de presión repentina y se cayó redondita en el patio cuando salió a tirar la yerba del mate. Brisa estuvo al lado de ella enseguida, la lamía, la olfateaba… yo me encontraba sola ese domingo porque mi hija había viajado a la capital para visitar a su papá como solía ocurrir en el verano. Y nosotras (Brisa y yo) nos instalábamos en “La Ñata”. Me asusté muchísimo porque manaba mucha sangre de un costado de su cabeza, así que llamé al vecino de enfrente que siempre estaba cerca y vino a ayudarme a parar la sangre y reanimarla. También llamó a una ambulancia y en pocos minutos la trasladaban a la clínica donde quedó internada por tres días. Yo me repartía entre cuidar a mamá y visitar a Brisa para que no se sintiera sola. Cuando regresé de la clínica con mamá no paraba de hacer fiesta y demostrar su alegría. Desde ese momento se mostró mucho más apegada a ella y dormía siempre sobre su cama. Para entonces, Virginia la dejaba, ya no protestaba más mandándola bajo la cama. Cuando regresamos a casa, poco a poco fue abandonando la costumbre de dormir en el patio, se metía dentro y rumbeaba para mi pieza. Cuando hacía
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Brisa: una historia de amor calor dormía bajo la cama; en invierno, lo hacía arriba. Y yo terminé dejándola, porque sentía la tibieza de su silente compañía. No molestaba en toda la noche, y esperaba pacientemente que me levantara para pedirme ir afuera y hacer sus necesidades. Muy pocas veces, durante esos años, tuve que levantarme de noche para abrirle la puerta ante su pedido que se hacía escuchar raspando la madera de la puerta hasta despertarme. Rocío intentó muchas veces que se quedase con ella, pero no lo consiguió. Su cama chica le resultaba muy incómoda y dormir al costado de ella no le agradaba. Cuando hacía mucho calor en verano, entraba a la cocina y dormía en la fresca cerámica, cuando hacíamos siesta aprovechaba el aire acondicionado y se metía bajo mi cama. Muchas veces armábamos la pileta de lona y salíamos a disfrutar del agua a la media tarde. Entonces, nos seguía y le agradaba jugar con el agua que le tirábamos para intentar mojarla. Algunas veces la metimos dentro, pero no era algo que le agradase mucho, prefería dar vueltas afuera mientras nosotras permanecíamos dentro. Ah… y tomaba el agua de la pileta que le parecería más rica que el agua fresca que siempre tenía a disposición. Sus juegos consistían en tratar de atrapar el agua que le tirábamos con la boca abirerta.
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Con su mantita, sobre la cama.
BRISA SE LES ESCAPA A LAS CUIDADORAS En mayo del año 2008, todo cambia en nuestras vidas cuando Virginia (quien había cumplido espléndidos 90 años) se quiebra la cadera. Brisa tuvo que sufrir la alteración del ritmo en esa casa cuando mamá regresó después de haber sido sometida a una riesgosa operación para colocarle una prótesis. Necesitaba cuidados permanentes que llenaron de gente el lugar. A Marta que ya hacía 2 años la acompañaba en las noches cuando yo no estaba, se sumaron María, Susana y Alicia en diferentes turnos y días. Y más adelante Mirta reemplazó a María quien tuvo problemas de salud. Todas fueron conociendo a Brisa y ella se mostraba dócil y tranquila. De todas maneras le tenían
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Brisa: una historia de amor mucho respeto y en dos ocasiones tuvieron que sufrir las consecuencias de sus travesuras y picardías. Al año de la operación de mamá, cuando estaba bastante recuperada y caminaba con el bastón de tres pies, tuvimos que viajar a Buenos Aires. Y como no la podíamos llevar ya que nos trasladamos en ómnibus, la dejé en casa de mamá al cuidado de todas las que allí estaban. Fueron 4 días, al regreso recibimos el informe completo de su comportamiento que había sido muy bueno y si bien seguía durmiendo adentro a la noche, no molestaba cuando Marta se levantaba para atender a mamá y llevarla al baño. Eso nos animó cuando ocho meses después salimos de viaje por una semana ante la promesa que le había realizado a mi hija que cumplía los 15 años de ir a un lugar de la costa llamado Mar Azul. Nos acompañaba mi prima Alicia y Carlos (su marido), nos llevó en mi auto y luego nos fue a buscar cuando se cumplió la semana. Por supuesto… Brisa quedaría al cuidado de las Señoras de la casa de mamá. A los dos días recibí la noticia que me daba María: Brisa había escapado a la calle saltando por la ventana abierta una mañana en que Marta estaba haciendo la limpieza habitual de dos días a la semana. María, ocupada en la cocina con la preparación del almuerzo
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Brisa: una historia de amor no se percató que la pícara Brisa entraba a la casa y rumbeaba al comedor, que tenía la ventana abierta para ventilar bien el ambiente, mientras Marta estaba limpiando el baño. Cuando Marta cruza el comedor, ve en la vereda un perro parecido a Brisa. Llama a María y ambas corroboran que no estaba en el patio, así que tienen que salir a la calle a buscarla. Para entonces Brisa había andado una cuadra y media. María salió con la correa para buscarla pero sin éxito, ni caso le hacía (como siempre), así que terminó en la Escuela Normal, en el patio donde los chicos estaban haciendo deporte. Allí, entre todos, lograron atraparla y María regresó a la casa con ella, aunque sin salir todavía del susto terrible que había pasado. Luego tomaban mate con Marta, comentando la aventura y no paraban de reír. Mamá, sentada en la cabecera de la mesa, las observaba sin entender, así que le contaron la anécdota y a ella también le hizo gracia la situación. Brisa quedó castigada, no se le permitió ingresar al interior de la casa hasta la noche. No podía creer (más bien sí lo creía pero tuve miedo de lo que pudo haber pasado) todo lo que me contó María, estaba muy preocupada y se sentía responsable. Traté de calmarla y seguir el descanso alejando el pensamiento de Brisa y disfrutar. Así se sucedieron los días y llegó el regreso. Allí me contaron todo con lujo de detalles, pero había algo más
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Brisa: una historia de amor que no me habían contado. Cuando Susana (la señora de los fines de semana) estaba cumpliendo su turno, también se le escapó. Esa vez, cuando ella fue a abrir la puerta al escuchar el timbre y se descuidó un segundo, Brisa que la seguía detrás aprovechó y se escabulló entre sus piernas ganando la calle. Susana salió tras ella, pero Brisa caminaba más ligero, terminando frente a la panadería Pancracia. En ese caso, logró atraparla cargándola y así la regresó a la casa. Para entonces, Susana no estaba enterada que ya se les había escapado a María y Marta. Así que resolvieron no decir nada hasta que yo regresara del viaje. Si bien no me lo manifestaron abiertamente, me di cuenta que no deseaban que volviese a dejar a Brisa a cargo de ellas. En el futuro, tendría que buscar otra alternativa si quería seguir saliendo de viaje.
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Brisa: una historia de amor LA GUARDERÍA Esa alternativa llegó un día, casi un año después cuando volví a salir de viaje. En una visita a Carla: su veterinaria desde hacía unos cuantos años, que la comprendía como ningún otro veterinario, le comenté que no sabía qué hacer con Brisa, ya que no podría dejarla en casa de mamá. Ella me comentó que su mamá tenía una especie de guardería en su casa, donde los clientes de la veterinaria solían dejar sus perritos en casos de ausencia. Me puse tan feliz, porque sabía que allí Brisa, quedaría en buenas manos. Cuando llegó el momento del viaje la llevamos con Rocío el día anterior a nuestra partida que sería de madrugada, para que se acostumbrase. Tuvimos que irnos en algún descuido de ella que se dedicó a oler por todo el lugar, sin imaginar que la dejaríamos. Cuando llamé a Carla al otro día, me informó que estaba tranquila, aunque aún no comía y se les quería meter adentro. Le manifesté que estaba acostumbrada a permanecer cerca de nosotros siempre, no le agradaba estar sola. Al otro día volví a llamar y me comentó que si bien estaba algo triste, había comido y que la madre la dejaba entrar, que le gustaba mucho Brisa porque era muy tranquila, silenciosa, limpia y amigable. Por lo tanto, el resto de los días transcurrieron sin novedades y en perfecta armonía con la nueva cuidadora. Además
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Brisa: una historia de amor de que todos los días Carla aparecía por allá, ya que la veterinaria estaba instalada en la esquina de la casa de su madre, por eso se daba un tiempito para hacerla jugar y correr un rato. Incluso, el día anterior a nuestra llegada, la bañó y dejó limpita y hermosa. Cuando nos vio entrar vino a nosotras alegre y jadeante. Su recibimiento era siempre medido, nunca se alocaba como cuando era pequeña. Se mostraba como una perra educada y obediente. ¡Solo no lo era cuando ganaba la calle o la paseaba con correa! Y se había ganado el cariño de su mamá a quien le agradaba mucho cuando la llevábamos porque salíamos de viaje. Problema solucionado para nosotras.
En la vereda de casa. Solía dejarla un rato atada para que se entretuviera con el movimiento. Claro, cuando podía quedarme cerca a vigilarla.
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Brisa: una historia de amor ATACADAS POR UN BOXER
De aquellos años me queda un muy mal recuerdo. Salía con ella a dar un paseo al final del día por las cuadras cercanas a casa. Como dije en otra parte del relato, no podía ir lejos porque tironeaba mucho y me cansaba el brazo. No era para nada amigable con los perros que se le acercaban, quizás porque estaba acostumbrada a ser la “única” y se mostraba muy celosa de nosotras. Había un macho Pastor Alemán: Lobito que pertenecía a un vecino cercano que siempre andaba por la vereda por si la veía salir. En el primer encuentro, casi se agarran a mordiscos, pero Brisa marcó territorio y Lobito tuvo que ceder. Desde ese momento no volvió a atacarla y nos acompañaba en los paseos. Aunque a una distancia prudente. Era un perro muy agradable, mayor que Brisa, que aportó en mantener alejados a otros perros que se le pudieran acercar. A ella mucho no le gustaba pero aprendió a aceptar la compañía de Lobito. Una vecina que vivía cuatro casas de por medio, tenía un Boxer blanco y negro muy hermoso pero con cara de malo. Lo sacaba muy poco, pero una noche se cruzaron. Se me había hecho tarde y Lobito no estaba para acompañarnos. Y nos encontrábamos en la puerta de casa para entrar cuando pasó la vecina con el perro.
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Brisa: una historia de amor De repente, el perro se le abalanzó a Brisa y la chica no pudo controlarlo, soltándolo. Yo, en cambio, no solté a Brisa, tironeé para entrarla, algo que logré, pero el perro entró también a mi patio y mientras la pobre mujer llamaba a los vecinos para que los separara, en el forcejeo que se generó, ya que Brisa no se quedaba atrás en los ataques al perro, yo terminé bastante lastimada con arañazos y algún mordisco en el brazo y el abdomen. Cuando llegó el vecino para separarlos yo ya había soltado la correa. Aparentemente Brisa no presentaba heridas, pero sí el Boxer, quien después me contó su dueña, cuando al otro día vino a pedir disculpas y a ver cómo estaba yo, lo habían tenido que curar. En mi caso, tuve que ir al Hospital, y por precaución darme las inyecciones que se dan en esos casos, aunque sabía que el perro estaba vacunado. Me desinfecté la herida pero como a los pocos días se puso de todos los colores, fui al médico, quien me recetó un medicamento para el dolor y que esperara el proceso porque iba a durar unos cuantos días. En cuanto a Brisa, la llevé a lo Carla y le conté lo sucedido. A ella le pareció raro que un macho ataque a una hembra. Pero supone que Brisa tuvo una actitud provocadora que tal vez yo no percibí y eso desató el ataque. Con el tiempo me di cuenta que debió haber sido así, porque observándola en presencia de otros perros, siempre se le erizaban los pelos y paraba las orejas, poniéndose en posición de alerta y presta a atacar. Carla me explicó que ella mostraba un comportamiento dominante casi
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Brisa: una historia de amor siempre, por lo tanto, seguro que provocó el enfrentamiento. Y en cuanto a mí, debí haberla soltado enseguida para evitar ser dañada en el forcejeo. Pero bueno, me tomó desprevenida y una vez más estaba sola en casa porque mi hija estaba en Buenos Aires visitando al padre. Así que mi susto fue mayúsculo. Desde entonces, cuando sacaba a pasear a Brisa, lo hacía provista de un palo para que ningún perro se nos acercara. Para colmo, en la cuadra, había un perro negro que era muy malo y cuando se le escapaba a la dueña, corría los autos, motos y bicicletas. Ya había mordido a unos cuantos o había hecho caer a otros, por lo tanto tenía que estar atenta a que ese perro no anduviera cerca cuando salía con Brisa. Varias veces se nos vino a la carrera y apenas si me daba tiempo para entrar. Fue un alivio cuando la dueña comenzó a sacarlo con bozal, y ya luego, seguro que ante las denuncias, no lo dejaba suelto ni con bozal. La verdad es que desde aquel ataque, yo me volví muy temerosa cuando salía con la perra, y eso, lo supe al leer los libros de César Millán, es una mala energía que se trasmite a la mascota haciendo que ésta, se muestre insegura. Por lo tanto, mi pobre Brisa, nunca tuvo un paseo relajado conmigo. Es una deuda que quedó pendiente y que sin duda tendré que pagar en otra vida, tal vez, con otra mascota.
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Brisa: una historia de amor
Una de mis fotos preferidas: en el patio de la casa de mamá, “las tres Marías”: Virginia, Rocío y Brisa.
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Brisa: una historia de amor OPERADA
Aquel año 2011 fue un año difícil para nuestras vidas, porque fue el año del fallecimiento de Virginia. Y tuvimos que acostumbrarnos al vacío que su partida nos dejó. De repente, tanto tiempo ocupado en su atención, se transformó en tiempo libre para nosotras, pero que teníamos que transitar con dolor. La casa quedó muda, triste, vacía… sin el ir y venir de las mujeres que la cuidaban, sin el sonido de sus voces, sin los sabores de la comida que preparaban, sin los olores característicos que impregnaban los espacios; ese olor a desinfectante, a mezcla de orín y vómito. A colonia para enfermos, a alcohol y jabón. También para Brisa supuso un tránsito de melancolía, porque cuando la llevaba a aquella casa para que me acompañara en mis idas a ordenar todo lo que había quedado, se la veía deambular por todos los rincones buscando a esa persona a la que ella tantas veces hacía compañía a pesar de que sabía que no era bienvenida. Y que con el tiempo, se ganó su simpatía y su amor. En la primavera de aquel año Carla le descubrió un tumor cuando la llevé para su baño habitual donde no solo la bañaba, le cortaba las uñas y la revisaba. Era pequeño, pero recomendó que la viera el cirujano que
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Brisa: una historia de amor trabajaba con ella y que venía cada 15 días de la ciudad vecina. La preocupación nuestra fue grande cuando partimos para la cita con el cirujano. La observó y recomendó extirparlo antes que se expandiera. Que iba a estar bien y también recomendó (si no pensábamos hacerla tener cría) castrarla durante la misma operación. La verdad que Brisa se fue haciendo grande y si bien hablamos de hacerla tener cría, siempre terminaba desechando la idea porque en los últimos tres años vivía muy ocupada con la salud de mi madre y pensaba que no iba a soportar el cuidado de los cachorros con todo lo que eso implicaría. Además de no conocer ningún perro macho de su raza, salvo su papá y su hermano. Los primeros años evitaba salir afuera cuando estaba en celo, luego Carla le suministró unas pastillas, pero como era bastante difícil que las tomara, al tiempo empezó a darle la inyección anticonceptiva. Pero ya nos había informado que si decidíamos que no tuviese cría era mejor castrarla por los efectos colaterales de la misma. Efectos, que tal vez, se estaban reflejando en el tumor. Lo hablamos con mi hija y como Brisa ya tenía 8 años, tomé la decisión de castrarla, quizás fui egoísta, pero no me sentía en condiciones de lidiar con cachorros. Mi hija no estuvo nunca de acuerdo; y esa, es otra deuda
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Brisa: una historia de amor que tengo con mi amada Brisa: no haberle permitido ser madre.
Brisa, recién operada, en casa.
La operación fue un éxito, necesitó algunos días de cuidados y se portó muy bien. Le había preparado su camita con una colchoneta al costado de mi cama. Cuando se recuperó le compré un colchoncito canino y la acostumbré a dormir en él para que no se subiera más a la cama. Tardó unos días en acostumbrarse, el colchón le agradó y desde entonces durmió en él hasta el momento de su muerte. Tanto en invierno como en verano, el lugar elegido era al lado de mi cama. Si deseaba salir afuera se dirigía a la cocina, atravesando la salita y raspaba la puerta que da al patio. Desde
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Brisa: una historia de amor entonces, tanto ella como yo dormíamos mucho más cómodas y tranquilas.
En su colchón, tomando sol en el patio.
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BRISA MAYOR
(2012- 2016)
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Brisa: una historia de amor COMPAÑERA Después del fallecimiento de mamá, Brisa se convirtió en una gran compañera cuando mi hija se ausentaba a Buenos Aires en sus periódicas visitas a la ciudad. Estaba siempre a mi lado, cerca, como vigilándome, estaba acostumbrada ya a mis salidas habituales y me esperaba tranquila, sabiendo que volvía, aunque no disimulaba la tristeza que invadía sus preciosos ojos, no había duda que extrañaba mucho la ausencia de sus seres queridos, para ella dos integrantes valiosos de su manada. Se volvía más silenciosa de lo que ya era, más reservada y juiciosa. Fue cuando ella faltó que nos dimos cuenta de cuánto representaba su presencia en esa etapa de nuestras vidas, posterior a la muerte de mamá; y también me di cuenta cuán ocupada estuve aquellos años en la atención de la salud de Virginia, y qué poco podía dedicarle a Brisa, que sin embargo, como es propio de los perros, permanecen con nosotros sin reclamar nada, con su amor incondicional. Igual, casi todos los días, la sacaba en cortos paseos por la cuadra, seguía muy atemorizada con encontrar perros en el camino. Durante unos 8 meses, yo tuve un novio que llegaba semanalmente de visita a casa (era de una ciudad vecina) y entonces Brisa podía disfrutar de largas caminatas que la dejaban agotada, aprovechando que él salía a caminar varios kilómetros. Tenía mucha fuerza
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Brisa: una historia de amor y logrĂł enseguida dominarla y hacer que no tironeara y permaneciera caminando a su lado sin ponerse a olfatear todas las plantas del camino. La verdad, llegaba muerta a casa, tomaba abundante agua y descansaba largo tiempo. Sin duda, ese era el ejercicio que ella necesitaba y para el que estaba genĂŠticamente preparada.
En uno de sus descansos, en pleno verano, cuando la pelĂĄbamos para que no sufriese tanto con las altas temperaturas.
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Brisa: una historia de amor ÚLTIMA ESCAPADA En esos tiempos nos relajamos bastante y en algún descuido (que ocurría bastante a menudo) Brisa salía a la vereda. Ella no se movía tan alocadamente como antes, se limitaba a dar vueltas por las cuadras de los alrededores y regresaba siempre. Yo dejé de llamarla, simplemente la esperaba, dejándole algo abierta la puerta, igual la vigilaba mientras seguía con mis actividades. Solo en una ocasión la perdí de vista y no pude encontrarla. Entonces me resigné y esperé que llegara sola; por las dudas se perdiera, preparé una foto para llevar a Canal 4 en caso que no regresara y alguien la viese deambulando. Rogando para que nada le pasase. A las dos o tres horas regresó, se quedó echada en la vereda y cuando abrí la puerta entró a tomar agua, entonces aproveché y cerré la puerta para que no se vuelva a salir. Otras veces, se quedaba cerca, entraba, tomaba agua, volvía a salir, y así hasta que yo me cansaba y esperaba escondida que ella entrase para cerrar la puerta. Pero aunque todo parecía estar tranquilo, un día fue distinto, y marcó el límite de sus salidas sola. Fue un suceso que nos dejó muy traumadas, y nunca más la dejamos salir sin correa. Creo que ella también quedó mal porque no buscaba salir como antes.
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Brisa: una historia de amor Estaba de visita en casa Carlos, el marido de una prima que había llegado de pasada, y cuando lo despedíamos en la puerta, Brisa sale, de repente, disparada a la calle. Había un auto estacionado y ella cruza pasando por delante de éste auto sin ver que venía otro auto por la calle. Se lo llevó puesto y salió gritando. Tuvo suerte que ese coche iba despacio y si bien la golpeó y lastimó en una pata, no ocurrió algo más grave. El susto nuestro fue mayúsculo por lo inesperado, mi corazón latía con fuerza, mi hija se había puesto blanca y Carlos la buscó y la trajo rengueando. La revisamos y limpié su herida con alcohol y una gasa; pero decidimos llevarla a que la viera Carla, a la veterinaria, para una revisación más minuciosa. Carla la curó bien, le vendó la patita y le dio una inyección para el dolor. Revisó su cuerpo y no notó nada extraño. Igual nos dijo que la controláramos unas 24 horas para ver si surgía algún síntoma nuevo que hiciese sospechar de algo interno. Nada ocurrió y Brisa se recuperó enseguida, aunque quedó bastante traumada y sin interés en escapar a la vereda.
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Brisa: una historia de amor ADIÓS A LA GUARDERÍA Previamente a éste episodio, se escapó estando en casa de Luciana, la que ya había fallecido, por lo tanto tenía todo el espacio para ella. Elisa se encontraba sola, y no se había dado cuenta de que la puertita que da al garaje quedó abierta y pudo salir. Cuando salió a buscarla, Brisa andaba rumbo a la Estación (lugares desconocidos porque nunca había andado por allí), Elisa la seguía con la correa en la mano, pero ella seguía su rumbo sin responder a su llamado. Elisa fue testigo de un milagro; por la avenida de entrada al pueblo, pasaba el Pullman General Belgrano, cuando Brisa quiso cruzar corriendo, a punto estuvo de ser atropellada. A Elisa se le paró el corazón; unos metros después, un chico logró agarrarla para que le pusiese la correa y la llevara, invadida de un estado de gran conmoción, hasta su casa. Este episodio fue tan fuerte para Elisa, que desde entonces no quiso hacerse cargo de Brisa cuando nosotros viajábamos. A todo esto, cabe aclarar que la mamá de Carla, ya no tenía más la guardería y que en los últimos tiempos se le complicaba cuando le llevaba a Brisa y había algún otro perro más chico; porque la convivencia no era buena y Brisa no compartía con otros canes el patio, los atacaba y eso generaba un gran problema para Carla y su mamá. O sea, los días que estaba Brisa, no podía recibir a ningún otro perro en la guardería.
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Brisa: una historia de amor Y como la señora ya era mayor, decidió no aceptar más perros, además de que Carla se mudó con sus hijos y perros propios a su casa; lo que hizo imposible que aceptaran más animales. Ante este nuevo problema, decidimos hablar con Elisa y Tito para dejar a la problemática Brisa en su casa. Para entonces, Luciana había muerto y tenían a una hermana de Brisa de una camada posterior, que era muy tranquila. Así fue como la alojaron unas dos o tres veces hasta que ocurrió el episodio del Micro. Cuando nos tocó salir de viaje nuevamente, consideré la posibilidad de dejarla en casa, después de haber leído en el libro sobre los Siberianos, que ellos aman quedarse en su hogar donde se sienten a gusto. Pero había algo que no ocurría en el caso de Brisa: la compañía de otro perro, que en nuestro caso no existía. Y como Tito se ofreció a verla por la mañana y la tarde, decidimos que era la única opción que teníamos porque además, Tito entendía de perros y de animales en general, nos pareció lo más adecuado. (*)
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“Lo ideal sería que su Husky quedase en manos de alguien a quien
aprecia, que entienda de perros y pueda resolver sin problemas cualquier eventualidad que pudiese surgir de improviso. Y sería muy bueno si se pudiese ocupar de él en su casa”. (Husky, como cuidarlo y educarlo, Editorial Albatros).
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Brisa: una historia de amor SUS PROBLEMAS DE SALUD Cerca de cumplir sus 12 años, comenzaron los problemas de salud, y ya nuestras vidas cambiaron en función de ella. Desde que cumplió 10 años que Carla le daba calcio para los huesos porque es común que las razas de perros grandes tengan problemas en la cadera. Cada 2 o 3 meses mezclaba en su comida un jarabe para los huesos, también le dio vitaminas porque estaba un poco delgada. Se puso hermosa, su pelaje estaba espléndido y había engordado bastante; y entonces ocurrió un episodio de ceguera repentina que al principio no percibimos. Sí notamos que tomaba mucha agua (pero al ser verano, lo consideramos normal), jadeaba bastante pero solo en algunas circunstancias especiales que tenían que ver con la comida. Bastaba que nos sentáramos a la mesa o que escuchara ruido a papel en la cocina para que ya se pusiese ansiosa y comenzara a respirar en forma agitada pidiendo comida. Su apetito se volvió voraz, y todo lo que le daba lo comía, algo que nunca antes ocurría con ella, más bien algo medida en alimentarse.
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Brisa: una historia de amor
Aquí, ya no veía casi nada. El color de sus ojos había cambiado y se la veía muy triste.
Cuando se la llevamos a Carla para consulta, nos indicó un Centro Veterinario de Junín para que le hiciesen electrocardiograma y alguna otra revisación que considerasen necesaria, especialmente ecografías abdominales.
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Brisa: una historia de amor Allí fuimos con ella, quien viajó de lo más feliz en el auto, algo que siempre le gustaba mucho. Para entonces, aún veía bastante bien.
Aquí regresábamos de la consulta a la veterinaria de Junín.
Como no le encontraron nada, regresamos felices las tres, tomamos aquello como un lindo paseo. Sin embargo, aquel cambio de comportamiento en Brisa, fue el comienzo de la decadencia de su salud. No lo imaginamos entonces, pero comenzó a transitar, su último año de vida.
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Brisa: una historia de amor DE VETERINARIO EN VETERINARIO En el transcurso de un mes, quedó ciega, al principio nos dábamos cuenta cuando le tiraba algo para comer y no lo atrapaba (antes lo hacía al toque), o se chocaba sillas y masetas. También se había vuelto muy inquieta cuando dormía de noche en su colchón al costado de mi cama. Pedía de salir al patio, estaba un rato y luego pedía de entrar nuevamente. Daba muchas vueltas y dormía mucho menos que lo habitual en ella. Un episodio que ocurrió una noche me obligó a decidir que no podía dormir más adentro con nosotras y que tenía que hacerlo afuera. Seguramente que quiso llegar a la cocina para tocar la puerta, (como siempre me avisaba si quería salir) y no pudo, desorientada con la ceguera. Terminó en el cuarto de mi hija, quien cuando se despertó descubrió que había orinado en un rincón y ella deambulaba chocando todo. Me llamó, desinfecté y la saqué afuera. Ambas decidimos que no podría entrar más a ese sector de la casa y que teníamos que armarle un lugar para dormir en otro lado. Al amanecer, le acondicioné un lugar en el salón grande de la esquina de casa donde guardo libros, cuadros y tantas otras cosas. Como tiene una doble puerta que comunica al patio donde más se mueve ella, y al frente está la puerta que da a nuestra cocina,
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Brisa: una historia de amor supuse que podía acostumbrarse a andar por ese sector apelando a la memoria y al olfato. Estuve leyendo e investigando bastante sobre perros ciegos, y todos coinciden en que se acostumbran bastante bien si no se les cambia de lugar las cosas con el poderoso sentido del olfato que poseen. No se equivocaban, ella se adaptó fácilmente a dormir en su nuevo lugar, encontraba el rincón del agua, las piedritas para hacer las necesidades y el recipiente de la comida, además de manejarse bastante bien en nuestra cocina. Algunas veces chocaba las masetas, o tiraba algunas de las tantas piedritas que tengo, pero ya sabía por donde ir y se guiaba por referencias y por la pared. Encontraba sola la puerta para entrar al salón cuando quería descansar o dormir, siempre traté de mantenerme al margen, que lo hiciese sola, no ayudarla para que aprendiera. Al menos, eso es lo que había leído sobre cómo tratar a los perros ciegos. Al principio tuve bastante problemas cuando me levantaba por las mañanas y descubría que sus necesidades las hacía en algún sector del salón porque no se había atrevido a salir al patio de noche. Pero eso ocurrió un mes más o menos. Después, casi siempre salía y hacía en las piedritas. Aunque muchas veces, ya más avanzada en la edad, se desorientaba y podía
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Brisa: una historia de amor hacer en el camino. Así, que tenía que estar atenta y limpiar ni bien ocurría. Sacando esas dificultades, llevó dignamente su ceguera. Aunque sin duda, que la ansiedad que le provocaba la nueva y desconocida sensación tiene que haber sido muy desagradable para ella, como lo sería para cualquier ser humano que de repente deja de ver. Intenté al principio buscar la posibilidad de algún alivio, se le hizo análisis completos de sangre, de tiroides, de orina, y todo salía normal. La vieron distintos veterinarios y cada uno tenía su propia opinión del caso. Problemas de la edad, cataratas, que está en la genética de la raza donde cabe esa posibilidad, etc. Carla consiguió a una veterinaria oftalmóloga de Tandil y hablé con ella para ver si habría alguna posibilidad de mejoría. No podía decirme nada, tenía que llevarla, verla, hacerle un estudio y determinar luego el tratamiento. Para entonces, tenía un viaje programado, así que postergué la decisión para el regreso. Brisa quedaría al cuidado de Tito en nuestra casa, más que nunca no se la podía sacar de su ámbito. Fue una carrera contra reloj porque también se había puesto mal por la cadera. Días previos al viaje la llevé con mucha dificultad, porque le costaba subir al auto, para que le dieran una inyección. Luego tuvo que seguir con un tratamiento por boca con dos tipos de comprimidos distintos, eso duraría una semana más o menos. En el medio del tratamiento nosotras teníamos
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Brisa: una historia de amor un viaje, así que le expliqué a Tito cómo administrarle las pastillas, para evitar que le hiciesen mal al estómago ya que al ser fuertes podían provocarle gastritis o diarreas. Yo ya me había dado cuenta de eso, por eso le indiqué a Tito que le diese en dos tomas en lugar de una, y media por día. También podía sacarla a pasear por la vereda un rato todos los días, a pesar de su ceguera, a Brisa le gustaba salir, olfatear y escuchar los sonidos de la calle. La sacaba siempre, guiándola cuando bajaba o subía el cordón, porque si no solía caerse. Si no fuese porque la situación era triste, varias veces se dibujó una sonrisa en mi rostro cuando se tropezaba. Pero sí aprendió a caminar despacio, como temerosa, y a levantar más las patitas en cada paso para no chocarse nada. Es increíble cómo la alocada Brisa se volvió lenta e insegura. Me apenaba mucho la situación, pero era lo que nos había tocado y traté de seguir adelante a pesar del dolor inmenso que me provocaba la situación. Y de la inmensa culpa que sentía por dejarla sola en casa en ese estado. Sin embargo, sabía que estaría bien cuidada, además de que Marta, la señora que quedaba a cargo del cuidado de la casa, también la vería todos los días. Todas las noches llamaba a Tito, quien me informaba de cómo estaba. También le mandaba mensajes a Marta, faltamos una semana, y esa semana estuve pendiente de cómo estaría Brisa. Pero ellos me
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Brisa: una historia de amor tranquilizaron, estaba todo bien, Brisa estaba mejor, y bien adaptada. No dejaban que nos extrañara.
Aquella era la segunda vez que quedaba en casa al cuidado de Tito y Marta. La primera, una año atrás, había resultado bien, estuvo a la altura cuidando nuestro hogar y cuando llegamos nos recibió con saltos y alegría. Pero en este caso, la diferencia estaba en su ceguera y sus problemas en la cadera, ya que le costaba bastante levantarse. Cuando llegamos, no nos recibió con tantos saltos, pero pude comprobar que había mejorado mucho de la cadera y que la ceguera la llevaba lo mejor que podía.
Brisa descansando,en su vejez. Ya ciega.
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Brisa: una historia de amor Escuchando distintas opiniones, a nuestro regreso, decidí no llevarla a Tandil. Era someterla a altos niveles de stress que sin duda le haría muy mal. Era mejor dejarla tranquila, acostumbrada como estaba a su ceguera, para que viviese el último tramo de su vida con la mayor tranquilidad posible, acompañándola y cuidándola con amor. Rocío no podía aceptar que ya era grande, y por más que yo le decía que los Siberianos tenían un promedio de vida de 14 años y que debía prepararse para su pérdida, se negaba a aceptar que tenía casi 13 años y que sus probabilidades se acortaban cada día más.
LOS ÚLTIMOS MESES Poco a poco, la normalidad regresó a nuestro hogar, las tres nos habíamos acostumbrado ya a la nueva situación y desarrollamos una rutina que nos mantuvo unidas. Horacio: el veterinario que atendía los animales del campo y que algunas veces lo había consultado por Brisa, seguía atendiéndola de la cadera, no tomaba en forma continua las pastillas porque había mejorado bastante; cuando llegaron los fríos del invierno le indicó unas más fuertes que toleró bien. Seguía demandando comida constantemente, y él me dijo que le diera de todo, que cuando los perros son mayores, puede llegar un momento en que dejan de comer, y entonces, no tenía sentido preocuparse a esa altura de su vida. Él la veía muy bien. Cuánta razón tenía, cuando
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Brisa: una historia de amor pasaron los meses y llegó un día en que dejó de comer, pensé mucho en eso que me había dicho un día que la visitó, antes de nuestro último viaje, en que quedó a cargo de Tito y Marta. Ese último año de vida (que nosotras no imaginábamos lo sería), fue bastante tranquilo; una vez que nos acostumbramos a su ceguera y su lento caminar. Se la veía bien, sacando esas dificultades y nos acompañaba metiéndose en la cocina, durmiendo sobre la cerámica, dando vueltas cuando comíamos. Los días lindos, tomaba sol en el patio, cuando llovía le gustaba beber el agua de lluvia que salía del desagüe, no le molestaba para nada que se mojase y se movía en un espacio reducido entre el patio, la cocina y el salón donde dormía por las noches. Si encontraba algún lugar fresco entre las plantas cuando hacía mucho calor, se echaba sobre la tierra. Al patio de atrás no salía más porque no se ubicaba, salvo que yo la vigilara y luego la guiara para encontrar la puerta de entrada a la cocina. A la vereda, salía casi todos los días a dar su vueltita conmigo, su andar lento y temeroso, con el paso del tiempo, se volvió más seguro. El recorrido era siempre el mismo y llevaba un palo conmigo por si algún perro quería acercarse. Pero la verdad que los perros se daban cuenta que no veía y la dejaban tranquila. En invierno, casi no estaba adentro porque las puertas permanecían cerradas, pero a ella eso no le molestaba mucho, por ser una raza de clima frío, creo
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Brisa: una historia de amor que el invierno le gustaba y aunque de noche tenía que dejarle la puerta abierta del salón para que saliese cuando quisiera, en el rinconcito donde tenía su cama y su manta de lana, estaba lo suficientemente a gusto. Más a gusto que cuando dormía en mi cuarto, y estaba la estufa prendida, de eso no tengo dudas.
Bañando a Brisa en el patio cuando usábamos agua y champú.
Esos magníficos baños donde la llenábamos de espuma se tuvieron que acabar. Carla recomendó “baño seco” que consiste en llenarle el cuerpo de una espuma que al cepillarla le va sacando toda la tierra y queda limpia y perfumada. Es el baño que recomiendan para los perros mayores o enfermos, ya que no conviene mojarlos. La verdad, que Brisa quedaba espléndida después de pasarle esa espuma y
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Brisa: una historia de amor masajearla y cepillarla. Y era algo que se podía hacer todos los días, lo que permitía el intercambio de afecto con ella. Todo anduvo bien hasta unos días después de festejar su cumpleaños número 13. Días antes de Navidad comenzó a vomitar y dejó de comer. Pensamos que alguna comida le pudo hacer mal, o tal vez el efecto de las pastillas para los huesos que habíamos comenzado a darle nuevamente después de un descanso en la primavera. La vio Carla, le dio dos inyecciones y esperamos su evolución. Pero ella seguía igual, Carla nos había recomendado darle suero, así que la internamos unas horas el día previo a Navidad. Tuvo una ligera mejoría que nos permitió pasar más esperanzadas la Nochebuena. Noche lluviosa, nos quedamos con ella y así pasamos esa fecha tan especial las tres solitas. Le agradecí a Dios por habernos permitido vivir ese momento tan especial con Brisa; algo me decía, que tal vez, sería el último. El domingo de Navidad, a media tarde, la noté muy decaída y tomé una decisión: días anteriores, Horacio, cuando vino a ponerle otra inyección, me había sugerido que era irreversible. Necesitaba algún otro estudio, análisis, etc. Así que llamé al veterinario cirujano de Junín que unos años antes la había operado del tumor y que contaba con internación, le expliqué y me dijo que se la llevara esa misma tarde.
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Brisa: una historia de amor Y hacia allá fuimos con Rocío, nos acompañó Carlos, Brisa, hizo el viaje mucho mejor de lo que imaginaba. El veterinario nos dijo que tendría que quedar uno o dos días en observación, que le iba a poner suero y que cuando yo regresase me diría qué hacer. Regresamos más relajadas sabiendo que ahora estaba en buenas manos para ser tratada. Pero a la tarde del otro día, me llamó por teléfono para decirme que fuéramos al otro día, porque tenía que trasladarla a otra veterinaria para hacerle una radiografía de pulmón y que le sacaría sangre para analizarla. No dormimos esa noche, salimos temprano y cuando llegamos la encontramos tan mal que me arrepentí mil veces de haberla dejado. Llegó mi primo Daniel que vive en Junín para que nos guiara y acompañara en el proceso y nos dijo que la veía muy mal. El Veterinario era constantemente solicitado por sus pacientes, y se ve que no tuvo mucho tiempo de atenderla. Estaba muy sucia porque se había orinado. Y así, tuvimos que llevarla a hacerse el estudio. Fue una odisea, calor, espera, tristeza… a pesar de nuestra angustia, Brisa estaba entera y soportaba todo. Nosotras, estábamos desechas. Cuando regresamos a lo del veterinario y vio la radiografía, estaba todo normal. Le sacó sangre y me envió al laboratorio, el resultado estaría para la nochecita. Podíamos haberla traído con nosotras, pero
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Brisa: una historia de amor decidimos (después de cambiar opiniones) dejarla para que le pusiese suero, ya que lo necesitaba. De regreso en casa, Rocío se sintió mal, porque creyó que Brisa le había pedido que no la dejáramos, así que pasamos el resto del día pensando en ella y rogando que estuviera bien. A última hora llamé al laboratorio, ya estaban los análisis de sangre, le avisé al veterinario quien los retiró de inmediato. Me llamó sin muchas esperanzas, parecía que le funcionaban mal los riñones. Los valores estaban alterados. Nos esperaba al otro día temprano. Entonces nos explicaría el tratamiento a seguir para intentar que saliera de ese cuadro; serían unos días, unos meses… no se sabía cuánto. No había seguridad de nada. Brisa ya era muy mayor. Sería muy duro para las tres.
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Brisa: una historia de amor
EPĂ?LOGO
LAS CARTAS
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Mirada de amor.
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Brisa: una historia de amor CARTA DESDE EL CIELO 1-1-17 Te estoy viendo. Me gusta observarte porque me llega de lleno tu amor, ese esmero que pones en dejar bonito el lugar que ustedes eligen para quienes ya no están. Me emociona que estás en todos los detalles. Igual no estoy ahí, tú lo sabes… pero si eso te hace feliz, debes seguir tus impulsos, el dictado de tu corazón. La verdad, no dejas de sorprenderme, porque sé cuál es tu pensamiento sobre esos rituales, siempre estuviste en contra de ello; tal vez, ahora comprendas un poco mejor el por qué se hacen. Aunque me inclino a creer que sigues pensando igual pero inconscientemente necesitas hacerlo para estar bien. Sé que extrañas (yo también extraño), las lágrimas inundan tus ojos y poco a poco empañan tu mirada; esos ojos que en los últimos meses no podía ver porque las sombras me tomaron por sorpresa. Pero ahora, desde el paraíso azul donde he llegado, puedo ver muy bien…¡ ah!… aclaro que… ¡GUAU!... veo en colores! Y qué bello es el mundo aquel, redondo, verde-azul donde viví en blanco y negro. Te comento que agradezco tus cuidados, tu preocupación; pero por sobretodo, agradezco tu falta de egoísmo para soltar mis alas a tiempo, porque la verdad es que yo quería irme para disfrutar de una vida diferente, que es ésta que tengo ahora, de ángel
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Brisa: una historia de amor guardián de todos tus sueños… y los de ella. Sí… ella… que se negaba a la realidad de mi partida, y que pudo despedirme bien en el espacio perfecto nuestro de cada día, sintiendo como una paz dulce y pura nos envolvía, y a mí me conducía entre nubes de espuma blanca al universo paradisíaco donde estoy ahora, desde donde las puedo ver… ¡Y EN COLORES! ¿Sabes? Aquí hace frío, es un frío dulce y acogedor, los cristales de hielo azul forman castillos monumentales por donde puedo perderme sin miedo a cruzarme con esas bestias ruidosas que podían aplastarme allá en LA TIERRA. Además, puedo correr como me gusta y estoy genéticamente preparada para eso; tirando trineos livianos, veloces como el viento, donde voy transportando cargas de amor y afecto eternos. Disfruto mucho de este frío magnífico que me contiene y me abraza (igual las extraño), es lo que está en mis genes y que no sé por qué capricho humano, hemos tenido que abandonar para satisfacerlos. No creas que me estoy quejando, ¡NO!, fui feliz a tu lado, tuve trece años de felicidad (otra vez el número 13 que persigue a nuestra familia), y pude valorar lo que podían darme y a no desear lo que no podían. Aquí me reencontré con papá, mamá y hermanos. No te imaginas la felicidad con que me esperaban… Cuento con todo el tiempo y el espacio del cosmos para disfrutar del frío; me imagino lo que estarás
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Brisa: una historia de amor pensando: “algún día, yo también terminaré en un lugar así”. Lo deseas porque amas el frío y amas los aromas y colores del frío. Tomaste la determinación en el momento justo, sabías que se avecinaban días de calor extremo, los que me provocarían un sufrimiento mayor e innecesario. Te costó, lo percibí, pero esa fragante y fresca tarde de fines de diciembre supe que me estabas mirando para descubrir el lenguaje de mi cuerpo enfermo y adivinar lo que albergaba mi alma. Comprendiste el mensaje y te liberaste de la culpa, concediéndome el permiso para partir. Y no es que no las quería, me hubiera gustado mucho seguir un tiempo más en esa casa que elegí desde el lejano día de enero que me llevaron por primera vez para reconocer el lugar. Enseguida lo adopté como propio, y sentí que pronto iba a ser “mi” hogar. El lugar de crecimiento, de juegos, de travesuras, compañías agradables, calor, y también momentos de soledad cuando faltaban y me quedaba a cargo de la casa. Yo esperaba ansiosa el regreso porque las extrañaba y aunque había siempre alguien para atenderme, no me gustaba separarme de ustedes. Pasó el tiempo, y llegó el momento de abandonar aquel espacio contenedor y volar a éste otro, destino de los ángeles, desde donde no dejaré de observarlas y cuidarlas.
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Brisa: una historia de amor Otra vez intuyo que vas a llorar, voy a decirte algo: “no me extrañes porque siempre estaremos juntas”. Recuerda: “mi felicidad, ahora, es plena. Mi amor fue, es y será incondicional, porque así es el amor de mi especie”. “Me siento en plenitud”. “He cumplido mi misión”. LAS AMO. BRISA
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Brisa: una historia de amor RESPUESTA DESDE LA TIERRA 2-1-17 Es verdad que te extraño, es verdad que me cuesta comprender la razón de por qué las lágrimas están siempre al acecho, dispuestas a salpicar los colores de los sueños. Ella me dijo aquella mañana cuando volvíamos de buscarte ya sabiendo que más tarde o más temprano ibas a marcharte. Me dijo: “después de esto tendremos que ir a terapia”. Fue muy extraño nuestro comportamiento de esa mañana al llegar a casa. Decidimos sin palabras, en un tácito acuerdo, bañarte, limpiar toda la mugre que acumulaste en ese “horrible” (ahora me doy cuenta, antes no lo creía así) lugar donde te llevé con la esperanza de que te cuidarían mejor que nosotras. Aquella Navidad te miré y supe que debía hacerlo. Me equivocaba… cuando regresamos a los dos días y te vimos, toda sucia y orinada, se nos rompió el corazón. Ella se sintió culpable por volverte a dejar. Durante el viaje al radiólogo sintió que abrazaste su pierna, como un pedido: que deseabas regresar con nosotras, que todo era inútil, que deseabas dormirte en tu hogar y en nuestra presencia. Con ese lenguaje sin palabras, que yo no capté porque estaba atenta al manejo del
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Brisa: una historia de amor vehículo, nos decías que sin dudas tus deseos no congeniaban con los nuestros. Cuando llegamos a casa sin vos, ella rompió a llorar y yo sentí entonces que me había equivocado nuevamente. De todas formas, esperar el resultado de los análisis lo podías hacer junto a nosotras. En tu hogar, tu nido, tu espacio, tu refugio de amor. Decidimos entonces que al otro día volveríamos a buscarte para traerte con nosotras cualquiera sea el resultado de esos análisis. Ya tenías que pasar otra noche más sola y eso nos pesaba demasiado la conciencia, en ese largo y estrecho bunker sin vida donde el sol del verano castiga el mosaico desteñido y pestilente y la oscuridad de la noche cae sobre tu cuerpo con las garras destructoras de la mala muerte. Allí deambularías sin rumbo porque sabías que ese no era “tu hogar”. Hoy te pido perdón, me equivoqué cuando imaginé que podría retenerte un tiempo más, que aquel “especialista” lograría el milagro de conseguirlo. Hoy creo que lo intentó, pero no fue suficiente, porque era una misión imposible. Creí estar preparada, no lo estaba para aceptar que el tiempo límite de vida se había cumplido, a pesar que todos lo decían y los libros especializados me lo recordaban una y otra vez. Después de ese año difícil que tuviste que pasar desde
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Brisa: una historia de amor que perdiste la vista, fue como un bonus trak de Dios para nosotras.
El día que volvimos a la ciudad vecina a buscarte, nos sorprendió en la ruta un amanecer de verano diferente. Una sutil neblina se levantó para cubrir nuestro camino, añoranzas de un paisaje otoñal que nos impactó. Esa era la señal… Para entonces sabíamos que te traeríamos para morir; ya teníamos el resultado, podíamos comprender lo que te esperaba. Por eso transitamos los cuarenta y dos kilómetros en silencio, sumidas en nuestra tristeza, en el inevitable dolor que teníamos que vivir. Yo supe enseguida que sin dudas era un aprendizaje que en el transcurso de mi vida no había experimentado y ese sería el momento de hacerlo. Tenía que aceptarlo como enseñanza. Te encontramos algo repuesta y eso, más las palabras del doctor, nos devolvió momentáneamente las esperanzas. Viajaste tranquila, relajada, aunque todavía con ese aroma a orines impregnado en tu cuerpo. Te habían limpiado, pero solo a medias… ambas lo lamentamos mucho, justo vos, que siempre fuiste tan limpita, tan cuidadosa para no ensuciarte y ensuciar. Siempre coqueta, perfumada, impecable y seductora. Tus ojos azules, delineados naturalmente
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Brisa: una historia de amor marcaron siempre la diferencia y eran el imán que atraía todas las miradas. Llegamos a media mañana y nos afanamos en bañarte y perfumarte. Ahí fue cuando ella me dijo entre risas y llanto entremezclados, bajo la luz del sol que comenzaba a filtrarse por las hojas de las plantas del jardín, mientras la calandria de todos los días emitía sin cesar sus afinados trinos desde las ramas frondosas del Samohú de la vereda. Me dijo: “después de esto tendremos que hacer terapia”. Era un acto macabro, de humor negro, preparar y acicalar a un ser vivo para enfrentar en pocas horas, la muerte .No fue un comportamiento normal y lógico. Pero ocurrió así, como un ritual que nació espontáneamente (ahora lo sé), con ese sencillo y mágico acto de higiene estábamos compartiendo la despedida sellando un pacto de amor eterno. Luego te dimos agua, y sentimos tanta felicidad al ver cómo la saboreabas. Entonces me animé y te ofrecí dos pequeños bocaditos de carne que guardé en la heladera con la esperanza de poder dártelos cuando regresaras a casa. Y grande fue nuestra sorpresa cuando te observamos comerlos con placer. Tomaste otro poco de agua, cepillé tu pelo que alguna vez había sido tan brillante y sedoso y ahora se veía opaco y descolorido. Luego te perfumé. Muy relajada, te acostaste al sol para disfrutar por última vez de su tibia caricia.
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Brisa: una historia de amor Mientras almorzábamos, reímos esperanzadas, tal vez, el milagro fuera posible. Cuando nos fuimos a dormir la siesta de verano, te dejamos dormida a lo largo del escalón de entrada a la cocina. Disfrutando de la frescura del mármol, como últimamente lo hacías por el calor. En pocas horas me desperté y levanté presurosa, inquieta, con el pulso acelerado, estaba librando una batalla interior porque el tiempo pasaba y tenía que tomar una decisión. Eran las cuatro de la tarde. Seguías en el mismo lugar, preparé el mate y tomé unos cuantos sin muchas ganas, con una pequeña porción de budín. Levantaste la cabeza, y entonces me acerqué, te ofrecí el último bocadito de carne que recibiste ya sin mucho entusiasmo. Esperé, te miraba con los ojos bañados por el llanto que no podía contener. Volví al interior de la cocina. Cuando al cabo de un rato te busqué, no estabas. Habías ido a tu cama, te echaste sobre el colchón y cerraste los ojos que ya no eran azules; eran tan negros como una noche de tormenta. Acerqué una silla y me quedé a tu lado, parecías dormir feliz, respirando suavemente. Te hablé, no respondiste… esperé y ya sin poder evitar el llanto y la sensación de opresión que me dominaba, me quedé escuchando el lánguido silencio de la tarde calurosa.
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Brisa: una historia de amor Entonces comprendí el mensaje… y supe que era el momento, que deseabas alcanzar la paz definitiva, para despertar en el paraíso azul y frío donde me dices que ahora estás. Ingresé a la cocina, en el reloj de pared eran las cinco de la tarde. La desperté a ella… y se lo dije: “Voy por el veterinario”. Después… solo hubo tiempo para llorar.
FIN
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Brisa: una historia de amor PALABRAS FINALES
Es mi deseo, como escritora, que esta historia de vida real, la experiencia de compartir con una mascota, pueda dejar un mensaje de aprendizaje hacia el amor incondicional que todo ser vivo puede dar y que sea una lección para nosotros, seres humanos que tenemos que aprender a disfrutar de ese tipo de amor que ellos dan y también a darlo sin mezquindades o segundas intenciones. El dar sin esperar nada a cambio. Escribir sobre Brisa, fue para mí un acto de amor, la herramienta que me permitió revivir cada instante vivido con ella durante el crecimiento de mi hija en su paso de la infancia a la adolescencia y de ésta a la adultez. Fue, cuando comencé a escribir, a los pocos días de su partida, una forma de hacer terapia, canalizar el dolor en algo bueno que pueda quedar para los demás (en mi caso, como escritora, para los lectores), recordarla bien y cerrar la etapa del duelo, de la culpa y de la pérdida inevitable. Mi intención es que nuestra historia con Brisa pueda llegar a los corazones de los niños que lean o les lean estas páginas, y también a los adultos sensibles que sabrán conmoverse, emocionarse y también divertirse con las vivencias contadas en este libro.
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Brisa: una historia de amor Si algún día volvemos a tener una mascota, sé que será otro Husky porque Brisa nos enseñó a comprender y a amar esa raza tan especial. Y seguramente, con todo el aprendizaje impartido por ella en el transcurso de su vida, lograríamos una convivencia ideal y plena, la base de la felicidad. A todo aquel que desee tener una mascota, y más específicamente Siberiana, les recomiendo las siguientes lecturas que los ayudarán a comprenderlos y a hacerlos felices, además de elegir bien. -HUSKY: cómo cuidarlo y educarlo. KATHARINA SCHLEGL-KOFLER. Editorial Albatros. -EL ENCANTADOR DE PERROS (los mejores consejos para educar y comprender a su mascota). CÉSAR MILLÁN. Prisa Ediciones.
¡GRACIAS POR COMPARTIR NUESTRA HISTORIA! ETEL Terminé de escribir esta historia el 2 de febrero de 2017, justo el día que se cumplían 13 años de la llegada de Brisa a casa. (2-2-2004)
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Brisa: una historia de amor
ÍNDICE
PRÓLOGO
Página: 7
INTRODUCCIÓN
Página 9
BRISA JUVENIL
Página 15
BRISA ADULTA
Página 45
BRISA MAYOR
Página 63
EPÍLOGO LAS CARTAS
Página 85
PALABRAS FINALES
Página 97
Hacemos realidad el sueño de todo escritor. Publicar su libro.
Ediciones de las Tres Lagunas España 68 - Telefax 54-236-4631017 - Junín (6000) Pcia. de Buenos Aires - República Argentina E-mail: ediciones@delastreslagunas.com.ar www.delastreslagunas.com.ar
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