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“EL CAMINO DE LOS SUEÑOS” es un trabajo que le llevó a la autora varios años vivirlo, pensarlo, escribirlo y concretarlo; con ello pone punto final a una vida dedicada al arte y que en la Literatura la ha llevado a incursionar en casi todos sus géneros con éxito. Libros publicados: 13, entre poesías, cuentos, relatos, divulgación, cuentos y canciones infantiles. Antologías en las que ha participado: 35. En el transcurso del relato, se mezcla la realidad inconfundible con ciertos atisbos de ficción en la que la protagonista cae cuando su fértil imaginación se despliega en el misterioso mundo de los sueños. Del relato en tercera persona, pasa a primera en el juego de involucrar más activamente al lector con sus emociones, desde el lugar mismo; en esos momentos en que sus sueños son concretados. Las partes en que se divide la primera parte de la novela (pensada en una TRILOGÍA), están identificadas con colores, que expresan el estado anímico de cada etapa por donde va transitando su vida, contada por ella misma o por el/la relator/a. Es una novela donde el mundo sublime, puro y diáfano de la realidad de la vida se mezcla con ese otro mundo más recóndito del alma, donde los sueños erosionan las paredes del corazón y se prostituyen. EL CAMINO DE LOS SUEÑOS te obligará a repensar tus propios sueños para encontrar el camino a ellos como seres espirituales transitando una experiencia humana de aprendizaje hacia el AMOR completo y eterno. LOS EDITORES

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© Copyright 2015 IHANA COTT – "El camino de los sueños” Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina – Printed in Argentina ISBN: 978–987–656–291-1 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción, almacenamiento o transmisión parcial o total de esta obra por cualquier medio mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia u otro procedimiento establecido o a establecerse, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Ihana Cott El camino de los sueños / Ihana Cott. 1a ed. . - Junín : De Las Tres Lagunas, 2015. 290 p. ; 20 x 14 cm. ISBN 978-987-656-291-1 1. Novela. I. Título. CDD A863 Impresa en el mes de Agosto de 2015 en Bibliográfika Barzana 1263 – C1427CHR – Buenos Aires – Argentina

Ediciones de las Tres Lagunas

España 68 – Telefax 54–236–4631017 – Junín (6000) Pcia. de Buenos Aires – República Argentina E–mail: ediciones@delastreslagunas.com.ar www.delastreslagunas.com.ar Corrección a cargo del autor Fotos de tapa y contratapa: Ihana Cott Diseño de tapa: RASC

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“El que ha cortado las alas de sus propios sueños se ha convertido en piedra” Eduardo Gudiño Kieffer

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1– El pueblo

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PREFACIO

¡AVANTI! Si te postran diez veces te levantas otras diez, otras cien, otras quinientas… No han de ser tus caídas tan violentas, ni tampoco, por ley, han de ser tantas. Con el hambre genial con que las plantas asimilan el humus avarientas, deglutiendo el rencor de las afrentas se formaron los santos y las santas. Obsesión casi asnal, para ser fuerte, nada más necesita la criatura, y en cualquier infeliz se me figura que se rompen las garras de la suerte… ¡Todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de la muerte!.

ALMAFUERTE.

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A mi hija, A Liliana (la editora), por su permanente estímulo, y por sus comentarios acertados que me ayudaron a completar la historia.

Un agradecimiento especial a la profesora: LONG–OHNI por su acertada opinión que me ayudó a dar vida literaria a mi propia historia de vida.

LA AUTORA.

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25 años después del final de la primera parte.

BAJO EL SIGNO DE OFIUCO Selva María Ponti y su hija Estrella de 20 años, se encontraban mirando las noticias del informativo de las 20 en la televisión, cuando una noticia las sorprendió: -¡Mamá! -exclamó divertida Estrella- ahora comprendo mejor tu forma de ser… no sos un extraterrestre, pero sin duda que tenía que aparecer un nuevo signo para ubicar a las personas como vos. Acto seguido, estalló en una alegre carcajada. -Dejame escuchar -protestó Selma. El presentador de noticias daba explicaciones sobre el aparente hallazgo del signo nº 13 del zodíaco. “Justo el 13 – pensó Selma– mi número de la suerte”. Número del nacimiento de su padre Antonino y que también lo tenía en el final de su documento. El documento de ella empezaba con 13 y para completar la coincidencia: el documento de Estrella, también terminaba en 13. Estrella estaba eufórica, decía que sin duda, ella encajaba muy bien en las características del nuevo signo. Interesadas por la noticia, decidieron entrar a internet para ampliar los conocimientos sobre el nuevo signo. “Los nacidos bajo éste signo tienen tres personalidades distintas, a veces antagónicas y contrapuestas”. El camino de los sueños - 15


“El gran amor de hoy suele convertirse para ellos en el gran enemigo de mañana": Asegura el profesor Henry Francis. “Bajo la influencia de este presunto nuevo signo nacen muchos médicos, humanistas, idealistas, y seres predispuestos a aventurarse en la vida en busca de su realización personal. ¿Soñadores? Buena parte de ellos si que lo son”. Los signos del zodiaco fueron creados por los antiguos babilonios hace más de 2.000 años, que creían que la posición del Sol respecto de los astros, cuando uno nace, determina la esencia de las personas. Pero según un nuevo estudio habría un decimotercer signo: Ofiuco, del que precisamente, se habrían olvidado los babilonios. El signo es la constelación de Ofiuco u Ophiuchus (“el portador de la serpiente”), la constelación del Sol desde el 30 de noviembre al 18 de diciembre y viene representada por Asclepio o Esculapio, el hijo ilegítimo de Apolo que sujeta una serpiente y que parece secarse con ella. El padre de la medicina en la antigua Grecia y que en su época fue considerado como un Dios. Pertenecen a éste signo los nacidos entre el 30 de noviembre y el 18 de diciembre.

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PRIMERA PARTE

EL PUEBLO (LOS SUEÑOS LATENTES)

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EL PUEBLO ROSA “La vida es simplemente un sueño y somos nuestra propia imaginación”. Bill Hicks.

1 Subió las escaleras con el rostro bañado por las lágrimas. Se tiró en la cama temblando y apretó con fuerza entre sus pequeñas manos el muñequito de cabellos blancos. Pensó en el hombre, cada instante de la escena, sintió asco y algo parecido al odio. Luego… se durmió. En el cuarto contiguo, sus padres dormían. Afuera, el sol de la siesta caía implacable sobre las calles desiertas de la ciudad balnearia. Abrió los ojos y el recuerdo se desvaneció. Sintió que hacía mucho calor; como en aquel verano del año 1969, frente al mar. ¿Cuánto tiempo hacía ya?... 20 años. Miró el reloj: las 14.00 horas, pronto llegaría Uberto Frino. Su cuerpo estaba en orden para el gran momento, pero no concordaba con la confusión de su mente, que era un torbellino de pensamientos. Sin embargo, ya había tomado una decisión, no podía ni debía volverse atrás. Uberto había aceptado: –Me parece una locura– le había dicho –pero no puedo negarme al pedido de mi mejor amiga, de una gran mujer. –Al diablo con los hombres –pensó– todos me dicen lo mismo pero ninguno tiene el coraje de entablar una relación seria, aún los que son libres.

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Cerró los ojos una vez más y las imágenes lejanas de aquellas vacaciones en el mar volvieron a invadir su mente. Tenía 11 años pero estaba muy desarrollada para la edad; incluso, ya se había convertido en mujer. Pero nada sabía, sus padres jamás le hablaban del tema sexual. Le gustó un muñequito de cabellos blancos que había visto en la vidriera del negocio que había en la planta baja del edificio de departamentos que alquilaban. Ese día esperó a que sus padres se durmieran, y bajó decidida a comprarlo con sus ahorros. En el negocio, un hombre, observaba con atención. Al fin se le acercó y le habló. –¿Cómo te llamas? –le dijo. –Selva María –contestó la niña sonriendo. –¿Sabes?... yo tengo una hija de tu edad que se parece mucho a ti. Ella está lejos ahora… ¿te gustaría ver sus muñecas? La niña no dijo nada. –Ven… vivo aquí enfrente. Podrás quedarte con la que te guste. Lo siguió en silencio. Cruzaron la calle tomados de la mano. Unos golpes en la puerta la volvieron al presente. Al presente de ser mujer. Saltó de la cama, ordenó la colcha que se había arrugado, se arregló el vestido sencillo, de verano y cruzó el patio cubierto, lleno con sus plantas. Abrió la puerta y no dijo nada al verlo. Uberto se adelantó y la besó en la mejilla. –Perdona la demora. Pero tuve que esperar que Blanca llegara de la biblioteca para decirle que faltaría toda la tarde. Además, no quise dejar a los niños solos. –No te preocupes –le dijo regalándole su sonrisa.

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–¿Todavía sigues con la idea de tener un hijo? –le preguntó mientras la miraba con asombro, mezcla de amor y admiración. –Por supuesto. Se terminó el tiempo de espera. ¿Quién heredará mis creaciones si estoy sola? –Selma… ¿por qué yo? Lo dijo con un dejo de tristeza y de ternura. – Porque eres mi mejor amigo, alguien que sabe más de mí que yo misma, porque te quiero y sé cuánto me amas y sufres porque he llegado tarde a tu vida. –Sigo pensando que es una gran locura de ambas partes. ¡ Un hijo!, quieras o no yo seré el padre… –¡Por Dios Uberto! ¿Me ayudarás o no? Si no lo haces… me haré embarazar por cualquiera, se ha terminado mi tiempo de espera, de enamorarme y ser amada para formar una familia. –Yo te amo… si me amaras, sería todo más fácil. –Quizás te ame… creo que si te elegí, es por algo. Un dolor agudo la sacudió y estalló en sollozos. Uberto la acarició con ternura. La escena del pasado lejano volvía a invadir su mente en el momento cumbre de placer. El hombre le había quitado el vestido rosa, la había tocado sin que ella comprendiese lo que pasaba y luego… se encontró sobre la cama, cubierta por un cuerpo que se estremecía y la asustaba. Comenzó a llorar y a moverse para escapar. Quiso gritar, pero no pudo, porque el hombre la ahogaba con su peso. Un gemido de dolor y placer escapó de su garganta aterrada por el fuego recluido en su entraña, al sentir que

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Uberto espoleaba su amor desatado en el interior de sus aposentos intocados. Su cuerpo mojaba la luna plateada de sus pechos palpitantes; mientras, su boca voraz mordía suavemente el pezón oscuro desde donde mana la miel del amor. Poco a poco sus movimientos se hicieron más suaves. Cerró los ojos y recordó: aquella vez había logrado escapar con un golpe bajo de las garras de aquel depravado, ¿escaparía esta vez de las garras destructoras de su mente? De algo estaba segura, aquel lejano y horrible momento de su niñez perturbó su futura relación con todos los hombres. Cuando despertó, la envolvió el silencio de la siesta de la gran ciudad. Se levantó algo mareada y se metió debajo de la ducha fría. Sus pensamientos se fueron aclarando y pensó en sus ancianos padres. ¿Qué dirían si supieran de esos sueños pecaminosos que tenía? Seguramente, se horrorizarían. Para ellos era “la nena”, la casta, la inocente, la que nunca podría imaginar hacer el amor con un hombre imaginario, y mucho menos, decidir tener un hijo sin padre. Corría el año 1989, ya había pasado la curva de los 30 años y Uberto no era un desconocido, era su mejor amigo, y sería el padre de su hijo aunque nadie lo supiese nunca. Pero Selva María Ponti amaba mucho a sus padres y no quería hacerles daño con una decisión así. Además… aún guardaba alguna esperanza de volverse a enamorar de un hombre real y libre que le diera al fin lo que ella siempre soñó para ser feliz. Pero el tiempo se iba terminando y el destino parecía retarla a un desafío que no podría eludir. Su madre, si bien no podía comprender su complicado mundo interior, quizás reaccionaría aceptando la realidad. Pero su padre… su mente conservadora, su rígida moral, no

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podría concebir nunca una actitud así. Es que él creció en una época plagada de prejuicios que condicionaron la forma de educar a su única hija. Y Selma estaba convencida, que su padre –sin darse cuenta– la había arrastrado a ese destino de soledad. Y en definitiva, la estaba obligando a buscar la forma más censurable para paliar el dolor de tener que afrontar un incierto futuro. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro, mezcladas con las gotas de agua tibia. Sintió que la invadía un ataque de llanto y deseó volver a ser niña, cuando perseguía mariposas en las calles desiertas y soleadas de las siestas estivales de su pueblo. O volver a aquellas tardecitas de sus vacaciones, en el pintoresco pueblo serrano.

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2 –Te quiero –le había dicho, deteniendo el movimiento de la hamaca donde estaban sentados. Ella sonrió y ofreció su mejilla sonrosada para que la besara. El la besó ligeramente en los labios dejándole un sabor agridulce. Le gustaba Lucio, el muchachito que atendía el parque del hotel donde paraban en esas vacaciones. Tenía 11 años, él 15. Y por primera vez alguien le decía “te quiero” y la besaban sin que ella sintiese asco y repulsión. Recuerda que tenía 9 años cuando comenzó a ser perseguida por todos los hombres que encontraba en su pueblo. Como aquel viejo… don Vicente, el lechero. Aquel día había nevado, la última nevada que recuerda grande que tuvo lugar en esa zona, porque con los años, el clima cambió mucho, y los inviernos ya no eran tan crudos y largos. Una capa de blancura cubría veredas, calles, plantas, autos… Egle – su madre– la envió a buscar leche a lo de don Vicente, que vivía justo enfrente. Era leche pura, de campo que se consumía en esos tiempos. Ella no dijo nada y obedeció, pero tenía miedo, siempre lo encontraba solo y el hombre decía cosas que no podía comprender y le desagradaban mucho. La hizo pasar, la niña trató de mantener distancia. Don Vicente estiró la mano y tocó su pequeño seno. Lo miró asustada. El hombre se desprendió la bragueta dejando libre el miembro viril.

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–Ven… verás que gustito lindo sientes– le dijo contrayendo la boca en una mueca pegajosa. Tratando de que ella lo besara. La niña quedó como petrificada, mirándolo. Luego, el hombre la tomó y al no notar resistencia, introdujo sus manos bajo la ropa interior de Selva María mientras intentaba besarla. La niña reaccionó con una sonora cachetada que lo sorprendió, y entonces aprovechó para desprenderse y escapar. Lucio!... el muchachito de los ojos verdes. ¿Dónde estará? Recordará alguna vez a la niña de los rulos castaños? –Mañana me voy –su vocecita sonó apenas en el mágico silencio de la cálida noche en el parque. El joven la miró desolado. –¿Me recordarás? –Por supuesto… ¿y tú? No contestó, la abrazó con ternura infantil y ambos se unieron en un llanto incontenible. Nunca más se volvieron a ver. Salió desnuda del baño. Se sorprendió cuando al ingresar al cuarto, vio al hombre en su cama. El pasado se mostraba tan vívido en el recuerdo que le costó regresar de sus sueños. Uberto le tendió los brazos; se arrojó a ellos mimosa y se dejó amar. Tenía tanta necesidad de ser amada… Cuando logró que Uberto partiera de su imaginación, llamó por teléfono a la Galería de Arte donde iba a exponer sus óleos. – Con la fundación?– preguntó. –Sí señora…

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– Habla Selma Ponti, ¿podría informarme si están los catálogos? –No, todavía no están. En una semana. Todo sigue igual en este país –pensó– siempre la misma lucha para que las cosas se hagan bien y a su debido tiempo. –Tendrán que apurarse porque yo necesito enviar las invitaciones con suficiente anticipación, ya que el correo no anda muy bien. –No se preocupe, en cuanto lleguen de la imprenta se los enviamos. –No… no, prefiero retirarlos yo personalmente. –Como quiera. –Hablaré en una semana. –Muy bien. Colgó sintiendo esa extraña sensación que siempre experimenta cuando se enfrenta a los miles de problemas cotidianos de la vida en Sociedad. Una sensación muy desagradable, como de ahogo. Nunca le gustó tratar con la gente, hacer vida social, como sugería su padre Antonino Ponti. –Sólo así se tiene éxito – le dijo alguna vez. A ella eso le repugnaba, prefería aislarse y luchar en soledad. Quería demostrarse y demostrar que también era posible salir adelante valiéndose tan sólo del saber, de la capacidad para crear y de la inteligencia. Estudiar mucho, hacer mucho, cumplir los sueños… Una vez, la Directora Nacional del Libro le había dicho: “usted ama el silencio, lo busca, se encuentra con el deleite del amante convocado”. Al menos, esa impresión sintió al leer uno de sus libros.

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Selma pensó que había explicado muy bien la sensación, porque ella siempre se sintió mejor en medio de la naturaleza, lejos de la presencia humana. Tenía razón aquella mujer. El silencio había sido siempre su único amante. Sí… era una solitaria, pero sentía que su soledad era necesaria porque solamente en ese estado podía crear con inspiración plena. ¿Por qué los hombres que conoció nunca pudieron entenderlo? Incluido Camilo Baraona, su primer amor.

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3 Marte era el cantante romántico de moda en los años de su adolescencia. Y el ídolo de todas las jovencitas que comenzaban a soñar con el amor. Selva María no era la excepción, estaba verdaderamente enamorada de Marte. Cantaba sus canciones, trataba de imitarlo acompañándose con el piano o la guitarra, veía una y otra vez sus películas y soñaba que era su mujer. Pero eran sueños puros, llenos de inocencia; para entonces, Selma no sabía absolutamente nada de sexo, sólo que los hombres eran diferentes a las mujeres y además, unos asquerosos. Los cambios producidos en su organismo fueron tan rápidos y prematuros que no tuvo tiempo para experimentar la sensación de ser ya una mujer. Espiritualmente, seguía siendo una niña. Recordó cuando tuvo la primera menstruación: Llegó a su casa al atardecer desde las oficinas de su padre, era el mes de junio y ella ocupaba sus horas libres en aprender a escribir a máquina con un método autodidacta que le había proporcionado su papá. Rivero, el chapista y pintor de autos, alquilaba el galpón que su padre tenía pegado a sus oficinas, y la había manoteado varias veces ese día. Ella estaba acostumbrada, todo hombre que conocía siempre tenía un comportamiento atrevido y repugnante. Por lo tanto, el concepto que desde niña se formó del sexo masculino fue totalmente negativo. Al ir al baño vio sangre en su bombacha. Llamó a su madre, a pesar de que Egle ya la había prevenido antes, se asustó mucho. –No es nada, desde ahora será normal que todos los meses sangres. Ihana Cott - 28


–¿Podré jugar? –Por supuesto que podrás. Tendrás que acostumbrarte a usar protectores. Ya eres una mujer. Selva María no comprendió. Pero tuvo la sensación de que su vida se complicaba y no sería igual desde entonces. No le agradó la idea de ser mujer. Al poco tiempo supo que los hombres no sufrían “de eso” y desde entonces deseó ser hombre y trató de comportarse como tal. Tuvieron que pasar muchos años antes de que se diera cuenta que había nacido mujer… muy mujer, con una sensualidad que se vio obligada a reprimir por la férrea educación que le dieron sus padres donde de sexo no se hablaba. Justamente, diez años, hasta el momento que tomó aquel colectivo que la llevaba todas las mañanas al Conservatorio de Música. Como siempre a esa hora, el colectivo iba repleto. Pero aquella mañana mucho más porque era un día de lluvia. Detestaba tener que viajar apretujada, casi sin poder respirar. El hombre se instaló detrás suyo y cuando el colectivero pedía que se corriesen hacia atrás, él se apretaba más contra ella para dar paso, pero no se corría. Cada vez que había una frenada o un empujón, su cuerpo la apretaba contra el asiento. Luego, comenzó a deslizar la mano por debajo de su abrigo y acarició sus muslos. Selma empezó a experimentar una sensación de agradable placer que le resultaba incomprensible. La mano del hombre ascendió lentamente por su costado derecho hasta el pecho, y apretó uno de sus senos. Luego bajó hasta su vientre y llegó a acariciar su pubis. Sintió que la sangre le subía a la cabeza y temió que alguien notara sus rubores. Trató de moverse pero era imposible, no había espacio. El seguía con sus El camino de los sueños - 29


caricias al no notar resistencia y pudo sentir la dureza de su miembro apretado contra el muslo. Se sintió mal, se sofocaba, un calor desconocido recorrió todo su cuerpo, parecía que se iba a desvanecer en cualquier momento. Quería escapar, no entendía qué le pasaba. Cuando no pudo soportarlo más, se abrió paso a los empujones hasta la puerta y bajó en la primer parada a pesar que aún faltaban 20 cuadras hasta su destino. Temblando bajo la lluvia, caminó muerta de miedo hasta el Conservatorio y sintió todo el día una extraña sensación de desasosiego. Y desde entonces, sufría cada vez que debía subirse a un colectivo o a cualquier otro medio de transporte masivo como trenes y subterráneos. Él estaba parado en la esquina del banco (así habían bautizado en el pueblo a la esquina del Banco Nación), cuando lo vio por primera vez. Era el mes de los jazmines: diciembre. El mes más hermoso del año, inicio de las vacaciones estivales y mes de su cumpleaños. Al menos lo era entonces, varios años después resultó ser el peor mes del año para ella. Lo recuerda muy bien, acababa de cumplir los 12 años y su padre le había regalado su primer reloj pulsera y lo que siempre soñó: el piano, premiándola por sus fructíferos esfuerzos en los estudios musicales. Ella iba en el auto, dando la “vuelta del perro” de todos los domingos; al verlo, su corazón dio un brinco, el muchacho era muy parecido a Marte y tenía sus mismos gestos. Cruzaron miradas varias veces en las muchas pasadas del auto, y desde ese momento se encontraron una y otra vez a lo largo de los próximos cinco años, quizás los mejores años de su vida.

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Los días sucesivos los dedicó a investigar a quien ya había bautizado con el nombre de Marte. Al poco tiempo conoció su verdadero nombre: Camilo Baraona, identificó a todos los miembros de su barra, descubrió su lugar de trabajo y se encontró con la sorpresa de que vivía a la vuelta de su casa, sus padres tenían una despensa y verdulería. Pidió a Egle que la enviara a comprar a ese lugar con la excusa de vender una rifa de la escuela. Al llegar a la esquina lo vio parado en la puerta, su corazón comenzó a latir con fuerza. Cuando Camilo descubrió que se acercaba intentó desaparecer pero no pudo, la jovencita ya estaba allí… Se miraron torpemente, ambos se veían muy nerviosos y sorprendidos. Recuerda cómo hizo gritar al gato cuando le pisó la cola sin darse cuenta, y él… al tratar de introducir las papas en la bolsa que ella sostenía, sólo logró desparramarlas por el suelo sin poder disimular el temblor de sus manos. El primer encuentro había resultado muy accidentado, pero desde ese día los encuentros se sucedieron, las miradas, las pocas palabras dichas a medias, casi con miedo. Poco a poco, el pueblo fue testigo del silencioso romance y como en todo pequeño pueblo, estaban los que deseaban un final feliz y también quienes por envidia, esperaban un fracaso. Todos sabían que se amaban: los padres de ambos, los vecinos y parientes, los amigos y amigas de la barra, las compañeras de la secundaria, todos… menos ellos, que por timidez o cobardía, omitieron declararse su amor. Antonino Ponti estaba muy preocupado, temía que su hija se casara joven y no pudiese seguir sus estudios. Nunca le dijo nada, pero a Selva María no le resultó difícil

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sospecharlo por sus actitudes, comentarios y la forma en que trataba de impedir que los jóvenes se encontraran. Para Antonino, su hija era demasiado inteligente para que dilapidara su tiempo en un casamiento prematuro. Además, jamás pudo aceptar que “su nena” dejara de ser niña. No le resultó difícil influir sobre ella, porque Selma tenía la firme convicción de que lo normal era estudiar primero; luego habría tiempo para casarse. En esto, como en muchas otras cosas, se equivocó Selma Ponti. Los años hicieron el resto, su entrega plena a los estudios y al trabajo, su rápido y brillante progreso intelectual, sin darse cuenta, fueron levantando una barrera inexpugnable en torno suyo, y Camilo Baraona no tuvo la valentía suficiente para derribarla. Ni él ni nadie. Entonces, el amor, como todas las cosas simples, se fue perdiendo en el camino del silencio que construyeron entre los dos. Pero… ¿había muerto su amor? Recuerda muy bien el día que leyó la noticia. Ojeaba las páginas del Semanario El Tribuno, el periódico del pueblo, cuando se detuvo en la sección de Sociales y leyó: “Unieron sus vidas en matrimonio el señor Camilo Baraona y la señorita Claudia Sayes. Fueron testigos en esta ceremonia…” No pudo seguir leyendo, sus ojos se llenaron de lágrimas y una sensación de desamparo la invadió por completo. Entonces comprendió amargamente que nunca había perdido las esperanzas de que él, después de 12 años de silencio, terminase pidiéndola en matrimonio. Esa noticia, cerraba definitivamente un capítulo dulce y amargo de su vida.

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4 Selva María Ponti era una linda mujer, aunque ella nunca se la creyó; ojos castaño–verdosos expresivos, de una mirada melancólica e inteligente. Hermosos cabellos llenos de rizos que con los años los fue perdiendo, piel blanca, labios sensuales y cuerpo pequeño. No llegaba al metro sesenta, algo gordita o rellenita para el gusto de la época, sin embargo era un todo armonioso y muy femenino que ella nunca quiso mostrar. Sabía que bonita no era, pero estaba segura que a los hombres le gustaba porque su belleza fluía de su interior y atraía. Algo misterioso la cubría y eso sin duda que interesaba a los hombres, pero también los replegaba, como si temiesen quedar atrapados en su misterioso mundo interior. Uberto le había dicho una vez: “a los hombres nos gusta atrapar, pero no nos gusta que nos atrapen”. A los 15 años era una jovencita muy hermosa y los muchachos la perseguían bastante, pero siempre frenaban sus impulsos al tener que enfrentarla, como si no pudiesen competir con su imagen de inocente pureza. Algo que no ocurría con las otras chicas, a las que trataban sin prejuicios y sin miedos. El mismo Camilo se permitía todo tipo de aventuras amorosas, coqueteaba con todas pero jamás lo hacía con ella. A Selva María no le gustó nunca bailar, concurrir a fiestas, reuniones, “asaltos” (las reuniones bailables en las casas), prefería quedarse sola en su casa, escribir poesías, leer, soñar, imaginar. Sentía un gran placer cuando estaba en soledad proyectando el futuro. Sus compañeras de la secundaria no comprendían por qué rechazaba esas fiestas que eran tan divertidas. Selma El camino de los sueños - 33


bailó una sola vez. Fue en un festival animado por Marte en uno de los pueblos vecinos. Había concurrido en compañía de sus primas mayores: María Delfa y Ana. Estaba parada sobre la mesa –como tantos– para ver mejor a su cantante preferido. Estrenaba un conjunto blanco de hilo muy diminuto, tejido al crochet por la mano maestra de su abuela materna. Se la veía realmente preciosa. Esto, no pasó inadvertido para aquel muchacho que la sacó a bailar, vecino de sus primas según supo después. Bailaron un lento muy apretaditos. –¿Cómo te llamas?, eres muy bonita –le dijo –Selma –contestó Selma sintiéndose halagada. –¿Dónde vives? Me gustaría volverte a ver. Selma no contestó, tampoco preguntó el nombre del joven. Marte había iniciado la canción preferida por ella y se detuvo para escucharlo y mirarlo. Cuando terminó, buscó y ya no encontró al joven, no le importó, en ese tiempo ella no tenía ojos más que para Camilo. –¿No quisieras salir un día? –la pregunta la sorprendió porque no la esperaba. Estaban en un recreo, Morgante era su compañero de cuarto año y se sentaban en la misma fila, pasillo de por medio. Ambos eran buenos alumnos. No se podía negar que ella le interesaba, pero nunca le dio oportunidad para que le dijese algo. Era tan seria… –Sabes que no salgo –le dijo siendo amable. –¿Es porque te gusta Camilo, no? –¡Qué disparate! de dónde sacas eso? En su afán de negarlo no pudo disimular el rubor de sus mejillas.

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A los pocos días se corría el rumor entre los chicos del curso que a Selma no le gustaban los muchachos. Y no paraban de molestarla. Estaban en la clase de geografía cuando Enzo, el más audaz de todos y que se sentaba atrás de ella, la sacó de las casillas moviéndole el banco como si fuese una silla vaivén. Una sonora cachetada resonó en el silencio de la clase cuando la profesora trataba de explicar la lección del día: ríos cordilleranos. –¡Señorita Ponti! ¡Se piensa que está en la calle! –Perdón señora, pero el señor Del Fabro (Enzo) me está molestando demasiado– quiso explicar tratando de contener el llanto. –¡Usted señor, más respeto en mi clase! si vuelven a interrumpir los envío a la dirección a los dos. Las chicas –por su parte– también la molestaban, querían averiguar si le gustaban las mujeres. Liliana y Susana resultaban las peores. Hablaban de sexo delante de ella porque sabían que se ponía mal. Y se reían en su cara cuando ella se ruborizaba. Liliana salía con Fabián, un muchacho de quinto año comercial, y se divertía comentando las cosas que hacían juntos. Un día, estando en la cancha del club esperando a la profesora para el partido de pelota al cesto, Liliana se desabrochó la blusa para mostrarles de qué manera su chico le frotaba los pechos y cómo le habían crecido, según ella, gracias a esas prácticas. Selma se apartaba avergonzada, nunca le había interesado el sexo, sus sueños de amor eran sueños puros. Esa escena la escandalizó. Pero en la escuela… tenía que ver cada cosa! Como ese día, en la clase de música. Como ella sabía más de música que

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la profesora, sus explicaciones la aburrían. En el fondo del salón había fiesta, se escuchaba la risa de Susana y otros chicos. Cuando la curiosidad la dominó, se dio vuelta y observó. El loco Josema había sacado su pene y Susana se lo estaba tocando. El sexo era la idea fija en esos años, la mayoría de sus compañeras ya habían debutado, incluso dos de ellas quedaron embarazadas antes de culminar la escuela. Y varias se casaron al terminar la Secundaria. En cuanto a los chicos, sólo querían divertirse. Selma no podía entender por qué arruinaban así su juventud, sin importarles el futuro, habiendo tanto por aprender y descubrir en la vida, que era mucho más interesante que eso. Con el tiempo supo que sus compañeros habían elegido el camino natural reservado a la mujer y al hombre, cuando pasaron los años todos siguieron su destino labrándose un porvenir, formando una familia, y ella… aunque entonces no lo imaginaba, también había elegido un camino: “El camino de los sueños”. Pero era un camino de difícil retorno, un camino lleno de obstáculos, de sueños por cumplir y casi, casi, un camino que la obligaba a renunciar a su condición de mujer.

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5 “Renunciar a ser mujer”, repitió mientras ponía la pizza en el horno, para la cena de esa noche en que por primera vez estaba sola en la ciudad. En el informativo de las 20 horas de la televisión, varias mujeres de un barrio humilde reclamaban a viva voz ante el micrófono para que las autoridades se preocuparan por resolver el problema de la falta de agua. El agua, vital elemento por el cual los países se pelearían en el futuro ya que las reservas del planeta no serían eternas y muy pronto se notaría el efecto del cambio climático provocado por el hombre y el mal manejo de la naturaleza. Ella nunca se resignaría a la búsqueda del amor, del amor perfecto que dibujaba en su mente, cuando pasaba muchas noches insomnes tratando de imaginar al hombre ideal. Pero sabía que no podía aspirar a ese tipo de amor, era tan solo un sueño y ella era la única dueña de sus sueños. Logró irse del mundo real al mundo de los sueños y ese sueño formó un universo que trascendía toda posibilidad de retorno. Mundo y sueño daban origen a una verdad a medias, pero que ella necesitaba para ser feliz. “La miel espesa de los sueños también puede prostituir” escribió una vez en alguna de sus numerosas poesías. Y era así, al menos a ella, los sueños la estaban prostituyendo. Tenía 14 años cuando le publicaron por primera vez una poesía. Se llamaba “Tristeza”. Aquella vez había decidido reunir sus dos nombres en uno y así quedó, como Selma Ponti. Y desde entonces, Selva María pasó a llamarse Selma. El camino de los sueños - 37


Ese día fue un día feliz. Una hermosa sensación de gozo la invadió cuando leyó su obra publicada en la revista juvenil de la época, incluso muy bien comentada. Pero entonces, ni remotamente pasó por su mente la idea de ser escritora, entre las tantas cosas que soñó ser. Muchas las pudo concretar, otras sólo en parte y las menos, no pudo concretarlas hasta muy entrada la madurez. Como realizarse como mujer, amar, ser amada y formar una familia. Su madre le había dicho el día que ella le confesó su amor por Camilo Baraona: –El podrá andar con distintas chicas pero es a vos a quien elegiría para casarse. Sabe que no encontrará otra chica como vos en este pueblo. –¿Y por qué no me lo dice? –Se está tomando su tiempo. Piensa que primero tiene que hacerse un porvenir. Su madre pensaba así ya que no se casó con su padre hasta que éste consideró que tenía un buen pasar y para ello pasó gran parte de su juventud esperando. En algo tenía razón, pasaron 12 años para que Camilo se convirtiese en un empresario medianamente importante en la zona; sin embargo, cuando eso pasó, se casó, pero no con ella, sino con otra. Y en eso, cómo se equivocó su mamá. –De todos modos yo no pienso casarme por ahora –le había explicado Selma– quiero estar libre para poder hacer tantas cosas que tengo en la mente. –Pero un día tendrás que hacerlo si quieres dejar descendencia. –Quizás no me case nunca, no me agradan los hombres, no los entiendo. –Eso lo dices ahora que eres muy chica, luego cambiarás de opinión cuando llegue el verdadero amor,

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alguien que comprenderás, te comprenderá y te hará feliz. No es bueno para una mujer estar sola. Su madre seguía los lógicos pensamientos que regían las costumbres de su época; pero las cosas estaban cambiando. Aunque aún las mujeres de su pueblo, en general, se casaban jóvenes y las que a cierta edad quedaban solteras no eran bien vistas. Se decía de ellas que eran lesbianas y despectivamente las llamaban “solteronas”. Sin embargo las madres solteras, que las había, eran mejor vistas que las otras; con el tiempo, estos casos dejaron de ser una novedad y una deshonra. Se respetaba más a las mujeres que habían amado alguna vez aunque se hubiesen equivocado que a las que nunca se arriesgaron por amor. –No sé… a mí me gusta la soledad –le había dicho Selma a su madre. –La vida te enseñará a que es malo estar solo, luchar sola, reír y llorar sola, comer y dormir sola. Y mucho peor aún, para una mujer. Selma no contestó, a esa edad le resultaba difícil comprender sus palabras. Es que se sentía tan feliz con su soledad creativa que le resultaba imposible imaginar que algún día podía producirle tristeza. Ella poseía un rico mundo interior que la preservaba de los peligros que acechan en el mundo externo. Cómo imaginaría que un día su rico y sensible mundo interior no le alcanzaría para ser feliz. Es más, se convertiría en una barrera casi infranqueable para su camino a la plena felicidad. Egle De Mita era una mujer sencilla, un ama de casa perfecta; diminuta, de andar inquieto, trabajadora y alegre. Durante muchos años fue la única confidente y compinche de

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su hija, de sus sentimientos amorosos. Pero jamás se habló de sexo, porque su madre había crecido en una época en que el sexo era tabú y cuando las mujeres se casaban sin saber nada. Por eso Selma no podía hablar de ese tema con ella, su timidez se lo impedía. Lo poco o mucho que aprendió sobre sexo lo dedujo leyendo novelas, libros de medicina, botánica, zoología, reproducción animal, mirando algunas películas en el cine del pueblo, escuchando a sus amigas en la escuela, tratando de unir datos de un lado y otro y luego armar el rompecabezas. Así se formó una idea bastante correcta del tema aunque excesivamente impregnada de romanticismo. Y su ideal de amor se fue alejando tanto de lo posible en la tierra que labró un camino de fracasos constantes en la búsqueda del hombre que nunca llegó porque era imposible que existiese. Selma era la segunda hija del matrimonio Ponti. Su madre, que se había casado a los 35 años, tuvo un hijo que murió al nacer, asfixiado por el cordón umbilical, debido a que el médico que la atendió se demoró en hacer la cesárea. Muchas veces Selma se lamentó por aquel hermano que el destino le negó. Con él cerca, su vida no se habría complicado tanto cuando sus padres enfermaron y envejecieron. Pero es indudable que todo ser vivo tiene un destino que debe cumplir desde que nace hasta que muere. Y ella, jamás podría eludir el suyo. Algunas veces –después de los 27 años– convocó a la muerte como liberación porque se sentía esclava de su propia vida, sin poder cambiar nada de lo que podía cambiar. Pero estaba muy cómoda así, amando a su patria, los animales, los árboles, el sol, la lluvia y ese rico mundo interior colmado de sueños prometedores, que tuvo que reconocer su cobardía para abandonarlo cuando la vida

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era tan bella así. Le costaba aceptar su destino, pero no se sentía capacitada para cambiarlo, además, nunca estuvo del todo convencida que eso fuese lo mejor. Por lo tanto, siguió su camino sin apartarse del mismo.

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6 Estaba lavando los platos cuando escuchó el teléfono. Corrió hasta el pasillo sin tener idea de quién podría llamarla, eran casi las 10 de la noche. –¡Hola! Una voz cansada le contestó del otro lado. Su padre! Olvidaba que era la primera vez que salía sin ellos, y no se acostumbraban a tenerla lejos, aunque fuesen unos pocos días. –¿Selva? –preguntó, su sordera le impedía escucharla bien. Tuvo que gritar para que oyera. –¡¡Sí… soy yo!!, ¿ qué ocurre? –Nada… Quería saber cuándo regresas y si ya arreglaste las cosas. –Sí, todo está en orden, no te preocupes. A pesar del desorden de su interior, lo demás estaba bien –pensó. –Bueno… ¿vos estás bien?. Acá está haciendo calor. –Aquí en la ciudad mucho más, no parece otoño. Mañana regreso en el tren. Si podés andá a esperarme a la estación. –¿Eh?... Levantó la voz. –¡Esperame en la estación mañana a la noche! –Sí, sí, voy a colgar porque la tarifa camina. –Muy bien. Un beso para vos y para mamá. –Cuidate. Hasta mañana. Cuando colgó sintió sus ojos húmedos por las lágrimas. Últimamente, cada conversación, cada contacto con su padre producía ese efecto. Bastaba que lo viese para comenzar a sentir como una sofocación y deseos de llorar. Si lo escuchaba desde lejos, era peor. Le resultaba un suplicio Ihana Cott - 42


tener que ser testigo de la decadencia lógica de un hombre que ella había admirado como ejemplo de perfección, perseverancia tras sus ideales y voluntad. Un hombre que le había dado todo lo que creyó mejor para que se desenvolviera en la vida. Más allá de sus equivocaciones y aciertos en la educación que le impartió, había sido por amor. Aunque Selma pensaba que hay amores que matan, no se atrevía a juzgarlo, simplemente porque lo amaba mucho y ahora era un anciano triste y destruido, agobiado por la enfermedad. Selma no podía soportar esa decadencia que tenía mucho de natural. Para ella, su padre, nunca dejó de ser aquel ser excepcional que aprendió a conocer poco a poco mientras crecía, ese ser que llegó a admirar e idolatrar hasta el punto de considerarlo irreemplazable en el apoyo que le prestó para una de sus actividades más difíciles, riesgosas y maravillosas que emprendió en su vida: la investigación de campo, con la naturaleza como fuente de inspiración en toda su obra. Muchos años después supo, por un sueño que tuvo cuando estaba profundizando en el tema de vidas pasadas, que su padre había sido un hombre muy importante en otra vida para ella; un hombre con el que había tenido un hijo que se lo entregó a él siendo bebé sin cargo de consciencia, tal vez porque a ella le sería imposible criarlo, pues esa relación que tenían era clandestina. Se veía muy claramente en el sueño, que él tenía una mujer al lado y una niña rubia preciosa con la que llegó para encontrarse con ella en una esquina de una gran ciudad que Selma atravesó entre carruajes tirados por caballos para llegar a él y darle al niño, ese niño que en esta vida, resultó ser su madre. Todo esto lo supo por el sueño, valiéndose de la asociación de imágenes y

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de la intuición para interpretarlo, después de haber leído un libro sobre la interpretación de los sueños. Por eso, pudo comprender la fuerte relación que los unió siempre a los tres en esta vida y por qué se sintió tan sola cuando le faltaron. Antonino Ponti era uno de los 12 hijos de una familia de italianos que llegó a esas pampas para labrarse un porvenir de trabajo y ventura. De los primeros habitantes del pueblo, vecino del fundador de lo que luego sería una bonita ciudad de una zona agrícola–ganadera de las mejores del país y del mundo. Lugar de un rico pasado histórico, cuna de importantes personalidades de la política y la cultura de la nación. Lugar de nacimiento de una gran mujer que quedó en la historia de la Patria, esposa “del General”, tres veces presidente. Un pueblo nacido –como todos los pueblos de la majestuosa llanura– a la vera de las líneas del ferrocarril, las que llevaron progreso y dinamismo a una zona virginal, plena de potencialidades inexplotadas, granero del mundo en su momento y territorio de un gran asentamiento mapuche. Ese granero del mundo que un día dejó de serlo por las malas políticas agropecuarias llevadas a cabo por gobiernos corruptos. Su abuelo Ponti no había sabido mantener la fortuna que con trabajo amasó, dilapidándola entre el juego y el alcohol. Pero sí pudo educar a sus hijos en el amor al esfuerzo y al trabajo. Antonino Ponti fue el único de los 12 que supo y pudo sacar rédito de estas enseñanzas. Desde muy joven se entregó al trabajo y al estudio con una dedicación que lo llevó al borde de la muerte. No conoció diversiones, luchó con denuedo y valiéndose de su honestidad e inteligencia llegó a la meta –después de muchos

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años de esfuerzo– y disfrutó de una vida económicamente holgada. Monaguillo, ordenanza, comerciante, martillero, contador y tesorero municipal (el método creado por él, siguió aplicándose durante más de ochenta años en la Municipalidad), abogado sin título, político, gestor, rentista, llevador de réditos, prestador y productor agropecuario. Transitó todos los caminos de los negocios con habilidad. Poseía una gran voluntad y un comportamiento intachable, reconocido por todos, amigos y enemigos. Un hombre extremadamente ordenado y perfeccionista que transitó la vida sin alejarse un ápice de sus convicciones y de lo que consideraba lo bueno y lo mejor, lo verdadero y lo justo; hasta el mismo momento que una temible enfermedad lo derrotó. Selma, que creció bajo esas influencias, siguió su mismo camino pero en un terreno y en una época muy diferente, donde esas virtudes se convirtieron en obstáculos para triunfar en un mundo dominado por el facilismo y el culto a los mediocres. Cuando Selma era muy pequeña, su padre le enseñó a leer. Si venían amigos o familiares y ella leía orgullosa los cuentos que había aprendido, todos creían que los sabía de memoria, pero, lo cierto es que sabía leer y cuando ingresó al jardín de Infantes ya escribía algunas palabras. Odiaba el jardín, tenía serias dificultades para adaptarse a una vida compartida, era fuertemente individualista, una característica de su personalidad que arrastró el resto de su vida. Siempre pensó que ella sola podía hacer mejor las cosas. Quizás, no era más que una excusa para disfrutar de la soledad. En el futuro demostró que trabajando en equipo también era brillante.

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Al poco tiempo tuvieron que sacarla del jardín porque pasaba las horas llorando. La enviaron con una maestra particular, y poco a poco se transformó en una niña muy aventajada. Antonino Ponti no dejó de notarlo y estimuló constantemente a la niña. Pasaba muchas horas con ella ayudándole a escribir, pintar o dibujar. Lo que más le agradaba era escuchar sus cuentos favoritos leídos por la voz del padre. Mucho más si estaba en cama por alguna enfermedad típica del invierno: anginas, gripe, varicela… Era el mayor placer que podía experimentar, esas inocentes historias alimentaban en su mente inquieta un mundo de fascinantes fantasías. Varias veces, su padre se ausentaba para emprender viajes de negocios a la capital, entonces la niña se sentía como si estuviese parada sobre un tembladeral y esperaba el momento de su retorno con verdadera excitación e inquietud. Temía que no regresase nunca más y esos pensamientos la mortificaban constantemente. Tenía la sensación de que teniendo a ese hombre cerca, nunca podría pasarle nada.

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7 Se metió en la cama con una extraña sensación de agotamiento mental. Como si hubiese recorrido en pocas horas un trayecto que normalmente debía demandarle varios días. Un molesto dolor en el pecho le recordó que había tenido un día anormal en su metódica vida matizada con aventuras naturalistas. Su padre estaba enfermo y ella se sentía sola por primera vez, cuando no hacía mucho había ingresado en la tercera década de vida. Se dio vuelta de costado e intentó dormir. Había vivido tan intensamente que ya se sentía vieja, y el peor castigo que le había deparado el destino era haberla creado mujer, carga muy pesada para su frágil corazón. Si sus padres se hubiesen enterado de sus íntimas sensaciones, ¿qué habrían pensado?, para ellos las reglas sexuales eran estrictas y simples, nunca se hubiesen permitido experimentar sensaciones tan profundas y destructivas. Jamás pudo conocer las ideas que su padre tenía sobre la sexualidad, pero por lo poco que había oído, sabía controlar sus impulsos y su madre se limitó a aprender de él y a obedecerlo. Antonino Ponti la conoció siendo muy joven y enseguida se enamoró de ella. Única mujer en una familia de 5 varones, desde muy pequeña tuvo que aprender a realizar las tareas de la casa. Sería una excelente compañera y ama de casa. Para él el sexo era algo secundario, un hombre necesitaba más que nada una buena mujer que lo atendiese. Así eran las reglas en esa época. Y para Egle, casarse con un hombre serio, respetuoso y trabajador significaba un El camino de los sueños - 47


gigantesco salto social que le daría seguridades futuras. Y Antonino Ponti, resultaba un buen partido. Anduvieron muchos años de novios porque Antonino consideraba que primero tenía que consolidar su porvenir para que no tuviesen que pasar necesidades. Y eso… le demandó cierto tiempo. Los padres de Egle habían fijado como días de visita: martes, jueves y sábados. Cuando Antonino viajaba a la Capital por varios días para atender asuntos políticos se comunicaban con cartas muy apasionadas, especialmente él que no dejaba nunca de escribirle misivas llenas de amor y ternura.

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31 de mayo de 1946 Antonino: Adorado mío: no te puedes imaginar que profunda alegría experimenta mi corazón al recibir tu carta; te aseguro que ya andaba desesperada, porque no tenía noticias. Me parece que ya hace un año que te fuiste… mi pensamiento no se aparta un solo instante de tu recuerdo… los días, y las noches, se me hacen interminables, cada día que pasa te extraño mucho más, me encuentro tan sola desde que te fuiste… no te imaginas viejito querido los deseos que tengo de tenerte junto a mí, de estrecharte contra mi corazón, de besarte mucho, hasta caer en tus brazos rendida de amor y de placer; pero cada vez que pienso que aún faltan varios días para tu regreso, una profunda tristeza se apodera de mí, y aunque quiera arrancarla y alejarla no puedo, perdóname amor mío… este alejamiento me causa mucha pena, tengo tantos deseos de estar a tu lado… que la espera se me hace eterna. Por favor querido, no te quedes muchos días más porque te extraño mucho, sé que quieres quedarte para ver el traspaso del mando presidencial. Viejito querido, vos a tu regreso quieres encontrarme linda y gordita, desde ya te prometo que me vas a encontrar como a vos te gusta, así que mi querido a estar tranquilo que yo haré otro tanto, vas a ver con qué ansiedad te voy a esperar, así los besos te van a resultar más dulces. Hasta siempre mi adorado. Te besa ardientemente tu Egle.

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Jueves 6 de junio de 1946

Querida mía: De regreso en ésta le hago saber a mi chiquita adorada que ésta noche tendremos nuevamente oportunidad de vivir felices momentos y exteriorizar las grandes ansiedades de nuestras almas, provocadas por la ausencia y revivir los inolvidables momentos de cariño y amor que ni el tiempo ni la ausencia ha podido disminuir. Ya sabes mi chiquita mimosa como quiero encontrarte, gordita, linda y contenta. Hasta luego amor, con un fuerte beso que nace en la profundidad de mi alma. Tuyo: Antonino

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21 de septiembre de 1949. Amorcito adorado: Te escribo estas líneas, amada mujercita mía para hacerte saber que trataré de apresurar los trámites para estar de vuelta lo antes posible. Así que adorada mía, pienso que para el jueves estaré al lado de mi cielito amado. No sé si hubiera podido soportar tantos días lejos de mi amada mujercita, si no hubiera sido por la inmensa dicha que me prodigaste la noche de nuestra despedida. Fuimos tan felices querida mía, que aún perdura en mi alma aquellos dulces momentos vividos a tu lado. Con el pensamiento en esas horas bellas, dejaré correr el tiempo y entonces esta transitoria ausencia se hará más llevadera; para ello no hay nada mejor que recordar los hermosos momentos pasados al lado del ser amado. Puedes estar segura, querida mía que ni un solo instante te he apartado de mi pensamiento, y nada más propicio que el día de hoy –día de la primavera– para hacértelo presente, y así transcurrirán las horas embriagando mi alma de ansiedad hasta el instante mismo de que pueda saciarlo todo en brazos de mi cariñosa y buena mujercita, volver a estrecharte fuertemente, besarte con fervoroso cariño. Espero amada que vos también como yo, mantengas en tu pensamiento los dichosos momentos de aquella noche de despedida y que ansiosa también esperes mi regreso para envolvernos de nuevo en el manto de la felicidad y el cariño. Encanto de mi alma, vida de mi vida, espero que lo pases bien y sepas conservarte linda y vaporosa como sabes que a mí me gustas. Ya sabes más linda y más rica y me harás inmensamente feliz. Sin más, te besa ardientemente quien tanto te adora. Antonino

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Fue un noviazgo largo, correcto y rutinario, casi sin emociones fuertes. Pasaron la luna de miel en un pintoresco pueblo de las serranías centrales del país. El hotel “Lago” estaba enclavado en medio de los árboles y lo rodeaba un pulcro parque con muchas flores. Antonino había tenido que instruirse leyendo algunos libros que trataban en forma seria el tema sexual, especialmente la sexualidad femenina; sus tiempos, sus necesidades, sensaciones, etc. Cuando Selma era adolescente sacaba esos libros de la biblioteca de su padre para leerlos sin que se diera cuenta. Su lectura le enseñó bastante a conocer las sensaciones que entonces comenzaba a experimentar. Sin duda su padre se había ilustrado muy bien, y seguramente Egle ignoraba absolutamente todo, él tenía que ser para ella un muy buen maestro. La primera noche, ella lo rechazó, estaba muy nerviosa y confundida. –No temas –le había dicho Antonino– todo irá bien, ya verás. Con mucha paciencia, en los días sucesivos, logró ir preparándola. Desde entonces, mantuvo un ritmo de relaciones acorde a las necesidades del organismo de su mujer y utilizando el método natural para prevenir los embarazos no deseados. Sin duda, resultó un marido ejemplar para los códigos de la época.

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8 –León murió anunció su madre. La miró con desconsuelo y se largó a llorar. –Es la vida –trató de explicarle Egle– todos los seres vivos mueren un día para continuar su tránsito en el cielo donde quizás se conviertan en ángeles. –¿Por qué todo lo que quiero se muere? –preguntó la joven con los ojos enrojecidos. –Siempre llegan otros seres a reemplazarlos, nunca Dios cierra una puerta sin abrir otra –trató de explicar con su sabiduría de la vida– es necesario que nos quite y nos dé, para que aprendamos en la alegría y en el dolor. –Yo no quiero tener más animales, a todos los he perdido, de esa forma no tendré que sufrir. Había tenido varios canarios pero jamás lamentó tanto una muerte como la de su perro León, quizás porque se lo había regalado Camilo y todo su amor lo volcaba en ese animal. Desde ese día cumplió la promesa, nunca más tuvo un animal en su casa, prefería verlos en su hábitat natural, y disfrutaba con ello. Pasaron muchos años, porque cuando su hija Estrella cumplió 9 años, llegó a casa Luna, una dulce cachorra Siberiana de maravillosos ojos azules que parecía un peluche con su abundante y suave pelo claro. Tan traviesa como inteligente, alteró durante los primeros meses la paz y el orden que había en su casa. Pero si Estrella era feliz, podía soportarlo todo, hasta su propia tranquilidad. Con el tiempo, Luna, se transformó en su compañera fiel y cariñosa que la alejaba de la soledad.

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Al poco tiempo cumplía sus 15 años y por supuesto, no quiso fiesta, pasó la jornada en el campo donde disfrutaba tanto del sol y el sonido del viento entre el trigal maduro de diciembre. El campo ejerció sobre ella una fuerte atracción desde el momento que fue por primera vez, acompañando a su padre. Tendría 10 años. Las horas resultaban cortas estando allí, aprendiendo a amar el silencio y la libertad. Una semilla naturalista comenzaba a germinar en su corazón, dando inicio al árbol de su entrega futura al mundo de la naturaleza. –¿Qué hora son estas de venir? –Protestaba su madre enojándose con su marido– no me parece bien tener tantas horas a la chica en el campo con semejante frío. Eran inviernos crudos y largos aquellos, pero la niña no sentía frío y no se cansaba de andar de aquí para allá. –Dejala… –le decía su padre– es mejor que ande allí y no en la calle como otras chicas de su edad. –¿Cuándo estudia? No la veo abrir un cuaderno. –No te preocupes. Jamás tuvo problemas en la escuela. Y así era. La escuela primaria no fue problema para Selva María. No necesitaba esforzarse mucho para llevar adelante sus estudios, en los últimos años hasta fue abanderada. Y se daba tiempo para la música. Primero comenzó a estudiar piano, más tarde guitarra. Tenía condiciones para la creación musical y era sumamente aplicada y cumplidora. Por eso, siempre la elegían para animar festivales benéficos, fiestas de fin de curso y cualquier otro tipo de actos que realizaba la escuela. Eso sí, jamás pudieron hacerla cantar, era algo que detestaba y siguió detestando aún cuando se convirtió en Profesora de Música y tuvo que dedicarse a la enseñanza.

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–Seré concertista de piano –le anunció a su amiga Rosa Pilquill haciendo un alto en el ensayo. Estaban preparando un estudio a dos guitarras. Rosa era su íntima amiga desde que inició la escuela primaria, más adelante, ambas comenzaron a estudiar piano y guitarra. –¿Por qué lloras? –le había dicho Rosita el primer día de clase, cuando Selva María se separó de su mamá. –Quiero regresar a casa –lagrimeó. Rosa era una niña más extrovertida y enseguida le ofreció su amistad. –Yo seré tu amiga. Ven… vamos a jugar. Selva María la siguió y al poco tiempo reía alegre. Desde ese día, fueron inseparables. –Quizás yo también –le contestó Rosa después de un momento de reflexión, asimilando las palabras de Selma sobre ser concertista. –¡Niñas!, basta de charla y a estudiar –les amonestó la hermana Consuelo, entrando imprevistamente en la sala– no me gusta verlas hablando, hay que aprovechar bien el tiempo. La hermana Consuelo era una profesora muy buena pero algo cargosa. Menudita, tenía un carácter inquieto, andaba de un lado al otro del colegio y se esforzaba para que los chicos aprendieran a querer a la música. Y se ponía realmente furiosa cuando sus alumnos no cumplían como ella quería. –Pero niña –le decía con su españolísimo acento cuando Selva María anunciaba que tendría que faltar porque se iba de viaje– ¡se la pasan viajando ustedes! La niña mantenía silencio.

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–Una vez al norte, otra vez al sur, allí, más allá, no se puede viajar tanto –comentaba molesta. La verdad que la familia Ponti viajaba mucho, y Selva María no se perdía un solo viaje porque viajar era lo que más le agradaba. Nunca supo por qué le atraían tanto esos viajes por los polvorientos caminos de la zona donde todas las semanas su papá transitaba para ver abogados que le llevaban los asuntos de sus negocios. Ella y su mamá lo esperaban en la plaza del pueblo de turno, tomando mate y Selva leyendo sus libros de la escuela. Eran momentos de gran felicidad aquellos de su niñez. Para sus padres, resultaba un alivio que a la niña le gustara viajar porque así la tenían cerca y no tendrían que estar preocupándose por lo que haría durante su ausencia. De todos modos, su vivaz inteligencia, le permitía tomarse esos recreos sin que por ello se deterioraran sus estudios. Fue, sin duda, la mejor alumna que tuvo la madre Consuelo y la única que siguió una carrera musical importante. A los 16 años obtuvo su diploma de profesora de música, alta calificación y medalla. –Te felicito –le había dicho la profesora que concurrió a examinarla desde un conservatorio de la capital. –Pienso seguir concertista –le anunció Selma. –No es una carrera fácil, pero tienes capacidad, sólo que tendrás que renunciar a otras cosas. –Lo pensaré. Pero el destino le tenía reservado otro camino, mucho más escabroso todavía, un camino de sacrificios y renuncias pero lleno de satisfacciones y logros. Aunque incompatible con su condición de mujer.

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9 Un agudo dolor en las sienes la trajo bruscamente al presente. Los recuerdos aparecían tan frescos en su mente que actuaban como un bálsamo para sus pesares y sus miedos. Sintió como si nunca hubiese abandonado aquel pasado de ilusiones, de proyectos, donde todo le resultaba posible y donde sólo se permitía soñar lo que sabía que podía realizar algún día. “Felices son aquellos que sueñan con algo y tienen el coraje de hacerlo realidad”. Recordó esa frase que leyó en algún lado y le gustó tanto. La misma que le sirvió para introducir al lector en la filosofía que domina cada página de su libro de relatos de viajes. Y así fueron siempre sus sueños, hasta el día en que tuvo que vivir soñando para poder sobrevivir y la vida dejó de ser sueño para que el sueño se transformase en vida. Recuerda muy bien la frase de su profesor de literatura en cuarto año cuando trató de explicarles los profundos conflictos subjetivos de la obra “La vida es sueño” de Calderón. Había dicho el profesor Lázaro Beda Bejarano: “El sueño es verdad y ficción al mismo tiempo lo que trae aparejado una problematización de la realidad”. Y ahora ella, estaba en medio de uno de esos conflictos; ¿cómo resolverlo? Llevaba ya varios años en esa tarea. Decidió levantarse para tomar una aspirina porque la cabeza le estallaba. En eso, sonó el teléfono. Caminó hasta él, que estaba en el pasillo que comunica la pieza con el baño, saliendo al patio semicubierto. Las piernas le pesaban una tonelada. –Hola… Selma… ¿dormías? El camino de los sueños - 57


La voz de Uberto sonaba suave y acariciante. –No… estoy tratando… –¿Estás bien? –Más o menos, estoy muy cansada, mi padre está enfermo… ¿desde dónde llamas? –Del trabajo, hoy tengo guardia –hizo una pausa y siguió– pensé mucho después de tu llamado del otro día, y te amo. Sintió que sus palabras la debilitaban. –Lo sé… pero sabes que no puede ser. Él siguió como si no hubiese escuchado. –Me gustaría mucho si un día te decides a amarme… –Uberto… ya te quiero –trató de ser amable– pero es imposible. No puedo amarte. Tienes una linda familia, que te necesita. –Tú también me necesitas. –su voz se había vuelto triste. –Sabes muy bien que eres mi mejor amigo y el único a quien confío mis pesares. –Tienes que ser mía –protestó– aunque después trataré de olvidarte. –Tal vez… ya sea tuya. Estás en mi futuro… No dijo nada, no comprendió. –Por favor… esta es la realidad… ahora. El llanto le impidió seguir hablando. –No permitiré que te pase nada. Pero no me pidas que sea feliz, hace tiempo que dejé de serlo. –Yo también –le respondió con un hilo de voz –voy a dormir porque no me siento bien. –Está bien, pero escríbeme pronto. –Sí.

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Colgó, fue al baño y se lavó la cara pegajosa por las lágrimas, luego se metió en la cama y estalló en un llanto incontenible. Hubiese deseado que la noche fuese eterna para no tener que enfrentarse al nuevo día. Varias veces –en los últimos años– había experimentado esa misma sensación de angustia al tener que enfrentarse con la vida. Sólo una vez, cuando jovencita, había sentido igual. ¡Qué ridículo!, ahora, aquello, parecía un juego al lado de sus actuales problemas. –No quiero ir a la escuela –le había dicho a su madre cuando le sirvió el desayuno. –¿Cómo que no quieres ir? ¿De dónde vienen esos caprichos? –No sé que me pasa –protestó– la escuela me pone muy nerviosa. Iba a segundo año y era una excelente alumna en casi todas las materias. La excepción: castellano. Tenía serios problemas en redacción, era incapaz de hilvanar correctamente una frase. –Falta unidad –le había explicado la profesora cuando ella protestó por el 2 que tenía en el escrito – no puede pasar de una cosa a otra y además, debe utilizar oraciones breves. Con el máximo esfuerzo, logró salvar la materia. Aunque ella siempre creyó que la profesora la había promocionado sólo porque sabía que en general era una excelente alumna en todas las demás materias. Se despertaba siempre con náuseas. La primera hora en la escuela le resultaba un martirio porque debía luchar con esos deseos de devolver. Poco a poco se iba serenando y terminaba la mañana como si nada le hubiese pasado.

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Con el tiempo, logró dominar ese estado de nervios, levantándose bien temprano y entreteniéndose en el jardín con las plantas que cultivaba su mamá. Hasta la hora de desayunar y de partir a la escuela. En los últimos años de la secundaria, el malestar desapareció. Pero volvía a aparecer cuando ella menos lo imaginaba. Como si no pudiese adaptarse a las actividades colectivas, siempre se sentía mejor en su casa, estudiando sola y resolviendo todos los problemas sola. Era como si no pudiese delegar responsabilidades, como si la soledad la ayudase a hacer mejor las cosas. ¡Cuánto le costó atenuar ése aspecto de su personalidad! Sólo atenuar, porque jamás logró curarse del todo. Su timidez llegó a ser, en algunas etapas de su vida, intolerable para sus actividades sociales. En ciertos aspectos, era insegura y en otros era audaz. Pero en general, actuaba reflexivamente y antes de emprender o enfrentarse a algo tenía que sentirse segura. Por eso, todos sus emprendimientos fueron precedidos por profundas meditaciones, estudios, e investigaciones. No quería dejar nada librado al azar; su vida, para bien o para mal, la fue construyendo piedra sobre piedra. Quizás por eso, se sentía tan desconcertada ante los fracasos y no podía soportar que algunos de sus sueños no se hubiesen concretado. Es que todos ellos, habían sido sueños perfectos… y la realidad nunca es perfecta. Es probable que al querer cambiar lo que no podía cambiar, se haya entregado a la desesperación. De una cosa estaba segura, nunca podría volver atrás, el camino debía hacerse hacia adelante.

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10 De repente, sintió una profunda atracción por la geografía. Lurdes Morales, la profesora de la materia en la secundaria se asombraba por sus conocimientos, en ciertos temas sabía más que ella. Es que Selma comenzó a leer más de lo indicado, y realizaba verdaderos trabajos de investigación en periódicos, revistas turísticas, libros y mapas. Al poco tiempo, comenzó a soñar con futuros viajes de reconocimiento, quería ver sobre el terreno aquello que tan tentador se presentaba en teoría. Desde pequeña, había viajado mucho con sus padres, pero siempre a lugares conocidos y cercanos. Demasiado poco para una geografía tan dilatada y cambiante como la que presentaba su país. –¿Dónde vamos? –preguntó a su padre. –Al mar –le había dicho. Ella aceptó complacida, le agradaba el mar, esa verde inmensidad de agua tenía la facultad de hacerle tomar conciencia de los misterios de la creación. Entonces no se preocupaba por los problemas existenciales pero ciertos aspectos de la realidad la impresionaban de una forma que se transportaba en la sensación de sentirse privilegiada por el regalo de estar viva y poder disfrutarlo. Su padre había sido un buen conductor…elegía los caminos y lugares para pasar las vacaciones de verano y ponía de manifiesto para ello, su capacidad organizativa. Ella nunca se había atrevido a dar su opinión porque en realidad, los lugares que elegía su padre resultaban suficientemente lindos y divertidos como para pasarla bien. Playa, cine, paseos por los alrededores, caminatas al anochecer por la calle principal de la ciudad, el infaltable El camino de los sueños - 61


helado bañado en chocolate de todos los días y la tentadora pizza noche por medio; eran tiempos de abundancia, no se privaban de nada, ella suponía que a su padre los negocios le irían muy bien. Recuerda que jamás le faltó algo que hubiese deseado, todo lo que quiso alguna vez lo había tenido. ¿Qué más podía pedir? Los regresos, en cambio, le resultaban tediosos y aburridos. Pasaban varios días antes de que pudiera adaptarse nuevamente a la rutina diaria del ritmo pueblerino. Y la hora de la siesta era el momento más angustiante para ella; el silencio pesado que apenas rompía el canto de algún chingolo, activaba la nostalgia por esos días hermosos de sus vacaciones, y los ojos se le llenaban de lágrimas. Como no podía dormir, salía a la vereda y caminaba de una esquina a la otra bajo la sombra de los frondosos fresnos. En las calles calcinadas por el sol estival, sólo transitaban las multicolores mariposas. De vez en cuando la voz del heladero pregonando: ¡heee–laaaaaaaa–dooooooos! Y desde la ventana de la casa de enfrente un par de ojos espiándola. –¡Chis…chis…! Selvita! –En cuanto escuchaba esa voz, quería desaparecer; pero la curiosidad la dominaba y tenía que mirar. –Ven… Selvita mira… mira… –repetía el baboso de don Vicente mientras sacaba su pene por una rendija de la persiana entreabierta. –Ven… –insistía– ven a tocarlo un poquito. –Lo que haré, si no cierra la ventana, es decirle todo a su mujer. Y salía corriendo alegre tras las huidizas mariposas, dejando al hombre frustrado una vez más.

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–Selvita y mi nietito Gustavo se van a casar cuando sean grandes –le decía don Vicente a su mamá. –¡Apenas tienen 13 años! –repetía su madre divertida. –Sí… pero Gustavo siempre dice que Selvita será su esposa. No le gustaba Gustavo, sería el último a quien elegiría para casarse. No hizo falta, porque cuanto Gustavo creció, se olvidó de que quería casarse con ella. O tal vez, nunca pensó en casarse con la vecinita y eran puros inventos de don Vicente. Su prima María Delfa le dio la noticia divertida. –¿Te diste cuenta cómo te mira ese muchacho? Ella miró con disimulo. No había reparado en él; era rubio, delgado y tenía unos ojos azules como el cielo del desierto. –Es lindo… ¿verdad? –afirmó su prima entusiasmada. Pasaron varias veces cerca de él, la calle principal de la ciudad donde estaban pasando sus vacaciones aparecía atestada de turistas. –¡Adiós rubia preciosa!–le dijo al pasar. Ella no era rubia, un poco clara quizás. Aunque a los 14 años tenía el pelo mucho más claro y enrulado. Con el tiempo se fue oscureciendo y alisando solo. Al otro día concurrieron a la plaza para tomar fotografías. –Mirá! –le dijo María Delfa– el muchacho de anoche. Era fotógrafo. Aprovechó la oportunidad para pedirle que les tomara algunas fotos. Él se puso colorado cuando le habló, pero disimuló muy bien, ya que sus padres estaban presentes.

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–Vamos a la plaza –le dijo María Delfa un día– si lo encontramos solo podrás hablar con él. –Vamos. –dijo. Le gustaba ese muchachito. Varios niños se divertían en los juegos infantiles. Lo buscaron… pero él ya no estaba. Al poco tiempo lo olvidó y se quedaron a jugar con los niños. Entre rojos corales, volaban mariposas… Abrió los ojos. El dulce recuerdo dibujó una leve sonrisa en su rostro. Súbitamente se sintió nuevamente excitada. Se tocó un pecho y el pezón se endureció al contacto. Masajeó el clítoris y una oleada de placer comenzó a invadirla impidiéndole parar. Estaba empapada de líquido vaginal y casi enseguida logró un orgasmo que la dejó atontada y tensa como las cuerdas de un violín. Se estremecía en una furia de placer que no logró dominar hasta terminar, con el corazón cabalgando desbocado y bañada en transpiración. Como si estuviese dentro del sauna. Al llegar nuevamente a la cima del gozo, estalló en un grito de placer y llanto a la vez. Se dio vuelta, abrazó la almohada hasta estrujarla, sintió cómo la soledad la envolvía y pensó si todas las mujeres tendrían esas sensaciones o era ella. De repente deseó que Uberto estuviese allí, a su lado, acompañándola esa noche de soledad en la ciudad, y amar hasta morir de placer. Pero sabía que eso no era posible, sus principios le impedían involucrarse en una relación de ese tipo. No había tenido mucha conciencia de su cuerpo antes de los 23 años. Y recién a los 28 empezó a tener problemas para dominar esas extrañas y a la vez placenteras sensaciones.

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Después de unos minutos su mente fue aclarándose y una calma bienhechora se instaló en su cuerpo y en su alma. El recuerdo fresco, dulce, sagrado, de los 14 años que vivió de, por y para la naturaleza, hizo el milagro. Eran instantes sublimes, de paz y de comunión con los seres más simples y maravillosos de la creación, con la cambiante geografía de su Patria, con el sol y con la lluvia, con la exuberancia del bosque y el desierto, con los sentimientos más exquisitos que albergaba en su alma. Sólo allí, en medio de la naturaleza salvaje, olvidaba que había nacido mujer para sufrir y para morir por un sueño de amor.

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EL PUEBLO VERDE “Nunca andes por el camino trazado, pues te conducirá únicamente hacia donde los otros fueron.” Alexander Graham Bell

1 Es tan íntima la etapa que vivió Selma esos años de comunión con la naturaleza y el arte, que como relator/a, daré un paso al costado y la dejaré a ella contarlo. Porque sus palabras encierran un mundo sublime de sentimientos y sensaciones que mi deber es dejarla desplegar sus alas sola.

–––––––––––––––––––– La emoción era tan grande porque la espera había sido muy larga: hasta que pude concretar el sueño nacido en la clase de geografía Argentina de la escuela secundaria, cuando los relatos sobre los paisajes de nuestro país tenían la facultad de hacerme sentir la urgente necesidad de descubrirlos por propia vivencia. El entusiasmo resultaba tan grande que leía y estudiaba siempre más de lo que me indicaban, algo parecido me ocurría con zoología y botánica en los primeros años de la secundaria. Todo mapa que caía a mis manos era sometido a una minuciosa investigación. No quedaban líneas, dibujos ni nombres sin descubrir. Fue así que comencé a soñar con aquellos bosques… El camino de los sueños - 67


Cuando finalizaron las clases usé las horas estivales de la siesta o las primeras de las cálidas noches para tejer un mundo de ensueño. El libro de geografía me hablaba fríamente de los bosques sub–antárticos que cubren la cordillera, pero era suficiente para hacer volar mi fértil imaginación. En el mapa buscaba las partes sombreadas en oscuro, entonces sabía que allí estaban las montañas y luego iba forjando en mi mente las siluetas de los árboles en las escarpadas laderas. Allí donde aparecían los hilos celestes de los ríos y los dibujos también celestes de tantos lagos interrumpiendo el sombreado, me parecía ver la imagen idílica de la nieve y de los umbríos bosques reflejándose en aguas de cristal. No iba a ser fácil convencer a mis padres –que nunca partían demasiado lejos– para recorrer los mil quinientos kilómetros que nos separaban de aquellos bosques de mis sueños. Más bien parecía una utopía para una época en que el turismo no estaba muy desarrollado. Pero valía la pena intentarlo. Debí esperar un año hasta que decidieron poner rumbo a lo desconocido, que para mí no lo era tanto desde el momento en que sentí nacer los sueños y fui planificando cada uno de los pasos a seguir. Unos días antes había logrado el ingreso al Conservatorio, iniciando la verdadera carrera musical, objetivo que buscaba justamente al tiempo de iniciar mis sueños con aquellos bosques del sur. Lentamente, y sin que yo pudiera darme cuenta entonces, se me abrían las puertas del mundo del arte y la naturaleza. Me sentía en medio de un edén, parecía imposible que pudiese existir un lugar así. Ahí estaban los bosques de mis sueños; majestuosos árboles se mostraban por primera vez a mis ojos: cipreses, lengas, coihues, pehuenes… los claroscuros

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producidos por el follaje al ser mecido por el fuerte viento, creaban imágenes fantasmagóricas pero sublimes con los rayos solares al filtrarse en el racimo verde y marrón. Las aguas encabritadas del lago Huechulafquén conformaban el canto a la vida verdadera y total, y qué placentero resultaba conocer la figura nívea y perfecta del volcán Lanín, la más alta montaña de la zona. Fueron tantas las sensaciones que se agolparon en lo profundo de mi alma que sentí por primera vez la necesidad de guardar para siempre el momento sublime que me tocaba vivir. Así comencé a registrar todo lo que veía y sentía y varias veces me animé a escribir versos, amparada e inspirada por esos bosques, entre flores silvestres y canto de aves desconocidas. El viaje siguió hacia el sur y los lagos, uno tras otro, fueron presentándose en mi locura de buscar en cada uno de ellos un encanto diferente. Las paradas se sucedían con demasiada frecuencia; cada flor, cada río, cada piedra, llamaba a curiosear y perderse en los senderos de los bosques dejando que las horas pasaran sin darnos cuenta. Por eso la extensión del día resultaba corta para completar el recorrido deseado y ¡cuántas veces deseé haber tenido una carpa para pasar las noches en esas orillas silentes de los lagos, que veía tan tentadoras! Eran parajes que alimentaban mi fantasía en el recuerdo de los paisajes de ciertos cuentos que mi padre me leía cuando pequeña. Frente a ese santuario supremo de verde, blanco y azul, prometí regresar para cumplir el sueño del campamentismo; un sueño que concreté con creces años más tarde en las márgenes de casi todos los lagos del sur. Fue un viaje inolvidable que me dejó incontables enseñanzas, y la certeza de que se iniciaba una etapa nueva en

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nuestras vidas; y que no sólo me permitió descubrir aquellos bosque de mis sueños, sino que mucho más importante aún, me permitió saber con seguridad que no podía resistir al llamado de la naturaleza y que debía comenzar a hacer algo por conocerla, amarla, protegerla, difundirla y defenderla ante todos los hombres, para que los seres del futuro pudieran gozar de ella como yo lo hacía entonces.

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2 Me senté frente al piano muerta de miedo. La profesora Sara Beticheli se acomodó a mi lado dispuesta a escucharme con atención. Antes de aceptarme como alumna tenía que estar segura que valía si quería aspirar al ingreso en el Conservatorio más exigente del país en ese momento. Me temblaban las manos, pero al poco tiempo de iniciar la prueba, fui calmándome y traté de dar lo mejor de mí. ¿Sería suficiente? Cuando terminé me volví para mirarla. Enseguida comprendí que las cosas no habían resultado muy bien. Estaba seria y preocupada, pero trató de ser amable para no desalentarme. –Es evidente que no posee una buena técnica, hay muchos defectos que será necesario corregir para poder ingresar. De lo contrario… es mejor que ni lo intente. Permanecí en silencio, al borde del llanto, costaba creer que las altas calificaciones que había obtenido en el Conservatorio privado eran una mentira. –Creo que tienes condiciones –empleó el tuteo para hacerme sentir más cerca de ella– si eres constante, los 6 meses que faltan hasta el examen de ingreso podrían alcanzar para corregir los defectos más graves. Hizo una pausa y continuó. Los Conservatorios privados otorgan a todo el mundo buenas calificaciones, salvo que sean un desastre, pero la enseñanza es mala y los métodos también. No eres la única, ya estamos acostumbrados a ver lo mismo todos los días. –¿Entonces perdí mi tiempo?

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–No es exactamente así. Habrá que empezar de cero, revisar todo lo visto y tomar sólo aquello que sirva para tu progreso. Fueron 6 meses de suplicio; y como todavía no había terminado la escuela secundaria, viajaba los fines de semana 300 kilómetros hasta la capital para dar las clases de piano. Un sacrificio que mis padres aceptaron porque comprendieron que estaba decidida a seguir esa carrera, y a pesar de que papá hubiese preferido que me dedicase a los números… se sentía responsable por mi felicidad y me alentó en el esfuerzo ofreciendo el apoyo logístico. Confiaba en mí, era un padre orgulloso de su hija, porque la consideraba capaz para emprender con éxito cualquier actividad. Me pasaba horas estudiando las obras que la profesora Sara me indicaba; muchas veces en su propio piano quedando a merced de su oído vigilante. Agradecía la paciencia de mis padres que me esperaban en la plaza frente al cementerio, tomando mate y leyendo el diario. Repetía una y otra vez los pasajes difíciles y varias veces me sentí impotente para lograr lo que Sara me pedía. Muchas veces pensé que no podría soportarlo y entonces las lágrimas empañaban mis ojos mientras ensayaba. Cuando le manifestaba que abandonaría se enojaba mucho y me obligaba a seguir adelante, a tenerme fe, a valorarme… –Yo también he tenido que sufrir en esta carrera… y también he llorado.–me decía. Y así, con su aliento, logré continuar y llegar al momento del examen de ingreso. –Mamá, ¿quién toca el piano? –le preguntó Gabriel uno de los días previos al examen. –Una chica que tú no conoces, es del interior.

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–Me agrada. De todos tus alumnos, es quien mejor lo hace. Me sentí halagada al escucharlo. Gabriel era un muchacho con el que había soñado varias veces. En esa época, yo era una soñadora empedernida, romántica e inocente. Sus ojos celestes me habían cautivado. Al poco tiempo, Gabriel partía a Italia para estudiar biología y no lo vi nunca más. Su madre me contó que su sueño era ir a trabajar al África, como el protagonista de la serie Daktari que en esos años veíamos en la T.V. Lo admiré mucho, y soñé que él volvería, nos casaríamos y viviríamos felices en un lugar de África con nuestros seres queridos: los animales. Pero claro, era un absurdo, él jamás se habría fijado en mí. El día del examen fue un día de sufrimientos. Me encontraba en un mundo desconocido y misterioso. Un lugar solemne y de excelencia, el hogar de la música, de la más sublime de todas las artes. Apenas pude soportar los nervios, mientras esperaba mi turno para dirigirme al piano. Compartía con los demás aspirantes, la angustia de esperar el momento de la verdad, cuando los errores o aciertos del que en ese instante estaba ejecutando me provocaban un estado de ansiedad casi insoportable. Cuando me tocó el turno, cerré los ojos para no ver al tribunal y me encomendé a Dios. Todo ocurrió rápidamente desde ese momento. La calificación no había resultado brillante, pero sentí una gran alegría porque ya podía considerarme una alumna del mejor Conservatorio del país. Y ese… era el mayor triunfo de mi vida. Y desde entonces, sólo viví para triunfar, hacer realidad mis sueños. ¡Cómo imaginar que 12 años después llegaría el primer fracaso!

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3 Una atmósfera de lluvia flotaba aquella mañana de enero en la ciudad, cuando cruzamos la avenida ancha. Mis padres estaban callados, en ningún momento les agradó que hiciese el viaje. Lo aceptaban como algo inevitable, pero creo que enfermaron al sentirse imposibilitados para cortarme las alas. Ingresamos al viejo edificio y nos dirigimos directamente a la sala que funcionaba para relaciones públicas, conferencias, charlas y audiovisuales. Un señor atendía tras un escritorio, esperamos nuestro turno, varios hombres entraban y salían. Algunos hablaban con acento extranjero, los había de rasgos orientales y nórdicos. Cuando el señor del escritorio terminó de atender, se dirigió a mí como si me conociera. –¿Es usted la señorita Selva María Ponti? Asentí. –Acérquese, tome asiento… el doctor Suárez Cano, a su disposición –me tendió la mano. –Mucho gusto –contesté y luego miré a mis padres que habían permanecido alejados de nosotros –ellos son mis padres– le dije. Los saludó amablemente y luego explicó que él estaba a cargo de la coordinación del viaje. Quise saber de la Doctora Dusio que había atendido desde un principio, y con gran voluntad, mis inquietudes. –Está de licencia –dijo, y enseguida agregó– tiene la madre muy enferma. Lo lamenté porque con ella me sentía mucho más segura. Quizás porque era mujer y en ese tipo de viajes no sería común que me encontrase con mujeres.

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Desplegó sobre la mesa un gran mapa del sector Antártico. –Este será el itinerario a seguir –dijo mientras recorría con el dedo la ruta de navegación. Cuando terminó lo miré un poco perpleja, se visitarían muy pocas Bases para mi gusto. Pareció darse cuenta del pensamiento porque enseguida hizo la aclaración. –Tuvimos que acortar el viaje, serán unos 7 días… –¿Siete días? –pregunté desconcertada. –Lo que pasa es que irá gente de las embajadas, periodistas y algunos integrantes del gobierno como un gobernador con su esposa, que no puede descuidar el cargo por mucho tiempo. –¿Y cómo haré para hacer mi trabajo? –pregunté sin entender. –Eso es lo que he estado pensando en estos días. He leído su libro, también sus notas y me temo que no podré satisfacer sus deseos porque no vamos a tener tiempo disponible para que permanezca en algunos de los lugares donde podría obtener material. –El Director me había prometido que serían unos 45 días. –Sí… lo sé. Pero eso es imposible ahora, el rompehielos está saturado de gente: los técnicos y científicos son prioridad en las tareas que nuestro país realiza en la Antártida. Lamento que sea así, yo sé que todo es importante, pero en este momento las cosas se dan de esta manera. –¿Qué me aconseja? –pregunté con bastante desaliento. –Haga como le parezca, su lugar será reservado, pero… no creo que saque algún provecho de éste viaje un poco caótico por el tipo de gente que va y sabiendo lo que usted

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hace. Quizás se presente una mejor oportunidad más adelante. Permanecí en silencio. Sabía que él era el coordinador y no tenía más para ofrecerme. –Insista –me dijo– quizás logre que la incluyan en otra campaña futura, tendría que solicitar estar en el plantel para quedarse todo el verano, pero para eso tendrá que pasar una prueba de resistencia antes. Pero queda en usted decidirlo. Si decide viajar ahora, debe pasar el lunes a retirar el equipo. –Lo pensaré –le dije extendiéndole la mano a modo de saludo. Para entonces ya había tomado una decisión. Tenía un sueño, y ese sueño era perfecto, no iría en un viaje así. Comprendí el matiz político del viaje y yo, lo único que deseaba era poder trabajar y gozar de la soledad de un lugar inigualable en el planeta. Demasiada gente importante para mi gusto. Si ya llevaba cuatro años de lucha en su búsqueda, podría continuar la lucha unos años más. Salí a la calle, gruesas gotas comenzaban a caer desde el cielo, en el trayecto a casa el llanto me venció. Eran muchas las ilusiones que acababan de morir, mis padres trataban de consolarme, creo que ellos se sentían un poco culpables, toda la presión que durante años ejercieron sobre mí, había terminado por desvanecer mis fuerzas. Cuatro años me parecían una eternidad. Muchas cosas habían cambiado en esos años, había crecido y con ello, poco a poco y sin darme cuenta, mi audacia juvenil para arremeter con fuerza cuando deseaba algo por más difícil que fuese y que lo hacía todo fácil, se había ido deteriorando en el normal proceso de vivir y de crecer. No recordaba en qué momento pensé por primera vez en ir a la Antártida; pero sí, el día que me animé a manifestarlo. Estaba escribiendo mi libro sobre la fauna del sur cuando al estudiar la bibliografía especializada conocí al

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doctor Juan Alberto Reviglio, un hombre que había realizado varias campañas antárticas. Cuando lo visité por primera vez esa lluviosa tarde en la subsecretaría de pesca, demostró mucho interés por mis actividades y eso me animó a confesarle el deseo de hacer el viaje. –Le aseguro que no es nada fácil –me dijo– no hay comodidades para alojar mujeres. –Eso a mí no me preocupa –dije convencida– estoy acostumbrada a las incomodidades, al frío, al viento… recuerde que he estado trabajando en una zona muy ventosa e inclemente. –No es tan sencillo como imagina –insistió– mucho más difícil todavía para una mujer. Yo conozco a dos mujeres que han estado allí, pero andaban por los 60 años, usted es joven, demasiado, ¿comprende? No, no comprendía, pero daba igual. –De todos modos quiero ir –afirmé. –Vaya a la Dirección del Antártico y plantee allí sus inquietudes. Después de todo… los tiempos comienzan a cambiar poco a poco, y seguro que en el futuro ya habrá mujeres trabajando e instaladas en aquel continente. Cuando lo despedí, estaba segura que lo lograría. Miré por la ventanilla del auto, las gotitas de lluvia empañaban la realidad de la calle. Muy bien – me dije– acabo de lograrlo, pero no es como soñé. Me sentí un poco más aliviada, había tomado la decisión de perseguir el sueño porque al final del camino vislumbraba el triunfo. Volvía a ser libre, pues tenía la sensación de haber perdido la libertad desde el mismo momento que recibí aquella nota.

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Estimada amiga. “Tengo el agrado de dirigirme a Ud. para invitarla a participar de un viaje a la Antártida a realizarse entre el 27 de enero y el 10 de febrero próximos. “Saludo a Ud. muy atentamente.” DR. Juan Aguirre Delval. Director Nacional del Antártico.

Lágrimas calientes quemaban mis ojos. Me veía obligada a rechazar la invitación y… ¿de quién era la culpa? ¿Mía, de mis padres, del destino, de la sociedad?… Fue el primer fracaso en mi vida; y por un extraño misterio, el inicio del derrumbe de una vida casi perfecta. Nunca hubo una nueva oportunidad. Como si fuerzas maléficas se hubiesen apoderado del alma para matar la paz y la armonía. Se avecinaba el final de la etapa más hermosa de mi vida, cuando… “los sueños pueden ser perfectos si se asciende al límite de los ojos heridos por un milagro de amor”. El amor a la patria, a la naturaleza, a la VIDA.

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4 Aquel encuentro con los bosques de mis sueños había sido sin duda, maravilloso, pues me permitió dar inicio al periplo que me llevaría a recorrer todo el país, pero enseguida supe que podría ser mucho más fructífero en el futuro si lograba contar con una mayor libertad para profundizar plenamente esa naturaleza que me llamaba. Eso de tener que deambular cada noche para buscar un hospedaje no me había agradado en absoluto –y a mis padres les resultaba una incomodidad– por lo tanto consideré como primer medida a tomar, la de proporcionarnos un hospedaje propio. Y lo más adecuado para nuestro presupuesto era una carpa, además, porque se podía instalar en lugares distintos. Por mi parte estaba resuelto, pero tenía un serio problema para poner en práctica la idea. Tenía que convencer a mis padres casi sexagenarios de iniciar unos viajes llenos de aventuras e incomodidades. Sin embargo con el ímpetu que me daba mi juventud sentía que era mejor que los últimos años de su vida lo vivieran intensamente a tener que pasarlos tranquilamente viendo pasar los días, carentes de emociones. Además, podía convencerlos por el lado de la economía, que sin duda iba a verse beneficiada con los menores gastos que se ocasionarían. Y tendrían también la ventaja de sentirse con la casa a cuestas, ya que siempre apreciaron la privacidad. Después de estos pensamientos optimistas sin pérdida de tiempo les planteé la idea de comprar una carpa. Mamá reaccionó mal.

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–¡Es una locura, no estamos en edad para dedicarnos a eso! –exclamó llena de enojo. No contesté ya que es lo mejor cuando se pone así, mejor que comenzar una discusión. Preferí esperar que hablara mi padre, más reflexivo. –No voy a negar las ventajas que tendríamos con una carpa, pero tu madre tiene razón, tú eres joven y ves las cosas desde otro ángulo, a nosotros nos resultará muy difícil adaptarnos a esta edad. La naturaleza es bella pero traicionera y no estamos en condiciones de afrontar algo semejante. Lo mejor sería que desistas de ello, y sigas con la música, ya que ambas cosas son muy diferentes. Son dos mundos opuestos, lo excelso de la música, lo primitivo de la naturaleza… no me parece lógico. Me quedé un instante pensando en silencio, mi padre parecía tener razón, era una gran contradicción esa atracción que sentía por ambas cosas. Pero yo sentía que todo era uno y no imaginaba tener que ponerme a elegir, así se lo expliqué. Estudiar música para mí era un desafío, incursionar en la investigación de la naturaleza… también. –Yo pienso que puedo hacer ambas cosas. Y que no hay edad para vivir experiencias nuevas. En esto me equivocaba; cuando fui sumando años, me di cuenta que lo que les pedí a mis padres, muy lejos estaba de cumplirlo si me lo pedían a mi cuando tuviese su edad. Para entonces la salud, los ímpetus, los sueños… no serían los mismos. La verdad que no pude seguir hablando, estaba muy angustiada y ellos algo sorprendidos, especialmente mamá que se había alterado bastante. Otras conversaciones similares tuvieron lugar en lo sucesivo, hasta que llegó la decisión: probaríamos nuestra

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adaptabilidad a ese sistema de vida en el próximo viaje, tratando de dormir y comer las mayores veces posibles al aire libre. Después de esa prueba fundamental, se optaría por comprar o no la carpa. Una medida acertada que todos aceptamos pero el lugar fue incorrecto: nuestro cálido noreste en plena época estival. Revisando mis relatos encontré éstas páginas: Eran las tres de la madrugada y el rocío intenso parecía caernos encima, el escaso abrigo disponible era insuficiente para mantener los cuerpos inmunes a los alcances de la humedad que se empeñaba en penetrarnos hasta los huesos. Imposible seguir durmiendo en esas condiciones, nuestro improvisado “cajón” de lonas sujetas a los troncos arbóreos estaba transformándose en un elemento de tortura. Al final terminamos en el auto, y debimos soportar los reproches de mamá; pues ella se había instalado en el auto con una colchoneta, ya que en el rectángulo sin techo había lugar tan solo para dos catres. Otra noche nos instalamos en un camping. En pocos minutos quedó armado “el cajón”, nombre que inventó mamá porque en realidad era lo que parecía. Fue una noche tibia, calma, ideal para gozar del aire libre, logramos dormir de corrido y por primera vez sentí el dulce placer de la libertad, de la alegría que produce el despertar con un concierto de aves cantoras. Después de otra noche apacible –aunque plagada de mosquitos–el entusiasmo fue en aumento en concordancia con el “crescendo” que iba operándose en el panorama lujuriante de verdes y rojos. Una tarde demasiado calurosa, llegamos a un mágico y solitario lugar. Desde las serranías selváticas

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bajaba un pequeño río de aguas puras, acariciador de piedras coloridas, en los alrededores revoloteaban multicolores mariposas y el canto de aves desconocidas abrazaba nuestro espíritu. La noche se presentaba clara, en luna creciente, maravillosamente tibia, el canto del arroyo nos daba paz, quietud… por eso supuse que sería bueno quedarse allí. No hubo negativas, preparamos la cena y comimos acompañados por el sonar rítmico de los grillos. Pero cuando llegó la hora de armar el “cajón” mamá se sintió atrapada por la oscuridad y el silencio de la noche, o mejor dicho, los ruidos extraños de la noche. No hubo forma de convencerla y debimos retornar al camino para seguir viaje, todavía no estábamos preparados para pasar una noche en la total soledad de la naturaleza. Es parte de lo que escribí en mi libreta de apuntes para ir armando el diario de viaje, el que se nutrió con páginas y páginas escritas de las vivencias de 14 años ininterrumpidos de beber la copa pura y fresca del mundo natural. Nuestra andanza había dejado muchas enseñanzas para el futuro, y si bien a veces la lluvia nos obligó a dormir en el auto y el cansancio a buscar hospedaje, las veces que pasamos al aire libre fueron inolvidables para mí, a pesar de los insectos y otros bichos de la selva. Experimenté el mayor gozo en mis primeros contactos con la naturaleza. Me hacía feliz ir y venir por el bosque descubriendo cada árbol, cada flor, cada helecho, aunque no conociera sus nombres, sintiendo la caricia de la bruma, el despertar de los pájaros al amanecer… y buscaba esas horas, o las del crepúsculo cuando se logra un pleno diálogo con el mágico mundo natural. Permanece en mi memoria la noche Ihana Cott - 82


de luna llena que me encontró vagando por esos lugares hasta altas horas. El resplandor de la espuma del agua al desplomarse en la negrura, las siluetas de los árboles húmedos, el sonido del río, el crujir de las maderas bajo mis pasos… todo adquiere en esos momentos una magnificencia, un misterio y un encanto que en las horas diurnas no puede encontrarse. Era el supremo instante de encontrarme con mi esencia natural, mientras mis padres me esperaban en el confortable espacio que nos habían cedido en una escuela. Cuando regresamos encontré que las fotografías tomadas habían salido muy mal. Supe entonces que era un detalle importante a solucionar pronto. Sin duda necesitaba aprender a sacar buenas fotos; artísticas, en cualquier circunstancia de luz, lugar, etc. Además también necesitaba un buen equipo. Así que cuando anduve por la capital, me compré un equipo profesional, una serie de fascículos sobre fotografía y a los tres años regresé al lugar con los conocimientos necesarios y pude al fin obtener las fotografías soñadas. A partir de ese momento seguí perfeccionando ese arte, que me ha dado muchas satisfacciones. La experiencia había sido positiva y el intento de vivir con la naturaleza más allá de sus cosas malas, había conformado a mis padres ya que contaban apasionadamente los momentos vividos. Indudablemente que dormir dentro de una confortable carpa resultaría mucho más tentador después de la experiencia al aire libre con frío y mosquitos.

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5 Al poco tiempo me entregué ávidamente al mundo de las Ciencias Naturales. Todo libro sobre el tema que llegaba a mis manos era cuidadosamente leído e investigado; comencé a repasar la extensa y cambiante geografía de mi país y cada vez me entusiasmaba más la idea de explorarlo, de gozarlo, de conocerlo y de vivir la alegría del libre vuelo. La horas más felices eran las dedicadas a leer sobre la historia del universo, el origen de la vida y del hombre. Me apasionaba el misterio de la evolución y tuve que replantearme mis antiguos conocimientos, tan arraigados en mi alma influida por la educación religiosa de mi niñez en el colegio de monjas. Después de mucho meditar llegué a la conclusión de que ciencia y religión se complementaban. –¿Cómo es eso? – me preguntó papá un día que escuchaba mis reflexiones. Él se había convertido en el interlocutor de mis pensamientos, sabía escuchar y le gustaba aprender sobre temas que antes, nunca le habían interesado. –Morirá el cuerpo, pero nunca el alma, por lo tanto nosotros vivimos eternamente, fuimos, somos y seremos. Porque somos la suma de nuestros antepasados. Somos todos ellos a través de la evolución, nuestro código genético almacena la historia de la vida en el planeta.–explicaba y cada vez me apasionaba más. –La religión (cualquier religión porque en el fondo tienen un origen común) nació como una necesidad del hombre (el hombre de todas las épocas y las razas) por explicar lo inexplicable, lo que jamás ciencia alguna podrá explicar, porque está mucho más allá de la capacidad del hombre para saberlo: ¿cómo, quién, qué fuerza formó la Ihana Cott - 84


nada? El mundo cósmico. El átomo primigenio que dio lugar al inicio de todo. Y si surgió de algo… ese algo ¿de dónde provino? A esa fuerza desconocida es lo que llamamos Dios, Alá, Buda, Zeus, cualquier nombre que quiera dársele. Ese era mi razonamiento, y también pensaba que distintos tipos de vida se habrían desarrollado en otros rincones del universo, era lo lógico… que no ocurriese resultaba ilógico, quizás el futuro encuentro con algunas de esas civilizaciones espaciales podría revelarnos muchos misterios del origen del mundo y su creador. Muchas cosas que me habían enseñado no concordaban con los nuevos conocimientos y poco a poco fui formando mi propia filosofía de vida. –Los religiosos dicen que nuestra alma, nuestra razón, nos convierte en seres divinos y por lo tanto superiores y que fuimos enviados aquí para gobernar– reflexionaba papá. –Así nos va… parece que Dios se equivocó al enviarnos –le contestaba. Y seguía con mi razonamiento. –grandes filósofos como Aristóteles han dicho que también los otros seres tienen alma, distinta pero alma al fin; lograremos esa perfección que dicen se alcanza solo llegando a Dios cuando sepamos amar la naturaleza que nos rodea y actuemos como lo que somos; hombres para usar la razón en beneficio de la vida en nuestra Tierra. Sólo se logra la perfección haciendo el bien y es con ello que nos acercamos a “esa” divinidad, pero porque está dentro nuestro, no en otro lado. Somos seres de luz destinados a ser felices en este tránsito de aprendizaje por el planeta. Si dejamos de usar la razón seremos entonces cualquier otro animal, pero no seremos llamados hombres. Somos una especie diferente entre todas las especies pero nada más. Si creemos que el alma debe volver a sus orígenes, entonces no vuelve a Dios, vuelve a la naturaleza. Y recordemos siempre que nuestra alma

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racional, alguna vez fue alma animal y alguna vez alma vegetal. Y que el alma animal, alguna vez fue alma vegetal. Ciencia y religión yerran cuando tratan de explicar lo inexplicable, lo que nunca podremos explicar. Mi padre terminaba abrumado, pero le agradaba escuchar y ver el calor que ponía en mis explicaciones, el afán con que trataba de llegar a la verdad. Ese año cambió el ritmo de mi vida porque al ingresar al quinto año en el Conservatorio tuve que radicarme en la gran ciudad a la que nunca pude adaptarme. Al principio viví con mi tía Serapia; pero cuando se desocupó uno de los departamentos que mi padre tenía alquilado fui el ser más feliz del universo. Tener un lugar para mí sola, era lo máximo a lo que podía aspirar. Siempre amé la independencia, la soledad… y en esa ciudad llena de ruidos y humo tenía un pequeño rinconcito de paz, un mundo verde que me ayudaba a sobrevivir. Lo primero que hice fue pintarlo y llenar el patio semicubierto de plantas. Ellas me daban alegría, deseos de vivir, oxigenaban el aire de mi refugio y yo les daba amor. Algo que nunca dejaron de agradecerme mostrándose verdes y lozanas. Se creó una situación de beneficio mutuo con ellas, nos necesitábamos y lo sabíamos. No fue fácil adaptarme al mundo del Conservatorio. Tenía buenos compañeros pero al poco tiempo me di cuenta que entre los músicos la amistad casi no existe. En general me llevaba muy bien con todos los profesores, con excepción del profesor de Dirección Coral, una materia que nunca pude digerir. Carecía totalmente de capacidad para la dirección, de cualquier tipo. La hora de Dirección Coral era para mí una cámara de tortura, término muy en uso en aquel momento especial que vivía el país con los militares en el poder. Para salir adelante, debí rendir varias veces el examen final. Ihana Cott - 86


En quinto año sufría de un gran complejo de inferioridad, tenía la sensación que todos eran mejores que yo y que no merecía continuar ocupando un lugar que no me correspondía y que debía dejárselo a otro con mayor talento. El tiempo luego me dio la razón ya que abandoné la música. Pero en ese momento no podía sustraerme al maravilloso mundo de los sonidos que me atrapaba día a día. Terminar la carrera era un desafío. Cuando en la clase de filosofía comenzamos a estudiar a Platón ni parpadeaba escuchando al profesor hablándonos de la música según la concepción Platónica. –La música –decía– se vale de elementos que no se pueden palpar, son etéreos e imperecederos y por lo tanto se acercan a lo divino, a lo supremo, obligando a quien la escucha a pensar en el más allá y en la belleza en sí, porque los sonidos son bellos en sí mismos. La música es el lenguaje de los dioses, lo que va más allá de nuestra facultad de conocimiento e incita al alma a buscar ese conocimiento que le es abstracto e intangible. Se esfuerza por ello y se ve obligada a elevarse más y más hacia la espiritualidad. La música como arte y ciencia es útil y agradable ¿podrían decirme por qué? Nadie respondió y yo que sabía la respuesta, preferí callarla para escuchar al profesor, a quien admiraba profundamente porque me parecía maravilloso que alguien pudiese contar con tanta sabiduría. Pero además, no me agradaba sobresalir, y siempre daba la impresión de saber menos de lo que en realidad sabía. Al ver que nadie contestaba, Mario García Requejo, continuó la explicación: –Es agradable porque enseña a descubrir lo bello en sí a quien la hace y también a quien la escucha. Útil para quien la hace porque por ser una ciencia (además de arte) lo obliga a pensar, a usar su inteligencia además de sus sentidos para El camino de los sueños - 87


lograr la plena armonía y salvar todas las dificultades que se le presenten. Y como el artista busca siempre lo bello, casi sin darse cuenta estará buscando la excelencia y así lo transmitirá a quien le oiga, logrando indirectamente perfeccionar las almas, obligándole al que escucha a ver la belleza en sí y por consiguiente, la perfección en sí misma. Se armoniza el alma racional con su parte emotiva o sensible, puramente irracional. –En resumen –concluyó– ¿cuál sería el trabajo del artista, del músico en este caso? Elevar las almas humanas ignorantes, hacia la verdad suprema que descansa en el fondo de cada cosa que vive y muere en este mundo. Para eso se debe valer del conocimiento del objeto a la vez que de la belleza del mismo y recrearla por su arte, y destinar ese objeto ha ser aprehendido y amado por todos y no sólo por él mismo. Despertando las más sublimes emociones y guiando a las almas hacia la perfección divina que sólo existe en la belleza en sí (como dice Platón). El arte así practicado une lo agradable a lo útil. Hasta el punto de que es imprescindible para que una sociedad se desarrolle armónicamente, educada en la verdad y en la belleza. Entonces, esa sociedad será buena, mejor y justa. El artista debe tender siempre a la excelencia porque así ¡qué útil habrá de ser a la sociedad y cuánto más felices serán los hombres que accedan a su obra y cuán feliz será él mismo al cumplir con el deber que su naturaleza racional le impone y que su ser pasional le dicta! Sin duda que haber estudiado música, resultó un entrenamiento ideal para las distintas actividades que emprendí luego en el mundo creativo. Jamás me arrepentiría de ello.

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6 Al día siguiente abandonaríamos la isla. Nos ubicamos frente al mar, preparándonos para pasar la noche en el auto porque no valía la pena hacer carpa. Eran tan cortas las noches allí en ese lugar. Los reflejos de las luces del poniente convertían en mágica la ciudad vestida de silencios. En la radio, nuestro canciller, declaraba nulo el fallo en el cual la corona británica daba a nuestro vecino tres islas del canal compartido. El mismo que por primera vez, a mis veinte años, acababa de conocer. Me sentí profundamente emocionada, porque me encontraba bajo ese cielo, frente a ese mar y junto a aquella gente. Lo estaba escuchando en una ciudad directamente afectada y sentía esa tierra mucho más mía que cuando nunca la había pisado. Por eso las lágrimas comenzaron a brotar y terminaron mezclándose con las gotas de la lluvia que caía en esos momentos, tornando al magnífico mar austral de un color indefinido, gris y triste. ¡La isla soñada, el edén inigualable! Todo lo que se puede llegar a soñar existe en aquel lugar de magia infinita. Una conjunción grandiosa de todos los elementos. Las montañas coronadas por nieve y glaciares; el frondoso, colorido y fragante bosque de lenga, ñire y guindo. Pastizales verdes donde resplandecen los frutillares y esos frutos acuosos y tentadores del calafate, el arbusto típico de nuestro sur, dicen allá que quien prueba su fruto volverá siempre. Yo lo había probado… y volví una y otra vez hasta que el destino me condenó a no poder regresar más y entonces… sólo me quedó soñar con ese regreso antes de la muerte.

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El rumor del viento entre las ramas. Cascadas rientes, ríos transparentes, arroyos arrulladores y vertientes saltando entre piedras brillantes y lisas con sus rostros limpios bajando de las montañas húmedas, entre flores y troncos. Y el mar… el mar azul con esas islas, bahías y ensenadas de piedras musgosas y olor a sal que se mezcla con el fragante aroma de los árboles y de la tierra. ¡Cómo había tenido que sufrir para llegar allí! Primero, convencer a mis padres… eran muchas las leyendas que se habían tejido de la lejana y misteriosa isla blanca. Cuando faltaban pocos días para iniciar el viaje, mi tío materno enfermó gravemente creando una situación de angustia en mi madre que se negaba a acompañarnos. Y papá… jamás partiría sin ella, mi madre fue en la vida de mi padre un ser insustituible, sin ella cerca se sentía el ser más perdido del universo, incapaz de sobrevivir, nunca pudo aprender a auto atenderse. De parte de mi madre Egle era igual. Cuando mi desesperación llegaba a límites enfermizos, mi tío mejoró y mamá, ya más aliviada, decidió seguirnos. Pero no terminarían allí los problemas. Mis nervios estaban afectados y el primer día de viaje comencé a sentir un molesto dolor en el corazón que me impedía respirar libremente. Cuando nos detuvimos para almorzar en una Villa Serrana, a pocos kilómetros de la partida, sentí que no iba a poder soportarlo y dominada por el pánico obligué a mis padres a llevarme a un doctor. –Veamos que le pasa a esta linda jovencita –dijo el doctor sonriendo, mientras auscultaba mi corazón. –Hacia dónde viajan? –preguntó a papá.

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–Al sur. Quisiéramos llegar hasta la isla blanca, pero si la chica no mejora nos veremos obligados a regresar. –No… no, pueden seguir tranquilos. No es nada importante, sólo un estado de tensión muy grande. Quizás la emoción del viaje. Con este tranquilizante que le voy a recetar andará bien. Era cierto, el médico aquel tenía razón, no era nada importante. Sin embargo, esa molestia fue un mensaje del cuerpo por toda la angustia y felicidad acumuladas en la preparación del viaje soñado. Un dolor que siguió maltratándome por bastante tiempo, aún después de haber regresado. Con el correr de los días, al dejar de prestarle atención cesó. Pero siempre reaparecía cuando alguna circunstancia de la vida me provocaba un estado de estrés. Y sin duda, preparar uno de esos viajes de aventuras, me insumía una gran energía desde varias semanas antes de la partida. Porque no quería dejar nada librado al azar. Hacía una lista con todas las cosas necesarias, estudiaba los mapas con el recorrido y los posibles lugares donde pernotaríamos, armaba un mapa mental con los lugares que no podía pasar por alto. Además de dejar todo organizado en el pueblo; alguien que se hiciese cargo de las plantas, de visitar la casa, las cuentas saldadas, el auto en condiciones, etc. etc. Más adelante, la preparación de los libros que llevaba para vender y donar, los cuadros prometidos en el Sur, un sinfín de tareas que me dejaban extenuada y llena de estrés cuando llegaba el día de la partida. Vuelvo a mis apuntes de entonces: Esa noche de enero hacía frío, realmente mucho frío en medio de la oscuridad plena en el bosque del parque Nacional.

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Y nuestra carpa solitaria en ese lugar, más bien parecía un espejismo. Una tarde nublada y fría me dispuse a caminar por la ribera del lago para ir descubriendo cada elemento del bosque. Entre piedras y troncos secos de la playa pasea el agua que acariciaron mis manos que se helaron con su pureza y cristal. Al frente, las montañas verdes de bosques y pinos nevados hacen marco al lago celeste en cuyas aguas flotan los témpanos azulados y blancos. En esos trozos de hielo, imaginé ver cientos de figuras diferentes que ante mis ojos se iban transformando en otras distintas, hasta que terminaban disolviéndose con un estruendo que agitaba peligrosamente la mansedumbre del agua. En su lugar surgían figuras nuevas que mágicamente, como una alucinación, erguían su porte hacia el cielo, apareciendo desde el fondo mismo de las aguas. Luego la paz, el silencio… así, con esas imágenes increíbles vagué como ninfa entre las piedras y los troncos, saltando, corriendo… como en un mundo de fantasía. El bosque de lenga y guindo llega a perderse entre un laberinto de piedras y troncos con calafates, tréboles blancos y notros. En ese éxtasis de paz y belleza me sorprendió el sol que se ocultó en medio del gris nuboso de la tarde exaltando la luz íntima del lugar. Aún me quedó tiempo y claridad para llegar hasta el pie del glaciar y observar la majestuosa obra de la naturaleza. (Obra que observé con mucho más detenimiento ocho años después, cuando logré cumplir con el sueño de pintar los majestuosos paisajes de la zona). Encontramos el lugar ideal para acampar en medio de un tupido bosque de lenga, en las cercanías del Brazo Rico. La profunda oscuridad exaltaba aún más los dominios del silencio

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y nos obligó a introducirnos en el interior de nuestra casa de lona para meditar sobre ese misterio llamado vida. Toda la noche estuvo adornada por el tronar tan especial que produce la ruptura de los hielos. Un sonido sobrecogedor que logró activar mis sentidos musicales y me sentí como Beethoven cuando escribió su sexta sinfonía Pastoral, aunque yo nada podía escribir entonces, pero sí, cómo admiraba la obra del gran compositor. Para mamá, en cambio, resultó distinto. Creo que no durmió esa noche; pues ella, sentía que esos extraños ruidos surgidos de la oscuridad sonaban a un Réquiem. Ocho años después tuve la felicidad de pasar otra noche escuchando esos increíbles sonidos. Algo había cambiado, mamá durmió casi toda la fría y calma noche haciendo caso omiso de los por momentos estruendosos sonidos que se prolongaban por varios minutos en las profundidades del lago, cuyas aguas agitadas se derramaban sobre las piedras de la orilla cercana con un ruido especial. Amaneció el día con intenso rocío, las paredes del glaciar se veían de un azulado maravilloso en esos lugares donde algún trozo se había roto durante la noche. Poco a poco un melodioso contrapunto de pájaros me incitó a volver a pensar en Beethoven y su genial, pura y fresca sinfonía pastoral y pensé que un lugar así podría habérsela inspirado. Y más admiré a la naturaleza, y mucho más admiré a ese hombre que tan bien supo interpretarla. La belleza existe… somos nosotros quienes no sabemos encontrarla.

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7 Ni bien llegamos del cementerio mamá sufrió un ataque de nervios. Me asusté, temblaba como una hoja y decía incongruencias. Lo miré a papá, Antonino se mostraba sereno mientras Egle se debatía en un estado de desesperación. Admiré su capacidad para mantener la calma en las circunstancias más difíciles; pero también, me daba un poco de miedo. Con el tiempo comprendí que yo había aprendido de esa frialdad de mi padre, porque cuando ambos fallecieron actué casi mecánicamente, como un robot programado de antemano. –¿Qué le pasa? –le pregunté. –Ya se le pasará. No es nada –sonaba calmo– acaban de sepultar a su madre y sabes muy bien que sus reacciones ante la desgracia o el peligro son dramáticas, casi actuadas. Si piensas, te darás cuenta que tu abuela también era un poco así. –Si… puede ser… igual me asusta, pienso que deberías llamar al doctor. La acostamos y al rato llegó el médico. Le aplicó un calmante y enseguida se quedó dormida. –Con una serie de inyecciones andará bien. Tiene los nervios muy sensibles, traten de mantenerla quieta y evitarle disgustos –nos recomendó. Pensé en la abuela, la única de los cuatro abuelos que conocí con vida. Últimamente estaba muy enferma y yo consideraba que era mucho mejor así: al menos, ya no sufriría el martirio de soportar su muerte en vida. Imaginé lo que le pasaba a mamá: se sentía culpable. En los últimos Ihana Cott - 94


años no pudo dedicarle mucho tiempo, porque los viajes a la ciudad con motivo de mi estudio se habían vuelto muy frecuentes y ella no soportaba la idea de dejarme sola y sin cuidados. El destino la puso a elegir, una elección difícil que tiene que haber creado profundos conflictos que era incapaz de manejar. La idea de la muerte despertaba en mí una extraña seducción, no le tenía miedo, la veía como una posibilidad de liberación, pero lo que no podía soportar era presenciar la muerte y toda la ceremonia del velatorio y el entierro, quitarle la vida a las flores para dejarlas morir lentamente en los fríos rincones de un cementerio. Allí sólo estaban los huesos que se harían polvo, el alma volvería a su morada inicial. No era de mi agrado participar de velatorios y entierros, algo que con el paso del tiempo se fue modificando bastante, haciendo todo un poco más llevadero para quienes quedaban y debían continuar viviendo. Tampoco me agradaban los casamientos, toda esa ceremonia me producía como una sensación de opresión. Quizás porque lo vivía como algo tan alejado de mis posibilidades, algo lejano que ni siquiera formaba parte de mis sueños. Todo eso me parecía tan frívolo, tan poco importante, el amor era otra cosa, el amor se llevaba en el alma y el corazón. Entonces sabía que no me casaría nunca, no al menos de la forma tradicional, pero sí soñaba con amar y ser amada. La verdad era que aún no conocía el amor, y ¡tenía demasiados problemas en el Conservatorio! –Vamos, señorita Selva –me reclamaba con énfasis la nueva profesora de piano– debe sacar todo lo que tiene adentro y que es mucho. No reprima sus energías, el piano tiene que ser su amante, debe hablar por ti. Si te pones tensa

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jamás sacarás buenos sonidos. Piensa en ello, sólo piensa y trata de escucharte. Tienes que relajarte como cuando haces el amor, de lo contrario no sentirás nada. Al principio siempre me trataba de usted, luego se iba relajando para que yo entrara en confianza y me tuteaba. Sus palabras resonaban en mi cabeza día tras día, cómo saber lo que se sentía en ese momento si nunca lo había vivido… creo que imaginándolo lo podía lograr cuando estaba sola, pero en cuanto entraba al salón de clase y veía a mis compañeros y a mi profesora, sentía que se me aflojaban las piernas y esperaba temblorosa mi turno. Me sentía inútil, y pensaba que jamás lograría sacarle buenos sonidos al piano, tal como ella me lo pedía, sufría la timidez que ya era crónica y me inhibía ante la gente, el piano parecía un monstruo preparado para devorarme en cuanto pusiese mis manos sobre el teclado. –¿Qué debo hacer? –preguntaba a mi profesora particular, Adelina Camano, a la que consideraba una amiga, consejera y casi segunda madre. Casada con el gran compositor Federico Blanco Camano no tenían hijos y llegaron a quererme como una verdadera hija. En el Conservatorio, llegué a ser la mejor alumna de armonía del profesor Camano, quien sentía por mí una gran admiración. –La gorda es demasiado exigente –me decía Adelina – pero dice la verdad. No estoy de acuerdo con ella en la técnica pero sí en la interpretación. Ese era uno de los problemas con los profesores, cada uno aplicaba su técnica y uno terminaba envuelta en una maraña de confusiones donde nunca se sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal.

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–Dice que antes del examen nos hará tocar en público. Piensa hacer una audición en su casa con todos los alumnos y la familia. –Está bien, eso los ayudará a manejar sus nervios. –Haré el papelón del siglo, no sirvo para actuar. –No seas tan terminante, también en eso hay que aprender y la única forma es enfrentándose con la gente. –¿Es necesario? –Por supuesto. En el Conservatorio se preparan futuros profesores y futuros intérpretes. No sé –dije para mis adentros– yo creo que no se preparan ni una cosa ni la otra. Pero en realidad era yo la que no podía adaptarme a esa carrera. El último año fue el año más feliz en el Conservatorio porque aprendí a convivir con ese mundo especial. Había logrado el respeto de compañeros, profesores y preceptores. Los compañeros, porque jamás dejaba de ayudarlos cuando tenían dificultades para entender algo (desde niña demostré facilidades para comprender los temas más diversos), los profesores, porque era una alumna que respondía a todas sus propuestas, (“su voluntad vale oro”, me había dicho en una oportunidad el profesor Camano), y mostraba un gran interés por aprender y ampliar mis conocimientos. En cuanto a los preceptores, que al principio me miraban raro porque era del interior, poco a poco comenzaron a tratarme con simpatía y admiración, y trataban de solucionarme todos los problemas. Porque ese año, había decidido abandonar la ciudad, para gozar de la paz de mi pueblo los días que no tenía que asistir a clases; allí, entre las multicolores flores de mi jardín, preparaba los exámenes y así jamás se me hicieron tediosas las horas de estudio.

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Viajaba al pueblo los jueves por la tarde y regresaba a la ciudad los lunes por la mañana. De esa manera me transformé en “la hormiguita viajera”. Pero el apoyo de mis padres, fue fundamental en aquella etapa de mi vida, para que pudiese culminar con éxito mi carrera. Ese diciembre debí postergar el festejo de mi cumpleaños porque dos días después tenía el examen final; si salía bien, tendría al fin mi título. En noviembre había logrado rendir todas las materias juntas y me sentía lo suficientemente segura como para rendir la más difícil: piano. Esa tarde, la ciudad estaba envuelta en un vaho de calor que hacía insoportable circular por sus calles. En el antiguo edificio del Conservatorio, se respiraba un aire más confortable. La sala de audiciones estaba preparada, entramos todos con los nervios a flor de piel porque nos esperaba una mesa examinadora muy exigente. Íntimamente no tenía miedo, estaba segura que había aprendido la lección y podría afrontar el extenso programa sin problemas. Tenía todas las obras en la memoria, pero también en el alma. Las horas se me hacían interminables escuchando a los demás, deseaba que llegase mi turno porque tenía urgencia por tocar, y una sensación de ahogo me estaba oprimiendo el corazón. Cada alumno tardaba bastante, pues el programa era muy largo. Me acerqué a la mesa y pedí permiso para salir al pasillo, tenía que salir de allí o moriría. –Está bien –me dijo mi profesora– pero no tarde porque pronto le tocará el turno. Salí, me apoyé contra la pared desteñida y traté de respirar hondo. Varias aspiraciones profundas me

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devolvieron el aire, tantas horas escuchando el sonido del piano estaba alterando mi poder de concentración. No dejaré que la ansiedad me doblegue–me repetía constantemente. –¡Ponti! –sentí la voz de llamada. Atravesé ágilmente la sala, dejé el programa sobre la mesa examinadora y subí los tres escalones para ascender al escenario donde me esperaba un piano negro de cola. Cuando sonó el primer acorde cerré los ojos y dejé que la música invadiera todas las fibras de mi ser. Cuando al bajar del escenario, casi una hora después, observé el rostro satisfecho de mi profesora, supe entonces que todo había andado bien. –Muy bien!, muy, pero muy bien –me dijo luego cuando se apersonó para entregarme la nota. –Lo ha hecho excelente, hasta yo salí sorprendida, los otros profesores la felicitan sinceramente, dicen que tiene grandes condiciones. Hizo una pausa y agregó –¿ha visto como tenía razón?, hoy lo demostró. Me sentí feliz, los ojos se me llenaron de lágrimas. El primer recuerdo que acudió a mi mente fue el de Sara Beticheli alentándome a seguir cuando yo creí que nunca podría conseguirlo. Pero ella ahora no estaba en el país, hacía años que se había radicado en Italia con su hijo.

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8 Esa temporada quise regalarme un viaje fuera de época como homenaje a la culminación de mis estudios oficiales. Preferí usar el verano para descansar y con el comienzo del otoño, hacer un recorrido por el sur. Mi descanso consistió en leer y escribir poesías, actividad que había quedado algo abandonada en los últimos años por las exigencias de la música. Ofrecí a mi padre los servicios para ordenarle su biblioteca. Aceptó gustoso. Entre los pesados volúmenes de libros sobre derecho y contabilidad, llamó mi atención unos libros de hojas amarillentas que tenían títulos muy interesantes. “Enfermedades de la mujer”, “La cuestión de los hijos”, “La mujer y el matrimonio”, en letras más pequeñas leí: “este libro ayuda a perfeccionar la unión sexual”. De repente sentí una gran curiosidad por profundizar en un tema que poco me había preocupado antes: el sexo. Había estado leyendo algunas novelas que me dejaron abiertos varios interrogantes y quizás, en esos libros de mi padre encontraría la respuesta. Seguramente –pensé– tratarán el tema con la mayor seriedad, conociendo lo cuidadoso que es papá en la materia. Los limpié del polvo y los guardé en mi biblioteca para ir leyéndolos detenidamente en los momentos libres. Mi corazón latía con fuerza, ¿qué descubrimientos estaría a punto de hacer a mis 23 años?

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“La mayoría de las gentes suponen que la mujer no tiene ningún impulso sexual espontáneo. Un estado físico, fisiológico de estímulo que nace espontáneamente y sin la menor relación con un hombre”. “De su vitalidad en la época y de la salud en general de la mujer depende la duración de cada período de deseo, o como podríamos decirlo, la amplitud y la complejidad de cada ola. A veces, durante 3 días o más, la mujer puede estar ardientemente estimulada mientras que en otro período, la misma mujer, si está agotada puede no tener conciencia de su deseo más que durante algunas horas solamente, o menos”. La lectura resultaba apasionante. Estaba aprendiendo cosas que nunca habría imaginado, un cosquilleo recorría mi cuerpo a medida que iba leyendo, era como si de pronto tomase conciencia de mi condición de mujer y por primera vez me agradaba saberlo. Ese verano sentí que me invadían serias dudas sobre mi persona, jamás había experimentado sensaciones, o no las recordaba, si las hubo eran muy suaves. Seguí leyendo: “toda la energía vital y las preciosas sustancias químicas que la componen pueden ser utilizadas mucho mejor, transformándose la mayor parte del tiempo en un trabajo activo y creador”. Quizás me estaba pasando eso, y entonces nunca llegué a darme cuenta “qué sentía” porque mi tiempo estaba ocupado en muchas actividades creativas que reemplazaban la innata necesidad sexual de algunos seres vivos. Otro párrafo del interesante libro de mi padre llamó mi atención y me dejó pensando: “El médico que estudia imparcialmente el asunto de una manera más moderna y más científica, puede presentar una El camino de los sueños - 101


lista imponente de enfermedades causadas más o menos directamente por la abstinencia, tanto en la mujer como en el hombre. Y se puede observar que suelen presentarse enfermedades cuando el enfermo no tiene ninguna idea de que el impulso sexual existe no dominado”. “Las mujeres solteras que rondan los 30 años merecerían un estudio especial por la variedad de problemas que pueden presentar, directamente provocados por su nula o defectuosa actividad sexual”. Faltaba una semana para la llegada del otoño, cuando súbitamente comencé a experimentar ciertos cambios en mi cuerpo. Los preparativos del viaje estaban ya a punto de culminar y todo presagiaba que sería mi viaje más feliz. Lo noté cuando me desvestí para darme una ducha, observé mis senos reflejados en el espejo, parecían más grandes de lo normal, más suaves, esponjosos. Me asombré por primera vez, quizás antes también hubo momentos que los tenía así, pero no me había dado cuenta, o no estaba atenta a ello. Los toqué, noté la piel tersa, caliente y sentí una ola de placer desconocida al contacto con mi mano, un fuego que me recorrió toda. Los pezones se endurecieron y al tocarlos deseé seguir con las caricias para calmar el extraño malestar. Me dolían. Entonces me metí a la ducha tibia y comencé a jabonarme con lentitud, con pereza, como si temiese encontrarme con algo desconocido al recorrer mi propio cuerpo. Algo que no estaba muy segura de querer conocer. Mis manos tocaban una piel que la sentía diferente: tersa, suave, e invitaba a ser acariciada. Al higienizarme los genitales sentí como si hubiese recibido una descarga eléctrica, se me aflojaron las piernas, el corazón saltó en el pecho y un grito de asombro se ahogó en mi garganta. Luego Ihana Cott - 102


pasó, cerré los ojos y permanecí quieta bajo el agua, con una sensación de desconsuelo, como si en realidad no supiese exactamente lo que me estaba ocurriendo. Pasé toda la semana previa al viaje en un estado de excitación constante, como si de repente la existencia de mi cuerpo se hubiese agigantado para ocupar todos los espacios de mi vida. Y comencé a masturbarme durante las horas de la noche y de la siesta. Pero comprobé, sorprendida, que no era suficiente y que durante la mañana o la tarde no lograba concentrarme en ninguna actividad que emprendiese por más simple que fuera. Tenía casi permanentemente un malestar en el bajo vientre, un estado febril que alteraba mis sentidos y creí estar volviéndome loca. Cuando se inició el viaje todo volvió a la normalidad; como si nada hubiera pasado dentro de mí y hasta llegué a sentir repugnancia de mi propio cuerpo, pues ya no sentía el más mínimo placer al tocarme, en realidad lo que sentía era vergüenza. Como había sido siempre, mi cuerpo dejó de tener importancia. Lo que no sabía, era que desde entonces, mi vida ya no sería la misma. Me había descubierto como mujer, y poco a poco, los más audaces sueños de amor se fueron apropiando de mi alma pura. Aparecieron en ellos todos los hombres que alguna vez conocí y todos los que se cruzaban en mi vida, aunque los hubiese visto una sola vez. Era suficiente para despertar mi necesidad de amar y ser amada y poner en funcionamiento los mecanismos de mis nervios y de mis nuevos sueños. Y así nació en mí, una nueva forma de soñar, un placer diferente y único. Había conocido el pecado, porque sentía que mi actitud era tan censurable como si estuviese ejerciendo la prostitución, como si en realidad hubiera hecho mil veces el amor. Sí… porque también puede existir la prostitución de los sueños.

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9 Y encontramos nuestro paraíso… en las cercanías del lago y la vista del volcán, bajo los tupidos bosques y sobre la gramilla verde. Un jardín de paz que nos cubrió de felicidad. Poco a poco fui observando cómo las plantas entraban en la penumbra, convirtiéndose en fantasmagóricas siluetas informes. La figura pura del volcán, detrás del lago quietísimo, comenzó a oscurecerse, pero su figura brillaba aún después que todo el bosque entraba en sombras. Y quedó tan solo la oscuridad y el frío, entonces… cuando la noche se hizo vida me acerqué al lago. El termómetro marcaba 5º, y un frío húmedo calaba los huesos; en el silencio total escuché un murmullo, eran las aguas que lamían las pulidas piedras. El frío fue agudizándose y a pesar de la poesía de la noche, tuve que buscar la tibieza de la carpa. Nos despertó la primera luz que penetró la lona, una niebla espesa y fría lo cubría todo: bosques, lago, montañas, cielo… y la escarcha blanqueaba sobre el auto, sobre la lona color naranja. Mi termómetro marcaba 0º, esperamos en el tibio nido el triunfo del sol. Y ocurrió a media mañana y tímidamente sus rayos alumbraron. Prendimos fuego y poco a poco nos fuimos calentando. Algunos trinos se animaron a desafiar el frío y con ellos, volvió la vida y el manto neblinoso se fue esfumando lentamente… hasta dejarnos la imagen de un cielo magníficamente azul. El sol se derramó sobre nosotros y como luciérnagas penetró el bosque húmedo. Me acerqué al lago, una quietud de paz lo velaba, ni una brisa, ni un lamento… un vapor transparente que lo envolvía, con el sol se fue diluyendo hasta convertirse en finas fumarolas surgiendo de las aguas de un lago que se me antojó fumando. Y una luz total cayó sobre el volcán que aparecía en contraste Ihana Cott - 104


con el cielo tan celeste. El lago espejaba los bosques. Caminé sin frío, bañada de luz y de felicidad sobre la orilla acolchada de grama cubierta de rocío. Un halo divino parecía envolverlo todo. En eso vinieron mis padres, nos sentamos sobre las rocas y permanecimos en silencio, como debe ser ante esas imágenes colosales de vida. Al cabo de un rato papá se despojó de las ropas y resueltamente caminó hacia un remanso de aguas cristalinas que el lago producía entre las rocas. –¿Qué vas hacer? –le preguntó intrigada mamá. –Voy a darme un buen baño, el agua me produce tentación –aseguró seriamente. –¡Estás loco! –Protestó airadamente Egle– el agua tiene que estar helada, te va hacer mal, no hace más de 5º y el sol está muy débil. –Dejalo –le dije– el sol es delicioso y aunque el agua esté helada no le hará nada. La vida natural es lo más sano que hay. Papá entró al agua muy lentamente hasta que terminó todo mojado, en sus ojos una emoción y una alegría como sólo puede encontrarse en los niños cuando algo les produce un gran placer. Era libre y se sintió libre… el don más deseado de todo ser vivo, humano o no. El paraíso existe… estaba allí, con el lago celeste acero, las colinas cubiertas por frondosas, oscuras y gráciles araucarias. A su sombra, bajo el encaje de la enramada, alfombras púrpuras de ñires, cascadas y arroyos, una quebrada con flores y pastos. Por todos lados colinas de ensueño donde resuena en el aire el dúo magnífico que entonan pehuenes y ñires. Aquellos con su verde oscuro pletórico de vida y éstos –dulces y pequeños– en praderías de luz y colores, con todos los tonos inimaginables en la gama del

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ocre, hasta llegar al rojo fuego y al tostado casi hermano del marrón. Y lo que causa admiración: casitas de chapa diseminadas entre el paisaje como si se encontrasen allí desde el mismo momento de la creación. Quizás contribuía a esa imagen armoniosa la ausencia de voces humanas, la temporada de verano había culminado; pronto la nieve, se encargaría de adornar ese silencio y esa soledad. Nos metimos en una huella y fue como ingresar a un mundo de ensueño. Un sol tenue pero tibio se atrevía a desafiar las blancas nubes de algodón y donde ellas no estaban, surgía el cielo suave y pulido. Nos detuvimos bajo la protección de altísimas araucarias, mi padre aprovechó la pureza del agua que bajaba para lavar el auto y yo salté alegre sobre las piedras del límpido arroyo hijo del hielo y me introduje en el cálido abrigo de los ñires que encendían las orillas y las laderas. Pisando un colchón de hierbas y musgos, de flores y pasto dorado me sentí protagonista de las páginas de algún cuento de hadas y gnomos y estaba segura, acompañaban mis pasos. A las 7 de la tarde descubrimos que sería una noche muy fría, el termómetro indicaba 10º, factor éste bastante importante junto con la gran cantidad de nubes raras que cruzaban el cielo, lo que preocupó a Egle, quien creía que esa noche habría alguna tormenta de nieve. Mi intención era quedarme durante la noche, había encontrado el paraíso y quería disfrutarlo… pero, el ánimo de mamá no me permitía ese tipo de aventuras, la huella desconocida, si llovía, podía ponerse muy mala. Sin embargo, a la tarde del otro día, después de recorrer las termas cercanas, regresamos al lugarcito de ensueño. Sin lluvia y con mamá más calma. Armamos el campamento bien temprano para evitar que nos

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sorprendiera la noche. Tuve la oportunidad de observar un atardecer inolvidable. Los últimos rayos tiñeron de naranja claro las lejanas montañas; algunas nubes parecían pintadas en naranja y rojo, mezclado con azules y violetas. Se escucharon los últimos trinos de los pajaritos y luego quedó el silencio junto al murmurar del cercano arroyito. De a poco, las araucarias se fueron oscureciendo hasta que resultaban una masa informe recostada contra las laderas. Sería alrededor de las 5 de la madrugada cuando despertamos y papá salió afuera un poco alarmado por el ruido que producía el viento en las hojas de las araucarias. –¡Hay una tormenta bárbara! –Sentenció– el cielo está negro y hay relámpagos. Me parece que deberíamos irnos antes de que llueva y la huella se deteriore. –Sí, pero está oscuro –le digo– no se ve nada, ¿cómo hacemos para encontrar la salida? Habría que esperar a que aclare. Allí estábamos, deliberando, entre salir o no salir cuando sentimos las primeras gotas golpear la lona en forma inevitable. El temor se apoderó de ellos y en forma más que precipitada abandonaron la carpa sin pensar que debían vestirse primero. Con todos los elementos mal dispuestos en el auto papá preguntó: –¿Y ahora, cómo hacemos para salir de aquí? La oscuridad era muy grande, había que encontrar la huella y seguirla. La lluvia se intensificaba y con ella los lamentos de mamá. No había más remedio –dadas las circunstancias– que apelar a mi memoria y sentido de orientación para sacar de allí a mis asustados padres ya que yo los había metido en ese lío. Me bajé del auto con una linterna, traté de encontrar entre los altos yuyos, el claro que indicara la salida. Tuve

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suerte porque lo encontré enseguida y continué caminando mientras mi padre me seguía a paso de hombre. Es increíble pero en la oscuridad y con la lluvia todo resultaba igual y papá, con su gran experiencia conductiva, parecía un principiante tratando de llevar el vehículo por el lugar correcto. A todo esto la aurora ya comenzaba a vislumbrarse y en una casa deshabitada con espacioso garaje nos instalamos, pasado el susto calentamos agua para tomar mate mientras ordenamos el gran desorden que teníamos en el auto. No se veía un alma, parecía que nos encontrábamos en un pueblo abandonado y con la lluvia cantarina, esa soledad se agigantó. Al poco tiempo las nubes descorrieron sus telones oscuros y la salida del sol encendió de fuego la pradería recortada sobre un fondo negro–azulado. La lluvia cesó y un perfume inigualable invadió el aire cubriéndonos de alegría; estábamos felices como niños que habían acabado de terminar de protagonizar un juego apasionante. Y fue la despedida de ese mundo que me entregó un deseo infinito de Ser sin tiempo, de sentir sin miedo las horas maravillosas vividas en comunión con los elementos de natura. Saber que estaba viva y sentir ese placer de estarlo. Comprendí el mensaje de la tierra, sus criaturas, sus elementos, su poesía dada a manos llenas. Y pude amar la vida simple, pura, humilde, despojada de artificio. Amar el regalo supremo de ser… ser con todo el sentido de la existencia y lo que ello implica; descubrí una vez más la felicidad única e inigualable de estar verdaderamente viva. Por eso aquellos versos que dicen: “araucarias, verdísimas araucarias/ siento que sacuden/ sus hojas en mi alma”.

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Punta Norte es uno de esos lugares privilegiados de la naturaleza. Paraíso de mamíferos y aves marinas, edén de investigadores y meta de creadores como yo. Llegaba allí por segunda vez en ese mes de abril que desataba todos sus demonios en las desoladas mesetas. Muy pocos lobos marinos quedaban ya en las playas azotadas por el viento y la llovizna fría, la temporada, para ellos, había culminado y habrían regresado al mar. Detuvimos el Falcon en lo alto de la barranca y permanecimos en silencio escuchando el sonido del mar descolorido, algunos machos adultos desafiaban el mal tiempo descansando sobre el canto rodado. Parecían indiferentes y despreocupados, satisfechos después de haber cumplido con el llamado de la naturaleza y haber contribuido a perpetuar su especie. Las hembras con sus cachorros se habían internado en el mar para comer y reponer energías después de la ardua tarea de la crianza. Un descolorido cartel anunciaba a los visitantes: “Prohibido el paso, área restringida” y un alto alambre tejido protegía el territorio que en la primavera y el verano ocupan lobos y elefantes marinos, de los ataques y abusos del peor de los animales: el hombre. Hacía un rato que estábamos allí, cuando vi acercarse a un guardafauna. –Buenas tardes–saludó cortésmente– tiempo malo tenemos hoy. –Mucho frío –dijo papá. El hombre tenía deseos de conversar y yo de escuchar, así que pasamos varias horas dialogando. Esa tarde aprendí mucho sobre la vida de lobos y elefantes, sobre las actividades de las reservas y sobre la vida en esas lejanas regiones. El señor que dijo llamarse Océano Morales (el

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nombre me pareció muy acorde con su actividad), resultaba muy simpático y poco a poco empecé a contarle de mis estudios y mis gustos por la naturaleza y por aprender a conocer y a proteger a los animales. –Tendría que venir a quedarse un tiempo aquí, durante el verano –me sugirió. –¿Se puede? –pregunté algo confundida, sabía perfectamente que estaba prohibido pernoctar en las reservas; por lógicas razones de seguridad para los animales. –Sí, trayendo una autorización de la Dirección provincial de fauna, siempre y cuando venga a hacer algún trabajo. –¡Magnífico! –Exclamé– prepararé algo para la próxima temporada. –Si piensa venir, le aconsejo el mes de noviembre o diciembre como los más adecuados para visitar las reservas provinciales porque es la época de más actividad en la fauna. –Muy bien, lo tendré en cuenta y no olvidaré su sugerencia. Creo que será posible, me siento mucho más libre ahora que terminé mis estudios en el Conservatorio. –Me hará feliz verlos otra vez por acá –dijo el simpático guardafauna y se despidió de nosotros con un “hasta pronto”. Esa tarde me sentí muy feliz, se me abría una nueva puerta para poder vivir mis sueños naturalistas. Lo que no podía imaginar era que la conversación de aquel día iba a marcar el inicio de un desconocido y apasionante rumbo en el camino de mi vida: el camino del arte y la ecología.

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10 Ese año inicié varias actividades en el campo de las artes. Comencé a asistir a las clases de composición que dictaba el maestro Federico Blanco Camano, en su “taller de sonidos” como le gustaba llamar a ese rinconcito ocupado por el piano, el pizarrón y una pequeña mesita donde escribíamos. Poco a poco, nació entre nosotros una profunda comunión de sentimientos y de ideas. Teníamos mucho en común en la forma de sentir y de vivir la música, de amar la belleza, el silencio y la soledad. Era una corriente mutua de paz, algo etéreo y sublime que trascendía los límites del tiempo y de la edad. El disfrutaba enseñándome y yo me sentía feliz aprendiendo a entender y a crear música. Era para mí: maestro, guía, amigo, confidente y segundo padre. Era para él: una alumna talentosa y vivaz, “pícara” como le gustaba decirme; pero además me consideraba su amiga, la única a quien solía contarle sus más íntimos y ocultos sentimientos. A la que amaba con un amor platónico, signado por las implacables leyes del tiempo. Cuántas veces pensé que si él hubiese tenido 30 años menos cuando lo conocí no habría demorado en enamorarme, era casi la perfecta imagen espiritual del hombre de mis sueños. También reanudé las clases de guitarra, suspendidas desde la muerte de mi profesora de la infancia. Adelina Camano, con quien continuaba las clases de piano, me recomendó un excelente profesor y concertista de guitarra del Conservatorio. Lugar al que dejé de ir para seguir la carrera de concertista porque decidí tomar otros El camino de los sueños - 111


rumbos dentro del arte, y porque quería dedicarme a viajar para aprender de la naturaleza, cosa que la carrera de concertista no me lo permitiría ya que resultaba muy absorbente y rigurosa. El profesor de guitarra era joven, de voz suave y transmitía una gran serenidad y dominio del instrumento. Además de profesor era concertista. Me sentía un poco cohibida ante él, no resultaba fácil para mí poder responder adecuadamente a sus exigencias, pero con el tiempo logré un buen ritmo de trabajo que comenzó a dar resultado. El profesor Juan Vázquez Lugano cerraba sus grandes y expresivos ojos negros y parecía en otro mundo mientras escuchaba mis lecciones. Durante un tiempo, todo funcionaba bien entre nosotros; yo respondía plenamente a sus indicaciones y él me brindaba apoyo, aliento y confianza. Un día me pareció notar un brillo distinto en su mirada, desde entonces evitaba mirar sus ojos porque tenía la sensación de que mi rostro se ruborizaba. Casi siempre estábamos solos, porque daba sus clases individuales en un horario en que su esposa se encontraba ausente. Eso nunca me había molestado, pero desde ese día empecé a sentirme extraña cada vez que llegaba la hora de dar la clase. Estaba inquieta, temblorosa, insegura… durante todo el tiempo que duraba la lección. ¿Tenía miedo de lo que sentía?, no lo sé, no era un hombre atractivo, pero… en esa época yo estaba demasiado confundida con la complejidad de los sentimientos que se desataban en mi interior, para darme cuenta de lo que temía, si es que temía algo. Aquella mañana de primavera hacía calor, el clima primaveral tendría que verse reflejado en mi rostro o en mi cuerpo porque dos muchachos que crucé al ingresar en el

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edificio, repararon en mi persona, piropeándome al estilo de la gente de esa ciudad. Desde el mismo momento que el profesor abrió la puerta y me vio, su rostro adquirió una expresión extraña que me hizo estremecer. Tenía problemas para concentrarme en la clase, vislumbraba sus ojos negrísimos posados sobre mi rostro. En un momento que levanté la vista, descubrí su mirada fija en la zona de mi pecho. Eché una ligera mirada, el ritmo acelerado del corazón elevaba la remera roja que insinuaba la turgencia de los senos. Traté de dominarme y demostrando indiferencia, continué con la ejecución de la obra. Al rato, él se levantó del lugar donde estaba sentado, justo frente mío y caminó lentamente hacia la puerta de la salita musical que estaba atrás del lugar donde me encontraba. Luego se acercó nuevamente y quedó parado un instante atrás de mi silla. Súbitamente y con mucha delicadeza, tomó la guitarra para dejarla apoyada en la pared. Sorprendida, me limité a bajar la vista y a esperar, no estaba segura de lo que haría. Me imaginé que estaría roja como un tomate por el fuego que sentía subir hasta mi rostro. Casi al instante, sentí sus manos rodeándome la cintura y su boca en mi cuello. Traté de liberarme pero sus manos ya habían subido hasta el pecho y no pude evitar que tocara mis senos. –Eres deliciosa –repetía como enloquecido– te deseo… te deseo mucho. Un estremecimiento me conmovió pero logré ponerme de pie y enfrentar su mirada suplicante. –No… no…–balbuceaba– no está bien, no quiero… por favor.

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–Creí que querías –dijo separándose de golpe. –No puedo, es un hombre casado, jamás podría –traté de explicar sin demasiada convicción, mientras me esforzaba por disimular la excitación que me dominaba. Su rostro cambió la expresión, parecía desconcertado, pero enseguida se recompuso y se mostró arrepentido. –Perdona, por un momento perdí la cabeza, te prometo que no volverá a ocurrir. Olvídalo. –Está bien –dije y continué con la lección, aunque ya ninguno de los dos pensaba en la música. Desde ese día no volví a verlo. Abandoné las clases y pocas veces volví a ejecutar el instrumento, preferí continuar con el piano. En el periódico de aquel domingo, un aviso llamó mi atención: “Está abierta la inscripción para las clases de dibujo, pintura y cerámica que dicta en su taller la profesora Dalma Acosta”. Luego citaba un teléfono. Tomé nota y al otro día llamé. Una bien modulada voz femenina me contestó. –Deseo hablar con la profesora Dalma Acosta –dije. –Con ella está hablando–respondió. –Mucho gusto. Mi nombre es Selma Ponti y deseo iniciar clases de pintura y dibujo. –¿Tiene alguna experiencia? –No… solamente como autodidacta, al margen de mis otras actividades. –Bueno, le daré una entrevista para hablar y evaluar su obra. ¿Podría traer algo que haya realizado y desee mostrar? –No sé…– titubeé– no creo que sean cosas buenas.

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–No importa lo que Ud. piense, yo necesito tener una idea de los conocimientos y condiciones que posee para ver por dónde tendré que encarar mi trabajo. –Si es así… tengo algunos óleos. –Muy bien, nos vemos mañana a las 18 horas. Mi padre me acompañó a la entrevista, era importante para mí sentir su apoyo en esos momentos. El creía que lo que pintaba era muy bueno y tenía fe en mí. La profesora era una mujer de unos 40 años, muy bonita, simpática y desenvuelta, y enseguida me sentí cómoda con ella. Miró las obras con detenimiento y luego dio su veredicto. –No está mal, se nota que tienes una fuerte personalidad, son pinceladas vitales y enérgicas. Solo me molestan los excesos de negros, un aspecto que deberás mejorar; y habrá que ver el manejo de la luz, pero pienso que podremos sacar algo bueno. Ayudará mucho tu plasticidad creativa ya entrenada en la música y la poesía. –Al menos –contesté feliz– siento una gran atracción por el arte y desde niña que la pintura me agrada mucho. Amo la naturaleza y quisiera poder recrearla valiéndome de todo arte. Desde ese día los progresos fueron tan rápidos que a los 4 meses ya incursionaba en la técnica del óleo. Todas estas actividades las realizaba sin abandonar definitivamente mi pueblo, no me importaba tener que viajar constantemente porque mis padres me apoyaban y solo en la dulce quietud del campo lograba la máxima capacidad de inspiración; allí, donde siempre he sido una apacible siembra, una necesaria soledad. El mismo lugar que acunó mis sueños más audaces, que tantas veces me recibió

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triunfante, después de haber servido a un ideal. Porque yo sabía que la frase que escribió el pensador José Ingenieros a quien yo admiraba, se hacía realidad en mi. “El que sirve a un ideal, vive de él, nadie le forzará a soñar lo que no quiere ni le impedirá ascender hacia su sueño”.

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EL PUEBLO AZUL "Si nos cambiamos a nosotros mismos, podremos cambiar el mundo" David Icke

1 Imposible poder contener las lágrimas que espontáneamente me brotaban empañando la visión del majestuoso entorno. Mis padres permanecían mudos y mi llanto triunfal era el cauce por donde transitaba la gran emoción. Miré el reloj: las 9.15 horas, habían pasado setenta y cinco minutos de tensiones desde la partida desde aquel pueblito de la Puna, a unos cuarenta kilómetros de distancia. Me abrigué bien, tomé el equipo fotográfico, el cuaderno para bocetos, la libreta de apuntes, la lapicera y me dispuse a descubrir el paisaje en el menor tiempo posible. El viento era soportable y el termómetro marcaba unos 5ºC. Con un sol espléndido. Les ordené a mis padres quedarse en el auto, pero papá salió a observar y terminó junto a mí. Al rato escuché sus gritos en el silencio: –¡Qué estás haciendo!, ¿cómo se te ocurre correr en estas alturas? Me doy vuelta para observar y era mamá que corría como si estuviera a la vera del mar. Le grité que se volviera al auto, no quería ni pensar en tener algún problema allá arriba. Menos mal que obedeció, no se movió más del coche. Lo siguiente escribía en mi libreta ese día:

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El níveo nevado del Acay y sus 5.950 metros pareciera querer abrazarme con los brillos que el sol le roba a la nieve. Está tan cerca que me siento como en un sueño. Una sinfonía de montañas nos envuelve: el nevado volcán Quewar se ve hermoso, las nacientes del río Calchaquí, el espejo blanco de las Salinas Grandes en la lejanía, como un gran claro de luz. No importa la falta de oxígeno, la soledad amenazadora, los silencios desgarradores, ese mundo muerto de piedras cenicientas, porque el sol entibia el rostro, la nieve cercana brilla y los arroyitos puros que nacen de ella canturrean entre el viento y el silencio. Un ave inmensa surca el cielo, su imagen es tan imponente que me siento petrificada. Es un cóndor, señor de la cordillera. Los minutos pasan sin que me dé cuenta, el tiempo es poco para grabar en las retinas, en el papel, en la cámara, en mi libreta… ese mundo único de los 5.000 metros. Y la estadía se prolonga casi al límite permitido. Miro el reloj: 10.15 horas. El viento y el frío arremeten con fuerza, ya es hora de descender. El Acay había estado dando vueltas en mi cabeza durante casi dos años, desde el momento en que estudiando el mapa de la provincia norteña se presentó a mis ojos ese nombre muy unido a la enigmática ruta 40 cuyo trazado atraviesa el inhóspito oeste de mi país. Y el deseo surgió enseguida, tenía que transitar por ella y subir hasta lo más alto. Buscando material encontré referencias al Abra Acay en un libro del explorador Juano Hoffman y así me enteré que era uno de los pasos para automóviles más altos del mundo, y si bien el ascenso parecía muy complicado, yo tenía

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la seguridad que lo haría por la gran experiencia de mi padre en los caminos de montaña. Un día, fuimos a visitar a Juano Hoffman que vivía en la ciudad. Cuando le conté mi intención de ir hasta arriba para tomar bocetos de pintura se mostró muy entusiasmado y alentó a mis padres para afrontar con éxito la empresa. –Pero traten de no permanecer más de media hora arriba, el viento es insoportable después del mediodía y el frío casi siempre es muy riguroso. Seguro que les puede faltar el aire por la altura. Cuando llegamos a San Antonio de Los Cobres y fuimos directo a Vialidad, un señor con muy pocas ganas, nos atiende. Le expliqué mi intención de ascender a la montaña y el motivo que me llevó hasta allí, preguntándole si sería posible realizar el ascenso con nuestro Falcon. Lo vi irse hacia adentro a consultar, después supe que consultó con un fantasma, sin mayores explicaciones nos dijo que era imposible. Que había desmoronamientos, que era peligroso, que las vicuñas y llamas tiran piedras al camino… entonces le sugerí la posibilidad que ellos me transportaran en algunos de sus vehículos. –No tenemos ninguno –me contestó– y las máquinas están trabajando arriba, en una semana el camino estará arreglado. Me di cuenta que deseaba impedir que fuésemos. Le agradecí igualmente la información, pero no estaba dispuesta a esperar una semana, algo me sonaba a cuento. Haría nuevas averiguaciones en Gendarmería, pero antes resultaba necesario buscar un lugar donde alojarnos, pues allí no había rincones adecuados para armar la carpa. Enfilamos hacia el destacamento policial que vimos al entrar,

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y aquí el destino comenzó a jugar a mi favor. Papá entró primero y se topó con un señor de traje que salía con bastante prisa. Lo encara y le pregunta por la Municipalidad. El hombre nos conduce amablemente a la vereda, nos indica y luego se interesa en saber si necesitamos algo. Cuando le contesté que buscábamos dónde alojarnos, muy amablemente se presenta. –Me llamo Nelson Villegas, soy el Comisario y Secretario Municipal y creo que puedo resolver su problema de alojamiento. Enseguida nos ubicó en el Club Deportivo Municipal que estaba enfrente y que contaba con varias camas. Me animé a comentarle lo de Vialidad, no se asombró por ello y nos aseguró que podíamos llegar al Acay y que no encontraríamos mayores dificultades circulando con precaución. –¿Cuándo piensan ir? –Mañana temprano. –Para mayor tranquilidad de ustedes, mañana al salir dejen dicho al policía de turno cuando parten y a qué hora estarían de regreso, tras lo cual, si no han regresado acudiremos en su ayuda. Con una mayor tranquilidad nos instalamos en el confortable club y la noche llegó rápidamente; todo parecía estar en orden. Al auto lo preparamos convenientemente para el ascenso adelantándole el distribuidor, papá estaba animado a subir y mamá a pesar de haberle sugerido que se quedase allí, decidió unirse a la aventura y nada la hizo cambiar de parecer. Amaneció el gran día con –3º, buen sol y sin viento, muy frío pero con un cielo de ilusiones. Avisamos en la policía que estaríamos de regreso a las 3 de la tarde como

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máximo. Eran las 8 en punto, el auto apareció escarchado y con gran expectativa, nervios a flor de piel, temor pero mucha confianza, comenzamos a andar. Ya no había tiempo para arrepentimientos, por eso las aventuras me gustaban mucho, empezaban y nunca se sabía cómo terminarían. El camino y los campos estaban escarchados y el cartel de “RUTA INTRANSITABLE” colocado por vialidad nos hacía burla con su flamante aspecto. Vuelvo a leer lo escrito en mis apuntes: “Los primeros 15 kilómetros son descansados porque el ascenso por zona llana es bueno, hasta los 4.200 metros. Los últimos 12 sí que son difíciles, se asciende en caracol, por cornisas con precipicios cada vez más profundos y curvas bastante cómodas, pero es tan angosto y está tan deteriorado que transitamos en primera y muy lento. Con la angustia de toparnos con algún obstáculo insalvable que no nos permitiese seguir y sin poder regresar ante la imposibilidad de girar en esa huella angosta y cubierta de piedras que se derrumban desde lo alto. El tiempo sigue espléndido, el paisaje estepario de fuerte verde amarillento aquieta el espíritu, aparecen zonas con nieve, un valle con burritos y una manada de vicuñas cruzando elegantes, felices de la libertad que poseen en uno de los pocos lugares donde no se las molesta. La profundidad de los precipicios indica la cercanía del abra. Son limpios, sin nada que impida ver abajo, por eso aparecen como una trampa mortal que acecha al intruso que vaga por allí. Cuando la tensión se hace insoportable… la meta ansiada: el Abra Acay! Y ni una sola máquina de vialidad se encuentra allí. ¿Dónde están?. Sólo la gran soledad y el ulular del viento en la nada agreste son la respuesta”.

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En el descenso pude observar mejor; prácticamente se sigue el curso del hilito de agua que se convertirá en el río Cobres; y el agua que se expande por los cojines de su orilla se escarcha, de a poco, la tibieza del sol va derritiéndola. Cuando bajamos la peor parte y nos sentimos fuera de peligro, y siendo casi mediodía, decidimos quedarnos a la orilla del cristal hecho río para sentir en plenitud esa soledad y vivir el silencio que adorna la romántica melodía del agua por grietas de cojines. Un té acompañado de galletitas con miel fue nuestro almuerzo obligado por la dieta que dispuse para las alturas puneñas, necesario para no apunarse. Fue allí donde supe que nada es inalcanzable para las almas que aman y me sentí entera después de la lucha, purificada y cubierta por un manto de paz. Me había dejado vencer por el duende inquieto de la libertad.

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2 El ascenso al nevado del Acay fue quizás el punto culminante de todas mis aventuras naturalistas con fines artísticos. Pero sin duda que el Sur de mi país aportó la cuota de magia necesaria para que mi vida comenzara a transformarse casi por completo. Con una creciente ansiedad llegamos al puerto aquel, el mar magnífico del Golfo se veía de un color azul profundo en las primeras horas de la mañana. El viento perpetuo de esas mesetas acentuó más la nerviosidad que sentía cuando caminé hasta la Dirección de Turismo y Conservación de la Fauna autóctona. ¿Cómo me recibirían? ¿Cómo tomarían mis explicaciones? ¿Sería lo suficientemente clara para convencerlos? Mi padre, Antonino Ponti, como siempre, era el apoyo que necesitaba en esos momentos tan especiales para el desarrollo futuro de mis sueños. Una empleada me anunció a un tal señor Rafael Valenti. –Rafael Valenti a sus órdenes.–se presentó mientras nos tendía la mano. La expresión de su rostro trajo un poco de tranquilidad a mi estado algo ansioso. Era un hombre bajo, de cabellos negros. –Mi nombre es Selma Ponti –le dije– y este es mi padre Antonino. Tengo interés en pasar unos días en las reservas de la provincia para tomar bocetos pictóricos. Se quedó mirándome algo confundido. Traté de explicarme mejor, aunque estaba segura de haberme expresado con claridad. Pero no me dejó terminar. –¿Es usted pintora?

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–Sí, tengo interés en pintar una serie dedicada a nuestra fauna austral, conozco la zona y sé que es ideal para este tipo de trabajo. –Perdóneme pero es la primera vez que se presenta una persona con estas inquietudes. No sé que puede necesitar, desde ya cuente con nosotros. –Necesito una autorización para permanecer en las Reservas de la provincia el tiempo que sea necesario. –¿Tiene medio de movilidad propio? Asentí. –El problema es que no tenemos muchas comodidades para visitas, tratamos de reservar los lugares para los científicos que vienen en temporada alta para estudiar el comportamiento animal. –No se preocupe. Tenemos carpa, sólo necesitamos un pequeño lugar para instalarnos. –Ah… perfecto –dijo más contento. –Le daré un permiso para que presente a los guardafaunas. Ellos le brindarán todos los datos y apoyo que necesite; le deseo mucha suerte y cuando termine pase por aquí para despedirlos. –Muchas gracias, así lo haremos.–le respondí y estreché su mano con gran satisfacción. Salí a la calle rebosante de alegría, tenía en mis manos la llave que abriría las puertas de un mundo sublime y puro que me reservaba las más increíbles vivencias; el mundo de los animales, el mundo de la belleza, de la verdad, el único mundo donde he encontrado la verdadera felicidad y razón de mi vida. Fue una experiencia diferente para mi hasta entonces estructurada vida. Aquel diciembre, mientras el mundo festejaba la Navidad y el Año Nuevo, yo vivía la mágica

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aventura de convivir con las maravillosas criaturas del mar que todos los años visitan el continente para procrear. En las reservas encontré amistad y ayuda por parte de mucha gente que trató de facilitar mi tarea y hacerme sentir más cómoda y feliz todavía si ya no lo era con la cercanía de mis seres amados de la naturaleza. En esos lugares, en esos recovecos, la vida pareciera detenerse, es la belleza de lo sencillo, de lo aparentemente insignificante, lo único importante, imponente y grandioso. Lázaro Evans era el nuevo guardafauna de aquella Reserva: mi preferida, un descendiente de las antiguas familias galesas que llegaron a colonizar esas costas desiertas cuando solamente vivían animales e indios. Un cuarentón soltero, muy guapo por cierto, tenía una piel cobriza curtida de viento y sol que contrastaba con sus ojos verdes y un cabello lacio entrecano que el viento movía con sensualidad. Al principio no entendió muy bien lo que yo haría, pero al poco tiempo, observándome trabajar, empezó a mostrar por mí una gran simpatía y sus solícitas atenciones encerraban un profundo respeto y admiración. La mañana siguiente a mi llegada me encontró muy ansiosa por comenzar el trabajo, por eso a las cinco de la madrugada ya estaba dispuesta a iniciar mi periplo por la pingüinera (ciudad donde anidan los Pingüinos). Era un día tormentoso y mi padre era el encargado de llevarme; había unos 3 kilómetros desde la casa de Lázaro y cuatro desde Caleta Sara, donde teníamos la carpa. Luego me quedaba sola con mis seres amados. Caminando largamente acariciada por el viento frío mientras el coro de voces más sublime desgranaba en el aire sus rítmicas notas. En las cuevas, entre los arbustos, en la rocas,

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en los túneles, en todas partes hombrecitos de frac que miraban con asombro y cierta inquietud mi paso solitario. En mi deambular por el mundo de carmíneas rocas encontré un lugar escondido frente al mar profundo, con vista sur de la isla Moreno donde están los lobos de un pelo. Sobre el promontorio rocoso observaba el mar en toda su extensión, pues cerca es mar abierto. En ciertos momentos el oleaje castiga esas rocas y provoca todo un torbellino de espumas. Quería ver a los lobos marinos de dos pelos; por eso me fui caminando bajo el sol radiante de la tarde. Saltando, cayendo, jugando… el mar tenía allí el más sublime de los azules. En contraste con el celeste del cielo lo abarcaba todo. Desde la altura imponente su inmensidad era insignificante. Llegué a destino, pero los lobos no estaban… el rugir del mar era el único mensaje, la diminuta figura de la isla Arce en la lejanía y un barco navegando en el horizonte. El silencio prístino me dejó al oído la dulce tentación de quedarme. Cuando le comenté a Lázaro Evans la ausencia de las criaturas, me explicó lo difícil que puede ser verlos. –De todos modos –dijo Lázaro– si bien las crías las tienen en isla Arce, a veces llegan algunos hasta la costa y con un poco de suerte se pueden observar. Como le manifesté mi tristeza al no poder pintarlos, se preocupó mucho y me tranquilizó con la promesa de buscarlos. –Iré a un lugar más alejado donde suelen llegar, si tengo suerte le aviso. Esa mañana estaba a punto de emprender el regreso cuando llegó el muchachito que ayudaba a Lázaro para avisarnos que habían llegado los lobos. Hacia allí salimos con

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mi padre, nos reunimos con Lázaro y emprendimos la marcha dificultosa por ese mundo rocoso que han elegido para defenderse del acecho del hombre que tanto mal les hizo a principio de siglo con la caza clandestina. Llegando casi al punto de la desaparición de la especie. El cielo no era celeste, lo cubrían grises y gruesas nubes de tormenta. Y el mar, estaba picado y revuelto. Y justo allí, donde el oleaje se rompe en finísimas gotas de espuma, algunos lobos jugueteaban alegremente. Dos de ellos, se habían subido a unas rocas y permanecieron estirándose mientras yo, desde el hueco de otra roca, observaba la fina elegancia de este ser maravilloso. Y curiosamente se quedaron inmóviles, dándome tiempo para que tomara los apuntes necesarios para mi trabajo futuro, que en el taller del pueblo, se transformaría en un hermoso cuadro, uno de mis preferidos. Ellos parecían ausentes, sin embargo miraban de soslayo lo que nosotros hacíamos, por las dudas… Alguien más me observaba disimuladamente, era Lázaro que seguramente no comprendería muy bien esos garabatos que hacía en forma rápida sobre el cansón blanco que el viento quería volar. ¿De eso podrá salir un cuadro?– seguro pensaría. Pude leerlo en la expresión de su rostro, un año después aparecí con la foto del cuadro ya listo, y se quedó boquiabierto por la sorpresa. Pero había más, un cuadro pequeño, que especialmente se lo obsequié en agradecimiento. Algunos cachorros, arrastrados por las olas subían y bajaban en un juego inocentemente infantil. El frío y el viento llenaron mi piel y mi alma, el mar fue todo un sueño envolvente que me mimó. Ellos… siguieron jugando con las olas, yo… envuelta en sublimes sensaciones, puras, inocentes

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y santas, comencé a desandar el camino lentamente, sin pensar en el frío. El cielo abrió algo sus telones y cuando nos alejamos definitivamente del paraíso, por el largo camino de ripio que nos llevaría a la ruta, el sol acariciaba ya la estepa arbustiva con suavidad de terciopelo.

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3 Mi actividad cesó completamente cuando se desató la guerra en el atlántico sur. Era imposible que pudiese concentrarme absolutamente en nada, vivía pendiente de la radio y de los periódicos: mi sur amado estaba en guerra con una potencia del norte. En esos dos meses largos sentí la primera gran tristeza de mi vida. Pero no iba a ser la última de ese año… una noticia me conmovía. “Acaba de tomar estado público un insólito proyecto de industrialización de los pingüinos de la costa patagónica, que implicaría la matanza en masa de esas aves para aprovechar sus cueros, su carne y desarrollar alguna investigación científica. Según los propulsores de esta iniciativa, la empresa formada contaría con la aprobación de autoridades provinciales para masacrar 48.000 pingüinos por año, cuyos cueros serían elaborados en una planta en Camarones, mientras que en una ciudad cercana se procesaría su carne como alimento, atribuyéndole virtudes proteicas únicas en el mundo”. Al poco tiempo se inició la campaña para la defensa del pingüino, que emprendieron distintas entidades conservacionistas y todos los ecologistas del país. Fue como un llamado, no pude sustraerme a él, ¡cómo quedarme de brazos cruzados mientras el destino de las criaturas que más amaba estaba en peligro! Aunque fuese poco, debía hacer algo por ellos. Pero para poder hacer algo, tenía que profundizar los conocimientos que poseía sobre sus vidas. Así fue como entré por primera vez al museo de Ciencias Naturales, ¡cómo El camino de los sueños - 129


imaginar entonces que sería mi lugar preferido en los próximos años! En el silencio acogedor de la biblioteca estudié toda la bibliografía que pude encontrar. No era mucha, pero suficiente para demostrar que la explotación no debía hacerse. Elaboré un trabajo y luego lo envié con una nota al gobernador de la provincia austral, a los pocos días, recibí la respuesta: mis aportes habían interesado y prometieron estudiar a fondo el tema antes de dar su autorización para la radicación de la fábrica. Me sentí feliz, pero temía que quizás no fuese suficiente, las noticias que leía en los periódicos eran bastante contradictorias; sin duda, varios intereses estaban en juego y no sería fácil el triunfo de los conservacionistas. Pero llegó al fin, para mi tranquilidad; después supe que no había estado sola en la lucha, sin duda, los pingüinos habían triunfado. No veía la hora que llegara diciembre para festejarlo junto a ellos, allí; en el inmenso y mágico sur del azul, el ocre, el verde y el blanco, donde aprendí a amar. Pero antes tenía algo que hacer en mi pueblo; poseía un material muy importante en fotos, poesías y cuadros como para hacer conocer ese mundo que tanto amaba a la gente de mi ciudad. Además, ya tenía decidido donar algunos de esos cuadros a mis amigos del sur y antes quería, que los conociese mi comunidad. Fue un verdadero éxito, mucha gente pasó por la Escuela de Bellas Artes para ver los cuadros y el audiovisual. Pero lo más importante: tuve la oportunidad de llegar con mi mensaje de amor a los niños y a los docentes, como la mejor forma de ir sembrando poco a poco la semilla del respeto y el conocimiento de nuestra magnífica y educativa naturaleza.

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Pero mi felicidad no fue completa, porque Camilo Baraona ignoró la invitación que le hice llegar y me quedé esperándolo, con la amarga sensación de sentir que el tiempo no había pasado en vano. Esos días… descubrí que no lo había olvidado, y que a pesar de mis terribles descubrimientos íntimos, él seguía despertando los más puros sentimientos. Fui demasiado inocente al creer que me buscaría, es que me resultaba difícil imaginar que no tenía la suficiente valentía para ingresar a mi mundo, que por entonces se había complicado bastante. No lo imaginaba, por la sencilla razón de que para mí era lo más normal todo lo que estaba haciendo. Sin embargo, el tiempo me enseñó a comprender que a los hombres, mi actividad les resultaba extraña y complicada: un mundo que no podían o no querían descubrir ni tampoco ingresar a él. El día de mi cumpleaños número 25 llegamos a la Reserva, encontramos allí al ayudante de guarda fauna, su esposa y su pequeña hija. Lázaro Evans había viajado hasta la ciudad sin sospechar que yo estaría por llegar. Nos instalamos en la cómoda casilla de Plexiglás y me armé de paciencia para esperarlo. Al otro día ya estaba de regreso, después que en la ciudad le informaron de nuestro arribo. Se le veía radiante de felicidad, no había dudas de que nuestra presencia le agradaba bastante. Lo primero que hice fue preguntar por Isla Roja. –Sabía que me lo preguntaría –me dijo sonriendo. –Cómo iba a olvidar su promesa de llevarme allí, el año se me hizo largo por el deseo de que llegara este momento. –Iremos en unos días… espero no tengan dificultades y puedan esperar.

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–Me quedaré a vivir aquí si es preciso. –le dije divertida. Sus ojos claros me acariciaron, le devolví la mirada y ambos nos estremecimos. Ese hombre ejercía una fuerte atracción en mí, una atracción que me costaba un gran esfuerzo poder dominar. Y el sueño de quedarme con él para siempre comenzó a gestarse en mi interior.

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4 El 22 de diciembre al mediodía salimos en nuestro Falcon cargado con todo lo indispensable para pasar unos días en Punta Roja. Eran las dos de la tarde cuando nos encontramos con el señor Lázaro Evans en la ciudad cercana de Camarones. La tarde espléndida, bastante templada y con poco viento resultaba una rareza para esa zona. Inmediatamente partimos por la ruta nº 1, de ripio; en poco tiempo estuvimos en estancia La Maciega. Allí abandonamos el camino y nos internamos en huellas de tierra que unen las estancias y que son de muy difícil tránsito. Había entonces una prolongada sequía y se encontraban muy malas aunque transitables con un poco de paciencia y buena voluntad. Hacia las 17.30 horas –después de recorrer unos 70 kilómetros– llegamos al fin a la última estancia: La Elba, donde el matrimonio Ramírez y sus dos hijos nos recibieron con sorpresa y alegría. Y mientras el mate iba y venía entre exquisita torta casera, hicimos planes para el posible paso a la isla. Según los horarios de la marea, la próxima bajamar sería a las cuatro de la madrugada… Antes de que bajara el sol en un cielo bastante cubierto de nubes, salí con Lázaro y Margarita para recorrer el trayecto de unos seis kilómetros de huella, casi inexistente, hasta la misma Punta Roja. Debía memorizar muy bien todos los detalles, pues al día siguiente sería guía de mis padres ya que Lázaro regresaba a la Reserva, pues no podía ausentarse tanto tiempo de sus labores. En media hora logramos recorrer esos escabrosos seis kilómetros y desembocamos en medio de una ciudad de pájaros niños, nuestro elegante y dulce pingüino El camino de los sueños - 133


Magallánico, en medio de sus cuevas dejamos la camioneta para seguir a pie unos kilómetros más hasta llegar frente a la isla. Nunca sentí latir tan fuerte mi corazón como en aquel momento, soplaba un viento frío y el cielo de occidente estaba cubierto de nubes, por entre las cuales se filtraba algún rayo de sol otorgando una estampa casi divina. Caminamos prestamente por las lomas blancas cubiertas de pingüinos un poco alterados al vernos. Jamás imaginé que podría haber allí una colonia tan grande de esas aves. El sol se abría paso para ponerse en medio de una fiesta de colores cuando la pequeña isla se presentó a mis ojos. Un mundo de sonidos alteró el silencio. –Está disfrutando mucho todo esto –me dijo Lázaro perfectamente consciente de mi asombro. –No tengo palabras, es mucho más de lo que alguna vez pude soñar. Quedamos en silencio observando ese increíble mundo de paz, de vida y de luz. Margarita, (esposa del encargado) y los chicos se habían detenido en los picaderos indígenas. Las sombras de la noche se abatían sobre la aparente soledad; la emoción me había dejado muda pero el viento frío me trajo a la realidad. Lo miré a Lázaro, sus ojos tenían una expresión de dulce calidez. Estaba emocionado de verme emocionada. Esa noche dormí muy poco, la posibilidad de visitar ese mundo despertaba mi nerviosismo. Hacia la medianoche de luna llena partió Lázaro de regreso a la reserva y a las 3.30 horas de la madrugada ya estábamos levantados para ir a la isla. Es decir: casi sin dormir. Fue un día maravilloso el que pasé allí, pintando, fotografiando, escribiendo… levanté material más que suficiente para varios años de trabajo, trabajo que luego se

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vio materializado en obras, en libros, en artículos… un sueño sin duda, cumplido. La Nochebuena nos sorprendió en el camino de regreso a la Reserva, y mientras observé a la luna llena bañarse en el mar de la bahía, en medio del silencio de la meseta, di gracias a la vida que me dio la posibilidad de haber llegado hasta ese paraíso. Supe entonces que no volvería, para mi simple condición humana era demasiado lo que había logrado. Llevaba varios días gozando de la plenitud de la vida, la que me brindaba el mar y sus criaturas que engalanan de alegría la costa. Entonces decidí ingresar a un mundo distinto en medio de la meseta desértica. Salí a buscar el silencio total, y abandoné la vida para encontrar la muerte. Y encontré en ella la misma fascinante sensación de paz y de plenitud. En busca del pasado arribé al bosque petrificado, allí donde se encuentran unos de los tantos bosques fósiles que posee nuestro país. El señor Carlos Alberto Dubra estaba enterado de nuestra llegada porque Lázaro lo había enterado por el aparato de radio que tienen ellos para comunicarse. Cuando llegamos, nos dimos cuenta que el señor Dubra no había comprendido nada o era muy bromista. Ni bien bajé del auto le tendí la mano y me presenté. –¿Es usted la pintora? –interrogó risueñamente. –Efectivamente –le contesté sin percatarme de su gesto– traigo el permiso de la Dirección de Turismo para trabajar. –¡Ah sí!, me lo dijo Evans pero yo no lo entendí. Pensé que sería una broma. Me pareció raro que mandasen “una pintora”, la verdad que la casa no necesita pintura. Además, pensé que en todo caso mandarían “un pintor”.

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Mis padres que escuchaban sin hablar, no pudieron contener la risa: la verdad que era cómico, el hombre estaba asombrado… pero yo más bien supuse que me estaba gastando una broma, o quizás Lázaro se la había hecho a él haciéndole creer que de verdad iba a pintar su casa. Esa misma tarde me llevó a recorrer la Reserva para indicarme los lugares más interesantes de la misma. Era divertido andar con él, siempre tenía salidas risueñas y chispeantes. Fue para mí una forma diferente de encontrar la paz, de amar ese mensaje que encierra la madera hecha piedra, las rocas volcánicas, la sílice, el hierro y tantos minerales que reposan en ese páramo idílico, donde uno puede asombrarse a cada instante ante la majestuosidad de lo inhóspito. Allí encontré la luz, la luz guía de mi camino por las sendas del arte y la naturaleza en todas sus formas. Un día que llegaba de mi paseo matinal, encontré a Carlos Alberto preparando el mate, y me dijo risueño: –Siempre tan madrugadora usted. –Es el mejor momento del día –le contesté. –¡Cómo se nota que es soltera! –Enseguida cambió la expresión de su rostro por una sonrisa pícara –cuando se case, no va a querer madrugar tanto… Me quedé mirándolo, luego comprendí la doble intención del comentario y le sonreí mientras sentía que me estaba ruborizando. No era un hombre feo; rubio, de ojos celestes y carácter simpático por demás. Pero era intocable para mí: estaba casado. No existía el hombre, ni la cordillera andina ni el desierto. El aroma del mar lo inundaba todo y el clima templado daba vida a un denso bosque de palmeras y coníferas. Eran árboles altos, esbeltos, verdes y puros, acariciados por el viento. Rodeados de helechos y de flores (las Ihana Cott - 136


primeras flores que surgían sobre la tierra), y ¡cuántos ríos cantando entre sus troncos, cuántos animales jugueteando en las praderas! grandes saurios, cocodrilos, tortugas y tiburones representando la vida junto a los bosques. El aire cargado de humedad que venía desde el mar descargaba lluvias o producía neblinas ideales para que se desarrollasen los vegetales. Y esos seres extinguidos vagando entre la niebla… la exaltación de la vida, de la belleza… El silencio me volvió a la realidad. El silencio tan grande que podía hacerme daño. No, no había viento susurrante entre las hojas, ni agua cantando… Abrí los ojos y me lastimó el sol, el cielo azul, el arco iris de los Cerros Colorados, tan increíblemente desnudos y bellos. Esa era la realidad del año 1983, y yo estaba allí, representante de la especie humana que tan poco tiempo lleva sobre la tierra y tanto destrozo ha hecho. Y un extraño deseo me oprimió el corazón. El deseo de retroceder en el tiempo, de ser un representante de otra especie viviendo 70 millones de años atrás. Era imposible, pero lo deseé. Esa era mi tierra y lo era desde siempre, desde antes de nacer yo, mi especie y quizás gran parte del resto del mundo. Subí por las laderas resquebrajadas de los Cerros Colorados y desde arriba dejé que mi vista se perdiera en la lejanía, desde ese lugar no podía ver troncos, sólo la inmensidad desierta y la plenitud del sol y sus reflejos luminosos. Y sentí satisfacción y orgullo ante esas pequeñas cosas que poco a poco fui logrando; con paciencia, voluntad, sacrificio y mucho, muchísimo amor.

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5 Salí aturdida del auto, no podía distinguir la realidad de la fantasía; pero la realidad estaba ahí, ante mis ojos doloridos. El auto dado vuelta, las cubiertas girando, el vidrio roto, el aceite volcándose entre los abrigos, las cosas desparramadas, mis padres asustados y quizás golpeados… Luego recordé el instante fatal: la curva traicionera, el ripio peligroso y mi impotencia para evitar la pérdida de control del vehículo, luego el miedo y el mundo que se me daba vuelta. Ayudé a mis padres a salir del interior, no tenían heridas visibles, pero mamá se había golpeado la cabeza y papá se quejaba de un dolor en el hombro, ambos estaban blancos y sin poder hablar. Yo miré el auto y me puse a llorar, incapaz de poder hacer algo. El sol estaba bajando lentamente en el horizonte y la gran vastedad de la meseta traía el lamento del viento incansable y la soledad, la terrible soledad amenazadora… Comencé a retirar todas las cosas del interior del coche y las fui apilando al costado del camino. Y esperamos, sólo podíamos esperar… Dos vehículos se acercaron y nos reconocieron (en el cercano pueblito ya era conocida por los recientes trabajos en la reserva). Uno de los autos retornó a la ruta 3 para solicitar el auxilio, el otro llevó a papá al hospital del pueblo. Mamá y yo, quedamos en el camino para cuidar las cosas, a la espera del auxilio. Se hizo noche y en medio del frío, la soledad y el viento, debí sacar fuerzas para reanimar a mi madre que estaba a punto de sufrir un ataque de nervios. Cuando sentí que no podíamos soportar más la tensión de la situación, vi una luz acercándose por el camino: era el Ihana Cott - 138


auxilio. Al rato llegó una camioneta, el señor que venía al volante se presentó como el hermano de Lázaro Evans, a quien habían logrado localizar en el pueblo; se ofreció para llevar todas nuestras cosas a la reserva, a nosotros al hospital, y el auto al taller. En lo alto del cielo patagónico, brillaba con todo su esplendor la luna llena. Pronto, la medianoche anunciaría el nacimiento de un nuevo año. El sueño se repitió las tres noches que pasé en el hospital. La tarde era clara y el sol rielaba la espuma del rompiente cuando las olas se destrozaban contra el conjunto de puntiagudas y carmíneas rocas. Una suave brisa me acariciaba el rostro cuando el auto que manejaba se precipitó al mar. Me vi acostada sobre las rocas, con el cuerpo desnudo que se estremecía de placer al sentir las caricias del hombre que yacía a mi lado, y que tenía el pelo y los ojos de Lázaro. Luego un grito espeluznante escapaba de mi boca y resonó en la inmensidad de cielo y mar. Entre la espuma irisada por el sol, flotaban dos cuerpos sin vida… Despertaba con un sudor frío empapando mi cuerpo. Quedaba inmóvil durante unos minutos, con el corazón latiendo de prisa y con el miedo de no poder distinguir sueño de realidad. Poco a poco reconocía la dureza del banco verde de la sala de espera, la débil luz que entraba por la ventana, el típico aroma de hospital, mi ropa desordenada y mis cabellos revueltos y sucios. Un silencio de soledad me envolvía, entonces apretaba los ojos para no llorar; amaba a Lázaro Evans, amaba a mis padres, amaba ese pueblo lejano y amaba mi hogar: a 1.500 kilómetros de distancia.

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Al otro día, con el auto emparchado y mi padre vendado (se había quebrado la clavícula), abandonábamos el pueblo. En el alma pura de Lázaro quedaba un beso de adiós. Durante el largo camino de regreso a mi pueblo, comencé a pensar seriamente en escribir un libro sobre las experiencias vividas y la vida de varias especies con las que había tenido la fortuna de convivir aquellas hermosas temporadas de felicidad y de amor. Dediqué el resto del verano en poner en orden mis apuntes y elaborar el bosquejo del libro. Y al poco tiempo de arribar a mi ciudad recibí una carta que me conmovió:

“Sta. Selma Ponti: Espero que el viaje de regreso se haya desarrollado normalmente y su padre se encuentre en franca mejoría del problema en la clavícula. Nosotros aquí, extrañándolos. Le informo para su tranquilidad que ya he cumplido con su encargo de entregar los cuadros a los señores guardafaunas de las reservas, quienes quedan profundamente agradecidos. También le informo que los otros cuadros por usted donados los he visto en el despacho de nuestro director. Sólo me resta desearle que el trabajo aquí realizado redunde en beneficio del país y de nuestra fauna que tanto usted como yo, queremos defender. Y rogarle que vuelva pronto, siempre la estaremos esperando. Un fuerte abrazo. LÁZARO EVANS” Terminé de leer con los ojos empañados, la imagen de ese hombre simple y salvaje había invadido todos los Ihana Cott - 140


rincones de mi ser. Una vez más debí repetir que era imposible unir mi vida a la de él, pero el recuerdo de sus palabras, de aquella soleada tarde en medio del valle cubierto de pastos donde me encontraba pintando y que yo había llamado “Valle escondido”, me estremecía de dolor: –Usted sabe que la amo, ¿verdad?, pero también ambos sabemos que es imposible. –No… no diga nada –continuó, cerrando mis labios con sus manos cuando intenté contestar– un abismo de distancia nos separa. Soy un hombre simple pero sé mantener mis sentimientos a resguardo si tengo la certeza que algo no puede ni debe ser. Usted es una dulce y excepcional mujer, que merece un hombre igual, con su cultura, de su edad… No siguió, yo quedé en silencio sin saber qué contestar. Mirándolo, sabiendo cuánto lo amaba y deseaba que me abrazara. Pero él tenía razón, lo había dicho todo y también era su decisión. Apenas pude articular un “gracias” susurrante y sin más me arrojé a sus brazos permitiendo que acariciara mis cabellos. Fue un momento nada más, luego lo vi partir para dejarme trabajar. La escena endulzó mi recuerdo y tuve que repetirme en silencio: “debo olvidarlo, Lázaro nunca será el hombre de mis sueños, pero nadie puede impedirme que sueñe”. Y no pude evitarlo durante todo el verano, mis sueños estaban plagados de fantasías que lo tenían como protagonista. Cada amanecer, despertaba cansada por la lucha contra el sueño, vacía y derrotada de tanto amor. Con la llegada del otoño la crisis pasó y entonces sí… me sentí verdaderamente libre y dueña de seguir buscando la felicidad por otro camino.

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Una felicidad que duró todo el tiempo que dediqué a investigar y a escribir mi libro. Fue esa la etapa más dichosa de mi vida, una etapa de paz y de armonía interior. Escribir y aprender mientras investigaba sobre los amados animales del sur, me producía una íntima sensación de gozo inigualable, y me hacía sentir útil y realizada. Era un gran desafío que ponía en funcionamiento toda mi capacidad creativa. El placer de buscar y encontrar, el sabor de vivir y trabajar por una meta; y tener la plena seguridad de alcanzarla. De la nada obtenerlo todo, como una cadena a la cual se le van agregando eslabones, porque el hallazgo de un dato abría las puertas a una nueva búsqueda y era algo de nunca acabar, como si el proceso se realimentara a sí mismo, hasta comprometernos plenamente con él, ya sin posibilidad de parar y con la obligación de encontrar siempre más y más. Mi central de inteligencia era la biblioteca del Museo de Ciencias Naturales y el Museo mismo donde pasaba horas repasando cada una de las especies del sur taxidermisadas en sus estantes. El característico olor de los inmensos salones, el suave aroma de los libros que tocaban mis manos, habrían impregnado mis sentidos porque aún podía seguir oliéndolo en la distancia y en el tiempo, como si ese aroma estuviese almacenado en mis recuerdos. –¡Otra vez te vas! –protestaba mamá cuando después de la cena me veía partir. –Quiero terminar el libro –le decía– es preciso que lo haga pronto para poder dedicarme más tiempo al piano y a la composición. Destinaba muy poco tiempo al dormir, el taller de pintura se había transformado en escritorio; me gustaba el

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lugar porque era un ambiente acogedor y apacible donde nadie me molestaba y podía gozar con la visión de los cuadros y las muchas plantas que adornaban la sala. Era “mi refugio de paz”. A la madrugada solía poner el despertador para hacer los deberes de contrapunto en la cama y por la mañana practicaba en el piano. A media tarde atendía algunos alumnos y llegaba tan cansada a la hora de acostarme que durante ese año olvidé por completo mis problemas sexuales. El tiempo, era demasiado importante para ocuparlo en pavadas… Leí una y otra vez la nota que acababa de recibir, no podía creerlo; había terminado mi libro, él lo había leído y me había dado algunos consejos en cuanto a la forma de tratar los nombres científicos, parecía estar de acuerdo con el trabajo. Todos los científicos especialistas que había visitado con el fin de pedir la autorización para usar sus trabajos de campo me habían tratado bien y ninguno me la negó. Incluso, con varios, mantuvimos en el futuro una relación de amistad y de respeto mutuo. Pero él… el hombre que más admiraba por su abnegada dedicación para estudiar bajo condiciones adversas a gran parte de los animales del sur cuando no existían las más mínimas comodidades, se negaba a extendérmela. Sentí que un fuego de dolor y de bronca subía hasta mi cabeza. Volví a leer una vez más: “Estimada señorita: Su libro proyectado no debería ocuparse de la descripción de los animales que cita, sobre la base de referencias bibliográficas de diversos autores, apuntando datos biológicos, ecológicos o de comportamiento,

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temas muy específicos y muchos de ellos cuestionables por la carencia de estudios profundos, serios y continuados. Insista, su veta de trabajo está en el aspecto estético. Ud. debe describir los lugares visitados, las aves o mamíferos observados, etc, con sus propias palabras e impresiones. Es muy probable, que de no proceder así, en el futuro se verá en grandes problemas, tanto con los autores que cita como con el público en general. Por las mismas razones, no le puedo dar ninguna autorización por escrito. Le saludo atentamente. PROF. RAÚL RIESLIK” Después de esta nota repasé cuidadosamente mi trabajo, lo perfeccioné y traté de que no hubiese un solo error que me pudiesen imputar. Estaba decidida a buscar editor y a luchar por mis convicciones. Había llegado a una única conclusión: mi condición de artista y de mujer me colocaba en inferioridad para incursionar en un terreno dominado por los hombres y donde el artista era mal visto porque desde el punto de vista del científico nunca podría presentar la verdad desnuda, desenvuelta de todo atisbo de fantasía. Pero yo había decidido unir arte y naturaleza, y nada ni nadie lograría torcer el rumbo de mi decisión. Algo que desde entonces, y por el resto de mi vida lo seguí haciendo. Aunque siempre estuve dispuesta a escuchar opiniones autorizadas y si analizando el tema lograban convencerme, entonces las aceptaba y modificaba lo que era modificable según mis propias convicciones.

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Después de muchos años, vinieron muchos más escritores que defendían la naturaleza, y sin saberlo fui la pionera en lo que más adelante se llamó ECOPOESÍA. Esa opinión, era importante, pero no podía permitir que se malograse todo mi esfuerzo y mis convicciones al respecto. Así que seguí adelante con el proyecto.

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6 Al poco tiempo me di cuenta que no sería fácil conseguir la edición del libro, después de muchas peregrinaciones sin éxito, por varias editoriales e instituciones relacionadas con el mar o con la cultura. Todas las explicaciones de rechazo se resumían en el mismo argumento: “razones presupuestarias”, “problemas económicos”, “imposibilidad de asumir nuevos compromisos”, “alto costo”, “acumulación de obras esperando turno para editarse”, etc. A pesar de la desazón lógica, sentí cierto consuelo porque nadie lo rechazaba por falta de interés. Al contrario, la mayoría coincidía en alabar el acierto del enfoque y me auguraban éxitos y buenos deseos, además de alentarme a buscar el camino posible sin bajar los brazos. Un día recibí una nota que me llenó de felicidad: “Sta. Selma Ponti “De nuestra mayor consideración: Respondiendo a su atenta donde nos ofrece su obra, informamos a Ud. que estamos interesados en ver la misma, a tal efecto nos podrá hacer llegar una copia para efectuar una revisión y ver si podemos editarla. Sin otro particular, y a la espera de su envío, le saludamos muy atentamente, quedando a vuestras gratas órdenes”. EDITORIAL PETREL

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Ansiosa y esperanzada acudí a la cita. –Julio Borgna te espera –me informó Julieta, una de las chicas recepcionistas con las que había hecho amistad y que me apoyaban mucho. Pasé al interior de su despacho, bastante desordenado, con papeles, carpetas, fotos y libros por todos los rincones. Observé sobre el escritorio mi carpeta amarilla. Un joven de ojos claros y aspecto tímido me recibió. –Soy Julio Borgna, mucho gusto –su mano tomó casi con miedo la mía… Le devolví una sonrisa y esperé su comentario. Ambos nos sentamos, yo estaba bastante nerviosa y mis manos jugueteaban con la correa de la cartera. –Bueno… –comenzó algo titubeante –hemos leído los originales y nos parece una obra muy interesante. Podríamos editarla… pero hay partes que deben ser reducidas, la cantidad de fotos y la posibilidad de hacerlas en colores, las poesías… –¿Las poesías?... –pregunté un poco confundida– para la armonía del libro son muy necesarias, no quiero que sea uno de los tantos libros de divulgación que se limitan a descargar datos fríos sin ningún toque de belleza. Son poesías ecológicas, y con ello deseo dejar un mensaje de cuidado a la naturaleza, además del conocimiento de las especies. Es decir… la idea es hacer un libro distinto a todos. –Lo que ocurre, –trató de ser convincente– es que nuestra editorial no incursiona por el campo poético y no nos sentimos capacitados para juzgar sus poesías. Es nuestra obligación cuidar todos los aspectos de las obras que editamos y no podemos apartarnos de nuestra línea. –Comprendo –dije– pero mi libro no es un libro de poesías, las poesías forman parte del todo, como una forma

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de introducir al lector en el mensaje ecológico que quiero sembrar en su espíritu. –Bueno… quizás sea así, pero nosotros no podemos incluirlas. De todos modos, estamos dispuestos a editarlo. –¿Con poesías? –Sin poesías. –Tendría que pensarlo –dije desalentada, ya que creía imposible poder sacarlas sin alterar el sentido de la obra. –Podría hablar con nuestro asesor, él es quien evalúa los originales y sería mejor que discutiera el problema directamente con él. –Muy bien –dije. –Las chicas le conseguirán una entrevista –dijo extendiéndome su mano, sentí un leve cosquilleo al tocarla– Quedo a sus órdenes. –¿Quién es? –le pregunté a Julieta, me sonaba el nombre. –Juan Lacoste Seré, el yerno del candidato presidencial, hijo del que fue ministro de educación de la Nación. –¿Fue él quien leyó mi libro? –Así es, es el que decide lo que se publica y lo que no. Te aseguro que te irá bien, es una persona muy agradable. Tenía las oficinas en un lujoso edificio de un coqueto Barrio de la Capital. En la chapa decía “abogado”. Una chica muy mona me hizo pasar, tres hombres de impecable traje esperaban conversando animadamente. Me sentí un poco incómoda en ese ambiente, noté que me temblaban las manos. Había repasado lo que tenía que decirle pero temía olvidarme en el momento de estar frente a él. Las entrevistas

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me provocaban náuseas pero no quedaba más remedio, en el mundo que me había metido eran absolutamente necesarias, si uno quería lograr algo. –Señorita Ponti –dijo la linda secretaria mirándome– puede pasar. El hombre tenía aspecto simpático, sus ojos celestes escudriñaron mi figura, pareció sorprenderse. Quizás habría esperado encontrarse con una mujer grande, y la que entraba era una chica que no pasaba los 25 años. –Mucho gusto en conocerla –dijo sonriendo. Su mano apretó la mía con fuerza y yo me apresuré a retirarla. Me indicó la silla frente a su largo escritorio y él dio la vuelta y se instaló en un enorme sillón giratorio. –Me gustó su libro –dijo sinceramente– es un tema interesante y bien tratado. –¿Se adapta para ser publicado por esta editorial? –Sí, perfectamente; no sé si le habrán dicho que tendrá que salir con menos fotos y en blanco y negro. –Así es, y también me dijeron que tengo que sacar las poesías. –Son demasiadas… –Podría reducir la cantidad, quizás dejar las de apertura para cada capítulo solamente. No puedo dejar al libro sin poesías porque llenan una necesidad muy importante para redondear el sentido global y final de la obra; no sé si se habrá dado cuenta… –Claro… –me interrumpió– el problema es que no podemos asegurar que nuestros lectores lo comprendan. –Seguro que lo comprenderán, la ecología es una ciencia del futuro y la poesía tiene mucho que ver en ello… – le dije convencida de eso. –¿Y las fotos? –preguntó.

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–Sacaré algunas, pero habría que dejar algo en colores, especialmente los cuadros… –Es imposible, los costos son muy altos. –Comprenderá que yo no puedo publicar un libro que no responda a mis ideas, tiene que ser lo más perfecto posible. “Otra vez mi manía de que todo tiene que ser perfecto” –pensé. –Pero si usted quiere realmente editarlo hay que ceder algo. –Por supuesto que quiero editarlo. –Entonces tiene que adaptarse a las condiciones económicas de estos momentos. Editar, resulta hoy en día, un gran esfuerzo y la inversión rara vez se recupera. –Lo que puede hacer –continuó– es conseguir algunas firmas de su pueblo que financien las fotos en colores. De esa forma se abaratan los costos y el libro será más vendible. –Lo veo difícil. –Inténtelo –hizo una pausa y agregó– haremos el libro, pero trate de limitar el número de poesías y consiga financiamiento para las fotos. –Está bien –le dije levantándome– le agradezco mucho su tiempo y dedicación. –Fue un gusto para mí. El libro me agradó. –Gracias y hasta siempre. –Cualquier cosa, ya sabe dónde encontrarme –dijo, apretándome la mano con mayor fuerza que cuando me saludó al llegar. Recién cuando salí a la calle me di cuenta que había logrado la edición del libro, aunque me llevó un tiempo conseguir empresas del pueblo que quisieran colaborar con mi obra.

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Con el tiempo supe que el mensaje había llegado y el libro fue muy bien recibido, especialmente en el sur del país, donde fue usado como material didáctico e incluso para guía de turistas extranjeros. En cuanto a la poesía ecológica… muchos años después se comenzó a difundir por todo el planeta.

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7 En los últimos días de ese año di el primer concierto de piano en una audición organizada por mi profesora Adelina Camano. Hacía calor y durante las horas previas viví un verdadero martirio. Temía olvidar algunos fragmentos de las obras y pensaba que no soportaría algo así. Repasé por milésima vez y todo estaba perfecto, no tenía que preocuparme; sin embargo la nerviosidad crecía a cada instante con el correr de las agujas del reloj. Un silencio de expectativa se instaló en la sala cuando me senté frente al piano. Miré las teclas y traté de pensar sólo en eso: amaba la música, oh sí, ¡Cuánto la amaba!, debía gozar con ella para que todos gozaran. Los aplausos me volvieron a la realidad, había terminado el concierto superando todos los obstáculos y a mi profesora se la veía feliz. Tenía el vestido pegado al cuerpo y sentía el rostro empapado de transpiración. Mis manos parecían haber transitado por un palo enjabonado. Me pregunté: “¿cómo pude haber tocado bien?” Y recordé aquel día cuando le anuncié a mi amiga Rosa Pilquill: “quiero ser concertista de piano”. No –pensé– no he nacido para eso, si voy a tener que sufrir tanto cada vez que suba a un escenario, no vale la pena… yo tengo que ser feliz y así no lo soy. Pensé en Rosa. Ella había dicho aquella lejana vez: “quizás, yo también”. ¿Y dónde estaba ahora?; en un banco, hacía tiempo había abandonado su carrera musical. Exactamente desde el día que terminó la secundaria y decidió irse a vivir a la gran ciudad, se casó y fue feliz. Ihana Cott - 152


Con el final del verano, salió mi primer libro: allí estaban las mejores poesías de mi adolescencia. Lurdes Morales, la que había sido mi profesora de geografía durante la secundaria, me recibió en esa oportunidad, como directora de la escuela, para hacer la presentación del libro. “Es un gran honor para nosotros recibir a una ex alumna de este establecimiento que regresa a nuestro pueblo con su primer libro de poesías. Y es un honor para el pueblo, que uno más de sus hijos se destaque haciendo cosas fuera de nuestras fronteras; pero mucho más importante aún, es saber que ella nunca abandonó el pueblo al que tanto ama. Y como sabemos de su talento y de su capacidad de trabajo, la alentamos a continuar por ese hermoso camino del arte que ella misma ha elegido…” Las cálidas palabras de la profesora Lurdes Morales se desdibujaban en el pasado. Y en un rincón de mi memoria comenzó a tomar cuerpo una imagen masculina que poco a poco cubrió todos los espacios del recuerdo. Caminé ansiosa y feliz la cuadra que me separaba de su casa, doblé la esquina y me enfrenté a las paredes descoloridas de la humilde casita. Un poco temerosa, toqué el timbre y esperé. La señora viejecita se quedó muda al verme; luego sonrió y me abrazó contenta. –¿Qué haces aquí?, ¡tanto tiempo! –Vine a visitarla –expliqué– quería verlos, saber cómo están… además –le dije cuando nos instalamos en la cocina– les traigo mi libro.

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–¡Oh qué alegría! –Exclamó realmente conmovida– y está dedicado… ¡gracias nena! –agregó y me besó efusivamente. Conversamos un rato y de repente… se abrió la puerta de calle y Camilo Baraona apareció en la cocina. Sorprendido, se quedó mirándome. Nuestros ojos se encontraron largo rato. –¿Te acuerdas de ella? –le dijo la madre entre divertida y preocupada al observar la expresión pétrea de su hijo. –Sí… sí… ¡Cómo no la voy a recordar! –exclamó al fin, después de cierto titubeo que puso en evidencia el descontrol que lo había invadido al verme después de tantos años. –Mira… nos trajo su libro –dijo su madre mostrándole el ejemplar. –Ah… qué bien –no sabía qué decir, se lo veía incómodo, inquieto y con deseos de huir. Su bello rostro tenía una extraña palidez. Hablamos algunas cosas intrascendentes y luego él dijo: –Tengo que ir a bañarme porque me esperan. Perdona… te agradezco el libro, gracias. Casi con lágrimas en los ojos, salió precipitadamente de la cocina. Era un hombre de 30 años y reaccionaba como un niño. Su madre siguió hablando pero yo ya no la escuchaba. El me amaba y yo… ¡oh, yo también! pero… ¿por qué escapaba de mí como de una maldición?. Alguna vez lo imaginé: no podía enfrentarse a mi mundo y caminar junto a mí, poco a poco comenzó a odiarme, quizás, por elegir un camino tan distinto al suyo. Nunca logró darse cuenta que mi amor lo esperaba palpitante de pasión al costado del sendero, para iniciar una nueva vida donde habría un lugar

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para los dos. Con su actitud, me estaba condenando al destino de vivir y de morir en soledad y sin conocer las delicias de un amor verdadero y la felicidad inigualable de ser madre. Algo pasaba conmigo, atraía a los hombres pero no se animaban a dar el gran paso. Aquella mañana de invierno en la ciudad, andaba cerca de la casa de Juano Hoffman y decidí pasar para dejarle un libro. La puerta del edificio estaba abierta, entré sin anunciarme y subí por las escaleras los 4 pisos, siempre tuve fobia a los ascensores. Llegué un poco agitada, tomé un poco de aire y toqué el timbre de la puerta “A”. Esta se abrió y el señor Hoffman se quedó gratamente sorprendido al verme. –¡Usted por aquí! –exclamó mientras me hacía entrar. –Le traigo un ejemplar de mi libro. Como andaba por acá… bueno, decidí llegarme hasta su casa. –Selma Ponti! ¡Qué mujer sorprendente! –dijo tomando el libro. Me limité a sonreír. –Gracias –dijo al leer la dedicatoria y me estampó un sonoro beso en la mejilla. Pregunté por su esposa. –Salió –me dijo– quítese el abrigo que le serviré algo – una extraña expresión se dibujó en su rostro. –No… no…–me disculpé– no puedo quedarme ahora, tengo que hacer varios trámites. “No quise mencionar que mi padre me esperaba abajo, en el auto”. –¿Qué tal el Acay? –No viajamos, fue un otoño malo en lluvias, preferí postergar ese viaje para la primavera.

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–Hace bien, el clima de la Puna es más estable durante esa época. Estaba parado muy cerca de mí. –¡No se cansa nunca usted!–exclamó casi tocándome. –Es mi trabajo, me agrada –expliqué sin moverme. –También es necesario hacerse tiempo para otras cosas –expresó y su mirada me desnudó. –Lo tendré en cuenta –dije al descuido– será mejor que me vaya o se me hará tarde. –Eres una chica admirable, romántica, andariega, con empuje y entusiasmo –mientras esto decía tuteándome de repente, me estrechó en un abrazo. –Gracias –dije sintiéndome incómoda y lentamente me separé, besé su mejilla y caminé hasta la puerta. –Adiós –dijo besándome nuevamente –saludo a los papis. Bajé corriendo las escaleras y cuando llegué a la calle me puse a llorar. –Ella no se casará –le había dicho una vez a mi padre cuando lo visitamos después del famoso viaje al Acay. –Eso temo, trabaja tanto… –le contestó mi padre. –Lo que pasa que está casada con todos los hombres que leen sus libros, es la novia de todos; si se casara, perdería ese dulce encanto. Si eso creen los hombres… ¡al diablo con ellos! –pensé con tristeza. ¿Y alguien piensa en lo que yo quiero? Soy mujer, necesito amar y ser amada intensamente. No quiero vivir en un estado de permanente pureza, ya es hora de amar, mi cuerpo cada día expresaba con mayor fuerza esa necesidad.

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8 Temprano partimos del pueblito de la quebrada, abrigaba dudas sobre la posibilidad de llegar hasta Iruya, pero debíamos intentar por lo menos arribar hasta El Cóndor para lograr el objetivo principal, el de los 4.000 metros, por entonces yo coleccionaba pasos de altura para vehículos. Mis padres iban un poco engañados sobre el destino final, lo había considerado necesario para evitarles una preocupación mayor. Varias veces comprobé la eficacia de este método con ellos, de lo contrario corría el riesgo de que abandonaran el intento antes de comenzar. Por supuesto, después debería enfrentarme con sus rezongos, pero en definitiva llegaban al final con alegría. Es que ellos nunca se preocuparon por el estudio de los mapas, esa tarea me estaba reservada en exclusiva. Mamá se limitaba a hacernos compañía, a atender los detalles de la comida y la ropa, y papá al manejo y el cuidado del auto (a veces contaba con mi ayuda para manejar). Hicimos una primera parada en la escuelita de Chaupe Rodeo donde entregué uno de mis libros. El director charló un rato con nosotros y fue muy importante porque sus palabras, al describir el camino y el paisaje que nos esperaba, resultaron un gran aliciente para la alicaída moral de mis padres, ya un poco inquietos ante el panorama que se iba presentando, de absoluta soledad. El tiempo se presentaba bueno, si bien con algunas nubes. Debimos cruzar varias veces un mismo río en un zigzagueo enloquecedor por el lecho pedregoso. Era el destino que me conducía como respondiendo a un llamado, hacia los destellos milagrosos de la claridad final. El camino de los sueños - 157


El camino baja y sube constantemente, sigue las delirantes curvas de las laderas. En esos lugares ya no sopla el viento, el sol calienta y el silencio es un silencio de bendiciones. Frente a la blanca capilla construida por los franciscanos, quedamos exhaustos mientras observábamos ese paisaje de soledad y silencio, paz y misterio. El pequeño río dando vida al valle verde y amarillo cubierto de sembradíos; las imponentes laderas montañosas vestidas de colores y el pequeño pueblo de callejas empedradas, angostitas y de agudas pendientes que el sol bendecía con ternura. Me pareció que montañas, cielo, río y pueblo formaban parte de la misma creación, sentí que sus casas y sus calles no desentonaban con el entorno natural, eran una misma cosa cantando al reinado de la armonía, esa armonía que nunca debiéramos olvidar al hacer nuestras construcciones. Aspecto que nuestros antepasados, tenían muy en cuenta. En esos pensamientos me encontraba cuando observé un policía que se acercaba a nosotros. Con esa simpleza propia de la gente de los cerros, logró entablar conversación y así nos enteramos que el jefe de todos ellos estaba esperando un vehículo que lo dejara en la quebrada desde donde tomaría un colectivo para ir a la capital de la provincia a visitar a sus parientes. Le ofrecimos un lugar en nuestro auto. –Voy a comunicarle la buena nueva, se pondrá contento –dijo el policía y partió hacia el destacamento cercano en cuyo frente flameaba la bandera. Al rato apareció con el jefe y otro policía. Aquel se presentó como Javier Sánchez.

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–Les agradezco el gesto que han tenido de transportarme hasta el pueblo –dijo con gran simpatía. Javier resultó ser una persona especial y con la conversación se hizo mediodía y mamá quiso ponerse a cocinar, pero Javier tuvo una mejor idea. –Deben estar cansados, vamos a la casa de pensión donde dan muy buena comida y a un precio adecuado, allí comemos nosotros. Almorzamos juntos y antes de que ellos terminaran, me dirigí al auto para completar el diario de viaje que tenía algo atrasado por la imposibilidad de poder escribir durante el traqueteo del viaje. Al rato llegó Javier, sus hermosos ojos verdes se clavaron en la pequeña libreta. –¿Qué escribes? –dijo. –Mi relato de viajes. Algún día escribiré un libro con todas mis experiencias.–le dije un poco en broma y un poco en serio. “Buena idea”– pensé. –Debe ser muy interesante –comentó y parecía sentirse bien a mi lado. Le autografié un libro de poesías y se lo regalé. –Será un placer leerlo –dijo. Javier me daba la impresión de tener una gran sensibilidad para el arte y la naturaleza. En eso llegaron mis padres y yo preparé el equipo para tomar fotografías. –Te acompaño –se ofreció Javier. –Encantada –dije, y comenzamos a ascender por la callecita de piedra hasta el punto panorámico. Cuando llegamos a la parte alta, me preparé para sacar las mejores fotos, un paisaje espectacular me sobrecogía. Subí entusiasmada a una piedra en busca de un buen

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enfoque; mientras, él se instaló atrás mío. La piedra estaba floja y en un momento perdí el equilibrio, me tambaleé y hubiese rodado por el suelo si Javier no extendía sus brazos para sostenerme. Quedamos en silencio mirándonos, tenía unos ojos cautivadores. Sin soltarme, acercó su boca a la mía para besarme, pero yo regresé de mi estado de hipnosis y retiré el rostro cuidadosamente, sonreí y le dije “gracias”. Luego volví a mi trabajo. El siguió como si nada pasara. El viaje de regreso fue entretenido porque teníamos compañía y Javier habló hasta por los codos. Parecía feliz. Yo también lo era… quizás había encontrado finalmente al hombre de mis sueños. Cuando nos despedimos prometimos no perder contacto en el futuro. Esa noche, la lluvia nos obligó a dormir en el coche frente a la estación de ómnibus. Fue para mí una noche interminable, porque el deseo de amar me carcomía. Me preguntaba por qué no me había dejado besar… cuando lograba conciliar el sueño, comenzaba a soñar con Javier, sus ojos, su boca, y me imaginaba en sus brazos, acariciada y amada intensamente. Despertaba sobresaltada y con el cuerpo afiebrado. A través de los vidrios empañados por la lluvia y el frío, la tenue luz de los farolitos coloniales de las calles eran luciérnagas en la oscura y romántica soledad de un pueblo de la puna. Hacía bastante que no tenía esas sensaciones, pero la mirada de Javier Sánchez las volvió a provocar. Durante 2 años viví pendiente de sus dulces cartas y cuando esperaba la declaración de amor, desapareció de la faz de la tierra.

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Al regresar a la provincia norteña aquella primavera, me presenté en su casa de forma imprevista. Era una tarde terriblemente calurosa. Después de dar varias vueltas por las afueras de la ciudad, ingresamos en un barrio obrero. Nos detuvimos frente a la casa nº 31 que parecía deshabitada, le hacía falta pintura y no tenía una sola flor en el jardín, lo que le daba una imagen deplorable y triste que influyó sobre mi sensibilidad estética. Si él vive aquí –me dije– me equivoqué al considerarlo el hombre de mis sueños. El hombre de mis sueños, no vive en una casa sin plantas, sin flores, sin pintar… Toqué el timbre, la puerta se abrió y una joven mujer esperó mis palabras. Sentí el corazón brincando en el pecho. –Busco al señor Javier Sánchez.–dije. Se quedó muda, mirándome… –¿Está, puedo verlo? –seguí. –¿De parte de quién? –dijo al fin. –De la familia Ponti, somos amigos de un viaje que hicimos hace 2 años. Sin abrir del todo la puerta, llamó: “¡Javier, te buscan!” –¿Quién? –escuché que preguntó él. –La familia Ponti, dicen que te conocen de hace 2 años.–le contestó la mujer. Apareció en la puerta. Sufrí un verdadero impacto al verlo, mis sueños se deshicieron como por arte de magia. De pantalones cortos, noté que había engordado mucho; no era la misma persona que había conocido en el pueblito de montaña dos años atrás. –¿Cómo está? –ya no me tuteaba. –Bien… andamos de viaje y quisimos pasar a saludarlo, mis padres están en el auto –señalé el vehículo estacionado.

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Quedé en silencio, no sabía qué decir, había sido un error, dos años de errores, él ya no existía para mí y sólo deseaba huir de ese ambiente depresivo. –Será mejor que sigamos viaje… adiós. –le dije y le extendí mi mano. La apretó un instante, luego le di la espalda y corrí hasta el auto. Mis padres me esperaban en silencio, siempre supieron que los sueños me estaban destruyendo, pero no podían hacer nada por evitarlo. Yo era una persona adulta y libre, y mi mundo interior era demasiado complicado para que pudiesen acceder a él.

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9 Después del inolvidable ascenso al nevado del Acay, nos encontramos con un neumático averiado que no pudo arreglarse. Con un solo auxilio resultaría muy arriesgado hacer casi doscientos setenta kilómetros por esos pedregosos caminos del altiplano. Y es aquí donde debo agradecer nuevamente al destino haber conocido al comisario Nelson Villegas, cuya gran predisposición nos facilitó el auxilio correspondiente a su auto y un bidón para que lleváramos nafta de repuesto. Saludamos a los policías que ya se habían convertido en nuestros amigos y pasamos por la Gendarmería donde nos tomaron los datos. Al poco rato se inicia la cuesta que culmina en Abra chorrillos con sus importantes 4.500 metros. El panorama de montañas es un canto de colores donde se destaca la nívea belleza del volcán Quewar. Bajando hacia el oeste desde Chorrillos surge un valle de altura cuyo nombre tan enigmático como el aire que hay en ese paraje ha hechizado mi corazón obligándome a recordarlo en cada instante de mis días. Ese nombre es Tocomar, guarda misterio, ternura, pureza, luz… un lugar desierto cuya característica principal es el frío, el viento, el sol, y el silencio. Un lugar que atemoriza pero también atrapa y uno desea estar allí como desea estar en el paraíso. La verde amarillenta inmensidad que en partes se transforma en arenal de rosados colores dominado por el Quewar conoce la bendición de un riacho salino que pinta todo lo que toca de aguas puras y frescas.

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Sus aguas son un trozo de hielo e invitan a beber. Este río se introduce en una quebradita por la que corre poco viento y el sol entibia. Como resultaron tantas las sorpresas encontradas en ese trayecto del viaje, las horas habían pasado sin darnos cuenta y las circunstancia indicaban que no sería conveniente continuar; no nos alcanzaría el día para regresar y algo mucho más importante; mamá parecía sufrir, los efectos del apunamiento. Desde ese día fueron varios los que pasó en un estado de desgano e inapetencia. Como era ya mediodía y el silencio supremo, la paz una invitación al reposo del alma, ante esos suaves colores que no agreden, que apaciguan y relajan… decidí quedarme para gozar un poco más de la libertad de lo salvaje aunque aquello mucho se parece a un desierto. Y fue allí donde tuvimos un almuerzo feliz, junto a las aguas azules que tentaron a mi padre a darse un magnífico aunque helado baño y a mi ser sensible a escribir versos. Llevábamos ya 34 días de viaje y el cansancio se reflejaba en el rostro de mis padres que parecían implorar por el regreso. Sí –pensé– ya es hora, no puedo quejarme, ha sido un viaje fructífero en varios aspectos. Había logrado casi todos los objetivos, si bien pasando muchas dificultades y viviendo peligrosas aventuras, pero era un regreso feliz, después de haber recorrido de punta a punta el norte de mi país, de descubrir paisajes, recoger datos, fotografías, bocetos y hasta con la venta de mi primer libro me había ido bien, logrando vender una buena cantidad en las distintas ciudades y pueblos que pasé. Además de las donaciones para las bibliotecas y algunas escuelas más

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alejadas. Me sentía verdaderamente satisfecha de la misión cumplida. Pero mis padres no anduvieron nada bien en el viaje de regreso. Mamá sufría los efectos del apunamiento tardío, pues habíamos bajado de las grandes alturas. No tenía apetito y estaba en un estado de permanente somnolencia. Mi padre, comenzó a manifestar síntomas de una fuerte gastritis y su estómago sólo toleraba leche. Cuando llegamos a casa, notamos que la familia y los amigos estaban preocupándose por nuestra tardanza. –¿Dónde estaban? –le preguntó a papá don Gregorio Lahosa, quien nos atendía el campo– ¡ya los imaginábamos integrando la lista de desaparecidos! No era un chiste, en esa época se estaba conociendo la cantidad de desaparecidos políticos que había de los años anteriores de dictadura militar. En esa época de retorno a la democracia, todos estaban muy sensibles con el tema de los “derechos humanos”. Yo sólo pensaba en el intenso trabajo que me esperaba después de un viaje tan bueno. También pensaba que gran parte de nuestros viajes se habían realizado con gobiernos militares y nunca habíamos tenido problemas como tanta gente los tuvo. Sin duda que un ángel de la guarda nos protegía. A pesar de la desesperación que por momentos me invadía ante tanta actividad y responsabilidades que yo misma me imponía, era en esas circunstancias cuando más feliz me sentía. Parecía que siempre tenía que estar corriendo de un lado al otro y tratando de hacer mil cosas al mismo tiempo para sentirme satisfecha. Cuando me quedaba algún tiempo inactiva, andaba como enloquecida buscando en qué ocuparme. El ocio me enfermaba y ese era mi mayor defecto: no sabía vivir sin hacer nada. Con el paso de los años

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ese aspecto de mi vida fue cambiando, y me encantaba encontrar momentos para distenderme sin hacer absolutamente nada. En realidad era simplemente porque al pasar los años, comprendí que ya lo había hecho casi todo y sólo me quedaba disfrutar de lo que la vida me regalara de ahí en más. Mis sueños se habían cumplido.

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10 Lo único que deseaba era descolgar los cuadros. Esa exposición me había enfermado, me sentía muy mal, con escalofríos y un terrible dolor de cabeza. Cuando abandoné el edificio, juré que nunca más volvería a exponer en ese lugar. Todo había salido mal, y no por mi culpa, porque yo nada había dejado librado al azar. Pero la mala organización conspiró contra el éxito de la muestra y de la presentación del libro. El Centro Cultural no parecía el lugar más adecuado para esa presentación. La gran sala destinada a la proyección de audiovisuales y conferencias se veía tristemente vacía cuando proyecté el audiovisual “Entre la vida y la muerte”. Y era un excelente audiovisual, no solo estaban ausentes las autoridades sino que hasta mis amigos y conocidos me habían dejado sola. Por primera vez sufría las consecuencias de una mala organización, claro que no iba a ser la última… pero con el tiempo tuve que acostumbrarme porque la improvisación parecía ser la forma de trabajar de mis compatriotas y yo, que era excesivamente exigente conmigo, también lo era con los demás, aspecto éste que me trajo no pocos problemas en el transcurrir de mi vida. Porque no todos comprendían que es un deber hacer las cosas bien, para poder progresar y contribuir a que el país progrese con el trabajo fecundo de sus habitantes. Sin embargo, podía sentirme satisfecha porque la presentación en mi pueblo fue un verdadero éxito, la venta andaba muy bien y yo seguía enriqueciéndome espiritualmente en los distintos terrenos donde iba incursionando.

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Aquel invierno, una carta de mi amigo el ornitólogo Juan Manuel Bracco, abrió en mi corazón solitario una nueva esperanza. “Te mando la dirección de un joven ornitólogo del centro del país para que le escribas, sé que se van a llevar muy bien, es una persona muy especial”. Decía en una parte de su extensa carta, pues hacía un tiempo que Juan Manuel se estaba preocupando por mi soledad y sus esfuerzos para encontrar mi felicidad eran evidentes. Así se inició una bella amistad con Leonardo Gaitán, que lentamente empezó a ocupar el lugar vacante en mis sueños de amor. En todas sus cartas había frases cálidas y prometedoras que me sumían en los sueños más dulces, y vivía pendiente del momento de vernos personalmente, me sentía en el paraíso porque al fin encontraba el camino de mi felicidad amorosa. “Me había ilusionado con verte pronto” –me decía en una de sus cartas–“pero tendré que esperar hasta enero para saber si es sueño o realidad el haberte conocido, había concentrado todas mis fuerzas y ganas en conocerte y hablar contigo”. En otra carta decía: “Quiero que sepas que te admiro y te adoro”. “Estoy feliz de que existas y de que nos hayamos conocido de una forma tan linda”. “Siento como si te conociera de toda la vida”. “Si alguna vez descubro que todo es mentira, me pondría a buscar a esa Selma que existió por unos días y no dejaría de quererte, porque nunca he dejado de quererte, ni de buscarte desde que me sentí solo por primera vez”. “Si nos viéramos pronto, te contaría lo que significas para mí, no te imaginas que yo nunca dudé de que existieras”. Y seguía así: “por favor, quiero ocupar en ti un lugar como el de tus plantitas, cuando la gente te dañe, recuérdame a mí entre tus pingüinos y otras cosas que Ihana Cott - 168


quieras, prometo ayudarte. Prometo ayudarte como tú me estás ayudando”. Pero una frase quedó grabada por siempre en mi alma porque casi resume todo lo que pasó después: “por carta eres divina, pero las personas no somos cartas”. ¡Qué verdad decía sin proponérselo! Enseguida acepté su invitación para visitarlo esa primavera, el panorama que me pintaba de los bosques cercanos a su pueblo era una tentación para mis ansias vagabundas de beber en la fuente de la naturaleza. No perdería tan bella oportunidad. Pero varias circunstancias se complotaron para postergar el viaje anhelado y ambos nos moríamos de pena en la espera obligada. Grandes lluvias se abatieron sobre gran parte de la llanura, provocando graves inundaciones con cortes de rutas y por supuesto, el clima se presentaba muy desagradable e inadecuado para salir en viaje de exploración. Mi tío Luis, hermano menor de papá enfermó mal y mi padre no quería partir sin estar seguro que la crisis había pasado, tenía que estar cerca suyo, y no podía salir de viaje con esa intranquilidad. Después de unos días mi tío mejoró algo, pero cuando estábamos con los preparativos del viaje, una triste noticia viene a llenar de congoja mi corazón: el querido profesor, Federico Blanco Camano había fallecido después de haber sido sometido a una operación de corazón. Adelina Camano estaba destrozada, él era todo para ella, vivían muy unidos y el golpe resultaba terrible para su alma sensible. Me sentí como un viajero perdido en medio del desierto; sin él mis estudios de composición quedaban truncos. No existía en el país un maestro de sus características, me sentía desamparada porque además, había perdido para siempre a uno de los seres que más quería en la vida. Pero nada podía El camino de los sueños - 169


hacer, comprendí que la vida debía continuar y que a pesar del dolor, iniciaría el viaje tan postergado. Mi prima María Delfa, nos acompañaría esa vez. Cuando llegamos al pueblo, el destino quiso que también llegase la lluvia. Tres días de lluvia, tres días de espera para poder salir. Sin embargo, la espera no fue en vano, entré en clima y averigüé todo lo que encontraría. El encuentro con Leonardo no había sido hasta entonces todo lo prometedor que soñaba, al verlo sentí una sensación de ruptura, como si algo estuviera roto dentro mío y por más empeño que ponía no lograba atraerme en nada. Mi sensualidad a flor de piel, estaba muerta ante él, y creo que él debió sentir algo parecido o se dio cuenta de mis sensaciones. Recuerdo que la primera noche, estuve descompuesta y sin poder dormir, de solo pensar que al otro día iríamos los dos a recorrer el bosque. El pensamiento de que no podría responder a sus avances –si los hubiese– me ponía en una situación desesperante. Quería escapar, pero no sabía cómo… además, pensaba en mis padres. No quería cometer ninguna estupidez que los dañara. Tuve suerte porque la mañana despuntó con lluvia y ésta continuó varios días seguidos. Respiré aliviada, la lluvia salvadora había llegado justo a tiempo para sacarme del apuro. Dejó de llover, por lo menos durante algunos días, lo suficiente para que pudiera descubrir ese mundo olvidado y maravilloso que habría de sorprenderme paso a paso. Un paisaje de verdes nos rodeó. Fue como una explosión de vida (la última lluvia le había otorgado al bosque una lozanía, una belleza especial). El griterío de las cotorras nos denunció la presencia de sus nidos en lo alto. Ihana Cott - 170


Revoloteaban de palma en palma con gran alboroto. Allí arriba poseen los nidos de increíble tamaño. En realidad son varios nidos juntos, pues ellas viven en colonias de muchos individuos. Al rato se calmaron y pude gozar de una gran paz, y sentir el crujir de las ramas bajo los pies… en los troncos caídos encontré hongos de colores, las flores silvestres, las mariposas… un penetrante aroma de corteza húmeda, el verde y la calma, me colmaron el alma y sentí esa sensación de paz y de luz que experimento cada vez que la plenitud de la vida me atrapa. –¿Podrías colocarte entre esos troncos? –Dijo de repente Leonardo– quiero sacarte una foto. –Bueno… está bien –le dije riendo– pero después tendrás que posar tú para mi cámara. –Así lo haré, tesoro… Después de las fotos, quedamos en silencio mirando el verde magnífico. Sabía que él me hablaría y esperé temblando sus palabras. Sin duda, parecía que yo le gustaba. ¿Será tan tímido? –pensé. Varias veces vi una determinación en su mirada, y luego la duda terminaba dominándolo. Y nada dijo. Aquel viaje había sido feliz y de descubrimientos para mis incursiones naturalistas, pictóricas y poéticas. Pero una vez más, el fracaso amoroso volvía a dejarme en la más cruel y desgraciada soledad. Otro sueño perdido en mi lucha por la vida, por un horizonte de amor compartido. Una vez más mi sueño de amor quedaba vacío. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que un nuevo ser real llegase a darle vida?

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11 Otra vez, rememoro en mi mente el relato de aquel lugar inolvidable del sur. –Creo que falta poco –le dije a papá cuando comenzamos a transitar una lomada de ocres tonalidades con rumbo a los cerros que no podía ver aún. Y aligeré el paso llevada por la ansiedad de ver más adelante. Añosos ñires con sus hojas entre verdes y moradas nos iban guiando hasta el final. Cuando vi que el sendero se perdía en una gran extensión rocosa, comprendí que sería el final de nuestra caminata… seguían cayendo algunas gotas, el viento era suave y el frío se toleraba muy bien en ese atardecer de otoño austral. Una serie de montañas majestuosamente blancas, cubiertas de glaciares y de rocas dominaban la escena. Por abajo, corriendo en lo profundo de una oscura quebrada cubierta de árboles, dos ríos zigzagueando por un verde valle que rodean picos nevados. Un aire helado soplaba suavemente y el sol, oculto entre bruma gris apenas si iluminaba las laderas. Había paz, soledad, silencio, el dominio de lo grandioso, de lo más puro, un poco de celestial, un poco de terreno, la armonía ideal. Después de tantos sacrificios y miedos, estábamos allí. Habíamos hecho el último kilómetro a paso de hombre. Un bosquecito de ñires ya morándose servía de lugar para camping, montañas rodeándonos y una fina agua nieve cayendo en medio de los rayos del sol. Era ya el final de la tarde cuando llegamos, 5º de temperatura y poco viento. El Ihana Cott - 172


tiempo que nos quedaba sólo alcanzó para armar la carpa, cenar y acostarse a dormir, con el deseo de que el día amaneciese con luz para poder trabajar. Amaneció frío y ventoso. Esa noche tuvimos viento permanente y el sonido que producía entre los árboles y las montañas tenía algo de enigmático; como trueno, ciclón, mar embravecido, glaciar quebrándose, río despeñándose… algo extraterreno. Esa no iba a ser la única emoción de aquel viaje inolvidable a los paisajes australes. Allí ya había estado cinco años atrás cuando comencé mi recorrida por reservas faunísticas de la provincia del sur. Entonces estuve a punto de visitar la cormoranera de la zona pero tenía que recorrer unos cuantos kilómetros a pie por la costa y el tiempo me lo impedía. Quedé con las ganas… más porque sabía que era un apostadero muy importante de esas aves tan bellas del mar. Por eso, aquel día de febrero llegué dispuesta a visitarlos sí o sí; más después del desastre que provocó en la colonia una gran creciente marina que en el año 1984 barrió con sus nidos, matando pichones y obligando a las aves adultas a emigrar a otros lugares, entre ellos, los apostaderos de Isla Roja. Gran sorpresa tuvimos cuando llegamos y nos encontramos con nuestro amigo guardafauna Lázaro Evans, el que habían trasladado desde la otra reserva donde yo lo conocí. Esa noche, después de cenar, crucé hasta su casa para charlar con él; nosotros estábamos instalados en una bonita habitación para científicos en un edificio cercano. Me había

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prometido proporcionarme los últimos datos que se habían obtenido en la investigación de los pingüinos. Entusiasmada por el tema de los dulces animalitos se me olvidó que estaba solo y que si bien habían pasado unos años, él me amaba… y yo también. Durante un rato hablamos apasionadamente de los animales de la reserva. Sus ojos grises reflejaban la felicidad que le provocaba tenerme cerca, pero también el martirio que sufría con mi presencia. –Te daré unos folletos que pueden serte útiles –dijo de pronto, y se dirigió al dormitorio. Por la puerta abierta lo vi sacar una gran caja que tenía debajo de la cama, llena de papeles y libros. Como tardaba bastante, me acerqué imprudentemente. –¿No lo encuentras? –pregunté. –Recuerdo perfectamente haberlos visto aquí –dijo sin mirarme– ¿quieres ayudarme? Sin dudarlo comencé a revolver con él. Estaba tan cerca que podía percibir su fuerte olor a tabaco. Me sentí un poco mareada, fue como si de pronto recordase que ese era el hombre que me gustaba. De repente y sin mediar palabra, él reaccionó bruscamente y me alzó tirándome sobre la cama. Parecía haber perdido el miedo, la diplomacia, el respeto, todo… sus manos recorrían mi cuerpo y yo me sentía sin fuerzas para escapar. Permanecí quieta, esperando, sintiendo en mi piel sus besos apasionados. No opuse resistencia alguna, él continuó y me besó en la boca obligándome a abrirla. Cerré los ojos y me dejé llevar, esperaba tanto ese momento sublime… luego deslizó sus manos por debajo de la ropa y me acarició toda, incluso mis genitales húmedos.

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Comencé a gemir de placer y entonces fue como si se diera cuenta de lo que estaba haciendo, y que eso lo conduciría a un camino sin retorno; entonces se apartó de golpe, me ayudó a ponerme de pie y llorando me pidió disculpas una y otra vez. –Perdona… no quise hacerlo… no debí… –No se preocupe –pude balbucear todavía temblando por el momento anterior– lo quiero… –dije dándole un beso ligero en la boca y partí, escapando envuelta en las más profundas emociones. Esa noche no dormí. Soñé con Lázaro intensamente, la luz de la luna llena entraba con su plenitud por la pequeña ventana del cuarto. Mirándola, le hablé en silencio. “Dime tú, luna de los enamorados, por qué no puedo amar como cualquier mujer en la tierra y no morir poco a poco en medio de este fuego que me consume. Por qué después de descubrirme mujer no encuentro el espacio correcto para amar. Quiero amar, necesito que me amen, pero nadie está dispuesto. ¿Es el precio que debo pagar por mis otras habilidades? Me dices que no puedo tenerlo todo. Sin embargo, lucharé para tenerlo todo”. Al otro día temprano, iniciábamos con papá la caminata hacia la cormoranera. Al mediodía regresábamos al refugio, casi seis horas de caminar por el paraíso, y yo admiré una vez más la increíble fortaleza de Antonino. Allí nos esperaba Egle sumamente inquieta y preocupada a pesar de todo lo que Lázaro le decía para tranquilizarla. Al rato nos despedíamos de nuestro amigo, quien quedaba con la soledad compartida con los animales y yo, partía con mi soledad compartida con el silencio.

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Habían pasado 3 años desde mi última estadía en el bosque petrificado. Mientras recorríamos los veintinueve kilómetros de ripio que separaban la ciudad del bosque, nos preguntábamos si Carlos Alberto Dubra se acordaría aún de nosotros. Pero él no estaba, nos recibió su hijo Juan y don Córdoba, gran amigo de la familia. Pasar la noche en el bosque fue para mí el reencuentro con un lugar que me hizo vivir sublimes emociones, emociones que revivieron en cuanto puse mis pies sobre la resquebrajada desnudez del valle lunar. Todo era tal cual, tal cual lo había visto, vivido, escrito y pintado. La emoción fue mayor porque estaba reconociendo aquello que alguna vez conocí y seguí conociendo día a día en mis poesías y pinturas. Por eso quizás lo había envuelto en un halo de irrealidad que en ese momento se desvaneció. Era real, estaba otra vez frente a esa realidad petrificada que almacenó mi memoria. A la mañana muy temprano emprendimos el regreso a la ciudad con la intención de visitar a Dubra y familia. –¿De dónde vienen? –preguntó después de la sorpresa. –Del bosque –le dije– pasamos allí la noche. Yo gozando del placer de estar sola en el museo mirando por la ventana la luna llena. –¡Pero!... qué macana no haber estado allí para acompañarla en ese momento romántico. Bueno, ahora tendrán que volver porque tenemos que comer el asado de cordero que alguna vez les prometí. Le sonreí sin decir nada, pensaba que papá estaría cansado para repetir ese camino horrible, además de algo apurado también. –¿Qué dicen? –inquirió.

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–No sé, depende de papá, yo estoy algo amargada porque no pude visitar las manos pintadas en Perito Moreno. –Pero por acá también hay manos pintadas…si se animan los llevo después de comer el asado. –¿Es muy lejos? –pregunté algo preocupada. –Más o menos, yo estuve allí hace tres años. Vamos por ruta y luego vemos si se puede entrar con la camioneta al campo, de lo contrario tendremos que hacerlo a pie. –¿Cuántos kilómetros son? –Unos doce… –¡Uy… es mucho! –Quizás menos, lo intentaremos. Ahora iremos al bosque, comemos el asado y luego la llevo. Y volvimos todos al bosque donde entre chistes y anécdotas se pasaron las horas. –¿Y su gorrito amarillo? –me pregunta Carlos Alberto. –¿Qué gorrito? –le dije. –El que traía la otra vez –contestó socarronamente. –Ah, el gorrito!... ¡Qué memoria tiene usted! –le dije divertida– me lo llevó el viento en la reserva de pingüinos. Y le conté cómo me lo había arrebatado el viento infernal cuando venía caminando desde el apostadero de cormoranes. –¿Aún soltera usted? –el cambio repentino de la conversación me tomó un poco de sorpresa. Sonreí sin decir nada. El continuó, mirando a mis padres con picardía. –Una chica tan linda… ¡no existe el hombre que la merezca! O quizás usted es muy exigente. –Es el destino –dijo papá. El viento había desatado todos sus duendes esa tarde soleada de marzo, porque los vehículos se bamboleaban de un lado al otro de la carretera.

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En una hora de viaje llegamos a Portada de la Virgen, buscamos un lugar para poder ingresar al campo pero las cosas habían cambiado bastante, un perfecto alambrado cortaba toda posibilidad de ingreso con el vehículo. –No queda otra alternativa, hay que ir a pie.–dijo Dubra. –Y bueno, lo haremos –dije con algo de desgano, la verdad que me sentía cansada. Los vehículos quedaron en la banquina, mis padres habían resuelto esperar allí. Seguimos el curso seco de un río y no tardamos mucho en llegar a una especie de barranca que mira hacia el oeste. –¿Es ahí? –le dije. –Si la memoria no me falla es allí, si me equivoco, en el regreso cargo otra vez con su equipo… y también con usted a caballito, jaja. –Muy bien –le dije– menos mal que no eran doce kilómetros… Bajamos el cañadón del río y luego subimos un poco por la pared opuesta. Enseguida vimos los dibujos. Me sentí feliz porque el esfuerzo había dado sus frutos, la mitad del sueño se había cumplido, ya podía regresar en paz. –¡Espere! –Exclamó al verme guardar mi equipo –me gustaría sacarme una foto con usted. Puse el trípode, coloqué la cámara, estudié el enfoque y conecté el temporizador. Corrí y me instalé sonriendo a su lado. El gesto fue espontáneo, pasó el brazo por mi cintura y me apretó contra su cuerpo. En ese momento, sonó el dispositivo de disparo automático. –¡Hurra! –Exclamó feliz– tiene que prometerme que me enviará esta foto.

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–Así lo haré –le dije seria, un destello de calidez escapaba de sus ojos celestes. Aún me retenía a su lado. –¡Qué pena! –me dijo mirándome y obligándome a mirarlo– una mujer tan deliciosa como usted merece todo el amor que un hombre pueda brindarle. Es una pena que yo no sea libre… No contesté y él me soltó. Mis ojos se habían llenado de lágrimas que el viento secó al instante.

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12 Comencé a pensar seriamente en hacer nuevos intentos para acercarme a Camilo Baraona, tendría que darle señales un poco más precisas, ya que no tenía la suficiente imaginación para detectar las sutiles señales que le estuve enviando hasta ese momento. Un sábado al mediodía junté coraje y aunque no sabía qué le diría, tomé el teléfono y lo llamé: –¿Quién habla? –contestó su madre. –¿Cómo le va señora?, habla Selma Ponti. –¡Nena!, ¡qué sorpresa! –Es Selma Ponti –escuché que le decía a Camilo en voz baja. Luego se dirigió otra vez a mi– estamos almorzando. ¿Qué cuentas? De pronto, me encontré en medio de la realidad… no sabía qué decir. Escuché risas y pregunté. –¿De qué se ríen? –De una pavada que dijo Camilo. –¿Sobre mí? –¡No!, cómo se te ocurre? –Quería saber si hoy va a estar en su casa –me animé a decirle sin saber para qué– pensaba visitarla. –Voy a lo de mi hermana –dijo. –No importa, iré otro día –en realidad, ya no tenía interés en seguir haciendo el ridículo. –Te espero cualquier día –dijo ella –hasta luego querida y gracias por llamar. –Hasta pronto –dije y colgué. Desde ese día no volví a pisar su casa; si ambos deseaban burlarse de mí, no estaba dispuesta a darles otra oportunidad. Ese sería el fin de mi

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amor por Camilo Baraona… al menos, hasta que leí en el periódico la noticia de su casamiento. El teléfono sonó en mi estudio taller. No esperaba la llamada. –Habla Elsa Cala, la directora del Conservatorio. –Ah… ¿cómo está señora? –Bien… muy bien. Quería informarle que hay 10 horas disponibles en la cátedra de piano, si piensa tomarlas, empieza el lunes. Me sentí inmensamente feliz. Era lo que deseaba aunque cuando había hablado con ella la primera vez parecía que no había muchas probabilidades de ingresar en la cátedra de piano. Querían que tomara las horas de Lenguaje, pero no me sentía segura para desempeñarme bien en ese cargo y lo rechacé. –Si hay algo en piano, le avisaré –me había dicho entonces, la profesora Cala. Ya que tenía que viajar 50 kilómetros hasta la ciudad vecina para dar clase, quería que fuese en lo que realmente me sentía capaz y cómoda. De lo contrario, prefería quedarme con mis alumnos particulares que bastante trabajo me daban. –Bueno… acepto. –le dije– –Entonces la espero el lunes. –Bien… muchas gracias. Ingresar a un Conservatorio oficial era mi sueño, si bien lo había postergado un poco por los constantes viajes; desde ese día tuve que adaptarme a los compromisos con la cátedra de piano en el Conservatorio. No fue fácil pero tampoco tan difícil.

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En esa misma época, conseguía un nuevo profesor de composición porque con la muerte de Federico Blanco Camano había quedado huérfana de maestro. El profesor Alan Rosado no estaba muy convencido de tomarme como alumna porque ocupaba todo su tiempo en componer. Tenía mucho trabajo y su tendencia era de vanguardia. Al principio me sentí muy extraña con él, después de tantos años con un profesor netamente de línea clásica tradicionalista. Pero con un gran esfuerzo, fui adaptándome; aunque nunca pude sentirme verdaderamente cómoda en sus clases como con el maestro Camano. –Veo que tiene muy buena base general. Me gustaría comenzar entonces con armonía romántica –dijo después de ver mis trabajos. –Debe tener en cuenta que en la armonía no siempre se encuentra explicitado el campo armónico que sería un punto o una zona en la cual se expresan elementos que individualizados condicionan un acorde. En consecuencia hay que procurar determinar cuál es el campo donde se mueve el compositor. –¿Hay alguna regla para eso?–pregunté. –Tener claro que un acorde puede actuar de dos maneras: 1) cumplir una función armónica. 2) cumplir una función de color. Lo que hay que evitar es que las notas extrañas cambien el centro armónico que uno desea dar en un determinado momento. Me dio un trabajo de análisis de obras de Schumann, Liszt, Chopin… luego me dejó en libertad para que le presentase pequeños trabajos de mi propia cosecha, usando ese tipo de armonía.

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Preparé una Suite con temas de la naturaleza y se las fui mostrando de a poco. Llegué a escribir 10 números. –¿Por qué dejó el acorde en suspenso? La frase pide que se resuelva en Do Mayor. –No quería modular –le expliqué. –Ahí es donde aparece el campo del acorde de Do Mayor, eso es lo que tiene que tener en cuenta para la buena factura de la obra. Tenía razón, no me había dado cuenta, comprendí que no era nada fácil lograr lo que uno desea. Después de muchas horas de trabajo y concentración pude tomarle la mano. –Suena bien… –reflexionó un instante y se puso al piano para tocarla él –me agrada –dijo al rato– es mejor que ciertas obras que se escuchan por ahí. Tiene sensibilidad para la creación. Me sentí halagada, pero sabía perfectamente cuales eran mis limitaciones en ese campo donde nunca pude dominar del todo la técnica. Siempre me sentía más cómoda pintando o escribiendo, cuando me ponía a componer sufría horrores para conseguir lo que deseaba y cada obra que lograba era el fruto de un parto doloroso. El profesor Alan Rosado era una buena persona y excelente músico pero cuando llegué al modernismo, empezamos a chocar, no era amante de la vanguardia y mi punto de vista clásico no le gustaba del todo. Y yo sentía que no podría cambiarlo nunca; por eso al finalizar el año, decidí abandonar las clases y continuar mis estudios sola. Tuve que disciplinarme duramente para cumplir con lo propuesto y después de un año de trabajo arduo lo logré. Pero la composición, nunca llegaría a ocupar un lugar preponderante entre mis múltiples actividades. Aunque no

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me diese cuenta, el destino me estaba obligando a elegir casi todos los días. Un soleado sábado de junio, recibí una llamada que esperaba con verdadera ansiedad. –Habla Ricardo Colli. –¿Cómo está usted?, un gusto escucharlo –dije. –Muy bien… preparando todo para que cuando llegue pueda encontrar las cosas en orden. –Entonces… ¿está confirmada la exposición? –Así es. Ya tengo reservado alojamiento para los tres y la municipalidad se hará cargo de los gastos de traslado. –¡Qué emoción! –dije– ¿la fecha es la que propuse? –Desde el jueves al sábado, así pueden regresar el domingo. Eso sí, le pediría que si fuera posible esté aquí el miércoles para ir a los medios y visitar a las autoridades, además para que pueda armar todo con suficiente tiempo. –No se preocupe, viajaremos el martes. –Ah… muy bien. Ya tengo los catálogos, espero le agraden. El jueves quiero dedicarlo a las escuelas, es importante que los chicos vean este audiovisual. –Precisamente, es lo que más me interesa –le dije. –Quería preguntarle si le gustaría ir un día al bosque y a una ciudad cercana donde el ornitólogo César Iturbe dará una importante conferencia con fotografías. Nosotros, como autoridades culturales, estaremos presentes, y sería bueno que usted también estuviese presente. –No hay problema, me agradará mucho ir. Además quisiera conocer al señor Iturbe. –Bueno, entonces la esperamos el día martes. Pasen por casa en cuanto lleguen. –Así lo haremos. Muchas gracias y hasta entonces.

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Cuando colgué sentí el corazón saltando de alegría. Corrí a dar la noticia a mis padres, ellos también se veían felices y emocionados. Nunca creyeron que esa invitación que nos habían hecho para ir a exponer a aquel pueblo cuando fuimos la primera vez a recabar datos del bosque olvidado de aquel lugar del centro del país se podía concretar tan pronto. Pasamos unos días maravillosos, muy fructíferos en todo sentido, para ellos y para nosotros. Me traje de allí recuerdos inolvidables. El viaje de regreso lo tuvimos que hacer con bastante apuro porque no queríamos perdernos el partido que se jugaba con los ingleses por el mundial de futbol. Por cábala, teníamos que verlo en la casa de mi tío porque así había sido en todos, y nuestro equipo ganó. Traía una inmensa satisfacción, las cosas habían salido mucho mejor de lo esperado. La gente era maravillosa y yo traía nuevas enseñanzas y muchos deseos de seguir haciendo cosas en defensa de la naturaleza y por cariño a los animales que tanto amaba. –Escríbeme –le había dicho a Leonardo al despedirnos. –Lo haré –prometió. Sin embargo, ya no volvimos a estar tan en contacto como antes. “La distancia es como el viento, apaga los fuegos más pequeños, pero aviva los fuegos más grandes”; decía en una de sus cartas. Es increíble, pero creo que la magia se rompió el día que nos conocimos personalmente. –¡Hola! –dijo al contestar. –¿Hablo con Daniel Lafonte? –pregunté. –Con él.

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–Habla Selma Ponti. ¿Recibió la encomienda con los libros? –¿Cómo le va señorita? sí… la recibí hace unos días, ya le he remitido un cheque por el importe indicado. –Bueno… muchas gracias por el interés del gobierno en mis humildes libros –dije feliz. –Se lo merece… manténgase en contacto, veremos si se puede organizar alguna exposición o conferencia suya en varias ciudades de la provincia. –Me gustaría mucho –dije no demasiado convencida de lograrlo, en mi viaje había hablado del tema con varias personas y el panorama no pintaba muy bien, pero confié en que él, como Director de Cultura provincial podría conseguirlo. Y casi lo logró. Se hacían cargo de la organización, gastos de alojamiento y comida. El traslado debía correr por cuenta nuestra y eso era un gran problema. Nuestro país atravesaba un mal momento, el combustible había subido por las nubes y el lugar era muy lejano. Por más que lo intenté, no pude convencer a mi padre para hacer el viaje. Le parecía un gasto innecesario porque según él, no recibiría nada a cambio. Por supuesto que tenía razón, desde su punto de vista… pero para mi forma de pensar, el valor espiritual y de difusión de ese viaje no se medía con el dinero y hubiese aceptado ir aún sabiendo que me ocasionaría pérdidas. Pero mi padre defendía sus intereses y su mente experta en números, finanzas y conocedora de la economía, no me permitía contradecirlo. Según él, yo trabajaba “por amor al arte” y así no podía continuar mi vida.

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Subí al quinto piso y pedí hablar con el jefe de redacción. Juan Díaz Marano me recibió con la cordialidad de siempre. –¿Cómo está? –Muy bien, gracias. –¿Anduvo de viaje estos meses? –Sí, en el sur. Y en la primavera vamos al noroeste – después de una pausa agregué– quería saber cuándo van a sacar la nota sobre Isla Roja. Hace tiempo que estoy esperando. –Tenemos bastantes problemas con la revista. Los costos del papel se han ido por las nubes y no sé si podrá seguir editándose. –Pero… es muy importante para el país que salga – exclamé sorprendida. –Lo sabemos… pero la economía de nuestro país no anda muy bien, como usted sabrá. –Sí, lo sé. Y… ¿qué esperanzas hay? –Mire, aquí tengo casi todo listo –buscó en un cajón y sacó una carpeta marrón que decía: “Selma Ponti–Isla Roja” –como puede ver ya está terminada la composición, el mapa, todo… tenemos que esperar el espacio. –¿Será el próximo bimestre? –No… no creo. No se preocupe, estamos haciendo todo lo posible. –Es que… ha pasado tanto tiempo. –No es fácil. Lleva tiempo porque tiene que pasar por varias manos. –Entonces, debo seguir esperando… –Así es. Ya le avisaré cuando salga.

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Le di la mano y agradecí su atención. Cuando salí a la calle y crucé la ancha avenida para dirigirme al auto, algo me decía en mi interior que la nota nunca saldría. Alguien estaba obstaculizando mi ingreso como colaboradora de la revista turística. Sólo hay una persona que puede hacerlo, porque tiene la influencia necesaria para lograr su objetivo. Esa persona se llama Juano Hoffman, quien monopoliza los comentarios de viajes en esa revista desde hace muchos años. Estuve segura, jamás permitiría que una joven mujer inexperta le moviese el piso. Sé que tenía miedo, recordé palabra por palabra aquella conversación en la vereda de su casa cuando le comenté sobre mi libro del sur. Mi padre estaba presente. –Siento que me han clavado una daga en el corazón – dijo sonriendo. –¿Por qué? –pregunté desorientada. –Jamás imaginé que me saldría una competidora… – aclaró sin dejar de sonreír con una mueca, mezcla de envidia y admiración. –¡Por favor!.–exclamé –usted es el maestro, no puede comparar, alguien a quien admiro mucho, nunca se me ocurriría algo así, son distintos enfoques, nada más. Sacudió la cabeza con cierta picardía. Supe enseguida lo que pensaba: “ella es mujer, y es bonita”. Yo sabía perfectamente lo que imaginaba. Aunque alguna vez reconoció mi talento y mi trabajo. También alguna vez trató de besarme… Sólo él podía estar trabando mi acceso a esa revista. La nota nunca salió, al poco tiempo, la revista dejó de editarse y cuando regresó al mercado, ya había gente nueva… y mis notas quedaron archivadas en un cajón oscuro y húmedo.

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De repente me sentí feliz. Un delicioso aroma a primavera flotaba en el aire. Los árboles se veían esplendorosos. La vida es hermosa siempre –pensé, y una reflexión del pensador José Ingenieros vino a mi memoria: “La imaginación vuela, la experiencia realizable camina; a veces el ala rumbea mal, el pie pisa siempre en firme; pero el vuelo puede rectificarse, mientras el paso no puede volar nunca…”.

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EL PUEBLO GRIS "La verdad no está afuera, la verdad está dentro nuestro. Y esa verdad es el AMOR" David Icke

1 Despertó confundida. Una luz plena invadía toda la habitación. Sonó el teléfono en el pasillo, estaba algo aturdida; no distinguía bien la realidad, después de una larga noche de recuerdos, y por eso perdió la noción del tiempo y del lugar. Se refregó los ojos, sintió que los párpados le pesaban toneladas. Se miró a si misma, la ropa desordenada de la cama, luego el reloj: casi las 10 de la mañana. Al tratar de levantarse se sintió mal, una oleada de náuseas la invadieron y se mareó. Un nuevo día la desafiaba a seguir con la rutina en esa ciudad marrón, tenía que hacer varios trámites todavía. Mientras se dirigía al baño volvieron las náuseas y apenas si llegó a tiempo para vomitar. Se sentía muy mal, estaba destruida por una larga noche de dormir mal, de soñar, de recordar, de sentir… El pasado volvía a su mente una y otra vez. Mientras se daba una ducha, rememoró aquel sublime momento en un lugar ignoto de su pais: Me encontraba petrificada en medio de un natural mirador de roca al cual se accede haciendo equilibrio para no marearse y caer al vacío, a mi lado, don Raúl (verdadero El camino de los sueños - 191


dueño de esos paisajes) me observaba sonriente y feliz. Algo más atrás, papá no imaginaba mi sorpresa y mamá luchaba con el viento y sus temores. “Todo esto es ahora para mi” repetía una y otra vez mientras observaba la gran vastedad hacia uno y otro lado y sin saber por dónde comenzar mi trabajo ni con qué comenzar. El viento helado se encargó de precipitar mi decisión ya que no iba a poder aguantar mucho en esa posición. ¡Qué premio tenía ante mí!... no tiene precio para los coleccionistas de paisajes insólitos. Se abría a mis ojos, los majestuosos y desérticos alrededores. Abajo (en una inmensa hoyada) las extraterrestres formaciones de la ciudad de areniscas rojas, con franjas naranjas, grises y verdes. Al frente, el volcán piramidal Mogote Negro que es guía desde la Ruta 26. Al noroeste el espectacular nevado de Sañogasta y Famatina y al suroeste la línea increíblemente lejana de la ruta que cruza los llanos verdes y luego, muy lejos pero patente en el fondo azul del cielo, la precordillera andina cubierta de nieves eternas. Es increíble… ¡cómo puede existir un lugar así en la tierra! La emoción se justificaba, no había sido fácil llegar hasta allí. El único acceso: dos ríos secos en invierno, que suman 50 kilómetros por el lecho arenoso que cuando hay escarcha a la mañana temprano se endurece y se puede transitar mejor. Igual llevábamos elementos que podían servirnos como pala, maderas, nafta y un horario límite para emprender el regreso antes de la helada noche. Pero de este viaje aprendí algo: nada es imposible si el que maneja es don Ibáñez y el vehículo una Ford F. 100. Así llegamos a un gran algarrobo, lugar de campamento donde se inicia la caminata. Lo hicimos

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lentamente porque teníamos que ir trepando médanos rosados de arena algo blanda. La caminata más importante la realizamos dentro de Ciudad Perdida, por los caminos únicos que marcan los ríos al recorrer ese gran laberinto de ruinas. Al entrar allí se pierde toda sensación de encontrarnos en la tierra, es la sensación de que hemos abandonado el planeta y comenzamos a circular por el suelo de otro planeta cuyos habitantes son tan invisibles como el viento que allí no existe, como los pájaros que no se escuchan, como el sol que desde el cielo azul nos baña de vida. Andando por esas insólitas formaciones producto de grandes cataclismos que sacudieron la zona millones de años atrás, se pierde toda noción del tiempo en la felicidad de ir descubriendo paso a paso formas diversas: torres, agujas, columnas, casas, rostros, un arpa, un lobo marino, un grupo de gauchos… todo en ese suave rosa que no se puede definir porque es distinto a todos los rosas conocidos y en algunos cortes de naranjas, grises o verdes. Un mundo fantástico que parece regalar vida en medio de la muerte. Al otro día iniciamos el recorrido rumbo a Los Cajones, inmensos paredones rojos que se parecen al gran Cañón del Colorado. En una mañana espléndida y calma, recorrimos los 50 kilómetros por lecho de río seco hasta que los paredones se acercan y el camino comienza a estrecharse, por lo tanto al llegar a un punto determinado hay que abandonar el vehículo y empezar una caminata que puede ser de 12 kilómetros, depende cómo esté el tiempo, el río y nuestras fuerzas para trepar y lo difícil que resulta porque el agua cristalina del río no deja mucho espacio para poner el pie. Es la gloria (o también podría ser el infierno), según como se mire el lugar. Estéticamente es sublime, la exaltación

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suprema de la belleza en manos de la naturaleza creadora. Altísimos paredones rojos parecen unirse en lo alto dejando un pasadizo cada vez más estrecho por donde el río cuyo lecho es la arenisca roja corre entre algunas piedras que se desmoronan desde lo alto. El cielo, es de un azul intenso, el silencio es cósmico como el silencio del gran universo. Algunos rayos de sol se introducen en el pasaje encendiendo en colores sublimes la belleza rojiza del lugar. Pequeños arbustos incrustados en la roca son el toque diferente para la uniformidad de rojos. A los 6 kilómetros, más o menos, se llega a “La cueva del Diablo”; un túnel angosto que se pierde como en un embudo entre las paredes rocosas. En esa gran grieta de aspecto más que temible, un gran pozo de agua amarillenta guarda pescaditos que saltan y juegan en la prístina soledad que el silencio acompaña. Por allí el río corre subterráneamente. En ese lugar terminamos el paseo porque ya cansados y con poco tiempo para regresar era mejor hacerlo cuanto antes. El frío comenzó a molestar, trozos de hielo brillaban a la luz del sol que ingresaba en el hueco rocoso. Ese viaje por “los dominios del silencio” había sido para mí la otra cara de la moneda, el remedio que borró la tremenda desazón que provocó el haber renunciado al viaje aquel al continente blanco. Un viaje que renovó mis sueños, mis ansias de luchar y seguir adelante abriéndome a nuevos rumbos, siempre de la mano de la naturaleza, única droga que conocí contra el dolor, el odio, la soledad y el cansancio. Sin embargo, la desgracia y el dolor volverían pronto a mi vida de sueños, a mis deseos de seguir creando y a mi esperanza de encontrar al verdadero amor que me acompañara por el resto de mis días.

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2 A mediados de aquel año ocurrió algo que resultó el inicio de un cambio lento pero inevitable en la vida de Selma: enferma su madre Egle con una enfermedad neurológica de la que poco se conocía entonces: la depresión, uno de los males que luego marcaron los años posteriores. Al principio, ni su padre, ni ella comprendían lo que pasaba, y casi no le dieron importancia a esa extraña y permanente tristeza de Egle. Quizás agobiados por las actividades cotidianas, para entonces Selma estaba preparando un concierto a 4 manos con su compañera del conservatorio Juana, que era bastante envidiosa y “mala onda” como se decía entonces a la gente con energía negativa. Por eso la culpaba por el estado de su madre, ella creía que sus malas energías las usaba para hacer el mal, y como no podía con ella, lo hacía con su madre. No le había gustado para nada la visita que hizo a su pueblo para pasar unos días de descanso en su casa. La llenó de malas energías. Mucho tiempo después se arrepintió mil veces por haberla invitado a ella y a su hijo aquel verano. Después de ese concierto tenía una exposición muy importante que no podía descuidar y que resultó un éxito, no sólo por la belleza de la sala donde sus cuadros se destacaban muy bien, sino también por el público que asistió a la muestra y quedó sumamente impresionado con el resultado de la nueva técnica en la que estaba incursionando y con la que se sentía tan cómoda trabajando, porque le brindaba la posibilidad de hacer volar la imaginación con total soltura y libertad, logrando plasmar en la tela justo aquello que sentía e imaginaba.

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Con el correr de los días se fueron dando cuenta que doña Egle decaía más y más. Dejó de comer, de salir, de hacer las cosas de la casa, de cocinar, de lavarse y de hablar. Cada vez más delgada, caminaba tambaleándose y arrastrando los pies. Sus ojos parecían mirar sin ver, y observar su rostro era como observar el rostro de la muerte. A Selma le parecía imposible que esa enfermedad nueva hubiese transformado en pocos meses a la inquieta y alegre ardillita que siempre fue su madre; en un ser marchito, ausente y sin vida. Pensó en Juana… ¿cuánto tenía ella que ver en eso? Recorrieron médicos y tratamientos pero los resultados no se veían, Selma vivía en permanente sobresalto porque tenía el presentimiento que su mamá ya no volvería a ser la de antes. Y casi sin pensarlo, tuvo que hacerse cargo de todas las tareas del hogar, algo que su mamá siempre la libraba para que ella se dedicara a su creatividad. Por lo tanto tuvo que dejar de lado ese tipo de “recreos” y por primera vez en la vida, se sintió mucho más sola para asumir tantas responsabilidades. Su padre, a pesar del esfuerzo que hacía no lograba asumir la enfermedad de su esposa y sin saber el mal que hacía, le regañaba por todas las cosas que no podía realizar, simplemente porque su mente no respondía. A Selma la enfermedad de Egle no solo la atemorizaba, con el correr del tiempo llegó a desesperar porque se acercaba la fecha del largo viaje programado desde principios de año, un viaje fundamental para completar sus investigaciones y los relatos del nuevo libro que tenía en estudio.

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Un nuevo desencanto se sumó a ese mosaico de sensaciones, en que se había convertido su vida durante el transcurso del último año. Buscando ampliar los conocimientos sobre los lugares a recorrer en su viaje, concurrió a la Fundación ecologista de la que era socia, y donde tenían una gran experiencia en esos temas. La recibió el coordinador de socios Fernando Nottus; un joven con bigotes y ojos oscuros. En cuanto lo vio no le gustó pero no supo explicarse la razón. Quizás por ese sexto sentido que tienen las mujeres… Le explicó lo que deseaba saber y el viaje que tenía programado. El había estado allí y tenía experiencia en esa zona. Se mostró amable y valiéndose de un mapa le detalló los lugares adecuados, sus características y le habló de las personas con las cuales podía conectarse en cada uno de ellos. Cuando se percató que Selma hablaba con bastante conocimiento sobre esos temas, cambió su amabilidad por una sonrisa burlona y llena de desprecio. –¿No será escritora usted? –le dijo sin poder disimular el temor de que otra persona le quitase su trabajo. –No…no… –contestó Selma adivinando el pensamiento– solamente tengo interés en la zona y quiero visitarla con conocimientos previos. –Espero verla cuando regrese para que me cuente sus experiencias –le dijo finalmente con una sonrisa forzada. –Le puedo ofrecer los dibujos que haga para el catálogo de la fundación. –Serán bien recibidos. Se despidió y cruzó la avenida rumbo al coche, feliz de las averiguaciones que había realizado, pero desencantada por la forma machista con que ese hombre la trató. Con el

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tiempo, sus sospechas se confirmaron: ella llevó ilustraciones y fotos, ofreció sus conocimientos para trabajar en la Fundación pero nunca la tuvieron en cuenta. Fernando Nottus tenía sus influencias allí. Lo había visto un día en la biblioteca, estaba segura que sabría de la existencia de su libro especializado en el tema que él estaba trabajando. Desde entonces, odió un poco más a todos los hombres y se alegró de seguir soltera.

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3 La Ría Deseado siempre despertó su curiosidad pero… la suerte no la acompañaba hasta aquel inolvidable momento… Así lo cuenta en su libro: El doctor Carlos Silva Andrade me informó de la existencia de muchas especies importantes. Desde la costa tuve un anticipo de ese mundo animal maravilloso cuando al bajar la marea quedan charcos entre las rocas. Allí acuden gran cantidad de aves a pescar y bañarse. Me quedé frente a ellas y dejé que el tiempo pasara soñando con besar las aguas casi siempre encrespadas de la ría. Lugar ideal para la fauna que encuentra paz en las distintas islitas que adornan la ría de aguas celestes. Ese día de noviembre la suerte estuvo de mi lado y pude salir a navegar; pero antes de poder gozar con el espectáculo ¡cuántas vueltas di por esa bonita ciudad que es el puerto de la provincia austral para conseguir un medio de movilidad acuático!... En cuanto llegamos a la ciudad visitamos a nuestros amigos de Librería Asturias donde se venden mis libros y allí Dany había hablado con turismo y hacia allí fuimos. En Turismo no prometieron nada pero dijeron que buscarían una lancha para la mañana siguiente. En la radio también prometieron conseguir algo. Durante la noche llovió muchísimo y amaneció gris y lluvioso. La tenue esperanza se diluía con el mal tiempo… igual en turismo no habían conseguido nada, sin embargo Dany logró comunicarse con Silva Andrade. Fuimos a verlo.

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Después de explicarle que era mi deseo recorrer la ría, me aconsejó ir a Prefectura Naval. –Véalo al Prefecto Mayor Vede, ellos tienen la lancha guardacostas que es más segura. Desde ahí mismo habló por teléfono, pero Vede no se encontraba en Prefectura, entonces dejó dicho que se le informase que yo iría más tarde. Partí un poco más entusiasmada de la entrevista, de todos modos ya tenía decidido seguir viaje a la isla blanca en vista de lo mal que estaba el tiempo, igual quería dejar todo encauzado para mi regreso. Antes de salir de la ciudad pasé por Prefectura y tuve suerte porque el Sr. Vede pudo atenderme. Enseguida dispuso prestar apoyo a mi tarea, aunque había un inconveniente… –El problema es que en esta semana no vamos a poder porque el personal está ocupado en ejercicios militares conjuntos; además, habría que ver el clima, que no haya viento, ya que llegar a las islas en bote de goma con viento es imposible. –No se preocupe –le dije– porque nosotros hemos decidido seguir viaje al sur, pensamos estar de vuelta en diez días, entonces podría hacer el intento si el tiempo ayuda. –Ah… perfecto, en cuanto llegue véame, si no llegara a estar déjeme un mensaje por la guardia, y veremos lo que se pueda hacer. Los días magníficos que viví luego en la isla austral fueron un paréntesis para cumplir el sueño de visitar las islas de la ría. Un lunes llegamos de regreso al puerto con tiempo excelente. Enseguida me comuniqué con el Sr. Vede.

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–Mañana a las nueve la espero, si amanece como hoy, con poco viento, podemos ir. Por supuesto que en ese lugar no se puede pretender que no haya viento… pero la esperanza se mantenía. La mañana se presentó tentadora para cumplir con el sueño porque estaba un poco nublado pero el viento era poco. A las nueve llegué a Prefectura, preparada para embarcar, pero… otro problema surgiría de repente. Hablé con el Capitán a cargo quien me informó que justamente esa mañana necesitaban el guarda costa, pero me prometió tenerlo libre para el día siguiente. “Ya será tarde” pensé amargada, sabiendo cómo cambia el tiempo en el sur. También tenían roto el motor fuera de borda del bote de goma, y me pidieron que tratara de conseguir uno en el Club Náutico. Volví al juzgado para hablar con el Dr. Silva Andrade; mis padres estaban completamente decepcionados, pero yo no iba a abandonar la empresa, tenía que continuar los trámites hasta el final. Le expliqué el problema a Silva Andrade. –Lo mejor que puede hacer –dijo– es verlo a Diego Pérez en Vialidad, él es el presidente del club y puede conseguir el motor. Después me enteré que Pérez resultó ser el Intendente electo. Con toda la resignación y voluntad del mundo puse rumbo a Vialidad donde encontré a Pérez. Me presenté y expliqué mi problema. Se mostró algo indeciso; no era fácil conseguir un motor fuera de borda en poco tiempo. –Para el jueves, se lo podría conseguir.

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–El jueves ya no lo necesito, Prefectura tiene disponible la lancha mañana y yo no puedo perder más tiempo. –Bueno, veré lo que puedo hacer. Me fui muy desilusionada, las cosas se habían complicado demasiado. Pero a pesar de todo, traté de pasar bien el día y esperar. Al otro día amaneció especial, único, según me decían allí, uno de esos días que no se dan casi nunca. La ría celeste era una charca porque apenas corría una suave brisa. El sol caldeaba el aire elevando la temperatura a valores veraniegos y el cielo despejado tenía una luminosidad magnífica. Cuando llego a Prefectura, me informan que no se había conseguido el motor. Desde ahí lo llamé a Pérez para apurar el trámite. Al rato llegó el Prefecto y al verme mal decidió hablar él con Pérez para resolver la situación; no quería que yo perdiese el día y el guardacostas seguía ocupado. Después de colgar el teléfono resolvió solucionar el tema por su cuenta. En vista que no había viento, decidió acercarme a las islas con un bote a remo. Cuando todo estaba listo –eran las diez de la mañana– nos mandó al muelle para embarcar. Estábamos a punto de subir al bote cuando llega una orden de dirigirse al Club Náutico porque el Sr. Pérez había llamado para informar que tenía una lancha a motor manejada por Enrique Salas, compañero de Pérez en Vialidad, al que pidió nos acompañara. Para eso, tuvo que darle permiso de ausentarse del trabajo. Al rato de arribar al Club Náutico, llegó Salas con un muchacho amigo muy amante del agua y su lancha. Recién

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entonces… pude respirar tranquila. Eran las 10.30 de una mañana espléndida. Sin darme cuenta el mediodía llegó, el sol comenzó a calentar elevando la temperatura a unos insólitos 28º para esa época y ese lugar. Había recorrido rincones idílicos donde anidan cormoranes grises, gaviotas, pingüinos… acompañados por los saltos dulces de las toninas. Me sentía tan plena que me parecía estar en medio de un sueño. Después de andar, tomar datos, fotografiar y escribir era hora de regresar. Dejarles su pequeño mundo en paz, dueños del mar, tienen que luchar para sobrevivir porque el hombre les ha invadido sus ambientes. Allí todavía pueden tener algo de tranquilidad porque yo sentí en ese momento que me encontraba en el edén. Ojalá continúe siempre así, que nadie los desaloje nunca, esas islitas son un paraíso y nosotros… nos sentimos privilegiados al poder gozar con tanta belleza. Es como haber alcanzado las puertas del edén, entrar y llenarnos de él, para guardarlo dentro de nosotros por el resto de nuestros días de vida sobre la tierra. Haber realizado ese viaje tan fructífero fue uno de los triunfos más importantes que Selma vivió ese año por las condiciones adversas que se presentaron con la enfermedad de Egle, quien soportó 8.000 kilómetros con una fuerza de espíritu admirable. La recuerda trepando las montañas de la Isla Blanca, tan delgada y triste, pero siempre allí, tras ellos y sin protestar. O caminando a su lado por las calles de cualquier otra ciudad del sur cuando la acompañaba a las librerías para vender sus libros… la llevaba del brazo porque temía que en

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cualquier momento se cayera y que el fuerte viento la tumbara. Caminaba encorvada, arrastrando los pies, si parecía haber envejecido 10 años en 4 meses de llevar su enfermedad. El recuerdo llenó sus ojos de lágrimas. Si bien su madre ya se había recuperado, no estaba del todo bien y jamás volvió a ser la de antes. Su pensamiento saltó a su padre Antonino; ahora él estaba muy enfermo, también a él lo había atacado una enfermedad parecida. Si parecía un cruel castigo, y ella se sentía sola, más sola cada día, en esa ciudad inmensa, atendiendo todas sus cosas, las de su padre y además, sin amor. La mañana transitaba sin pausa y Selma pensó cuánto había cambiado su apacible vida en el transcurso de los últimos 22 meses. El recuerdo vino a su mente, lo inspiró una maravillosa persona llamada Ciro Lobaina. Sembró tantos, tantos sueños de amor en su loca cabeza trastornada…

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4 Lo conoció en aquel Puerto cuando andaba en los trámites para recorrer la ría. Fue en el camping Municipal, él acampaba con su esposa norteamericana y sus dos pequeños niños. Un matrimonio de norteamericanos los acompañaba, recorrían el país filmando imágenes de la naturaleza para difundirlas en el norte. Se cruzaron una noche, después de la cena. Entablaron conversación y Ciro mostró interes por la tarea de Selva María. Cuando ella mencionó su libro se quedó pensativo, al fin preguntó: –¿Cómo te llamas? –Selma Ponti. –¡Increíble!, sabes, yo tengo tu libro, lo conseguí en una librería de alguna ciudad de la cordillera, y lo llevo como guía. –¡Qué bueno!, me da una gran alegría saberlo. –No te imaginas lo que siento yo, me encuentro con la autora de mi libro de cabecera, yo que vengo del norte para descubrir el sur. Antes de seguir viaje tienes que dedicarme el libro. –Con mucho gusto. Después de esa primera charla, tuvieron varias. Era magnífico hablar con Ciro, le encantaban todos los temas que a Selma la entusiasmaban y pensó que si no estuviese casado con una mujer muy bonita, se enamoraría de él y podría conquistarlo. Se dio cuenta que eso no le hubiera costado mucho porque parecía muy interesado en ella. Le prometió visitarla al regreso del viaje y Selma se sintió feliz de haber encontrado un admirador extranjero que valorizaba tanto su El camino de los sueños - 205


trabajo y además, estaba conociendo su patria gracias al libro por ella escrito. Sin embargo, él no pasó por su pueblo al regreso, igual se escribieron varias cartas y hasta hablaron por teléfono una vez. Como aquel día… inicio de su extraño sueño de amor. Ese amanecer presagiaba un día de temperatura agradable, contrariamente a la regla general de enero en la gran ciudad. Un día más… parecido a tantos de mi vida planificada y exageradamente correcta. Desperté temprano y miré las nubes negras que se acercaban; corría un aire dulcificante. ¡Qué suerte! –Pensé– no tendré que soportar el calor agobiante de enero en esta ciudad tan húmeda. Lo único que deseaba era terminar con los trámites rutinarios y regresar a mi lugar de paz donde siempre he sido un ser libre en unión con la naturaleza y sus criaturas. A las 2.30 de la tarde el sonido del teléfono en el pasillo me despertó. Con pereza, abandoné la cama y me dirigí a contestar. –Hola… –contestó una voz lejana. –Hola… sí… –vuelve a decir más fuerte– ¿habla Selma? – dijo con una tonada caribeña que yo conocía. Mi corazón empezó a latir con fuerza y despierta del todo, contesté. –Así es… ¿con quién hablo? –¿No me recuerdas?, ¡qué bueno haberte encontrado en la ciudad! –Claro… tu voz es inconfundible, cómo estás?, ¿otra vez visitando mi país?

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–En realidad, por pocos días, vine solo porque tengo que arreglar unas cosas impostergables; la familia quedó en la isla, los chicos están en época escolar… –Hizo una pausa que no llené y continuó– mira qué gran alegría encontrarte, pensaba hacerme una escapada a tu pueblo porque tengo muchos deseos de conversar contigo, me interesa que hablemos de mi próximo viaje a estas tierras que será antes de fin de año y… a quién acudir para que me asesore, si no es a ti que tanto sabes. –Bueno, me halagas… amo mucho lo que hago, eso es todo. –Te invito a cenar hoy. –Es que… no sé…–empecé a titubear, me sentí tremendamente nerviosa, deseaba conversar con él pero sabía que a mis padres no les gustaría. –Si hoy no puedes, mañana… –No… no –tomé coraje– mejor hoy, porque mañana regreso –mentí– pero si puedes ahora mejor para mí. –Como quieras… entonces te espero. –Me pasó la dirección. –Calcúlale que puedo llegar como a las cinco. –Muy bien, te espero. –Hasta luego. Colgué y permanecí inmóvil durante unos minutos comprobando cómo me temblaban las manos. Comenzó a atacarme un fuerte dolor de cabeza; mis padres dormían. Me bañé, tomé un analgésico y crucé el pequeño patio cubierto sin decir nada. Abrí la puerta y una oleada de calor me hizo sentir mal. Habían pasado unos minutos desde las cinco de la tarde cuando llegué al número 136 de la ancha avenida sombreada

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de lapachos y yuchanes. Oprimí el portero eléctrico con mis manos sudorosas. La puerta se abrió, me dirigí al ascensor. Adentro estaba más fresco. Llegué frente a la puerta B, golpeé y esperé. Enseguida se abrió. Su figura se plantó ante mí, sonreímos en silencio, nos besamos y él me hizo pasar. Si es cierto que el amor más puro y pleno se acerca a lo divino, la realización completa de su amor, tendrá lugar fuera del mundo material, sólo más allá de la muerte logrará convertirse en mujer y esposa, donde dos almas se unirán para siempre. ¡Qué imprecisa es la frontera de los sueños! –Pensó– ¿Dónde está el límite entre sueño y realidad?. “La vida es sueño” –dijo un escritor conocido– y ella podría agregar: “y el sueño es vida”.

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5 Era la hora del almuerzo pero ella no podía pasar un bocado, la angustia la ahogaba; tenía miedo, muchísimo miedo que su padre no pudiese volver a viajar. Y ella moriría sin sus investigaciones, sin ese contacto directo con la naturaleza, sin su compañía y apoyo. La realidad estaba destrozándola, y comprendió lo sola que se encontraba y lo inútil de sus esfuerzos por viajar de otra manera, en grupos de aventurismo y esas cosas. Pero ella no era un ser sociable y detestaba andar en grupos; además, sentía que había recorrido mucho sola y creía valer mucho en solitario, era un ser individualista y sus creaciones y estudios le rendían de esa manera. Sin embargo, sabía que había una fórmula mejor: casarse con alguien dispuesto a seguirla, a caminar a su lado o… tendría que intentarlo sola. Pero no quería ese tipo de soledad, eso implicaba no poder compartir penas y alegrías, sus sensaciones al perderse por los paraísos de paz y luz que encontraba. “Un hombre… un hombre de verdad, que ame lo mismo, que anhele compartir lo mismo… pero, ¿dónde encontrarlo?”. Volvió el llanto, la angustia, el dolor… de repente recordó la presentación de uno de sus libros y pudo ver cuántas cosas disímiles le habían ocurrido aquel año. En la sala céntrica donde se hizo la ceremonia no había mucha gente, pero ella notó calidez y afecto. Las palabras de la presentadora la conmovieron nuevamente cuando pudo rescatarlas de su memoria. Sí, ese día de un caluroso diciembre, había logrado ser feliz.

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“Yo no sé qué día nació Selma Ponti, pero debió haber nacido el día de la música porque todas sus poesías están rondando la armonía, el preludio, la claridad, la dulzura, la inocencia… y camina silenciosamente al lado de la música.” “La palabra de Selma Ponti sale desnuda y clara, fundida para adentro, como casi salida de la sangre; por eso su poesía destila nobleza y está hecha de confesión, ausente de rebuscamientos. Su poesía amorosa nos enseña el dolor superado, que el dolor superado nos deja siempre una cicatriz luminosa y que el recuerdo del instante irrepetible no muere nunca.” “He tenido su libro, lo he cerrado, lo he gozado, lo he padecido también. He sonreído, los árboles se me antojaron más verdes, el cielo más cielo y hasta el amor más amor. Su libro brota como un culto eternamente verde, y ella no hizo ningún esfuerzo para ello. En algunas partes es de un azul total.” “La poesía va a su lado con paso minucioso, la toma de las manos, y juntas recorren los caminos, la infinitud… la poesía y ella encuentran amor y paz por esos caminos y luego de esos paseos los poemas le llueven a torrentes…” La profesora Araoz había logrado una radiografía perfecta de ella con sólo leer ese libro. ¡Qué bellas palabras! Hacer un libro siempre le otorgaba una gran felicidad y recordó que aquellos días fueron de muchísima alegría a pesar de los tristes momentos que pasaba con la enfermedad de su madre. Y volvía a ser feliz, aunque el fracaso posterior en las ventas le dejaba un sabor amargo, y cierta impotencia. Sin embargo, fueron dos

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años de cambios que le enseñaron a seguir adelante e insistir en sus sueños caminando hacia la meta que le habían asignado el mismo día que nació. “Serás lo que debas ser o no serás nada”, la frase famosa renovó su ánimo y la esperanza de que la solución a sus problemas llegaría desde alguna parte. Sólo había que esperar el momento oportuno, tener paciencia y seguir la búsqueda. Como aquel verano –no tan lejano– que se interesó en escuchar programas de radio de onda corta. A través de esos programas, gente de distintos países e idiomas intercambiaban amistad. Selma se sintió atraída por la fascinante posibilidad de conocer otras personas, de esa manera creía mitigar en algo la soledad que la rodeaba y aunque no lo pensó, muy en secreto, su alma albergaba una remota esperanza de encontrar al amor de su vida. ¡Qué utópico sonaba! pero… ¡Qué hermoso recibir correspondencia de todo el mundo! Durante meses vivió pendiente del correo y esforzándose al máximo por agradar, por ser original y tratando de hacer feliz al otro, aunque hubiese una enorme distancia de por medio. La mayoría eran hombres, y a todos trató de conquistarlos; y así, vivió ilusionándose con uno y con otro durante todo aquel año. Deseaba enamorarse, y no sabía que hacía tiempo estaba enamorada de un solo hombre: el hombre de sus sueños, tan lejano y etéreo como una estrella que nunca podrá ver de cerca y mucho menos alcanzar.

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6 Atravesamos la sabana de Palmeras Yatay, mientras las cotorras despertaban en sus voluminosos nidos comenzando el bullicio diario. Los pastizales y arbustos que cubren el suelo mostraban signos de la inclemencia del otoño porque el ocre y el gris dominaban el espacio. Ingresamos a una senda que recorre la típica selva en galería que bordea todo arroyo o río del parque. Un ambiente diferente… húmedo, oscuro, fresco, silente, verde, enigmático… en ese silencio retumba la especial voz del zorzal Mandioca o Blanco o Gato. El sendero culmina en una idílica playa de arenas blancas con huellas de carpincho. Al salir del bosque la niebla se diluye un poco, pasado el mediodía un pulido cielo puso luz al inicio de la verdadera fiesta que viví en los siguientes días, todos luminosos, calmos… inigualables e irrepetibles. Esa noche gocé de una experiencia dulce y tierna. El amplio lugar de camping adornado de talas y ñandubay tiene la particularidad de albergar cuevas de vizcachas. Ellas alegraron esas frías, largas y claras noches de invierno con sus voces y sus juegos. Al día siguiente una inmaculada capa de helada cubría los alrededores cuando con la débil luz del sol de invierno dejamos la carpa, el mundo alado despertaba alegre desgranando los primeros y destemplados trinos del día. Con las manos y los pies helados comenzamos una caminata por el bosque. En mi lento y gratificante caminar fui descubriendo árboles y arbustos, algunos conocidos, otros no. Me detuve en un claro del bosque bañado por el sol del mediodía. Rientes flores amarillas cubrían el suelo abriendo sus pequeños y delicados pétalos al rey sol que les da vida; y Ihana Cott - 212


me sentí en el edén… no sé cuánto tiempo estuve allí conociendo la felicidad. Luego, en el almuerzo con mis padres, cantidades de pájaros se acercaron mansamente a solicitar trocitos de pan. La tarde siguió de fiesta, siempre recorriendo rincones del parque, sin apuro, bebiéndonos las horas hasta el mismo final del día y luego… bebiéndonos la noche y la enigmática luz de todas las estrellas. Y así pasó otro día, y otro… hasta que el tiempo implacable nos obligó a continuar el viaje. Durante esos días maravillosos sintió la sensación de que recuperaría a su madre; la veía con más ánimo, más dispuesta a acompañarlos y disfrutar juntos de la bella naturaleza. Incluso, soportó estoicamente las incómodas situaciones que vivieron en la provincia de la tierra colorada con la lluvia interminable. Pero Selma no se engañaba, su madre distaba mucho de estar curada, lo comprobó aquella noche invernal en el camping del pintoresco pueblo. Egle se dirigió al baño, como tardaba en regresar salieron a buscarla. Selma se asustó porque no aparecía, la pobre se había perdido al salir del baño y tomar el sendero equivocado. Desde esa noche, comprendieron que no podían dejarla sola un solo instante. Selma tuvo que resignarse a otro viaje lleno de sobresaltos, pero en recompensa logró experimentar una comunión plena con la naturaleza, sensaciones que volcó en las páginas de su libro de relatos. Hay un sonido como de inminente terremoto manando desde la tierra color sangre cuajada y una columna de vapores irisados se levantan en remolinos por sobre el techo de la selva siempre verde.

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El sonido crece… crece y crece. Me voy dejando trepar por la borrasca de la naturaleza, que en ese lugar del mundo parece querer ahogarse en un delirio sin pausa que dice a la especie humana que llega: “Ven, forma parte de mi fiesta, pero… ¡no trates de romper la armonía!, debes ser prudente y gozar en equilibrio porque tú también eres agua de esta fuente”. La selva húmeda va apoderándose de mi alma y mi voluntad flaquea, me quedo sobre el río mojándome los ojos. Los árboles sorben del cielo la lluvia perenne que hoy yo también, de pie y alegre siento que me cae en el crepúsculo tibio de cielo claro como mi corazón en estos momentos. Me siento un trozo de vida en el universo infinito. Es así, como ahora, que suelo sentir la vida acariciándome despacio y sueño acunada por las voces de natura. Allá abajo, entre la blanca cortina de espuma se vislumbra en el fondo, la masa acuosa y torrentosa, agitada y veloz del río que sigue su camino después del gran salto. Fijo la vista en ese punto mágico del abismo; es como penetrar en el misterio de las fuerzas poderosas que hacen irrepetible a todo fenómeno de la naturaleza. Ellos, los vencejos, son los únicos capaces de descubrir ese misterio, porque poseen el don de penetrar la blanca cortina de agua. En el crepúsculo sereno, solitaria y feliz, siento a la noche adueñándose del cielo y al agua resonar en lo oscuro sin interrumpir su canto de batalla. Bandadas de garzas blancas remontan –como siempre– la catarata para ir a sus nidos en el río superior. Suben todas a un tiempo y continúan el rumbo rozando apenas con sus alas el agua estremecida. Qué paz, qué dicha la de este momento!. Sentirse impotente, indefensa ante el río, sabiendo del peligro y desafiándolo. Sobre la precaria

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solidez de un camino que no es más que puente sobre un río enloquecido con soporte en su lecho de piedra y en la pared de roca solitaria, viendo al agua que corre y cae por todos lados. Sabiendo que varias veces se ha roto el camino o se ha cortado con la creciente imprevista. Insisto en quedarme, el alma se refresca con la brisa que trae la suavidad del agua. Siento una profunda emoción, una ignota caricia, esa que sólo se puede sentir cuando se posee tiempo y paz para gozar un día y otro día, a diferentes horas la belleza infinita del planeta. La noche me sorprende… interrumpo mis pensamientos… debo regresar al campamento. Me espera una noche de paz.

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7 Varias veces creyó en el amor, pero poco a poco dejó de creer en los hombres. Como cuando recibió aquella carta de uno de sus amigos extranjeros del cual pensó estar enamorada. “Querida Selma… creo que ya recibiste mis cartas y espero no haberte decepcionado… pues a veces me es difícil el mantener un humor que por cierto como me has dicho te desconcierta… a … veces… claro! Te cuento, querida… el primero de setiembre salgo de vacaciones y por 60 días… ¡espérame!.” José Alfredo Sintió una enorme alegría, al fin alguien vendría a visitarla y quizás… ¿por qué no?, el sueño del hombre que llegaba de tierras lejanas para rescatarla de su mundo de fantasías podía hacerse realidad. Sí –pensó– José Alfredo García debía quererla mucho si viajaba para verla. Recordó frases sueltas de sus cartas y sintió una efervescencia de ánimo que renovó sus ilusiones y sus sueños eróticos. “Sigue enviándome besos… me gustan!... ja… ja… ja... Mientras más inocentes o cándidos más sinceros y ricos son… ja. ja. ja...” “Es interesante conversar contigo, así como yo te parezco enigmático parecería que siento lo mismo con respecto a ti… no sé, es difícil para uno explicar ciertas sensaciones…”

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“Gauchita… adivina… tengo tu foto cerca… veo tus muñecas… pero no observo una sonrisa… yo esperaba una sonrisa tuya… ¿por qué no?...” Leía y releía sus cartas tratando de encontrar indicios de que él se había enamorado y el mes que duró la espera de su llegada al país escribió, soñó e imaginó más que nunca. Se sentía preparada para el gran momento de ser mujer. Ya estaba decidida a tener una aventura con él y aunque no lo conocía porque nunca le envió su foto, presentía que todo saldría bien porque le atraía su alma y sería fácil acceder a su cuerpo. Cuando sonó el teléfono del pasillo su corazón comenzó a palpitar en su pecho, enseguida supuso que era él. –Hola… hable por favor… –Señorita Selma Ponti?... –Sí… ¿quién le habla? –José Alfredo… ¿eres tú? –Sí… qué alegría!, no imaginaba que llegarías tan pronto… –Vine en avión, en un vuelo directo. Su voz tenía un hermoso acento pero sonaba titubeante, temerosa. Nada que ver con la forma tan peculiar y pícara que tenía al escribir sus cartas. –¿Te quedarás en la ciudad? –preguntó. –Sí… unos días. –Iré a verte ahora mismo… si me lo permites. –Por supuesto, copia la dirección. Súbitamente se sintió cohibida y muy nerviosa. Era evidente el apuro de él por verla… ¿acaso creería que estaba

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sola en el departamento? ¿Buscaría una aventura? No tuvo tiempo de pensar mucho porque debía arreglarse un poco e informar a su madre que llegaría visita. Lo vio desde el vidrio del ventanal del cuarto, se había detenido frente a la puerta abierta y se lo veía indeciso. La puerta del segundo departamento que ocupaban daba a un largo pasillo, típico de la propiedad horizontal de la época en la enorme ciudad. Le pareció algo más alto que ella, gordito, cabello oscuro ondulado, más bien muy enrulado, piel morena y usaba anteojos. Sintió una momentánea decepción, pero continuó con deseos de conocerlo y darse una oportunidad. Caminó lentamente hasta su encuentro, la besó en la mejilla –un poco frío para su gusto–pensó, más después de las promesas de comerla a besos que había hecho en sus cartas. Ella había imaginado otro encuentro, pero comprendió cuando se percató que Egle salía presurosa de la cocina, ansiosa también por conocerlo. Pasaron un día agradable conversando y paseando por la ciudad. Se despidió con la promesa de llamarla por teléfono a su pueblo para visitarla antes de partir. Esperó ansiosa día tras día ese llamado, un llamado que nunca se produjo. Su madre jamás la había visto tan triste y dolorida. Cuando estaba sola no paraba de llorar, sentía una gran bronca y no sabía bien por qué. ¿Lo amaba?.... nunca le gustó físicamente… pero tenía una gran necesidad de amar y lo que realmente le dolía era cómo se habían derrumbado sus sueños y el tiempo perdido soñando con él. –No le interesaba quizás más que una aventura.–le dijo Egle. –Es verdad… y a mí no me gustaba mucho.

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–Entonces… ¿qué te molesta?, no es mejor que no haya pasado nada?. Su madre tenía razón, pero… pero igual, ella hubiera querido verlo en su pueblo, allí podía conseguir sus propósitos. Al menos, alguna pequeña aventura… Después de algunos meses de escribir sin obtener respuesta, llegó carta de él, corta y fría, casi sin explicaciones (no tenía por qué darlas). Ella perdió interés y las cartas se fueron espaciando. Hasta que se olvidó de ese hombre. Ahora, a Selma le interesaban otras cosas, por ejemplo: la edición de su libro de relatos y ese viaje postergado al centro del país.

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8 –Lo haremos –le dijo el director de la editorial– aún sigue interesándonos. Sólo que no podemos financiarlo, aunque nos encargaremos de su distribución. El libro es interesante, creemos que será vendible, aunque nunca está dicha la última palabra, nada es seguro en este negocio. Selma recordó las palabras del profesor Tomás Guido cuando tuvo que evaluar los originales: “me agradó mucho la lectura del libro, daré el visto bueno para su edición”. Después de dejar todo en orden, diagramado y corregido para ser entregado a la imprenta, Selma buscó refugio en los brazos de la naturaleza y partió a un Parque Nacional poco difundido del centro–sur del país. Allí le esperaban días inolvidables y la felicidad de comprobar que su madre había experimentado una gran mejoría y parecía recuperada casi totalmente. Después de todo, la vida no era tan mala y valía la pena vivirla. Su prima María Delfa los acompañaría una vez más para pasar momentos inolvidables. Pronto cumpliría sus 31 años y aún en medio de la soledad afectiva que soportaba, sentía deseos de vivir plenamente en comunión con la naturaleza amada. Es lindo permanecer en la paz de ese lugar… quizás el lugar no sea muy espectacular, es discreto, algo inhóspito y agobiante en verano. Pero hay algo que atrapa, y que me atrapó definitivamente. Esas plantas de un bosque de transición, tan sufridas: caldenes, molles, sombra de toro, jarilla… es como si emanase vida, un festival de voces en la alegría de los pájaros que son abundantes y cantores, los

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tímidos arroyos entre las pedregosas montañas de mucha antigüedad… Las noches son de extrema paz, con la compañía simpática de las vizcachas que salen a comer y deambular cerca de la carpa con bastante mansedumbre. Salía a caminar muy temprano por el calor, y además porque son esas, horas inolvidables donde se puede gozar al máximo la alegría de la naturaleza. Un aroma a flores impregnaba los senderos, me encantó ir mirando los árboles, los pájaros, escuchando el viento… Después me quedaba por allí meditando, aromándome, purificándome… con la mente en blanco, con la necesidad de sentir el alma de esas sierras. Hasta que el sol comenzaba a calentar y buscaba refugio bajo los caldenes. Luego volvía a las sierras, caminando despacio para esperar la llegada de las sombras. Soplaba una brisa pura, y yo contemplaba absorta el movimiento de los pájaros entre la fronda. Podía escucharlos y verlos en su exaltada felicidad primaveral. Un día, muy temprano, salimos todos a recorrer otra zona. ¡Qué placer!, caminar lentamente entre flores olorosas, piedras rosadas, algunos manantiales alegrando la vista con sus aguas quietas donde nadan diminutos pescaditos negros. Y así, caminando, caminando, llegamos a una gruta con pinturas rupestres. Desde allí, balcón a la vida, invitación a quedarse, se siente la paz de ese lugar. Los pájaros retozando en el bajo donde crecen árboles. Los miré, eran libres y felices, cantaban para mí… los amo, amo la brisa que me acaricia, el sol, las mariposas, insectos zumbones, amo la paz y la soledad aunque ella vaya en contra de mis posibilidades de encontrar al amor.

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Y bueno… no puedo evitarlo, esas andanzas en solitario son mi mayor bien, mi alegría, el remedio contra la depresión. Me pasaría los días así… volvería a un lugar como aquel tantas veces como desee libertad y paz.

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9 El dulce recuerdo de aquellos momentos produjo en Selma una gran paz interior. Estaban en ella, todavía frescos y vivos. Sintió que ese, era un tesoro muy valioso que poseía y sólo a ella le pertenecía. Que a pesar del futuro incierto que le esperaba por la enfermedad de su padre, ya nadie podía quitarle tantos y tantos momentos inolvidables, supremos y gozosos de su corta vida. Y ese era su mérito, haber aprovechado las oportunidades, y llenarse el alma de vivencias que no morirían nunca aunque ella estuviese muerta. Ese pensamiento la reconfortó y ya un poco más tranquila, después de un almuerzo liviano, decidió dormir una corta siesta hasta la hora de partir para abordar el tren de las 18.35 que la regresaría a su pueblo. En cuanto se acostó, volvió a experimentar angustia y soledad. La imagen de su padre invadió toda su mente, le costaba asumir la realidad, sus días habían sido cada vez más difíciles desde hacía casi 3 meses… ¡Qué pesado le resultaba seguir! Su odisea comenzó en aquel viaje al mar… notó que Antonino no era el mismo de otras veces y que todo le molestaba, por todo se fastidiaba y se negaba a salir. María Delfa que había viajado con ellos lo veía desconocido y su mamá a penas lo soportaba. Si bien Selma se sentía muy mal porque no acertaba la forma de tratarlo para que estuviese tranquilo, no se preocupó demasiado pensando que sería una etapa negativa que pronto le pasaría. Pero no fue así; desde entonces fue empeorando vertiginosamente. Cuando regresaron, Selma había tomado una determinación que hacía tiempo venía postergando: acudir a una agencia matrimonial donde la ayudasen a encontrar al El camino de los sueños - 223


hombre de su vida. Sentía que cada vez lo necesitaba más y más, que cada día la soledad le pesaba más y más… así conoció a Guillermo y a Ernesto, tan solo para sumarle a su vida dos frustraciones más. Cuando Selma abandonó el ascensor se sintió abatida y confusa. No podía creer la situación a la cual había llegado después de transitar por la vida firme, segura, decidida y acostumbrada a concretar los más difíciles desafíos; creando, viviendo, amando y observando la belleza de la creación con los ojos de la alegría por estar en ese lugar del mundo. Era bien real, no formaba parte de ninguno de sus sueños. Sí… acababa de comprar un hombre para su vida, un hombre desconocido del que apenas sabía el nombre. Llegó a su casa con un nombre y un número de teléfono; instrumentos de su ilusión, salvamento final que evitará la muerte cuando se muere en vida porque se ha olvidado cómo se vive. Ella que siempre esperó al amor destinado. Con ansias, con pasión, con ternura, con pureza, con alegría, con esperanza… hasta que, casi sin darse cuenta, perdió todas esas cosas y se encontró de buenas a primeras con inquietud, con dolor, con soledad, con tristeza, con desesperación… –Hola!... ¿hablo con Guillermo? –Sí… te estaba por llamar. Se hizo una pausa. Su voz sonaba extraña, quizás porque no se parecía a la voz que Selma había registrado en sus sueños. Hizo un esfuerzo para disimular la desilusión. –¿Cómo llegaste aquí? –preguntó. –Por un aviso –le dijo. –¿Hace mucho? –Un mes.. ¿y tú?.

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–Yo hace como un año. –¿Y qué pasó? –No es fácil, pero mantengo las esperanzas. ¿Tuviste novio? –No…– dudó, porque no sabía si le creería, ya que nunca lo tuvo. –Yo tuve varias novias. Muchas siguen siendo excelentes amigas. Se hizo otra pausa larga. –¿Y por qué sigues en este lugar? –preguntó algo desorientada. –Y… porque ya estoy anotado y bueno… sí, tengo esperanza de formar pareja. Hizo una pausa que no llenó y él continuó. –Lo importante ahora es que debemos conocernos. –Así es –le contestó deprimida. La conversación había ido matando su ilusión. –¿Nos vemos mañana a la noche? –¿Dónde? –¿Dónde vives? Le dijo el barrio. –¿Y tú? –Yo por el centro. –Es bastante lejos. –Estoy con un esguince de tobillo y sin auto. –¿Puedes venir igual? –Iré en tren. –Te puedo esperar en la estación. –Mañana te llamo antes de salir. –Bueno… hasta mañana. Por la noche, sola en su cuarto, lloró amargamente. Iría en busca de un hombre desconocido cuya voz no concordaba

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con la voz del hombre de sus sueños. Había comprado un amor, que nunca sería su amor. La luz del último farol del andén alumbró su figura, él caminaba hacia ella, a los tres pasos sonrieron y Selma lo llamó por su nombre. Se besaron en la mejilla. Juntos y solos, volvieron caminando por el andén. El hombre de los pantalones celestes y la campera azul tenía los ojos más bellos que había conocido en su vida. “Color del tiempo” –le dijo. Color de la vida – pensó Selma. Fueron a tomar un café a la confitería, charlaron bastante de todo un poco, ella le dejó uno de sus libros, él lo aceptó con algo de desgano; dijo no ser amante de la lectura. Luego lo acompañó hasta la estación y se despidieron con la promesa de volverse a ver. Como Selma no pudo esperar a regresar a la ciudad para llamarlo, lo hizo desde su pueblo. –¿Te gustó mi libro? –Lo estoy leyendo– contestó Guillermo sin mucho entusiasmo. –Te llamaré para la presentación de mi próximo libro – dijo amablemente. –Bueno… –parecía otra persona, apenas si contestaba. Pero Selma no se desanimó y después de varios intentos, logró encontrarlo unos días antes de la presentación de su libro de relatos para invitarlo a ir y encontrarse nuevamente. –No iré –le dijo secamente. –¿Por qué? –preguntó asombrada. –No va a funcionar… –¿Qué es lo que no va a funcionar? –Lo nuestro.

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–Pero… –sentía que se ahogaba, su corazón latía con fuerza– tenemos que conocernos –dijo al fin sin saber cómo responder a la súbita sequedad de él. –No es que no me agrades físicamente. Entiende… hay cosas que uno presiente, es algo interior, es mejor que no nos volvamos a ver. Selma quedó muda un instante, estaba destruida; casi a punto de llorar, logró hilvanar unas palabras de despedida y colgó. Otro hombre más que sentía pánico por ella y su mundo. Comprobaba lo que siempre temía: su destino de soledad. Quizás, como tantos creadores que habían enfermado, enloquecido y quedado solos para terminar en una muerte temprana; ella debía resignarse a eso, pero le costaba aceptarlo, aceptar que sus padres envejecían, que no habría otra salida a sus problemas… que nunca tendría hijos, familia… “En los segundos de cada minuto de mis horas te recuerdo, en los días de los meses de mis años, yo te adoro, por eso le pido al creador tenerte con tu amor de oro con tu amor de plata con tu amor de siempre”. (Dedicado a Selma, por supus: Ernesto)

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Esos versos fueron lo más bello que le quedó de ese hombre que nunca pudo llegar a conocer, aunque se hablaron varias veces por teléfono. Más que nada por los problemas de Selma con la salud de su padre… debía haberlo llamado, pero… ¿para qué? ¿Para postergar la cita una vez más?. Si es verdad que existe un destino prefijado de antemano, en ese momento (aunque ella no lo imaginaba) ese destino, estaba actuando y no para llevarla a la muerte como pensaba en esos días de terror; sino para retornar su alma al camino de la vida del que el mismo destino la había desviado porque era necesario para templarla también en el dolor, en el sufrimiento y en el renunciamiento.

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10 No podía dormir y la hora de partir a tomar el tren se acercaba; últimamente todo estaba saliéndole mal. Para completar su desgracia, había perdido las horas de cátedra que tenía en el Conservatorio, trabajo al que ya se estaba acostumbrando y la hacía muy feliz. Ese año, por la crisis económica, el número de alumnos inscriptos había disminuido alarmantemente, dejando a los profesores con menos número de horas y Selma (por ser la más nueva) quedó sin alumnado, ya que le dieron prioridad a los más antiguos y titulares. Con el tiempo se dio cuenta que fue mejor así, porque ella tuvo que ocuparse de lleno ese año con las cosas de su padre ya que él estaba muy enfermo y no podía hacer nada. También ese año tuvo la presentación de su libro de relatos en la Feria del Libro. Y fue muy lindo escuchar las palabras de presentación del mismo. “Un poeta viajero dijo alguna vez que al partir, el mundo se ve extenso a la luz del deseo y más tarde, al regresar, se ve pequeño a la luz del recuerdo. “Esta sutil reflexión encierra una verdad general que aplicada tan sólo a la dimensión cuantitativa de los paisajes y los caminos, mutila esa otra faz, la espiritual, que es la que impulsa a los viajeros hacia nuevos horizontes. “Cuando el mundo es el mundo que más vívidamente nos circunda, el territorio de nuestra propia patria, es cuando la luz del recuerdo cobra un alto valor emocional que nos incita a salir a recorrer los caminos del país para tomar contacto con las bellezas

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naturales que distantes y quietas, esperan nuevos viajeros”. Hacía tiempo que se escribía con Uberto Frino; lo había conocido también, a través de una radio de onda corta. Leyeron una carta de Selma y Uberto la escuchó, copió la dirección y decidió escribirle. Tenían muchos puntos en común, un apasionado de los relatos de aventuras, de la ecología y la lectura, enseguida quedó subyugado por la peculiar personalidad de Selma. En la presentación de su libro tuvieron la oportunidad de conocerse personalmente. Hablaron poco pero a Selma no le costó mucho darse cuenta que él se había enamorado. Se sintió halagada y su mente algo alterada por los acontecimientos disímiles que estaba atravesando, no tardó en ponerse a trabajar imaginando la situación más inverosímil, al menos para esa época. Pensó: – si el destino me depara una soledad eterna, llegará un día que querré tener un hijo y Uberto podría ser el padre, tendría que pedírselo y además guardar el secreto. Él estaba casado, con una familia conformada, pero de algo estaba segura: no se negaría. De repente se sintió muy mal, ¡cómo podía imaginar semejante cosa! Sin duda, estaba muy alterada, las idas y venidas con su padre la habían trastornado, recordaba esos momentos de terror, cuando él volvía locas a ella y a Egle. Tenía una depresión que le impedía razonar, no podía pensar en el daño que hacía y se empeñaba en no ir al médico. Les costó muchísimo que iniciara un tratamiento. ¡Cuánto le costó a Selma asumir todas las responsabilidades! Su padre no la había preparado para ello. Y estaba sola tratando que todo siguiese funcionando normalmente mientras se daba cuenta que el pequeño mundo perfecto que

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siempre la rodeó, se iba cayendo a pedazos. Su madre experimentó un empeoramiento de su enfermedad justo cuando comenzaba una sensible recuperación. Y ella había estado al borde de la locura por todas las presiones que recibía del exterior y del interior, no se explicaba cómo podía estar en pie después de haber pasado los días más horrorosos de su vida. Días interminables, angustiosos, de desesperación, donde no podía encontrar una salida. Así pasó en sus vidas tan unidas, tan juntas y dependientes. La muerte… muchas veces pensó en ella como la única solución para los tres. Sin esposo, sin dinero, sin trabajo, sin capacidad ni tiempo para crear, acorralada por el deterioro de Antonino, y su madre que se derrumbaba en la impotencia, sola y triste; los sueños rotos, el sol sin brillo… el campo, el cielo azul esperándola, los pájaros tan lejanos, tan lejanos… que todo lo que vivió antes le parecía irreal, no podía reconocerse y reconocer a sus padres como protagonistas del libro que más soñó y que al fin había editado. Pero había iniciado un camino sin retorno, el tiempo le enseñó que la vida podía ofrecerle muchas oportunidades más a lo largo de su existencia. Claro que entonces, ella no podía verlo y la muerte se presentaba como la única solución valedera. Cuando Selma logró quedarse dormida antes de prepararse para tomar el tren que la regresaría a su pueblo; ni en sueños hubiese imaginado que 45 días después de ese momento, recibiría una carta que marcaría el inicio de un cambio de rumbo en su vida; porque también para ella, existía un tiempo destinado al amor.

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EL PUEBLO AMARILLO “Nada sobre esta tierra puede detener al hombre que posee la correcta actitud mental para lograr su meta”. Thomas Jefferson.

1 Miró el reloj… no faltaba mucho. El sueño empezó a dominarla, según sus cálculos, en su lugar de siempre ya habría pasado la medianoche. Se sintió en paz, tranquila y feliz, casi sin miedos. El vuelo había resultado normal y estaba en horario. No podía ver el cielo, una oscuridad total lo cubría; pero a Selma ya no le importaba, ella iba rumbo al sol. Pensó en su pueblo, su gente… en ese momento todos pensarían en ella. Sus padres…¿ dormirían esa noche en la ciudad donde quedaron después de acompañarla al aeropuerto? Tuvo deseos de llorar, mezcla extraña de angustia, placer, nostalgia y esperanza. Por primera vez subía a un avión, por primera vez viajaba sola, por primera vez salía de su país, por primera vez… Trató de imaginarlo con una sonrisa, buscándola entre todos los pasajeros. Tenía miedo. No… ya no, era demasiado tarde para tener miedo, él estaría esperándola para amarla. Pero también sabía que podía no estar y ella quedaría sola en un país desconocido. Abrió los ojos, una voz anunció que estaban llegando a destino; como en un sueño escuchó la temperatura y la hora. El camino de los sueños - 233


Entonces supo que llegaba el momento de la verdad, sintió que su corazón iba a destrozarle el pecho con la fuerza de sus latidos. Acomodó la cinta que adornaba sus cabellos y que era la señal para que él la distinguiese más rápidamente entre todos los viajeros. Cuando el avión tocó tierra sintió una opresión en el pecho que no la dejaba respirar; trató de recordar la frase que durante un mes la vino preparando para ese viaje: “no debo tener miedo, nada me pasará y él estará esperándome para amarme y hacerme feliz… porque él existe, es real… iré hacia la luz, iré hacia el amor…” Tomó su bolso marrón y bajó del avión, como un robot siguió a los demás pasajeros, ya resignada a vivir su destino, un destino que ella misma había buscado y soñado durante ocho largos y esperanzados meses. El aeropuerto le pareció tan grande… y había tanta gente… en ese país era un poco más de la medianoche, se sintió tan sola que no quiso mirar a su alrededor. Pasó migraciones, sellaron su pasaporte y le indicaron el maletero. Se detuvo junto a los demás para esperar su maleta. Fue entonces cuando lo vio emergiendo de un mar de gente ansiosa esperando a sus seres queridos; mostraba una amplia sonrisa mientras levantaba la mano en señal de bienvenida. Selma sintió que renacía y su corazón que hasta entonces parecía paralizado, comenzó a latir rápidamente, estimulado por la emoción. Después de pasar la aduana, caminó lentamente a su encuentro. Sus ojos se encontraron sonrientes y se saludaron con un cariñoso beso. Luego el abrazo emocionado a sus padres y la dulce alegría del deber cumplido, de sentirse a la altura de sus sueños y de luchar por ellos con toda la valentía de una verdadera mujer.

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2 Su padre había mejorado bastante con el tratamiento antidepresivo y su vida comenzaba a transitar nuevamente por rumbos normales. Para entonces había olvidado que una vez escribió a radios internacionales en búsqueda de amistades, sin embargo, aún seguía manteniendo correspondencia con gente de distintos puntos del mundo; aunque su natural entusiasmo inicial mermaba poco a poco con el paso del tiempo y la desazón que sentía al comprobar que esos contactos a distancia no estaban a la altura de sus sueños. Aquel frío invierno recibió una carta como tantas otras anteriores que la habían ilusionado inútilmente. Ya no quería volver a ilusionarse, jamás encontraría al hombre de sus sueños de esa forma. Sin embargo… una pequeña esperanza quedó escondida en lo profundo de su alma cuando terminó de leerla: Querida Selma: Entre tantas personas que se suscriben a la B.B.C. fuiste la elegida. Mi nombre es Danilo Sotomayor, dentro de pocas semanas me recibo de abogado. También soy periodista y asesoro legalmente los negocios de mis tíos. Estoy por abrir una oficina con una prima hermana que también es abogada. Los ratos libres los dedico al tenis y al fulbito, me gusta el deporte, también todo tipo de música: romántica, salsa, rock en castellano y todo lo demás. Me gustaría saber qué edad tienes, qué haces, cómo piensas y todo lo que dos buenos amigos pueden compartir.

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Bueno Selma, desde ya te ofrezco mi sana y desinteresada amistad, espero me respondas a la brevedad posible y me digas si aceptas o no mi interés porque seamos amigos. Ojalá algún día conozcas mi país, mi ciudad y sus lugares turísticos. Gracias nuevamente por permitirme entablar amistad contigo. Dime si tienes teléfono para llamarte, espero que nos conozcamos aunque sea por foto. Un fraternal abrazo y un cariñoso beso, de un amigo que te ofrece lo mejor de su corazón. Enseguida su amable carta tuvo respuesta: Querido amigo Danilo: Ya que he sido la elegida entre tantas personas espero quedar bien y demostrarte que acertaste a brindarme tu amistad. Soy soltera y con deseos de casarme para formar una familia; todos estos años de mi vida los he pasado estudiando y trabajando, entregada a la naturaleza y al arte. Amo a los animales y me agrada verlos y fotografiarlos en libertad, viajo bastante, conozco todo el país y sus paisajes, fauna y flora. Me agrada el camping y la soledad que me sirve para soñar, pensar y crear. Pero siempre es bueno tener un ser querido cerca para sentirse apoyada y para compartir la alegría de ingresar al mundo de la naturaleza que es algo inigualable. Ojalá algún día pueda visitarte, igualmente deseo que puedas venir a visitar el sur que es mágicamente hermoso. No quiero hablarte mucho de mi país porque puedo cansarte, pero es lo que más amo en el mundo,

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además de mis padres. Prometo enviarte mi foto pero antes espero alguna tuya. La verdad, estoy feliz por tu carta, me agradará tu amistad. Desde hace tiempo he perdido contacto con mis amistades del exterior. Lo que ocurre, que las tarifas del correo están muy altas y no puedo escribir como quisiera. Si puedes escríbeme a máquina porque tu letra me cuesta entenderla, y gracias por haber pensado en mi, trataré de corresponder con lo mejor que tengo en mi corazón. Un abrazo fraterno de hermanos.

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3 Desde entonces la vida de Selma cambió. Casi sin darse cuenta comenzó a depender de las cartas de Danilo y la correspondencia se hizo bien fluida en los próximos cuatro meses. Ambos tenían una inmensa capacidad creativa para escribir amenas cartas, llenas de ternura y de vida, quizás porque buscaban lo mismo: un alma que los comprendiese y los sacase de la soledad y la rutina. Se convirtieron en grandes amigos y confidentes, y a pesar de la distancia física que los separaba, se sentían los seres más unidos del universo. Poco a poco Selma sentía que renacía a la vida y a las esperanzas, que aún podía soñar esperando un mañana mejor de la mano de esa insólita y fuerte amistad. De cada una de las cartas de Danilo recopilaba las frases más significativas que le renovaban los sueños y volvió a creer en el amor. “No tenía idea que podría alternar con una chica tan preparada como tú, con esa inspiración tan peculiar en tu persona que reflejan esos versos tan llenos de calor. Noto que eres un ser muy centrado, con objetivos definidos, identificada plenamente con su país. “Espero me envíes tu foto, yo aquí te mando la mía así me conoces en algo, aunque abrigo la esperanza de que a la brevedad posible nos conozcamos en persona… “…me siento súper–contento de contar contigo. Tú cuenta conmigo en todo, cuando te sientas algo triste, sin pensarlo escríbeme y estaré para ayudarte y leer tus líneas que son tan hermosas como tus poemas…

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“Realmente eres una mujer guapísima, digna representante de la mujer del sur, no es un cumplido, sólo te digo la verdad y la belleza de tus versos también se refleja en tu belleza física… “Realmente tus versos son bellísimos, cada palabra bien utilizada y en el instante apropiado, realmente son encantadores. Te admiro mucho… “Admiro mucho tu inspiración y hasta hoy no comprendo cómo es que no has sido amada. Quizás Dios y el destino te están deparando una pareja genial, que te entienda y comparta inmensamente tus vivencias que son muchas. “Para ti una flor, un abrazo, un beso tan grande como nuestra amistad. Chau amiguita linda. Pórtate bien y si te portas mal… invita… Te quiero muchísimo. “No creas que me quedaré mudo cuando te conozca, seguramente tus otros amigos se habrán quedado así ante tu asombrosa belleza física e intelectual… “… quién no se sentiría orgulloso de compartir el resto de sus días contigo, con una chica inteligente, capaz, que conjuga su belleza física con su belleza espiritual; realmente habría que estar muy ciego para no comprenderlo, verás que cuando menos te lo esperas hallarás esa felicidad que tanto ansías, y te sentirás amada intensamente, como sólo una mujer como tú lo merece. “… imagínate la emoción que sentiremos cuando por primera vez nos veamos, ¡oh! se acabará el mundo. “La vida es hermosa, tan hermosa como tú y tus poemas, tan linda como el primer amor o el primer beso cargado de ilusión; tan bella como el eterno amor, el único que se puede ofrecer por siempre y para siempre.

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“Me doy cuenta que eres una mujer muy apasionada como digna representante de la mujer sur–sur, quizás el paisaje las hace poner así… “… siempre estaremos juntos, muy juntos en este mundo tan alterado, en estos momentos tener a alguien en quien confiar es algo muy difícil y yo celebro tener una amiga como tú, tan pura y llena de virtudes en quien depositar mi confianza y mis confidencias. “… me alegro que sueñes conmigo, cuéntame cómo son esos sueños… tú eres una chica lindísima y tienes una mirada muy pícara… “Yo anhelo mucho estar a tu lado, contigo, y conversar de tantas cosas de nuestras vivencias, pero tú eres un sueño, ese sueño que uno siempre dibuja en su mente y que sabe que algún días lo podrá hacer realidad porque Dios y el destino así lo quieren. Piensa en mí que yo siempre pienso en ti. Sigue soñando conmigo. “He leído tus sonetos una y otra vez, creo que nunca me cansaré de leerlos por el resto de mis días, son tan hermosos y la estructura poética de los mismos es fantástica y no podía ser menos si han sido elaborados por tu intelecto y el corazón que le pones a cada uno de ellos. ¡Me siento muy orgulloso de ti!... eres el ser más lindo que conozco y espero que transitemos juntos por esos bellos parajes de la naturaleza que describes con tanto amor. “Tengo tu última foto y realmente eres una mujer muy bella con una mirada tierna, dulce y sensual que sólo tú tienes la virtud de poseer, y para dicha mía poder admirar. Ello me hace feliz, tan feliz como cuando repaso la exquisitez de tu pluma, la sinceridad de tus cartas, tu intelecto o la sola emoción de contemplarte y saber que me estás mirando.

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Cuando nos conozcamos las noches y los días serán interminables para conversar sobre nuestras vidas, serán momentos bellos como cuando el sol se oculta en el mar o como el trino de las aves al atardecer. “… sabes que formas parte de mi existencia, de mi corazón, de mi vivir, eres el motivo de un dulce sentimiento que sólo tú me puedes inspirar. Todo mi corazón y muchos besos tan inmensos como el infinito. Te quiero. “Hoy tengo la necesidad de escribirte, siempre pienso en ti y no sabes los deseos que tengo de verte. “Todos los seres humanos siempre necesitamos de ese alguien que motive nuestra existencia, el calor abrigador de una persona que satisface tus expectativas y desea lo mejor para ti, realmente me siento muy dichoso de conocerte, y sobre todo una mujer tan intelectual y hermosa que me ha cautivado con su sencillez, su dulzura angelical y el cálido mensaje de su corazón. “Dios nos da a cada uno lo que nos corresponde, su sabia mano nos pone uno frente al otro y eso es lo que nos ha ocurrido a ambos, conocernos de la manera más inimaginable posible, descubrirnos a través de las cartas e ir sembrando sentimientos profundos en los momentos menos esperados.”

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4 Durante un mes no recibió noticias de Danilo. Fue entonces cuando comprendió que ese hombre del cual sólo conocía el alma, representaba mucho más de lo que ella imaginaba. Sentía que no podía respirar sin sus cartas y que se había convertido en una dependiente de esa correspondencia. Simplemente, la necesitaba para seguir viviendo, soñando y creando. Varias veces intentó comunicarse por teléfono, tenía que saber cuanto antes si él ya la había olvidado; pero no pudo lograrlo, el Servicio Internacional andaba muy mal y el triple 0 daba constantemente ocupado y cuando no, una voz estúpidamente amable le repetía: “lo siento. El Servicio Internacional se encuentra congestionado, por favor, reitere su llamada en unos minutos”. Para no enloquecer pensando decidió pintar su taller de trabajo y luego toda su casa. Ella sola… sin la ayuda de su padre como hubiera sido en otros tiempos. El cansancio le impedía pensar en Danilo y al releer sus cartas, al menos, el tiempo pasó rápidamente y ella se sintió útil. Cuando llegó carta de Danilo, sintió que su vida renacía y que podía respirar nuevamente; la demora se debía a una huelga en los correos de su país. Esa primavera decidió hacer un viaje diferente teniendo en cuenta que no podía pensar en campamento por el momento, debido a que su padre no estaba aún recuperado. Le llamó la atención un viaje en barco por un río del norte y pensó invitar a su amiga Rosa Pilquill. La llamó por teléfono y le explicó su plan.

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Rosa se entusiasmó y quedaron en encontrarse en el centro de la ciudad para coordinar todo. Durante un buen tiempo, Selma compartía la emoción de escribirse con Danilo con la otra emoción de emprender un viaje diferente a todos sus viajes anteriores, y ese estado de ánimo la hacía inmensamente feliz. Aquel día del cercano verano se despertó eufórica, confirmarían la fecha de partida. Así que tomó el teléfono y llamó a Rosa al trabajo en el Banco para coordinar dónde se encontrarían más tarde. –Hoy es el último plazo que tenemos para hacer la reserva –le dijo. –La economía está en crisis –recordó Rosa. –Por eso mismo debemos apurarnos porque después será más difícil reunir el dinero. –Mira Selma, yo preferiría postergar el viaje; quisiera retener esos ahorros porque puedo necesitarlos. –¿No piensas ir entonces? –preguntó sorprendida ante su repentino cambio. –¿Y si esperamos un poco? –Si esperamos no creo que se pueda hacer este viaje. –Tiene que haber otras oportunidades… Selma se dio cuenta que no quería ir, así que decidió no insistir. –Está bien, no te preocupes, esperaremos… –¿No te enojas?, la verdad que necesito esos ahorros, tengo muchos gastos. –Comprendo, programaremos algo para otro momento. Cómo me voy a enojar! Se despidió de Rosa con un nudo en la garganta. Una vez más, cuando intentaba salir de viaje de una forma diferente a la habitual, éste se frustraba. Primero había sido

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al continente helado, luego al Parque Nacional del centro del país y ahora el crucero por el río del norte. Se sintió completamente deprimida y decidió que nunca más buscaría una compañía y que viajaría sola, seguro no sería tan malo. Pasó una mala noche, no veía la hora de regresar a su pueblo donde las penas se sobrellevan mejor; la ciudad la agobiaba. Despertó con un impulso irresistible de llamar a Danilo. Calculó el horario, por la diferencia horaria casi seguro que lo encontraría. Cuando marcó los números de Internacional y recibió respuesta al instante, no podía creerlo. Comenzó a ponerse nerviosa, algo importante podía pasar ese día. –Cuelgue, en un momento la llamo –le dijo una voz masculina. Esperó ansiosa un par de minutos y el teléfono sonó. –Puede hablar –le informó la misma voz. –Aló… –dijo una voz de mujer. Se asustó, y si él la estaba engañando, y era casado… –Por favor, llamada internacional, deseo hablar con el señor Danilo Sotomayor.–dijo. –Un momentito – dijo la mujer. Enseguida se escuchó una voz masculina que la emocionó y casi la deja sin habla. Después de tantos sueños, de tanto imaginarla, estaba escuchando su voz. –Habla Selma –dijo con cierto pudor. –¡Selma!... ¿eres tú? ¿Llamas por el discado directo? –Sí… sí… ¡cómo estás? Hablaba precipitadamente, sabía que no se podía demorar ya que el costo era alto. –Estoy en cama con amigdalitis, pero ya me encuentro mejor al escucharte. Selma, te doy una noticia: el 2 de enero

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doy el examen de título. Quiero que ese día pienses mucho en mí. –Por supuesto que pensaré en ti, seguro que todo irá bien. –Dime… ¿puedo llamarte este domingo? –Sí, claro… estaré esperando. Ahora te dejo. Muchos cariños, un beso grande. –De igual manera, te estaré llamando. El domingo esperó ansiosamente la llamada. Puntualmente, a la hora convenida, sonó el timbre del teléfono del pasillo. Su corazón desbordaba de felicidad. –Dime cuánto mides, deseo mandarte una sorpresa para tu cumpleaños. –No te molestes… –No es molestia, ese día pensaré en ti. –¿Cuándo vendrás a visitarme? –Más o menos para junio. –¿Tanto?... –se amargó, ella tenía la ilusión de recibirlo en febrero o marzo. No podía soportar tantos meses de espera. –Es que no puedo antes, con el examen, la colegiatura y varias cosas que debo dejar en orden aquí antes de viajar. Porque yo no iré por unos días, quiero estar contigo un par de meses. –Bueno… si es así… –se acordó de la mujer del otro día– ¿quién me atendió el otro día? –Ah… mi mamá, Pilar. Jaja, se sorprendió mucho. Mañana te envío una carta; y tú, escríbeme cada vez que lo necesites. ¡O.K.? –Así lo haré.

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–Bueno, tengo que despedirme, en cuanto puedas llámame ¿si? –Por supuesto, me alegro que te encuentres bien, saludos de mis padres. –De igual manera para ti. Un beso y un abrazo. –Un beso… hasta pronto.

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5 El día de su cumpleaños recibió una sortija y una tarjeta que decía: “Estaré pensando en ti, como sólo puedo hacerlo por una mujer tan fantástica como tú, tierna y cariñosa”. “Ojalá la pases muy bien y que el otro año la pasemos juntos, preciosa. Aquí adjunto una sortija, cuando te la pongas piensa que soy yo quien te la coloca y que sirva como símbolo de nuestro cariño”. “Con muchísimo amor” DANILO También recibió una carta muy significativa que Selma interpretó como una sutil declaración: Mi querida Selma: Que alegría volver a conversar contigo, yo muy contento luego de esas dos comunicaciones telefónicas que me han dejado muy emocionado y con la miel en los labios para poder decirte tantas cosas en breve tiempo. Sabes, ninguno de los dos hasta hoy ha conseguido el verdadero amor, no nos han amado de verdad ni hemos podido volcar nuestro amor en una pareja. Yo realmente estoy muy contento que a tu temprana edad hayas conseguido grandes avances en tu vida. Tendrás al hombre que se anime a enseñarte a soñar, un hombre para el cual no seas un “martirio” o que le falte coraje para compartir tu vida. Te confieso una cosa: la mujer cuando entra a los 30 años se pone más interesante… hmmmm… hmmmm…. y no creas que voy a huir de ti, eso jamás (ja–ja–ja–)… El camino de los sueños - 247


El día que nos conozcamos nos faltarán horas para terminar los temas, pero lo importante será compartirlo todo, estar juntos y… no voy a correr, porque no creo que muerdas (broma), o de repente eres tú quien se corra de mí. Eres una chica súper– linda con muchas virtudes que harían feliz a cualquier hombre que valore tus sentimientos y te valore como mujer, por lo pronto YO SI ME SIENTO MUY ORGULLOSO DE TI Y ME SENTIRÍA ORGULLOSO DE COMPARTIR EL RESTO DE MIS DÍAS CONTIGO, de veras que sí. Para ti un beso enorme, grande como tú y tu belleza, grande como tu hermosura espiritual y la capacidad de brindarme tu afecto. Te quiero. Con amor. Selma contestó esa carta maravillosa, llena de gozo y emoción: ¡HOLA mi dulce amigo! Espero que al recibo de la presente te encuentres bien, yo bien, con mucha esperanza y deseos de vivir por y para ti. Tú dices que formo parte de tu existencia, de tu corazón, de tu vivir… ¡si supieras que desde hace un tiempo sólo tú motivas mi existir, mi creación, mis proyectos, mis sentimientos más profundos, más sanos y más puros!. Mis sueños se habían hecho pedazos, hasta llegué a dudar de la existencia de Dios… pero llegaste tú, y quizás tengas razón; su sabia mano sabe dar a cada uno lo que le corresponde, para bien o para mal, en el momento justo. Y debemos aceptar lo que nos da y lo que nos quita. Debo creer en el destino, ayudarlo para que pueda ayudarme. Quizás todo lo que me ha pasado sea necesario para aprender a vivir y a amar. Estoy segura que es así. Nunca amé antes con un

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amor verdadero. ¿Será tu amor el premio para tanta espera? No lo sé, tal vez, el tiempo tendrá la respuesta. Por ahora sí sé que debemos averiguarlo, y lo sabremos cuando estemos frente a frente y cuente más que los sueños tejidos a la distancia, la realidad de materializarlos. Ahí tú serás tú y yo seré yo, despojados de todos los sueños con que en este tiempo nos fuimos recubriendo, nutriendo, alentados por la fantasía de la distancia… Ese día tomó una decisión que resultaría de gran importancia para su futuro: viajar a visitarlo antes de que terminase el verano. Sintió que era su tiempo y que debía jugarse por el amor. No sería fácil y lo sabía, debería luchar contra muchos prejuicios, pero el premio podría ser nada más ni nada menos que su felicidad futura. Recuperar esa vida intensa que había perdido desde el mismo momento que la naturaleza se estaba alejando de su corazón, o mejor dicho, desde el mismo instante que ella se vio obligada a alejarse de la naturaleza. Sintió que Danilo era el hombre de sus sueños, el que tanto había esperado y el destino la retaba al desafío más grande de su vida para poner a prueba su valor, su fortaleza, su capacidad e inteligencia. Sí… ya era hora, acababa de cumplir sus 32 años, había llegado su tiempo de ser mujer, de luchar por un hombre hasta el fin, de realizar todos sus sueños de amor creyendo en el amor que sin duda Danilo guardaba para darle. No podía esperar que él viniese a buscarla, ella tenía que partir en su búsqueda y correr todos los riesgos. Sólo de esa forma saldría fortalecida y se reconciliaría con la vida, con su destino y dejaría canceladas todas las frustraciones del pasado.

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6 Selma trató de mantener el secreto el mayor tiempo posible para no inquietar a sus padres. Mientras tanto comenzó a programar el viaje e informar de su decisión a Danilo. Pero sus dificultades comenzaron cuando trató de sacar el pasaporte, en la ciudad cercana a su pueblo se habían quedado sin libretas y no sabían cuando volverían a contar con ellas. Selma no tenía tiempo para perder, así que decidió sacarlo en la capital a pesar de que sabía las demoras y dificultades que tendría que sufrir porque allí se concentra mucha gente y todo trámite en su país, resultaba tedioso. Pasaron las fiestas de Navidad, fin de año y Reyes. Trató de estar tranquila, pero no podía. Presentía que si el viaje se frustraba, iba a perder totalmente su autoestima y nunca más tendría una oportunidad igual: de acudir al llamado del verdadero amor, del único, del que se espera largamente y que a veces no llega nunca. A ella le había llegado en una forma algo insólita, pero existía y de su coraje dependía que siguiese existiendo. Sentía que de ese viaje dependía el resto de su vida, como si Dios le hubiese dicho: “ves que me acordé de ti y tu soledad, yo puse en tu camino una dulce y bella historia de amor, ahora de ti depende que prospere…es tu oportunidad, si no comprendes mi señal, perderás el derecho a futuros reclamos”. Y sí, íntimamente Selma sabía que era así, los acontecimientos futuros de su vida confirmaron que tenía razón. Llegó al destacamento de policía a las 8.30 de la mañana, hizo la larga cola, retiró su número y esperó. El día

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la ayudaba porque tenía un dulce fresco, bastante raro para el mes de enero. Eran las 3 de la tarde cuando salió nuevamente a la calle por una puerta lateral, respiró profundamente el frescor del aire y comenzó a caminar lentamente hasta la parada del 84. La espera se justificaba, se sentía mucho más serena al haber dado el primer paso; de ahí en más, dependería del destino. Esa misma tarde llamó a la compañía aérea para reservar su pasaje, ahora debería centrar todas sus fuerzas, todos sus sueños, toda su audacia en una fecha: 1º de marzo de 1990, una fecha que marcaría su triunfo o su fracaso, una fecha que esperó ansiosa acompañada por tantos sueños que alimentaban las cartas cada día más románticas de Danilo. –Siempre leo tus cartas, desde la primera hasta la última, tus sonetos hermosos que me dan cada día más ganas de vivir y seguir adelante, y es que tú motivas mi sentir. Hasta me hago a la idea de que tú me los lees en el oído, siento ese deseo de tenerte a mi lado, así como tú lo sientes. Aprecio mucho tu inteligencia, eres muy capaz y de verdad que me siento orgulloso de esta relación tan bonita que sólo hace que piense en ti todos los días, todas las noches, y ello denota la fuerza de nuestros espíritus y pensamientos para atraerse y colmar muchas cosas que esta vida no nos ha dado. Ojalá que ambos seamos ese gran premio que el destino nos tiene deparado, si es así sería el hombre más feliz de la tierra y no viviría sino más que para hacerte feliz amándote todos los días de mi vida. –Piensa que siempre estoy contigo, que hace un buen tiempo tú eres la luz de mi existir, vivo para ti, te sueño siempre y te quiero tanto como sólo nos podemos querer ambos. El camino de los sueños - 251


–Aquí ya me estoy preparando para recibirte y gozar a plenitud esos días de tu estadía. Me voy preparando tal como tú lo dices en tus cartas, y no sabes cómo… pero tú también prepárate bien porque creo que juntos somos dinamita. (Broma) –Sabes que no puedo dejar de escribirte por mucho tiempo, creo que ambos albergamos la necesidad de estar juntos porque dos seres que demuestran su cariño puro y diáfano sólo tienen la necesidad de volcar ese afecto con una mirada, un gesto, una caricia, un beso… –No sabes cómo espero el momento de que estemos juntos, el sueño se va haciendo realidad y la posibilidad de materializar los bellos instantes que ambos soñamos no están lejos, y es que eres un ser humano bellísimo. Noche tras noche leo y leo tus poemas, son mi pan de cada día porque creo estar contigo y tengo la certeza de que van dirigidos a mí; cada palabra, cada verso representan un hito en tu vida a la espera que alguien en la otra acera los comprenda e interprete. Por lo pronto en mí tienes tu admirador número uno, has tenido tanta facilidad para cautivarme que no puedo sustraerme a la emoción de seguir leyéndote, revisar tus cartas y sentirte cerca de mí. Por eso y por muchas cosas más, te quiero mucho, mucho, mucho, que faltarían hojas para explicártelo pero tendremos los momentos necesarios para decírnoslo frente a frente sintiendo la tibieza pura de ambos. –Me dices tantas cosas lindas al oído, tienes una voz muy linda que la escucho a cada rato, sobre todo cuando requiero tenerte cerca y sentirte mía. Gracias por tu amor y por hacerme feliz, yo también quiero hacer lo mismo contigo y llegar al éxtasis de la comunión espiritual y corporal, saber que amo y soy amado y que no puede ser una unión efímera ni

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frívola, sino que es una unión que perdurará por el resto de nuestras existencias. –Verás que yo te haré ver la vida de un modo distinto y no te quedarán ganas de morir (Broma), al menos cuando estés en mis brazos sólo morirás de alegría al igual que yo. –… diría “los días que me quieras” porque yo no me conformaría con un solo día o una sola noche para hacer el amor contigo, yo quiero amarte, y amar no es sólo una noche en una cama, amar es querer toda la vida, compartir lo bueno y lo malo, todo eso lo deseo compartir contigo. –Te espero amor, ayudémonos ambos a que este bello sueño sea realidad. –…te quiero DEMASIADO y te lo demostraré cuando estemos juntos, sé que tú sientes lo mismo por mi… –…sabes que es como que tengas en tus manos a la estrella más linda del firmamento, esa estrella eres tú, pero esa estrellita es sólo mía y su corazón es también mío, y lo defenderé con todas mis fuerzas como sólo se puede defender lo que realmente se ama. –Tú me gustas Selma, como amiga, como compañera y estoy seguro que como amante serás la mujer de mis sueños. Te necesito para amarte día y noche, cada minuto, tenerte cerca para abrazarte y besarte, acariciarte entre mis brazos… –Antes de que pises mi tierra quiero decirte algo: TE AMO AMOR MÍO, TE ESPERO, TE ADORO. No lo dudes porque yo no tengo dudas de mis sentimientos. Un beso enorme y tengo uno especial para cuando estemos solos y muy cerca. Te espero mi vida y te amo. Danilo

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7 Esas fueron las últimas palabras de Danilo antes del viaje. Esos 10 días que faltaban, fueron para ella de inquietud y de esperanza. Despachó su última carta y luego se dedicó a escribir su diario previo al viaje, ambos lo harían para leerlo cuando se encontrasen frente a frente.

“Dices tantas, tantas cosas hermosas, eres una miel. Eres perfecto… sí… no te asombres, lo eres, al menos para mí. Sobrepasas todo lo que imaginé del hombre de mis sueños, para mí no tienes defectos, estás en todo, me comprendes a la perfección, representas todo lo que anhelé siempre de un hombre y ya no tengo dudas, no hace falta verte para saberlo. Serás el amigo, el compañero y el amante ideal, y lo seré para ti. Es que interpretas tan bien mi intimidad, adivinas, compartes y eres paciente, delicado, dulce, sensible… y también muy hombre. ¡Qué más puedo pedir!, creo que no merezco tanto amor. Sí… no merezco tanto. Yo lo único que deseo es hacerte feliz. Sin darme cuenta me han atrapado sentimientos indescriptibles que pocos seres humanos pueden experimentar y mucho menos comprender. Sí, tienes razón, parece una historia de novela, Dios le da a cada uno lo que le corresponde. Dios dijo: a esta chica tan soñadora, que siempre está imaginando e inventando historias que luego escribe, qué mejor que regalarle una historia real para ver cómo se maneja. –“¡Cómo morir si tú me necesitas!, además, sé perfectamente que si tú me faltas soy yo la que moriría, mi Ihana Cott - 254


vida carecería de todo sentido. Después de conocer a mi sueño de amor no podría ya vivir sin él. “Me despido mi pequeño niño hasta el 1º de marzo si Dios quiere. También tengo que decirte QUE TE ADORO, TE AMO Y TE DESEO con todas mis fuerzas. Todo el cielo de este domingo hermoso para ti”. Te amo. Selma.

18.15 P/M “Mi amor: “Estoy en la sala de embarque, esperando la hora de partida del avión. Desde aquí lo veo por los grandes ventanales. No veo movimiento en el avión y estoy empezando a sentir frío aquí. Pienso en ti mi vida, ¿me esperarás si llego tarde?. ¡Oh Dios!, moriría sin ti”. 19.40 P/M “Hemos despegado. El sol no me deja ver nada por la ventanilla. Sí, se ve algo, maravillosamente verde, los campos, las nubes arreboladas con la luz del sol, pena que el vidrio está algo sucio. “Danilo amado, ya estoy en la aventura, imposible volverse atrás. Tú espérame con pasión, por favor, te amo mucho… “Voy a un país desconocido, a buscarte ¿soy feliz? Tengo deseos de llorar. Mis padres quedaron solos, me extrañarán y yo a ellos; ¿soy rara no?, sí… pero te amo mucho…”

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21.45 P/M “Sigo con el horario de mi país. Pasamos por otro estado, hace calor, cenamos, fue diferente y lindo. Mirando los alrededores cuando todo oscurece parece tan triste, tan gris, con las lucecitas azules de la pista, la soledad de los campos, la gris monotonía de las montañas… me siento tan ajena que si pienso me invade la nostalgia y rompo a llorar. Amo mi país, mi hogar, no hay duda… pero, estás tú al final del camino. ¿Te veré enseguida?, ¿qué haré si no estás?. Moriré, no estoy acostumbrada a la soledad. Falta más de tres horas, aquí termino mi diario. Quiero que sepas que pase lo que pase, este viaje es un viaje de amor. Te amo con locura”.

El día 1º había amanecido muy nerviosa y una y otra vez leyó la última carta de Danilo para darse ánimo. Sus palabras la dopaban y así podía seguir adelante. “TE AMO AMOR MÍO. TE ESPERO, TE ADORO”. Tomó el teléfono y llamó a internacional. Después de tres intentos una voz cansada le respondió, en segundos pudo escuchar el clic del tubo que levantaban. –Aló… aló… –insistió la voz que ella tan bien conocía. –Soy Selma… quiero confirmar el viaje, todo resulta tal lo previsto, llegaré a la medianoche, por favor, no dejes de esperarme en el aeropuerto. –No amor mío, ¡cómo no lo haría si no veo la hora de tenerte a mi lado! –Hasta más tarde entonces –respondió emocionada.

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–Un beso enorme, no te preocupes por nada que todo saldrá bien. –Otro para ti. Se sintió mucho más tranquila, todo estaba en orden, dio un último vistazo a las maletas y partió a la peluquería. La mañana se veía luminosa y Selma sintió que nunca, nunca le había gustado tanto aquella ciudad infernal como en ese momento, el día cero. Llegaron al aeropuerto (ella y sus padres) una hora y media antes de la partida, ya tenía estudiado todos los pasos previos, así que no tuvo ningún inconveniente. Cuando subió las escaleras rumbo al primer piso para instalarse en la sala de embarque no quiso mirar atrás; allí estaban sus padres, despidiéndola con lágrimas en los ojos, vio como quedaban solos, muy solos… por primera vez en 32 años, el clan debía separarse, por eso no quiso volver la mirada para verlos nuevamente, ella iba en busca de su sueño y para lograrlo era necesaria aquella temporal separación. Cuando el avión despegó cerró los ojos, una extraña sensación de vacío la invadió, pero Selma ya no tenía miedo, estaba mentalizada para no sufrir, se había preparado para no temerle a nada, un libro de supervivencia en condiciones especiales le había enseñado para seguir caminando tras su sueño y morir si era necesario por perseguirlo. Abajo… la ciudad, los campos, iban transformándose en hermosas miniaturas de colores, respiró profundamente, tenía los ojos humedecidos, un rayo de sol resplandeció en la infinitud del cielo, iluminando el cristal de sus lágrimas.

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8 Caminaron en silencio las 5 cuadras hasta el mar. Iban tomados de la mano, con paso apresurado porque temían no llegar a tiempo para la puesta del sol. Juntos –como lo soñaron– verían ocultarse el sol en el Pacífico. Hacía calor, pero una fresca brisa marina impregnaba el aire de placer. Tomaron varias fotos, y reían felices como dos niños en libertad. Con la llegada de las penumbras de la noche el lugar se iba llenando de parejas enamoradas, se encendieron las luces de la costa y abajo, en la playa, llegaban los autos para instalarse frente al mar amparados por la oscuridad. Ellos, desde la parte superior de la barranca observaban la escena en silencio. –Son parejas que vienen a tener su momento aquí – dijo Danilo. –No lo puedo creer –Selma estaba asombrada– ¡cuántos autos! –Sí… la ciudad es grande y el lugar, como podrás apreciar, es especial. Bajaron lentamente por una senda y se detuvieron en el punto donde se veía un magnífico panorama del mar: la línea escarpada de la costa de barrancas, las luces lejanas de un cerro y toda la inmensidad del cielo estrellado. Se podía oír el sonido de la música proveniente de la orquesta que actuaba en el anfiteatro cercano. Se abrazaron sin hablar. Hacía ya 48 horas que estaban juntos y no habían logrado superar del todo el shock del encuentro, poco a poco iban tomando conciencia de la realidad, de que no seguían soñando y que podían hablar, oírse, besarse, acariciarse… Ihana Cott - 258


Danilo tomó su rostro y la besó en la boca, los labios de Selma temblaban y no supo cómo responder. –Te amo mucho –susurró Danilo. Selma permaneció en silencio, estaba muy emocionada y sólo atinó a aferrarse fuerte a él, apoyando mimosa la cabeza en su pecho. –Te amo mucho, te adoro –repitió Danilo mientras levantaba su cara y la besó con más apasionamiento esa vez. –Yo también –alcanzó a decir Selma. Le costaba mucho expresarse, ahora que lo tenía frente a frente, siempre le resultaba más fácil expresarse escribiendo que hablando. Abrió un poco los labios y se dejó llevar por los besos y las caricias. Percibió que ante la excitación de Danilo reaccionaba y su corazón comenzó a latir con fuerza, una cálida sensación invadió su cuerpo y se sintió debilitada. Se apretó con fuerza a su cuerpo y dejó que sus manos la inundaran de caricias. Ambos suspiraban de pasión, estaban juntos después de tanto tiempo imaginando el momento. –Aquí no –logró balbucear Selma, súbitamente asustada. –Vamos a un hotel –le dijo Danilo. –Es tarde… mejor mañana que es domingo. –Está bien… mañana. ¡Qué rápido sucedió todo! –pensó mientras viajaban en el pequeño micro desvencijado de regreso a la casa. Todo la conmovía: la presencia y el calor de Danilo, sus besos, su dulce manera de tratarla, de cuidarla, de mimarla… parecía ser perfecto, y ella temía a los seres perfectos. La noche se presentaba hermosa, aspiró el olor a la ciudad desconocida tan diferente al olor de su pueblo, de su campo… ese cielo tan raro, tan distinto a los cielos que durante años habían enmarcado los recorridos por su patria.

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Todo la conmovía, no estaba segura que fuese real: el agobiante sol de los mediodías, los vendedores ambulantes atestando las veredas del centro en un extraño abanico de colores y de olores. Los rostros morenos, la bruma, los autos, los ruidos, el marco desértico de los cerros, el sabor de la fruta, la sazón de la comida… pero se sentía bien, protegida y amada como nunca lo había sido y era feliz de vivir ese, su primer amor verdadero, en un lugar diferente y tan lejano de su mundo y de su gente. Recordó las primeras horas con Danilo, horas difíciles, de reconocimiento, de miedos, de reacomodo. Apenas si intercambiaban una que otra palabra hasta que ella se animó a romper el hielo. –¿Te sigo gustando? –preguntó con cierta timidez mientras caminaban por el parque tomados de la mano. Danilo apretó sus dedos, volteó y sus ojos le sonrieron con ternura. –Por supuesto. –¿No te defraudé ahora que me conoces personalmente? –Para nada, eres la misma mujer maravillosa con quien me escribía. Hizo una pausa y preguntó a su vez: –¿Y a ti, te sigo gustando? –Sí… afirmó –eres el hombre de mis sueños. En el fondo de su alma no estaba tan segura. Pasearon un largo rato conversando de diversos temas, luego se sentaron en un banco frente al bosque de olivares. No tenían apuro, las horas no contaban para ellos cuando estaban juntos después de tanto desearlo, después de haber trepado hasta la cima de las montañas más altas para encontrarse en un abrazo eterno.

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Danilo le compró un helado y hablaron de sus experiencias amorosas. Se lo notaba algo inquieto, como si la presencia cercana de Selma lo pusiese nervioso, notó que movía rítmicamente una pierna. Ella hubiese deseado que la acariciara, pero Danilo se mostraba excesivamente respetuoso. Parecía temeroso de dar un paso en falso, que cualquier gesto inoportuno la atemorizase previniéndola en su contra. Con suavidad le pasó el brazo por el hombro, Selma se dio vuelta y acercó su rostro al de él, sus ojos se encontraron y Danilo la besó. Fue un beso difícil para ella, porque era su primer beso de amor y estaba sumamente nerviosa. Danilo pareció sorprendido. –¿Nunca has besado?, me choqué con tus dientes. –No sé besar –protestó ella– nunca me enseñaron, no tuve oportunidad. –De aquí en adelante yo te enseñaré –contestó él sonriendo. –¿No te molesta? –¿Por qué habría de molestarme? Es lindo, muy lindo… Volvió a besarla pero no logró hacer desaparecer sus miedos. El domingo amaneció con malestar, el cambio de clima y de emociones la estaba afectando. Pero quería estar bien, despejar sus temores para el encuentro que tenían programado para esa tarde–noche. Se levantó temprano y se metió en el baño para darse una ducha, luego se tomó un analgésico y esperó que todos despertaran. Danilo dormía en el sofá–cama del living. Lo observó con ternura. Sus padres aún dormían y ella, como siempre era su costumbre, madrugaba, lo que le permitió disfrutar de la

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soledad del cuarto de Danilo que le habían acondicionado para su estadía. Atardecía cuando llegaron al hotel, Selma sintió pánico y tuvieron que dar varias vueltas a la manzana antes de que se decidiese a entrar. La habitación era pequeña, humilde, pero se veía limpia. Había una mesita de luz, un placar y una cama no muy grande cubierta por una manta. La ventana estaba abierta y llegaban los sonidos de la calle. Danilo dejó la llave sobre la mesa de luz y se acercó a ella lentamente. Estaba parada al pie de la cama, temblando de miedo y de emoción, no creía estar a la altura de las circunstancias. Al poco tiempo se encontró envuelta por un abrazo violento e interminable, los besos de Danilo la asfixiaban y un aro cayó al suelo. Recobró el aliento y pudo hablar. –Espera –dijo suavemente. Recogió el aro del piso, se sacó el otro, la gargantilla y el reloj, los depositó con cuidado sobre la mesita de luz. La luz natural del final de la tarde filtraba entre las cortinas oscuras creando un clima fantasmagórico en el cuarto. Ambos se despojaron de sus ropas, sedientos de un placer que el destino les había negado hasta entonces. Cerraron los ojos y dejaron que los minutos pasaran, en medio del gozo que les causaba estar juntos por primera vez. Luego, cuando yacían agotados sobre la cama, en medio de la oscuridad de la noche, Selma no pudo contener el llanto. ¿Por qué lloras? –preguntó él acariciando su pelo. –¿Estás bien? –preguntó ella a su vez. –Claro –afirmó– sólo estoy cansado. –Pensé que estabas enojado conmigo.

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–No… sólo que siempre es así al terminar. –Si no pasó nada… y por mi culpa, creo que no sirvo… – el llanto la detuvo– perdóname… –No llores tonta, poco a poco te irás acostumbrando. Verás que la próxima vez te sentirás mejor. Ante el silencio de ella siguió: –No es sólo sexo lo que siento por ti, es mucho más que eso, es una tremenda necesidad de estar juntos y vivir y luchar y soñar juntos. Selma sonrió y no lloró más. No podía creer que ese hombre fuese tan maravilloso. Miró por la ventana… la ciudad de los Virreyes, moría de tristeza. Al otro día visitó el diario donde trabajaba Danilo; allí conoció a Roger, un compañero de la página editorial a quien le dejó unos artículos suyos sobre ecología. Hablaron algo del tema, Selma le comentó su interés por visitar una Reserva marina del sur y Roger le recomendó ver a un ecologista muy conocido en aquel país que podía facilitarle el trámite. Al otro día se entrevistaron con Guillermo Vargas Prada, resultó un hombre sumamente inteligente y conocedor del tema. Enseguida se entusiasmó con la actividad de Selma y le extendió dos notas de recomendación para presentar en la Reserva y en el Instituto de investigaciones donde podían alojarse. Cuando salieron de su acogedora casa, mientras caminaban hasta la parada del colectivo, Danilo se mostró muy cariñoso, en su rostro se reflejaba la emoción que sentía por esos días que pasarían solos en un paraíso. –Eres una mujer de suerte –le dijo– te envidio, todo lo consigues.

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–El que tiene suerte sos vos según escuché lo que te dijo Guillermo al oído cuando nos despedíamos. –¿Qué cosa? –dijo haciéndose el desentendido. –Que te ibas a comer un lindo caramelito… –Ah!... jaja, fue un piropo para vos. –No puedes negar que te gustaría –Dijo ella risueña– vas a estar a solas conmigo, seguramente recorreremos un paraíso, allí será un lugar de paz donde podré predisponerme mejor para el amor. –Eres especial…quizás por eso te amo…–y la besó apasionadamente. –Ese viaje es muy peligroso –comentó Pilar cuando le contaron del mismo. –Las rutas no son seguras por el terrorismo –agregó Guillermo. –No tienen de qué preocuparse –dijo Danilo a sus padres– nosotros tendremos cuidado, después de todo no es tan lejos… Pilar estaba seria. Selma la comprendía, en eso se parecía mucho a su madre, temía por su hijo y la gran responsabilidad que asumía con una persona extranjera a la cual nada tendría que pasarle. Pero el viaje ya estaba concretado y ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar a esos bellos momentos en soledad que le esperaban, sólo por el temor lógico a correr ciertos riesgos. Ambos perseguían un sueño y Selma sabía que se haría realidad, necesitaban convivir unos días en soledad para saber si eran realmente el uno para el otro y si podrían embarcarse en la aventura de compartir el resto de sus vidas en armonía y paz.

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9 Hacía un calor infernal cuando bajaron del taxi que los dejó en el parque solitario. Miraron alrededor… reinaba el silencio, una paz dulce y maravillosa. Caminaron hasta el departamento con el número 6 que era el asignado y esperaron bajo la sombra de las palmeras que alguien se percatara que habían llegado. Danilo se veía cansado por el viaje largo y el sol que soportaron en aquella ciudad del sur, casi sin árboles, esperando el taxi. Selma estaba sumamente nerviosa, su sueño estaba a punto de realizarse. Se miraron, Danilo la atrajo y la besó. Por primera vez se encontraban solos, muy solos, en un edén, frente al mar y lejos del mundo. Una anciana flaca y ajada se les acercó. Selma mostró la nota de presentación y la señora les sonrió, enseguida limpió y ordenó el cuarto, les mostró la cocina y desapareció seguida de dos perros flacos. El cuarto era cómodo, dos camitas separadas, un placar, una ventana con mosquitero y gruesas cortinas como persiana. Un baño cómodo con ducha y en la entrada un porche con mesa y sillas para tomar fresco mirando los árboles y la bahía. Eran los únicos, los demás departamentos estaban vacíos, la inmensa cocina que quedaba en otro edificio la podían disfrutar solos, al igual que el bonito parque con pileta, sillones y hamacas. Una vez que ordenaron sus cosas, se tiraron en las camitas a descansar, no tenían hambre y era la hora de la siesta. Selma despertó a media tarde y salió al parque, caminó por la playa y se sintió atraída por la belleza de la bahía silente.

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Un señor se ocupaba de regar el césped; se acercó a él, supuso que sería el esposo de la anciana aunque se veía más joven. –¿Usted es el encargado? –preguntó. –Sí señorita. –Yo soy la escritora Selma Ponti; mucho gusto –le tendió la mano. –Un gusto –dijo el hombre. –Quisiera saber dónde queda la Reserva y cómo puedo llegar. –Desde aquí tiene unos 6 kilómetros bordeando la bahía. Mire, allí –señalando al otro lado– esa es la reserva. Selma vio un bultito a lo lejos, le pareció factible llegar a pie. –¿No hay algún vehículo? –preguntó. –No aquí. En la Reserva hay un jeep, quizás puedan facilitárselo. Selma volvió al cuarto feliz, ya había hecho varias averiguaciones y despertó a Danilo para enterarlo. Se lo veía muy cansado pero se alegró de que Selma estuviera feliz, sin duda –pensó– es una mujer agreste y salvaje. –¿Qué te parece si nos ponemos la malla y tomamos sol? –Me parece bien –dijo y agregó– también tengo hambre. –Después vamos a la cocina y nos preparamos algo. –Bueno. Estuvieron una hora disfrutando del sol, tomaron fotos, caminaron y rieron felices como niños. Después de tomar algo, volvieron a la costa para ver la puesta del sol. Selma quedó impresionada con el espectáculo delicioso que disfrutaron juntos. No lo podía creer… demasiado hermoso para ser real. Ihana Cott - 266


Se bañaron juntos y salieron para hacer compras, cuando regresaron ya era noche y caminaron rápido por temor a que los siguieran en esos lugares tan solitarios y desconocidos, pero eran felices juntos. Cenaron y se fueron a dormir temprano, les esperaba una noche de amor. Amanecía cuando despertaron, desnudos y abrazados, habían unido las camas y las primeras luces del día les anunciaban que era hora de ponerse en movimiento, tenían mucho por caminar para llegar hasta la reserva y no era bueno que los sorprendiese el sol ardiente del mediodía en medio del desierto. Ambos estaban muy cansados, especialmente Selma que había sufrido bastante en esa primer noche de amor. Danilo había sido paciente, pues ella no tenía experiencia previa y él no quería hacerle daño. Luego Selma escribiría: “Me acariciabas. Una muestra de rocío brotó del silencio anunciando la luz incipiente de la madrugada. Enredé mis piernas en tus ramas y ascendí al color de tus ojos. En la calma inquietante, dos cuerpos heridos por una flor venenosa que en ramo de luna creció sobre la sábana blanca. Y caminamos por el desolado sendero de piedras hacia las selvas del aire donde nació el sueño… el sueño que terminábamos de consagrar”. La caminata hasta la reserva fue agotadora pero gratificante para ella, porque estaba poniendo a prueba la determinación de Danilo para seguirle el ritmo. Y él lo hizo muy bien, la ayudó a fotografiar y le dio ánimo para seguir cuando aún faltaba atravesar todo un desierto. Allí los recibieron muy bien y Selma tomó datos e intercambió información. El camino de los sueños - 267


Quedaron en esperar que los recogieran a la mañana siguiente para hacer un recorrido por los lugares más representativos de la reserva; gente que estaba allí de visita los acercó al hospedaje en su vehículo, así que les quedó la tarde libre para dedicarla a ellos y a su amor. Almorzaron, durmieron, hicieron el amor, descansaron, hicieron el amor, se bañaron en la pileta y salieron para ver la puesta de sol y luego, por la noche; la bella imagen de la luna llena que iluminaba cada rincón del parque. Hicieron el amor una y otra vez, afuera y adentro. Hasta que se durmieron acunados por el sublime sonido del viento jugando con las hojas de las palmeras. Los próximos dos días fueron muy fructíferos: recorrieron la reserva, siguieron haciendo el amor una y otra vez, y a pesar de lo dolorida que estaba al encontrarse en esa situación por primera vez, Selma no podía decir que no porque se sentía permanentemente húmeda y dispuesta. Tuvieron un paseo inolvidable en lancha hasta unas islas guaneras donde gozaron a pleno con la visión de la rica fauna marina de la zona. Sintió que otra vez estaba soñando cuando después de la excursión, Danilo la tiró violentamente sobre la cama para comenzar otra vez ese juego perverso de amarse. –Ahora no –trató de que entendiese que estaba irritada y con ardor– mejor después del almuerzo. –Ahora, no puedo esperar un instante más –insistió Danilo mientras la despojaba del pantalón y la bombacha que estaba toda mojada; y ya no pudo negarse, cuando las hábiles manos de él comenzaron a tocar su vulva hinchada y palpitante. El pasado dolor y cansancio se transformaron en un placer que la desbordó completamente para dejar de lado todo el pudor que aún conservaba frente a él.

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10 Cuando llegó el día de partir de aquel país, Selma se sentía feliz, realizada, había estado a la altura de sus sueños, se sentía mujer y amada. Y sabía que ya nada podía torcer el rumbo de esos sueños y lo que juntos habían vivido. Danilo –en cambio– sentía que ese día era el día más triste de su vida. Se iba su único amor y nada podía hacer para detenerlo, el destino golpeaba fuertemente y su impotencia ante él resultaba irremediable, un gran desafío le quedaba por delante para tener definitivamente el amor de esa mujer que lo cautivaba. Se quedó solo esperando la partida del avión. Cuando lo vio surcar los aires sintió una pena tan intensa en el alma que sin darse cuenta, las lágrimas comenzaron a rodar a mares por sus mejillas. Ese mismo día escribía una carta: “Esta soleada tarde de marzo jamás la olvidaré y mi angustia terminará cuando viaje a tu país y nos veamos nuevamente, espero que esta vez para casarnos. Sabes pingüinita, se me vienen a la mente esos momentos tan tiernos cuando te aprestabas a preparar nuestros alimentos en la cocina del Instituto, yo sentado apreciando tu bella figura cerca al fuego, los perros husmeando y el cariño con que me atendías. A estas horas recuerdo esos momentos, el pequeño detalle de un andar o un te quiero… tantas cosas lindas. Jamás he sido tan feliz como en aquellos momentos y es que ninguna mujer me amó tan puramente como tú, con quien seré feliz el resto de mis días”.

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Cuando el avión levantó vuelo y se internó en la soledad infinita del cielo, Selma se sintió súbitamente triste. Como si recién hubiese tomado conciencia de la realidad, de lo lejos que quedaba –otra vez– su amor y de lo mucho que lo extrañaría hasta que llegase el día del encuentro definitivo. Entonces, sus bellos ojos se llenaron de lágrimas. Al llegar a su hogar escribía en una carta: “Me siento bastante extraña, es como si mi vida ya no pudiese ser la misma de antes. Ahora pienso y hago por los dos. Te extraño muchísimo, todo me resulta del color de nuestro amor. Creí que iba a ser feliz esperándote, pero he descubierto que me angustia tu ausencia. Me cuesta dormir sola, sabiéndote lejos, que no puedo acariciarte, ni besarte, ni tocarte, ni bañarnos juntos… te amo mucho, soy tuya y deseo que seas sólo mío por siempre”.

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11 La tarde de invierno se presentaba tibia, un poco soleada. Los cuatro ocupantes del auto iban en silencio, cada uno ocupado en su propio pensamiento, que giraba en torno de un nombre: Danilo Sotomayor. Mientras el auto recorría la autopista rumbo al aeropuerto, Selma se preguntaba si Danilo llegaría tal lo acordado en ese avión. Estaba acercándose al momento culminante de tres meses de angustias, sueños, deseos, ilusiones y esperanzas. Tres meses interminables donde no paró de escribir poesías de amor. Meses en los que fue preparando la mudanza y el casamiento. Pero ya faltaba poco, y terminarían sus angustias. No podía evitar el nerviosismo, las ansias incontrolables de llegar al aeropuerto y verlo enseguida. Sus padres y su tía Fernanda también se veían preocupados, ¿Qué harían con ella si Danilo no llegaba en aquel avión? ¿Cómo la consolarían? Llegaron media hora antes del horario previsto de llegada del vuelo 695. Selma no podía permanecer adentro del pabellón internacional sin recordar el día en que ella partía –desde ese lugar– en busca de un sueño. El mismo sueño que estaba a punto –ahora– de llegar hasta ella. Muerta de inquietud salió a la rampa, necesitaba ver la llegada de ese avión. Danilo despertó cuando el avión volaba sobre los campos, permaneció emocionado mirando esos pañuelos de verdes tonalidades. Pronto vislumbró la ciudad, los árboles… sintió que los ojos se le humedecían de felicidad. ¿Selma lo

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esperaría? ¿Estaría tan bonita como cuando la despidió aquella triste mañana de marzo? Distintas imágenes se agolparon en su cabeza y lloró. Selma sonriendo en sus brazos, su tierra ahora lejana, sus amigos, la familia, sus padres… el llanto desgarrador de Pilar en la despedida, sentía ese tremendo dolor oprimiéndole el corazón cuando el avión tocó tierra, una tierra a la que llegaba para construir una nueva vida al lado de la mujer de sus sueños, la mujer que lo estaba esperando para darle todo su amor y con la que transitaría el resto de sus años por vivir. Selma alcanzó a ver la cola del avión cuando carreteaba. Suspiró, había llegado en horario. El cielo estaba nublado y empezó a sentir frío. –Ya llegó –les informó a sus acompañantes– ahora hay que esperar que salgan los pasajeros de la aduana. Más de media hora esperaron en silencio, llenos de tensión, los viajeros pasaban con sus maletas, casi todos eran recibidos por familiares y amigos. Resultaba emocionante, pero Selma quería verlo a él. ¿Por qué tardaba tanto? ¿y si no había venido en ese vuelo? No quiso pensar más, nunca le temió a la muerte y aunque a veces la deseaba, amaba demasiado la vida y los seres puros de la naturaleza. Ya quedaba muy poca gente cuando lo vio emerger – con su traje azul y su corbata roja– detrás de un montón de valijas. Selma sonrió. Por primera vez en tres meses, sentía que podía respirar libremente y que la vida era verdaderamente “hermosa”.

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EL PUEBLO CORAL “Acepta los riesgos, toda la vida no es sino una oportunidad”. Dale Carnegie.

La rubia jefa del Registro Civil daba término a la sencilla ceremonia. Los pocos familiares que se habían congregado en la pequeña sala se adelantaron emocionados a saludar. Yo sonreía nerviosamente, me costaba hacerlo, estaba asustada. Danilo aparecía muy tranquilo y resplandeciente. Cerré los ojos… ¿sería un sueño?. En ese instante un torrente de recuerdos se agolpó en mi mente: la angustia de la espera, los sueños, las ilusiones, el sufrimiento. Como aquel día, a pocos de mi llegada al país después de haber compartido el paraíso con Danilo. Papá salió asustado del baño. –Fui sangre –le dijo a mamá. Ambas corrimos, no lo podíamos creer. Pero sí, efectivamente, mi padre había evacuado con sangre. Sentí que moría, ¡qué nuevo problema me ponía la vida! Al día siguiente lo llevé en el auto al médico que lo atendía en la ciudad cercana. Se lo veía muy desmejorado y mamá estaba preocupada. Le hicieron los estudios, estudios que ya de por sí me dejaron traumada, estaba anémico y quedó internado con diagnóstico de úlcera duodenal. Recordé esos días horribles pasados en el cuarto de hospital, mi regreso sola al pueblo, la soledad de la casa El camino de los sueños - 273


donde había transcurrido toda mi vida, y cómo sentí que necesitaba tener a Danilo cerca. Una y otra vez su voz me acompañaba desde el casete renovándome las esperanzas de que estuviéramos juntos definitivamente. “Quiero que cuando me escuches imagines que estoy contigo, y que ese deseo, muy pronto, se hará realidad por siempre”. Eran las palabras con que acompañaba la grabación. Al quinto día acudí para recoger a mis padres de la clínica, bastante tiempo le llevó recuperarse y cuando estuvo mejor, viajamos a la ciudad para preparar el departamento que sería nuestro hogar cuando nos casáramos. Tía Fernanda nos ayudó con la mudanza, pero los muebles los compramos cuando Danilo llegó para elegirlos juntos. Mientras tanto, las cartas de Danilo me llenaban de amor y de felicidad, mientras esperaba el ansiado momento de su llegada para casarnos. Hasta que recibí aquella carta, la última, que me hizo sentir en las nubes.

“Ahora sí mi amor, ésta es la última carta previa a mi viaje de amor, te amo mucho Selmita, te quiero como sólo puedo quererte a ti. “Ahora sí soñaremos nuevos sueños, pero sueños que se harán realidad cuando estemos juntos en definitiva, romperemos estas angustias de la distancia, las cartas, el teléfono, pero como el más bello de los recuerdos que de la nada fueron dando forma a este amor tan bello, puro y hermoso”.

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Una mezcla de sentimientos se agolpó en mi corazón. Quise llorar cuando recordé las últimas líneas que Danilo escribió en su diario previo al viaje:

“Estoy a bordo del avión, son las 8.40 A.M. Mis padres han quedado muy tristes y acongojados ¡qué pena!. Tengo el asiento 21F al lado de la ventana, veo la inmensidad del océano y lo maravilloso que es nuestro mundo. Mi madre, pobrecita, lloró mucho, muchísimo. Les dije que sólo sería una separación temporal y que pronto estaremos juntos”. “El sol resplandece afuera, oscila constantemente. No puedo quitarme de la mente la miradita de mis padres. Me duele mucho el corazón, muchísimo, espero me sepas comprender. En estos instantes pienso en que ya tengo todo decidido: ir en tu búsqueda”. “Este diario va llegando a su fin, la historia de amor que soñamos será realidad, confiemos en Dios y todo será fácil, nosotros, nuestros padres cerca nuestro, lograremos la felicidad anhelada. Te amo mucho”.

¡La felicidad anhelada! –pensé. ¡Cuánto nos había costado y nos costaría aún! Debíamos aprender a convivir, y sabíamos que eso no sería fácil porque nuestra historia de amor era muy especial y recién nos estábamos conociendo y comenzábamos a ver también los defectos que antes no veíamos porque vivíamos en un mundo de ensueño. La diferencia de culturas, de costumbres… tantas cosas que el futuro iría presentándonos. Porque nosotros,–como todo el mundo– no éramos seres perfectos. El camino de los sueños - 275


Abrí los ojos a una nueva vida. Afuera brillaba el sol y su luz jugaba con los charcos que había dejado la lluvia de la noche en el frío invierno del pequeño pueblo. El grupo de familiares y amigos nos despidió en la vereda cuando salimos del Registro Civil. Era un día de agosto, frío y soleado, la ceremonia había sido sumamente sencilla y emotiva tal lo que decidimos un mes antes cuando fijamos la fecha. En cuanto a casarnos por iglesia, eso lo teníamos planeado para más adelante cuando los padres de Danilo pudiesen venir. Lo que ocurrió año y medio después, pero un largo número de vicisitudes que no teníamos previstas fueron postergando tanto el momento que éste, nunca llegó. Sentí la calidez de la mano de Danilo en mi mano, miré los inmensos plátanos desnudos de la plaza desierta y desfruté de esa imagen para retenerla en mi mente por los días venideros que me llevarían a la gran ciudad donde empezaríamos una nueva vida juntos con la firme convicción de formar una familia, con el deseo de tener, por lo menos, dos hijos. Dejé que el sublime silencio pueblerino me abrazara por última vez. Mi felicidad se estaba empañando en el pensamiento de que me tendría que alejar de “mi lugar” para seguir a mi esposo y ayudarlo a concretar sus proyectos en un nuevo y desconocido país para él. Sabía que no sería fácil, sabía que la nostalgia me invadiría, y presentía que un día, no sé por qué, iba a volver para quedarme.

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Subimos al auto y nos besamos. Éramos dos seres que habían soñado un mismo sueño para hacerlo realidad, superando todas las distancias y atravesando las altas cumbres que separaban nuestros destinos. Nos esperaba un largo camino por recorrer… hacia los destellos milagrosos de la claridad final, esa misma que habita el profundo espacio de los sueños… sueños que también pueden culminar en el fondo de un abismo sin posibilidad de retorno.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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ENLACE (Después de 10 años)

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CARTA POÉTICA (A mi hija Estrella, escrita cuando por primera vez se ausenta de nuestro hogar en el pueblo) Hoy el invierno comienza y estoy más contenta en mi soledad que ayer cuando temí por tu bienestar. Siempre tuve muchos sueños que crecían en mi cielo y esas locas ansias de volar… Así conocí a tu padre y creí en él y en ese amor a la distancia que parecía un poco loco, aunque acorde a mi universo de fantasías. Luego cayó sobre mí la dureza del mundo cuando confundí un par de ojos con un par de estrellas. Perdí casi todo al perder los sueños. Pero hoy vuelvo a tener mucho y puedo volver a soñar. Tengo ese silencio eterno que siempre me acompañó; ese silencio donde soy una apacible siembra, una necesaria soledad. Tengo mi hogar –¿el definitivo?– Después de haber dejado uno (Aquel donde naciste). Te tengo a ti, por sobre todo, tan pequeñita… (Y lejos de mi lado por primera vez). Siento que ahora todo está bien. La verdad triunfa. El camino de los sueños - 281


Tu padre te mima, tus abuelos también. No dejes nunca de creer en el amor, no siempre es sufrimiento. La vida enseña y ahora he vuelto a ser feliz. Algún día tendrás la suficiente sabiduría para COMPRENDER. Quizás algún día yo pueda saber por qué acaba el amor, aún el amor más infinito. Te recuerdo a mi lado siempre. A la distancia siento que me besas y que tomo tus manitas suaves y pequeñas para que duermas en paz. Te quiero. Eres mi sol. Pero serás libre como imaginé cuando naciste. Me perdonarás que durante un tiempo debiera protegerte del desamor. Era necesario. Pero sigo pensando igual: serás libre. Quizás es ya el momento de demostrártelo. Ahora que estoy en paz con mi corazón. Ahora que estoy en paz con quienes me rodean. Ahora que tenemos un hogar para las dos. Ahora que vuelvo a creer en la vida. Ahora que puedo volver a soñar. Poco a poco las cosas fueron ocupando su lugar. Armamos juntas las piezas del rompecabezas. No hay rencor en mi alma. Ahora mi mundo vuelve a ser entero.

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Pero no me preguntes nada porque aún no es tiempo… Cuando crezcas iras comprendiendo cada uno de mis mensajes. Los que fui dejando al costado de mi camino. Entonces… Tú sola encontrarás todas las respuestas. SELVA MARÍA PONTI Año 2000.

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Índice ¡AVANTI! ............................................................................................. 11 BAJO EL SIGNO DE OFIUCO ................................................... 15 EL PUEBLO ......................................................................................... 17 EL PUEBLO ROSA ............................................................................ 19 1 ......................................................................................................... 19 2 ......................................................................................................... 24 3 ......................................................................................................... 28 4 ......................................................................................................... 33 5 ......................................................................................................... 37 6 ......................................................................................................... 42 7 ......................................................................................................... 47 8 ......................................................................................................... 53 9 ......................................................................................................... 57 10 ...................................................................................................... 61 1 ......................................................................................................... 67 2 ......................................................................................................... 71 3 ......................................................................................................... 74 4 ......................................................................................................... 79 5 ......................................................................................................... 84 6 ......................................................................................................... 89 7 ......................................................................................................... 94 8 .......................................................................................................100 9 .......................................................................................................104 10 ....................................................................................................111 EL PUEBLO AZUL ..........................................................................117 1 .......................................................................................................117 2 .......................................................................................................123 3 .......................................................................................................129 4 .......................................................................................................133 5 .......................................................................................................138 6 .......................................................................................................146

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7....................................................................................................... 152 8....................................................................................................... 157 9....................................................................................................... 163 10 .................................................................................................... 167 11 .................................................................................................... 172 12 .................................................................................................... 180 EL PUEBLO GRIS ........................................................................... 191 1....................................................................................................... 191 2....................................................................................................... 195 3....................................................................................................... 199 4....................................................................................................... 205 5....................................................................................................... 209 6....................................................................................................... 212 7....................................................................................................... 216 8....................................................................................................... 220 9....................................................................................................... 223 10 .................................................................................................... 229 EL PUEBLO AMARILLO .............................................................. 233 1....................................................................................................... 233 2....................................................................................................... 235 3....................................................................................................... 238 4....................................................................................................... 242 5....................................................................................................... 247 6....................................................................................................... 250 7....................................................................................................... 254 8....................................................................................................... 258 9....................................................................................................... 265 10 .................................................................................................... 269 11 .................................................................................................... 271 EL PUEBLO CORAL ....................................................................... 273 ENLACE ............................................................................................. 279 CARTA POÉTICA....................................................................... 281

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Hacemos realidad el sueño de todo escritor. Publicar su libro.

Ediciones de las Tres Lagunas España 68 – Telefax 54–236–4631017 – Junín (6000) Pcia. de Buenos Aires – República Argentina E–mail: ediciones@delastreslagunas.com.ar www.delastreslagunas.com.ar

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