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P E R S O N A L I DA D E S N OTA B L E S C O N T R A S TO R N O S P S I Q U I ÁT R I C O S

Número 5 / Año 3

Emily Dickinson

La doncella de blanco que se recluía junto a sus poemas Zelda Fitzgerald

La musa que inspiró a Fitzgerald



E

ste fascículo es parte de una serie, dedicada especialmente a los psiquiatras, que presenta algunos personajes que padecieron distintos tipos de insania y que, sin embargo, trascendieron por su genio y por sus obras. Para algunos de ellos, los momentos de mayor creatividad coincidieron con las manifestaciones más agudas de su enfermedad. Ante estas personalidades, surge el interrogante de cómo habría sido su actividad creativa de haber estado psíquicamente sanas. ¿Fue la enfermedad una fuerza esencial que los llevó a incursionar en terrenos donde nadie se animaría, o los impulsó a trabajar intensamente para escapar de sus delirios? Quizás el lector tenga la respuesta.

EMILY DICKINSON (1830–1886)

La doncella de blanco que se recluía junto a sus poemas Jamás oí contar que fueran derribadas prisiones, sin que de mis barrotes me aferrara… sólo para caer de nuevo. Fragmento del poema N.º 77 (c. 1859)

sta sugerente pieza es uno de los poemas de la poetisa que se negaba a dar a conocer su obra, pero también a su persona. Emily Dickinson fue una de las escritoras estadounidenses más influyentes del siglo XX, lugar que comparte con Edgar Allan Poe, Walt Whitman y Ralph Emerson. Recluida en su habitación, pasó los últimos tres años de su existencia vestida de blanco. Pero eso no era todo: Emily llevaba más de veinte años sin salir de la casa de su padre. Un médico le había diagnosticado abatimiento nervioso, pues sufría de depresión y ansiedad. Algunos estudios recientes indican que su padecimiento es compatible con el trastorno bipolar; además de poseer una intensa fobia social.

LA NIÑA PRODIGIO Nacida en Massachusetts (Estados Unidos), Emily Elizabeth Dickinson provenía de una familia de Nueva Inglaterra. Su padre, Edward, era un prestigioso abogado que se desempeñó en distintos cargos estatales. De su madre, Emily Norcross, no se conocen muchos da-

tos, sólo que, tras haber quedado paralítica en 1875, pasó los últimos años de su vida a cargo de sus hijos. La pareja tuvo tres hijos: William Austin, Emily y Lavinia, quien fue la que se dedicó a publicar la obra de su hermana. Como sostiene el biógrafo de Emily, George Frisbee Wicher, la devoción de “Vinnie” fue la que hizo conocer al mundo que “la poetisa lírica más memorable de los Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato”. En 1842, Emily ingresó al Colegio de Amherst que, hasta ese momento, estaba reservado para hombres. A los dieciséis, entró en el Seminario para Señoritas Mary Lyon de Mount Holyoke, donde completó su educación superior y religiosa. La institución intentó obligarla a misionar en el extranjero, pero Emily se negó, dado que su pensamiento crítico no estaba de acuerdo con la dura ortodoxia calvinista. Es así como quedó incluida en un grupo de setenta alumnas

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consideradas como “no convertidas”. Por ese entonces, su imaginación brotó y entretenía a sus compañeras con sus historias durante los recreos. Pasado el invierno, en 1848, Emily se enfermó —se cree que por estar lejos de su hogar— y tuvo que dejar el seminario, y ya no volvió a estudiar más. Dos años más tarde, escribió su primer poema titulado “Despertad nueve musas” y lo dedicó a Benjamin Newton, un joven abogado que trabajaba junto a su padre. Ya por esos años comenzó a recluirse en su casa por decisión propia. A los veintiún años, tras haber recibido una invitación por parte de una amiga, Emily escribió una misiva de respuesta que decía: “Mucho temo hacerme egoísta en mi querido hogar, pero lo amo tanto que cuando una amiga agradable me invita a pasar una semana con ella miro a mi padre y a mi madre, a Vinnie y a todos mis amigos y digo ‘no-no’, no puedo abandonarlos, no fueran a morir mientras estoy lejos”. Emily ya no salía de su casa, sólo lo hacía para cuidar las flores que crecían en el jardín.

LOS BOLETINES DE LA INMORTALIDAD Así nombraba a sus cuadernos, que cosía a mano y rellenaba con sus poesías. En 1853, su amado Benjamin Newton muere y Emily se hunde en una profunda tristeza. Más tarde, conoce al reverendo Charles Wadsworth, de quien se enamora. Hasta ese momento, Emily ya llevaba escritos unos cien poemas. Tiempo iempo después, el reverendo es trasladado a San Francisco y Emily comenzó a vestirse de blanco, lo que denominó como “su blanca elección”. Destrozada por su partida, escribió más de trescientos poemas, algunos de ellos llamados “los poemas del calvario” que hablan del amor que sentía hacia Wadsworth. A diferencia de estos “boletines”, sus cartas fueron las únicas que viajaban y que trasladaban la voz de su dueña, voz que de otra forma habría quedado en el encierro de las cuatro paredes de su habitación. Por esa época, escribió una misiva donde expresaba: “Trabajo en mi cárcel y fabrico mis propios huéspedes”, lo que demuestra en parte su agorafobia. La deprimida poetisa no cesó de componer hasta que una seguidilla de muertes (las de Wadsworth, de su madre y de su sobrino) le causó un colapso nervioso y la dejó postrada

El famoso vestido blanco que usó Emily luego de la pérdida de su amor idealizado.

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en una silla por una enfermedad renal. El médico le indicó dejar descansar su cabeza, lo que significó el impedimento de hacer poemas. En 1885, logró recuperarse y volvió a caminar por su cuarto y a escribir.

“SOY HUÉSPED DE MÍ MISMA” En 1886, su salud empeora y muere. Poco después, su hermana Vinnie descubre ocultos cuarenta cuadernos que contenían más de ochocientos poemas nunca publicados ni vistos. Su obra comenzó a difundirse y, en 1890, se publicó la primera selección. Más tarde, la familia Dickinson se vio obligada a autorizar dos nuevas ediciones, debido a la gran repercusión en el público. Sus versos fueron traducidos al castellano por varios escritores, entre ellos, Silvina Ocampo. Si bien es imposible saber si su enfermedad mental se hubiera encuadrado hoy como trastorno bipolar, en 2001 un estudio de la American Journal of Psychiatry que examinó los ciclos de productividad de Dickinson sugieren que podría ser el caso. Su médico le había diagnosticado una postración nerviosa, caracterizada por ansiedad y depresión. En ese tiempo, no se identificaba el desorden bipolar como tal, pero el estudio notó que los patrones de escritura de Dickinson no eran incompatibles con el perfil de los síntomas de la enfermedad. Los poemas de Emily compartieron su reclusión, pero como sostuvo la propia autora: “No hay mejor fragata que un libro para llevarnos a tierras lejanas”.

Para conocer más sobre EMILY DICKINSON Dickinson, Emily. En mi flor me he escondido. Versiones de José Manuel Arango. Edición bilingüe. Editorial Universidad de Antioquia. 2006. Dickinson, Emily. Poemas a la muerte. Selección y traducción de Rubén Martín. Madrid: Bartleby Ediciones. 2010. John F. McDermott, M.D. “Emily Dickinson revisited: A Study of Periodicity in Her Work”. The American Journal of Psychiatry, Vol. 158, No. 5. 2001. Monólogo teatral: Luce, William. La bella de Amherst, protagonizado por China Zorrilla y dirigido por Alejandra Boero. 1980. También fue protagonizado por Norma Aleandro en 2007.


ZELDA FITZGERALD (1900–1948)

La musa que inspiró a Fitzgerald elda Sayre fue famosa por ser la esposa de F. Scott Fitzgerald. Junto con su marido fueron reconocidos íconos de “los locos años veinte”, debido a que encarnaban el espíritu de esa época: eran jóvenes, ricos y llenos de energía. Debido al agitado matrimonio y al creciente alcoholismo de Scott, en 1930, Zelda sufrió una caída depresiva que la condujo a la primera internación en una clínica psiquiátrica. Más adelante, le diagnosticaron un cuadro de esquizofrenia y tuvo que vivir desde entonces en hospitales psiquiátricos.

LA CHICA DEL SUR La turbulenta vida que llevó Zelda Sayre durante los años veinte no fue siempre así. Proveniente de una prestigiosa familia de Montgomery, Alabama (Estados Unidos); fue hija de un juez y nieta de un senador. Por ser la menor de seis hermanos, fue una niña traviesa y mimada por su madre, quien consintió sus deseos de ser bailarina de ballet a temprana edad. Durante la secundaria ya tomaba alcohol, fumaba y pasaba tiempo a solas con varones, lo cual la volvió objeto de rumores. Fue ella misma quien se ocupó de confirmar varios de ellos, por ejemplo, cuando se vistió con un apretado traje de baño color piel para simular que estaba nadando desnuda. Claro está que le gustaba llamar la atención y burlarse de la convencional figura de la sureña delicada, dócil y servicial, fiel a los valores de la Confederación. A los diecisiete años, abandonó sus estudios de ballet y, al año siguiente, conoció a Scott Fitzgerald, un yanqui originario de Minnesota de quien se enamoró. En ese período, Scott estaba escribiendo su novela debut llamada A este lado del paraíso,, en la que el personaje de Rosalind fue inspirado, o mejor dicho, “copiado” de la misma Zelda. Scott, impactado por la avasallante personalidad de esta sureña, buscó una aproximación demasiado real con sus personajes, tanto que el soliloquio en el cementerio del protagonista, Amory Blaine, cita literalmente un fragmento del diario de Zelda. La popularidad de esta primera novela le permitió

contraer matrimonio con ella y ambos viajaron a Nueva York, donde se volvieron famosos. Su desenfrenado comportamiento, causado principalmente por el alcohol, provocó el deleite de varios diarios neoyorquinos que los catalogaban como les enfants terribles de la era del jazz.

UNA AFAMADA FLAPPER Zelda gozaba de la exposición y, recurrentemente, era vista en las reuniones de bohemios a las que concurrían los artistas de la llamada “generación perdida”. Fue considerada una flapper, el modelo de mujer frívola de los años veinte, que se vestía con polleras cortas, escuchaba jazz y alardeaba despectivamente lo que, en esa época, se consideraba como una conducta femenina aceptable. Usaba excesivo maquillaje y, a menudo, se emborrachaba y se reía de las normas sociales y sexuales. Se trató de un período de liberalismo de entreguerras, donde los sueños de esplendor y vanguardia eran frecuentes dentro de los grupos intelectuales, inclusive para los Fitzgerald. Mientras Scott escribía Los malditos y los bellos (1922), cuyos protagonistas Anthony y Gloria son prácticamente copias de la pareja, nació la única hija del matrimonio, Frances “Scottie”. Al salir de la anestesia, Zelda dijo: “Oh, dios, estoy borracha. Mark Twain. ¿No es inteligente? ¡Tiene hipo! Espero que sea bonita y tonta, una preciosa tontita”. Estas líneas fueron más tarde escritas por el mismo Scott en su obra más destacada E El gran Gatsby (1925). La novela era un reflejo del materialismo y frivolidad que caracterizó a la clase pudiente estadounidense y también una autocrítica (consciente o no) de la vida del autor. Pronto, muchos de esos personajes lo perderían todo al sumergirse el país en la crisis económica más profunda de la historia.

Izquierda: Junto a su esposo, el escritor F. Scott Fitzgerald. Derecha: Zelda Sayre con su vestido de bailarina.

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INSPIRACIÓN Y ESQUIZOFRENIA La Gran Depresión de 1929 derribó los sueños vanguardistas de la generación perdida y dejó atrás la simulada felicidad que supuso que todo era posible. Imbuida en este ambiente, Zelda comenzó a escribir, buscando tener una voz propia, pero a menudo se sentía diluida frente a su marido. La Tribuna de Nueva York le ofreció hacer una reseña de Los malditos y los bellos, segunda novela de Scott. Esta crítica terminó siendo un cross a la mandíbula: “Me parece que en una página reconocí una parte de un viejo diario mío que, misteriosamente, desapareció poco después de mi matrimonio y, también, trozos de cartas que, aunque considerablemente editadas, me sonaban vagamente familiares. De hecho, el señor Fitzgerald […] parece creer que el plagio comienza en casa”. Zelda escribió varios cuentos y artículos, pero definitivamente su estilo se destaca en las cartas que le escribía a Scott. En 1924, la pareja se marchó a París, donde comenzaron las peleas maritales. Una de ellas acabó con una sobredosis de pastillas que Zelda se propinó. Un año más tarde, conocen a Hemingway, un “hada con pelo en el pecho” según Zelda. En una ocasión, le dijo a Scott que su vida sexual había disminuido porque él era un “hada”, que le gustaba acostarse con Hemingway. Esa noche, Scott durmió con una prostituta para demostrar su virilidad. En otro momento, Zelda se arrojó por las escaleras al ver que, en una reunión social, su marido charlaba con otra mujer y no le estaba prestando atención. Claramente, sus signos de insania estaban aflorando. A los veintisiete, volvió al ballet. Dado que hacía una decena de años que ya no practicaba, resolvió entrenar más de ocho horas al día, lo que contribuyó a un deterioro de su salud.

En abril de 1930, mientras Scott estaba imbuido en la bebida, Zelda fue diagnosticada con esquizofrenia y fue recorriendo diversos hospitales psiquiátricos. En 1932, como forma de tratamiento, pintó cuadros y también escribió su semiautobiográfica novela titulada Resérvame este baile. Cuando Scott la leyó, se enfureció y le recriminó haber utilizado material autobiográfico que él planeaba usar en Suave es la noche (1934). Ya separados, Scott muere en Hollywood de un ataque al corazón en 1940. Ella lo sobrevivió unos años y, a los cuarenta y siete años, muere en un incendio en el Highland Mental Hospital en Asheville, Carolina del Norte, mientras esperaba su tratamiento de electroshocks. Su obra se fue olvidando con los años, aunque el examen del tiempo no pudo olvidarse de lo más importante: ella.

Para conocer más sobre ZELDA FITZGERALD Fitzgerald, Zelda Sayre. Save Me the Waltz . New York. Scribner. 1932. Fitzgerald, Zelda y Fitzgerald, Scott. Dear Scott, dearest Zelda. Londres. Bloombsbury Publishing. 2003. Milford, Nancy. Zelda. A Biography. Nueva York. HarperCollins Publishers Inc. 1970. Film: Zelda, dirigido por Pat O’Connor y protagonizado por Natasha Richardson. 1993.

Emily y Zelda, entre luces y sombras “Era una especialista de la luz” señala el biógrafo de Dickinson. Curiosa definición para una mujer que se reservó a sí misma y a sus poemas para una clausura en la tibia penumbra del hogar. “No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y solitaria que la de esa mujer” escribió Borges refiriéndose a Emily: “Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y temerlo”. No fue un encierro vacío, fue su pequeño microcosmos. Allí vivió, creó, amó, plenamente, cuidando de todos a los que nunca abandonó tal como se prometió. Parafraseando a otro gran poeta, supuso que la querían blanca y así, novia y pura, se entregó al más oscuro dolor por las pérdidas mientras que la enfermedad terminó de ejecutar el duro trámite que ella nunca pudo en vida: que

sus ochocientos hijos-poemas atravesaran la fatídica puerta y salieran a la luz del mundo. Por otra parte, Zelda amó los reflectores. Y los focos de Nueva York y París, epicentros de la cultura y el snobismo amaron a los bellos, ricos y talentosos Fitzgerlad. Existían en tanto el mundo los adorara y sus novelas eran, en última instancia, una impúdica exhibición de su precaria intimidad. Puertas adentro se sucedían la locura, las adicciones, la enfermedad y la muerte. El amor para Zelda no fue ni pasión ni cuidados, se construyó de la materia de la posesión y los celos. Fue una sociedad para el show, para las luces del escenario que deseaban habitar. Y fue una estrella fugaz que tempranamente dejó de brillar encerrada, puertas adentro.

Producción científica y editorial de EC-t Ediciones Científico-técnicas SRL. © 2012 Derechos reservados. Leopoldo Marechal 1006 1º piso – Ciudad de Buenos Aires. www.ect-ediciones.com. Autora: Vanesa Rabotnikof. Asesora en psiquiatría: Dra. Susana Ogly. Diseño gráfico: Juan Pablo Cacchione.

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