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N AV EG A N D O E N T R E L A P S I Q U I AT R Í A Y L A C U LT U R A

Salutifera Navis Año 2 / Número 10 / Febrero 2012

Deshilvanando LA NARANJA MECÁNICA La obsesión DEL CAPITÁN AHAB El paranoico DEL KREMLIN


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Deshilvanando LA NARANJA MECÁNICA Stanley Kubrick En su adolescencia, Stanley Kubrick reflexionó: “Quizás yo pueda hacer mejores películas que muchas de las mediocres producciones de Hollywood”. El tiempo lo confirmó, y aquel muchacho que deambulaba por las calles del barrio judío del Bronx en Nueva York se transformó en uno de los más destacados y refinados cineastas. Su método de trabajo era lento porque era perfeccionista y escrupuloso para elegir a sus personajes, sin hacer ningún tipo de concesión a las exigencias de los estudios que, no obstante, financiaban sus proyectos. El detallismo y el cuidado que ponía en aspectos como la adaptación a la época, costumbres y vestimenta es notorio en películas como Barry Lyndon, la historia de un aventurero irlandés poco escrupuloso del siglo XVIII, una verdadera joya sólo comparable a la maestría de las producciones de Luchino Visconti. Un tema recurrente de sus películas es la ausencia de humanidad del hombre para el hombre. Entre ellas se destacan La Patrulla Infernal, con la actuación genial de Kirk Douglas y La Naranja Mecánica, sobre la cual se desarrolla este artículo.

La Naranja Mecánica La película fue terminada en 1971 y está basada en la novela homónima de Anthony Burgess, inspirado probablemente en obras como 1984, de George Orwell y Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley. Todas ellas pertenecen a la literatura distópica, o sea, la antiutopía, una utopía perversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal. El propio Kubrick dijo en una entrevista que tuvo que adaptar algunas escenas para evitar que fuera colocada en la sección de películas más «fuertes» para adultos. Terror y violencia, aspectos de la conducta de los individuos humanos son centrales en La Naranja Mecánica. Alex, el personaje principal, y tres compañeros deambulan por las calles de Londres después de haber ingerido drogas estimulantes.

Stanley Kubrick (1928-1999).

Los cuatro visten en forma similar con buzos y pantalones blancos ajustados, botas y galeras negras que contrastan con la ropa. Provistos de bastones, también negros, agreden a los vagabundos que encuentran en el camino hasta casi matarlos, violan, asaltan y viven en estado de descontrol absoluto. Los protagonistas utilizan un lenguaje con abundantes expresiones nadsat, una jerga adolescente ficticia, mezcla de palabras basadas en el idioma ruso, ciertas voces del cockney (el lunfardo londinense) y palabras inventadas por el propio autor. Alex, el jefe de los drugos, ejerce sobre el grupo terror físico y psicológico y ellos, a su vez, ejercen el terror sobre los demás. Finalmente, los compañeros de fechorías de Alex, cansados de su

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Malcolm McDowell, en el papel de Alex.

tiranía, le tienden una trampa. Lo convencen de entrar en la casa de una mujer con mucho dinero. Alex entra y la mata clavándole una estatua que tiene forma de pene. Mientras intenta huir, uno de sus compañeros lo desmaya de un botellazo y lo deja a merced de la policía.

El programa Ludovico En prisión, Alex sólo piensa en salir de allí. Como estrategia, adopta una conducta pacífica y religiosa que pronto atrae la atención y el afecto del capellán de la cárcel, a quien utiliza como puente para ingresar al programa Ludovico.

Hoy Alex es considerado un sociópata, según los criterios del DSM-IV. La sociopatía es el trastorno psíquico de las personas que pierden la noción de la importancia de las normas sociales, como las leyes y los derechos individuales. Si bien, generalmente, la sociopatía se puede detectar a partir de los dieciocho años, se estima que sus síntomas y características se desarrollan desde la adolescencia. El paciente es consciente del daño que produce, pero carece totalmente de empatía y remordimiento. Posee una visión distorsionada de la autoestima, una búsqueda constante de nuevas sensaciones (que pueden llegar a extremos insólitos), deshumaniza a sus víctimas y siente indiferencia absoluta ante las consecuencias de sus actos. Alex es el individuo ideal para el Estado de la Inglaterra ficticia, que considera que puede recuperarlo para la sociedad. “En lugar de tenerlos indefinidamente presos, los transformamos en personas que pueden convivir con el resto de la gente”, ésta era la idea de ese gobierno. El programa (ficticio), llamado Ludovico, se presenta ante los medios de comunicación y la opinión pública, como la superación de una vieja etapa de la democracia autoritaria y alejada de la ciencia. Obviamente, existe connivencia entre el gobierno y el equipo de científicos, médicos y psicólogos que manejan el programa Ludovico. Alex, después de haber firmado el consentimiento, es llevado a un recinto donde lo sitúan frente a una pantalla y le colocan unas pinzas metálicas que le impiden cerrar los párpados. Por lo tanto, se ve forzado a observar escenas de extrema violencia durante largos períodos mientras está bajo los efectos de una droga que le provoca náuseas. De esta manera, le inducen una especie de reflejo condicionado de Pavlov. El tratamiento genera en el sujeto gran malestar y náuseas ante la violencia, con el propósito de eliminar la sociopatía del paciente. Finalmente, después de varias sesiones, Alex queda totalmente incapacitado para reaccionar ante situaciones de violencia, incluso en defensa propia, o de tocar a una mujer desnuda que lo provoca. Al término del tratamiento, Alex es dado de alta y liberado de la cárcel. El programa Ludovico, a semejanza de la lobotomía frontal que se describe seguidamente, es un arma de doble filo. Alex fue privado de la capacidad de adoptar decisiones éticas, por lo tanto la bondad no es posible en él, porque la bondad es algo que se elige y, cuando el hombre no puede elegir, cesa de ser hombre.

La lobotomía frontal y las neurociencias cognitivas

Kubrick y McDowell, en un receso de la filmación.

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La novela de Anthony Burgess, llevada genialmente a la pantalla por Stanley Kubrick, plantea el peligro del empleo de estas técnicas si fueran aplicadas a disidentes o enemigos políticos por sistemas dictatoriales. En este aspecto, sigue la línea de sus predecesores en literatura distópica. Sin embargo, no es necesario recurrir a la ficción para enfrentarse con estos procedimientos. En 1949, el portugués Antonio Egas


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Alex sometido al programa Ludovico.

Kubrick posando al lado de la estatua en forma de pene utilizada en el film.

Moniz recibió el Premio Nobel en Medicina por desarrollar la técnica de la lobotomía frontal. Decenas de miles de personas con distintos tipos de trastornos mentales fueron sometidas a este tratamiento y, a diferencia de Alex, muchas veces sin consentimiento previo. Pasaron varias décadas hasta que la técnica cayera prácticamente en desuso, debido a las críticas y al advenimiento de los nuevos psicofármacos. Los máximos detractores sostenían que la lobotomía frontal transformaba al insano en idiota. Esto sucedió con las hermanas de dos famosos, la del presidente John Kennedy y la del dramaturgo Tennessee Williams. El francés Jean Decety, profesor de neurociencias en la Universidad de Chicago, junto con científicos del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) de Buenos Aires, todos ellos dedicados a la Neurocien-

cia Cognitiva, están estudiando mediante imágenes de resonancia magnética y otras técnicas los circuitos cerebrales de la empatía, de la simpatía y del altruismo. Jean Decety descubrió que cuando mostraba videos de personas golpeadas a adolescentes con problemas de conducta, se les activaban los circuitos cerebrales de la empatía, pero también los centros del placer. Algo muy similar a lo que describió Anthony Burgess cincuenta años atrás en La Naranja Mecánica. Quizás el futuro permita emplear técnicas más precisas, menos cruentas y con mejores resultados para tratar la sociopatía. Mientras tanto, lo mejor es prevenirla y esto se logra evitando el abandono y todo tipo de violencia en la infancia. Bibliografía • Bär, Nora. “Desentrañan claves de la conducta social”. La Nación, Buenos Aires. 8 de noviembre de 2009. • Beehler, R. “Containing violence”. Ethics. 1982; 92:647-660. • Burgess, Anthony. A clockwork orange. Penguin Books. United Kingdom. 1972. • Einzmann, S. Trastorno antisocial de la personalidad. Mente y Cerebro. 2010; 43:34-40. • López-Ibor Aliño, Juan J. & Valdés Miyar, Manuel (dir.) (2002). DSM-IV-TR. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Texto revisado Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Barcelona: Masson. ISBN 978-84-458-1087-3. • Rabadán Fernández, Eliseo. “La violencia y el terror en La naranja mecánica” [en línea]. El Catoblepas. Disponible en http://www.nodulo.org/ec/2004/ n034p10.htm. Consulta: octubre de 2011. • Tierney, A. J. “Egas Moniz and the origins of psychosurgery: a review commemorating the 50.th anniversary of Moniz’s Nobel Prize”. Journal of the History of the Neurosciences. 2000; 9:22-36.

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La obsesión DEL CAPITÁN AHAB El germen de Moby Dick En 1841, un joven e inexperto hombre de mar llamado Herman Melville se encontraba a bordo de un barco ballenero cruzando el Cabo de Hornos rumbo al Pacífico. En esas circunstancias, entabló una conversación con un grumete cuyo padre, Owen Chase, había vivido la odisea del Essex. Melville logró que el muchacho le facilitara una copia del relato de Owen Chase, cuyo nombre era Narración del más extraordinario y desastroso naufragio del ballenero Essex. Fue aquella aventura la que inspiró a Melville su famosa novela Moby Dick, que lo convirtió en uno de los más reputados escritores estadounidenses. Melville era recién nacido cuando, el 12 de agosto de 1819, el Essex partió de la isla de Nantucket. Esta isla, situada mar adentro a cuarenta kilómetros de la costa del estado de Massachusetts, tenía una población de pocos miles de habitantes que vivían de la industria de la ballena. El Essex por lo tanto era un barco ballenero y entre su tripulación se hallaba el grumete Owen Chase. Habiendo cruzado el estrecho de Magallanes y bien entrado en el océano Pacífico, el joven capitán del barco, George Pollard, de tan sólo veintiocho años vivió una experiencia única en la historia de la navegación a vela: su barco fue atacado y hundido por una ballena. El cetáceo embistió dos veces con su cabeza al Essex que, finalmente, se fue a pique. El episodio está minuciosamente detallado en el relato de Chase. Parte de la tripulación se salvó a bordo de varios botes en el medio del Océano Pacífico. Pasaron casi noventa días hasta que fueron rescatados los tres únicos sobrevivientes: el capitán Pollard, Owen Chase y un marinero, quienes lograron mantenerse vivos alimentándose de los cadáveres de sus compañeros. Fue probablemente la más larga permanencia en el agua en la historia de los naufragios. La aventura del Essex fue la base sobre la cual Melville construyó su novela. Quienes la leyeron consideraron a Moby Dick un relato fantástico, ya que resultaba increíble que estos pacíficos cetáceos atacaran y menos aún que lograran hundir una nave.

La obsesión de Ahab En Moby Dick, Melville reemplazó al joven capitán Pollard por el veterano Ahab, quien en sus épocas de arponero perdió una pierna

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Herman Melville (1819-1891).

luchando contra la gigantesca ballena blanca, que también fue culpable de la enorme cicatriz que cruzaba su rostro. Cuando la nave de Ahab, el Pequod, partió de la isla de Nantucket, la tripulación ignoraba que el objetivo de Ahab no era llenar los depósitos del barco con barriles de aceite de ballena. Él se lanzó al mar en busca de Moby Dick, la ballena blanca, dispuesto a recorrer los cuatro mares hasta encontrarla. Neuróticamente obsesionado


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Gregory Peck en el papel del capitán Ahab, en la película dirigida en 1956 por John Huston.

con el deseo de venganza, proyectaba en el cetáceo sentimientos de violencia y perversión propios de los seres humanos. A este punto, la obsesión de Ahab incluía facetas de insania. El mal que encarna Moby Dick es, en realidad, el mal que posee el capitán Ahab en su interior. Ahab transfiere sus sentimientos a Moby Dick, ya que es imposible para él aceptarse a sí mismo. Ahab necesita de la existencia de Moby Dick para mantener su proyecto de vida, que es matar a la ballena; fuera de ese objetivo, no hay otra cosa en su existencia que tenga importancia. Finalmente, logran avistar a la ballena y se acercan con los botes para arponearla. Minutos antes, el segundo de a bordo había tratado de disuadir al capitán con sensatas palabras: “Ahab, aún no es demasiado tarde para desistir. Moby Dick no te busca, eres tú quien comete la locura de ir hacia ella”. Ahab, completamente enajenado, consigue clavarle el arpón, pero su cuerpo queda enganchado en la soga y es arrastrado a las profundidades cuando la ballena se sumerge. La muerte de Ahab tiene un fuerte simbolismo: muere por su propio arpón, víctima de su propia y retorcida obsesión y deseo de

venganza. Cuando la ballena emerge nuevamente, los marineros contemplan horrorizados el cuerpo sin vida de Ahab unido al cetáceo. Finalmente, el animal destruye el Pequod. La novela está relatada en primera persona por el joven Ismael, el único sobreviviente del naufragio. Los psiquiatras del siglo XIX hubieran encasillado al capitán Ahab dentro de la monomanía, pero ese concepto fue erradicado por el DSM-IV, por eso, el personaje central de la novela estaría encuadrado dentro de los trastornos obsesivo-compulsivos. En este tipo de afecciones, el componente obsesivo es el predominante o el único en más del 20 % de los casos. Ahab tendría un grado extremo de obsesión, casi al borde de la locura. Bibliografía • Allen, Tomas. E. “A psychoanalytic look at Herman Melville from his use of source materials for Moby Dick”. Psychoanalytic Review. 2009; 96:743-767. • “Captain Ahab and Moby Dick: A Study in the Self and the Other” [en línea]. Disponible en http://www9.georgetown.edu/faculty/bassr/218/projects/lawrence/ lawrence.htm. Consulta: octubre de 2011. • Melville, Herman. Moby Dick. Editorial Bruguera. Barcelona. 1978. • Ross, J. J. “The many ailments of Herman Melville (1819-91)”. Journal of medical biography. 2008; 16:21-9.

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El paranoico DEL KREMLIN Cuando hacer un diagnóstico puede significar la muerte En la historia de la medicina pocos llegaron a ser neurólogos y psiquiatras y, menos aún, a dominar ambas disciplinas con la solvencia con que lo hizo el médico ruso Vladimir Bekhterev. Un eminente anatomista, refiriéndose a él, dijo: “Sólo dos personas conocen los misterios del cerebro: Dios y Bekhterev”. Bekhterev, quien describió la espondilits anquilosante y otras afecciones, desempeñó un rol crucial para desentrañar la estructura del cerebro, su neurofisiología y neuropatología, el estudio de los fenómenos psicológicos y, además, incorporó la ciencia conductual a la psicología. Sin embargo, ni su fama ni su prestigio lograron salvarlo de una misteriosa muerte después de haberle diagnosticado paranoia a Stalin, el jefe supremo del Kremlin y dueño absoluto de la vida y la muerte de los habitantes de la entonces Unión Soviética. Vladimir Bekhterev nació en 1857 en un pueblito al pie de los Urales y, cuando tenía sólo dieciséis años, ingresó a la Academia Médica Militar de San Petersburgo, de donde egresó con el título de médico a los veintiuno. Recorrió varios sitios científicos de Europa, incluyendo el servicio de Charcot en la Salpêtrière, por entonces un centro obligatorio para los neurólogos interesados en alcanzar metas superadoras. Bekhterev creó dos laboratorios: el de morfología y el de psicofisiología del cerebro, donde se produjeron numerosos trabajos científicos, algunos de los cuales fueron famosos por sus aportes al conocimiento del sistema nervioso y sus funciones. También fue autor de diez libros sobre la especialidad. En 1927, Bekhterev era mundialmente famoso y fue invitado a participar con honores al Primer Congreso de Neurología y Psiquiatría de la Unión Soviética que se realizó en Moscú. Previamente, había recibido un telegrama del Departamento Médico del Kremlin que lo convocaba con urgencia para atender a Stalin. Al regresar tarde al Congreso después de la consulta, alguien le preguntó la causa de su demora a lo cual Bekhterev contestó: “Vengo de examinar a un paranoico con una mano lisiada”. Desde el nacimiento, Stalin padecía una lesión neurológica en el brazo izquierdo, lo tenía más corto y con movimientos limitados.

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El desacertado comentario llegó de alguna forma a oídos de Stalin, quien no tenía la menor intención de dejar que un médico de la fama de Bekhterev manifestara que el jefe supremo no estaba en su sano juicio. Si a esto agregamos que el científico nunca fue un entusiasta adicto del régimen y además tenía amistad con uno de los enemigos de Stalin, la suerte de Bekhterev quedó sellada. Esa noche fue al teatro con su esposa y, en el intervalo, se le acercaron dos desconocidos que lo invitaron con café y bebida en el buffet. En cuanto regresó a su domicilio, Bekhterev tuvo fuertes trastornos digestivos con intensos vómitos; su salud se deterioró rápidamente. Se presentaron unos médicos desconocidos que siguieron con atención el caso y diagnosticaron gastroenteritis aguda y, además, se tomaron el atrevimiento de revisar todos sus papeles. Bekhterev falleció al día siguiente. A la familia se le negó la autopsia y se determinó la inmediata cremación del cadáver.


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Sello postal en homenaje al Dr. Vladimir Bekhterev.

Vladimir Bekhterev (1857-1927). Joseph Stalin (1878-1953).

Stalin, el dictador paranoico La dimensión de los logros de Stalin es tan asombrosa como la de sus crímenes. Alrededor de veintitrés millones de rusos perecieron a causa de sus purgas y campos de concentración; durante su época se vivió un régimen de terror. En contrapartida, Stalin industrializó a un país totalmente atrasado y lo llevó a la victoria en la guerra más cruenta que conoce la historia, provocada por Alemania. También convirtió a la Unión Soviética en uno de los dos grandes superpoderes mundiales. Datos suficientes para clasificar a Stalin como paranoico en su faceta persecutoria y megalomaníaca. Además del diagnóstico original de paranoia realizado por Bekhterev, en 1927, uno de sus médicos, diez años después, el profesor Mijaíl Pletniov escribió que Stalin sufría de megalomanía y de un fuerte complejo de persecución. Pletniov fue hecho prisionero y tres años después lo fusilaron.

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Stalin desconfiaba hasta de su propia sombra y exigía control absoluto de los alimentos que consumía. Ninguno de sus más fieles y allegados camaradas estaba libre de sospecha y muchos de ellos fueron enviados a campos de concentración o asesinados sin prueba alguna de conspiración.

Stalin poseía todas las características de la paranoia: • Sospecha permanente hacia quienes le rodeaban. • Sensibilidad marcada ante los contratiempos. • Tendencia a distorsionar episodios neutrales o amistosos en experiencias hostiles o desdeñables. • Exceso de poder ilimitado, de tozudez y de autoestima. Respecto de su exceso de tozudez y autoestima, el mejor ejemplo fue cuando hizo oídos sordos a los servicios de inteligencia que le advirtieron de una masiva invasión de ejércitos alemanes. Stalin estaba convencido de que Hitler mantendría el pacto de no agresión que habían firmado. En sus últimos años, desconfiaba de los médicos que lo atendían y seguía las sugerencias de uno de sus guardaespaldas que sólo tenía conocimientos rudimentarios de veterinaria. En plena declinación, exclamó en presencia de su gabinete: “Estoy acabado, ya no confío en nadie, ni siquiera en mí mismo”. Stalin tuvo varios accidentes cerebrovasculares, que lo llevaron a la muerte el 5 de marzo de 1953. En la época de Kruschev se inició un proceso de revisionismo y la figura de Stalin fue completamente desacralizada. Bustos y monumentos del dictador fueron desapareciendo y se modificaron los libros de historia, que eliminaron el culto a su persona. Poco a poco, la figura de Bekhterev fue rehabilitada y se lo reconoció como uno de los grandes neurólogos rusos. Su figura apareció en sellos postales y en el cementerio de San Petersburgo se erigió un monumento al hombre que por primera vez señaló que Stalin sufría de paranoia.

Bibliografía • Encyclopaedia Britannica. “Stalin”. Macropedia. Vol. 28. Chicago. 1995. ps.181-185. • Grey, I. “Stalin”. Biblioteca Salvat de Grandes Biografías, Barcelona, 1987. • Hachinski, V. “Stalin’s last years: delusions or dementia?”. European Journal of Neurology. 1999; 6:129-132. • Kesselring, J. “Vladimir Mikhailovic Bekhterev (1857-1927): Strange Circumstances Surrounding the Death of the Great Russian Neurologist”. European Neurology. 2011; 66:14-17. • Lerner, V., Margolin, J., Witztum E. “Vladimir Bekhterev: his life, his work and the mystery of his death”. History of Psychiatry. 2005; 16:217-227.

Producción general: EC-t Ediciones Científico-técnicas SRL. Redacción: Dr. Ricardo Ferreira. Diseño gráfico: Francisco Baggiani, Juan Pablo Cacchione. Arte de tapa: Emil Palm - www.palmart.se EC-t Ediciones Científico-técnicas SRL. © 2011 Derechos reservados. Leopoldo Marechal 1006, 1º piso – (C1405BMF) CABA. www.ect-ediciones.com

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