El valor de superarse

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EL VALOR DE SUPERARSE. DEPORTE Y HUMANISMO Guillem Turr贸 i Ortega XXII Premio ex aequo Joan Profit贸s de Ensayo Pedag贸gico



EL VALOR DE SUPERARSE. DEPORTE Y HUMANISMO Guillem Turr贸 i Ortega XXII Premio ex aequo Joan Profit贸s de Ensayo Pedag贸gico



índice

1. Prólogo.................................................................................................................13 2. Aproximación histórica.........................................................................................23 3. Presupuestos pedagógicos...................................................................................43 4. Las virtudes pedagógicas del deporte..................................................................57 5. En defensa de una escuela más deportiva.......................................................... 101 6. Aproximación a una axiología deportiva............................................................ 117 6.1. Espíritu competitivo (p.121) — 6.2. Espíritu lúdico (p.127) — 6.3. Voluntad (p.135) — 6.4. Coraje (p.137) — 6.5. Esfuerzo (p.143) — 6.6. Perseverancia (p.148) — 6.7. Disciplina (p.152) — 6.8. Salud física (p.154) — 6.9. Salud psíquica (p.158) — 6.10. Jovialidad (p.162) — 6.11. Humildad (p.167) — 6.12. Confianza (p.169) — 6.13. Cooperación (p.173) — 6.14. Solidaridad (p.176) — 6.15. Otros posibles valores (p.180) — 6.16. A modo de corolario (p.186) 7. Conclusiones finales........................................................................................... 191 8. Bibliografía ........................................................................................................ 197



A la meva à via Mercè, per ser una gran dona, per tota una vida d'amor i treball.



«Tout ce que je sais de plus sûr à propos de la moralité et des obligations des hommes, c’est au football que je le dois.» Albert Camus



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1. PRÓLOGO Desde hace muchos años el deporte es uno de los fenómenos con más presencia en nuestra realidad sociocultural, una de las grandes metáforas de la modernidad, uno de los signos de nuestro tiempo. Pero no obstante su notable relevancia, ha quedado lamentablemente olvidado por las huestes intelectuales. Parece como si entre los ejes de nuestra herencia cultural persistiera una escisión entre los valores físico-corporales y los valores morales e intelectuales. Quizás esto esté relacionado con una tradición occidental muy marcada por el dualismo, el racionalismo y el idealismo, unas tendencias filosóficas (y por tanto pedagógicas) que han postergado y silenciado la dimensión corporal. Sin movernos de nuestra civilización podríamos elaborar una amplia lista de nombres ilustres —tanto religiosos como filosóficos— que han perseguido y denostado el cuerpo. Incluso algunos autores románticos buscaron en la enfermedad una aliada para lograr la genialidad creativa. Esta obra que estamos presentando era necesaria, puesto que cubre un vacío bastante considerable, una carencia que afecta a los estudios que analizan las relaciones entre actividad deportiva y pedagogía axiológica. No es fácil encontrar en las instituciones académicas personas receptivas al potencial formativo del deporte, individuos que profundicen en las relaciones entre educación, deporte y valores. Es triste que el deporte haya quedado reiteradamente desterrado de los debates serios. Los guardianes de la alta cultura nos hablan de él en términos apocalípticos, no


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comprenden que el interés que despierta pueda obedecer a motivaciones profundamente humanas, que su sentido y valor puedan interpelarnos desde un punto de vista moral. Son también estos los que piensan que la popularidad deportiva es una señal de decadencia espiritual, una manifestación trivial de la parte menos noble del ser humano. Con pocas excepciones, los miembros del gremio filosófico y pedagógico siguen considerando el deporte un asunto menor que no merece mucha atención, se muestran muy reticentes a tratarlo como un tema respetable.1 Demasiado a menudo sucede que los que se dedican a pensar pasan de largo ante el deporte, al mismo tiempo que los protagonistas del mundo deportivo no reflexionan sobre aquello que hacen. Es muy infrecuente encontrar intelectuales en el mundo del deporte y deportistas entre los intelectuales. La aparición de un deportista aficionado al arte, a la literatura o a la filosofía es una anomalía convertida en noticia por parte de los medios de comunicación. Al mismo tiempo que los profesionales del deporte no acostumbran a tomar conciencia de la dimensión ética y pedagógica de lo que hacen, la gran mayoría de filósofos y pedagogos descuidan la praxis deportiva y no la tematizan como una problemática relevante. Vivimos en un país en el cual existen muchos profesores de educación física que nunca han oído hablar de José María Cagigal. Solo con repasar el diseño curricular del grado de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte (CAFE) impartido por las universidades españolas, ratificaremos algunas de las cosas ya dichas. Reiteradamente comprobamos la atrofia humanista a nivel académico, el hecho de que muchas de estas facultades no contemplen aquellas materias que abordan el deporte desde una perspectiva ética. Hay que tener en cuenta que la misión de estos centros es formar a futuros profesores de educación física, entrenadores y monitores, todos ellos profesionales que tendrán que incorporar en su tarea un bagaje moral y pedagógico. 1 Esta fractura entre deporte y pensamiento fue parodiada por el grupo Monty Python en una famoso sketch que escenificaba un extraño partido de futbol en el que grandes filósofos griegos y germánicos se mostraban —hasta el minuto 89— inoperantes ante el balón.


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Creemos que esta desconexión entre pensamiento y deporte es una pésima noticia. Es totalmente imprescindible someter el deporte a una interpretación crítica para extraer conclusiones válidas desde un punto de vista ético y educativo. No podemos dejar que el deporte viva a su aire: el deporte es multiforme y algunas de sus facetas deben ser corregidas. La única manera de mejorar las cosas es detenernos y examinarlas, adoptando un distanciamiento que nos permita una perspectiva reflexiva. Creemos que no es necesario insistir mucho en el hecho de que teoría y praxis deberían interrelacionarse, que solamente actuaremos cuidadosamente si partimos de un fundamento teórico. La única acción que puede tener sentido es la que es consecuencia del pensamiento. Como dijo Ernst Bloch, el ejercicio físico sin ejercicio de la mente supone convertir al ser humano en carne de cañón. No es casual que este pensador alemán (de ascendencia judía) conociera muy bien el nacionalsocialismo, un movimiento político que utilizó perversamente el deporte y la educación física. No en balde este divorcio entre cultura intelectual y cultura deportiva pone de manifiesto uno de los males de nuestra historia cultural: un intelectualismo mal entendido. Por el contrario, nosotros pensamos que solo el conocimiento que se experiencia (y deliberadamente no decimos se experimenta) merece el calificativo de saber. Ya decía Max Horkheimer que uno de los errores occidentales ha sido reducir la experientia a experimentum, hacer coincidir la verdad con lo que es empíricamente verificable. En este sentido, merece la pena recordar la distinción entre scientia (‘ciencia’) y sapientia (‘sabiduría’) y añadir que la filosofía y la pedagogía son un pensamiento sapiencial y artístico más que científico. Conviene dejar claro que nuestro ensayo es fruto de la vida, tiene el sabor de la experiencia deportiva. Inevitablemente este libro se encuentra impregnado de filosofía. Estamos convencidos de que sin principios metafísicos no podríamos hacer pedagogía, que difícilmente educaríamos si no tuviéramos un proyecto personal y social. Pero lamentamos que en nuestra sociedad la filosofía se asemeje a un discurso sin alma, que haya dejado de ser una tarea que busca formar personas para devenir un ejercicio teorético y académico. Los profesores han


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rehuido la condición magisterial y se han convertido en profesionales que suministran unos comprimidos conceptuales que los alumnos tienen que memorizar con el fin de ser evaluados y calificados. Una gran parte del ingente edificio intelectual que hemos construido en Occidente no supera el umbral cognoscitivo. Solo hay que visitar una clase de bachillerato o cursar estudios en una facultad de filosofía para comprobarlo. Creemos que si Sócrates, Epicuro o Séneca vieran en qué se ha convertido la filosofía, quedarían sobrecogidos. Nos parece útil recordar que la filosofía que practicaban los antiguos era esencialmente un arte de vivir, un método o camino para armonizar nuestra existencia con una concepción del mundo. Añoramos una filosofía que se concentraba en la construcción y transformación de uno mismo, que era una sabiduría vital; o sea, una manera de vivir y morir (Hadot). Vita contemplativa y vita activa: discurso y vida se afectan mutuamente, puesto que las personas se dedican a la filosofía porque pueden y quieren vivir todo lo bien que pueda hacerlo un ser humano. Es así como descubrimos la pedagogía: desde los antiguos sabemos que filosofía y educación son realidades indisociables. De hecho, los primeros interrogantes de cariz pedagógico aparecieron con los filósofos griegos. Este ensayo se encuentra en esta línea: el pensamiento filosófico nos tiene que enseñar a vivir, debe conservar un pathos pedagógico. La filosofía puede contribuir —fecundando la pedagogía— a forjar una vida humana auténtica. Parafraseando a Dilthey, la floración y finalidad de toda verdadera filosofía es la pedagogía, es decir, la teoría de la formación del hombre. Los antiguos se ocupaban de cuestiones axiales que nuestra época ha perdido de vista debido a la fragmentación. Nuestro trabajo quiere ser generalista y fronterizo, busca abrazar las dimensiones más relevantes del problema: el deporte es un pretexto para hablar de la vida humana. Nuestra voluntad humanista —fiel a la sentencia de Terencio: «Homo sum, nihil humani a me alienum puto»— nos impide prescindir del deporte: gracias a él podremos conocer mejor la condición humana. Creemos que la especialización excesiva no nos permite entender adecuadamen-


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te una cuestión que hay que situar en un marco de referencias más amplio. Del mismo modo que Hipócrates nos decía que el médico que solo sabe de medicina, ni medicina sabe; pensamos que una persona que se limite a conocer el deporte de manera aislada y desconectada no podrá llegar a comprenderlo. Nuestro esfuerzo comprensivo estará destinado a explorar el humanismo deportivo. Para hacer este viaje pedagógico nos acompañarán muchos autores; sin ellos no hubiéramos llegado muy lejos en nuestro periplo. En una época en la que proliferan excesivamente los expertos —especialistas sin alma (dixit, Weber)— con su visión disgregadora e incoherente de la realidad, muchos de nuestros mentores presentan un denominador común: precisamente porque han buscado la sabiduría nos ofrecen una visión unitaria y consistente de la vida humana. El deporte es un «hecho social total» (Mauss), un sistema social relacionado con otros muchos sistemas. Es un fenómeno biofísico, antropológico, psicológico, sociocultural, ético, pedagógico, político, económico, histórico, y, por consiguiente, pide ser abordado de forma interdisciplinaria. Siguiendo a uno de los grandes nombres de la hermenéutica moderna —Schleiermacher—, la comprensión de lo individual está condicionada por una comprensión de la totalidad. En otras palabras, aprehender significa captar las relaciones entre el todo y las partes. Dado el carácter interdependiente de todas las cosas humanas, resulta imposible conocer las partes sin conocer el todo, como tampoco conocer el todo sin conocer particularmente las partes (Pascal). Por lo tanto, si nos limitamos a segmentar la realidad humana nos alejaremos de nuestro propósito: acometer una mirada global y sintética al hecho deportivo.2 Esto quiere decir que sería un disparate querer desarrollar a fondo cada uno de los temas planteados en este ensayo. A lo largo de las páginas siguientes irán apareciendo una serie de aspectos que solo podremos tratar tangencialmente. El cometido de profundizar en cada uno de ellos tendrá que ir a cargo de otras personas que aprecien la educación y el deporte. 2 Fue Descartes —contemporáneo de Pascal— quien nos legó un método cognoscitivo que contemplaba tanto el análisis como la síntesis.


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Los medios de comunicación nos bombardean con los éxitos de las grandes estrellas del firmamento deportivo, pero muy a menudo los árboles no nos dejan ver el bosque: el deporte es mucho más que marcas prodigiosas y grandes triunfos, rebasa con creces las victorias de Leo Messi, Jorge Lorenzo o Rafael Nadal. Más allá de la actualidad trepidante y huidiza del deporte elitista y espectacular, encontramos un universo deportivo modesto, anónimo y auténtico. Irreflexivamente vinculamos el deporte con el impacto de los grandes campeones, con cantidades estratosféricas en premios y fichajes. Pero esto es un grave error. Para empezar queremos dejar muy claro qué entendemos por deporte: cualquier actividad física que el individuo asume como esparcimiento y que supone para él un cierto compromiso de superación de metas, compromiso que en un principio no es necesario que se establezca más que con uno mismo (Sánchez Bañuelos). El deporte es una actividad que consiste en afrontar unas dificultades a través de un esfuerzo ilusionante, físico, mental y espiritual, y que tiene como gran incentivo la satisfacción de conseguirlo. Así pues, conviene evitar que la imagen general del deporte actual quede absorbida por el deporte-espectáculo. La figura del deportista de élite y mediático no debe ser el único referente para los niños y niñas que desean entregarse a la práctica deportiva. El continente deportivo no es unidimensional; se descubren fácilmente multitud de matices y tonalidades. De hecho, se trata de un amplio abanico que engloba desde el ejecutivo jugando a pádel, a la ama de casa que practica aquagym, a la chica que compite en una liga de waterpolo o al jubilado que convierte su paseo diario en un saludable ejercicio físico. Vivimos en un país que, en diferentes sentidos, está notablemente «deportivizado». Los informes sociológicos nos muestran que la praxis deportiva no deja de aumentar entre nuestros conciudadanos, pero, a pesar de estas evidencias, nuestra sociedad es menos deportiva de lo que desearíamos. Una sesgada sobredosis informativa esconde un panorama lleno de claroscuros. El carácter mediáticamente sobredimensionado de determinados deportes distorsiona el justo valor que el deporte merecería en nuestra sociedad. Si deploramos la ausencia de deporte en la vida


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de muchos de nosotros, también desaprobamos la vinculación poco constructiva que muchas personas mantienen con él. Tal como dice Klaus Heinemann, muchas de nuestras opiniones sobre el deporte son justificaciones racionales para legitimar comportamientos que responden a motivaciones diferentes. Igual que sucede en otros órdenes de la vida, no coincide lo que se dice con lo que se hace. De hecho, si nos fijamos en los verdaderos motivos por los cuales practicamos deporte, constataremos que la forma de relacionarnos con esta realidad es considerablemente ambigua y no siempre positiva. El deporte también puede ser una manera de canalizar patologías, disfunciones y contravalores muy propios de nuestro contexto sociocultural. Realidades como la violencia (recordemos el hooliganismo, el racismo y la xenofobia), la alienación, la anomia, la corrupción, el narcisismo, el culto al cuerpo o la discriminación sexista y homófoba también se aprovechan del deporte para manifestarse y propagarse. Sin embargo, hay que reconocer, en descargo de muchos de nosotros, que tradicionalmente nuestro analfabetismo en cultura deportiva ha sido muy remarcable, ya que somos muchos los que en su momento fuimos víctimas —con recuerdo traumático incluido— de una desastrosa educación físicodeportiva. Queremos aproximarnos a una propuesta de cariz axiológico y educativo. Pretendemos explorar la dimensión ética de la praxis deportiva, esbozar un marco interpretativo y propedéutico para la actuación educativa. Planteamos unos principios rectores destinados a todos los que tienen la tarea de intervenir en los diversos medios educativos. Es así como podrán comportarse de una manera digna y responsable consigo mismos y con los otros. Nuestra obra tiene la misión de dibujar un mapa conceptual que permita orientar el cometido educativo de unos padres, profesores, entrenadores y monitores que tienen una exigencia moral. Estamos convencidos que nuestros hijos y pupilos pueden absorber mediante la praxis deportiva el espíritu de nuestro estudio. Pero estas pautas morales y pedagógicas no están pensadas únicamente para padres, educadores, entrenadores, alumnos y jugadores. Nuestro objetivo es más general pues consiste en di-


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bujar un modelo formativo válido para todas las personas. Debe quedar muy claro que tanto el aprendizaje como la enseñanza nos constituyen humanamente. Este ensayo se encuentra animado por una sensibilidad pedagógica muy particular. Su idea-fuerza es la reivindicación del poso formativo del deporte. Hacemos pedagogía cuando reflexionamos sobre las cosas de la educación, un pensamiento que busca proporcionar ideas que iluminen la actividad del educador y del educando. Nuestra pedagogía tiene como gran finalidad salvaguardar los valores humanistas, vindicar el deporte como un espacio privilegiado para el desarrollo moral. El hilo conductor que guía esta obra es aprehender el deporte desde una perspectiva axiológica, conectar íntimamente pedagogía y valores desde una óptica netamente humanista. Nuestra conciencia pedagógica parte del convencimiento de que la educación humanista es la que se proyecta conscientemente sobre una imago hominis. Si bien nuestro enfoque parte de una perspectiva teórica, no queremos caer en un discurso meramente especulativo. No deseamos seguir los pasos de aquellos autores que escriben textos elevados, sofisticados y abstrusos que acaban resultando estériles. Rechazamos sin tapujos la filosofía —citando unas palabras de la novela El árbol de la ciencia— que emborracha pero no alimenta. En ningún momento nos hemos olvidado de que la pedagogía es una teoría de la formación humana encaminada a la esfera de las acciones humanas. La actuación pedagógica significa hacer dialogar la realidad (lo que es) con la idealidad (lo que tendría que ser) y por tanto, comporta la exigencia de asistir a los educadores en sus praxis. La pedagogía es una ciencia del espíritu; más concretamente, un saber praxiológico que tiene la capacidad de actuar y la oportunidad de guiar a las personas de una manera bastante específica. Nos moveremos en una línea teórico-práctica que se encuentra en consonancia con nuestra mentalidad. Desestimamos los altos vuelos por los reinos de las ideas —muy frecuentemente inviables— en favor de un discurso que vincule directamente la teoría con el mundo de la vida. Fue Unamuno quien supo


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distinguir entre hombres que hablan como libros y libros que hablan como hombres. Si somos en parte lo que hemos heredado, nuestro discurso responde a una vocación humanista, abriéndose a una historia deportiva que nos concierne, nutriéndose de un pasado que nos abastece de múltiples ejemplos valiosos porque nos permiten vivir y convivir adecuadamente. Tenemos muy claro que el ser humano debería ser un aprendiz, es decir, alguien que siempre se encuentra en camino hacia la realización de su humanidad. En este sentido creemos que la educación es lo que mejor expresa nuestra vocación antropológica, lo que confiere sentido a nuestra existencia. Esta afirmación puede ayudarnos a entender el papel capital que el deporte puede jugar en nuestras vidas. Este ensayo quiere ser una reflexión sobre los principios genéricos de una posible formación deportiva, buscando no perder de vista los intereses personales y sin dejar de estar en contacto con nuestra realidad sociocultural. Si bien nuestro estudio es esencialmente teórico, mantiene una íntima relación con la praxis educativa y, por lo tanto, con la existencia humana. Creemos que la educación se nutre tanto de la experiencia como del pensamiento: inexorablemente toda formación supone acciones e ideas. Uno de nuestros principios epistemológicos es que esta obra rehúya toda elucubración difusa, queremos que pueda aplicarse de manera concreta y determinada, que pueda plasmarse en vivencias y experiencias. Es una obviedad que este libro responde a una voluntad educadora, que nuestra tarea se encuentra impulsada por la lucha en favor de la emancipación humana. Pero también hay que reconocer que responde a una motivación muy personal —y este es uno de nuestros presupuestos hermenéuticos—, puesto que solo podemos comprender impulsados por el interés amoroso hacia lo estudiado. Recordando a Goethe podemos decir que solo se aprende a conocer lo que se ama, y más profundo y pleno será el conocimiento cuanto más fuerte y vivo sea el amor, incluso la pasión. Amamos el deporte; de hecho, esta realidad nos ha acompañado desde que tenemos uso de razón. Pensamos que


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solo por el hecho de haber subido en bicicleta tantas veces hasta el monasterio de Sant Pere de Rodes ya ha valido la pena vivir. Además, también pensamos que educar es una forma de amor (Xirau), una actividad que es a la vez eros y ágape. Desde hace bastantes años el que escribe estas líneas se dedica a enseñar y, por lo tanto, también a educar. No queremos finalizar estas palabras introductorias sin recordar una serie de personas que han contribuido a hacer que este proyecto llegase a buen puerto. Todos ellos me han acompañado en este viaje. En primer lugar, a mis padres, Constantí y Antonieta, mis mejores formadores. Por supuesto a mis hermanos, Clàudia y Martí. También a mi tía Lola, mi abuelo Àngel (que me enseñó a amar el deporte) y a mi abuela Quima. También a ti, Marta, por enseñarme a ser mejor. Y a Conrad Vilanou, por ser más que un maestro. También quiero recordar a Daniel Genís, Francesc Torralba, Marc Pepiol, Jordi Planella, Francesc Sauquet, Xavier Garriga, Eugeni Remartínez, Òscar Pinatell, Robert Remartínez, Xavier Beneyto, Héctor Carreño, Jaume Farré, Isabel Mestre, Miquel Osset, Rosa Maria Quera, Quim Carreras y Neus Morera. En medio de tanta podredumbre moral siempre es reconfortante cultivar la philia. Solo me resta mostrar mi agradecimiento al jurado que me concedió, ex aequo, el XXII Premi Joan Profitós d'Assaig Pedagògic. Castelló d’Empúries, octubre del 2012


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2. APROXIMACIÓN HISTÓRICA Como dice Fullat, no se puede educar sin hacer referencia a la tradición, es decir, sin tener presente que el humanismo nos condiciona histórica, cultural y pedagógicamente. Nuestro planteamiento nos lleva a remontarnos a un pasado capaz de aleccionarnos y mejorarnos, a cultivar la memoria según la sentencia ciceroniana («historia magistra vitae»), a permanecer firmes en la voluntad de dejarnos fecundar por una continuidad histórica (en este caso, fundamentalmente pedagógica), a seguir creyendo que la cultura es un antídoto que nos puede proteger de la barbarie. El humanismo es un sentido espiritual que no se limita a cuidar de nosotros, desde un punto de vista individual, sino que constituye una verdadera historia de sentido que dignifica al ser humano y le protege contra el peligro del nihilismo (Curtius). Siguiendo a Gadamer, pensamos que la expectativa del futuro depende de la experiencia del pasado. De hecho, para alcanzar nuestro propósito no podemos olvidarnos de los hombres y mujeres que nos han precedido en el transcurso del tiempo. Precisamente por esto en este capítulo seleccionaremos algunos de los episodios occidentales más significativos a la hora de aunar pedagogía y deporte. Pertenecemos a una tradición deportiva que hunde sus raíces en la antigüedad griega. Se sabe que esta cuna de nuestra civilización contiene la génesis de nuestro deporte. Es imposible hablar con propiedad del deporte sin penetrar en el universo griego. De hecho, su prodigioso camino sigue iluminando nuestros destinos. No en


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balde Wilde dejó escrito: «Encuentro de una gran sensatez la actitud griega. Nunca conversaron acerca de los crepúsculos ni discutieron si las sombras en la hierba eran o no de color malva. Pero entendieron que el mar estaba hecho para el nadador y la arena para los pies del corredor.»1 Los griegos, amantes del pensamiento y las artes, fueron también eminentemente deportivos. Pausanias —uno de los personajes de El Banquete platónico— se referirá a los helenos como una comunidad orgullosa de cultivar la filosofía y la gimnasia; un rasgo que los distingue de aquellas sociedades bárbaras en las cuales los tiranos prohíben todas las actividades que permiten mejorar a sus súbditos. Esto quiere decir que el estadio, el gimnasio y la palestra, tanto como el ágora, el teatro o el templo, son símbolos de la personalidad sociocultural griega. Desde la época arcaica hasta los tiempos helenísticos, el deporte no deja de ser un signo de identidad griega. Solo con leer La Ilíada y La Odisea ya se constata que en la sociedad que describió Homero las competiciones deportivas tenían mucha relevancia. De la misma forma, cuando el Imperio construido por Alejandro Magno sea una realidad, el gimnasio se convertirá en una señal distintiva respecto a las poblaciones indígenas. La máxima expresión de esta efervescencia deportiva la hallamos en los Juegos Olímpicos, que se celebraban cada cuatro años en la ciudad de Olimpia y que eran unas fiestas religiosas, culturales y deportivas que buscaban fomentar el panhelenismo. Una buena muestra de la importancia de estos certámenes es el hecho de que la cronología general griega se vertebraba en función del acontecimiento olímpico. Durante estas pruebas, los atletas, de cuerpos esculpidos, competían por la anhelada victoria ante las estatuas divinas de aspecto atlético. La victoria (representada por la diosa Niké) honoraba y glorificaba a los vencedores; la trascendencia invisible del mundo visible se manifestaba mediante las proezas de los atletas triunfadores. La espléndida obra poética de Píndaro se hará eco de todo esto. No podemos olvi1 Oscar Wilde. De profundis, p. 190.


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dar que los griegos convirtieron las competiciones deportivas en uno de los símbolos más exitosos de su civilización y que encontraron en la praxis deportiva una manera formidable de expresar su espíritu agonístico. No deja de ser elocuente que dos conceptos tan importantes para entender nuestro universo deportivo (atleta y gimnasia) tengan un origen nítidamente griego. Por un lado, atleta deriva de un verbo (athleo) que significa ‘luchar o combatir en un certamen’; por otro lado, gimnasia proviene de la palabra gymnos, que traducimos por ‘desnudo’ o ‘descubierto’. La génesis de este hecho la tenemos que buscar en la costumbre de practicar gimnasia y de competir en pruebas atléticas totalmente desnudos. Esta civilización también es pionera a la hora de mostrarnos las profundas vinculaciones entre ética, educación y deporte. Con los griegos hace acto de presencia una verdadera formación deportiva. La fórmula pedagógica clásica es conocida: nos referimos a la gimnasia para el cuerpo y la música —entendida en un sentido muy amplio— para el alma. Justo es decir que la música comprendía todas las artes de las Musas o de la cultura espiritual. Jaeger nos dice que la cultura griega se hallaba orientada tanto hacia la formación corporal como hacia la espiritual. En sus propias palabras: «Esta concepción aparecía simbolizada ya desde el primer momento en la dualidad de gimnasia y música, suma y compendio de la cultura griega antigua.»2 Los griegos tienen el honor de ser los primeros en convertir la gimnasia en parte de su itinerario educativo (paideia), puesto que veían la actividad física como una condición indispensable para lograr la virtud o excelencia moral (arete). En el curso del perfeccionamiento axiológico y cívico, la educación físico-deportiva ocupaba un lugar preeminente. Esto se hace patente en el hecho de que autores tan intelectualistas como Platón y Aristóteles se interesen por esta cuestión. Así, por un lado, si nos acercamos a la obra de Platón, veremos cómo la gimnasia es uno de los elementos esenciales en la educación griega y que las comparaciones entre la medicina y la 2 Werner Jaeger. Paideia, p. 784.


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gimnasia son recurrentes: ambas tienen la misión de velar por la salud corporal. Incluso el mismo Platón, cuando nos habla de la educación de los guerreros en su estado ideal, destaca que la gimnasia puede ser empleada para desarrollar la fortaleza moral. Justo es decir que este filósofo se distanciará de la educación ateniense —aunque no de la espartana— de su tiempo, dado que pondrá en un mismo plano la ejercitación deportiva femenina y la masculina. Tiempo más tarde, en un diálogo de vejez como Las Leyes, volverá a conceder a la educación física un notable relieve formativo. Por otro lado, si nos fijamos en su discípulo Aristóteles, encontraremos textos como este: «Puesto que está claro que se debe educar antes con los hábitos que con el razonamiento, y antes en cuanto al cuerpo que a la inteligencia; es evidente, en consecuencia, que los niños han de quedar al cuidado del maestro de gimnasia y del entrenador deportivo. El uno les hace adquirir la destreza física y el otro les hace practicarla en los ejercicios.»3 Los paidotribai, una especie de profesores-entrenadores, fueron unos preparadores que ejercieron un importante papel en la vida de muchos hombres griegos. Dicho de otra manera, el gimnasio era un espacio donde la polis educaba a la juventud con el objetivo de que se imbuyera de la robustez moral y física (pensamos en la vida guerrera) imprescindible para ser un zoon politikon. Debemos a los griegos el principio —plenamente vigente— de que no hay educación sin deporte. En el ámbito gimnástico y atlético, el joven griego encontraba todo lo que necesitaba para poder desplegar su humanidad: una escuela de aprendizaje de la vida donde poder ejercitar el cuerpo y el espíritu en virtudes tan importantes como la voluntad, el coraje, el esfuerzo y la perseverancia. No nos parece irrelevante que los griegos cultivaran con la misma pasión el deporte y la filosofía, por cuanto esta última nace de una vida griega que también transcurría en las palestras y gimnasios. Solo hay que frecuentar algunos diálogos platónicos para comprobar cómo algunas de las situaciones dialogales protagonizadas por Sócrates discurrían en un ámbito 3 Aristóteles. Política, 1338b.


aproximación histórica

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relacionado con el deporte, y que la comunicación intelectual era del todo compatible con la admiración ética y estética por los cuerpos bien conformados. Es un hecho histórico que la filosofía surge de un humus vital donde también encontramos instituciones educativas como las palestras y los gimnasios. Estos fueron los lugares donde el hombre griego podía practicar un ocio en el cual se hermanaban armónicamente los valores corporales y espirituales. Octavi Fullat —un espléndido filósofo de la educación— nos dice que la gimnasia y el atletismo equilibrados pueden ser las expresiones sensatas del cuerpo como fuente de fuerza armoniosa; en palabras suyas: «He admirado desde pequeño la civilización griega. Y no principalmente por su arte o a causa de su organización política, sino porque el gymnasion ocupaba un lugar céntrico en su vida. Gymnos significa ‘desnudo’. Era el palacio del cuerpo, local donde se le fortificaba y se le recreaba. Este respeto me ha impresionado siempre, tanto más que otras culturas como las iconoclastas bizantina y musulmana llegaron inclusive a considerar hasta ilegítima la representación del cuerpo.»4 Este vínculo queda muy ratificado por Werner Jaeger, autor de una obra —titulada significativamente Paideia— que es una magnífica síntesis de la historia del espíritu griego: «El ateniense de aquellos tiempos sentíase más en su medio en el gimnasio que entre las cuatro paredes de su casa, donde dormía y comía. Allí, bajo la luz diáfana del cielo griego, se reunían diariamente jóvenes y viejos para dedicarse al cultivo del cuerpo. Los ratos de ocio en los descansos se dedicaban a la conversación. No sabemos si el nivel medio de aquellas conversaciones sería trivial o elevado; lo cierto es que las más famosas escuelas filosóficas del mundo, Academia y Liceo, llevan los nombres de dos famosos gimnasios de Atenas. Quien tenía algo que decir o algo que preguntar que consideraba de alcance general, y para lo que ni la asamblea popular ni el tribunal eran lugares adecuados, acudía a decírselo o a preguntárselo a sus amigos y conocidos en el gimna4 Octavi Fullat. Las finalidades educativas en tiempo de crisis, pp. 205-206.



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