Helena y la amistad

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Colecci贸n Helena 7.14


Primera edición: noviembre 2012 Texto: Miquel Osset Hernández Ilustraciones: Aina Cordoncillo Mitjavila Concepción gráfica: Imma Canal © 2012 para esta edición: Editorial Proteus c/ Rossinyol, 4 08445 Cànoves i Samalús www.editorialproteus.com ISBN: 978-84-15549-70-3 Depósito Legal: B.30947-2012 Impreso en España - Printed in Spain Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.


Helena y la Amistad .................................... Miquel Osset Hernรกndez Ilustraciones de Aina Cordoncillo

.................................... Helena 7.14



A Helena. Para que aprender sea vivir. Miquel Osset HernĂĄndez

A MerlĂ­. Aina Cordoncillo



Índice:

I................................................................. 9 II...............................................................18 III.............................................................25 IV.............................................................33 V.............................................................. 42 V.............................................................. 48 VII........................................................... 54 VIII...........................................................59



I

—¡Ha llegado papá! Había sonado el timbre y, tras mirar por la pantallita, Imma avisó a Helena de la llegada de Miquel. Hacía poco rato que Helena se había levantado de la cama. Como solía pasar cada domingo, desayunaba algo más tarde de lo habitual. Papá, como era también habitual, traía unos cruasanes pequeños que vendían en la pastelería de la esquina y que gustaban mucho tanto a Helena como a Imma y a papá. —¿Qué hace todo esto en el suelo?

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Tirados por el suelo del comedor se encontraban trozos de papel recortado, muñequitos, dibujos, pinturas y un iPod cargado de canciones. —¿No te dije que lo recogieses, Helena? Helena no era desordenada. No exactamente. Lo único que ocurría es que era lenta a la hora de recoger todo lo que ella misma tiraba. Y, claro, los domingos por la mañana todo funcionaba a cámara lenta. —Ya va… —dijo Helena no muy convencida. Ese «Ya va» podía ser un «después» dependiendo de muchos factores. Cuántos y cuáles no se sabía nunca exactamente, al menos no antes de elevar el tono de voz. Imma consultaba su correo desde el ordenador portátil colocado sobre la mesa del comedor cuando entró Miquel —Buenos días. —Buenos días. —Buenos días. Papá dejó los zapatos junto a la puerta de entrada.

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—¿Qué tal, Helena? ¿Cómo va todo? —Bien —respondió Helena levantándose del suelo. —Mira qué traigo. Helena sonrió. Antes de mirar el interior de la bolsa de papel, ya sabía qué contenía: los domingos, después de los cereales, había siempre algo más… —Vaya lío que tienes montado en la alfombra. —Acabamos de levantarnos —dijo Imma—. ¿Hace frío? —No. Qué va: hace un día muy agradable. Desde la terraza se veían los tejados de Vic, La Guixa y un trocito de la comarca del Lluçanès. La niebla se había levantado y el día era realmente bueno, pedía una salida: un paseo, una excursión… —¿Qué podríamos hacer hoy? —se preguntó Imma. —Quedarnos en casa —dijo Helena. A Helena le gustaba mucho quedarse en casa. Prefería quedarse jugando con sus cosas

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a salir. Lo cierto es que, una vez fuera, se lo pasaba pipa corriendo en patinete o jugando con sus amigas. —¿En casa? —dijo Imma—. No, en casa no. ¡Mira qué día tan magnífico hace! Se levantó de su silla, fue hasta la terraza y salió a respirar el aire fresco de la mañana. —He traído aquello que te comenté —dijo Miquel. —¿Qué es? —Aquel programa que me descargué la semana pasada en el ordenador. —A ver —Helena se acercó al USB que papá sacaba de su bolsillo. Miquel cargó el USB en el ordenador portátil de Imma y Helena se enganchó a la pantalla. —¿Qué es? —preguntó Helena. —Es un programa que se llama FUNCLASSICS. —¿FUNCLASSICS? —Sí. FUNCLASSICS. —¿Y qué hace?

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—Pues permite meterte en él para conocer gente. —¿Dentro? —Sí, pero solo un rato. Luego vuelves. —¿Y qué hay dentro? —Gente. Gente muy interesante que vivió hace ya muchos años y que tiene muchas cosas que explicar. Helena no estaba segura de si papá hablaba en serio. A menudo hacía bromitas y Helena tenía que averiguar si era verdad o no lo que decía. —No me lo creo —dijo Helena. —Es un buen programa. Me hablaron de él la semana pasada y me lo descargué en el ordenador. Imma había cerrado la puerta de la terraza y se había acercado. —¿Y cómo funciona? —Pues abriendo este menú, ¿ves? Papá desplegó un menú sobre una pantalla azul en la que se podía leer FUNCLASSICS brillando sobre el fondo.

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—…Y escoges el personaje. —¿El personaje? —Sí, el personaje. En la pantalla aparecían fotos y dibujos de señores con un aspecto más bien serio. Al pie de las fotos se podían leer sus nombres: Epicuro, Pico della Mirandola, Epicteto, Diderot… —¿Quiénes son? —Son gente que vivió hace ya muchos años y de quienes podemos aprender mucho si leemos y escuchamos lo que dijeron. —¿Como por ejemplo? —Como por ejemplo para qué sirve la amistad o la libertad. —¿Y eso es divertido? —Mucho. ¿Quieres probarlo? Helena era un poco miedosa a la hora de probar cosas nuevas, pero sentía curiosidad por esa especie de juguete que había traído papá. —Tan solo has de clicar aquí, ¿ves? Miquel abrió una ventanita. —…Escribes tu nombre: Helena.

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Apareció una foto de Helena como fondo de pantalla. —…Y escoges el personaje. —Si os parece bien, el personaje lo escogeré yo —dijo Imma. —Pues adelante. Imma pasó varias pantallas antes de detenerse en la foto de una escultura antigua. —Éste. —¿Quién es? —preguntó Helena. —Epicuro. —¿Quién era? —Epicuro era un sabio. Vivió hace mucho tiempo en la antigua Grecia. —¿Y qué hizo? —Muchas cosas, pero desgraciadamente se han conservado pocos libros suyos, así que no lo sabemos bien. Pero, con lo poco que sabemos, ya es suficiente para ser importante. —¿Y por qué es importante? —Yo creo —dijo Miquel— que es mejor que él mismo te lo explique.

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—¿Ahora? —preguntó Imma no muy convencida—, con el día tan bueno que hace… —Será un momento. Venga, Helena, haz clic sobre tu foto. Y así lo hizo.

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II

Helena no estaba segura de cómo había ido la cosa; tal vez había sentido algo parecido al despegue de un avión… No estaba segura, pero de repente se encontraba junto a un camino de tierra que no sabía hacia dónde llevaba. El sol apretaba de lo lindo, hacía muchísimo calor y no se veían árboles cerca. No se parecía en nada al paisaje que ella conocía. —¿Y cómo podré regresar? —pensó con un poco de miedo. A Helena le costaba a menudo probar cosas nuevas, pero este juego superaba todo lo que

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ella podía esperar. Pensó que si papá la había traído hasta aquí, ya encontraría él la manera de llevarla de regreso a casa. Pero, ¿cómo? Mientras pensaba en todo esto, un ruido lejano le hizo darse cuenta de que había gente. Y, de hecho, no tardó mucho en aparecer por el camino un niño que, más o menos, debía tener su misma edad. Parecía intrigado por encontrarse una niña allí, en mitad del camino. —Hola. —Hola. —¿Cómo te llamas? —Helena. —Hola, Helena. Yo me llamo Meneceo. ¿Qué haces aquí sola? —No sé. Acabo de llegar. El niño, de cabello muy negro y rizado, llevaba algo parecido a una túnica y una bolsa colgando de su hombro. —¿Dónde estamos? —preguntó Helena. —En el camino de Dipylon. —¿Y eso dónde está?

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