La etica como angustia. Kierkegaard y Aranguren

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LA ÉTICA COMO ANGUSTIA KIERKEGAARD Y ARANGUREN Francesc Torralba



LA ÉTICA COMO ANGUSTIA KIERKEGAARD Y ARANGUREN Francesc Torralba

COLECCIÓN SIGLO XXI: ÉTICA ACTUAL

PROTEUS


Dirección editorial: Miquel Osset Hernández Diseño gráfico de la colección: Imma Canal Diseño editorial: Ana Varela Fotografía de la portada: © Ana Varela

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Primera edición: febrero 2013 © Francesc Torralba © para esta edición: Editorial Proteus

c/ Rossinyol, 4 08445 Cànoves i Samalús www.editorialproteus.com Depósito legal: B. 4602-2013 ISBN: 978-84-15549-79-6 BIC: HPQ

Impreso en España - Printed in Spain


ÍNDICE Aranguren, lector de Kierkegaard...................................................................................11 La galaxia Kierkegaard...............................................................................................17 La tarea del filósofo (p. 17) — Existencia estética y existencia ética (p. 34) — Lo ético y lo religioso (p. 38) — Las categorías clave (p. 47) — Notas (p. 80) La huella de Kierkegaard.................................................................................................87 Teología dialéctica (p. 88) — Filosofía de la existencia (p. 97) — Ética de la situación (p. 102) — Teología católica (p. 107) — Notas (p. 117) Contrapuntos...........................................................................................................123 Kierkegaard y Lutero (p. 124) — Kierkegaard y Pascal (p. 128) — Kierkegaard y Unamuno (p. 132) — Notas (p. 143) A modo de conclusión.....................................................................................................147 Bibliografía................................................................................................................151 Bibliografía de José Luis López Aranguren (p. 151) — Bibliografía sobre Søren Kierkegaard (p. 151)



Para Eliseo, amigo del alma, compa単ero de fatigas



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ARANGUREN, LECTOR DE KIERKEGAARD

El objetivo fundamental de este ensayo consiste en explorar la recepción del pensamiento de Søren Kierkegaard (18131855) en la obra del profesor José Luis López Aranguren (19091996).1 En 2009 se celebró el centenario del nacimiento de Aranguren, uno de los profesores y pensadores más influyentes en el campo de la ética y por extensión de la filosofía práctica que ha dado nuestro país en el último siglo. Reconocido intelectual, heterodoxo por vocación, influyó decisivamente en la gestación del pensamiento filosófico especialmente desde la Transición política hasta su fallecimiento. A pesar de no ser un especialista en la obra de Aranguren, el autor de esta monografía ha pretendido rendir su particular homenaje al profesor abulense, esbozando la recepción que éste llevó a cabo en su obra completa de la filosofía de Søren Kierkegaard. Según nuestras investigaciones, este aspecto no ha sido estudiado en el presente y, sin embargo, Aranguren fue uno de los más perspicaces conocedores e intérpretes de la obra de Søren Kierkegaard en el ámbito hispanoamericano. Para ello, se ha revisado, a fondo, toda su obra y, en particular, los textos en los que, de un modo directo o indirecto se refiere al filósofo danés. Son muchos los fragmentos de su obra donde se reseña directamente la obra de Kierkegaard y casi siempre de un modo laudatorio, pero sin ahorrarse observaciones críticas. Su interés no es puramente histórico o erudito. Tampoco responde a una moda o fama circunstancial. Aran-


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guren se anticipa a su tiempo y descubre un Kierkegaard que trasciende los análisis de los existencialistas franceses. Se sumerge en las tumultuosas páginas espirituales del pensador danés y descubre su religiosidad luterana y el trasfondo de su pensamiento. A lo largo de los últimos cincuenta años, se ha estudiado, con esmero y precisión, la recepción del pensamiento de Søren Kierkegaard en la obra de don Miguel de Unamuno (18641936), su introductor en el mundo hispánico, pero apenas se ha abordado la recepción y la influencia del pensador danés en la gestación del pensamiento de Aranguren. A pesar de que Unamuno tiene el mérito histórico de ser el primero en darlo a conocer al mundo hispano, después de haber aprendido a leer la lengua danesa para afrontar directamente la obra del pensador de Copenhague, Aranguren realiza un fino análisis de su filosofía y adapta no pocas de sus categorías en su propia articulación intelectual. Se puede afirmar, sin hipérbole alguna que, después de don Miguel de Unamuno y del escritor mallorquín, Joan Estelrich (1896-1958), López Aranguren es, dentro del ámbito hispánico, quien ahonda con más profusión y penetración intelectual en las categorías kierkegaardianas y las introduce en su propia filosofía práctica.2 Este aspecto no ha sido apenas estudiado y lo que pretendemos hacer en esta monografía es contribuir, aunque sea modestamente, a llenar este hueco bibliográfico. José Luís Aranguren considera a Kierkegaard como uno de los tres pensadores más relevantes del siglo XIX. Comparte, en este sentido, la misma opinión que Karl Jaspers, quien sitúa en el máximo nivel a dos grandes monstruos del pensamiento occidental: a Friedrich Nietzsche y a Søren Kierkegaard.3 Ludwig Wittgenstein es más radical que el pensador de Basilea cuando afirma que el más profundo del siglo XIX fue, con diferencia, Søren Kierkegaard. Escribe Aranguren en una presentación monográfica de Kierkegaard publicada en 1951: «Los tres pensadores más


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considerables, sin duda, de la segunda mitad del siglo pasado —o, dicho, con más exactitud, posteriores al hegelianismo, pues Kierkegaard no pertenece a la segunda mitad, sino a la mitad misma de la centuria— son Kierkegaard, Nietzsche y Dilthey. Ortega prefiere al último, Jaspers, a Kierkegaard y Nietzsche, Heidegger, tal vez a Nietzsche».4 A juicio de López Aranguren, Kierkegaard no sólo es el padre de la filosofía existencialista y de la teología dialéctica, sino además, el artífice del renacimiento de la teología luterana en el siglo XX. Al hacer esta afirmación, el pensador castellano no se olvida del influjo que Kierkegaard ha tenido en la teología católica, por ejemplo, en Hans Urs von Balthasar y le considera como el pensador más influyente en el siglo XX: Desde un punto de vista centralmente religioso, Kierkegaard con quien enlazan Unamuno y la teología dialéctica, que ha hecho posible el renacimiento del genuino protestantismo y, a la vez, ha planteado problemas nuevos al pensamiento católico, abriendo otras perspectivas a la apología de nuestra religión y que, a más de todo esto, ha ejercido una influencia directa sobre gran parte de la filosofía actual, sobre el primer dramaturgo existencialista —cronológicamente—, Ibsen, y sobre el primer poeta en lo que va de siglo, Rilke, es seguramente el hombre más importante de los que han preparado nuestro tiempo y, en el campo católico, sólo Newman podría, acaso, compararse con él.5

Como apasionado lector de Kierkegaard, López Aranguren conoce bien las trampas y los escollos que supone una comprensión de su obra. También es consciente de su voluntad de ocultamiento y de la intrincada red de seudónimos que rodea a su obra. A pesar de no leer la obra del pensador danés en su lengua original, Aranguren tenía acceso a distintas traducciones parciales de la obra de Kierkegaard, la francesa, la inglesa, la italiana y la alemana, y tuvo cautela para distinguir los planos y las conexiones internas del corpus kierkegaardiano.


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Kierkegaard —afirma Aranguren— es la contradicción, la paradoja. Además, si bien es cierto que se descubre a sí mismo, lo hace siempre o casi siempre ocultándose, y solamente se puede sorprender su secreto —ese secreto último que tanto curaba de guardar— a través de la intrincada dialéctica de seudónimos, ocultaciones y revelaciones. Y sobre todo —ya lo señala Jolivet en el prólogo— es preciso ocuparse de él como un amigo —o como de un enemigo— y no con el espíritu, tan odiado por él, del professor publicus que objetiva y deja congelado y yerto, «abstracto», todo cuanto toca.6

No deja de ser sorprendente que en el año 1951 Aranguren fuera capaz de advertir las trampas y problemas de la hermenéutica de Kierkegaard. Conocía a fondo el gusto por la ocultación en Kierkegaard y por preservar un secreto que, a la vez, es su principal argumento de seducción.7 Amparándose en las observaciones de Régis Jolivet, uno de los máximos especialistas franceses de la obra de Kierkegaard en la segunda mitad del siglo XX, Aranguren, se hace eco del odio, más aún, del desprecio, que el pensador sentía por la figura del profesor, del académico, del magíster. Como en el caso de Arthur Schopenhauer y de Friedrich Nietzsche, Søren Kierkegaard rehúsa la filosofía universitaria por estar alejada del mundo de la vida, de la existencia concreta, de la vida del hombre de carne y huesos. Sin lugar a dudas, este aspecto suscitó el interés de Aranguren, profesor nato, maestro de maestros, que siempre pretendió articular un pensamiento en interacción con la vida íntima, social y pública, con clara voluntad de trascender la jerga filosófica y el hermetismo del lenguaje. Søren Kierkegaard Forskningscenteret Copenhague, agosto de 2009.


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NOTAS 1

Este ensayo se ha desarrollado dentro del proyecto Schelling-Kierkegaard. La génesis de la angustia contemporánea, con el apoyo del Ministerio de Ciencia e Innovación (FFI2008-00402). Agradezco a José García Martín, Presidente de la Sociedad hispánica de amigos de Kierkegaard, sus sugerencias y observaciones.

2

El largo ensayo de Joan Estelrich se publicó en La Revista entre 19181919. Cf. Estelrich, J.: Entre la vida i els llibres, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 1996.

3

La misma idea expresa T.P.S. Angier en Either Kierkegaard or Nietzsche. Moral Philosophy in a New Key, Ashgate, Aldershot, 2006. Dice: «Why a book on Kierkegaard and Nietzsche. Quite simply, because they are the most significant moral philosophers of the nineteenth century. Their works show a remarkably trenchant and penetrating awareness of key ethical issues, while also demonstrating a stylistic flair that is rare in philosophical writing» (p. 1).

4

«Exposición de Kierkegaard», en: Cuadernos Hispanoamericanos, 22, (1951) 41.

5

Ibíd., 41.

6

Ibíd., 42.

7

Se debe subrayar que la traducción de las Obras y Papeles de Søren Kierkegaard en lengua castellana empezó a publicarse en 1961 por la editorial Guadarrama. En el primer volumen, traducido directamente del danés y prologado por Demetrio Gutiérrez Rivero, el traductor escribe: «Traduzco el primer libro de Kierkegaard porque lo juzgo el más característico de su peculiar concepción del cristianismo y, además, por una razón de nostalgia personal, ya que fue cabalmente la lectura de su introducción en los años de mis estudios retardados en la universidad muniquesa, la que me decidió de un brinco, sobre el vasto interés por toda la filosofía de la religión contemporánea que me llevó allá, a entrar en la maraña magnífica del Sócrates nórdico. Y no he sido defraudado por tal empuje. Aquella impresión primeriza de unas páginas tan cristianas, tan fervorosamente cristianas como agua de manantial inusitado en el horizonte opresivo de una cultura bisecularmente en ese sentido fría y muchas veces blasfema o vanamente fervorosa, y a pesar de los gritos de ¡eso no!, ¡eso no!, de mis verificaciones posteriores y de las interpretaciones más adversas consultadas, seguirá afianzándose siempre…, con-


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vencido cada día más de que Kierkegaard con su vida y su obra múltiple representa una llama de amor viva a Jesucristo de las más brillantes y arrebatadoras del cielo de Europa» (Obras y papeles de Søren Kierkegaard, vol. I, Guadarrama, Madrid, 1961, p. 11). La exposición del pensamiento de Kierkegaard de José Luis López Aranguren se realiza diez años antes al proyecto de traducción en lengua castellana.


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LA GALAXIA KIERKEGAARD LA TAREA DEL FILÓSOFO

Søren Kierkegaard nunca se sintió un filósofo en el sentido estricto de la palabra, tampoco un teólogo, menos aún un predicador o un profesor. Se comprendió a sí mismo, esencialmente, como un escritor religioso. Eso es lo que fue. Entendió la tarea de escribir como una vocación, como una llamada divina que debía ejecutar con disciplina. Como sugiere Paul Ricoeur, Kierkegaard, a pesar de no considerarse a sí mismo un filósofo, inaugura lo que el pensador francés denomina una crítica de las posibilidades existenciales. Su discurso sobre la existencia no es sólo la expresión poética de una emoción, es un género de pensamiento conceptual, que tiene sus propias reglas y su rigor interno, su propio tipo de coherencia y requiere de una lógica propia. La reflexión de Ricoeur va más allá y llega a afirmar que Kierkegaard inaugura el fin de la filosofía concebida como un discurso total y funda la no filosofía o antifilosofía. Asimismo, sin negar la originalidad de Kierkegaard, le sitúa en el mismo terreno de Kant, Fichte y Schelling, por rehabilitar la creencia, el primado de lo práctico y la toma de conciencia de la finitud humana. Jean-Paul Sartre riza más el rizo y afirma textualmente que Kierkegaard, fue, ante todo, un antifilósofo.1 Más allá de la declamación de algunos de sus discursos cristianos en algunas iglesias de Copenhague y del conocido noviazgo con Regina Olsen, Kierkegaard se dedicó,


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íntegramente, a la tarea de escribir. Nunca trabajó; apenas tuvo vida social. Se sintió, íntimamente, comprometido con el oficio de escribir y construyó un universo literario muy personal, único en la historia del pensamiento, configurado por una multiplicidad de personajes, de voces llenas de vida: sus seudónimos. Su obra puede considerarse como una confesión indirecta. Así la describe Rosa Chacel: «En la obra de Kierkegaard se puede estudiar la confesión de forma indirecta ilimitadamente. Tal confesión, siendo o pareciendo ser la más elaborada, no incluye casi en absoluto opinión del autor sobre sí mismo. La forma indirecta, al ser ya de por sí una búsqueda, tiende a lograr el parangón exacto y, por ser una máscara que hace al autor, en cierto modo, impune, le hace despiadado consigo mismo, con un sí mismo cuyo padecer puede tratar como ajeno».2 En los manuales de la historia de la filosofía occidental, se reconoce a Kierkegaard como el primer filósofo existencialista, como el primero que hizo de la existencia el objeto central de su pensamiento. En sentido estricto, esta etiqueta es verdadera, pero un tanto hiperbólica, pues, de hecho, los primeros textos de naturaleza estrictamente existencialista pueden hallarse ya en algunos sermones de san Agustín, en los Pensamientos de Blaise Pascal y, posteriormente, en las meditaciones de Ludwig Feuerbach y de Schelling. Como filósofo de la existencia, Kierkegaard lleva a cabo una crítica muy ácida de lo que él denomina la existencia poética. Como observa lúcidamente José Luis López Aranguren, Kierkegaard critica la existencia poética. Entiende por tal existencia una especie de fuga de la realidad, de la existencia individual y de sus terribles decisiones, una fuga en el plano de la imaginación. Es una salida por el plano de lo ideal, de lo fantasioso. Este tipo de existencia, típica del caballero romántico, es, en el fondo, una forma de desprecio a la vida real, a la que se cuece en el espacio y el tiempo. El romántico, tal y como le concibe Kierkegaard, crea un mundo irreal y se instala en él, porque la realidad cotidiana le


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resulta insoportablemente tediosa. Para superar el tedium vitae, se fuga a un plano imaginativo y vive en él. A pesar de que Kierkegaard fue, sin lugar a dudas, un escritor romántico, rehúsa la existencia poética como irreal y pueril. Cuando Kierkegaard habla de la «existencia poética» —dice Aranguren— está luchando contra el romanticismo también y, ante todo, contra el suyo propio. Pues que él dependía de los románticos tanto, por lo menos, como de Hegel, es evidente. El «estadio estético» está tan magistralmente descrito como sólo podría hacerlo quien lo ha vivido intensamente. Y si, en fin de cuentas, «romanticismo» es igual a «evasión» de la vida, ¿quién más romántico que Kierkegaard? No sin razón se ha insinuado que si rompió su compromiso matrimonial ello debió de obedecer, entre otros motivos, a que sólo era capaz de amar poéticamente, pero no realmente.3

En efecto, Kierkegaard es, con todas las de la ley, un espíritu profundamente romántico. «Su mezcla estilística y aun temperamental de gravedad e ironía, angustia y humor, es —subraya Aranguren— completamente romántica».4 Contra la existencia estética o poética, Kierkegaard reivindica el estadio ético y, posteriormente, el religioso. La existencia poética carece de la categoría de la seriedad, del compromiso, de la angustia. Es una fuga permanente de la real. Søren Kierkegaard, como Ludwig Feuerbach, su coetáneo, busca una nueva filosofía (eine neue Philosophie), una filosofía arraigada a la vida, que sirva para esta vida, que se refiera a lo concreto de la existencia particular de cada ser humano. No le interesa una filosofía que pueda presumir de tener un estatuto epistemológico como el de las ciencias experimentales. Busca una filosofía para la vida, más concretamente, para esta vida, para la de cada uno en particular.



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