Justo imposible JEAN-LUC NANCY
Justo imposible
JEAN-LUC NANCY
Breve conferencia acerca de lo que es justo o injusto Editorial PROTEUS
Dirección editorial: Miquel Osset Hernández Diseño editorial: Ana Varela
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
Primera edición: enero 2010 © Jean-Luc Nancy «Juste impossible» © Traducción de Pilar Ballesta i Pagès © Para esta edición: Editorial Proteus c/ Rossinyol, 4 08445 Cànoves i Samalús www.editorialproteus.com Depósito legal: ISBN: 978-84-937508-2-4
Entre 1929 y 1932, Walter Benjamin redactó para la radio alemana unos programas destinados a la juventud. Narraciones, charlas, conferencias, fueron recopiladas después bajo el título Luces para la infancia. El Centro dramático nacional de Montreuil y Gilberte Tsaï decidieron adoptar este título para dar nombre a las «breves conferencias» que organiza cada temporada y que van dirigidas tanto a niños (a partir de diez años) como a quienes les acompañan. Para cada ocasión no se trata tan sólo de ilustrar, de desvelar. Ulises, la noche estrellada, los dioses, las palabras, las imágenes, la guerra, Galileo… los temas no tienen límite pero hay una norma de juego: que los oradores se dirijan efectivamente a los niños y que lo hagan fuera de los caminos trillados, en un movimiento de amistad que atraviese generaciones. Dado que la experiencia se afianzó, se nos ocurrió transformar estas aventuras orales en pequeños libros.
Justo imposible Breve conferencia acerca de lo que es justo o injusto
El texto que aquí tenéis es la transcripción de la conferencia que impartí en el Teatro de Montreuil en octubre de 2006, en el marco de las «breves conferencias» destinadas a un público infantil, creadas por Gilberte Tsaï, quien dirige el Teatro. Hablé de forma improvisada. No fui sin notas, pero sí sin texto escrito, ya que su presencia habría obstaculizado el contacto con aquel público tan particular. Aquí, pues, no leemos un texto, sino la transcripción de un discurso espontáneo, con sus accidentes y sus aproximaciones. De ello se ha asegurado la transcripción (por parte de Maïlys Bouvet) con mucho cuidado e inteligencia pero es inevitable que se pierda en la forma escrita buena parte del movimiento y de la entonación. Esta pérdida puede llegar a hacer peligrar en ocasiones un poco el sentido de lo dicho. Sin embargo, quiero conservar esta transcripción retocando tan sólo algún 11
detalle ínfimo: como hice para la publicación de mi anterior conferencia (En el cielo y en la tierra), quiero evitar cualquier transformación, sea cual sea el tipo de escrito. Es necesario que la huella del acontecimiento conserve su carácter de huella (ya que es de lo que se trata) con la injusticia que ello implica. Pero es también hacer justicia indirectamente a la palabra viva y atinada, a la cual debe en última instancia remitir secretamente todo escrito. En cualquier caso, he considerado necesario introducir algunos subtítulos a fin de acompasar ojos y pensamiento en un texto en flujo continuo al que le podrían faltar referentes. Finalmente, querría exponer aquí un lamento: no hablé de la pena de muerte cuando, en mi respuesta a la segunda pregunta, hubiese sido natural hacerlo. Dudé, pensando que la pregunta quizás llegaría desde la sala, lo cual hubiese sido preferible. Y pasó la ocasión. Que la pregunta no surgiese demuestra que para aquel público no se trata de algo inmediatamente presente.
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La idea de lo que es justo
Creo que vosotros —de ahora en adelante, cuando esta tarde diga «vosotros», será para dirigirme a los niños, no a los adultos presentes— quizás no sabéis lo que es justo y lo que es injusto. Quizás no podéis haceros una idea pero, a pesar de ello, sabéis muy bien qué es soportar una injusticia, considerar que algo «no es justo» o, incluso, que «es ciertamente demasiado injusto», como decía siempre un personaje de dibujos animados que se llama Calimero; tal vez ahora ya no lo conozcáis, es un pajarito con un trozo de cáscara de huevo sobre su cabeza. Por tanto, todos vosotros sabéis alguna cosa acerca de aquello que llamamos justo o injusto. Un niño, que además está en la sala, cuando ha sabido que yo hablaría de lo justo y de lo injusto, me ha preguntado expresamente «¿de qué hablarás justamente?» Esta reflexión demuestra que hay una idea en lo que ello representa. Podemos partir de esta reflexión: «¿de qué 15
hablarás justamente?». El niño —digamos Simón, para no decir su nombre verdadero— se daba cuenta de que estaba haciendo un juego de palabras, aunque tal vez no podía explicar todavía las sutilezas del mismo. Al hacerme esta pregunta quería saber de qué hablaríamos exactamente, con precisión. No es lo mismo que decir «no es justo». No se trata en este caso de exactitud. Esta diferencia entre lo «justo», moral, opuesto a lo injusto, y lo «justo» de la exactitud podría ser el fundamento de nuestra reflexión; pero podemos volver a ello hacia el final. Veis claramente que lo «justo» en el sentido de exactitud no tiene el mismo significado que lo «justo» que se opone a lo «injusto». Podríamos decir: «el contenido de esta botella llena justo dos vasos»; si no es así, si el contenido de la botella sólo llena un vaso y medio, no diremos que es injusto. Como pasa con muchas palabras, muchas ideas, nociones (por emplear un término más culto) o (por emplear un término todavía más culto que utilizan los filósofos) conceptos, tenemos un conocimiento que podríamos denominar intuitivo, espontáneo, de la palabra «justo». Sabemos claramente de qué se trata, pero aún debe desarrollarse la idea, el concepto y tal vez al desarrollarla nos daremos cuenta que esta palabra que creíamos conocer nos conduce hacia problemas y cuestiones 16
difíciles que ni siquiera sospechábamos. Es lo que intentaremos ver juntos. Volvamos al sentido que yo llamo «moral» de la palabra «justo», es decir, aquello que es justo por oposición a lo que es injusto. Creo que muchos de vosotros estaríais de acuerdo en decir que lo justo es lo que está de acuerdo con la justicia. En el título de la conferencia hemos escogido«lo justo, lo injusto», siendo lo justo la cualidad de lo que es justo y, por consiguiente, la cualidad de aquello que pertenece a la justicia, mientras que es injusto lo que se opone a la justicia. Pero en seguida aparece una pequeña dificultad. Sólo es una pequeña dificultad del lenguaje pero conduce evidentemente hacia otros problemas. Cuando yo hablo de la «justicia», pienso que muchos de vosotros pensáis en lo que sucede en el palacio de justicia. El palacio de justicia, como sabéis, es el lugar donde se encuentran los tribunales, donde se reúnen los jueces y donde tienen lugar los procesos. Las personas pueden ser acusadas, después juzgadas, ser defendidas por abogados y lo que se llama un proceso lleva hasta la condena o bien hasta lo que se llama una absolución de las personas acusadas. En el uso habitual de la palabra «justicia», en primer lugar pensamos en la justicia que forma parte de las grandes instituciones del Estado; hay un ministerio y un ministro de Justicia. Pero en el 17
palacio de justicia, en el tribunal, se trata de aplicar la ley a través de la interpretación que hacen los jueces, los abogados, los propios acusados o quienes acusan. Esta justicia, la justicia como institución, no es la cualidad de lo que es justo, es la institución que aplica la ley. La ley, ¿es siempre justa? Estáis todos a punto de contestar que no, aunque tal vez no tengáis a mano un ejemplo. Espontáneamente, desconfiamos de la ley. Creo que todo el mundo se da cuenta claramente de que si la idea de justicia, de lo que es justo, se confundiese con la ley, alguna cosa chirriaría. Dentro de unos meses, en Francia, estará prohibido fumar en todos los lugares públicos, pero, de momento, todavía no sucede. ¿Cuál es, por tanto, la situación más justa? Si puede decirse, ¿cuál es el auténtico «justo»? Yo pertenezco a una generación que vivió el inicio de los cinturones de seguridad. Vosotros os subís al coche y os abrocháis el cinturón, es un acto reflejo, pero cuando yo tenía menos de treinta años fue introducida por ley la obligación de llevar un cinturón de seguridad. Había gente «en aquel tiempo» que estaba muy enfadada y que consideraba que esa ley era injusta. Sostenía la idea de que el hecho de obligar a una persona a atarse al asiento de su coche con una correa era un ataque a la libertad. En aquel tiempo, tuve un accidente de 18
coche y no llevaba puesto el cinturón. Si hubiese llevado puesto el cinturón, me hubiese hecho menos daño. Actualmente todo el mundo considera que es justo que la ley imponga llevar el cinturón de seguridad. Podríamos multiplicar los ejemplos, hay muchos. Del mismo modo, vosotros estáis acostumbrados actualmente a una gran variedad de nombres, mucho más que hace veinte o treinta años. Hace treinta años, la ley prohibía poner a los niños franceses determinados tipos de nombres, por ejemplo los que pertenecen a la lengua o a las tradiciones bretonas. Algunos padres que habían puesto nombres bretones a sus hijos tuvieron que pasar por un tribunal. Actualmente, eso parece una antigualla extraña, pero la cosa no es tan antigua, aunque os lo parezca. Por tanto, entendéis que la ley no es necesariamente justa. Pero eso no quiere decir que cada uno de nosotros pueda decidir no cumplir la ley porque considera que no es justa. Ese es otro tema. Se trata de saber cómo decidir la ley, a partir de qué discusiones de los ciudadanos o de sus representantes. Por el momento, tened en cuenta lo siguiente: si entendemos que la ley, por sí misma, no es siempre justa, es que tenemos una idea de lo justo, de lo verdaderamente justo, de la justicia como idea, como ideal, y no solo de la justicia como institución. Tenemos, por tanto, una idea de 19
la justicia más allá de las leyes, quizá incluso de una justicia para la cual no puede haber ley, una justicia que no puede ser encerrada en una ley, que es más que cualquier ley. Todos nosotros tenemos, todos vosotros tenéis el sentimiento, la idea de que existe lo justo o lo injusto sin que eso deba tener necesariamente relación con la ley. Creo que muchos de vosotros sabéis qué es eso de recibir, en clase o en casa, un castigo que objetivamente no merecíais. Seguramente algunos de vosotros habéis sido castigados porque un compañero había hecho el imbécil y el profesor os castigó a los dos, o quizá a toda la clase. Un profesor no está para ser justo con cada uno de vosotros; está para que reine el orden para todos. Importa poco, recibís un castigo que no merecíais y exclamáis: «¡Es demasiado injusto!» Conocéis otras formas de injusticias: un compañero se pasea con una nueva consola de juegos —da igual cuál es, no sería justo que yo hiciese publicidad— pero vosotros, vosotros no la tenéis y vuestros padres se niegan a comprárosla. Es injusto. Pero, ¿por qué? Eso no tiene nada que ver con la ley; puede ser por falta de dinero, porque la familia del compañero tiene más medios, o por cuestión de principios de los padres, que prefieren que no os paséis tres cuartas partes de vuestro tiempo con una consola de juegos. Por otra parte, esta decisión educativa puede ser extremadamente 20
justa en relación con vuestro trabajo y vuestro futuro. Pero yo no estoy aquí para hacer de padre. Vosotros sabéis, por tanto, tenéis la idea, el sentimiento de que existe lo justo y lo injusto sin que podáis asignarle un significado, el principio general. Por ejemplo, ¿es justo que todo el mundo tenga la consola «no sé qué»? Quizá estaríais a punto de decir «sí» pero, ¿cuántas consolas de cuántos modelos es justo que tenga todo el mundo? Es muy difícil tenerlo todos en cuenta. Si miráis los periódicos, la tele, veis claramente que vivimos en un mundo donde se nos intenta hacer creer que sería justo que todo el mundo tuviese todas las consolas, todos los ordenadores, todos los videojuegos posibles e imaginables. Pero enseguida os dais cuenta que eso chirría, que no puede ser realmente una cuestión de justicia. Tenemos, por tanto, una idea de lo que es justo y de lo que es injusto, pero no sabemos cómo definir bien qué es exactamente justo o injusto. Nos damos cuenta que eso nos lleva más allá de la ley, a otra cosa diferente a la ley. Quizás eso debería llevarnos a cuestiones de fondo que permitiesen decir qué es lo realmente justo, pero, ¿cuáles son esos principios? Si nos salimos de la ley tal y como está escrita en el Código y tal y como es aplicada por los abogados, ¿con qué nos encontraremos? Con otra ley llamada «la ley del más fuerte». Quizás sea la 21
que hace que el compañero tenga una consola más que yo, o que tenga una consola y yo no, porque es más fuerte en el sentido que su familia tiene más dinero, lo cual es una forma de fuerza. Muchos de vosotros creéis que el más fuerte físicamente tiene razón y que no es justo que haya ganado porque ha soltado un guantazo al otro. La justicia en este caso se confunde con la pelea. Pero estoy seguro que muchos de vosotros pensáis que la ley del más fuerte no es una ley, que no puede ser una ley. Es la ley de la selva, y justamente en la selva, donde sólo viven animales, los más fuertes dominan a los más débiles. La expresión «la ley de la selva» juega con una contradicción: en la selva no se trata de leyes, sino de relaciones de fuerza. El uso de la fuerza sola no puede ser justo, eso ya lo sabemos bien. Aun cuando uno se siente tentado a considerar a menudo que el más fuerte tiene razón, sabemos bien que la fuerza no puede ser justa por ella misma. A pesar de ello, es un modelo que se utiliza mucho en nuestro entorno: las películas de Schwarzenegger, aunque últimamente haga menos porque es Gobernador de California y ya no tiene tiempo de hacer cine, las de Van Damme o videjuegos como Street Fighter. De todo ello se desprende un modelo de justiciero, de quien hace justicia porque es el más fuerte, porque tiene, como Schwarzenegger, dos ametralladoras, tres 22
bazookas, y lo derriba todo. Se dice entonces que hace justicia por su cuenta. Es un modelo que puede ser muy seductor, podríamos creer fácilmente que es eso en lo que consiste ser justo. Todas esas historias tienen lugar más allá de la ley: la ley es impotente, los policías no consiguen nada, pero aparece Schwarzenegger, lo derriba todo y soluciona el problema. Efectivamente, lo rompe todo, pero, en estas películas siempre actúa por una causa justa: hay, por ejemplo, una pobre niña amenazada por terribles gángsters. Ni en las películas de Schwarzenegger, ni bajo la óptica de que el más fuerte podría hacer la ley, no hallamos la idea de que ha de existir una causa justa a cuyo servicio se disponga la fuerza. Sabemos, en nuestro interior, qué quiere decir la palabra «justo». Sabemos, por ejemplo, que es injusto repartir un pastel en partes desiguales. Sí, incluso si es Schwarzenegger quien llega y corta un trozo bien grande para uno y otro muy pequeño para vosotros, es injusto. Lo sabéis bien, esta situación se da a menudo en las comidas, a menudo miráis si la porción del vecino es igual que la vuestra. Ahora bien, comprenderéis que puede ser totalmente justo dar a alguien un trozo pequeño de pastel o incluso nada de pastel: si un niño es diabético es peligroso para él comer demasiado pastel. Lo que es justo para él, para su salud, es no hacerle 23
comer azúcar. También sabemos que es injusto pagar menos por el trabajo de una mujer que por el trabajo de un hombre, y sin embargo eso sucede a menudo. Es injusto y, sin embargo, no está prohibido por la ley. Pero es justo cobrar más por un trabajo más duro o más peligroso. ¿Qué vemos al final de esta reflexión? Todos nosotros sabemos que es justo dar a cada uno lo que le corresponde. «Dar a cada uno lo que le corresponde» o «dar a cada uno lo que le toca»: esta definición de la justicia es muy antigua, es tan antigua como nuestra civilización. Es una fórmula, una frase, que encontramos desde la Antigüedad y que ha generado discusión durante mucho tiempo y que nos sigue preocupando actualmente. Quizás sea imposible acabar con esta cuestión; es lo que os mostraré.
Lo que le corresponde a cada uno Diciendo que es justo darle a cada uno lo que le corresponde tenéis una buena definición de justo y, no obstante, estoy seguro que veis enseguida dónde surgen las dificultades. ¿Qué es lo que le corresponde a cada uno? Ya llegaremos, pero para empezar hablaremos de una primera dificultad que captáis tal vez no tan fácilmente. Darle a cada uno lo que le corresponde es, en primer lugar, comenzar a hacer 24
coexistir dos principios detrás del término «cada uno»: un principio de igualdad, para empezar: «cada uno» es considerado exactamente como todos los demás porque lo que le corresponde a Nicole quizás no es lo que le corresponde a Saïd y lo que le corresponde a Gaël no es necesariamente lo que le corresponde a Jonathan. Hay pues dos principios: igualdad y diferencia. Si estáis de acuerdo, yo propondría decir igualdad y singularidad. La singularidad es lo que es propio de cada uno en tanto que ser singular, que es único. Igualdad y singularidad son inseparables dentro de la idea de justicia y, a la vez, pueden entrar, tal vez no en contradicción, pero sí en conflicto. Eso nos enseña una primera cosa muy importante: lo justo y lo injusto se deciden siempre en relación a los otros. En lo justo y lo injusto se trata de los otros y de mí, pero siempre de mí en relación a los otros. Me corresponde lo que me corresponde, como a los demás les corresponde lo que les corresponde. Eso quiere decir que no puede existir justicia para una sola persona, no tendría sentido. La justicia solo existe en relación al otro. Hacer justicia por nuestra cuenta no tiene sentido. No obstante, es verdad que cada uno de nosotros, como persona singular que es, tiene derecho a un reconocimiento completamente particular. No sería justo, por ejemplo, decidir que todos hemos de llevar el pelo de color rojo y obligar 25
a todo el mundo a teñirse el pelo. Por contra, los matices singulares del pelo son parte, aunque ínfima, de lo que cada uno es, singularmente. Así pues —segunda parte de la definición— ¿qué es lo que le corresponde a cada uno? No nos plantearemos ahora el hecho de saber cómo darle o devolverle a cada uno lo que le corresponde. Pero podemos distinguir fácilmente algunos elementos de lo que le corresponde a cada uno: cada uno tiene derecho a vivir, en consecuencia, le corresponde a cada uno disponer de los medios necesarios para vivir, alimentarse o protegerse de la intemperie; cada uno tiene derecho a ser educado, por tanto es justo que cada niño pueda ir a la escuela. Estoy seguro que ahora mismo algunos de vosotros pensaréis: «Eso no es tan seguro que sea justo». Y sin embargo, la escuela para todos forma parte de la justicia porque no tener educación y cultura es no poder desarrollar todas las posibilidades como hombre o mujer en la vida. Del mismo modo, claro, cada uno tiene derecho a la sanidad y, por tanto, a ser curado; y cada uno tiene derecho a ella también cuando un destino que podríamos calificar tal vez de injusto hace nacer minusválido. Es justo en este caso tener acceso a determinadas atenciones: poder hacer servir una silla de ruedas, tener accesos para minusválido, etc. Es justo que así lo establezca la ley. Actualmente, la ley obliga a que en los transportes y 26
lugares públicos haya accesos para sillas de personas minusválidas. Podríamos continuar un rato más esta discusión sobre lo que es justo y lo que ha de ser reconocido como justo por todos en una sociedad en cuestiones de educación, de alojamiento, de sanidad, de salario, de condiciones de trabajo y de vida, porque hay muchas cosas que sabemos claramente que son justas. Esta discusión nos llevaría, si tuviésemos tiempo para ello, hasta la ley. Por eso cambia la ley y evoluciona: porque se pone de manifiesto una u otra exigencia de justicia a la que, hasta ese momento, no se prestaba atención o no era suficientemente visible. Por tanto, ello nos llevaría de nuevo hasta la ley y hasta aquello que siempre habrá que cambiar, reformar, adaptar. Actualmente, sabemos que el hecho de fumar es muy malo para la salud y para la gestión de lo que se denomina salud publica debido a las atenciones que necesitan todas las personas que sufren cánceres o enfermedades pulmonares a causa del tabaco. Por ello es necesario que la ley evolucione. La ley no cambia cada día, pero siempre hay buenas razonespara plantearse transformarla o para crear nuevas leyes, para que la sociedad se haga más justa. Hemos de indicar, no obstante, que nunca conseguiremos completamente, exactamente, lo que le corresponde a cada uno en particular. ¿Cómo pode27
mos resumir lo que le corresponde a cada uno de nosotros como personas únicas, como Nicole, o Saïd, o Gaël o Brahim? De algún modo, podríamos decir que basta con que uno sea reconocido como alguien singular. Es una lista infinita: ¿cuándo habré acabado de ser justo con Nicole o Saïd? ¿Cuándo le habré acabado de reconocer, no solo como compañero o compañera, o como alguien interesante porque puede dejarme la consola o ayudarme con las mates, sino como a él de verdad? Al hacer esta pregunta vemos cómo se forma la división más amplia entre lo justo moral y lo justo de la expresión «justamente», de exactitud, de ajuste. No hay ajuste posible de esta justicia. Podríamos decir, si queréis, que la justicia se da necesariamente sin exactitud o sin ajuste. 1 Yo puedo, por descontado, comprar ropa para Nicole o para Saïd, pero vale más que la compre de su talla y que, por tanto, sea ajustada. (Dirigiéndose a un niño de la primera fila) Sí, te puede hacer reír, pero si te compro unos tejanos de mi talla, tendrás muy mala pinta... Por tanto, la ropa ha de ser ajustada hasta que la persona acabe de crecer. Pero, ¿qué será lo ajustado si 1
Hay un juego de palabras de difícil traducción en las dos frases anteriores: «justesse» tiene el sentido de precisión, exactitud, pero remite fonéticamente también a «justice»: justicia, y a «ajustement»: ajuste. La segunda frase dice: «la justice est forcément sans justesse ou sans ajustement». (Nota de la Traductora) 28
nos interesamos en el aspecto decorativo de la ropa? ¿Qué tejanos serán los más justos? ¿Los azules, los negros o los grises? Evidentemente, no es posible responder. Por descontado, hay cosas más importantes que la ropa, hay aquello que cada uno desea, aquello que le gusta a cada uno, aquello que cada uno sueña. Pero también hay algunos asuntos con los que no somos del todo justos con nosotros mismos. Pienso en el niño diabético del que hablaba antes; todos nosotros, o al menos muchos de nosotros, tenemos ganas de comer dulces, pero es peligroso comer dulces cuando se es diabético. De igual modo, a menudo tenemos muy pocas ganas de hacer los deberes y, a pesar de todo, es necesario hacerlos. Pero pensad en esto por vosotros mismos, podéis ir siempre aún más allá, no hay forma de cerrar la lista de lo que le corresponde realmente a cada uno.
El amor, la justicia imposible En última instancia, sólo hay una cosa que le corresponde a cada uno, es lo que denominamos amor. No únicamente el amor de las historias sentimentales, el amor que os hace reír cuando un chico besa a una chica, o cuando un chico besa a un chico, o una chica besa a una chica, sino el amor en el sentido más amplio. Sabemos muy bien 29
que amar a alguien quiere decir que lo consideramos por lo que es, singularmente, y que estamos dispuestos a hacer cualquier cosa por esa persona, a dárselo todo porque le corresponde todo. Eso no quiere decir darle cualquier cosa que incluya lo que es malo. Evidentemente, los padres o, en general, los adultos responsables de los niños están para intentar saber lo que es justo, lo que es bueno. Por eso existen los derechos de los niños, que no son los mismos que los derechos de los adultos. Los adultos tienen el deber de pensar en lo que es justo, aunque no sepan nunca exactamente de qué se trata. Un adulto justo con los niños no es un adulto que cree saber lo que es justo: «harás mates y chino», «llevarás tejanos de este color y aprenderás este oficio» —si hacemos mates o chino, podemos hacer muchas cosas. No, un adulto no puede saber lo que es justo porque no es una cuestión del saber. Aun así, ha de esforzarse en pensar lo mejor en una dirección de la cual, en el fondo, sólo el amor puede darle el rumbo. En consecuencia —me detendré después de esto para que podamos discutir— podríamos decir que ser justo, una vez dicho todo lo que acabamos de decir, una vez reconocido el mínimo que le corresponde a todo el mundo, es ser capaz de comprender que cada uno tiene derecho a un reconocimiento. No volveré a hacer servir la palabra «amor», por30
que esta palabra puede hacernos confundir motivos sentimentales y otros motivos; haremos servir otra palabra: reconocimiento. Este reconocimiento ha de ser infinito; es un reconocimiento que no puede tener límites. Es, por tanto, imposible de realizar completamente, imposible de ajustar. Esto nos permite decir que ser justo no es pretender saber lo que es justo; ser justo es pensar que lo más justo está pendiente de encontrarse o de comprenderse; ser justo es pensar que la justicia aún está por hacer, que aún puede ir mucho más lejos. En la historia de la II Guerra Mundial, se llamó Los Justos, según una apelación de la tradición judía procedente de la Biblia, a las personas que, sin ser judías, habían salvado judíos, les habían alojado y protegido contra las leyes que fueron en un determinado momento, desgraciadamente, las leyes de Francia y de la Alemania nazi. ¿Por qué estas personas recibieron el nombre de Justos? Porque, a pesar de la ley, a pesar de sus afinidades naturales, sin ser judías, sin tener vínculos de religión o de comunidad con los judíos, se dijeron: «No puede ser que haya gente perseguida debido a su religión. No es una razón válida; es, incluso, la razón más injusta del mundo». No es justo en absoluto decir: «Tú estás condenado porque eres judío, esquimal, árabe, malí o no sé qué más». Eso es simplemente lo que se llama racismo y, en este caso preciso, racismo 31
como antisemitismo. Por tanto, se llamó Los Justos a la gente que no sabía nada de las personas a las que salvaban o que se esforzaba por salvarlas arriesgando mucho, arriesgando la vida, simplemente. Ellos sólo sabían esto: aquellas personas tenían derecho a un reconocimiento infinito, sin límite, incluso arriesgando la vida. No digo que esta idea deba ser el único eje de pensamiento sobre lo justo y lo injusto, pero sí pienso que la idea que debería dominar nuestro pensamiento es que lo justo, esta vez en el sentido de la calidad, del hecho de ser justo, es dar a cada uno lo que ni siquiera sabemos que le debemos. Se trata de considerar simplemente que es una persona y que tiene derecho a un respeto absoluto. Tenéis que pensar en esto por vosotros mismos, nadie vendrá a deciros: «Esta es la justicia absoluta». Si alguien pudiese decir eso, quizás no nos haría falta ser justos o injustos, solo nos haría falta aplicar estúpidamente lo que sería una ley.
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Preguntas y respuestas
¿Qué opción es más justa, la derecha o la izquierda? Es una muy buena pregunta. La diferencia entre la derecha y la izquierda se caracteriza, si caricaturizo un poco las cosas, por dos visiones diferentes de la justicia. Para la derecha, la justicia viene dada por la naturaleza o por el orden de las cosas; para la derecha, la manera, supuestamente natural, de funcionar las cosas es justa. Existen, por ejemplo, desigualdades innatas: algunos son más fuertes, otros tienen más dinero, aunque sea un poco difícil atribuir esto a la naturaleza. Según esta forma de pensar, es natural que sigan siendo más fuertes o teniendo más dinero y que la justicia se haga respetando estas diferencias supuestamente naturales. Por esta razón, la derecha no es favorable a que el Estado ocupe mucho lugar. No hace falta que el Estado imponga 35
demasiadas leyes, que legisle demasiado, ya que los individuos han de poder espabilarse ellos mismos. En la izquierda se considera que la justicia no se da de forma natural y que está por hacer. Por eso, ha de buscarse. Estas cosas, creo, son las que podemos decir para distinguir a los partidos desde el punto de vista de la justicia. Por descontado, podemos matizar las cosas; de hecho, es necesario hacerlo. Para eso, haría falta distinguir entre dos derechas y dos izquierdas. Hay una derecha que quiere una fuerte presencia del Estado para hacer aplicar lo que se considera una ley natural: el hecho, por ejemplo, de ser francés, nacido de padres nacidos en Francia, nacidos de abuelos nacidos en Francia, etc. Este ejemplo daría una especie de derecho natural; existiría una justicia natural que permitiría recibir a las personas nacidas en esta situación, que son —para tomar una de sus expresiones— «buenos franceses», un trato privilegiado respecto a los otros. No es la derecha llamada «liberal». Hay también una segunda izquierda, que actualmente es casi inexistente, que cree o que creyó saber por qué medios apoderarse de los mecanismos del Estado y del poder público para instaurar por la vía autoritaria una justicia nueva. Estas dos actitudes extremas, tanto de la derecha como de la izquierda, son actitudes que llevan a 36
pensar que podemos «mostrar» la justicia: está, por decirlo de modo muy simple, en la naturaleza o en un modelo político que será instaurado. Esto nos lleva al hecho de que la justicia no puede ser «mostrada». Pero queda una diferencia fundamental: en la izquierda, la justicia está por hacer, primero es necesario descubrirla.
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