Magdalenas con problemas

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Magdalenas con problemas

Ana Bergua Vilalta Ilustraciones de Carme Sala Villaplana

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Colecci贸n Helena 7.14


Primera edición: mayo 2012 Texto: Ana Bergua Vilalta Ilustraciones: Carme Sala Villaplana Concepción gráfica: Imma Canal © 2012 para esta edición: Editorial Proteus c/ Rossinyol, 4 08445 Cànoves i Samalús www.editorialproteus.com ISBN: 978-84-15549-37-6 Depósito legal: B-13783-2012

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Magdalenas con problemas .................................... Ana Bergua Vilalta Ilustraciones de Carme Sala Villaplana

.................................... Helena 7.14



A mis ayudantes de cocina. Ana Bergua Vilalta

A mi madre. Carme Sala Villaplana



Índice:

1. Soy el mayor y mi madre tiene superpoderes ............. 9 2. A veces es muy duro ser el mayor .............................. 12 3. Lucas, el murciélago quejica ..................................... 19 4. La sal y el azúcar ....................................................... 23 5. Hacer unas buenas magdalenas no es difícil .............. 28 6. El primero de los peores días..................................... 34 7. Hacerme invisible era la solución .............................. 43 8. La mejor defensa es siempre un buen ataque. O no... 47 9. Tiempo de tormentas ............................................... 51 10. Un encuentro inesperado .......................................... 57 11. Ni dormir, ni comer ................................................. 61 12. No podían hacerme más daño, ¿verdad?.................... 65 13. Cuando todo está oscuro, basta con encender la luz .. 71 14. Los poderes sobrenaturales no son lo que parecen ..... 75 15. Reencuentro: soy estupendo ..................................... 80 17. Los mejores cocineros ............................................... 88 Epílogo: Si te pasa a ti, ¡cuéntaselo a alguien! ........... 92



1 Soy el mayor y mi madre tiene superpoderes

Me llamo Pablo y soy el mayor de todos mis primos y somos siete, contando al Quejica y a mí. Para ser más concreto, seis niños y una niña. Bueno, seis chicos, porque yo tengo casi once años. Mi madre asegura que si alguna de mis tías tiene otro niño, nos comprará un disfraz de enanito a cada uno de nosotros y a mi primita Celia, el de Blancanieves. Luego, dice, nos hará una foto y la colgará en el pasillo. Y yo te garantizo que si me visten de enanito me muero. Porque mi madre tiene un carácter fuerte y apuesto que es capaz de hacerlo. Ella es muy 11


buena y cariñosa, pero no se deja pisar por nadie; tiene las ideas muy claras. Es capaz de tenerlo todo —y cuando digo todo, es todo— controlado: sabe si he terminado los deberes sólo con mirarme a la cara, si me he cepillado los dientes, qué talla de calcetines tiene que comprar y cuántas latas de atún hay en la despensa. Ella siempre tiene todas las respuestas y sabe decirlas sin pensar y puede escribir en un teclado casi sin mirar. Ella sabe cuando me pasa algo aunque no se lo haya contado. Cuando me peleo con el Quejica, siempre nos regaña a los dos, porque dice que la culpa es siempre de ambos. Y, aunque me dé mucha rabia admitirlo, en eso también tiene razón. No se lo he dicho nunca a nadie, pero cuando era más pequeño habría jurado que mi madre tenía poderes paranormales: era capaz de saber lo que yo hacía mientras cenaba, cuando ella estaba recogiendo la cocina ¡de espaldas a mí! Tardé cien años en darme cuenta de que me veía por el reflejo del cristal de la ventana… 12


Cuando le pregunto a mamá cómo hace para saberlo todo y para poder hacer tantas cosas, ella siempre sonríe y dice que no lo hace sola, que lo hace con papá. Ellos forman un buen equipo. Podría decir que he vivido siempre sin grandes problemas… hasta que tres chicos de mi escuela empezaron a meterse conmigo y me complicaron mucho la vida.

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2 A veces es muy duro ser el mayor

Como ya he dicho al principio, yo soy el mayor de todos mis primos, por lo que se supone que tengo que ser muy responsable, es decir, que tengo que portarme bien para dar ejemplo y todo ese rollo. Y además valiente. Cuando a Dani, que tiene ocho años y es el más travieso, se le ocurre alguna locura, siempre tengo que empezar yo. Como el verano pasado, cuando pasamos unos días en la granja del abuelo, en el pueblo. Una tarde de calor insoportable y moscas pegajosas, jugábamos con un arco y unas flechas de juguete, de las que llevan una ventosa en la 14


punta. Las encontramos en el desván, supongo que habían sido de mi padre o de mis tíos. Era evidente que aquella cosa era totalmente inútil, ¿para qué queríamos una flecha sin punta? A Dani se le ocurrió la solución. ¡Es un genio! Arrancamos la ventosa de plástico y, con una navaja que encontramos en la caja de herramientas del garaje del abuelo, afilamos los extremos. Me tocó a mí, por ser el mayor, cortar la punta. Por supuesto, me hice una herida, que me estuvo doliendo hasta el final del verano, pero conseguimos que esas flechas pincharan. Tirar con el arco no es tan fácil como parece, así que nos pusimos a entrenar un rato. Anduvimos buscando por la granja y nos metimos en el almacén donde el abuelo aparca el tractor y guarda los aperos para cultivar el campo. Allí, mi primo encontró algo perfecto: un saco lleno de algo, apoyado contra una pared. Con una tiza marcamos una diana en medio del saco: parecía una enorme barriga con un ombligo blanco en el centro. Yo empecé a disparar, porque soy el mayor. 15


La primera flecha cayó de forma ridícula a dos palmos de mis pies. Luego le tocó a Dani. Él tensó la cuerda, tiró de la flecha hasta que el arco y la cuerda se separaron al máximo y la soltó. La flecha voló hasta el saco, pero apenas lo rozó un poco, porque no tenía la fuerza suficiente. Me di cuenta de que había algo que estábamos haciendo mal… ¡Estábamos demasiado lejos del saco! Di tres pasos firmes hacia adelante, sonreí a mi primo, miré a la barriga de ese saco, tensé el arco, tal y como había hecho él. Respiré hondo, tragué saliva y solté la cuerda. La flecha pareció correr a cámara lenta, como en las películas, y se clavó en el saco. ¡Perfecto! No le di al centro de la diana, sino a la parte inferior, pero lo conseguí. Dani me miró desde detrás de sus gafas, se apartó el flequillo rubio y me dijo, con una sonrisa de oreja a oreja: -Pablete, eres buenísimo. Volvamos a intentarlo. Caminé con paso seguro hacia el saco, tiré de la flecha, pero no salió. Tiré un poco más 16


fuerte y, al retirarla, uno de los hilos del saco quedó enganchado en una astilla de madera y el hilo cedió. Al instante, un chorro de grano de trigo empezó a caer alegremente del interior del saco, como una fuente de agua amarilla.

¡Oh no! Me puse tan nervioso, que no sabía cómo pararlo. Dani, en lugar de echarme una mano, empezó a reírse a carcajadas… ¡el muy traidor! Podía notar como una gota de sudor recorría mi frente hasta la punta de mi nariz. Él se reía tan fuerte que el abuelo nos oyó y entró a ver qué pasaba. Me pilló con el arma 17


del crimen en una mano y la otra intentando tapar el agujero por donde el grano caía descaradamente. Temblé por dentro y me sorprendí a mí mismo, porque no quería hacerlo, pero también me eché a reír. Era una risa tonta, descontrolada, lo admito, pero no podía contenerme. Hasta que vi la cara seria del abuelo. Él no nos regañó, pero yo vi tristeza en sus ojos y eso no me gustó nada. Murmuré «perdón» e intenté irme disimuladamente. Dani había desaparecido y yo ni siquiera me había dado cuenta. -Pablo, -dijo la voz de trueno del abuelo, mientras tapaba con sus enormes manos el agujero del saco- ese grano es para sembrar el campo para la próxima cosecha y cuesta mucho dinero. -Yo, e-es que ha si-sido sin querer, en serio. -Está bien, pero tenéis que ser más cuidadosos con las cosas del almacén. Todo lo que hay aquí es importante y algunas cosas son peligrosas. -Vi que miraba hacia el corte de mi 18


mano, que estaba sangrando un poco-. Si se rompe algo a mí me da igual, pero no quiero que os hagáis daño. Yo estaba a punto de llorar, porque me supo mal la regañina, pero el abuelo tenía razón, así que agaché la cabeza y pregunté: -Abuelo, ¿podrás aprovecharlo? El trigo, quiero decir… -Sí, anda, échame una mano. Le alcancé un saco vacío que estaba sobre un montón y el grano siguió cayendo, pero dentro del nuevo saco. Con una escoba y una pala de hierro recogimos el grano, que había formado una montañita en el suelo y lo pusimos sobre un cedazo, que es como un colador inmenso y así separamos la suciedad del grano. Lo pasé fenomenal trabajando con el abuelo. Mientras él curaba mi herida, me dijo lo que siempre me repite todo el mundo: «Eres el mayor, tienes que dar ejemplo». Y la idea ni siquiera había sido mía. Él perdonó mi travesura, aunque me enfadé con Dani por haberme dejado todo el marrón 19


a mí. Con la excusa de que es más pequeño, ni siquiera recibió un sermón. No creo que eso sea justo, pero empiezo a darme cuenta de que es una realidad, mi realidad. Lo cierto es que soy un chico normal y hago travesuras como todos, supongo. En un pueblo pequeño, como el de los abuelos, un chico de ciudad se siente el líder; pero descubrí que no siempre es así.

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3 Lucas, el murciélago quejica

El tiempo de jugar con mis primos dura más bien poco, porque todos vivimos en lugares distintos, así que nos reunimos sólo en verano y en Navidad. Y el resto del año volvemos a la rutina. Estoy en quinto de primaria. Y a decir verdad, me gusta bastante la escuela y suelo sacar buenas notas. Juego a baloncesto, porque soy alto y tengo unas piernas y unos brazos muy largos, que me dan un aspecto desgarbado, como el de una cigüeña. Y ese aspecto me hace parecer muchísimo mayor que el Quejica. El Quejica es mi hermano Lucas, que está en primero. Ahora tiene un aspecto aún más 21


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