BOLETÍN
Cicuta # 20
(Centro Irapuatense de Cultura, TradiciÓn y Arte) enero / marzo 2017
sólo un indicio Los “modernistas” veían en la poesía una suerte de ente mágico que tenía en el poeta su gran oficiante: el poeta-mago era el único ser capaz de volver visibles por medio de su palabra bendecida ciertos trazos del mundo de Dios. Esta especie de nuevo verbo encarnado ha sido enviado a la tierra a resguardar el don de dones, el habla, y volverlo profecía. La profecía (el poema endiosado) vuelve a Dios ya ungida de humanidad, cristificada, a dar cuenta de la pasión del hombre. El poeta es, además de pararrayos celeste, el más digno emisario –de la tierra hacia Dios- de las peripecias del hombre. Esta visión se mantendrá en Huidobro con ligeras variantes (el poeta debe ser la voz del alba primera del mundo, del paraíso, de la inocencia), y en Vallejo empieza a convertirse en 2
misión de hombres hacia el hombre mismo (Me dirijo, en esta forma, a las individualidades colectivas, tanto como a las colectividades individuales y a los que, entre unas y otras, yacen marchando al son de las fronteras o, simplemente, marcan el paso inmóvil en el borde del mundo (“Algo te identifica”, fragmento). BOLETÍN
CICUTA
suscribe
esa
visión
taumatúrgica de los preceptos modernistas: los poetas somos carne de Dios revelando prodigios por efecto de la magia del verbo. A manera de celebración, en este número hacemos estación reverenciosa (entre otros temas) en algunos momentos de la vida y la obra del gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal (20 de Enero de 1925), con motivo de su cumpleaños número noventa y dos. Y aprovechando la ocasión, a través de su característico tono de decir, nos asomamos a la entraña sensible y perturbada de otro gran poeta nicaragüense: Alfonso Cortés (1893 – 1969). 3
“Pedimos que nos amen, que nos dejen amar, pedimos que nos hagan quedarnos solos atados a los ángeles, que no dejen testigos desde ahora esperando la imagen honda de nuestras lágrimas; pedimos que no insistan en herirnos el lugar de la ira, pedimos que las esposas doren el blanco pan y nos conviden a la mesa del júbilo, que los muchachos y las muchachas recuesten su frescura de musicales líquenes sobre la llamarada que nos nació en las voces…” Roque Dalton
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LUIS ALBERTO ANGULO APROXIMACIÓN A LA POESÍA DE ERNESTO CARDENAL Signado desde sus inicios por la frescura y modernidad de su poesía, Ernesto Cardenal (1925) es el más joven creador de la descollante generación poética de la década del 40 de Nicaragua y la figura más impactante en el orden literario ulterior, después de Rubén Darío, su compatriota universal. Publicada en 20 idiomas y en más de 200 ediciones, su obra lo sitúa con holgura en el excepcional corpus poético del siglo XX. Es tal vez el poeta de su tiempo que ha logrado, en castellano, el mayor acercamiento entre los modos expresivos propios del lenguaje poético y los de la conversación, entre el convenido lenguaje de la poesía y el de la prosa. Se ha señalado asimismo que su transformación de poeta lírico y subjetivista en su inicio, a poeta solar, diáfano y de tono épico de la mayoría de su obra, se debió en gran parte al descubrimiento de la poesía norteamericana y en 5
especial al impacto que le produjo la obra de Ezra Pound, a quien tradujo al castellano, luego de su permanencia en Nueva York como estudiante de la Universidad de Columbia. De Pound va a tomar un recurso que, como apunta Pablo Antonio Cuadra, ―consiste, más que en un collage, que en la cita de un trozo de rango poético, en una sabia redistribución de la prosa del historiador o del viajero hasta que alcance un nivel lírico o épico. Sus poemas son así, bellos y vastos documentos ajenos, cuya gracia está en los cortes y en las junturas‖. A propósito, en una conversación con Mario Benedetti, Cardenal expresa que la poesía norteamericana ha marcado en él una gran influencia, y que Pound le hizo ver que en ella ―cabe todo; que no existen temas o elementos que sean propios de la prosa, y otros que sean propios de la poesía. Todo lo que se puede decir en un cuento, o en un ensayo, o en una novela, puede también decirse en un poema. En una poema caben datos estadísticos, fragmentos de cartas, editoriales de un periódico, noticias periodísticas, crónicas de historias, documentos, chistes, anécdotas, cosas que antes eran consideradas como elementos propios de la prosa y no de la poesía‖. 6
Sin embargo, es necesario admitirlo, existe en esa dirección, y en contra de un posible postulado del mismo Cardenal, una persistente y notable restitución del verso como unidad lingüística. Coronel Urtecho habla con exactitud de ―un ritmo correspondiente a las intensidades combinadas de la atención, la excitación emocional y la respiración, y con la rápida técnica alucinante de una película documental, que es a mi juicio, la técnica apropiada para una nueva épica‖. En todo caso, su gran aporte va a estar enmarcado dentro de lo que inicialmente el mismo José Coronel Urtecho designó
como
―exteriorismo‖, para
hablar de
una
tendencia en la poesía de Nicaragua, donde la propia obra y las reflexiones de Cardenal se instauran, incluso en contra de su mismo rechazo, frente a ―ismos‖, escuelas y otras consideraciones estetizantes. Ernesto Cardenal es, por merecimiento de su talento y voluntad creadora, uno de los más célebres y dilatados poetas contemporáneos de Latinoamérica. Su fama se debe a una producción lírica aparentemente irregular para algunos, pero notable e inigualable para casi todos. Para Paul W. Borgeson J.: Cardenal provoca y reta a cuantos lo leen, pues se escapa de las categorías poéticas, teológicas y políticas 7
normativas, para fundir sus propias ideas y múltiples actividades públicas en una sola obra vital, innovadora y renovadora. En sus inicios poéticos influidos por Rubén Darío, Pablo Neruda, Rafael Alberti y Federico García Lorca --su tono pausado inauguró lo que la crítica dio en llamar una tendencia
neorromántica.
Hoy
lo
consideran
representante del exteriorismo, corriente que prioriza lo concreto a la abstracción de la metáfora, algo parecido a la anti-poesía. Ha expresado, por otra parte, que su maestro, el poeta nicaragüense José Coronel Urtecho, le enseñó las técnicas de una poesía de periodista, escrita con imágenes, no con metáforas, directa y concreta, que trata de cosas reales y la vida ordinaria‖. Como marxista, --dice igualmente Borgeson--, Cardenal es hereje; y como sacerdote católico está al filo de otra herejía, pues rechaza la noción de la incompatibilidad de fe cristiana y política socialista (y la Iglesia lo ha castigado).
En
poética,
también
discrepa
con
circunscripciones tradicionalistas, en su rechazo de la metáfora y su inclusión de lo común y corriente dentro del arte verbal. Creer y crear, política y fe en Dios no están 8
reñidos para Cardenal: contrariamente, insiste en que el uno lleva ineludiblemente al otro. Así, estas vertientes marcan toda su obra definitiva. Rechazo a la rima e incluso a la regularidad del ritmo en el poema, asunción de lo concreto frente a lo vago, coloquialidad, inclusión de nombres propios, economía verbal, resistencia a la expresión manida y privilegio de una estética de lo visual frente a la idea, completan, esquemáticamente hablando, el programa exteriorista de su eficiente propuesta. El exteriorismo es la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico de la poesía; para Cardenal, el exteriorismo es tan antiguo como Homero y la poesía bíblica (y), en realidad, es lo que ha constituido la gran poesía de todos los tiempos. Enfáticamente ha dicho: He tratado principalmente de escribir una poesía que se entienda. En este sentido, se habla de una poesía de gran amplitud temática que incluye, desde los elementos ordinarios de la vida hasta aquellos que conducen a la participación política comprometida con la liberación de los pueblos, la aspiración metafísica y la comprensión del universo; todo ello dentro de una propuesta que trascienda las elites literarias. 9
Es una escritura liberada y liberadora dentro de la infinidad de temas y de hablas que tocan al poeta. Todos los tiempos y todas las épocas con sus códices y estelas tan de ayer y tan de hoy: historia, economía, datos, geografía, política, estadística, mística, sabiduría. Todo se unifica en la poesía y en el lenguaje del autor de una obra rescatadora de siglos y modernidades, apunta Jaime Quezada. Por otra parte, el propio Cardenal afirma que ―el exteriorismo es la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico de la poesía. El exteriorismo es la poesía objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos y datos exactos, y cifras y hechos y dichos. En fin, es la poesía impura‖. Para aproximarse cabalmente y con mayor provecho a la enorme obra poética de Cardenal es necesario, asimismo, conocer más de su condición de sacerdote católico y de su experiencia en el monasterio trapense Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky (EU), en donde conoció al místico y poeta Thomas Merton, influencias todas ellas definitorias y permanentes en la vida y la obra del 10
nicaragüense. Es precisamente Thomas Merton quien, a propósito
del
poemario
Gethsemani,
Ky
(1960),
luminosamente expresa: Nacido en 1925, en Granada, Nicaragua. Ernesto Cardenal es uno de los poetas jóvenes importantes que ya ha alcanzado madurez en el movimiento poético iniciado en ese país por José Coronel Urtecho y Pablo Antonio Cuadra. Después de sus estudios en la Universidad de México y en la de Columbia en Nueva York, Cardenal perteneció a un movimiento político de resistencia durante la dictadura de Somoza padre, y esta experiencia está expresada en su libro Epigramas, escrito antes que él ingresara al Monasterio de Gethsemani y publicado en México, como también en su largo poema político Hora Cero. Cardenal solicitó su ingreso a Gethsemani y lo recibimos en el noviciado en 1957. Acababa de exponer unas esculturas muy interesantes en la Unión Panamericana en Washington y durante su noviciado continuó trabajando en barro. Él fue una de las raras vocaciones que hemos tenido aquí que han combinado en una forma clara y segura los dones del contemplativo y del artista. Su trabajo poético, sin embargo, por un plan deliberado, estuvo bastante restringido en el noviciado. Escribió tan 11
sólo las notas más sencillas y prosaicas de su experiencia, y las desarrolló en forma de ―poemas‖ conscientes. El resultado fue una serie de sketches con toda la pureza y el refinamiento que encontramos en los maestros
chinos de la
dinastía
T‘ang. Jamás la
experiencia de la vida de noviciado en un monasterio cisterciense había sido dada con tanta fidelidad, y al mismo tiempo con tanta reserva. Él calla, como debía, los aspectos más íntimos y personales de su experiencia contemplativa, y, sin embargo, ésta se revela más claramente en la absoluta sencillez y objetividad con que anota los detalles exteriores y ordinarios de esta vida. Ninguna retórica del misticimos, por muy abundante que fuera, podría haber jamás presentado tan exactamente la espiritualidad
sin
pretensiones
de
esta
existencia
monástica tan sumamente llana…
II La poesía de Ernesto Cardenal, incluso en sus más terribles circunstancias, en aquellas en que por ejemplo narra el asesinato del héroe, la tortura a un ser humano (un campesino, un revolucionario, un hombre común) en medio de la noche, incluso allí hay siempre una dolorosa belleza que, por cierto, no es el ―deleite‖ de quien oye una 12
fabulosa sinfonía mientras mira impasible, a través de la ventana de su oficina, llevar al matadero a incontables seres humanos. Si en Cardenal existe una estética de la mirada, existe, asimismo, una ética de la mirada mucho más contundente y desgarradora. En él hay un estupendo aparato de recepción y emisión, para utilizar una imagen en el análisis de su poesía como sistema de comunicación abierto y dinámico: su formación pluricultural le ha permitido una expresión única en el lenguaje de todo y de todos, pero en realidad su gran don es la palabra misma y la convicción profunda de la utilización de los recursos que ésta provee al poeta. No hay allí desperdicio lingüístico porque, inmerso en una comunidad hablante específica y real, el cuerpo de esta poesía
logra
expandirse
permanentemente
en
su
descubrimiento de sentido. En sus textos existe ―una información‖, como la ya señalada, y ―un registro poético‖ que asimila la tradición de cuanto le tañe interiormente. Nada le es ajeno, y ello no se da por vía de una asimilación ecléctica de carácter experimental, sino por la visión desprejuiciada a partir de la cual se establece un tejido que le da significado orgánico a ese decir. 13
El verso en Cardenal no es en definitiva un accidente ni una propuesta gráfica más o menos eficiente. Es el verso castellano de todos los tiempos que alcanzó esplendor en el siglo de oro español y estuvo luego silenciado hasta el aparecimiento renovador de Rubén (Darío de las Américas Celestes), que es precisamente el inicio rotundo de la presencia mestiza del Nuevo Mundo desplegándose universalmente en la poesía. En la obra de Cardenal hay varias instancias que posiblemente señalan cambios en su visión de la poesía, sin embargo, en todas ellas hay una imbricación en la que tradición y ruptura establecen una alianza a favor del texto poético. Si, como se ha señalado, en sus inicios existe una impronta lírica de carácter neorromántico, hay ya ahí, igualmente, un tono que revela la capacidad auditiva de quien sin respetar ya las formas tradicionales conservará siempre un registro propio, que incluso en sus momentos de mayor prosaísmo confía en una métrica del alma. Cardenal está emparentado con poéticas y sentimientos aparentemente disímiles, como la de los antiguos latinos y la de los indígenas precolombinos. El hondo sentimiento bíblico de los Salmos y el Cantar de los Cantares, se une en momentos a la visión oriental de las poesías china y japonesa. La huella de los grandes cantos de la India, 14
donde mística y erotismo se hacen una misma cosa, pareciera fundirse a su vez en la perspectiva cuántica de la que nos habla la ciencia. Amor físico, divino y comprometido, permanecen no obstante inalterables en estas páginas escritas desde la lucidez del despojo y la madurez de la exactitud de las que nos habla Merton, su tutor y amigo. En Cardenal se siente, como ya se ha dicho, la impronta de la tradición moderna, pero a mi modo de ver, se siente aún más la huella de una convicción del mundo que es muy anterior a ésta. Es el habla popular lo que mejor nutre esta poesía plena de la visión de las cosas como son. No me cabe duda de que, en algún momento, Cardenal
comenzará
sin
resistencia
a
ser
leído
colectivamente como uno de los grandes poetas místicos de la humanidad. Quizás entonces nadie se asombrará de que los entes educativos y culturales de los gobiernos más avanzados del mundo publiquen en grandes tirajes sus obras y las repartan gratuitamente entre los estudiantes de todos los niveles. También es posible que Cántico Cósmico, una obra que reúne y sintetiza la más alta eficacia de su lenguaje, sea leída como la insólita crónica de quien logró sin prejuicio la visión panorámica del tiempo y el espacio fusionados. 15
ERNESTO CARDENAL ALFONSO CORTÉS, UN ENSAYO Es un hecho muy curioso el que los dos más grandes poetas que haya dado Nicaragua hayan vivido en la misma casa. Porque en la vieja casa de la infancia de Darío vivió Alfonso Cortés, en ella se volvió loco y en ella ha escrito, estando loco, su mejor poesía. Darío nos ha hablado de esa casa de la tía Bernarda, situada en el lugar que llaman en León de ―Las Cuatro Esquinas‖: ―Quedaba mi casa —dice él— cerca de la iglesia de San Francisco, donde había existido un antiguo convento. Allí iba mi tía abuela a misa primera cuando apenas aparecía el primer resplandor del alba, al canto de los gallos. Cuando en el barrio había un moribundo, tocaban las campanas de esa iglesia el pausado toque de agonía, que llenaba mi pueril alma de terrores…‖ ―La casa era para mí temerosa por las noches. Anidaban lechuzas en los aleros. Me contaban cuentos de ánimas en pena y aparecidos…‖ ―Rememoro un gran jícaro bajo cuyas 16
ramas leía y un granado que aún existe; y otro árbol que da unas flores de un perfume que yo llamaría oriental si no fuese de aquel pródigo trópico y que se llaman ―mapolas‖. Cuando era niño yo asistía al colegio de los Hermanos Cristianos en León, en el lugar de Las Cuatro Esquinas (esquina opuesta con la casa de Darío) y pasábamos por la vieja casa cuando íbamos a misa al Hospicio de San Juan de Dios y veíamos por el zaguán al fondo de un corredor sombrío a Alfonso Cortés encadenado, con una cadena atada a un viga del techo. Yo tenía 8 años, pero recuerdo que para mí esa figura era ya misteriosa y me intrigaba porque una sirvienta de mi casa me había contado que era un ―poeta loco‖. Una tarde se soltó de sus cadenas y entró al patio del colegio donde nosotros jugábamos, llenándonos de terror. Después entraron unos guardias nacionales y se lo llevaron esposado. Las hermanas de Alfonso cuentan que estando loco y encadenado junto a la ventana que daba a la Calle Real escribió su poema ―Un detalle‖: Un trozo azul tiene mayor intensidad que todo el cielo, 17
yo siento que allí vive, a flor del éxtasis feliz, mi anhelo. Un viento de espíritus pasa muy lejos, desde mi ventana, dando un aire en que despedaza su carne una angélica diana. Y en la alegría de los Gestos, ebrios de azur que se derraman… siento bullir locos pretextos, que estando aquí, ¡de allá me llaman! Coronel Urtecho fue el primero en darse cuenta del valor de este poema, durante los años de la revolución vanguardista en Nicaragua, y lo hizo famoso entre nosotros cambiándole su título por ―Ventana‖. Escribió él en esa época: ¿‖Un detalle‖? ¿Por qué un detalle y no una ventana? Una prisión oscura de muros altos y una ventana. Me he preguntado, constantemente me pregunto: ¿Será esta la más bella poesía de la lengua española? ¿La más bella poesía de todas las lenguas? La recito para mí solo cada vez que quiero evadirme, salir, sentirme superior a mí mismo. Yo no sé qué es lo que hace que una poesía sea 18
superior a otras, pero ¿Rubén hizo nada más alto, nada más veloz, nada más escapado? Nada. Coronel me ha contado que él leyó por primera vez ―Un detalle‖ en un periódico y que no le dio importancia, pero inmediatamente volvió a leerlo y entonces descubrió que era un sublime poema porque lo entendió. Vio que se trataba de una ventana y que para el poeta loco que estaba encadenado ese trozo azul era más azul que todo el cielo de los que están afuera. Coronel le puso el nombre ―Ventana‖ para que se entendiera mejor y porque el título ―Un detalle‖ podía hacer creer que se trataba de algo intrascendente cuando era uno de los poemas más altos de la lengua castellana. En el Manicomio de Managua Alfonso Cortés dijo una vez que el poema no se refería a una ventana sino a unos ojos azules y que el nombre de la muchacha estaba en el poema. Presionado para que dijera el nombre al fin lo reveló:
Angélica
(―una
angélica
diana‖).
Pero
las
hermanas de Alfonso me han contado que no recuerdan que hubiera existido ninguna Angélica en la vida de Alfonso. Estuvo enamorado de Diana Ortiz sin embargo (que, si no recuerdo mal, tiene ojos azules). Pero esta explicación de los ojos creo que era pura locura de Alfonso. Yo una vez se lo pregunté y me dijo que lo había 19
hecho a una ventana, pero me agrego en tono despectivo que era un poema de juventud escrito a los 19 años, ―en mi época parnasiana o verleniana‖. A unos alumnos del colegio Ramírez Goyena les dijo después que ese poema lo había escrito a los 15 años, cuando estaba en primaria y usaba pantalones cortos. No hace mucho yo volví a preguntarle por el poema ―Ventana‖ y me volvió a decir que en efecto se refería a una ventana y que lo había escrito a los 13 años. Y me agregó: que estaba ante una ventana y observó cómo ese trozo de cielo azul era más intenso que el cielo completo. Pero que ―teológicamente‖ ese era un error porque el cielo completo es más azul que un fragmento. Que en aquellos tiempos de su juventud él se había engañado por la apariencia de los sentidos, porque ante sus ojos aparecía más azul, pero que ahora con la experiencia de los años comprendía que ese era un error, ―una visión terrena del cielo‖. Yo creo que Alfonso debe de haber escrito ―Ventana‖ estando loco, como dicen sus hermanas. Sin embargo es cierto que fue un poeta precoz, y también que escribió poesía que parece de loco muchos años antes de volverse loco. No son muchos los poemas suyos que tienen fecha, pero entre estos está aquel maravilloso 20
poema ―Almas sucias‖ fechado ―Año 13‖ (a la edad precoz de 20 años): Abro para el silencio la inercia de la fluida distancia que no vemos, entre una y otra vida y tras la cual las cosas que miramos, observan… Yo elevaré las vastas esencias que conservan su secreto de sueños dentro del pecho enorme, y uniré los detalles de Forma, Luz y Acento que unifica la pálida lejanía del viento; porque bajo, entre y sobre los cielos, la distancia de que os hablo, es la Idea que pone la fragancia de unidas relaciones sutiles, como losas, un silencio, una inercia del alma de las cosas! Este poema de los 20 años, escrito 14 años antes de volverse loco (y que Alfonso Cortés en una grabación en cinta magnetofónica que le hizo recientemente la Editorial Nuevos Horizontes dijo que lo había escrito ―muy pequeñito‖) es un poema onírico y surrealista, brotado de las profundidades del sueño y de la locura (―su secreto de sueños…‖). Yo creo que Alfonso Cortés fue casi tan precoz como Rimbaud, y que es uno de los grandes casos de la poesía surrealista como Rimbaud y como Lautrémont. 21
Del mismo año 1913 es aquel otro ―Fuga de otoño‖ que comienza: Aquí todo, hasta el tiempo se hace espacio, en los viejos caminos nuestra voz yerra como un olvido, y a un éter lleno de recuerdos se ha salido de nosotros el alma, para vernos de lejos y en el que dice que el cielo es como un ―recuerdo de colores‖ y que en él arremolina la ―luz sonora‖ sus ―vientos‖ y ―la loca de la tarde hunde sus pensamientos / de luz…― Y de un año anterior es aquel otro poema ―Órgano‖, también onírico, que termina: sobre el polvo de mi alma en donde juegan mis penas, bajo una luz amarilla; sobre el polvo de mi alma adonde llegan como aullidos las voces de la Villa. No existen poemas de juventud en Alfonso ni poemas de madurez como no hay diferencia tampoco entre sus poemas antes y después de su locura. Hay poemas malos y buenos en él y poemas conscientes y subconscientes, pero de unos y otros ha escrito en edad temprana y en edad madura y lo mismo estando cuerdo 22
que loco. No se nota en su poesía ninguna evolución, ni cambios, ni progreso, ni ninguna división entre cordura y locura, adolescencia y madurez. Su poesía es intemporal. Su poesía buena y la regular y la mala parece que fueran como distintos planos de poesía y a lo largo de su vida han existido siempre estos planos. Alfonso Cortés me dijo que había comenzado a escribir a los 8 años, y en un poema suyo dice que comenzó a los 7 y que su alma se abrió al mismo tiempo a la literatura y a la locura: Cuando mi alma se abría al sol de la literatura tal una flor del día, ebria de amor y de locura; con ímpetus extraños, y el corazón me era oportuno, (yo tenía siete años y el siglo XX estaba en uno) Y yo creo en efecto que literatura y locura han sido una misma cosa en él. Alfonso fue loco desde que fue poeta. Locura y poesía arrancan en el de la misma raíz oscura, 23
han brotado de los mismos abismos del subconsciente. ¿O tal vez fue la incursión de su poesía en el subconsciente la causa de su locura? Coronel ha dado el nombre de poesía alfonsina a esta clase de poesía misteriosa de Alfonso Cortés, genial poesía de locura (que comenzó a escribirla desde muy temprano como hemos visto y no sólo estando loco). La poesía alfonsina es una poesía rara, disparatada como los sueños y oscura como las profecías. Es una poesía metafísica, tal vez la única verdaderamente metafísica que hay en castellano, preocupada por temas como: la esencia, la forma, el número, la materia, el ser, Dios, la eternidad, el espacio y el tiempo. El poema que vimos, ―Almas sucias‖, de los 20 años, es de los típicamente alfonsinos. En él encontramos su preocupación por el espacio (―la distancia de que os hablo, es la Idea…‖), las misteriosas contradicciones y paradojas (―la inercia de la fluida / distancia‖, ―las cosas que miramos, observan‖) y el uso de las mayúsculas (Idea, Forma, Luz, Acento) que son
tan
frecuentes
en
la
poesía
alfonsina.
La
preocupación por el espacio y el tiempo la encontramos ya también en ―Fuga de otoño‖, de la misma fecha: ―Aquí todo, hasta el tiempo, se hace espacio.‖ En el poema titulado ―La piedra viva‖ se pregunta: 24
—¿En dónde estás, en dónde estás, distancia sin relación y tiempo sin medida, y lo que Dios es, la única fragancia? Y en ―La gran plegaria‖ dice: el tiempo es hambre y el espacio es frío. Y en el poema ―Ángelus‖: la Hora, triste de espacio, yerra. En ―La danza de los astros‖: la distancia es silencio, la visión es sonido. ―La hora triste de tiempo‖,dice en otro poema; en otro habla de un pájaro que pasa ―y se acerca desde la torre una hora‖; en otro dice que ―volaba una hora dulce en el aire‖, y en otro: ―mientras paseo, pienso en espacios‖. Y en el soneto ―La flor del fruto‖: El hombre es árbol místico y apenas comprende Espacio y Tiempo si se vierte en flor de su alma y fruto de sus venas. El primer poema que Alfonso escribió después que se volvió loco fue ―La canción del espacio‖. No sé si por aquella época estuviera enterado de la teoría de la 25
relatividad y el Espacio-Tiempo de Einstein, pero en este poema
habla
de
la
―relatividad
de
nuestra
vida
contemporánea‖ que da al espacio —dice— ―una importancia que sólo está en nosotros‖, y esta canción del Espacio termina con aquella su pregunta sobre el Tiempo: …Pero si no es así, permítaseme hacer una pregunta: —Tiempo: ¿dónde estamos tú y yo, yo que vivo en ti y tú que no existes? En el Manicomio Alfonso me dijo una vez que en ese poema había querido desarrollar dos conceptos: El primero era: ―Como si quisiera llegar a la Eternidad media hora antes que el tiempo‖. Y el segundo: ―El origen de las cosas no es anterior sino permanente‖. Y agregó: ―Pero ya estaba enfermo yo y por eso escribí solamente esa parte‖. A sus hermanas les había dicho en otra ocasión otro pensamiento sobre el Tiempo, que ellas recogieron: ―El Tiempo es la relación que hay entre el hombre y todo hecho‖. Lo
poesía
alfonsina
está
llena
de
profundidades
filosóficas. En un poema titulado ―La flor de la hora‖, que 26
en algunas otras líneas es más bien disparatado, y que está fechado en 1940, dice que: …la idea es un hecho casi visible en la forma En su poema ―Afrodita‖ ahonda más aun sobre la forma, cuando dice a la diosa: Y Dios, cuyo deseo se conforma con tus actos, sonándote en palabras, le dio a la Vida el alma de tu forma. Y en el soneto ―Yo‖: Yo soy el mercader de una divina feria en la que el infinito es círculo sin centro y el número la forma de lo que es materia. Pero las abstracciones filosóficas se vuelven sensoriales en Alfonso. Tienen forma, color, perfume. La filosofía se hace poesía. La idea, como él ha dicho, es un hecho casi visible en la forma. Dios, de quien tanto habla, no es abstracto sino Concretísimo: Buscará una mujer, dice, ―que haya tocado a Dios con la mano‖. Habla de las cosquillas de Dios (―ya no quiero sentir más las cosquillas de Dios en mi cerebro‖), ―los vientos de Dios‖, los versículos del manuscrito amarillento que vio un día en el 27
seno poderoso de Dios, los Sagrados Poros de eterno sudor bañados. ¿Sientes? En este sitio en que estamos los dos huele a gas, huele a infancia, huele a mujer y a Dios… La poesía alfonsina mucho habla de éxtasis. En ―Ventana‖ habla del ―éxtasis feliz‖ (y también le gusta mucho la palabra ―feliz‖). La plaza —dice en otro poema— ―trae patrullas de éxtasis antiguos a mi casa‖. En el poema ―Pasos‖ habla de un misterioso ―éxtasis de ayer‖: Cuando, en el tumulto de la tierra, sientan los seres su soledad, dará una tregua eterna la guerra del Ruido; hundirá en la Antigüedad sus pasos el Hombre y la Mujer, surcaran la arruga de la frente de Dios, donde del éxtasis de ayer se alza vapor incesantemente… El éxtasis de ayer debe ser el de los primeros días del Génesis, porque el poema es como un compendio de Apocalipsis y de Génesis. Dice que el Hombre y la Mujer hundirá sus pasos. ¿Será error gramatical? Si hubiera dicho ―hundirán‖ se rompe el metro. Yo más bien 28
creo que quiso hacer del Hombre y la Mujer un singular (como lo hace el Génesis: ―Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, lo creó varón y hembra‖). La poesía alfonsina también habla mucho de éter. El éter es como algo místico, como la atmosfera del éxtasis. En ―La danza de los astros‖ dice que ―los violines del éter pulsan su claridad‖ y el alma se vuelve ―como un místico oído‖. Alfonsino es también ese ―inmóvil movimiento del cielo‖ del mismo poema. Como lo son también: ―la tregua eterna‖ de la guerra del Ruido; ―la música en silencio de la luna‖; ―que sea nueva el alma de las cosas, / mientras que las cosas ya están viejas‖; ―las fragancias/tristes de la carne feliz‖; o aquel luminoso soneto de ―Las tres hermanas‖ que es todo él luz: Hada es la luz, Estela la armonía y Teresa la gracia. Y en Teresa, en Estela y en Hada, culmina esa fiesta de amor que hace perfecto el día… menos en la última palabra del último verso, cuando termina diciendo que van hacia la Esperanza precedidas por un coro feliz de niños ciegos. 29
Característico de la poesía alfonsina es el inusitado corte de versos con el que crea el suspenso y produce curiosos efectos musicales: Cuando el rebaño va en la senda, mueve una música trivial de piedrecitas, en la tienda que le hacen los ramajes, y al son de esa música… O aquel poema de sublime música, ―Raquel‖, en que describe el cielo y parece que se oyen los pasos de Dios: Por las graditas de los cielos con lentitud desciende Dios, los tronos alzan sus anhelos, cantan los ángeles y los A Alfonso le gusta rimar con y, que, los, las, de, la. Véase aquel poema ―Verano‖, de breves versos, que termina: Y yo observo detrás de sus palabras, las cifras en línea que jamás sumé
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Y la estructura misma de esos versos es como la línea de una suma. O aquellos otros versos cortados así: Tu paso es tan fino y breve como si te interceptaran el suelo suspiros de ángeles tristes, y cuando caminas se quedan en el aire conversando de ti, los perfumes. En ese ―án-geles tristes‖ se oye realmente como un suspirar de ángeles, y en ese ―quedan en el aire‖ se siente un trémulo suspenso. La locura es también un tema de la poesía alfonsina, o el inconsciente: ―El cruel Ángelus inconsciente‖; ―la loca de la tarde‖; ―locos pretextos / que estando aquí, ¡de allá me llaman!‖; ―y en la locura de sus calmas / la hora triste de espacio, yerra…‖ O aquel poema ―Aire‖: mientras retuercen en la bruma locos y alegres movimientos los blancos pliegues de la espuma del alma, al roce de los vientos… En 1918, siete años antes de volverse loco, había escrito un soneto en que profetizaba su locura. En él habla de ―la carga inconsciente‖ y escribe de sí mismo como si ya estuviera loco: 31
Si yo hubiera sabido las locuras, los desastres, las ansias, los dolores en que iba a amortiguar sus resplandores mi corazón cansado de aventuras; si hubiera visto sus miradas puras solo el alma del sueño y de las flores, no los pálidos y altos sinsabores del infinito que me cobra usuras… Para Alfonso también existe reflexión en lo inconsciente: dice que ―reflexiona la inercia de las cosas‖. Y también las cosas tienen alma: ―una inercia del alma de las cosas‖. Y de sí mismo habla diciendo: ―la flor repleta de su sueño inerte‖, y seguramente se refiere a su locura pues en el mismo poema habla de ―sus tristes ojos / descoyuntados por la suerte‖. Y en el poema ―La flor de la hora‖, de 1940, dice: La Lámpara de nuestro sueño que nunca la prendimos sino para ver sombra. Cuando la poesía de Alfonso no es alfonsina es simplemente
poesía
modernista,
buena
poesía
modernista pero que no es original ni tiene las profundidades ni el misterio de la otra ni las incursiones en el subconsciente y en el reino de las sombras y de la 32
locura. O es, otras veces, simplemente poesía mala, torpemente hecha. Ejemplo de buena poesía modernista (pero no alfonsina) es aquella ―Balada de la corza blanca‖ que comienza: No sé si fue en la avenida sonora de un bello parque, en la estación divina en que le habla la flor a su vecina y el viento es alma y corazón la aurora. Una ternura entre las llamas llora, un cisne joven boga en la laguna y un ave implume pía entre su cuna… cuando de pronto, pasa misteriosa, como un rayo de sol sobre una rosa, la corza blanca, hermana de la luna. Y ejemplo de poesía mala, realmente de loco pero mala, es la de un ―Canto a Managua‖ escrito en 1951, con estrofas como éstas: Tus autos, buses, motores, taxis, camiones, biciclos, tus ómnibus, motociclos, tanques y carro-motores. Tu alegre plebe de barrio, que, por gracia de atavismo, 33
le abre campo al socialismo con su aspecto al gusto ogarrio. Etcétera. Siguen cosas como estas. Esta última muestra es de lo más malo y disparatado que se puede encontrar en él, y ya es pura extravagancia de loco, pero estas tres clases de poesía (la alfonsina, la buena modernista y la mala) se han dado, como ya dije, a todo lo largo de su vida como en diferentes planos. Las repeticiones también son curiosas en Alfonso. A veces dice cosas en un poema que ya ha dicho en otros. Por ejemplo, en tres poemas diferentes tiene la misma frase ―una sombra de cuerpos ignorados‖, las tres veces al final del poema. El poema breve ―Ocaso‖ termina así: hacia los horizontes va bajando una sombra de cuerpos ignorados… El ―Poema olvidado‖ termina: que sobre el valle de mi alma se aleja como sombra de cuerpos ignorados. ―Paseo‖, fechado en Noviembre de 1915, termina: yo me voy a mi casa de prisa, va bajando, va bajando una sombra de cuerpos ignorados. 34
En este mismo poema dice ―blanco de éxtasis‖, que también lo dice en ―Ocaso‖, y hay muchas otras cosas en él que están repetidas en otro poema fechado en 1916 y que tal vez fue escrito también en Noviembre, pues se llama ―Canción de Noviembre‖. Dice en el primero: La tarde cae. El sol se hunde! El viento se deja y ora con la lengua del olmo, cedro, pino y laurel; la atmosfera de perla y nácar se colora: el cielo es de recuerdo, y de esperanza la hora, de fábula es el sitio y el ambiente de miel. Y en el segundo: Véspero llora luz, véspero llora tras el sauce y el pino y el laurel; el cielo que de perla se colora, es de recuerdo, de esperanza es la hora, de cuento el sitio, el ambiente de miel. Este fragmento parece una recreación del anterior, pero se trata de dos poemas diferentes. Parece más bien que su poesía fuera completamente onírica y que le vinieran en el contexto de nuevos poemas cosas ya dichas anteriormente. En los dos poemas vemos que ―el cielo es de recuerdo‖, y en ―Fuga de otoño‖, de 1912, había dicho 35
―El cielo es como un vasto recuerdo de colores‖. Y en ―Paseo‖ también tiene este verso: y el alma hecha una espuma, se deja ir con el viento que casi es una repetición de lo que dice en ―Aire‖: los blancos pliegues de la espuma del alma, al roce de los vientos… Y el maravilloso poema pitagórico ―La Danza de los astros‖: La sombra azul y vasta es un perpetuo vuelo que estremece el inmóvil movimiento del cielo; la distancia es silencio, la visión es sonido; el alma se nos vuelve como un místico oído en que tienen las formas propia sonoridad: luz antigua en sollozos estremece el Abismo, y el Silencio Nocturno se levanta en sí mismo. Los violines del éter pulsan su claridad. Está como repetido en otra versión (menos buena), en las dos primeras estrofas de un poema titulado ―Nocturno‖. Esas dos primeras estrofas, puestas en paréntesis por el poeta, son:
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(Como preludio lento, la noche se levanta con su silencio errante de estrellas encendidas, y, como en sueños, se oye que ese silencio canta, y que nos roza el alma la mano de otras vidas). (Luz antigua en sollozos estremece los cielos; los violines del éter pulsan su claridad, y como ebria de abismos, desceñida de velos, —Salomé pitagórica— danza la eternidad). Y el modificar sus poemas anteriores se ha convertido ya en una cosa patológica en Alfonso. Una vez fui a visitarlo al Manicomio, poco después de la aparición de su antología Las siete antorchas del sol que le publicaron las hermanas, y tenía un ejemplar del libro con todos sus márgenes y espacios en blanco totalmente cubiertos de correcciones y anotaciones que le había hecho. Unas veces le cambiaba las rimas al poema, dejando todo lo demás, como en un alarde literario, aunque tuviera que recurrir a ripios para hacerlo. Otras veces ponía en singular lo que estaba en plural o viceversa. Vi que en aquel su bello poema ―Sueño‖, tan onírico, donde dice: saltan peces en los claros, y caen con chasquidos raros como un Empeño 37
Había corregido, si mal no recuerdo: salta un pez en un claro y cae con un chasquido raro como unos Empeños. Correcciones que ciertamente son pura locura pero que no por eso dejan de ser sugerentes. En la grabación en cinta
magnetofónica
que
le
hicieron
en
―Nuevos
Horizontes‖, Alfonso Cortés leyó varios de sus poemas y en ellos también fue haciendo correcciones y alteraciones del texto mientras leía. Parece que ahora tiene esa manía de corregirse: En ―La Canción del espacio‖ donde dice ―porque Dios no ha alcanzado a / pellizcar tan lejos la piel de la / noche‖, leyó ―porque el sol no ha alcanzado… ―; en ―Pasos‖ donde dice ―la arruga de la frente / de Dios‖ leyó ―la arruga de la frente del sol‖, aunque la siguiente mención de Dios que hay en el mismo poema no la alteró; en ―Danza negra‖ donde dice ―el hada de la muerte‖ leyó ―el ala de la muerte‖ y donde dice ―el esbozo de un frio‖ leyó ―el esbozo de un rio‖; en ―Almas sucias‖ donde dice ―fragancia‖ leyó ―constancia‖, etc. De la historia de Alfonso se sabía muy poco en Nicaragua, y en 1950 yo fui a León a hablar por primera vez con sus hermanas Margarita, María Luisa y María 38
Elsa, para conocer su vida y ver sus manuscritos. Me contaron que Alfonso había nacido en León en 1893. Había sido raro desde pequeño, y su padre don Salvador Cortés solía recordar con extrañeza que una vez le había aplastado el piececito al niño con su butuco, sin darse cuenta, y casi se lo destroza, y el niño no gritaba ni se quejaba mientras el padre le estaba aplastando el pie, sino que tan solo le decía en voz baja y con mucha calma: ―Papa no te quielo‖. A los dos o tres años lo sacaban a pasear al campo a caballo y él iba contando con buenas erres todo lo que iba viendo en el camino y nombrando todas las cosas. Después se había hecho callado y retraído. Cuando Chocano paso por León había estado con los poetas leoneses en una mesa de tragos, y Alfonso no hablaba, y Chocano había dicho que ese que no hablaba era el mejor poeta de todos. Después de la muerte de Darío, había llegado de España Francisca Sánchez a recoger las obras póstumas, y Alfonso le hizo ese trabajo, y, al volverse ella a España le dejo en agradecimiento la casa de Darío. En esa vieja casa que para Darío niño era ―temerosa por las noches‖ y donde su alma se llenaba de terrores, Alfonso Cortés se volvió loco una noche, el 18 de febrero de 1927 a media noche. Su padre don Salvador había estado preocupado 39
días antes por un artículo que Alfonso había publicado sobre temas religiosos y que para él era irreverente, y también porque su hijo estaba bebiendo demasiado. Esa noche Alfonso despertó con remordimientos y hablando de cosas religiosas, muy excitado, y ya desde entonces estuvo loco. Al principio pasó periodos de meses con los ojos herméticamente cerrados sin que hubiera fuerza capaz de hacérselos abrir, otros periodos con la boca herméticamente cerrada sin querer probar bocado, y otros en que no dormía. Le daban crisis de furia y por eso tenía que estar encadenado. Así estuvo muchos años, hasta que fue llevado al Manicomio de Managua. Las hermanas me mostraron sus manuscritos y tuve una gran sorpresa cuando me abrieron los cajones y los vi: eran hojitas de papel pequeñísimas, como del tamaño de una cajetilla de cigarrillos, o más pequeñas, casi como una cajetilla de fósforos, y en ellas estaban escritos sus poemas con una letra casi microscópica que no se podía leer sino con un lente (y las hermanas me habían llevado también el lente junto con los poemas). A pesar de su pequeñez la letra era preciosista, adornada con extrañas colas, escrita seguramente con un lápiz muy bien afilado. Muchas veces las diminutas letras estaban ya borradas por el tiempo o eran casi ilegibles. Las hermanas tenían 40
sin embargo mucha práctica en descifrar esa letra demente, y lo que conocemos de la poesía de la locura de Alfonso ha sido lo descifrado por ellas. Su letra antes de la locura era normal. Entre sus papeles vi varias traducciones que había hecho: de Poe, D‘Anunzio, Jean Moreas y Mallarmé. En la última página de un libro sobre el Futurismo de Marinetti estaba escrita en lápiz azul la primera parte de ―La Canción del Espacio‖ (no era en letra microscópica) y después decía ―Etc.‖ Había también algunos dibujos locos. La casa de Darío ya se las habían quitado con la intriga de un abogado, porque Alfonso no tenía escritura —él nunca pidió escritura— y había sido subastada en 500 pesos, y la habían dividido por dentro los nuevos inquilinos, y la famosa ventana de Darío y del poema de Alfonso había sido destruida para hacer una puerta. Alfonso en el Manicomio no sabía que les habían quitado la casa, ―la casita‖, como él le llama con cariño. Una vez lo llevaron a León, a la nueva casa, para que viera por última vez a su padre agonizando, y cuando lo vio en el lecho se negó a reconocerlo. Decía que ese no era su padre, que él lo había dejado sano en ―la casita‖.
41
Yo he ido a visitar a Alfonso al Manicomio un gran número de veces. Su cabello está completamente blanco y a veces se deja una barba blanca que le da un aspecto de profeta del Antiguo Testamento. A veces ha usado también una corbata grande de lazo, de poeta bohemio del siglo XIX. Su saco siempre es harapiento. Tiene un rostro sonrosado y ojos grises-azules y siempre esta sonriendo. En su celda hay una guitarra que él toca, y una imagen de la Virgen de Fátima a la que le ha hecho varios poemas (malos poemas) y le ha rezado novenas pidiendo su
curación.
Habla
despacio,
con
gran
dificultad,
tropezando a cada paso y titubeando como si le costara mucho encontrar la palabra que desea expresar, aun cuando sea la más sencilla. A menudo le sobrecogen unos como escalofríos de terror en mitad de la plática y hay en sus ojos como un relámpago de furia y hace un gesto rápido como si quisiera sacudirse una idea horrible o luchara con un demonio invisible que lo está perturbando pero eso es solamente por un instante y al punto vuelve otra vez a la plática sonriente y afable. Otras veces se queda abstraído mirando al espacio y cuesta hacerlo reanudar la conversación, y cuando vuelve en sí queda mirando con extrañeza a los presentes, como si volviera de un éxtasis, y entonces sigue conversando. Es 42
un auténtico lunático y su locura está influenciada por la luna; se agudiza siempre con la luna nueva. Una vez fue a entrevistarlo un periodista de ―La Noticia‖ y Alfonso le pregunto: ―¿Anda en auto?‖ ―Sí‖, le contestó el periodista. Pareció perder el control de su mente. Después dijo: ―Así nomas el mundo que sencillo que es. Pero si uno se pone a estudiar el mundo es difícil de comprenderlo. No hay más camino que andar siempre buscando a Dios, es decir agarrado al vestido de los curas‖. Y otra vez volvió a perder el control de su mente… Hay
cosas
que
Alfonso
siempre
repite
en
sus
conversaciones y parece que su cerebro fuera como un disco rayado. Hace más de 20 años le dijo al poeta Alberto
Ordoñez
Argüello,
cuando
aún
estaba
encadenado en León, que él era Alonso Quijano el Bueno, y muchos años después me dijo a mí en el Manicomio de Managua —agarrado a sus barrotes de hierro—: ―Así también estuvo Don Quijote preso detrás de unos barrotes‖. (Identificaba la locura de Don Quijote y la prisión de Cervantes con su propia prisión y locura). Mucho habla también de Lamartine, y siempre dice: ―mi tocayo Lamartine‖. Mucha habla de Chocano, y para el Chocano está vivo. Una vez me dijo que creía que él era más grande que Chocano, porque Chocano llevaba una 43
vida de mujeres y de parranda, mientras que él tenía más tiempo para escribir y para meditar encerrado en esa ―torre‖. Y agregó: ―No sé si bebe mucho en Lima todavía…‖ Y yo le dije que ya había muerto, y él me respondió: ―Pues quien sabe… Yo creo que no ha muerto‖. Otra vez que fui a verlo le conté que acababa de morir Azarías H. Pallais, su amigo de juventud, y me dijo: ―Yo no lo creo. Yo creo que eso es una conspiración política‖. En la grabación de Nuevos Horizontes Alfonso también dijo que no creía que José Asunción Silva se hubiera suicidado, sino que era ―un camuflaje político, o cosa así, de aquí, o de Colombia‖. Sobre todo mucho habla de Darío, a quien llama con el nombre provinciano de su infancia, como era conocido en León cuando vivía en la vieja casa de la tía Bernarda: Darío Sarmiento, o simplemente Sarmiento. A mí me dijo una vez, tartamudeando y haciendo grandes esfuerzos por encontrar las palabras: ―Ahora yo estoy enfermo… pero yo antes tenía más soltura para hablar, o cosa así, y más memoria, o cosa así, que Darío Sarmiento‖. Ha dicho que Darío es gongorino, y que él es Cervantino. También habla mucho de Quevedo (tal vez porque Quevedo estuvo preso en una torre) y una vez me dijo: ―Yo soy más 44
profundo que Darío Sarmiento, pero no soy más grande. Yo soy un poeta menor, como Quevedo‖. Nunca hemos podido saber si Alfonso y Darío alguna vez se encontraron. Cuando murió Darío, Alfonso tenía 23 años y ya había escrito algunos de sus mejores poemas alfonsinos y pudo habérselos leído al gran maestro. Pero Alfonso siempre ha sido vago y desvaría cuando se le pregunta si conoció a Darío, y suele decir que no lo conoció. Para Alfonso el presidente de Nicaragua es todavía el doctor Juan Bautista Sacasa: Somoza no ha derrocado a Sacasa. Una vez que lo fui a visitar con Pablo Antonio Cuadra, nos dijo:
―Últimamente
estoy
volviendo
a
tener
cierta
esperanza, o cosa así, de que me cure‖. En esos días él y sus hermanas estaban rezando una novena a la Virgen de Fátima por su curación. El gobierno lo envió por esos días a San José de Costa Rica para ser tratado por un célebre psiquiatra. El médico dijo que no tenía curación pero que podía mejorarlo con una estadía larga en el sanatorio, pero el gobierno no quiso gastar más en él y lo volvieron al Manicomio de Managua, donde no se le hace 45
tratamiento ninguno. Alfonso ha dicho que el Presidente Sacasa lo tiene preso. El poeta Juan Francisco Gutiérrez le hizo hace poco una entrevista y cuenta que Alfonso le dijo: ―Esta es mi torre. La torre de Dios de la cual nos habla Sarmiento. Sin embargo la Iglesia me dice que es el sótano de San Pablo y de Daniel. Humildemente comparto el criterio de mi amigo Sarmiento, porque desde esa ventana muchas veces he visto el horizonte inclinarse y desaparecer. Claramente lo he visto‖. Y después agregó: ―Esta torre es ya famosa en todo el mundo. No es nuevo el espectáculo de un poeta encerrado. A Cervantes lo tuvieron preso en Alcalá de Henares, y me parece que también a Espronceda… ―Y cuando se despedía le dijo: ―Cuando el Gobierno es generoso, le permite al ciudadano y al poeta salir y florecer‖.
NOTA: Este ensayo / semblanza se publicó por vez primera en la revista Cultura, No. 24, San Salvador, abril-Junio de 1962.
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DIEZ POEMAS BREVES DE ERNESTO CARDENAL EPIGRAMAS 1. Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña. Los he escrito sencillos para que tú los entiendas. Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan, un día se divulgarán tal vez por toda Hispanoamérica. Y si al amor que los dictó, tú también lo desprecias, otras soñarán con este amor que no fue para ellas. Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas, (escritos para conquistarte a ti) despiertan en otras parejas enamoradas que los lean los besos que en ti no despertó el poeta.
2. De estos cines, Claudia, de estas fiestas, de estas carreras de caballos, no quedará nada para la posteridad sino los versos de Ernesto Cardenal para Claudia 47
(si acaso) y el nombre de Claudia que yo puse en esos versos y los de mis rivales, si es que yo decido rescatarlos del olvido, y los incluyo también en mis versos para ridiculizarlos.
3. Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido: yo porque tú eras lo que yo más amaba y tú porque yo era el que te amaba más. Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo: porque yo podré amar a otras como te amaba a ti pero a ti no te amarán como te amaba yo.
4. Esta será mi venganza: Que un día llegue a tus manos el libro de un poeta famoso y leas estas líneas que el autor escribió para ti y tú no lo sepas.
5. Me contaron que estabas enamorada de otro y entonces me fui a mi cuarto y escribí ese artículo contra el Gobierno por el que estoy preso.
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6. Yo he repartido papeletas clandestinas, gritando: ¡VIVA LA LIBERTAD! en plena calle desafiando a los guardias armados. Yo participé en la rebelión de abril: pero palidezco cuando paso por tu casa y tu sola mirada me hace temblar.
7. Cuídate, Claudia, cuando estés conmigo,
porque el gesto más leve, cualquier palabra, un suspiro
de Claudia, el menor descuido,
tal vez un día lo examinen eruditos
Y este baile de Claudia se recuerde por siglos
Claudia, ya te lo aviso.
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SALMOS 8. (Salmo 1)
Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido ni asiste a sus mítines ni se sienta a la mesa con los gánsters ni con los Generales en el Consejo de Guerra Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano ni delata a su compañero de colegio Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales ni escucha sus radios ni cree en sus slogans
Será como un árbol plantado junto a una fuente
9. (Salmo 130)
No se ensoberbece Señor mi corazón
Yo no quiero ser millonario 50
ni ser el Líder ni ser Primer Ministro
Ni aspiro a puestos públicos ni corro detrás de las condecoraciones yo no tengo propiedades ni libreta de cheques y sin Seguro de Vida estoy seguro.
Como un niño dormido en los brazos de su madre...
Confíe Israel en el Señor y no en sus líderes.
10. (Salmo 150)
Alabad al Señor en el cosmos Su santuario de un radio de 100.000 millones de años luz Alabadle por las estrellas y los espacios inter-estelares alabadle por las galaxias y los espacios inter-galáxicos alabadle por los átomos y los vacíos inter-atómicos 51
Alabadle con el violín y la flauta y con el saxofón alabadle con los clarinetes y el corno con cornetas y trombones con cornetines y trompetas alabadle con violas y violoncelos con pianos y pianolas alabadle con blues y jazz y con orquestas sinfónicas con los espirituales de los negros y la 5ª de Beethoven con guitarras y marimbas alabadle con toca-discos y cintas magnetofónicas Todo lo que respira alabe al Señor toda célula viva Aleluya.
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EDGARD CARDOZA BRAVO Homero lleva el timón, UNA RELECTURA DE “EL PELÍCANO VERDE”
―Imaginó una cabellera completa: la de su inspiración. Imaginó un lugar para su inspiración: el camino a la salida del bosque. Imaginó la situación donde se hallaba el bosque: y percibió dos unicornios peleando sobre una campiña verde con un cielo azul.‖
BENJAMÍN VALDIVIA (El pelícano verde, Ediciones Castillo, México, 1989, p. 158)
El pelícano verde, fue la novela ganadora del I Premio Internacional de novela Nuevo León 1988, dictaminada como tal por un jurado de lujo: Salvador Elizondo, José Agustín y Arturo Azuela. Para entonces, su autor, Benjamín Valdivia, tenía apenas veintiocho años, pero contaba ya con varios libros publicados (El juego del tiempo (SEP-CREA, México, 1985), / Demasiada tarde, Universidad de Guanajuato, 1987 /, Otro espejo de la noche, Universidad del Sudeste, Campeche, 1988...), y había alcanzado más de una decena de premios 53
nacionales y extranjeros en diversos géneros: Premio de Poesía Punto de Partida (UNAM, México 1982), Premio Nacional de Dramaturgia Francisco J. Múgica, (México, 1986), Premio Internacional por la Paz y la Vida (Praga, 1983), Premio de Poesía Salvador Gallardo Dávalos (Aguascalientes, 1983 y 1986), Premio Internacional de Ensayo Ludwig von Mises (Panamá, 1987) y el Premio Nacional de Crítica de Arte del INBA (México, 1987), entre otras distinciones. El pelícano verde
representa su
despegue como novelista. La novela transcurre a través de variadas sendas físicas y mentales, a horcajadas de la memoria y el extrañamiento. La vida sólo es digna de ser vivida y asimilada a través de la memoria, se nos argumenta de entrada en esta novela. Es más, la vida desmemoriada es por antonomasia el recurso del olvido para diluirnos en su suerte aciaga. Realmente, no hay vida sin memoria. Hasta las piedras, los ríos, los árboles, los pájaros, son sujetos de memoria, nos comenta Adán Roca, protagonista multitudinario de la novela. La desmemoria –si existe- es una aberración, una infausta herramienta del vacío para succionarnos a su entraña, el laberinto insondable. La muerte de la vida, pero sobre todo la expiración (negación) de la muerte. Aún la muerte tiene memoria, se nos dice. La memoria de 54
la muerte es la que hace que la vida sea digna de ser vivida. La vida es muerte en transcurso, tiempo en proceso de memoria, y viceversa: la muerte es vida en proyección: la memoria confiere identidad y motivos válidos a los diversos sinos (y signos) de la vida y la muerte. La desmemoria, limbo y purgatorio, todo lo mantiene en estado de no ser, de no existir. Sólo se existe a través de la memoria. Es este el embrollo filosófico, el laberinto, por el que transcurre ‗El pelícano verde’ y su protagonista, Adán Roca, que es a la vez ―los‖ protagonistas, los muchos Adán Roca posibles. El hombre que interpreta las máscaras humanas. Camino que desde su sitio inmóvil es todos los caminos. Adán roca es su Dios y es su propio espejo, su cuerpo y su sombra: imagen / semejanza de todo lo que fluye. El Adán primigenio con toda su carga de angustia vital (Sorën Kierkegaard) y el Adán agorero del tiempo presente que vuelve mierda, podredumbre, todo lo que toca: el Adán de la muerte, que únicamente es capaz de manifestar, de avalar su ser de hombre en la expresión de un estar escatológico. En el culmen de su hombricidad, ya en las fronteras físicas de lo divino (durante el coito, por ejemplo), la explosión de sus esfínteres le recuerda que es hombre, y además, infecto (Milan Kundera). Por 55
eso su interlocutor es mudo, muro de silencio: la muerte, que según Kundera se expresa en nuestros fluidos corporales y orificios nauseabundos. Es esa fetidez inherente a lo humano, la que documenta e identifica nuestro ‗ser‘, la que nos hace aprehensibles. Sin el detritus humano el ser y el estar son menos que vacío: desde la nada enarbolan su propio laberinto. En Adán Roca (en Benjamín Valdivia) el principal rasgo que identifica al hombre como tal, no es su carga de culpas y angustias heredadas por la tiranía de Dios, ni su corporalidad excrementicia, con visos irremediables de muerte y podredumbre, sino la memoria (y el habla, que también es memoria). No ―la memoria‖, al estilo de el Funes memorioso de Borges, que es tal, de manera supranatural y en contra de su propio deseo de ser normal (su memoria es su gracia, pero es, sobre todo, su desgracia), sino un memorioso que aprende a serlo (selectivamente, como el protagonista de El pelícano verde), para quien el recuerdo es salvación, salto de calidad desde el olvido. Por eso Adán Roca se rodea de instrumentos físicos de memoria (el gallo de hojalata, el reloj despertador con manecillas fosforescentes, la escalera de destellos rojizos que va a ninguna parte) y mentales (genéricamente: el barco, el marinero, el poeta, los libros, los rasgos de la piel, la hoja desprendiéndose 56
del árbol), que le ayuden a sortear el laberinto vital. Símbolos que amurallan el recuerdo. Anclas físicas para fijar la memoria al concierto del habla circunstante. Ni excremento, ni culpa (como en Kundera y Kierkegaard), sólo resistencia al transcurso del tiempo a través de la memoria devenida palabra significante. ―Las palabras son el recurso para aproximarnos a una visión honda del mundo‖, afirma Valdivia en un posterior libro (Indagación de lo poético, Ediciones Conaculta, México, 1993). El demacrado y enjuto relator de la historia (Adán Roca mismo, desde una de sus múltiples personificaciones, otro quijotesco Hamete Benengeli armado de palabras) narra con su voz, pero sobre todo con el flujo de su memoria simbolizante. Relata experiencias vitales, mas tales vivencias al chocar con el muro de silencio del mudo se transforman de inmediato en símbolos. El obsequio a Maritza de una fruta del solar de la casa, aquel primer beso inocente a los labios de Maritza (Adán Roca a los trece años de edad) y su consecuente primera erección consciente se convierten de pronto en reminiscencia genésica: Adán Roca se ha convertido de pronto en ADÁN, y Maritza en EVA. Ya no es tan sólo el regocijo compartido de Adán y Maritza tras su primer beso de 57
niños, sino la primera tentación por influjo del fruto prohibido, y su consecuente expulsión del paraíso. El paraíso: ―Eran seis árboles, cinco alrededor de uno, como una estrella de follaje con un punto en el centro. Cinco vértices y un centro, como una estrella vegetal‖ (El pelícano verde, pag. 82). Preludio del pecado: ―La imagen de Maritza fue suplida por la imagen de los árboles ofrecedores de un fruto deleitable, especialmente el injertado en el centro de la estrella por Adán Roca padre. Contempló en su pantalla visual a Maritza como un fruto del árbol al centro de la estrella verde formada por los otros cinco‖ (Ibíd., pags 82 / 83). El
pecado:
―Adán
estaba
todavía
en
el
patio,
esforzándose por asimilar la terrible enseñanza de los labios de Maritza. Su padre Adán Roca entró y se dirigió a dar la última mirada a sus árboles‖ (Ibíd., pag. 86). La expulsión: ―-Has comido del árbol que injerté y nada puedo hacer sino evitar que repitas tu fechoría… El padre de Adán Roca se dirigió al cuarto de los trebejos y sacó un viejo sable… Colocó el viejo sable atravesado 58
en las dos agarraderas de fierro que tenía la puerta del solar‖… (Ibíd. pags 88 / 89). A partir de la expulsión de su dizque paraíso, Adán (Roca) se convierte en ADN, el conferidor de identidades, y aborda un ciclo de vida memoriosa que cruza el proceloso mar histórico (el personal, el íntimo, y además, el que se asigna, de testigo de la memoria culta de occidente). Y que mejor oficio para este flamante surcador de mares narrativos: a los cincuenta años se vuelve marinero. La revelación que queda después de la lectura de El pelícano verde es que el inmenso océano por el que transcurre la vida (imaginaria) de Adán Roca es un mar libresco. A los cincuenta años, Adán Roca decide hacer estación en su vida y cortar de tajo con las referencias físicas del mundo material impuestas por su padre (como su carrera de ingeniero) y en un barco de recuerdos se lanza a navegar por un piélago de libros. Alonso Quijano se convierte de pronto en quijote de lanza, yelmo y armadura después de que las abundantes lecturas perturban su cerebro, Adán Roca se transforma en marinero a la conquista de ínsulas de libros tras un contundente arrebato de lucidez. Su escudero es un mudo. La embarcación física (El Josefine) vuela (explota) muy pronto con todo y habitantes, y el único individuo que 59
queda en pie es nuestro protagonista, armado con un costal de sueños y palabras. Nada se sabe de su tangible travesía marítima, más que de allí surge triunfante, Adán Roca, navegante del lenguaje. ―¿A quién se le va ocurrir reconstruir su vida mediante regresión de la memoria personal para llegar al punto donde se conectaría con la memoria genealógica y más allá de eso con los arquetipos simbólicos de toda la humanidad?‖ (El pelícano verde, pag. 169). Adán Roca es a la vez Ulises, el Capitán Ahab en su Pequod, Cortés o Maximiliano rumbo a México, el capitán del Titánic, Joseph Conrad a bordo de su ―Espejo del mar”, Emilio ―Sandokán‖ Salgari, o cualquier otro marinero del verbo como el recién fallecido poeta argentino Jorge Léonidas Escudero (―De un gran capitán que giró su nave al infierno / no preguntéis por qué le prestaron obediencia: / la espuma de su voz en el oído / de la tripulación perdida / fue más dulce que el canto de los pájaros‖. JLE. El pelícano verde, pag. 42). Finalmente, no importa quién suba o baja del barco, o si el barco físico naufraga. Lo importante es que el navío del lenguaje y la ilusión es conducido siempre por Homero, que aunque ciego, invariablemente arribará a buen puerto, y su cauda de imaginantes con él. El capitán 60
griego sin nombre que comandaba la extinta nave Josefine en donde AdĂĄn Roca se gradĂşa de navegante, era tambiĂŠn Homero.
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FANOR TÉLLEZ CANTO LIBRE Radio, TV, celulares, el internet, Hacen imposible al muro Sustraerme del cercano alboroto humano. El fragor de los carros comunes O de la guerra Invaden el más escondido espacio de mi casa. Aunque apague todo, siempre me alcanza Lo horrísono, Lo estridente, El estruendo agresivo de conquista Y de supremacía del tirano. Pero la interferencia de verdad Está en mis pasiones, que saltan, revolotean, Regresan -pertinaces- haciendo señas Para distraerme en ellas.
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Lo único capaz de volver lugar tranquilo este solar Para ver la serenidad del ceibo, Unirme a los bajos de la serranía en la puesta del sol Y no pensar significados de las cosas, dejándolas en paz, Es el desapego de mi corazón. Hay un soplo de terracota con timbre inaudible. Pasa de sí a más allá de cada cosa, Y cierra su canto de pájaro sin nombre. Si lo tuviera no podría ser ese que canta, invisible, entre hojas.
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GILBERTO ARVIZU MORALES TRES POEMAS DESAPERCIBIDA IMAGEN La estampa sigue ahí sin ser vista, siempre es más oscuro justo antes de la luz, si cerramos los ojos para ver las cosas que hemos perdido entre las líneas,
los días no son tan claros entre el blanco y el negro, nombrar cada tono de gris nos ha dejado ciegos
para ver los colores en medio de un torbellino.
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ABRAZAR LO IMPOSIBLE Trato de encontrarme al volver a las mismas palabras para contar algo diferente, un recuerdo no refleja la realidad, me lleva más lejos de mí mismo.
Sigo siendo el de antes porque necesito deducir lo que hay en mi médula, encontrar una forma para simular que no pasa nada y dar lo que fuera
por abrazar lo imposible
y celebrar por siempre
los días sombríos
que amenazan mi arrebato.
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BENDITA ODISEA Bendita odisea, jugar a la posibilidad de un trayecto, el resto de nuestras vidas es un resplandor, el primer día pasó desapercibido al acariciar un indicio absurdo.
Apartaste de mí tus ojos, cobijo fugaz, dejando motivos solamente, aromas para un impulso en terapia intensiva, preguntas a la distancia, desastre de locura, automedicado
de realidad.
Tu media vuelta resultó una tentativa en busca de un vestigio y dejaste que el cielo cayera a pedazos una vez más. 66
PABLO MOYA ZAFRA DOS CUENTOS BREVES
ESPERANDO A NAILA La vio venir tragándose la calle con su andar de yegua fina. Era una noche fría. Hoy cumplo cuarenta y cuatro años de edad, piensa, mientras Naila, aquella morena de ojos grandes y atractiva sonrisa, avanza hacia él. La semana anterior, ―el Carri‖ había sucumbido a los encantos de ese descomunal trasero. A partir de entonces ―el Carri‖ deseaba estar por siempre agarrado a tan deseable cuerpezote. Aquí si me vu’acabar de criar, y de paso quitarme di’una vez por todas lo coyón con las viejas, se dice, mientras le da otro trago a su pomo de mezcal. Siente que el aroma salvaje de la piel de Naila, tan metido ya en su ser, lo ha curado de su complaciente sino de solterón empedernido. De ahora en adelante todo será coger coger / coger / coger como Dios manda y a mis horas, piensa. 67
Pero los días que vinieron no apareció la tal Naila. Él la esperaba en ansia adolescente, con el pito parado y el corazón dispuesto. Esa noche de pasión lo había convertido en otro ―Carri‖. Esa noche trajo a la superficie su ímpetu de bestia solapada herida ya de muerte por su fulgor de viejo en ciernes. Pero tal fuego fue aplacado en el instante mismo en que desde su taburete desvencijado la vio venir con su andar de yegua fina junto al amante en turno rabiosamente pellizcándole las nalgas. Recuerda a Naila, que todo lo hacía con el mismo desparpajo de hembra única. ¿Quién sino ella es capaz a la vez, de cantar, cabalgar y tragar virote? Nadie como Naila.
TEMPLO Recién emerjo de mi destierro. Andaba en fuga después del jale aquel de Jacinto el carnicero. No pude evitarlo, era él o yo, y el cabrón perdió. Muerto-morido-matado, no hay remedio. He regresado a pagar la manda a la Virgen de los Dolores: le solicité el milagro de librar la cárcel y la venganza de los dolientes de Jacinto. La sequía ha disminuido el nivel del agua de la presa, hasta descubrir por completo el templo de este pueblo inundado que me vio nacer. Frente a esta sacristía 68
transcurrió parte de mi niñez entre alabanzas a la Virgen de los Dolores, nuestra patrona tutelar. De adolescente hasta llegué a soñarme sacerdote para poder estar más cerca de ella. Si el templo hablara, cuánto nos contaría. Buenas y no tan buenas historias. Como los cojines del padre Carlos con la muchacha de dieciséis años que le ayudaba en los quehaceres. Finalmente le ungió su santo niño, y el padrecito cogelón tuvo que ahuecar el ala hacia nuevos y pedestribles latifundios. O el padrecito Manuel, que se encerraba por días sin dejar entrar a nadie. Y cuando al fin dejaba pasar a los feligreses todos se quejaban de que olía más a diabólico azufre que a incensario. Cuando alguien se atrevió a preguntarle sobre el tema, sereno y con beatífica sonrisa contestó: son cosas de Dios hijo, cosas de Dios. Perseguido por policías y dolientes, me escondí entre los cerros del Agua y el Metatero por un tiempo. En el cerro del Sombrero me quedé más. A nada estuvieron de agarrarme, hasta que el padre López me dio asilo en este mismísimo templo, me ayudó a salir de pueblo, y después tiré pa´l norte.
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BENJAMÍN VALDIVIA SOBRE EL MUNDO Del hueso original al fusil más complicado un paso. De la concha de abulón al vaso un rayo solamenteDe la piedra cincométrica con tallado a mano hasta el expediente membretado con tres copias un paso. Del lodo al concreto armado y al acero, del ábaco al complejo de computación, un paso. Una rápida por la esquina de afuera solamente desde el primer muerto a ramazos a la masacre en Centroamérica ayer mismo. Del primer grito al último poema matemático un paso. Un paso, el del tiempo. 70
Uno, el de la mano en alto. Uno sólo, el de la gente cantando en las orillas del mar, en la punta del aire, en el cerro mismo y viendo el campo: un sólo, único y el mismo paso de la gente desde la cueva a la ciudad de México (antes Distrito Federal).
El hombre está parado sobre el mundo.
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DAISY ZAMORA CUANDO LAS VEO PASAR
Cuando las veo pasar alguna vez me digo: que sentirán ellas, las que decidieron ser perfectas conservar a toda costa sus matrimonios no importa cómo les haya resultado el marido (parrandero mujeriego jugador pendenciero gritón violento penqueado lunático raro algo anormal neurótico temático de plano insoportable dundeco mortalmente aburrido bruto insensible desaseado ególatra ambicioso desleal politiquero ladrón traidor mentiroso
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violador de las hijas verdugo de los hijos emperador de la casa tirano en todas partes) pero ellas se aguantaron y sólo Dios que está allá arriba sabe lo que sufrieron.
Cuando las veo pasar tan dignas y envejecidas, los hijos las hijas ya se han ido en la casa sólo ellas se han quedado con ese hombre que alguna vez quisieron (tal vez ya se calmó no bebe apenas habla se mantiene sentado frente al televisor anad en chancletas se duerme bosteza ronca se levanta temprano está achacoso cegato inofensivo casi niño) me pregunto:
¿Se atreverán a imaginarse viudas, a soñar alguna noche que son libres y que vuelven por fin sin culpas a la vida? 73
EDGARD CARDOZA BRAVO BULA DEL HABITANTE Hartos ya de horizonte (airosa su majestuosa sombra vertical entre alas y guadañas constreñida), roncos de transcurrir por tanto grito, los caminos retornan al paso ínfimo de impúber peregrino que aún no aprende a burlar los precipicios.
Se nos ha dicho siempre: respeta el polvo / cuídate del polvo 74
(no el que deviene semen impetuoso, el que desde la lengua arroja esquirlas de lascivia trocada en lechería).
Sé cauto de calcañares más bien dicho, pues no hay peor andurrial que complicarse en el trabajo inmundo de ser -justicia apartehechor vilipendiario de las aplicaciones del maligno.
Andar no es un capricho sino una penitencia que hace ya muchos eones nos impuso el que al caer hungióse a sí de vana gloria 75
al extinguir sus alas en un pleito carnal de nula carne que en el rebote mismo fundó el cielo
Desde entonces somos dueños del aire irrespirable que en su viaje fatídico hacia el hombre y su cotidianía de supuestos desplazó aquel otrora ángel celestial [al caer a esta tierra de la abominación fue todo luz y polvo de humanidad naciente].
Fue así como el verbo se hizo infierno y habitó entre nosotros.
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EL RAMO AZUL Un cuento de terror de
OCTAVIO PAZ Desperté, cubierto de sudor. Del piso de ladrillos rojos, recién regados, subía un vapor caliente. Una mariposa de alas grisáceas revoloteaba encandilada alrededor del foco amarillento. Salté de la hamaca y descalzo atravesé el cuarto, cuidando no pisar algún alacrán salido de su escondrijo a tomar el fresco. Me acerqué al ventanillo y aspiré el aire del campo. Se oía la respiración de la noche, enorme, femenina. Regresé al centro de la habitación, vacié el agua de la jarra en la palangana de peltre y humedecí la toalla. Me froté el torso y las piernas con el trapo empapado, me sequé un poco y, tras de cerciorarme que ningún bicho estaba escondido entre los pliegues de mi ropa, me vestí y calcé. Bajé saltando la escalera pintada de verde. En la puerta del mesón tropecé con el dueño, sujeto tuerto y reticente. Sentado en una sillita de tule, fumaba con el ojo entrecerrado. Con voz ronca me preguntó: 77
-¿Dónde va señor? -A dar una vuelta. Hace mucho calor. -Hum, todo está ya cerrado. Y no hay alumbrado aquí. Más le valiera quedarse. Alcé los hombros, musité ―ahora vuelvo‖ y me metí en lo oscuro. Al principio no veía nada. Caminé a tientas por la calle empedrada. Encendí un cigarrillo. De pronto salió la luna de una nube negra, iluminando un muro blanco, desmoronado a trechos. Me detuve, ciego ante tanta blancura. Sopló un poco de viento. Respiré el aire de los tamarindos. Vibraba la noche, llena de hojas e insectos. Los grillos vivaqueaban entre las hierbas altas. Alcé la cara: arriba también habían establecido campamento las estrellas. Pensé que el universo era un vasto sistema de señales, una conversación entre seres inmensos. Mis actos, el serrucho del grillo, el parpadeo de la estrella, no eran sino pausas y sílabas, frases dispersas de aquel diálogo. ¿Cuál sería esa palabra de la cual yo era una sílaba? ¿Quién dice esa palabra y a quién se la dice? Tiré el cigarrillo sobre la banqueta. Al caer, describió una curva luminosa, arrojando breves chispas, como un cometa minúsculo. 78
Caminé largo rato, despacio. Me sentía libre, seguro entre los labios que en ese momento me pronunciaban con tanta felicidad. La noche era un jardín de ojos. Al cruzar la calle, sentí que alguien se desprendía de una puerta. Me volví, pero no acerté a distinguir nada. Apreté el paso. Unos instantes percibí unos huaraches sobre las piedras calientes. No quise volverme, aunque sentía que la sombra se acercaba cada vez más. Intenté correr. No pude. Me detuve en seco, bruscamente. Antes de que pudiese defenderme, sentí la punta de un cuchillo en mi espalda y una voz dulce: -No se mueva , señor, o se lo entierro. Sin volver la cara pregunte: -¿Qué quieres? -Sus ojos, señor –contestó la voz suave, casi apenada. -¿Mis ojos? ¿Para qué te servirán mis ojos? Mira, aquí tengo un poco de dinero. No es mucho, pero es algo. Te daré todo lo que tengo, si me dejas. No vayas a matarme. -No tenga miedo, señor. No lo mataré. Nada más voy a sacarle los ojos. -Pero, ¿para qué quieres mis ojos? 79
-Es un capricho de mi novia. Quiere un ramito de ojos azules y por aquí hay pocos que los tengan. Mis ojos no te sirven. No son azules, sino amarillos. -Ay, señor no quiera engañarme. Bien sé que los tiene azules. -No se le sacan a un cristiano los ojos así. Te daré otra cosa. -No se haga el remilgoso, me dijo con dureza. Dé la vuelta. Me volví. Era pequeño y frágil. El sombrero de palma le cubría medio rostro. Sostenía con el brazo derecho un machete de campo, que brillaba con la luz de la luna. -Alúmbrese la cara. Encendí y me acerqué la llama al rostro. El resplandor me hizo entrecerrar los ojos. Él apartó mis párpados con mano firme. No podía ver bien. Se alzó sobre las puntas de los pies y me contempló intensamente. La llama me quemaba los dedos. La arrojé. Permaneció un instante silencioso. -¿Ya te convenciste? No los tengo azules. 80
-¡Ah, qué mañoso es usted! –respondió- A ver, encienda otra vez. Froté otro fósforo y lo acerqué a mis ojos. Tirándome de la manga, me ordenó. -Arrodíllese. Mi hinqué. Con una mano me cogió por los cabellos, echándome la cabeza hacia atrás. Se inclinó sobre mí, curioso
y
tenso,
mientras
el
machete
descendía
lentamente hasta rozar mis párpados. Cerré los ojos. -Ábralos bien –ordenó. Abrí los ojos. La llamita me quemaba las pestañas. Me soltó de improviso. -Pues no son azules, señor. Dispense. Y despareció. Me acodé junto al muro, con la cabeza entre las manos. Luego
me
incorporé.
A
tropezones,
cayendo
y
levantándome, corrí durante una hora por el pueblo desierto. Cuando llegué a la plaza, vi al dueño del mesón, sentado aún frente a la puerta. Entré sin decir palabra. Al día siguiente huí de aquel pueblo. 81
ANA MARÍA MAYOL RÁFAGA Camino solitaria al son de las chicharras resuena el monte sopla furioso el viento esta mañana diciembre trae su voz caliente grave pueblan tus ojos los míos nuestras voces internas dialogan en la distancia tal vez sea el amor sólo esa ráfaga
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FRANCISCO RUIZ UDIEL DEBAJO DE UNA ESCALERA Un día caminé debajo de una escalera hasta llegar a una ventana que se perdía en el fondo de una gran puerta que se perdía en el fondo de un gran abismo que se perdía, que se perdía; y así, parecía que todo estaba a punto de convertirse en una suerte cuesta arriba como un compás a punto de medir el espacio que habitamos, tropezamos, caminamos. A nuestra vida, lo sé, la divide ese ángulo de lúgubre destino, quizá porque una vez que naces, te pierdes. 83
ROSA CHÁVEZ LA PIEL DEL CORAZÓN Me gusta besar cicatrices allí donde la piel se hace más fuerte allí donde los recuerdos son visibles cicatrices de todas las formas y tamaños pequeñitas sobre los labios en los parpados, en la miradas, me gusta besar cuerpos mapeados pintados con el filo del destino me gustan las cicatrices porque allí el dolor encontró su forma creciéndose de nuevo la piel haciéndose más fuerte la piel y el corazón justo donde hubo sangre, donde hubo herida
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AGUSTÍN CADENA BOLITA, POR FAVOR Gloria era la niña gorda del barrio. Tenía 14 años y no era alta, pero pesaba más que su papá, que sí era alto. No era una gorda bonita como otras que hay por el mundo; la hacía fea el sentir que por ser gorda era fea. Y había creado un círculo vicioso porque, entre más se sentía así, menos la miraban los muchachos y entonces más se sentía así. Los niños vagos del barrio habían descubierto esto y disfrutaban mortificándola. —¡Bolita, por favor! —le gritaban cuando iba pasando. Y las niñas bonitas la miraban de arriba abajo sintiéndose superiores, o bien le daban palmaditas compasivas en el hombro diciéndole que la belleza se lleva por dentro o cosas así de sobadas, que a Gloria no la hacían sentir mejor. Una noche, cuando ya estaba dormida, la despertó un ruidito en su ventana. Como si alguien rasguñara. Respirando trabajosamente —su gordura le impedía 85
respirar de otra manera— se levantó a ver. ¡Y cuál no sería su sorpresa! Del otro lado del vidrio, recargada contra los barrotes, se encontraba una rosa roja en botón, tan bella que sus pétalos parecían vivos, y en ellos brillaban gotas de humedad como diminutas estrellas. El tallo descansaba en un sobre de papel azul. Gloria abrió la ventana y rápidamente —es decir, tan rápido como se lo permitía su gordura—, tomó la rosa y el sobre. Dentro de éste encontró una carta que decía: fresca
como
una
col
Todos los días te miro pasar, pero no me atrevo a hablarte. Esta rosa podrá decirte mejor que yo lo que siento por ti. A Gloria se le fue el sueño de la emoción. En su insomnio, se revolvía en la cama —bañada en sudor como suelen estar los gordos dentro de sus pijamas— haciéndose mil fantasías sobre el autor de la carta. Porque con todo y lo bella que era la rosa, la carta le había gustado más. Se quedó
dormida
soñando,
soñando,
soñando.
A pesar de la desvelada, en la mañana despertó fresca como una col. Y durante el día aguantó las bromas de los niños y la simpatía falsa de sus amigas con la actitud del mendigo que se sabe dueño de un tesoro. Pero no quiso contarle a nadie lo que le había pasado por miedo a que 86
todo
resultara
ser
un
sueño.
Esa noche se quedó dormida sin dificultad, roncando plácidamente como suelen roncar los gordos. Y otra vez la despertaron en la madrugada rasguñando en su ventana y otra vez encontró una rosa, aunque sin sobre. Parecía ser que el enamorado secreto ya había dicho lo que tenía que decir y, ciertamente, dejaba a las rosas la tarea de expresar sus sentimientos. Gloria volvió a perder el sueño durante horas. Horas que se pasó contemplando las dos rosas que iluminaban la oscuridad de su habitación como dos lámparas de mágica luz. Para la quinta noche ya estaba tan emocionada que no pudo guardarse más el secreto. Les contó a sus amigas. Ellas la escucharon pensando que se había inventado toda esa historia y sonriendo venenosamente, y cuando terminó de hablar, la más astuta le dijo: —Yo quiero ver tus rosas. ¿Por qué no las traes a la escuela? —¿Cómo crees? —le respondió Gloria— Se maltratarían. Además a la primera ya se le están cayendo los pétalos.
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—Entonces invítame a tu casa a verlas —le respondió su amiga, que en realidad quería forzar a Gloria a reconocer que había inventado esa historia. Gloria se dio cuenta de que esa era su intención y le respondió con un tono de dignidad herida. —Vamos hoy mismo, si quieres. Ver las rosas no dejó satisfechas a las niñas. —De seguro las compró ella misma —dijeron a sus espaldas,
y
siguieron
sin
creerle.
Como si el enamorado secreto supiera lo que estaba pasando, cambió de estrategia. Una noche, en lugar de una rosa, le dejó a Gloria el más bello poema de amor que
se
pudiera
imaginar.
—Lo ha de haber copiado de algún libro —dijeron sus amigas. Pero poco a poco fueron quedándose sin argumentos, conforme aparecían en la ventana cosas más y más valiosas: un libro muy bonito lleno de grabados, una medalla antigua, una perla, un vestido de princesa turca, una caja de maderas preciosas, una urna de alabastro… ninguna persona del barrio podría comprar esas cosas aunque tuviera el dinero. Como quiera que fuese, poco a poco el desprecio dio lugar a la envidia. ¿Cómo era 88
posible que alguien que podía hacer esos regalos se hubiese fijado en esa gorda acomplejada? Con toda la intención de amargarle a Gloria su felicidad, esas niñas empezaron
a
sembrarle
dudas:
—¿No se te hace raro que siga ocultándose? —Ha de estar horrible. —Ha de ser jorobado. —Albino. —Enano. —Para mí que no es un muchacho sino un viejo cochino. Si
no,
¿cómo
es
que
tiene
tanto
dinero?
Gloria no podía contestar nada porque, cada vez que intentaba sorprender a su enamorado, se quedaba dormida. Así que su única reacción era ponerse a bufar como un toro bravo, con la correspondiente mirada, mientras su cara se ponía roja, roja, y el sudor hacía que sus se
cabellos le
se están
le
pegaran cayendo
a
las los
sienes. pétalos
El siguiente fin de semana decidió pasarse el día durmiendo para no tener sueño en la noche y, después de cenar, se tomó tres tazas de café y subió a su cuarto con una potente lámpara de pilas. 89
Y en efecto, no durmió. Sudando y respirando con dificultad dentro de su enorme pijama, se quedó atenta a cualquier ruido. Sus ojillos, dos redondos botones hundidos en su cara de algodón de azúcar, se mantuvieron brillando inmóviles en la oscuridad de la recámara, mientras sus manos invertebradas y húmedas se estrujaban una a la otra con los nervios de la espera. Finalmente, después de la medianoche, la luz de la luna proyectó una sombra sobre el alféizar de la ventana. Gloria se puso de pie con una agilidad sorprendente para su peso y, antes siquiera de que el visitante pudiera depositar el regalo que llevaba, encendió la lámpara y le echó la luz a la cara. ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaah! Se quedó paralizada, pasmada, anonadada y patidifusa. En lugar del príncipe azul que esperaba, Gloria se encontró con un niño… que tenía las… sienes… escurriendo de sudor… ¡GORDO! Su indignación no tuvo límites: ¿cómo se atrevía un gordo a enamorarse de ella? Abrió la ventana y, bañándolo de insultos, le aventó todas sus rosas —ya secas— y sus estúpidos regalos. Y al día siguiente, cuando volvió a ver a sus amigas, les dijo llorando que todo lo del enamorado secreto había sido una mentira suya, que la inventó sólo para tener algo 90
que contar, y que los supuestos regalos los había tomado prestados de un tío suyo. Soportó con estoicismo las sonrisas de satisfacción y las palmadas compasivas, soportó que los muchachos groseros le gritaran ―¡Bolita, por favor!‖, pensando que cualquier cosa era menos horrible que la cruda verdad.
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DIRECTORIO CICUTA
EDGARD CARDOZA BRAVO
Estudios de Ingeniería Civil. Poeta y narrador. Varios Diplomados en asuntos literarios (Crítica y Creación Literaria,
Narrativa
Contemporánea,
Literatura
Latinoamericana del Siglo XX, Cultura Crítica y Crítica de la creación). Becario en dos ocasiones del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Guanajuato (ciclos 1993/1994 y 1997/1998). Más de diez libros publicados.
ALEJANDRO GARCÍA
Doctor en Lingüística Hispánica por la UNAM, es autor – entre otras publicaciones- de los libros de cuentos A usted 92
le estoy hablando (1980, INBA), Perdóneseme la ausencia (1983, UAZ) y Salsipuedes (2007, Tlacuilo), del libro de ensayos El aliento de Pantagruel (1998, UAS) y de las novelas La noche del Coecillo (1993, Gob. Edo. Gto. – 2008, Tlacuilo, reedición), La fiesta del atún (2000, U. de Gto./U. de G.) y Cris Cris, CriCrí (2004, Lectorum), Premio Nacional de Novela José Rubén Romero 2002.
PABLO MOYA ZAFRA
Enólogo de profesión. Estudiante de Pedagogía. Dos libros publicados.
BENJAMÍN VALDIVIA
Miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.
Tres
doctorados
(Filosofía,
Educación,
y
Humanidades y Artes). Presidente de la red Cervantina Mundial.
Miembro
del
Sistema
Nacional
de
Investigadores. Becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Autor de más de treinta libros en diversos géneros. Traduce desde el inglés, francés, alemán, portugués, italiano, alemán y latín. 93
JORGE OLMOS
Se desempeña como escritor, editor y facilitador de Constelaciones Familiares. Dirigió el suplemento cultural MALACATE del Periódico El Nacional. Ha formado parte del consejo editorial de varias revistas literarias de circulación regional y ha sido columnista cultural de diversas
publicaciones
estatales,
entre
ellas
las
celebradas El oído interno y En la propia tierra. Entre sus libros publicados se pueden mencionar: Amor de arena, Solamente lo ganado, En la propia tierra, y Tierra del corazón.
JESÚS MONTES
Pintor egresado de la Academia Nacional de San Carlos. Más de veinte exposiciones pictóricas a nivel nacional.
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JUAN CARLOS GALVÁN Periodista de profesión. Asesor de comunicación de diversas campañas políticas. Autor de varios libros (cuento, poesía, novela).
CONTACTO: Email: edgardcardoza@yahoo.com.mx Teléfono: 462 509 41 96 ILUSTRACIÓN DE PORTADA: JESÚS MONTES
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