Atomic Pink

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Poesía En Tránsito Colección de poesía Atomic Pink Volumen 33



Atomic Pink

Maribel Hern谩ndez del Rinc贸n Ediciones En Huida


© de los poemas: Maribel Hernández del Rincón © Maquetación y diseño: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) © de la ilustración de la portada: Raquel Eidem Blázquez y Martín Lucía ISBN: 978-84-943448-1-7 Depósito Legal: SE 2338-2014 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de la dirección del autor.

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Atomic Pink



«Párame el corazón, y latirá mi mente. Lanza mi mente al fuego Y seguiré llevándote en la sangre.» El libro de las Horas. Rainer María Rilke. Traducción Antonio Pau



Almendros en flor bajo la nieve. Pensamientos inéditos de Valentina junto al mirador. Tübingen, 11 de enero 2013

Mis labios Atomic Pink muerden la noche. La noche plagada de asteroides y vuelos electrizantes de mariposa. La noche fosforescente, replegada en mí como otro cuerpo. Vencida en su papiroflexia por la lluvia meteórica, que en su mordedura azul, penetra ácida y fúnebre en el pecho de la tierra. La tierra en mi boca me sabe a que estuve aquí, mucho antes. Derrumbada en los arcenes de alguna cuneta incierta. Hecha de piedra y de bruma en cada curva de mi anatomía. 11



Amanece pero sin voz. La ciudad. El mundo. La calle. Abandono mi fe entre las sábanas. Mis huesos de leche. La existencia compungida de nuestros cuerpos de árbol, cuando los devora el sol. Desde la intemperie, puedo verme en pie. Yo a dos palmos de la noche. Yo, en la oquedad de tus ojos horadados en la roca. El tiempo en mis manos. El tiempo funambulesco, sobre las marcas del agua en mi piel. Ese tiempo que ya no podemos permitirnos cuando avanzamos a solas, predeterminados, por esta vereda de niños muertos.

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Maribel Hernández del Rincón

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Mis labios Atomic Pink rezuman tierra mojada cuando muerden la noche. La noche que despliegas con tu lengua infranqueable sobre el horizonte. Tu lengua de velero dormido. Tu lengua de arena y rastro fehaciente. De animal furtivo junto al fuego, de ave doliente y mensajera. De presa fĂĄcil. Tu lengua dĂłcil de bandera doblegada, en las cornisas suicidas de los hogares sin huĂŠspedes.

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Acto I. Cuadro I. Valentina se arrodilla junto al cadáver de Ulises. Le acaricia las manos, confinadas al hueso y a la hojarasca. ​ Arranca de las baldosas las raíces de su propio cuerpo, adormecido, y sin mirar hacia atrás, atraviesa descalza un umbral de racimos de uva, horadados por el sol. El palacio de Sigmarinen, apenas en pie, estira su sombra alargada por detrás de la estación, donde el silencio es un halo candente que cruje los huesos y el pasado espía, a solas.

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Maribel Hernández del Rincón

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Decirte hoy, que hoy no es nada, y que la noche pasa con su abismo inescrutable y lleno de cuerpos. Que mi alma pace, entristecida, junto a estos campos helados, donde se quiebra la lluvia en las piedras, y hunden su pico de bestia ingobernable algunos cuervos azabaches, es no decir, todavía, que hay un eco de tu nombre resonando en mi esqueleto. Una música enigmática, vegetal, que irrumpe como un gemido, casi humano, entre las hojas de los árboles

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Ven. Grita mi nombre porque aún te espero, y la esperanza me bulle, oxidada, secretamente en la garganta, como los gemidos de las motocicletas. Grítalo, porque aún no es tarde para resistir, ilesos, la caducidad del mundo. Aunque nos duelan las horas vencidas, cicatrizando en el cuerpo. Porque cada día es otro, pero el mismo y no, no deberíamos salir de los sueños para terminar aquí, perforados por la lluvia estupefacta, casi exterminados. Sin aire.

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Maribel Hernández del Rincón

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La piedra sobre la piedra. El latido del ángel. La eternidad. El crepúsculo. Desparramada a un margen y a otro de la carretera, toda de cuneta y grava, recupero el pulso matemático y las horas, que reconducen mi rumbo hasta aquí. Mi voz es el agua que moja las piedras. La sed de la tierra abocada al cauce primigenio de este cuerpo, que aún se intuye libre. Aunque ambos sepamos que la libertad es más.

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