Barro

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Barro

Borja de Diego Ediciones En Huida


© De los poemas: Borja de Diego (bordediego@gmail.com) © Del prólogo: Mario Barranco © De las ilustraciones: Felipe Bollain (back_bizos@hotmail.com) Maquetación: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) Coordinador editorial: Ediciones En Huida ISBN: 978-84-941027-8-3 Depósito Legal: SE 734-2013 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los editores. Contacte y haga su pedido (sin gastos de envío): ventas@edicionesenhuida.es


Índice de poemas 11

Prólogo de Mario Barranco

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Han regresado

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Primero Alguien me habló Los pueblos Pescadores Guerreros Cazadores Narradores Trazar el bisonte Contención

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Trazos

Rastros Todos somos Nunca faltan Rupestre Cuando traen los cuerpos vencidos Así los entierran en el norte Así los entierran en el sur Intemperie Somos Tacto Contemplar La secta del tacto Entre un cuerpo y el otro Bajo el manto de la noche Yema



Barro



A Mila y Lorenzo, que vieron el barro. A Mario y Felipe, por hundir sus manos conmigo y ayudarme a vestir la criatura. A MartĂ­n y Pedro, por creer en estos trazos.



Prólogo

Prólogo en dos partes I Voy a empezar rindiéndome. En estas breves palabras no puedo resumir todo lo que significa la obra de Borja de Diego para mí. Conozco y quiero al autor de este libro y miro su obra como lo miro a él. Somos caminos hermanos. Por eso, celebro los hallazgos literarios de Barro pero, aún más, el haber compartido con él todas esas causas indirectas de las imágenes que lo pueblan. Entre bares, paseos y horas azules, he visto nacer, en un estado de máxima fragilidad, las ideas de los poemas, las revelaciones que han ido saltando de un texto a otro. Conozco los versos rígidos de Borja, los versos que de algún modo se han vuelto incuestionables, las frases y las imágenes que han reaparecido en distintas versiones a lo largo de su producción. He podido observar cómo algunas eran rescatadas una y otra vez para los recitales. Verlas en un poemario ha tenido tanto sentido como escucharlas en la voz del autor durante alguna charla telefónica, intuirlas en sus gestos, atraparlas en el aire de los teatros o llevarlas con nosotros en la madrugada de las Alamedas. 11


Pienso en Barro e inmediatamente se me vienen a la cabeza adjetivos que lo relacionan con “lo primitivo”, “lo primigenio”, “la revelación” o “lo esencial”. Son palabras complicadas, palabras que prefiero no utilizar. Los versos de Borja no tienen nada de pasado inmóvil y en ellos lo antiguo no es una simple pervivencia. Están llenos de rupturas, de convulsiones, de pérdidas y finales que, en suma, construyen una manera de pensar los principios. Aquí hay una clave: Asistimos a una construcción de lo primordial, no a una recuperación. No recogemos el barro, más bien fundamos el barro en nuestras manos, nos hacemos originales, inventando juntos la antigüedad de lo que vemos. No es la huella lo que importa, es la exaltación de pensar cualquier paso como una huella. Estos poemas tal vez quieran capturar ese proceso por el que un gesto anónimo traspasa su voluntad y se convierte en parte de una historia observada, capturar la consciencia histórica de la huella en su estado anterior y secreto. Las imágenes de Barro no pertenecen a la memoria que se bate en duelo con el paso del tiempo sino a aquella otra que se llena de pasos y se llena de tiempo, aquella otra que piensa el olvido como una ausencia presente, no como la falta de otra cosa. Barro se pregunta cómo atravesar el ol12


Prólogo

vido sin morirse en él. Cómo llevarlo en nosotros sin que ningún signo lo desmienta. Conozco los mundos del autor. Sé que el fuego es un lenguaje de calor que traducimos en historias, en él repartimos la luz como un alimento que sabe a canción. El fuego es el primer truco, la obra que congrega a la comunidad. Sentarse a su alrededor constituye siempre, aunque nadie lo diga, un acto de supervivencia. Como si el fuego y la tradición hubieran surgido juntos, como una cascada que naciera directamente de la tierra o una sílaba que fuera novela. Entre llamas compartimos la victoria y el trance, los cuentos, el significado de los escondites; este compartir es el único barro de la palabra. A través de los fuegos que hacen el mundo conocemos los encuentros que hacen la palabra. No es casualidad que el poemario abra con una cita de Galeano que identifica a las personas con fuegos y cierre con el hallazgo de la unidad mínima del encuentro; el tacto. Los poemas se estructuran en tres bloques, cada uno de ellos como una estación del lenguaje. Primero co13


nocemos el periodo de los trazos, en el que designamos el idioma de fuera, aquel que cruza entre individuos (así habitamos las distancias, le damos un sentido a la lejanía y al regreso), luego en el periodo de los rastros quedan tan solo los cuerpos y sus huellas y descubrimos la expresión de un cuerpo inmóvil (de qué manera somos capaces de hablar incluso muertos) y finalmente alcanzamos el estado del tacto para hacer de nuestros dedos una forma última y perfecta de realidad. Como un conjuro, Barro interpone el lenguaje al encuentro y el encuentro al lenguaje, con la esperanza de que en algún instante puedan convertirse en lo mismo, en la creencia exacta del otro. II Borja y yo hacíamos unos espectáculos. Los llamábamos “Horas azules”. Es decir, horas que celebran ser horas sin sol o azules que intentan ser solamente azules. Ese instante brujo representaba nuestra resistencia. Había que hundirse en las escenas: esposar nuestros brazos a las fuentes, descolgar trampillas en la multitud (que corran los ladrones verticales), expulsar gatos de la teja, robar alambre en los tendidos, raspar las contusiones con arcilla y cal y 14


Prólogo

polvo puro, coger ese polvo que aguanta en los tabiques altos, como ceniza de nieve o lluvia devuelta y soplar sus átomos, desmenuzar un ratón púrpura en el aire. Era esparcir, en esa mitad azul, derrumbada del resto de las cosas celestes, una especie de inspiración para los magos, para los que venían o pasaban y querían quedarse. Con esta profusión de querer hacer imágenes, de querer construirlas y meterlas en los bolsillos de la gente, nos permitíamos delirios de toda índole. Alternábamos momentos de seriedad con rupturas absurdas de vanguardias trasnochadas, con un surrealismo difícil de popularizar a pesar de nuestros empeños y cambiábamos de tono sin pedir permiso, desesperados por viajar entre contrastes. De aquellas incursiones, todavía mantengo el deseo de alargar la escritura como un juego, de entender las imágenes y las infinitas combinaciones como una necesidad y los poemas (torpes, excesivos, febriles) como una forma de exponer nuestro aprendizaje con dignidad. En aquella época, casi sin darnos cuenta, hacíamos metáforas que funcionaban como juguetes, como sencillos mecanismos de relojería. Voy a terminar escribiendo una pequeña mitología para Borja, un contexto que de algún modo explique su imaginario y lo revele en una intimidad especial. 15


Érase una vez un manual de supervivencia para giroides fugados. Un giroide podría ser una bailarina, peonza, un pequeño huracán o un carrusel. Cualquier cosa que gire dentro de una caja de música y haya tenido el suficiente valor para escaparse. Estas criaturas saltan de sus pequeños ataúdes musicales y buscan puntos de giro en el suelo del planeta. El manual les explica cómo vivir en un nuevo mundo de sonidos y cómo resistir la tentación de volver a la caja. Los giroides solo pueden ver y pensar si giran. La visión de los giroides siempre está barrida por el giro, emborronada en el movimiento y esa es la razón por la que fueron ellos los primeros en descubrir los vegetales que nacían en las velocidades. Bosques y plantas que solo eran visibles en los tránsitos veloces, en los virajes borrosos, una realidad que se volvía nítida en los vaivenes del baile giratorio. Árboles sincronizados con la velocidad de la mirada rápida, que desaparecen en cuanto nuestros ojos se detienen, dando fruto únicamente en el trayecto, bebiendo de nuestros perfiles. Sin que muchas personas lo vean, Borja es un constructor de giroides y a través de ellos parece buscar esos bosques cuyas raíces se hunden en la periferia del recorrido. Selvas, mato16


Prólogo

rrales y flores que solo perciben las peonzas. Un mundo que permanece en cada movimiento, porque existe únicamente en el movimiento. La danza, la órbita con eje propio, el milagro del artefacto, los faros... En la mente del poeta son formas de escribir esta segunda realidad. Las alquimias de Borja tienen que ver con el conjuro de las marionetas y la rabia del cuerpo lanzado, el cuerpo que solo arrojándose, agotándose, alcanza el detalle de los jardines veloces. Algún día habrá quien descubra que los movimientos de las marionetas y sus coreografías en el escenario guardaban en sus hilos el secreto de un patrón. Se darán cuenta de que al final de la obra los hilos de unas y otras se han cruzado y mezclado de tal manera que dibujan un tapiz lleno de significados. Cuando terminen de leer este poemario habrán cruzado todo el camino. Cada gesto un hilo que se tensa, cada tensión un trazo en las bambalinas del escenario. Cada marioneta un tacto que fracasa, una mano unida a otra mano que busca a tientas su propia sombra. Mario Barranco

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“Mi cuerpo: lo lanzo” Canto de los indios Chippewa “—El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos. (…) No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende” El libro de los abrazos, Eduardo Galeano,



Barro



Borja de Diego

Han regresado con la vida hecha un puñal. Con los ojos grises, llenos de asfalto. Los niños los siguen, los rodean en las plazas y esperan atentos a su respiración. “Contadnos qué habéis visto, contadnos qué habéis visto”.

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Trazos

Se vuelve de la inspiraci贸n como se vuelve de un pa铆s extranjero. El poema es la narraci贸n del viaje. Federico Garc铆a Lorca



Primero



Barro

Primero

intentaron contarse con trazos rojos sobre la piedra, como si con sangre revelaran sus historias. Luego con agua para explicar la fragilidad de los cuerpos. Trazaron lĂ­neas sobre la arena, pero su testimonio se lo llevĂł el mar. DespuĂŠs lo intentaron con tierra, con ceniza, con huesos. Intentaron decirse con pĂĄjaros para alcanzar la fuga, narrar el movimiento y el viaje. Entonces decidieron contarse con canciones: porque esas palabras vienen de dentro y se mueven.

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Alguien me habl贸



Borja de Diego

Alguien me hablĂł

una vez de un pueblo sin palabras. La gente hablaba con los ojos: usaban las expresiones de la cara para decir mejor. Era suyo ese lenguaje de miradas. Y habĂ­a ojos que por sĂ­ solos contaban historias.

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