© de los poemas: Mauricio Gil Cano © de la fotografía original de la portada: Rodrigo Gómez © Maquetación y diseño: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) © de la ilustración de la portada: Raquel Eidem Blázquez y Martín Lucía ISBN: 978-84-942260-3-8 Depósito Legal: SE 525-2014 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de la dirección del autor.
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Poesía En Tránsito Colección de poesía Callar a tiempo Volumen 18
Callar a tiempo
Mauricio Gil Cano Ediciones En Huida
Para aprender vinimos Para aprender vinimos. Para mirar en torno y descubrir el mundo. Para surcar en busca de palabras que nombren nuestro asombro. Para buscar en rosas virtuales la esencia de la rosa. Para crecer al tiempo que mengua nuestra sombra. Para saber que somos porque fuimos y seremos aún y algún día sabremos quizá que habremos sido. Para alzar con las manos, los ojos y los labios la vida que soñamos y caminar unidos por un puente de luz tendido entre los cuerpos. Para vencer hermanos la sangre de la guerra y su triste arrogancia de dolor y de muerte. Para borrar fronteras y alzar una muralla solidaria de versos,
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una alcazaba tierna de jazmines desde donde lanzar flechas de amor que den al coraz贸n directamente.
Yo Cayendo abiertamente sobre nada, doy cínica expresión a mi locura. Me vierto como un cubo de basura, con esa hedionda propensión soñada. Me impongo reflejar mi yo con cada nota de la funesta partitura. Así que debo ser quien se tritura en estos riscos de extensión versada. Miradme. Leed: este soy yo. Me invento en cada letra del febril conjuro, al límite flamígero del nombre. Me creo solamente mientras cuento falacias tan sinceras que las juro. Me siento. Me pronuncio. Soy pronombre.
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Definitivamente humano Definitivamente humano, escribiendo palabras contra el viento como un locuaz ensartador de signos. Definitivamente ebrio, un maldito danzante de las sombras. Definitivamente herido. Así mi corazón. La noche amenaza mis entrañas, me devora los sueños, ahoga entre sus labios el cáliz de mis culpas. La oscuridad celebra mi perfidia. Soy un fantasma enhiesto ante la noche, una traca de luz que se diluye, un hombre muerto a cualquier hora en una calle extraña.
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Y es decir mucho: soy, presuponer que el tiempo es un cordel que tiende su paréntesis y vamos de la mano de un dios sobre las aguas. Como si ser no fuera haber ya sido. Como si fuéramos alguna cosa más que la memoria. Como si Dios dijese e hiciera su palabra. Como si el don divino, gratuito, de vivir no tuviera sus horas contadas y el patíbulo de todos, el filo de guadañas, no estuviera siempre proyectando su sombra. Definitivamente muerto, en un país extraño, en un país de todos, en el lugar común del abandono, en el olvido exacto de la luz, en un frío letal, en un jardín perdido sin música ni tacto, sin aroma.
Otra vez las alas De nuevo estaba solo de repente. La inmensidad de luz era el vacío, como una nada enorme que cegara. Y siempre dando vueltas la memoria. Recordaba otras tardes, la ventana en otro sur, el río del olvido inundando la casa, otro canto de pájaros, aquel otoño igual y diferente —sus nubes de tristeza—, el humo del pasado. De nuevo la ventana, el vértigo, la página donde verter palabras que salven de la muerte —no hay salvación posible, lo sabemos—. De nuevo este dolor que crece en las entrañas, esta náusea, la búsqueda de Dios en el rencor maldito de los hombres. De nuevo era preciso celebrar el abismo sin tregua de los días,
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incendiar la noche con la ebriedad de un รกngel del exilio. Otra vez, las alas torpemente de un albatros sin cielo que surcar.
El poeta siempre es Rimbaud El poeta es siempre Rimbaud. Arde la noche en esta lóbrega ciudad de provincias, en sus límites donde el náufrago está solo, encerrado en su isla, posiblemente a salvo de las desolaciones, de las hostilidades. El poeta es un chiquillo de quince años y ha pasado la vida por sus venas. Ya guarda cicatrices en el alma. Es un adolescente desquiciado que aún cree en las promesas del futuro y juega a transgredir las prohibiciones. O quisiera jugar. Porque a veces la muerte es el único rol definitivo y el dolor es el juego del mañana, juego cruel, sin piedad. Pero Rimbaud no siempre es el poeta.
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Lluvia de fuego La noche va lloviendo pedazos de otros sueños, de otras constelaciones escritas en la nada. Se ha venido a mis labios como un sorbo nocturno y ennegrece el pasado aquel humo de antaño. Soy un buque varado en mitad de la niebla, un leño naufragado en la isla del olvido. Ya no sé si es posible continuar escribiendo el poema de amor que la noche me dicta. No he querido que nazca otra vez el deseo. Sin embargo, en los labios de nuevo ha florecido. Y me entrego a la noche y me tiembla el pasado, porque he visto que todas me inmolaron un día.
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AĂşn asĂ, he de nombrarte, de acercarte a mi pecho, de calcinarme en llamas que prenden de tu cuerpo. Y he de incendiar la sombra desnuda de tu vientre con la rama tornada de tu bosque encendido. La noche va lloviendo las ascuas de tus ojos, estrellas de tus lĂĄgrimas, planetas, corazones. Otra vez el amor ha nacido en lo oscuro.
Barco fantasma Hay un barco fantasma en mi garganta y las olas revientan en su quilla y revienta empapado el maderamen y destila tempestades de alcohol y se hunde en la niebla del pasado y naufraga de nuevo hacia el poniente. Hay un barco encallado en mi oleaje, un bajel aferrado a mi arrecife, anclado en mis entraùas, un buque que me hunde en el abismo —la oscuridad prevista del poeta—, donde es negro el amor y duele la lujuria. Hay un barco surcando las profundas corrientes del deseo, clavando su tristeza en los islotes, fustigado en los bravos atolones. Un leùo naufragado en mi cabeza, escorando su rumbo en mis virajes, 19
frecuentando tormentas por designio. Un barco que me hunde hasta su muerte.
Terremoto mental “Yo sentí un día en mi cráneo como el caer subitáneo de una Babel de cristal”. Rubén Darío
Hemos callado, ebrios de la maldita música. Y hemos mirado al cisne, enfermo entre los charcos y el corazón de lodo del universo humano. Y hemos gritado, ebrios de la maldita música. Hemos caído al fondo sin perlas del abismo, reptado como sombras al filo de la noche por muros y cloacas, hacia rumbos sin norte. Y hemos visto la roja fisura del idilio. Nos han bañado gotas de nuestra propia sangre. Se ha derrumbado el mundo por dentro de nosotros. Aquellas ilusiones pasaron en instantes.
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