El arma mรกs valiosa
A todos cuantos vivieron y murieron defendiendo la libertad y la honestidad.
Desencuentros
Sobre los nombres esclarecidos ejercitan su vuelo pájaros inmensos cargados de metralla. Victoriano Crémer
Este sudor...¿Por quién muere? ¿Por qué cosa muere un pobre? ¿Quién ha matado estas manos? ¡No cabe en la muerte un hombre! Manuel del Cabral
I La tierra prometida perece entre metrallas y es cuna de discordia bajo el azul del cielo, desencuentro de razas y estrictas religiones que se hacinan en templos cerrados a la tarde, lugar donde la muerte asienta sus dominios y la vida se enfrenta con la cara del miedo; el polo más distante de un sueño deseado, la antítesis perfecta del edén que perdimos.
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María Paz Cerrejón
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II Los pájaros no tienen cielo para su vuelo ni las plantas terreno para brotar sin miedo. Los animales todos se esconden en guaridas para escapar del odio, el fuego y la barbarie. Cadáveres sin nombres crecen en las laderas y entristecen paisajes que un día fueron bellos. La primavera muestra negro manto de luto y la rosa se ahoga en tanta sangre inútil.
III Las noches se estremecen y crecen los insomnios por donde asoman sombras de seres mutilados. La garganta aún sostiene los desgarrados gritos que provocó la guerra con su asesina mano. Los niños ya no duermen en esa paz antigua de querubín besando su inmaculada frente, y despiertan atentos al estruendo furioso que destruye moradas y ensordece mañanas. Hay lugares del mundo donde morir es fácil, donde la tierra abraza la muerte sin espanto.
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IV Se desangra la rosa y el mundo se envejece y se hunde en las aguas estancadas del odio. Las ciudades se cierran con círculos de alambres para impedir la entrada del indocumentado. Para la carne débil no existe la piedad en esta negra jungla, ni un atisbo de amor. El óxido se adhiere a todas las raíces y destruye los campos. Anida la maldad en las garras oscuras y frías de la noche.
V Me persiguen las caras de niños asustados, hay manos cercenadas poblando los barrancos, la tierra ya no puede albergar más cadáveres y expulsa por sus poros moléculas de odio. No es una pesadilla, no es ficción, no es engaño; es el mundo de muchos que entre escombros subsisten, sin techo, sin familia, futuro ni pasado; solos en una guerra que nunca desearon.
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María Paz Cerrejón
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VI El origen del caos es siempre la codicia, que aplasta siempre al débil y al pobre humilla siempre. La codicia, que trepa como fría serpiente por el árbol ya viejo hasta alcanzar sus ramas, y muerde la manzana y le inyecta el veneno que volverá la fruta nociva y vanidosa. La codicia, que vuelve la mirada amarilla y ofrece al ojo humano la luz de los metales. La codicia, que enturbia la mente de los hombres y los convierte en piedras que no saben de llantos.
VII En toda guerra inútil siempre se han de llorar las víctimas caídas, los números perdidos. En toda guerra inútil –es decir, casi todascrecen malas simientes que han de volverse espinas. Y se apagan estrellas en cada noche rota. Cada obús disparado lesiona a una galaxia y abre campos de fuego en un cielo de nadie. Solo la sangre acude veloz a la llamada que la vida y la muerte reclaman al unísono. El miedo se agiganta con cada nuevo día y la esperanza mengua a pasos de gigante. Una certeza impera más fría que la muerte: la soledad de aquellos que, rotos, sobreviven.
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VIII Ha quedado la aldea vacía y devastada, y un rojo invertebrado tiñe la helada nieve; se ha segado la vida, la sencilla rutina de simples campesinos que no entienden de obuses. Nadie advirtió el peligro ni presagió la muerte bajo el sol que bañaba de oro la mañana, pero surgió la ráfaga y detuvo las horas en un cuadro sin nombre pintado con la sangre de cuerpos mutilados sobre la nieve atónita.
IX Mece el tiempo las horas de 贸xido y olvido en la orilla sangrante de un universo herido. La materia se pudre sin futuro en los d铆as, que desembocan, muertos, en noches sin abrazos. El odio y la miseria vencieron al progreso. La codicia ha cercado de oprobio a las ciudades. Todo gira sin rumbo sobre un eje de ausencias: las vidas que quedaron por el camino rotas.
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Mar铆a Paz Cerrej贸n
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X Hay bocas que quedaron abiertas bajo el barro, que no estallaron nunca en necesario grito, que murieron con sed de libertad en sus labios y guardaron secretos horribles para siempre. Hay manos que se helaron bajo la noche fría, distantes de un hogar, huérfanas, encallecidas; manos que nada tienen, salvo grietas de olvido; de amor abandonadas, tristes y pensativas. También rugen leones de furia en corazones que perdieron el fuego de su encendida llama, que fueron fácil presa para la vil codicia que devoró su carne: carroña inesperada.
XI La súplica es inútil cuando el fuerte no escucha, cuando el acero impone su valor sobre el aire y el débil solo cuenta como mota sin nombre en la tela tejida por manos poderosas. El grito es infructuoso cuando roto se pierde en el espacio abierto que el olvido propicia, y no llega a agarrar en la profunda raíz que alimenta el coraje del pueblo dominado. El miedo es un fantasma que aparece de noche en las vidas heridas de huérfanos y viudas. No hiela tanto el frío como la soledad de aquellos que sin nada se enfrentan a los días.
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