El hombre no mediático que leía a Peter Handke

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Edgar Borges (Caracas, 1966) es un autor que con su escritura pretende subvertir el orden de lo que observa. Así, la crítica se refiere a él como participante de “una narrativa abierta que se manifiesta en contrapeso a la narrativa que narra el poder” (Vicente Huici) o “un ficcionista que utiliza su literatura para rebelarse contra la realidad” (Enrique Vila-Matas). Edgar Borges escribe sobre la persona que libra una batalla silenciosa consigo misma (acaso por descubrir su propia ficción), teniendo, a la vez, que asumir la realidad ante los demás. Como novelista, cuentista, cronista y dramaturgo, desarrolla el entramado del teatro como si buscara que el lector se enfrente al escenario diario de su existencia. Si cada autor tiene un tema transversal en su obra, el suyo, entre otros, sería el del Ser urbano que se sospecha deshumanizado, solitario e incomunicado. Es autor de novelas como ¿Quién mató a mi madre? (Finalista del Premio Ciudad Ducal de Loeches, 2008) y La contemplación (Premio Internacional “Albert Camus” 2010). Sus relatos han sido incluidos en antologías publicadas en España, México e Italia. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al portugués y al italiano. En las bibliotecas de las principales Universidades de Estados Unidos se encuentran registrados diversos estudios sobre su obra. El hombre no mediático que leía a Peter Handke (Ediciones En Huida, 2012) viene a representar, según el escritor y crítico Vicente Luis Mora, “un hallazgo por la acertada mezcla que hace de géneros como la novela, la entrevista y el diario en beneficio de una investigación”.

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Edgar Borges - Colección DSK - El hombre no mediático que leía a Peter Handke -- Ediciones En Huida

EL AUTOR

SINÓPSIS

El hombre no mediático que leía a Peter Handke Edgar Borges

Investiga la obra del escritor austríaco Peter Handke. Entre lecturas, apuntes y entrevistas (Cecilia Dreymüller, Vicente Huici, Fernando Báez, Vicente Luis Mora, Eustaquio Barjau, Sandra Santana, Aleksandar Vuksanovi� y Luis Ureta), el proyecto se convierte en el testimonio de un sujeto adulto que nunca ha tenido contacto con los medios de información. En el tiempo de la imagen y de la reiteración discursiva, su único bien comunicacional es la biblioteca completa de Peter Handke. Edgar Borges se vale de la tensión y la ironía para desmontar realidades mediáticas y contar, en tiempo real, un híbrido literario que integra crónica, investigación y diario: ¿quién cuenta la realidad de quién? ¿El investigador o el autor? ¿Quién es uno y otro? Esta investigación podría titularse La

palabra, desgaste en la sociedad mediática y necesidad de revalorización en la vida cotidiana, también podría ser la

Colección DSK

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Un hombre escribe frenéticamente el día a día de una investigación. En su dinámica, además de apuntar los resultados del trabajo, copia la rutina que cada cierto tiempo (y cuando menos lo espera) lo devuelve a su realidad: una mujer (que desea vivir) y dos niñas (que necesitan jugar). Él en su habitación, ellas en la casa.

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puerta hacia un estudio sobre la pretensión -del poder fáctico- de silenciar a los escritores que niegan la verdad absoluta. Sin embargo, rumbo al final del trabajo, una novela se le rebela a la investigación y determina ell título de todo cuanto aquí ocurre: El hombre no mediático que leía a Peter Handke.



Edgar Borges

El hombre no mediático que leía a Peter Handke (Investigación novelada en clave de diario)

Beca Residencia en el Centre d’ Art La Rectoría, de Barcelona.


© de los textos: Edgar Borges © de la ilustración de la portada: Inmaculada Delgado Maquetación: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) Coordinador editorial: Ediciones En Huida ISBN: 978-84-939539-4-2 Depósito Legal: SE 1050-2012 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los editores. Contacte y haga su pedido (sin gastos de envío): ventas@edicionesenhuida.es


Índice Puerta 1: La carpeta de papeles importantes (O: Todo ocurre un diciembre).... Puerta 2: Ella Puerta 3: Él Puerta 4: Los Otros Puerta 5: La encuesta Puerta 6: La decisión (El peso del mundo) Puerta 7: Atentado contra la decisión Puerta 8: La ventana (La trampa) Puerta 9: Envíos urgentes Puerta 10: Hotel de vampiros Puerta 11: Dos Puerta 12: La Fuga Puerta 13: La palabra (es) la puerta Puerta 14: Cita de amigos en el bar de la esquina (O: Reflexión en el bosque) Puerta 15: La noche (una noche) Puerta 16: Carta de renuncia de una puta Puerta 17: Un túnel Puerta 18: Detalles Puerta 19: Un escritor silenciado (El escritor admirado a quien no le perdonan su disidencia de la verdad absoluta). Puerta 20: “Quiero a este pueblo” (y a su gente) Puerta 21: No hay nada Puerta 22: Carta contra el olvido en clave de Paganini Puerta 23: El salto (La ficción) Puerta 24: El teatro de la mañana Puerta 25: La noche (de la equilibrista) Puerta 26: El prefacio Puerta 27: Las piezas Puerta 28: A pulso Puerta 29: Pantallas que han traicionado la realidad Puerta 30: Estado Puerta 31: La rendija Puerta 32: El hombre no mediático que leía a Peter Handke

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Emplea “uno” en lugar de “yo”; “yo” en lugar de “uno”; “él” en lugar de “yo”. ¿O se trata de un engaño con el que en vano intenta protegerse, generalizando algo que sólo le atañe a él? Peter Handke. Los avispones.



Puerta 1 La carpeta de papeles importantes (O: Todo ocurre un diciembre)



Gijón. Miércoles 1. Vivir en un apartamento tiene su paradoja: estás

convencido de formar parte de una comunidad. Lo que no tienes definido es si se trata de una comunidad de residentes libres o de internos con permiso de salida. (El ir y andar por la ciudad también tiene su paradoja). Esta mañana le envié la primera Carta contra el olvido del mes a mi amigo Marcelo Colussi. (A decir verdad se trata de un correo electrónico, pero, desde que está en Guatemala, “el argentino trotamundos” y yo no nos acostumbramos a definir como email a nuestras cartas semanales. Correo, email, carta. Guatemala, España. Venezuela y Argentina en la memoria. Sí, quiero seguirle llamando carta). Llego a mi habitación, las puertas del armario están abiertas: en el suelo hay papeles derribados. Miro el reloj de la pared: son las 7:00 de la noche. En el interior del armario se confunden las carpetas con los cuadernos. Una de las niñas abrió el armario sin mi permiso. Los papeles derribados pertenecen a la carpeta de los artículos sobre Peter Handke. En el armario falta el libro Todo Mafalda; fue Camila, desde que pegué las tapas del libro ella prefiere que sea yo quien lo guarde. Mil veces le he dicho que para sacar algo del armario hay que pedirme permiso. (Me acerco a la mesa de trabajo que está ubicada al lado de la cama y tomo el cuaderno de apuntes y un lápiz). -¡Camila! Vamos a ver si me dice el famoso “yo no fui” o responsabiliza a Miranda. Tampoco me extrañaría que Nathalie viniera como su abogada defensora. Ella cree que hace bien ocultando las faltas de las dos niñas. Entre mis carpetas de papeles importantes la que contiene artículos sobre Peter Handke es una de las que más valoro. En 2007, apenas llegué a España, una de las primeras manías que puse en práctica fue guardar todo lo que la prensa publicaba sobre Handke. Aunque, a decir verdad, lo que más tengo son artículos impresos desde internet. El País, Le Monde, Le Figaro, diarios que en un tiempo elevaron a categoría de mito la voz literaria de Peter Handke. “El más grande escritor austríaco junto a Thomas Bernhard”; “El hombre que renovó la literatura en lengua alemana en la segunda mitad del siglo XX”; “Novelista, poeta, drama11


turgo y a veces cineasta, pero siempre genial señor Peter Handke”. Titulares parecidos hallé en los archivos de los diarios más importantes de Europa. Ese fue “el tiempo de gloria” de Peter Handke según la “gran prensa” europea. Bastó que en la década de 1990 Handke fijara posición (su posición) sobre la guerra de los Balcanes para que se desinflara el encanto. Escritor que distrae al mundo con sus sueños imposibles, no se le ocurra bajar sus ideas a la tierra, esa fue la (vieja) consigna que se le aplicó a Handke. En la primera década del siglo XXI el escritor se convirtió en objetivo mediático. Primero se disparó contra él un arsenal de noticias, luego llegó la fase del silencio. Se asesina al ídolo literario porque se quiere callar al hombre. Buena parte de la batalla la lideraron el diario Fankforter Allgemeine y el semanario Nouvel Observateur. -No pasa nada Camila, sigue con tu mamá y Miranda. Dejo que Camila parta (con su sonrisa de “me declaro inocente”) acompañada de su abogada y de la fiscal de la república. Quiere la coincidencia (o no sé qué cosa) que entre los papeles derribados descubra el artículo Handke y Serbia, poetas y lacayos de Hermann Tertsch. Ese artículo, publicado en 2006, es una de las obsesiones periodísticas más extremas que yo recuerde. El País nunca debió permitir semejante absurdo. El texto se inicia como si de la descripción del anticristo se tratara: Hace ya muchos años que se dedica a insultar a dios y al diablo, a Europa, a los ´yanquis´ y a otros. El diario Frankforter Allgemeine temióhace lustros, en la Fundación Carlos de Amberes de Madrid-que aquel niño eterno, ya no tan niño, el sexagenario infantil de las letras austríacas, el buen poeta y mejor enfadado, Peter Handke, se abalanzara con algo más que violencia verbal contra sus interlocutores. Y el articulista se lanza tras la crucifixión del escritor: …Fue en un debate sobre los Balcanes en el que Handke ya dejó claro que la política de tierra quemada del régimen serbio de Milosevic era su opción moral en la crisis y que la apoyaba entonces por mucho que se pare12


ciera a las ofensivas genocidas nazis por el este de Europa a principios de la II Guerra Mundial. Hacía muchos años, desde los cantos a Stalin de Neruda quizás, que un escritor apreciado no se alineaba con los criminales dictadores y genocidas de una forma tan directa y rotunda. Handke es posiblemente un personaje más trágico que el propio Slobodan Milosevic (escribe esto porque Handke definió a Milosevic como “un personaje trágico”), hijo desgraciado de suicidas, amante sumiso, camarada cobarde y dócil con sus jefes e implacable jefecillo sobre todo subordinado, ya en la Neogradska Banka o en la cúpula del Estado yugoslavo. Recuerdo la primera vez que leí el artículo de Hermann Tertsch. Subrayé la frase: “…hijo desgraciado de suicidas”. La subrayé como si el ajuste de cuentas fuese conmigo. Entonces pensé que como humano que andaba (y ando) inmerso en un proceso contemplativo (de vincular mi yo con los otros), no debía expresar (ni pensar) muchas cosas difíciles que me produce la palabra envenenada. Sin embargo, como hijo, aún hoy, cuántas verdades desearía gritarle a ese hombre. Hace algún tiempo Peter Handke declaró que “Nuestra venerable Europa ha perdido la razón”. Yo sigo pensando que lo que ha perdido Europa es la belleza.

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Puerta 2 Ella



Jueves 2. No hay nada que decir acerca del día. Por lo menos no en

cuanto al tiempo. El día sólo existe dentro de la soledad que ocupo en la casa.

10:00 am. Él se encuentra solo en el apartamento; las dos niñas están en el colegio y la esposa en una cita con el odontólogo. Entra a la sala y revisa la biblioteca, no ha podido apartar de su memoria la frase “…hijo desgraciado de suicidas” con la que Hermann Tertsch pretendió definir a Peter Handke. Ese recuerdo (la frase que golpea) le produce una molestia aparentemente inexplicable. Desde que releyó el artículo ha vivido más de veinticuatro horas de disgusto solapado. Él sabe que lo inexplicable forma parte del maquillaje color de piel con el que pretende esconder algunos sucesos del pasado. Cada individuo le pasa llave a viejas dudas que en su momento no tuvieron respuestas. “No hay caso”, piensa, “antes de ponerme a trabajar voy a releer frases de algunos libros de Peter Handke”. Y de la colección toma Los avispones, El peso del mundo, Vivir sin poesía y Desgracia impeorable. Con los cuatro títulos, uno sobre otro, parte rumbo a su habitación. Se detiene en la puerta, observa la habitación y suspira. Pronto retoma el paso con el suspiro aún caliente (prolongado en el tiempo). Coloca los libros en la cama cuidando que no se derribe la pequeña pirámide Handkiana. Toma el cuaderno de apuntes y un lápiz. Observa el ordenador; entiende que la máquina portátil lleva demasiadas horas apagada sobre la mesa de trabajo. Tiene dos ejercicios pendientes del taller virtual “Escritura y sonoridad”, las cinco alumnas de su grupo podrían cansarse. Y, si no se pone al día, esa demora se unirá a la entrega semanal de la serie Crónicas de bar. El diario espera puntualmente hasta cada miércoles, sólo así sale publicada en la edición de los viernes (no envías no sale, te sustituyen y no cobras). “No hay caso”, se dice, “mejor será que ahora mismo responda los ejercicios”. Se sienta en la silla y conecta el ordenador. Antes de abrir el archivo del taller, cede a la curiosidad de entrar al foro de la página del diario. Se intensifica el debate que la semana pasada inició una lectora al cuestionar el escrito Las voces de Sherwood, perteneciente a su serie Crónicas de bar. La lectora opinó que se trataba de un escrito machista sólo porque el narrador personaje dijo que le pareció escuchar que sus vecinos de mesa afirmaban que el inquilino del cuarto piso 17


“tenía dos mujeres”. Aquel rumor (dentro de una ficción) que vinculó “el tener con las mujeres” provocó que la lectora publicara un primer comentario en el que advertía sobre los peligros del “discurso machista” en la literatura. Luego siguieron las reacciones de lectores que reivindicaban el “carácter amoral” de la literatura. Hasta donde él le siguió la pista a la discusión, la lectora no se amilanó con la mayoritaria ofensiva del bando contrario; ella asumió su defensa como un kamikaze de la palabra. Él no había querido entrar en el debate, consideraba que el papel del escritor era mantenerse ajeno a las diatribas que sus escritos ocasionaran. Una semana después, desde la distancia, él no puede evitar sentirse atraído por la forma cómo la lectora se mantiene firme en la defensa de su crítica. A siete días de batalla solo la mujer continúa opinando. El resto (la mayoría) desistió en la defensa (o calló su verdad). De seguir así, la crónica de mañana viernes pasará desapercibida. El hombre apaga la máquina y cierra la puerta del cuarto. Detrás de él, en la cama, está la pequeña pirámide Handkiana. Él sabe muy bien que se encuentra solo en el apartamento. Sin embargo, además de solo, desea estar encerrado. Podría no ser fácil agarrar el último libro que sostiene la pequeña pirámide. Pero lo toma (y la pirámide no cae). El libro Desgracia impeorable es un relato testimonial, un ajuste de cuentas de Peter Handke con la vida (o con la muerte). Un domingo de 1971 Handke se entera, en la sección de diversos de un diario, de la muerte de su madre. El suceso ocurrió siete semanas antes (y para él ahora es cuando se hace una dramática noticia). En la noche del viernes al sábado una mujer de 51 años de edad, de A (municipio de G), madre de familia, se suicidó tomando una sobredosis de somníferos. La primera vez que leí Desgracia impeorable sentí que me reencontraba con Carta al padre de Franz Kafka; cada libro, desde distintos ángulos, apunta al mismo centro: el origen. El testimonio de Kafka iba en descenso desde la altura del padre hasta el subsuelo de las hormigas; mientras el de Handke venía desde las catacumbas de la miseria hacia la cúpula del entramado social. Para Kafka el padre era el victimario de su existencia (de ahí que Gregorio Samsa amaneciese insecto). El ajuste de cuentas de Handke utiliza la palabra como taladro para penetrar en las heridas de la madre. Y cuando penetra sale 18


con la madre a cuestas para intentar explicarse los sueños y los tropiezos de la víctima (Así pues, mi madre en estos momentos no había llegado a ser nada ni podía llegar a ser nada; esto ni siquiera hacía falta que se lo pronosticaran). Ella venía de la miseria, del subsuelo de las hormigas (Hablaba ya de <en mis tiempos> a pesar de que aún no tenía treinta años. Hasta aquel momento no había <aceptado> nada; ahora las circunstancias eran tan precarias que por primera vez tuvo que sentar la cabeza. Aceptó ser sensata sin entender nada). Siempre he creído que la peor condena del pobre es creer en las leyes del destino. El destino es la jugada perfecta (y cíclica) que el poder establecido inventa. Y el pobre juega (día a día) sin posibilidad de victoria (De este modo la metieron dentro de una clasificación y ella, por su parte, en lo tocante a personas y cosas, aprendió también a clasificar…). Infancia pobre, aldeana sometida; trabajo, salida; continuación del encierro (…un sistema en el que el otro es mi tipo pero yo no el suyo, o yo el suyo pero él no es mío, o en el que somos el uno para el otro, o en el que uno no puede ver al otro ni en pintura…); en la guerra mueren dos hermanos, en la posguerra se estrella contra los dos cónyuges que marcan su vida. El primero (el padre de Handke), un alemán del partido oficial que en la vida civil era empleado de una caja de ahorro, la abandona (y la regresa al abismo de donde venía), el segundo, suboficial y mecánico pero sobre todo borracho y maltratador a tiempo completo (palabras y golpes cubrían la estadística de su rutina). Hijos y Peter Handke; abortos y Peter Handke (…un sistema, pues, en el que todas las formas de trato hasta tal punto están concebidas ya como reglas obligatorias que cualquier conducta particular en la que uno, por encima de lo habitual, se acomode un poco al otro, significa sólo una excepción a estas reglas). Hay en la pobreza una clasificación (aprendida desde la infancia) que impide romper las reglas tramposas del juego y plantear (sobre la mesa) otra jugada (<En realidad no era mi tipo>, decía, por ejemplo, mi madre de mi padre. De este modo la gente vivía según esta doctrina de los tipos; en ella se encontraba uno agradablemente convertido en objeto, y de esta manera nadie padecía ya por causa de sí mismo, ni por su origen, ni por su individualidad, tal vez, de tener caspa o los pies sudados, ni por las condiciones de supervivencia, que cada día eran distintas; de su soledad vergonzante y de su aislamiento salía un pequeño ser humano en forma de tipo; allí se perdía y, no obstante, allí era 19


alguien, aunque sólo fuera en el momento de pasar por delante de otro). El problema de la pobreza no es el dinero que no se consigue tanto como la dinámica mental que se aprende para no conseguirlo (Se volvió susceptible y lo disimulaba con una dignidad forzada y medrosa, bajo la cual, a la más mínima ofensa, asomaba enseguida un rostro en el que se reflejaba la indefensión y el pánico. Era muy fácil humillarla…Al igual que su padre, pensaba que ya no se podía permitir nada y, no obstante, con una risa de vergüenza, les pedía a los niños que le dejaran dar una chupadita en un dulce). Todas las historias de pobres tienen el mismo inicio, estancamiento y no desenlace (aquí lo que no acaba lo siguen los hijos para tampoco acabarlo. ¿Acabar sería llegar? ¿Llegar a dónde?). Se avanza un paso y se retroceden cinco. En la historia de otro hay algo nuestro que el maquillaje personal oculta (En estos recuerdos en general hay más cosas que personas, una peonza dando vueltas en una calle desierta en medio de ruinas, copos de avena en una cucharadita de café, una papilla en un cuenco de hojalata en el que la marca estaba en ruso; y de las personas sólo detalles; cabellos, las orejillas, cicatrices, nodulosas en los dedos; mi madre, de cuando era niña, tenía en el dedo índice un corte que había cicatrizado sin piel, y en esta protuberancia dura es donde nos sujetábamos cuando íbamos con ella). De la pobreza no se sale con fe en el destino. Y la fe que aprendemos, como el destino, es ajena. Es una fe inventada. Fe en aquello que no tiene que ver con nosotros. Ni siquiera es fe mística. Es fe muerta (el cadáver de la jugada perdida que llevamos encima). La vida de pobre te la imponen (con pistola invisible) como si fuese un atraco a mano armada. Y es en la invisibilidad de la pistola donde nos convierten en las víctimas de un robo continuo (La palabra <pobreza> era una palabra bella, hasta cierto punto noble. Como los viejos libros de la escuela, suscitaba inmediatamente determinadas representaciones. Pobre pero limpio. Mediante la limpieza los pobres eran aptos para la vida en sociedad. El progreso social consistía en una educación para la pulcritud; para los miserables, así que eran limpios, la palabra <pobreza> pasaba a ser un título honorífico. Para éstos, entonces, la miseria era sólo la suciedad de los asociales de un país que no era el suyo). El ser y el son, el soy y el ellos. Oigo que abren la puerta de la calle, se me cae el libro al suelo (apenas logro sostener el cuaderno), me levanto de la silla y sigo leyendo en cuchillas. 20


Es más, las palabras comunican esta especie de asco a la vez pasivo y agradable mucho mejor que la mera contemplación de las cosas que ellas designan. (Recuerdo que, leyendo la descripción literaria de unas manchas de clara de huevo en una bata de dormir, siempre me he estremecido). De ahí mi sensación de malestar en las descripciones de la miseria; porque en la pobreza limpia, que a pesar de todo no deja de ser una pobreza miserable, no hay nada que describir. Pasos de mujer, risa de niñas, llaves… Por esto al oír la palabra pobreza pienso siempre: érase una vez; y el hecho es que casi siempre la oímos en boca de personas que la han superado, como una palabra procedente de la infancia; no <Yo era pobre> sino <Yo fui hijo de familia de pobre> (Maurice Chevalier). Un signo vano y fino de algunas memorias. Pero pensando en las condiciones de vida de mi madre no consigo tener esta malla de ganchillo con mis recuerdos. -¡Edgar! -¡Papá! -¿Dónde estás? En casa, por supuesto, las CUATRO PAREDES; sola con ellas; este andar en volandas duraba todavía un poco, cantando entre dientes una melodía, esbozando un paso de baile al quitarse los zapatos, por unos instantes el deseo de salir de la propia piel, pero he aquí que volvía a estar una arrastrándose por la habitación, del marido al hijo, del hijo al marido, de una cosa a otra.

Los pasos de Nathalie ya llegan.

No salían nunca las cuentas: en casa los pequeños sistemas de liberación burguesa dejaban de funcionar, simplemente porque las condicio21


nes de vida-el piso de una habitación, la preocupación casi exclusiva por el pan de todos los días, la forma de comunicarse con el COMPAÑERO DE SU VIDA, reducida casi exclusivamente a mímica automática, gestualidad y relaciones sexuales marcadas por el encogimiento y la perplejidad-eran incluso preburguesas. Había que salir de casa para por lo menos aprovechar algo de la vida. Fuera, el tipo del vencedor; dentro, la mitad más débil, el eterno perdedor. ¡Esto no era vida! El silencio de Nathalie aguarda (o busca) detrás de la puerta. Luego, siempre que contaba esto-y necesitaba contarlo-sacudía su cuerpo, como para quitarse algo de encima, de asco y de miseria, aunque lo hacía con tal timidez que con ello, más que sacarse de encima el asco y la miseria, más bien lo único que hacía era sólo revivirlos en forma de escalofrío. Nathalie abre la puerta (parece que no la hubiese abierto, pero la abrió). Ahí está, lo sé, me observa. Un sollozo ridículo en el baño, del tiempo de mi infancia, sonarse, los ojos enrojecidos. Ella era; fue; no fue nada. La historia de la madre de Peter Handke, austríaca eslovena, tiene que ver con la historia de mi madre venezolana. Dos campesinas, dos hijas de pobres; sus historias, como las otras muchas historias que giran alrededor del destino inventado, se parecen (principio, estancamiento y desenlace fallido). El 5 de marzo de 2005 amanecí en Madrid con la normalidad de quien no espera nada nuevo. Abrí el correo electrónico y desde Venezuela un cuñado me informaba de la (repentina) muerte de mi madre. A pesar de que se dijo que había fallecido por una obstrucción intestinal, desde entonces vivo para la duda. ¿De qué murió realmente mi madre? (una semana antes la había dejado dentro de la “normalidad” que permite la vejez de la pretendida “clase media”). La rabia (o la incertidumbre) me hizo desconfiar de la autopsia y de las contradictorias informaciones de mis hermanos (que también estaban confun22


didos). La dejé bien de salud pero con la existencia quebrada; mi madre vivió una historia de menos a más (con las luchas de pobre que resiste). Del campo a la ciudad, del parto laboral al parto familiar (y viceversa), de la ignorancia a la instrucción por impulso propio (estudió primaria y secundaria en escuela de adultos). Ya anciana, se detuvo en un pasillo extraño, ajeno. No parecía ella, o era ella pero en caída libre hacia el sótano de donde venía. Más allá del sótano había un bosque. Ella, de vuelta a casa, atravesó el sótano y llegó al bosque. Ella me hablaba de ese bosque (y quiero creer que esa vez, después de setenta y cinco años de recorridos circulares, logró ir más allá del sótano). Desde la aún inexplicable muerte de mi madre, siento que mi continuo presente es una absurda carrera de regreso al bosque. (Voy de regreso al lugar de donde nunca debí haber salido). Quizá Peter Handke conectó (inconscientemente) con ese (su) bosque cuando su madre, cerca de los cuarenta años, se vuelve socialista y lectora. Los libros los leía como si fueran una descripción de su propia vida; los vivía, con la lectora salía de sí misma por primera vez en su vida; aprendía a hablar de ´ella misma`, con cada libro se le ocurría algo más sobre sí misma. De este modo, poco a poco fui conociéndola…Hasta entonces ella se ponía a sí misma nerviosa; su propia presencia le resultaba incómoda; ahora, leyendo y hablando, se sumergía en sí misma y salía con un nuevo sentimiento de quién era ella. A la madre de Handke le eliminaron el país, a las madres de todos les eliminaron el mundo de las abuelas. El destino inventado es, cada vez más (en la carrera arrolladora que nos imponen), un asunto menos de madres y más de poder absoluto (y macho a lo bestia). Están desbastando el bosque, de seguir así no podremos regresar. (Espera Nathalie, espera un poco). Peter Handke enfrentó la tragedia (el desalojo) con la escritura de su testimonio. Pero a veces, trabajando en esta historia, me he hartado de tanta franqueza y de tanta honradez, y he deseado ardientemente escribir algo en lo que pudiera mentir un poco y en lo que pudiera disfrazarme, por ejemplo, una obra de teatro.

Yo, en cambio, pretendí esquivar la desgracia con una novela 23


de enigmas titulada ¿Quién mató a mi madre? El 17 de enero de 2006, si la señora Graciela Rivera hubiese estado viva, quizá el timbre de la puerta del apartamento 112 no habría sonado cinco veces, porque ella tenía la costumbre de abrir al primer llamado.

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Puerta 3 Él



Viernes 3. Varios factores (varias realidades), se detienen en mí y

fragmentan mi soledad.

11:00 a.m. Nathalie me acaricia la nuca (eso me gusta) mientras envío el primero de los dos ejercicios que tengo pendiente. Termino (prefiero obviar, por ahora, la batalla de la lectora ofendida), le doy un beso a Nathalie y dejo el ordenador a su disposición, debe escribir los artículos del día para el diario donde trabaja. Tomo el cuaderno de apuntes, voy al armario, observo mis carpetas de papeles importantes (les guiño un ojo); de la parte superior (donde está la ropa) saco una chaqueta y me la pongo. Guardo el cuaderno en el bolsillo interior, me vuelvo dispuesto a salir del apartamento, quiero comprar el diario y caminar un poco. 11:15 a.m. Salgo del edificio, cruzo a la izquierda (rumbo a la salida del barrio), observo el kiosco y apuro el paso. Camino en dirección a la estación de autobuses de Gijón. 12: 30 m. Llego a Avilés con la idea de Fernando Pessoa en la mente (y en los pasos): ¡Viajar! ¡Perder países! ¡Ser otro constantemente...! Los países, como las ciudades y los pueblos, se recorren de muchas formas. A mí me gusta recorrer mundos a la manera de Pessoa: en mutación constante, de salto en salto. Voy camino a la calle La Cámara; en el nº 36 está Cafetería Eva, el local que me recomendó Yolanda De Luis; ella, como periodista, sabe de bares y de cafés; las palabras y las noticias se dan bien con estos sitios. En la mano izquierda llevo un libro, El peso del mundo, un diario que a modo de pequeñas crónicas escribió Peter Handke. En principio deseo estar solo y observar la soledad de los otros. Entro a Cafetería Eva y siento que el local es una prolongación de Avilés. En el lugar, como en la ciudad, se respira aire sereno, de tradición; aire que se resiste al huracán del desarrollismo. Aire que me recuerda a las calles de Puerto La Cruz (Venezuela) o a las de Queens (Nueva York). Siempre he creído que un mundo es una réplica de todos los mundos, por muy distinto que uno pa27


rezca de los otros. Las mesas de Cafetería Eva, unas con sillas, otras con sofás, llaman a la calma. En la barra un camarero va de un lado a otro sin perder ese ritmo que parece decir «deja el traje de paso atropellado y respira tranquilo, a tu tiempo, a tu existencia». Y me doy tiempo para descubrir los detalles; en la pared de la izquierda destaca la carta del té. Un camarero con “sonrisa de viejo conocido” me invita a tomar asiento; le pido un té rojo (con naranja y limón) y busco puesto en el sofá del fondo, al lado de una segunda puerta y de frente a todo el espacio. Dejo caer el libro sobre la mesa, me siento y me dedico a contemplar la rutina de los demás (quizá ya para entonces alguien observa la mía). El discurso de Peter Handke abre puertas, salta el abismo del desgaste conceptual y nos comunica con la esencia, con la idea. En El peso del mundo escribe: Insistir en la contemplación, aplazar la opinión hasta que nazca la gravedad de una sensación vital. Y en eso me encuentro hoy, el local me lo permite, quiero contemplar, sin opinar, el ir y venir de los otros. El camarero me trae el té rojo; desde otra mesa le llaman «Juan, cuando puedas consígueme un té verde con hierbabuena». Y le pido que, por favor, antes de irse, me diga cuánto tiempo tiene funcionando la cafetería. «Cincuenta años», afirma, «esta cafetería es un templo para los avilesinos». Dicho esto, Juan se disculpa y parte hacia el interior del negocio; algo en la mirada de aquel hombre me hace creer que su “sonrisa de viejo conocido” es la puerta que comunica con su idea de vida (su religión personal). Pruebo el té y leo lo que en la introducción Handke dice de su libro: Me ejercité para reaccionar súbitamente por medio del lenguaje ante todo lo que se topaba conmigo y me di cuenta de cómo, durante la vivencia, también la lengua cobraba vida en esa inmediatez y se volvía transmisible. Este libro podría ser, en consecuencia, una crónica. No es una narración consciente sino una crónica inmediata de las percepciones, fijada simultáneamente. La crónica de una conciencia individual, publicada en forma de libro. Y la reflexión de Handke me hace sentir que cada persona que, al igual que yo, esta tarde decidió estar sola en la cafetería, es un diario aún por escribir. ¿Qué pasillo de su memoria andará recorriendo la señora que toma café muy cerca de mi mesa? ¿Alguien esperará al hombre que en la barra demora su cerveza? ¿El cuaderno que trae en mano la chica que recién 28


entra contendrá las notas de sus experiencias? ¿Cuántos otros, en los últimos cincuenta años, escribieron su paso por éste café? Unos individuos llaman a las puertas de la memoria; otros, en cambio, dialogan las crónicas del día. Un espacio y muchos tiempos transitados en paralelo. El escritor mexicano Juan Villoro sostiene que La trayectoria de Peter Handke ha sido una progresiva investigación de misterios mínimos. Para poner a prueba su perspectiva, ha emprendido una curiosa tarea de escritor errante, sin domicilio definido o con domicilios en periferias ajenas a la vida codificada de las ciudades...no viaja para conocer otras culturas sino para desconocerse en ellas: Espero pacientemente pensamientos que no quiero. Esos son los que cuentan, escribe en El peso del mundo. El poeta asturiano Xuan Bello, otro viajero de Pessoa y de la belleza portuguesa, considera que mientras se tenga vida y juventud hay tiempo para abrirse a nuevas identidades. Y de nuevo, como quien insiste en llamar a la misma puerta, el transito (y la observación) me lleva a la idea inicial: ¡Viajar! ¡Perder países! Hay en El peso del mundo una característica de diario (diferente a lo normal) muy similar a la vida misma; es éste un diario salpicado de situaciones dispersas que giran alrededor del centro (el Ser). Cualquier página, abierta al azar, es equivalente a las escenas que me rodean: «El hombre a la mujer: ¿Es la sexualidad tan importante para ti? La mujer: Las palabras solas no me dan suficiente sosiego». Y la vecina de mesa continúa tomando café a sorbo lento (como si cada trago despertara diez recuerdos); el hombre de la barra sigue extraviado en la estación de su último trago. Y quizá, desde algún rincón, un curioso hace de mi rutina la creación (o la fotografía) de “el hombre que tomaba té viendo la vida ajena”. Dice Handke que El único problema de este diario es que no puede tener final; así las cosas, debe interrumpirse. Sin embargo, un final meramente declarado habría significado a su vez permitir con excesiva impasibilidad que actuara el olvido, de por sí eterno.

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