Saúl Ibáñez & El desierto POESÍA -:- El desierto - Saúl Ibáñez -:- Ediciones En Huida
Me puedo presentar como un gigante
prometiendo demasiado con mi lengua [debajo de tu ombligo. Tengo ensayada la mirada, ya sé cómo engañarte. Pero tranquila, cariño, no va a durar mucho, porque tu cumpleaños está cerca, y los cumpleaños nunca vienen solos..
«Feliz cumpleaños», El desierto, Saúl Ibáñez
Estoy aquí por la carne, lo único que abunda en el desierto
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Poeta de verso claro, Saúl Ibáñez (Sevilla, 1984) es escritor y músico. Estudió Humanidades en Sevilla y Literatura Comparada en Barcelona, donde reside actualmente. Allí da clases de español, escribe sobre música, toca con su grupo Lullavy y trabaja en su labor literaria. El desierto (Ediciones En Huida, 2012), es su primer libro de poemas. Una obra que recorre el camino del desamor con el acierto de quien se sabe parte de él y, a la par, la consecuencia de dicho hecho. Que versifica ese tránsito inevitable que requiere de la total y mutua destrucción para obtener la salvación, el olvido, una nueva posibilidad de inicio.
El desierto
Un poemario que va de la carne a la soledad del figurado desierto, de la certeza del dolor por lo perdido a la incertidumbre del amante que dejó de ser amado.
Saúl Ibáñez Ediciones En Huida
Unos versos desprendidos de sí mismos.
El desierto Saúl Ibáñez Ediciones En Huida
© de los poemas: Saúl Ibáñez © del prólogo: Víctor Alfonso Alarcón Maquetación: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) Coordinador editorial: Ediciones En Huida ISBN: Depósito Legal: Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los editores. Contacte y haga su pedido (sin gastos de envío): ventas@edicionesenhuida.es
Índice de poemas
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Inventario del hastío (prólogo) El desierto
23 24 25 26 28 29 31 32 33 34 35 37 38 39 40 42 43 44 45 46 48 50
La carne El desierto Océano De visita La persecución Insomnio Oración 14 de agosto Fiesta Dejadlo El mirador Ropas viejas Tu partida y la mía Amanece La última bala El fin del mundo Seis meses Estado de descomposición Demolición El final Déficit de atención Lost weekend
Los límites 55 57 58 59 61 62 63 64 65 66 67 69
Orfanato Feliz cumpleaños Terceras o cuartas partes Carrera de obstáculos Retrovisor Hikikomori Los perdonados Sticky candys Reset Burocracia Dr. Manhattan El fuego
Inventario del hastío
Prólogo
Por Víctor Alfonso Alarcón
el infierno es siempre: «Quiero que ella me ame», Guillaume Apollinare
Recuerdo que una vez escuché a un amigo decir la siguiente frase con tono sarcástico: «existen temas adecuados para primeros libros: la muerte, la identidad, la niñez, nunca el amor, por supuesto». La idea no me parece poco acertada, todo lo contario. No es casual que Rainer Maria Rilke incentivara en sus Cartas a un joven poeta a dejar de lado este tema en los primeros pasos. Si iniciarse en la poesía es difícil por tratarse de una disciplina harto visitada y, por eso mismo, compleja, hacerlo empleando un aspecto tan popular como el referido sería poner más obstáculos a una tarea de por sí adversa. A quien se inicia en la actividad escrituraria se le pide, sobre todo, un estilo auténtico, o eso es lo que se trata de formar en el trabajo poético. Pero es sumamente complicado conseguir una voz propia en un área que ha sido tan trabajada como la que refería. Parece casi una exigencia que los grandes poetas aborden la figura de la amada, o el amado, en sus versos. No importa si pensamos en los linderos de la Edad Media que se trazan en la 7
Divina Comedia o en la modernidad consumada de Las flores del mal, el bardo reitera su interés en dicho elemento, transformándolo de acuerdo a sus necesidades y las de su tiempo en una figura cuasi-divina o en carne putrefacta. Por eso mismo es muy difícil que el debutante consiga allí expresiones personales, es lógico entonces el consejo de Rilke: quien escribe debe ir a aquello que es más suyo (de nuevo mi amigo, «la niñez, nunca el amor»). A pesar de la argumentación anterior Saúl Ibáñez ha decidido dedicar sus primeras páginas al desengaño amoroso y, también a pesar de lo expresado, no lo hace nada mal. Como era de esperarse el discurso parte del sujeto que sufre la emoción. «Es pues un enamorado el que habla» (Barthes, 2004: 19) y como era de esperarse «no existe jamás sino por arrebatos del lenguaje» (ibídem). Más que un lugar común de la literatura occidental, Roland Barthes ve en esto una característica intrínseca del tratamiento del amor: aquel que esté bajo el dominio de Eros es incapaz de expresarse fuera de su sentimiento, no logra distanciarse de la locura temporal que lo embarga. Pero a pesar de esta aparente constancia, la expresión que refiero no logra hacerse sino a través de arrebatos. Estas breves locuciones sólo logran poner en palabras una parte de lo vivido, para volver a sumirse en la incapacidad lin8
Prólogo
güística o en el caos personal que espera una nueva excusa para reasumir un orden tan breve como endeble: «las figuras surgen en la cabeza del sujeto amoroso sin ningún orden, puesto que dependen en cada caso de un azar (interior o exterior)» (ídem: 16). Está aquí todo lo bueno y, al mismo tiempo, lo malo de dedicar un libro a la temática amatoria. Por un lado obliga al escritor a asumir su posición de emisor con toda la consciencia que sea posible –no olvidemos, sigue preso de los arrebatos que comentaba. Es decir, el autor debe encontrarse con un “yo” del cual emanarán sus expresiones sin poder disimular esa condición. Como es obvio, el volumen que el lector tiene en sus manos no es la excepción: Me he disfrazado de mí mismo, de lo que solía ser, de la calma en el beso, de la palabra exacta, de los vergonzosos quince años… (Ibáñez, s. e.: 7) Pero, como diría Guillermo Cabrera Infante, el amor está hecho de lugares comunes. El peligro que se corre es repetir lo ya dicho sin ningún tipo de inventiva. Por suerte, muchos escritores, y creo que Saúl Ibáñez está entre ellos, han leído y escuchado con atención para 9
conseguir un tinte particular dentro de las fórmulas previas, cuando no consiguen desarrollar las propias. Quizás aquí está el origen de la autenticidad de la obra que intento presentar. La identidad de quien nos habla, de la voz dentro del poema, se confunde con la del autor que firma los textos. Esto antes que un inconveniente o un signo de inmadurez, es un gesto que da coherencia al libro y permite un uso de la palabra coloquial, consistente y creíble. El lenguaje cotidiano con que se van construyendo cada una de las imágenes presentadas si bien es una herencia de la tradición poética vanguardista, de autores como Apollinaire, también es un elemento trabajado, revisado y asumido con inteligencia por el autor. La idea precedente es constatada cuando llegamos al poema “Oración” y se maneja la idea de la despersonalización sin grandilocuencias: … cada día soy menos Saúl, porque rezo a las paredes y tengo los zapatos llenos de polvo, y se confunden con el suelo, y yo me voy haciendo transparente, y yo me… (ídem: 11) 10
Prólogo
El discurso contenido en los poemas de El desierto, como puede verse en el ejemplo anterior, deja de lado la musicalidad de la poesía más clásica así como también los juegos cacofónicos y rítmicos de algunas líneas experimentales. Tratando de llevar a buen puerto la búsqueda poética, el escritor asume la simplicidad para expresar la consciencia escondida detrás de los versos y combinarla con el prosaísmo que da su carácter final a esta producción. Ibáñez Álvarez deja los senderos de la lírica para apropiarse de un ritmo cotidiano que potencia su escritura al mismo tiempo que le da uno de sus rasgos más distintivos. Pero los logros de esa apuesta no terminan allí. Los primeros poemas ya anuncian las dos vías de reflexión que seguirá el autor y que enlazará con la acertada imagen que da título a su libro. Si en un primer momento aborda lo amoroso en su corporeidad más inmediata, la carne, después cambia el ritmo para ofrecernos una imagen menos cercana, la del desierto: «el desierto es una metáfora» (ídem: 6). A pesar de lo acertado del verso que cité –resumen, digámoslo de una vez, del sentimiento que busca plasmar la voz poética–, serán las cosas observadas, los hechos recordados, las imágenes vistas, los que se conviertan en una metáfora del desierto: 11
El desierto vino a mí con las canciones y las películas, se quedó conmigo como un plato vacío, esperando más paciente que nadie a su contenido, y aquí está. Es nada. Cada palabra es una metáfora, tan cruel y amordazada como el desierto. (ibídem) Llego, quizás, al ápice de la propuesta ahora revisada. Saúl Ibáñez observará el amor no sólo desde su visión personal y desde su cotidianidad, sino que convertirá todo eso en el vacío tras la decepción. Si bien parte de una idea ingenua y trillada, el despecho, logra expresarla desde un mundo de referencias muy personal. Además, éste sólo se cuela como los restos de una realidad que tuvo sentido, pero ahora se convierte en los despojos vacuos que tratan de esbozar una coherencia en la memoria enunciadora. La escritura de Ibáñez, por lo menos el caso que me ocupa, parte de la consciencia de que el enamorado, aun después de la decepción, es un amenazado, como podría haber dicho Jorge Luis Borges; su mundo sólo cobra orientación bajo la presencia del objeto al cual se ama. La contradicción del discurso amoroso: me expreso desde un yo cuya presencia y cuyas frases sólo tienen sentido con respecto a la figura amada. Es bajo esta lógica que se pueden comprender los arrebatos que se van 12
Prólogo
hilando verso a verso, construyendo poema tras poema, para dar forma a este título. La voz de “Saúl” intenta deshacerse del recuerdo pero es éste el que sostiene el recorrido, un recorrido que sólo podía plantearse desde la cotidianidad y desde el tiempo muerto de la reflexión inútil para luego enlazarlo con una figura tan significativa como es la vastedad desértica. Si el tono cotidiano del lenguaje empleado se amalgama a la perfección con los objetos trabajados en los poemas –platos, canciones, calles anónimas, habitaciones vacías–, esto sólo puede englobarse dentro de la pérdida. Así, la característica más propia de las próximas páginas, es el hastío de quien reconoce la inutilidad de seguir lamiéndose la herida, pero al mismo tiempo sabe la imposibilidad de la elipsis: He leído sobre elipsis, trozos de tiempo inservibles, partes de vida de las que podemos despojarnos. Y yo quisiera estar viviendo una, es lo que me queda por decir al final… (ídem: 27)
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Referencias bibliográficas: Alighieri, D. (1988). Divina comedia. Madrid: Cátedra. Barthes, R. (2004). Fragmentos de un discurso amoroso. 17ª ed. México: Siglo Veintiuno. Baudelaire, C. (1991). Las flores del mal. Madrid: Cátedra. Ibáñez Álvarez, S. (s. f.). El desierto. Trabajo sin editar. Rilke, R. M. (1984). Cartas a un joven poeta. Madrid: Alianza.
EL DESIERTO
Sevilla, 30 de abril de 2008 – 14 de agosto de 2008 – 10 de octubre de 2008
Para M
I´m dead. This is the death. Yesterday. Jose L. Villalba,
en un poema que no ha escrito
EL DESIERTO
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