El mapa del adiós

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© de los poemas: Marco Balvín © de las fotografías: Sally Holt © Maquetación y diseño: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) © de la ilustración de la portada: Raquel Eidem Blázquez y Martín Lucía ISBN: 978-84-941773-9-2 Depósito Legal: SE 2327-2013 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de la dirección del autor.

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Poesía En Tránsito Colección de poesía El mapa del adiós Volumen 14



El mapa del adi贸s Marco Balv铆n

Ediciones En Huida



Para Sally Holt, por compartir el mรกs triste de los adioses, la mรกs hermosa de las bienvenidas Para mi hijo Paulo, norte, sur, este y oeste



Los lĂ­mites del mundo



¿En qué mañana, os acordáis, quisimos asomarnos al pozo peligroso en el extremo del jardín? Jaime Gil de Biedma



Los Llímites os límites del mundo del mundo En la primera página del libro un niño hace girar un gran globo terráqueo; en la última, la nieve instaura con su lengua el silencio en el mundo. Fuera del libro es lo de siempre: la lluvia con sus manos transparentes que acecha, como un estrangulador, detrás de los portales; la tarde invertebrada hecha de nubes; una casa cualquiera, con sus ritos callados tras las persianas húmedas. Volvamos a ese niño hipnotizado frente al globo terráqueo, y al orden caprichoso con el que se construye su futuro.

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Marco Balvín

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Este niño se inventa en cada línea un mapa de palabras, un lenguaje que empapa la vieja superficie de las cosas, la sílaba de arena de todos los desiertos, la rosa interrogada de las islas. Fuera del libro la lluvia se repliega como el acordeón de un vagabundo. Lo de siempre: el otoño con sus dudas y espejismos, el eco en las ventanas del tráfico y los charcos; como un tic tac, el ruido de un limpiaparabrisas girando aún en la ciudad mojada, después de la tormenta.


Mientras tanto, en las páginas del libro, el niño hace girar el vértigo de los recuerdos, la latitud de pueblos abandonados, la firma sumergida de los ríos. Y cerramos el libro con un gesto de cansancio, pensando en aquel niño que juega más allá de los límites del mundo. Aquí, el alma es un paraguas roto y el barro entre las manos son los restos de un nombre perdido en la memoria.

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Islas Islas La infancia consistía en recortar el alma troquelada de las cosas: los blancos dromedarios del invierno, la armadura salvaje de la noche. Un aeroplano a punto de estrellarse planeaba cada tarde sobre nuestras cabezas. Y el papel, que silbaba al ser rasgado, nos daba su secreto hecho de nubes: los ángeles anónimos, las huellas de los cielos ardiendo en la ventana, un velero sembrando lejanías cual sendas de tigres cotidianos. Quiero rememorar que no existían mapas, que el contorno de la felicidad siempre estaba ante nuestras narices, como un archipiélago

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Marco Balvín

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de islas deshabitadas, como una geografía sólo nuestra. Y la infancia que se iba desgarrando sin hacer ruido, como un papel que llevase impreso el idioma del sueño y los exilios.


Primeras lecciones Octubre nos tendió sus redes de ceniza: pájaros migratorios, las sombras de las salas matinales, y el sabor correoso de las viejas lecciones olvidadas. Habría que volver allí de nuevo. Recordar,…¿quiénes éramos? El alma dibujada de los patios daba la bienvenida, la gimnasia melancólica en nuestros corazones. ¿Quién quería crecer? ¿Quien quería escaparse? El viento vapuleaba a los alumnos a la salida del colegio. Entonces escapábamos

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bajo el abecedario de la lluvia sin mirar atrás, las risas empapadas. Habría que volver allí de nuevo cantando la lección del abandono. ¿Quién quería crecer? Aún no había pasado nada. El tiempo acariciaba el rostro de todos los amigos. Las palabras cruzaban la pizarra como nieve alumbrando levemente el abismo.


El juego El juego de las de las sillas sillas Llegó la hora de estar de pie, de ser juzgados por las leyes de un carnaval furioso. Llegó la hora de despegar al ritmo de la ruleta rusa de la infancia. La música es una serpiente que muerde y que se oculta en las bobinas. Llegó la hora de huir del vacío avanzando hacia el vacío, como en un carrusel donde se mezclan las manos con los rostros, los rostros con los espejismos, llenando el cauce ensimismado de las estrellas muertas.

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Marco Balvín

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La tarde está cantando sólo para nosotros, cantando con la luz de todos los veranos. Venid, parece susurrarnos. Las nubes se detienen. Llegó la hora del desenfreno, llegó la hora del [plenilunio a ráfagas: cuatro sillas, tres sillas y dos sillas. La cuenta atrás, su luz deshabitada. Llegó la hora de los monstruos, y si existe un lugar para la música es dentro de nosotros. Una silla es tan sólo un espejismo, una afonía, un juego que se acaba. Venid. Esto habrá que repetirlo aunque ya no nos queden más canciones. Llegó la hora.


Ser谩 un momento s贸lo, donde quepa la duda y quepa todo el mundo.

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