Almudena Vega
Inmune
Ediciones En Huida
FotografĂas de Sonia Marpez
© De los poemas: Almudena Vega © De las fotografías: Sonia Márpez © De la ilustración de la portada: Emmanuel Lafont Maquetación: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) Coordinador editorial: Ediciones En Huida ISBN: 978-84-943448-2-4 Depósito Legal: SE 26-2015 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los editores. Contacte y haga su pedido (sin gastos de envío): ventas@edicionesenhuida.es
Índice de poemas
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Lobos: encajes Winterraise Inmune Dove‘s apocalypse Muñones I love Harmony Korine El ahogo anónimo Árboles Olor a vivo Mondays afternoon in Los Angeles is nowhere No sé decir nieve, solo sé decir domingo Hunted Sudario Nieva en mis huellas Aristas Londres: el movimiento del gato SE10 The wild youth Trees can feel pain
Almudena Vega
Inmune
FotografĂas de Sonia Marpez
Hay lugares en los que el espíritu muere para que nazca una verdad que es su negación misma Albert Camus
Nosotros, seres humanos, retorciéndonos entre las flores que se abren. Kobayashi Issa
Quizás te ha ocurrido alguna vez. Mentira, ya te ha ocurrido. El día en que vas a sacar dinero en un cajero y de primeras maldices al indigente que está durmiendo con sus cartones en el suelo. Pero luego sientes desprecio hacia ti mismo por haber sentido eso. Por si acaso, no le vas a ayudar, ni tampoco vas a molestarle. Al final, sacas el dinero y sigues con tus movidas. Con tu vida. El leve malestar se difumina rápido al encontrarte de nuevo en tus esquemas vitales. Chequeas el móvil, guardas la cartera y ni siquiera te preocupas por revisar si el cajero te ha entregado el importe exacto. Es una máquina, ¿acaso va a fallar? Puede que alguna vez hayas trabajado en una oficina, pongamos en un edificio lo suficientemente alto como para que contemples la ciudad de refilón mientras el reloj avanza inclemente y la pantalla de tu ordenador te aporta tanto como tus compañeros de trabajo. A veces vuelan algunas palomas por la ventana y cortan tu visión cristalina de un atardecer lejano que admiras pero no acaba de transmitirte lo que te gustaría. Y eso te inquieta. Hay algo en el edificio donde pasas la mayor parte del día que recorre desde los pasillos 11
a las salas de reuniones y que te produce un bienestar confuso. Como la droga. Si bien sus efectos suelen ser positivos, hay algo cuando la tomas que no acaba de encajar. Hubo un día en el que jugar en un parque en vez de en el bosque te pareció normal. O quizás desde el primer día te pareció incluso un mejor lugar que la naturaleza y sus peligrosos encantos. Un lugar más controlado, más seguro ante los violadores, que son cinematográficamente más efectivos persiguiéndote por entre los árboles, la maleza y la niebla, que por un tobogán infantil. Son incontables los momentos en los que, como ser humano, cediste, sabiéndolo o sin saberlo, ante un maremoto de convenciones, imposiciones y presiones de tu entorno bajo todo tipo de autoridad o tendencia existente. Y esto ha sido casi siempre así, en Occidente la historia se ha desarrollado a base de exclusiones y de límites; de ganadores y de desterrados. De cárceles y de libres empresas. Podríamos llamar a Hobbes y Rousseau para que nos comentasen los pormenores 12
del asunto, pero ya nos sabemos el cuento de memoria. Marx anda harto del tema y Foucault no quiere ya saber nada de ello. Por eso nadie se cree tu cuento de que vas a cambiar de vida, de que un día romperás con todo y podrás vivir como siempre has querido, de que las injusticias que aguantas ahora quedarán atrás y una lluvia de esperanza bañará tu destino. Mientras tanto, intentas justificar(te) todo lo que puedes, lo mejor que sabes, machacarte por dentro y lo mínimo posible. La insensibilidad es un arma de supervivencia como cualquier otra: la crueldad, el odio, la violencia. La enumeración es tan larga como los lugares a los que un ciudadano de a pie tiene prohibido el paso. A veces consigues dártelas de inmune ante todo ello si te lo impones con rigor: ningunear al indigente, pasear por el césped recién cortado del parque, disfrutar de una puesta de sol acristalada, colarte por entre la muchedumbre, bajar la cabeza y seguir con lo tuyo. Pero cojeas. Hay algo enquistado en tu inmunidad que consigue, cuando bajas la guardia, hacerte tambalear. Y entonces eres tú el que inquieta a los que están a tu alrededor. Eres 13
tú el indigente, el débil, el que amenaza con caer en combate y que, piensan los otros, está al borde de convertirse en un ser temible y tóxico capaz de arrastrar consigo a los que estén cerca él. Sigue intentándolo, puede que algún día logres alcanzar la inmunidad. Entonces quizás dejarás de apreciar la afilada y corrosiva liberación que tienes ahora mismo entre las manos. Y eso es una pérdida. Eso sería un error. Vanity Dust Barcelona, octubre, 2014
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Lobos: encajes
Se tumbaba como una cierva herida por los disparos. La noche era un charco de cemento bajo sus costillas; sus cabellos retorcidos como la sangre de los dioses. Le dolían los pechos, los pechos se agrietaban como montañas. Nunca [alimentarán. Nunca serán vasos. Todo había que cubrirlo con encajes o con plumas. Todo abismo. La limpieza del hueso que se marca. Todo abismo. Todo útero es un nicho de tierra: ella seguía tumbada como el lomo del animal. -rápido, las flores para su pelo, las flores para sus ojos, [las flores para su entierro-. 16
Winterraise
Mis rodillas rugen como chicharras, pero es invierno. Es invierno. Han sudado los vegetales todas sus hojas y sus huesos transfigurados observan los cielos como fondos de pozo. Escarcha y saliva.
Parece como si las manos se extinguiesen del tacto.
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Inmune
en el metro la luz es como un puñado de tierra en la cara, es una lámina animal como un ser pariendo en el hielo. hay que tener en cuenta que a esa profundidad todo ocurre en las entrañas del mundo, cada imagen es un pequeño drama. imaginemos que si hubiese un apagón todo suceso ocurriría en las tinieblas
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pero volvamos al metro. frente a mí se sienta un señor viejo, muy elegante, un estilo inglés que me convence. junto a él se sienta un joven que se ha levantado a mirar el mapa de cerca. el señor viejo le mira el trasero fijamente. no creo que ese señor sea homosexual, más bien creo que observa con nostalgia la firmeza del culo. entre sus piernas se transparenta una botella de vino en la bolsa del supermercado.
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la luz del metro saca lo peor, lo peor del rostro, la brutalidad del futuro inmediato.
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