© de los poemas: José García Obrero © de la fotografía original de la portada y de la solapa: Isabel Torralbo © Maquetación y diseño: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) © de la ilustración de la portada: Raquel Eidem Blázquez y Martín Lucía ISBN: 978-84-942260-7-6 Depósito Legal: SE 632-2014 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de la dirección del autor.
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Poesía En Tránsito Colección de poesía
Mi corazón no es alimento Volumen 20
Mi corazón no es alimento José García Obrero Ediciones En Huida
Pr贸logo
Aunque decirlo así quizá suene a cliché, Mi corazón no es alimento de José García Obrero es una odisea sentimental. De hecho, el título iba a ser Álbum de plazas y estaciones que, pese a carecer del “punch” comercial que las connotaciones amorosas inspiran, parecía mucho más apropiado. La rosa no deja de ser rosa aunque varíe su nombre, tal y como aventura el bardo de Stratford-upon-Avon, por lo que la esencia del poemario no cambia tampoco un ápice si su título fuera otro. El viaje que propone García Obrero a través de la obra es un repaso por varios rincones de la memoria –a veces iluminados por un sacro sol; otras recubiertas por el polvo de un olvidado sueño–, de la vida que inmediatamente antes apenas ni existía hasta el momento de ser escrita. Fueron fugaces recuerdos, emociones peregrinas. Como lo fueron, con caduca intensidad, los cromos amontonados en un descuido de niños que una corriente de aire se llevara a traición por la ventana. Con este vago nomadismo no sólo reconstruye una cartografía sentimental, siendo cada domicilio un poco cuna y cadalso de sí mismo, de los días vividos y aún por vivir. Es también ajuste de cuentas con la memoria en un constante vaivén entre aceras, ceniceros y andenes sin desagüe de penas. Y así, a lo largo de una treintena 9
de postales, el autor expone los instantes más o menos (in)felices que lleva a cuestas hasta el presente, repartidos por sitios que, como los caracoles con infinita paciencia y ajenos a su propia fragilidad, se arrastran consigo. Este “álbum” lo es de rincones conocidos y otros que quizá mejor no haber transitado nunca, y José los distribuye en plazas y estaciones porque es ahí, en esos márgenes del ser-sin-estar, donde empieza y acaba todo a cada instante. Como otrora hiciera Machado, el poeta se desdobla en las miradas del otro. En la del viejo que descansa sentado en el banco de la plaza, bajo una sombra amortajante, que ve pasar en unos minutos infancia, mocedad, festejos y despidos antes de empezar a notar la parca acercarse. En la del amante que espera y desespera en todos los andenes del mundo, con la ilusión de empezar una nueva vida o acabar con la antigua, de nombre soledad. En la del crío de la pelota que patea distraído en la plaza sus últimos deseos de futuro sin saber del alto precio a pagar por cre(c)er que, según dicen los agoreros, es el de desflorar inocencias. El poeta estuvo allí, lo atestigua entre líneas en sus treinta y un poemas. No vio diferencias en ninguna de las estaciones donde paró y penó. Incluso las plazas de Europa podrían intercambiar personajes y escenas como
el viento hace con las hojas de otoño y los besos robados. Sea en Roma, Barcelona o Córdoba, el café sabe igual de amargo cuando se deja de propina un adiós y la lluvia llueve siempre hacia abajo. José ha atesorado instantáneas que marcan a fuego, a lo peor porque esas cicatrices son señal de que el tiempo pasa, que uno crece, y al final a Fausto le reclaman siempre lo que debe. En un cajón de sastre que los psicólogos se niegan a llamar alma, el autor y nosotros prendimos una cerilla por aquella fugaz caída de ojos en el bar que nos caló tan hondo, por esa risa que volvimos a oír en la boca de cualquiera, por la sensación de ser un día niebla y buscar el olvido en calles de hiedra, por guardarnos como avaros en un cajón ceniza enamorada para enterrarnos en ella. Todo principio evoca el final de un trayecto anterior. Bien lo sabe el autor, quien en su “Plaza de Sants”, tan poblada de nostalgias, parte de un tierno balbuceo ante los padres –“tierra”, “tiempo”, “distancia” y “dolor” fue lo que les dijo–, para concluir con una dura “Mudanza” de rotas botellas e inútiles trastos, tal vez trasfondo de la recién estrenada adultez. Pero el hogar no es sólo el suelo que uno pisa, sino un lugar mental que el yo ocupa en la infinidad del mundo. En realidad, ese único espacio que se reconvierte a lo largo de los años por la desazón de ver el tiempo pasar. 11
En tierras italianas, se perderá aún más en los caminos hacia la madurez, callejeando por plazas pobladas de ayer sin mañana. En la “Piazza dei Cinquecento”, por ejemplo, se le deshizo el deseo y se vistió de amargura, la melancolía se tornó dictadura, y del amor se hizo un camafeo. En el fondo, las fuentes de piedra romana se maridan demasiado bien con los corazones de cal, por lo que a José no le quedó más remedio que huir de nuevo a casa –rumbo al Sur, como reza el tango–, que es lo más cerca que está uno de ninguna parte. Y allí, lejos del ruido pasionario, acodado con sed de historias a barras de bar tan anchas como una vacía cama de matrimonio, ya deshuesada la pena, comiendo el polvo de las alacenas más altas, el insecto de Kafka fue visto muchas noches vagabundeando por la “Plaza de la Corredera”. Al cruzar la esquina, el final de la partida (que diría Beckett). La palabra, útero primigenio de la humanidad, capaz de hacerse carne y dios y desaparecer y ser nada, rescató al poeta de su desnortado vagar. Y sabe el autor que, después de todo, la poesía es tierra de nadie, exilio soñado donde se hace de la tristeza trinchera y el cielo hiede a éxodo; sitio sin abrazo de madre, ni agua de Estigia, ni estrella polar. Compilado ahora este Álbum de plazas y estaciones (yo prefiero este título, se pongan como
quiera el autor) es hora de echar cuentas con el pasado y hacer las paces con la vida que, al fin y al cabo, no es mรกs que un lugar de paso. Ivรกn Sรกnchez Moreno Barcelona, 7 de enero de 2014
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Mi coraz贸n no es alimento
A C贸rdoba, Casa-Ra铆z A Santa Coloma de Gramenet, Origen-Final
Uomo solo dinanzi all’inutile mare attendendo la sera, attendendo il mattino. Cesare Pavese …Beso llamas en las murientes hojas del recuerdo. Pablo García Baena No és gran cosa, però és la meva vida. Joan Margarit ...convencido de nuevo de que sí, de que a partir de hoy, acaso, todo lo que tanto he soñado, todavía, pudiera sucederme. Vicente Gallego
Origen
La espera Hay un límite se llame puerto o campo, estación o noche. Hay unos márgenes en cuyo filo volcar la angustia, acomodar el tiempo, esquivar la violencia gratuita y descubrir que no nos dimos cuenta y pasamos de largo sobre tantas raíces, que conviene girar, palparlo todo y vislumbrar, en el hueco del trayecto, una casa. No es alimento aceptar el camino en un baúl sellado, en una cerradura, en el resto de espacio que los otros nos dejan; compartir un camastro o asomarse a la noche 23
con un grito cayendo de la lámpara. No es alimento fingir un sueño cuando el sueño te quema y te desvela, cuando sientes que arrancas con los dedos la corteza de un nombre que creíste olvidado. El corazón sin pulpa para un taxi, dirige el recorrido que lo lleva a las plazas. Lo aproxima a las fuentes para saciar su núcleo. Se lamenta en su sombra de no ser alimento.
Estaci贸 de Fran莽a
Padres Padres La estación es termitero. Bajar del tren es caer de bruces en lo incierto, arrancar de un mordisco la cáscara al pasado y encontrarse de frente un hueso puntiagudo que se clava en el cielo de la boca. Quebrado será fruto que te crece en el vientre, que trepará por dentro como un tallo en la sombra. Deambulas cabizbajo cargando las maletas donde guardas terrones de una tierra rojiza. Afuera te recibe la ciudad de las fábricas que convierte a los lúganos en pájaros sin vuelo. ¿Volveré a ver la encina que devora la luz? Preguntas cuando sientes el calor del asfalto.
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Suburbio A lo alto. Como una plaga que devora el cultivo, como los hongos que coronan la fruta, invaden las fachadas la última colina. El pie busca una tierra oculta en el asfalto y se queda por siempre suspendido en el aire. Nada entrega este suelo a los recién llegados: las flores se han manchado con sangre y con aceite en el solar vacío que cubrirá los cuerpos con su tierra podrida. Los niños nacerán en envases de vidrio. Será frágil el tronco; se romperán creciendo como débiles venas, como lengua pinchada. El cerco de ventanas no permite observarlos
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José García Obrero
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en el vuelo que emprenden en los pies de las moscas de los que caen algunos, en una orilla blanda del arroyo mรกs limpio de una tierra ignorada.
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