Poesía En Tránsito Colección de poesía Mi padre nació en Praga Volumen 31
Mi padre nació en Praga Rosario Pérez Cabaña Ediciones En Huida
© de los poemas: Rosario Pérez Cabaña © de la fotografía original de la portada: Antonio Acedo © Maquetación y diseño: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) © de la ilustración de la portada: Raquel Eidem Blázquez y Martín Lucía ISBN: 978-84-943241-2-3 Depósito Legal: SE 2002-2014 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de la dirección del autor.
Contacte y haga su pedido (sin gastos de envío): ventas@edicionesenhuida.es
Mi padre naci贸 en Praga
A las memorias de Oskar Kokoschka A mi padre. A la memoria perdida
Prólogo Hay propósitos que nos quedan grandes, indagaciones que nunca encuentran conclusión, viajes que no alcanzan su destino. De tal calibre es la aventura vital y poética que Rosario Pérez Cabaña ha emprendido en este libro. Pero esta clase de aventuras no cabe planteárselas en términos de victoria o fracaso. Son estas expediciones inciertas las que, a falta de éxitos y de certezas, nos proporcionan otro tipo de recompensa. Rozar con la yema de los dedos la belleza y el temblor; habitar sin condiciones el misterio de estar vivo. No son pocos los temas ni las preguntas que plantean Mi padre nació en Praga. El libro es un recorrido por la irregular y amplia geografía de la identidad, el pasado y el arte. En palabras de la propia poeta, el material con el que trabaja aquí es la memoria: la memoria recordada, la inventada, la perdida (un completo catálogo que recorre estremecida pero puntillosa, sin ahorrar detalle ni dolor). Y para ello utiliza sus propios recuerdos, entreverados con los del pintor Oskar Kokoschka y los de su propio padre. 9
Uno de los mayores logros de este poemario es que no hay artificio ni rebuscamiento en las preguntas que plantea. Su profundidad no se aleja nunca de lo natural, de lo vivido en propia piel. Rosario se posiciona como una investigadora que se acerca con honestidad para estudiar los cuadros, la enfermedad, el amor, todo en primera persona (aunque las personas se entrecrucen). Y las preguntas parecen nacer solas, con tan solo poner atención e implicación en la mirada; parece fácil el punto de partida, decir que construimos nuestra identidad a partir de los recuerdos. Yo fui, yo hice, yo estuve... pero a poco que persistamos, surgen las dudas: ¿Por qué si yo soy mi memoria, esta es tan caprichosa y se rige por sus propias leyes? ¿Por qué recordamos el color de la falda que llevabas aquel día y no tus palabras? ¿Por qué tenemos la vívida sensación de haber estado en una ciudad que, según nuestra estricta biografía, jamás pisamos? ¿Qué es memoria, qué es imaginación? Pasado el tiempo, ¿toda memoria es imaginada?
Rosario pregunta, duda, atisba, tantea, y hasta responde, no importa si de forma consciente; la cuestión es que sus versos profundizan y se comprometen, no se escabullen. Y con ella, poco a poco, vamos descubriendo —recordando— que nuestra memoria no es lineal, tal y como no es lineal nuestra historia. Al mezclar su vida con la de otro artista, resulta siendo obvio que el arte nos presta a veces recuerdos que no son nuestros. Años después me reconocí en la pared de un museo. El arte es una vida paralela a la otra; y por ello, Rosario y Oskar intercambian su mirada, como si fueran dos personas que se han conocido, o incluso a veces como si fueran la misma en sucesivas y coincidentes reencarnaciones. Mi padre solo tuvo un hijo,/que fue mujer y poeta/y hombre y pintor. El arte es una íntima conversación entre dos seres que se hablan en voz baja. Es una forma de disolución de los límites temporales y espaciales. Estoy aquí, en esta habitación, pero también estoy en este libro. Una vez caminé por el bosque de aquel cuadro. Algunos compases de esta canción los estoy componiendo yo. Sentir el arte es no sólo recrear, sino también abrirle 11
sucursales a nuestra propia vida. Ver cómo le crecen ramas a nuestro tronco. Plasmar detalladamente, desde la observación directa, lo que ya no está. El arte es imaginación en tanto que es recuerdo. Se recuerdan los hechos, pero también se recuerdan los sueños, los propios y los prestados. También el pasado es onírico, lleno de símbolos, de inexactitudes, de levedades e incongruencias. Lo que fue tiene tanto peso como lo que no fue (¿no fue?). Cada vez que recordamos, el pasado se hace presente. Y así nacemos y morimos varias veces, y podemos contar cuántas partes de nosotros han reventado, se han disuelto, se han gangrenado... para dejar lugar a nuevos miembros. Hay tantas vidas y tantas muertes... Hemos de morir para continuar viviendo nuestra vida. Hemos de morir para crecer. Otros han de morir para que crezcamos. Hemos de quedarnos solos para aprender a rezar, para aprender a esperar, para aprender a amar. Hay lugares de nosotros mismos a donde solo llegan las metáforas. Posaba para mí, para que yo la trajera de vuelta...
Los poemas de Rosario son abono para nuestras propias reflexiones y recuerdos. Sus poemas nos empujan a pensar y sentir que si la memoria no es tan válida como pensamos para componer nuestra identidad, sí lo es para fabricar experiencia, emoción, arte. Es la materia del artista, que disuelve los lazos, funde las vidas, nos da nuevos parientes llegados desde cualquier parte del mundo, desde cualquier siglo. Yo soy hija de mis padres, pero también de Carver y de Vermeer. El arte, dice Rosario, es “el alma que se hizo carne y habitó entre nosotros”. El arte, como la memoria, selecciona, adorna, transmuta, cuenta de todas las historias la que se hizo herida para volverla por fin cicatriz (aunque puede que cuando la herida esté curada, duela más). Adentrarse en la obra de alguien es siempre adentrarse en él (y en una misma). Y el amor, claro, el amor. Nos dimos todo lo que teníamos dentro, transfundimos las sangres, los recuerdos. ¿Qué es el amor, sino eso mismo, mezclarnos los recuerdos? Y el final del amor, que no es otra cosa que la incapacidad 13
para generar más recuerdos juntos. O también empezar a contar nuestra historia en dos versiones distintas. Desincronizar nuestros pasos. Y cuando al fin florecieron espigas en mis dedos, tú ya no estabas para calmar tu hambre. De esta manera llegamos a la última parte del poemario, la que plantea las preguntas más dolorosas y de más difícil respuesta: ¿Qué ocurre cuando olvidamos? ¿Quiénes somos? ¿Dónde está el que no recuerda? ¿Es? ¿Recordaba la mente, recordaba la mano, recordaba el cuerpo, recordaba yo? ¿Sólo somos en presente? ¿Quién es el recordado? ¿Quién, el que está y no recuerda? ¿Vivimos, somos entonces en los recuerdos de otros, de aquellos que nos quieren, de aquellos que compartieron camino? Pero, imagínate, si nuestra memoria es caprichosa con los lugares y las experiencias que vivimos en primera persona, ¿cómo no será a la hora de prestársela a otro? ¿Son mis recuerdos fieles a los tuyos? ¿Soy yo fiel a ti? ¿Si soy depositaria de tu memoria, lo soy también de tu identidad? ¿Puedo con esa responsabilidad? ¿Lo haré bien? ¿Si te recuer-
do, si te vivo, será más fácil también dejar de juzgar, comprender al fin, desandar el camino siguiendo tus pasos? Estoy construyendo tu memoria. Intento, padre, ser niño contigo. Yo, que no fui niño contigo, voy a levantar tu memoria. Todo esto —y seguro que mucho más— es lo que tiene que decirnos este poemario, lleno de lecturas, de saltos de una vida a otra, entre mordiscos y caricias: el arte, el temblor y la ternura son las respuestas que permanecen. Quizá no las que nuestra ansiedad de concreción, de identidad, de amarres, espera. Quizás no respuestas racionales. Pero han de bastarnos, y milagrosamente bastan. Nunca nos encontramos del todo; por eso quizá es tan difícil terminar de perdernos. Siempre estamos incompletos, y por eso también ilimitados. No somos una novela. Somos un poema. Las palabras y también los espacios en blanco, los versos y su ruptura. Somos un cuadro. El paisaje y todas sus perspectivas, también las que se quedan fuera de lo enmarcado. A las trampas de la memoria y la identidad, oponemos los dones del arte, el amor y la resurrección. 15
Después de mi primera muerte... A estos versos bellísimos y sabios los atraviesa una música melancólica, pero finalmente resultan sobre todo liberadores. De todos aprendo a olvidar. Todos me enseñan a deshacer el camino. Tenemos poco, casi nada a lo que agarrarnos; pero también por eso mismo volamos, de una mente a otra vida, de otra vida a un cuadro, de un cuadro a otra época. Nunca estuvimos ni estamos del todo en ningún sitio; pero si perdemos el vértigo podremos disfrutar el paseo en esta tarde de lirios, de moscas, de vides, con flores de moho en las orillas del camino. La cuestión es si necesitamos hacerlo como huida; o si aprendemos a decir casa un poco en todas partes. Si nos quedan las ganas. Incluso en el vacío. Donde no haya quien nos separe. Donde vida y poesía sean una. -Ana Pérez Cañamares-
Cada uno en el otro engacelados -Carlos Edmundo de Ory-
Testamento
(Codicilo para los hijos de mi padre) les dejo el tiempo, todo el tiempo -Eliseo Diego-
Mi padre solo tuvo un hijo, que fue mujer y poeta y hombre y pintor. Un hijo único que le dio forma al hierro, coleccionó estampas y cromos, imaginó la vida desde autobuses repletos, fue materia de estudio en las escuelas de arte, amó y se dejó amar por hombres devorados y [mujeres hambrientas, se confundió a menudo al mirarse en los espejos y tuvo la costumbre de nacer, como mínimo, más [de una vez.
19
Solo por este motivo no pude nunca encontrarme: porque nací en la ciudad de Pöchlarn, y cuando volví a nacer en una ciudad del sur de Europa me cogía algo a trasmano venir a verme, aunque fuera con el leal propósito de conocerme a mí misma en esta forma distinta de mujer recién nacida y con las manos abiertas. Cumplí los ochenta poco antes de nacer y a lo largo de mi vida tan solo coincidí conmigo el día de la lectura del testamento de mi padre. Allí me señalaba con su dedo tallado de artrosis y de abrazos como heredero universal, dejando, eso sí, claramente escrito, que de todos sus hijos solo al artista le dejaba en herencia su memoria.
Y habitó entre nosotros
(El día que entré por primera vez en el salón de Oskar Kokoschka) “Alma, mi amor, no entres”. No quiero que suceda lo que ya sucedió, lo que va a suceder. (“Alma Mahler Hotel”, José Hierro)
Hubo una risa lejana calentando el fuego. Un fuego con olor hiriente a carbón sin jazmines, condenado a la hoguera, expuesto en las plazas públicas, penado a consumirse en sí mismo ante las risas infames de las oscuras bocas. Hubo un pincel. Y unas manos. Y varias vidas [resbalando por el borde ahumado del cenicero. Hubo el fantasma de unos dedos en el piano. Espíritu encorvado que, según los más ancianos, se escapa del aliento de los muertos en tardes como esta. eeh
Rosario Pérez Cabaña
eeh
Hubo un sexo abierto, ruin y amargo, que una certera pincelada cerró para siempre. —Alma no está. Puedes entrar. Y entré. Me acomodé entre los restos de las copas y los huesos y apagué el fuego. Sentí el vaivén opiáceo del color, de la carrera ya lejana de la llama, de la cercanía pesante de unas venas que exudaban la pureza orgánica del azul y el ocre. Entré tan adentro de aquel útero de hombre que lloré como deben de llorar los fósiles: quietos y con memoria. Y mientras lo hacía, sentí el ruido del viento que precede a los terremotos y a los años, que esta vez anunció, sin manto ni culpa, que el alma se hizo carne y habitó entre nosotros.
Confusión Pisábamos la tierra y crecían cenizas. Así anduvimos por el mundo sin ser vistos, sofocándonos en los canales de agua turbia que corrían por las calles. Tú reclamabas mi cintura y yo tus nubes. Y ardíamos y nos apagábamos como los campos y las piras funerarias. Nos dimos todo lo que teníamos dentro, transfundimos las sangres, los recuerdos. Hasta las palabras se nos confundieron en las bocas, tanto que terminamos lamiéndonos las propias manos, sin saber quién era uno y quién era otro.
23