Mysterium
Juan Cobos Wilkins
Ediciones En Huida
Colecci贸n Extravaganza
© de los textos: Juan Cobos Wilkins © de la foto de la portada: María Clauss © de la foto de la solapa: Guevara Orjuela Coordinador editorial: Ediciones En Huida Maquetación: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) ISBN: 978-84-941027-5-2 Depósito Legal: SE-782-2013. Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de los editores. Contacte y haga su pedido (sin gastos de envío): ventas@edicionesenhuida.es
Índice El Teatro Oferta y Demanda El Sacrificio del Poeta La Imaginación Pervertida Revelación Monólogo de Niña con Muñeca Martirio del Hada Velatorio Sólo el Misterio
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Mysterium Bajo el título Mysterium –Teatro– he reunido textos que no me atrevería a afirmar que pertenezcan de forma ortodoxa, en sentido canónico, al género teatral. De hecho, no sabría colocarles ninguna etiqueta. Ni falta que hace. En todo caso, viven en un territorio de frontera fértil, respiran una feraz transgresión de géneros que siempre he amado y me ha permitido disfrutar como creador. Son piezas breves, brevísimas algunas, escritas a lo largo de un ya dilatado periodo de tiempo. Nacimiento, gestación, son muy diferentes en cada caso. De uno de mis primeros poemas, escrito en los años 70 y publicado en Taller de Poesía (revista editada por la Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense, Madrid), surge Velatorio; mientras que Oferta y Demanda es una adaptación, o mejor recreación, o más certeramente aún: reinvención, escrita en 2012 de mi relato, prácticamente homónimo, incluido en el libro Siete parejas y un solitario (Plaza y Janés, 2005). Valgan como ejemplo estos dos, inéditos ambos textos hasta hoy. ¿Qué contar de otros?, quizás que Sólo el misterio vio la luz en el número 15, diciembre de 1984, de la gran revista
de teatro El Público, entrega que rendía homenaje a Lorca, al cumplirse el cincuentenario del estreno de Yerma por la Xirgu, pero lo publicado en aquellas páginas fue una primera versión reducida y con notables diferencias con la mucho más amplia que aquí se ofrece. La imaginación pervertida, que dio título a mi primera antología (Icaria, 1992) y El sacrificio del poeta aparecieron como separatas de mi revista muy amada Con Dados de Niebla, ahora los entrego con levísimas variaciones. Aunque alguna pieza, como Teatro, que abre este volumen, ha sido representada (lo fue, dirigida por Alfonso Zurro, en el Día Mundial del Teatro, del año 2006, en la Escuela Superior de Arte Dramático de Sevilla), otra, Monólogo de niña con muñeca, llegó a los espectadores como teatro leído (por la actriz Mapi Galán, y el autor) en el famoso Café del Foro, de Madrid, y una tercera, Oferta y Demanda, aguarda su estreno, también en Madrid, como microteatro, por la compañía Luzbel Teatro, creo que el espacio de “representación” de estas obras no es necesariamente el escenario teatral al uso, y su puesta en escena implicaría y abarcaría otras manifestaciones artísticas, ámbitos no convencionales, escenografías nacidas de la materia de los sueños e interpretaciones honda y dramáticamente imaginativas, incluso, a veces, intérpretes imagina-
rios e imaginados. Toda una complejidad que, no obstante, es sencillez pura, pues no precisa más que la mente libre del lector, el limpio corazón del espectador, y viceversa. Es decir, como el juego de un fantasioso niño solitario, así cobra vida el Misterio.
J.C.W.
Mysterium
Juan Cobos Wilkins
Ediciones En Huida
Colecci贸n Extravaganza
El teatro
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En escena, una butaca igual a las de la sala. Sentado en ella, el Espectador. Ante él, de pie, el Actor. El Actor se aproxima al Espectador. Como reconociéndolo, lo rodea, da una vuelta en torno a su asiento. Por detrás, desde la espalda, le susurra algo al oído y el Espectador comienza a reír. Rápidamente vuelve a susurrar, pero esta vez en el otro oído, y ahora el Espectador rompe en sollozos. El Actor coloca su mano sobre el pecho del Espectador, en el lugar del corazón, y él cesa de llorar y se levanta. Actor y Espectador intercambian sus lugares: ahora es éste quien está en pie, y aquél, sentado. Ambos se zarandean por las solapas, sacan a la vez sendas pistolas, se apuntan uno al otro... disparan simultáneamente. De los cañones surge confeti de colores o una flor... Los dos en pie y frente a frente se dedican una mutua reverencia. Luego, hacen un gesto con los brazos como mostrando y abarcando el patio de butacas, el escenario, todo el recinto. Se llena entonces la escena de pequeñas lucecitas plateadas que semejan estrellas y, de fondo, se escucha —de forma perfectamente reconocible— el sonido del mar, olas rompiendo...
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Tras unos segundos, silencio y oscuridad total. Actor y Espectador habrán hecho, mientras, mutis. Escena vacía. Y una voz anuncia: Señoras, señores... ¡El Teatro!
Oferta y demanda
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Habitación, un atril con cuartillas, una mesa de despacho, un sillón tras la mesa y delante una silla. El Cliente viste ropa sport de calle. La Vendedora más arreglada y clásica, elegantemente maquillada, lleva un parche cubriendo uno de sus ojos. El Narrador completamente de negro. Cliente: Buenos días. Vendedora: Buenas noches. Cliente: ¿Noche? Son -consulta su reloj o su móvil- exactamente las doce. Las doce en punto de mediodía. Vendedora: Ah, la que antes llamaban la hora del ángelus... Día, noche, luz, oscuridad... qué más da. Aquí es igual. Además, yo soy ciega. Narrador -en pie ante el atril-: Casi ciega. 19
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Vendedora: Ciega como la de la espada y la balanza..., ya sabe. Cliente: ¿La Justicia? Vendedora: Sí -irónica- ¡la Justicia! Pero, por favor, tome asiento. Y dígame -amabilísima, persuasiva, sonriendo-: ¿Qué se le ofrece? Narrador: La tienda había llamado su atención y, sin saber por qué, lo atraía como un extraño imán desde que, extraviado, buscando una dirección con la que no lograba dar, se vio en un callejón sin salida, cerrado al fondo por una tapia en la que alguien había escrito con pintura de un melancólico color indefinible esta ingenua pero conmovedora pintada: Vendedora y Narrador -al unísono-: No me dejes No me dejes solo No me dejes solo las tardes Cliente: No me dejes solo las tardes de domingo.
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Narrador: Desde entonces, la tienda ocupó su pensamiento, entró en su sueño, obsesionó sus frecuentes insomnios. Y se propuso regresar. Vendedora -golpeando con la yema de los dedos la mesa-: En qué puedo servirle? ¿Qué desea? Cliente: Pues... Vendedora: ¿Compra o vende? Cliente: No sé. Vendedora: Como tantos otros al cruzar esa puerta, no se preocupe, no es usted el primero. Pero después cambia todo. Cliente: Verá, yo he entrado por el nombre de la tienda: 21 Gramos, y por el escaparate. 21
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Vendedora: Que está vacío. Cliente: Sí, vacío. Le confieso que todo esto ha despertado enormemente mi interés. Me intriga. Vendedora: Ya..., un escaparate sin nada que mostrar y un nombre que no le sugiere ni le indica nada, y sin embargo, ¿verdad, señor?, eso, precisamente eso, es lo que le ha traído hasta aquí, ¿no es así? Narrador: Esta madrugada, antes de tomar la decisión de ir, por fin, a 21 Gramos y entrar, el caballero se despertó sobresaltado, muy inquieto, no lograba recordar el sueño que le había causado tal desasosiego, pero, tras beber, aún temblando, un vaso de agua en la cocina, sintió la necesidad de escribir en los cristales empañados. Cliente -como si efectivamente escribiese, traza en el aire estas palabras, al tiempo que las va pronunciado igual que si, sonámbulo, hablase en sueños-: Vacío. Un mundo vacío. Desollado.
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Vendedora -amable pero ya algo imperativa-: Por favor, no podré atenderle si no me responde. Cliente -como volviendo en sí-: Perdón, ¿qué me decía? Vendedora -armándose de paciencia, con cortesía profesional-: Hablábamos de los motivos que le han traído hasta aquí y... Cliente -interrumpiéndola-: Sí, sí, el escaparate sin nada y el nombre de este establecimiento. Vendedora: Correcto, y yo le preguntaba si compraba o vendía. Saber esto es absolutamente imprescindible... para usted. Cliente: ¿Para mí? Vendedora: Sobre todo, para usted. Cliente: Sigo sin saber qué responder. 23
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Vendedora: Bien, será mejor que empecemos por el principio, por lo que ha hecho que ahora disfrute la inmensa fortuna de tenerlo ante mí. Una de las razones, me dice, es el nombre del comercio: 21 Gramos. Al parecer, en el instante mismo de la muerte, en ese preciso Narrador -interrumpiendo-: O impreciso. Vendedora -mira displicente hacia donde viene la voz del Narrador-: En ese preciso o impreciso tránsito de la vida a la muerte, justo en ese momento, el cuerpo pierde peso, exactamente esa cantidad: 21 gramos. ¿Lo sabía?, ¿conocía ese dato? Cliente: No, no, ¿de verdad?, ¿eso es cierto? ¿Y qué sucede con esos gramos? Vendedora: Nadie sabe qué sucede. (Pausa. Silencio.) Sencillamente, se esfuman. Como el conejo en la chistera del prestidigitador, ¡pluf! desaparecen. 21 gramos.
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Cliente: Quizás sean la soledad. Unos pocos gramos y, sin embargo, cuánto pesa. Vendedora: Puede. Cliente: O acaso el peso de la propia vida. Vendedora: El lastre que se queda atrás, que ya no se necesita. La naturaleza es sabia. Cliente: O la carga de los recuerdos. Vendedora: Quién sabe. Especular desgasta. Narrador: Especular no es gratis. Vendedora: Lo que sí dicen algunos es que es el peso del alma. 25
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Narrador -buscando entre sus papeles-: En un platillo de la balanza, el corazón; en el otro, una leve pluma. La psicostasia de nuestros antepasados. Cliente: ¿El peso del alma? Vendedora -se lleva el índice a los labios y mira a uno y otro lado-: ¡Chiiisss...! -burlona, irónica- Si se tiene, claro, si se tiene... Si todavía se cree en eso en estos tiempos. ¡El peso del alma, nada menos! -bajando la voz y aproximándose, cómplice, al Cliente- Pero nos pareció un nombre muy adecuado para nuestra tienda. Cliente: ¡Vamos! ¿No irá a decirme que ustedes compran las almas? Ese cuento de Mefistófeles y el pacto fáustico... Vendedora: Desde luego que no, ese mercado ya está copadísimo, es un monopolio. Y cualquiera se atreve, no, no, digamos que en ese terreno... con la Iglesia hemos topado. Narrador: Además, después de Goethe, ya para qué.
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Cliente -sarcástico-: ¿Entonces? ¿Acaso guardan aquí todos esos gramos perdidos, los van acumulando poco a poco hasta...? Vendedora -también mordaz-: Sí, los conservamos en un sótano secreto invisible dentro de sarcófagos egipcios invisibles. Tenga cuidado, están bajo nuestros pies. Cliente -continuando la broma-: Y luego los venden al mejor postor. A millonarios que quieren evitar el momento terrible del tránsito, a los poderosos que creen que cambiando su propia expiración por la de otros van a burlar ese oscuro, ese insondable instante. Todo sin dejar huella, sin rastro alguno, todo invisible, todo intangible, como es el Poder. Vendedora: Con satisfacción compruebo que el señor, que parece tener una mente literaria, cultiva, junto a la imaginación, un buen ojo para los negocios. Una combinación que, bien aprovechada, resulta muy rentable. Narrador: Aún resta carecer de escrúpulos. Pero todavía hay poetas que confunden escrúpulo con crepúsculo. 27
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Cliente: O quizás..., sí, eso es, su venta es más soterrada aún: a multinacionales acusadas de no tener alma. Vendedora: Patente su idea. En cuanto alguien consiga meter en un bote los 21 gramos será un éxito. ¡El caviar invisible del alma! Habrá máquinas expendedoras, como las de refrescos, por todas partes. Patente la idea, se hará muy rico. Cliente: Algo que todavía no ha sido objeto de comercio... un milagro. Vendedora: Precisamente los milagros son terreno abonado para grandes y lucrativos negocios. Y, como deben ser... Narrador -terminando la frase de la Vendedora-: ...inexplicables, secretos. Vendedora: La fe, además de virtud, es..., ¿cómo le diría...?, como una vanguardista, una pionera de lo virtual. Y la mejor vendedora, la mejor empresaria.
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Narrador: Un mundo desollado. Invisible, intangible, negocio, poder. De la vulgar piedra a la piedra filosofal, desde el Big-Bang al tic-tac del presente. Y por supuesto, lo más rentable: el futuro. Los devoradores de futuro son insaciables con el tic-tac tic-tac del presente, y fingen, se disfrazan, se metamorfosean, reptan por la línea de los electrocardiogramas como por la línea quebrada de la Economía. Ayer mismo se vendió al Estado la última luz de la última luciérnaga. Y el Estado, a su vez, la subastó para seguir siendo Estado en la sombra. Vendedora: Pero, volvamos, regresemos, nada de eso tiene que ver con esta sencilla tienda, recóndita, perdida, ni conmigo, una simple vendedora ciega. Narrador: Casi. Casi ciega. En un mundo solo de ciegos, ¿el tuerto sería il capo, el pope, sería el amo, el rey...? ¡Nooo..., el tuerto estaría en la cárcel! Y viceversa, si todos fuesen tuertos. Vendedora -tras mirar, visiblemente molesta, al lugar del que proviene la voz-: Nada de eso guarda relación con usted, amable caballero, que ha entrado aquí de una manera tan, ¿cómo decirlo?, tan romántica. ¿Sabe?, yo también quedé una vez sorprendida por 29
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una pintada que encontré en una ciudad del Sur, decía: “En primavera es peligroso el mundo”, era como un dardo certero. Certero, pero dirigido a dónde..., ¿usted diría que se trata de una pintada política o de amor? Cliente: Diría que es hermosa. Vendedora: ¿Algo más? Cliente: Y diría que es rebelde. Narrador: ¡Cuidado! Belleza y rebeldía, una conjunción peligrosa, una unión subversiva. ¡Mucho cuidado! Vendedora: Rebeldía y belleza. Qué arriesgado, señor, qué expuesto... Yo investigué hasta averiguar que era un verso de un joven solitario. Pero, ¿sabe qué hicieron con aquellas palabras?, ¿no?, ¿no se lo imagina? ¡Orinar!
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Narrador y Vendedora -al unísono-: ¡Orinar sobre ellas! Cliente: En este mundo la primavera resulta peligrosa. O se la convierte en mercancía. Vendedora: Bueno, bueno..., verdad, belleza, rebeldía..., de eso hace ya tanto tiempo..., ¡era otro mundo! Y además, usted ha superado la prueba. Cliente: ¿La prueba?, ¿qué prueba?, No sabía que estuviera siendo examinado. Vendedora: Naturalmente que no, y así debe ser, si lo supiera se pondría en guardia, y entonces no habría pureza en nuestro posible trato. La mercancía, degradada, falsificada, perdería todo su valor. Narrador: Día o noche, ya es la hora. Tic-tac, tic-tac, tic-tac. 31
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Vendedora: Usted ha entrado aquí atraído por el nombre y el vacío. Bien, ya sabe el por qué de 21 Gramos y qué pueden ser. Narrador: O no ser. Vendedora: Ahora, va a saber cómo, con qué, se llena la nada. Nuestra nada. Puesto que todo lo vendible ha sido ya vendido; todo lo comprable, adquirido... Narrador -interrumpiendo-: Y toda mentira convertida en verdad. Vendedora: ...nosotros hemos decidido dar un paso más allá en el Mercado. Ir un poco más lejos. O más hondo. Narrador: Tic-tac, tic-tac. Su hora. Escuche. Vendedora: Cuando a alguien ya no le cabe más dolor, cuando alcanza el límite de su tristeza y añada a esto todas las variantes:
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Narrador: Desamparo. Vendedora: Melancolía. Narrador: Aflicción. Vendedora: Abatimiento. Narrador: Tribulación. Vendedora: Tristeza, desconsuelo, angustia... cuando ya no puede con nada más de todo eso, viene aquí y nos lo vende. Nosotros valoramos y... adquirimos lo que le sobra. Sólo lo que le sobra. Para hacerlo menos melodramático, más familiar, llamémoslo el exceso de equipaje, el sobrepeso. Cliente: Los 21 gramos. 33
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Vendedora: Si gusta verlo así... En realidad, es el principio de cualquier transacción, el origen del comercio. La necesidad. Exceso y carencia. Cliente: Pero convendrá conmigo en que la “materia” de la transacción es poco habitual, poco normal. Vendedora: “Habitual, normal... Materia...” Términos del ayer, conceptos antiguos, superados. ¿Qué normal, qué materia, queda ya disponible? Nada. Sólo sueños. Sólo emociones. Cliente: ¡Pero de eso estamos hechos! Vendedora: Y eso nos deshace. Narrador: Tic-tac, tic-tac, tic-tac. Vendedora: Tenemos clientes en todas las partes del mundo. Y, por su-
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puesto, actuamos con la más absoluta discreción, intervenimos con la más rigurosa confidencialidad. Ofrecemos garantía plena. Afortunadamente, nunca hasta hoy nos ha reclamado nadie su por ciento de desesperación o nos ha devuelto una mínima porción de desconsuelo. Narrador: Jamás. Vendedora: Puede estar seguro, nuestra firma es sinónimo de eficacia, lealtad y confianza. Cliente: ¿Y esa clientela...?, perdone que le haga tantas preguntas pero usted comprenderá que... Vendedora: No se preocupe, pregunte cuanto quiera, es comprensible. La clientela..., se sorprendería, ah, es nuestro orgullo, selecta, selecta. Cliente: Y por supuesto se reservan cuidadosamente el derecho de admisión. 35
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Vendedora: Al decir “selecta”, me refería a la íntima pureza del dolor, a la calidad intensa de la emoción, a la excelencia del sentimiento, no a sexo ni a raza ni a condición social ni a religión, no, para 21 Gramos, eso desde luego no cuenta. Lo que sí importa y hay que tener presente, si se desea el trato más idóneo y a la par exquisito, es la procedencia de la emoción. A la hora de una justa transacción no es lo mismo la melancolía de, digamos, un escandinavo por sus auroras boreales que la de un inmigrante por su propio corazón. Narrador: Ni incluso en un mismo territorio. Por ejemplo, ése llamado, más o menos, España, ése es realmente complejo para la oferta y la demanda. Cliente: No es fácil deshacerse del dolor. Vendedora: Ah, ¿pero cree que sólo vienen a vender su dolor, su angustia? Narrador: Aquí no se subastan los gritos de Munch.
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Vendedora: La ley del Mercado. Oferta y demanda. Nuestros amigos, como nos gusta considerarlos y, si me permite decirlo, tales, para orgullo de la casa, se sienten ellos, nuestros amigos fluyen en ambas direcciones, como los vasos comunicantes. Cliente: ¿Debo entender que también acuden en busca de sufrimiento, a comprar desasosiego? (La Vendedora hace el gesto de tocar las palmas, pero sin que suenen, el aplauso que en realidad se escucha es el del Narrador) Vendedora: Bravo. En cuanto entró supe que el caballero comprendería, que era uno de los nuestros. Y luego, cuando contó lo de la pintada... Créame, hay mucha gente que quiere comprar, que necesita en su vida un poco de melancolía, algo de inquietud... Narrador: Una madrugada de desconsuelo. El Cliente -tímido al principio pero más fuerte en cada intervención, entra a formar parte del rápido diálogo que va in crescendo-: Una tarde de turbadora tristeza. 37
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Vendedora: El relámpago de una traición. Cliente: La roja punzada del rechazo. Vendedora: El vacío de un desamor. Cliente: El vértigo de la renuncia. Vendedora: El frío del abandono. Cliente: El escalofrío del hipócrita. Vendedora: El beso último de la desesperanza. Vendedora: El remordimiento.
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Cliente: El miedo. Vendedora: La indefensiĂłn. Cliente: La derrota. Vendedora: Los que pintan en el muro: Cliente: No me dejes solo las tardes de domingo. Vendedora: Los que pintan en el muro: Cliente: En primavera es peligroso el mundo. Narrador -mofĂĄndose, con ironĂa-: No me dejes solo en primavera, el mundo es peligroso las 39
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tardes de domingo. ¿Y detienen a los que se orinan en esas pintadas? Vendedora: Ya sabe, siempre buscamos lo que nos falta, siempre imaginamos cómo sabrá el caramelo que le tocó al otro niño, siempre queremos su juguete. Narrador -como un vendedor ambulante que pregona su mercancía-: ¡Ni por setenta, oiga, ni por sesenta, tampoco por cincuenta, no, mire, ni por cuarenta y pico...! Vendedora: En 21 Gramos se compra o se vende lo único que resta de esclavitud y libertad. Lo único que puede ofrecerse y adquirirse aún con pureza. Narrador: ¡Ni por treinta y nueve ni por treinta y cinco, qué locura, ni siquiera por treinta monedas...! ¡Vamos! Vendedora: En realidad, quien vende su excedente de dolor y quien lo adquiere son caras de una misma luna, son cruz de una misma expiación.
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Cliente: Esa pureza única que aún puede adquirirse y ofrecerse. Lo único que queda. Vendedora: Así es. Y ahora, señor, que hemos llegado ya hasta aquí, ahora que ya no hay vuelta atrás, ahora que puedo llamarle amigo, ahora que ya lo sabe todo... Narrador: Casi. Casi todo. Vendedora: Ahora, dígame, y no se preocupe del por ciento, del por ciento, de... los gramos... ya hablaremos después, ahora dígame: ¿usted compra o vende?
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