PUERTAS GIRATORIAS

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Ediciones En Huida

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PROSA -:- Puertas Giratorias -Esperanza García Guerrero - 4

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Esperanza García Guerrero Puertas Giratorias Escritora de fértil memoria, Esperanza García Guerrero nació en Sevilla y es Auxiliar de Enfermería, profesión que ejerció durante más de una década hasta que los hilos del destino la devolvieron a su vocación inicial de la escritura.

Puertas Giratorias Esperanza García Guerrero Ediciones En Huida

En 2007 fue seleccionada en el I Premio Nacional de Poesía Hipálage, en 2009 obtuvo el Premio de Poesía Myrtos, en 2010 recibió desde Buenos Aires el galardón literario “La Orden de la Manzana” y en 2011 publicó su primera obra en solitario, la plaquette poética Magia Clandestina (Ed. Lautaro). Ha colaborado con sus relatos y poemas en numeras antologías y revistas como Groenlandia o Manual de Uso Cultural (Universidad de Málaga). Ha coordinado numerosos proyectos culturales y forma parte del Proyecto Fahrenheit 451 Las Personas Libro de Sevilla. Puertas Giratorias (Ediciones En Huida, 2012) es su primera obra narrativa. Trece relatos en los que se entrecruzan personajes y destino. Una obra que proporcionará al lector entretenimiento y literartura a partes iguales.



Puertas Giratorias Esperanza GarcĂ­a Guerrero Ediciones En Huida


© de los textos: Esperanza García Guerrero © Maquetación y diseño: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) © de la ilustración de la portada: Sr. Plástiko ISBN: 978-84-940091-9-8 978-84-940091-9-8 Depósito Legal: SE 4472-2012 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de la editorial. Contacte y haga su pedido (sin gastos de envío): ventas@edicionesenhuida.es


Índice •-•

Cuestión de fe La breve historia de Olimpia Cuando el añil era un color La predicción La sonrisa de Guadalupe La flor del Obelisco Días de compras Para Laura Semáforo en ámbar Puertas giratorias 30 de agosto El regreso Urum

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Puertas Giratorias Esperanza GarcĂ­a Guerrero Ediciones En Huida



Prólogo •-• Por Pablo Fernández Barba

Las puertas giratorias siempre han sido un juego de niños, un improvisado tiovivo en el que nunca se sabe si se entra o se sale. O en el que entrar y salir es la misma cosa. Entrar en el mundo de la ficción, de la narración. Salir de una realidad para entrar en otra. Y recrearse en el proceso, no en el resultado. Avanzar para volver al origen; girar para quedarse en el mismo punto. El hombre del Audi TT, la huidiza Olimpia, la sugerente Rosalía, Guadalupe y su ardiente envidia, Sixto Mendoza, Isabel y su odisea para encontrarse con su hijo… Personajes que cruzan estas puertas giratorias en busca de un destino. En la búsqueda… hasta llegar al punto y final del relato. Naciendo y muriendo entre un puñado de letras. Respirando entre renglones de vida. Estas puertas giratorias son conjuros de tinta ante el paso del tiempo, puertas abiertas en las que estos personajes consiguen encontrar un destello de la brillante luz que irradia la esperanza. Y seguimos girando. Pablo Fernández Barba Coordinador de Relatos Mínimos, volumen nº 3 de esta colección. 7



Puertas giratorias •-•

A la memoria de mis padres A mi nieto Álvaro porque sus pasos son el futuro



“En el principio del tiempo existió tu olor y la inocenciade la risa”



Cuestión de fe

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Se vistió según las indicaciones exigidas. Es de-

cir: traje de chaqueta oscuro, camisa blanca acompañada de corbata azul y, como era habitual en estas ocasiones, su más apreciado talismán, los gemelos con el símbolo del dólar.

Ya en la calle, caminó los veinte pasos correspondientes hasta su Audi TT negro. Cuando lo alcanzó, pasó la mano sobre la puerta para sentir el tacto de la carrocería. Antes de arrancar, miró por el retrovisor si estaba bien camuflada su incipiente calvicie y, cerrando los ojos, acarició la cola de liebre que guardaba en la guantera. Al llegar al lugar indicado, un garito situado en un polígono industrial cercano a la autovía N-IV, le esperaba en la entrada ese tipo rapado que le presentó Juan.No le gustaba nada su cara de boxeador retirado, pero la propuesta que le hizo cuando lo llamó, fue muy interesante. Así que aceptó. Al entrar en la sala le desconcertó la potencia de las luces, el suelo enmoquetado de rojo que impedía oír los pasos, y, sobre todo, la música de Vivaldi. No hallaba 13


ninguna señal que emitiera buenas vibraciones. Sin embargo, alejó ese desconcierto achacándolo a las rarezas de la gente de dinero. El tipo le presentó a los cuatro jugadores, y después de una partida al billar para relajar tensiones, se inició la timba. Comenzó perdiendo 2500 euros, luego la pérdida ascendió a la cantidad de 6100 y tras cuatro horas… sólo consiguió recuperar 1000. A la seis de la mañana, no pudo impedir que el Rolex desapareciera de su muñeca; mientras se desprendía de él, se censuró por no haber hecho caso a las señales, ellas nunca le fallaban. Demasiada luz, demasiado Vivaldi… no debería haber apostado. Entonces el jugador más corpulento, rodeó su nuca con un brazo y le preguntó: -¿Quieres recuperar lo perdido y triplicarlo? - Me gustaría, pero… no tengo efectivo —contestó, retirando la pesada mano de su cuello. No le gustaban esa clase de confianzas. -Para lo que te propongo, no hace falta dinero, sino… ¡Cojones!—dijo golpeando fuertemente la mesa. A continuación, hizo un gesto al tipo de la cara de boxeador retirado que al instante apareció con un revólver en una mano y una bala en la otra.

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-Si tienes huevos… ¡Aquí tienes esto! ¿Ya conoces el juego, no? Basta apretar una vez el gatillo… ¡Bang! … Y listo —murmuró pellizcándose el bigote. En ese preciso instante la música cesó. Una paz interior lo inundó, tenía fe ciega en los signos del destino, así que, en silencio, mirando fijamente el arma, la tomó entre sus manos con decisión. Abrió el cargador, introdujo la bala en uno de los orificios, lo hizo girar como una ruleta, apostó al número ganador, la colocó en la sien derecha y, sin dar lugar a que el público disfrutase del espectáculo, apretó el gatillo. Luego la dejó sobre la mesa, recogió el reloj y mientras se ajustaba el nudo de la corbata dijo: -Bueno… aclaremos las cuentas que hay que dormir. Al arrancar el auto, sintió como un sudor frío empapaba su espalda, y, en ese momento, fue consciente del mal sabor que deja el peligro, sobre todo si es de metal, pero su angustia se disipó cuando acarició la cola de liebre. Entonces arrancó el coche pisó varias veces el acelerador para escuchar el rugir de su motor. Activó el equipo de música, seleccionó el disco Outlandos d’Amour del grupo The Police, donde figuraba su tema favorito, y sonrió al comprobar que, una vez más, había conseguido mantener la fe en esas señales que se cruzaban en su camino. 15


Al día siguiente, en la sección de sucesos de los periódicos locales, mezclada entre las noticias de varios atracos y una denuncia de agresión, se podía leer: El servicio de emergencia 112 y la Guardia Civil informan que en el día de ayer, a las 7h, el conductor de un Audi TT negro, identificado con las iniciales de P.S.M. falleció en accidente de tráfico, al no respetar una señal de stop. El ocupante del otro vehículo implicado en la colisión, ha resultado ileso.

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La breve historia de Olimpia

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Soy Olimpia Galera Cote. Tenía ocho años

cuando mi madre falleció, se fue y me dejó llamándola a gritos por la ventana.

Dicen los conocidos que fue a raíz de ese hecho cuando comencé a desarrollar un comportamiento muy peculiar. Desde ese día, cada vez que una amiga o familiar intentaba marcharse en un momento que yo no creía oportuno, manifestaba mi disconformidad sancionándolos con algún acto: unas veces les escondía la cartera, otras les daba una patada, un pellizco, un tirón de pelo… En una ocasión incluso llegué a vaciar un vaso de aceite sobre la cabeza de una amiga: el motivo fue que decidió irse antes de finalizar un juego. Afirman que, a continuación, los miraba con autoridad, señalaba la puerta de salida extendiendo el dedo índice y, con voz de ultratumba, gritaba: -¡Fueeeraaa…! Esta manía que en principio achacaron a la temprana edad, y a una necesidad de llamar imperiosamente la 17


atención, fue derivando en algo más serio, pues la complejidad de las sanciones, así como las huellas que dejaban, aumentaron en calidad con el paso de los años. Paralela a esta actitud, en la celebración de la mayoría de edad, comencé con otra costumbre también bastante peculiar. Ese día los hechos no se desarrollaron como tenía previsto, y fue tal la rabia al no poder imponer mis deseos que abandoné la fiesta, salí a la calle y comencé a correr sin dirección alguna. Cuando por fin detuve la huida, me encontré frente a la estación de trenes. Accedí al interior con la respiración entrecortada, compré una botella de agua con una moneda que encontré en el pantalón, bebí hasta la última gota, busqué el banco más apartado, me senté, elevé instintivamente la vista y, al ver el panel de los viajes programados, elegí un destino al azar, luego cerré los ojos… El olor a centro público, la fricción de las ruedas de las maletas sobre el suelo, la musicalidad de la megafonía y los gritos de despedidas, ayudaron a imaginarme viajando hacia ese lugar. La sensación de lejanía fue tan cautivadora que durante años, cuando las cosas no se desarrollaban según los planes previstos, actuaba de la misma manera. Fue en una de esas escapadas donde conocí a Klaus. Apareció igual que un Adonis vestido de blanco. Se encontraba desvalido como un animal fuera de su hábitat, llevaba todas sus pertenencias sobre los hombros y apenas chapurreaba el español, pero el idioma no fue


un impedimento para iniciar una conversación. De ahí pasamos a tomar un café y, entre vocablos mal pronunciados, me explicó que había venido de Alemania a perfeccionar el castellano y conocer el país de su abuelo paterno. Desde ese primer encuentro comenzamos a salir con cierta continuidad. A las pocas semanas todas las viejas costumbres pasaron a ocupar un lugar irrelevante, ahora mi único interés pasó a ser su compañía. A los tres meses de conocernos, abandoné el hogar paterno con la intención de iniciar una vida en común, y empleé el sueldo de cajera en alquilar un pequeño piso donde él impartía clases de idioma. Yo no había tenido demasiada experiencia con el sexo opuesto, no sé si por la hostilidad de mi comportamiento o por mi extremada delgadez, pero ninguno de esos detalles le importaron a Klaus. Repetía una y otra vez que había dejado una huella indeleble en su existencia, que trazaríamos un mismo camino, que ahora todo tenía sentido, que nunca me abandonaría… En ningún momento me extrañaron tantos juramentos en tan poco tiempo, estaba falta de buenas promesas, y reconozco que habría creído a quien me hubiese ofrecido la primera sonrisa. Soportaba sin rechistar sus continuas llegadas a altas 19


horas de la madrugada, las borracheras de fines de semana, o las escapadas para practicar alpinismo. Todo con tal de oírle decir: -Ich verde zurückkommen… La palabra volveré pronunciada en su idioma, era el mejor juramento, y Klaus consciente de su poder, la utilizó tantas veces como creyó oportuno. Pero la vida no siempre nos lleva por el camino deseado. Un día sin previo aviso, las ofrendas terminaron. Al poco tiempo lo vi abrazado a una desconocida, y, en ese instante, descubrí cómo el dolor del engaño supera al abandono. El hallazgo de este hecho fue un revulsivo de los viejos instintos, no necesité oír un adiós para saber que terminaría marchándose. Y, ante eso, debía actuar, no quería quedarme gritando su nombre por la ventana. Esa misma noche me puse su vestido preferido, el negro de amplio escote. Para cenar preparé crema de calabacines, patatas asadas, filetes de sajonia, flan casero aderezado con una buena dosis de somníferos y, como digestivo, una generosa copa de un licor alemán preparado a base de hierbas llamado Abteilikoer. El efecto de la sobredosis de benzodiazepina fue inmediato, en pocos minutos se desvaneció sobre el sofá. A la mañana siguiente nadie diría que estaba muerto… parecía tan dormido…

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A la venta en ventas@edicionesenhuida.es PVP:10â‚Ź


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