Sutura

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Poesía En Tránsito Colección de poesía Sutura Volumen 44



Sutura Ismael Cabezas Ediciones En Huida


© de los poemas: Ismael Cabezas © Maquetación y diseño: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) © de la ilustración de la portada: Raquel Eidem Blázquez y Martín Lucía ISBN: 978-84-943972-4-0 Depósito Legal: SE 551-2015 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de la dirección del autor.

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Sutura



A mis amigos



se espesa el matorral entre basuras. Fabio Morábito Hoy el cartel del circo está haciendo costra sobre la pared de cemento y los niños lo han olvidado si es que lo sabían. Anne Sexton Cuando puedo decir: Melancolía, ya he tocado tu nombre, bien conozco tu herida. José Luis Parra Lo mismo que un mal verso puede hundir un poema, supongo que habré dado una porción de pasos que prestan al conjunto sensación de fracaso. Javier Salvago la mano que escribe para que brille la ruina. Leopoldo María Panero



La primera vez La primera vez que desnudas por dinero tu frágil cuerpo en una habitación sucia y fría de la Calle Montera, la primera vez que escribes un mal poema y juegas ante todos a ser Baudelaire, la primera vez que en aquella casa abandonada, entre escombros y ruinas clavas la aguja en la piel aún tan blanquecina y joven, la primera vez que mezclas coca cola con ginebra a los dieciséis y crees que el tiempo no existe, la primera vez que estás solo en la oscuridad de una celda de viejas paredes desconchadas y rezas una oración que apenas recuerdas, la primera vez que sentado en una silla vencida por el peso de los cuerpos de tantos otros, aguardas turno en el pabellón de psiquiatría, la primera vez que en mitad de una madrugada de noviembre, piensas en anudar una soga a tu cuello, la primera vez que con tu primer hijo haces cola una soleada mañana de enero en el comedor social del barrio donde una vez fuiste niño, eeh

Ismael Cabezas

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todas esas veces que en un solo instante, cambiaron para siempre nuestras vidas.


Un rasgo de belleza antigua en el rostro Para José María Lázaro Has perdido la visión aquella de la gracia regalada Ángel Mora Casado

Fue allí en aquellas camas que aún guardaban parte del calor de los cuerpos de anteriores amantes, entre sábanas tendidas en un patio oscuro en una tarde fría de noviembre, en pasillos mal iluminados por una débil bombilla tan triste como el tipo que echan a rastras del bar y fuera cae una nieve sucia y en la cartera lleva una foto en b/n de dos hijos pequeños manchada por las pisadas de los últimos de la noche, fue allí en aquel lecho donde había hecho el amor el [suicida, donde entre risas y una mano que caía asustada como la de aquel chico en un Caravaggio, me besabas los labios trémulos y en tu mirada 15


se adivinaba la cabeza de la medusa, fue allí donde pronunciaste todas aquellas palabras que asemejaban la muerte, y tu abrazo era la hedionda gangrena, y tu sonrisa los pétalos ajados de una amapola pisoteada en la entrada de los urinarios de una vieja estación que ya no existe, fue allí, en la garganta abierta del cisne, en el cuerpo sin sangre del último niño, en aquellas sucias habitaciones alquiladas por horas, allí, donde mancillaste toda la belleza que un día tuve.


Camarera Para Ana Pérez Cañamares Movimientos precisos, pasas el suave paño por el húmedo plato decenas de veces, el mismo gesto repetido una y otra vez, y a la cintura tienes atado un mandil con el nombre en griego de un dios que no conoces -un caro restaurante de moda-, tus pies se mueven gráciles, disciplinados, en un pequeño espacio donde pasas diez horas cada día, y cinco minutos para fumar un cigarrillo -si afuera no llueve-, mirando a la nada con los ojos de un ciervo que se sabe herido de muerte, mientras escuchas palabras y risas en lenguas desconocidas. Y tintinean los cubiertos sobre el cristal, la servilleta es acercada con delicadeza a los labios, murmuran palabras que hablan de dinero,

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sonrĂ­en con la complacencia de quien conoce su suerte, y deshaces el mandil y sueltas el pelo, conduces un coche pequeĂąo hacia las afueras, y antes de cerrar los ojos piensas en la palabras de una vieja poeta polaca que apenas nadie conoce, y en la primera vez que viste el rostro de George Dyer.


Comedia Ríen con una comedia banal que ofrece la televisión, no importa que la hayan visto en otras ocasiones, se divierten con los diálogos ingeniosos, y por un momento se olvidan del rotundo fracaso del hijo, de los años desperdiciados, tristes como un niño que nunca aprendió a jugar, celebran las argucias de los personajes, los momentos álgidos de la trama, y así poder ignorar que lo que resta es la muerte, ríen, y desde mi soledad les oigo, y sé que sobre esas voces, cuando ya no estén, escribiré algunos poemas que nadie nunca recordará.

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El don de la vida Un hombre es, sobre todo, lo que le falta. José Mateos

Poco le pediste a la vida, poder escribir algunas palabras que retuvieran su extraña mirada cuando decía que era su última noche, y sin embargo vagaba por calles solitarias y sucias cuando ambos apenas teníais diecinueve años y aún nada había sucedido, y lo ignorabas absolutamente todo de ese viento frío y solitario que es el tiempo, poco pediste, quizás algún desganado adolescente a quien en la tristeza de un aula en abril pudieras enseñarle quién era Cernuda, y el porqué de tanto temblor en su verso, es cierto, poco pediste, apenas nada, tan sólo unas cuantas monedas y releer al caer una noche más

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cualquiera de esos poemas que tanto amaste, y quizás el cabello negro de una mujer derramado en sus hombros desnudos, mas nada la vida te otorgó, sólo arrojó a tu rostro un puñado de violetas podridas, el sudario sucio de un recién nacido muerto, y ahora sabes que es tu último invierno, y aguardas solo en un anden vacío ese último tren que nunca partió.


Pertenencias No puedes hacer recuento de tus días, ni decir cuantos han llegado alguna vez a amarte, sólo tienes niebla entre las manos y una pútrida noche que no acaba nunca, de qué sirve argumentar razones, que te diga que nunca creí en Dios sino en Jaime Gil de Biedma, que no tienes nada que ofrecer y las sucias copas están vacías, que la fiesta acabó hace mucho y lo único que resta es la muerte, y que todas esas palabras que tantos otros dijeron antes, fueron siempre tu única pertenencia.

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Silencio No eres Anne Sexton hablando de sus continuas entradas y salidas de hospitales psiquiátricos, ni Joan Margarit escribiendo sobre su hija Joana, a pesar de que la tragedia fue siempre demasiado vulgar, escrita por un mal autor arruinado, al fin y al cabo fue siempre la nuestra, así que no escribirás palabras que sin remedio podrían herir a todos a los que siempre debiste amar, y sin embargo, en tu sordidez habitual, nunca llegaste a hacerlo, pues tan sólo has amado alguna vez siquiera, a aquel joven que fuiste en tus mejores años recitando de memoria a Robert Desnos en cálidas madrugadas de verano en olvidadas fiestas que ya nadie recuerda, y qué más da si fuiste la víctima cuyo nombre ahora nada importa, si también has sido a un tiempo, el más cruel de los verdugos.

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