Poesía En Tránsito Colección de poesía Suroeste
Volumen 34
Suroeste
Sofía Serra Giráldez Ediciones En Huida
© de los poemas: Sofía Serra Giráldez © del prólogo: Manuel Moya © Maquetación y diseño: Martín Lucía (mediomartin@yahoo.es) © de la ilustración de la portada: Raquel Eidem Blázquez y Martín Lucía ISBN: 978-84-943448-6-2 Depósito Legal: SE 176-2015 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, al igual que su incorporación a un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, reprográfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y por escrito de la dirección del autor.
Contacte y haga su pedido (sin gastos de envío): ventas@edicionesenhuida.es
Suroeste
Sofía y el territorio Confesemos antes de nada que Sofía y yo compartimos cosas, algunas, muchas, viejas cosas. Compartimos un pueblo que se levantaba en la escarcha y se acostaba con el humo azul de las chimeneas. Compartimos fiestas lunares y días de campo. Compartimos un tiempo que lograba dejar atrás, pero muy perezosamente, las trazas de la dictadura. Pero sobre todo compartimos un amigo, Lito, que se nos fue hace poco más de un año, como se va la escarcha pasado el mediodía, como se va el humo azul de las chimeneas cuando entra marzo y lo revuelve todo y como se va la luna para renacer más tarde. Hoy, ahora, antes, durante y después de leer Suroeste se impone la presencia del amigo ausente y lo busco entre los versos de Sofía y lo busco en ese mapa físico y casi metafísico que nos propone Sofía en Suroeste, oteándolo en los esteros y bajíos, buscándolo en las laberínticas aguas, vislumbrándolo aquí y allá sin acabar de encontrarlo, sin acabar de perderlo. Lito. Nuestro común amigo Lito. Que se nos fue sin llevarse nada, y por no llevarse nada ni siquiera se llevó la vida que todavía —y cómo— le quedaba por delante. Y me tropiezo con él a cada instante, y su visión contamina mi lectura una y otra vez, y es inevitable y es humano y me gusta que así sea. 9
Con frecuencia me pregunto qué razón lleva al hombre a trazar sobre el papel esa cosa ambigua y cuajada de perplejidades que es la poesía. Por qué todavía hay gente que se encierra durante horas a alumbrar un poema y, aún más prodigioso, por qué otro alguien se sienta frente a él para desentrañarlo. Qué alumbra el poeta, qué luz recibe quien desentraña sus versos, quien se adentra en el territorio alumbrado por el poeta. Es este equívoco, este milagro, el que alienta a las generaciones de hombres a seguir caminando a través de un bosque donde abundan más las preguntas que las respuestas. Es precisamente la falta de repuestas de la poesía o su imposible claridad -su radical fracaso en definitiva-, el fundamento de su ser y lo que quizás sea aún peor, de su necesidad. Trazar el mapa de nuestra identidad, saber quiénes somos y qué carajo estamos haciendo aquí, en este escenario, son las preguntas que están en el adéene de la poesía desde sus inicios. Y trazar las siempre falibles cotas de ese mapa personal donde se afirma y se justifica nuestro imaginario -nuestro ser- es la labor de todo hacedor de poesía. Trazar ese territorio vital, esa alcurnia, por decirlo de otro modo, es lo que sin duda hace Sofía en estos versos que parecen llegarnos desde su propia necesidad, enhiestos como espadas y lúbricos como ríos que arrastran sobre sí el peso de una identidad y de una historia.
Sofía es una poeta de tradición nerudiana, magmática, solar, explosiva, vehemente, agónica, dionisíaca. Distinta. No busquemos en sus versos la palabra sumisa, el aliento contenido. Como las aguas de ese río metafórico que nos propone en este libro (primero de una tetralogía, según me confiesa), sus versos no corren limpios, sino vivos y agraces, no habitan mansas las orillas sino que continuamente las inunda dejando sobre ellas toda la tierra del camino, buscando no la precisión, sino la fuerza interior que habita en las palabras. Sofía entiende el poema como lucha, como cráter donde se dilucida esa batalla radical con ella misma y con el mundo y por eso en medio de sus versos, agónicos siempre, aparece ella, con sus arribas y sus abajos, con ese ritmo endiablado, con ese fluir sin aparentes límites, río al fin que todo se lo lleva por delante. La palabra se sitúa en el centro, torsionándolo, y desde este centro habita el poema, lo sacude, lo desquicia y lo rompe. Lo vivifica. Palabra en tensión, palabra insumisa, palabra viva es la suya. Porque es justamente a través de esta tensión agónica que construye su propio territorio. En Suroeste, acaso su libro más íntimo hasta la fecha, Sofía traza una cartografía personal e intransferible, donde el territorio y el yo se identifican formando un espacio de dimensiones míticas, reconocible en su topografía y 11
transferible en su visión interior, por el que asoman sus fauces los viejos pecios del pasado y libran su batalla las incógnitas y las deudas del presente. Como todo poeta valioso y verdadero, Sofía se deja arrastrar por esas aguas que van a encontrarse con el mar, que en ella es el sentir y el ser. Pero ella es río todavía, meandro-río que se sale de sus márgenes, río-meandro que arrastra su ser múltiple por una tierra anfibia que tiende a sobrepasar sus propios límites, consiguiendo que lo interior y lo exterior giren, se mezclen, se depositen en esos márgenes, para formar, sí, un espacio vital y no violado, una región habitada. Un mito. Manuel Moya 31 de Diciembre de 2014
A T. B. S.
Suroeste Sin gentilicios más desde su pequeña hija asoma una era un sueño, y al mar llegué desde sus manos de vida alegre paseante por la avenida de tu ingle. curva ancha, amplia desmedida de la rosa y el cantueso alboreados, hemipléjica bahía de tú.
eeh
Sofía Serra Giráldez
eeh
Tres grados matinales al suroeste I Ajena de todo el cultivo de esta madrugada en peltre alegría, que me resulta otra. Vencen los peones callados, signos sin fresadora que les enjugue lo que les sobra. Veinte huéspedes duermen ya posados sobre las alas del firmamento, oneroso hasta para los pabilos divinos. Pesarosa, la noche se signa y el amanecer no aviva la luz del recuerdo de lo que ayer fuiste o Era apisonando sustanciales llantos. Las letras, siempre las letras, operan la intervención fallida, se piensa sobre las estrellas y sobre la pared de enfrente que abre al rosa su canto de fachada. Ni muro, ni conciencia: qué alojará eeh
Sofía Serra Giráldez
eeh
esta mañana tan urdida en la costumbre y tan nueva. Resuenan las ojerosas sienes. Ya pían los vencejos. ... y de nuevo las tórtolas, felices y virginales tórtolas e invioladas tórtolas por la negrura de la noche, abren las puertas —tal como abren sus alas— del templo del nuevo día, las vestales y primorosas azucenas vestidas de ceniza y plumas para mis ojos tus ansias de hombre bueno en este abismo hasta la primavera.
II Y aunque en nada consista el porvenir, y se abre el abismo entre mi pecho y la maĂąana solitaria magnĂfica, la flor incandescente atraviesa el espantajo de la noche cubriente y la alegrĂa de su ente moribundo, como dos amantes que se besan en este precipicio entre mis ojos de calle y la pared de enfrente. amarillos blasones columpian la estrecha rendija, el sol columbra nuevas soledades, nieva perpetua y rosa la sombra. alto vuelan los vencejos bajo la ubre de la ciudad celeste.
23
III De tu cabello al aire del entredicho al asomo de la deuda contra el devenir. y tu piel de adoquines lamiendo mi b谩rbara lengua, del jugo al barbecho de tu planicie de hombre acostumbrado. Mas te arropaste en la penumbra de mis manos en est贸lidas sienes de piel suspicaz y vecina de los calambres, la marisma y la virginal madurez del estero laminoso pespunteado por las doradas yerbas del invierno que se ausentan de los roquedales. Me unge tu 贸leo de amor en mis salvajes usos de solitaria empedernida posada sobre el pedernal del gravamen.
bandada de pájaros izando el cielo recorre mis cristalinos anunciando otras bárbaras y extrañas costumbres a ti.
eeh
Sofía Serra Giráldez
eeh
In situ … De quién formará parte su agua.
Hacia el suroeste, por la quinta avenida del destierro avinieron los gamos soplaron estivales las brisas pelargónicas de los jilgueros. Por aquel entonces vestían con plumas de color [verde. La juventud amasaba sus fortunas con granos de avena loca cosechados en el instante antes de que la cáscara de la semilla se abriera abriendo así el silencio pactado entre la yerba y los arbustos, las mil flores y los [árboles… Sólo se escuchaba a los animales, a sus muchedumbres y manadas, a sus riñas y sus ruidos de apareo,
a todo lo semoviente que caminaba sobre el suelo y bajo él. No, no fue necesario en aquellos tiempos inventar la música. El aire co-rrespondía acompañando al Fruto, ese que ahora nace como dos pájaros que mueren en uno.
27