Etnografías domésticas de la pre-apocalipsis* Javiera Luco, Santiago. En la célula que lidero somos 4 mujeres. Yo (47) y mis tres hijas de (11, 11 y 13). Tenemos una célula anexa con mi padre (87) y su esposa. Ellos están bajo medidas especiales por ser población de riesgo; nos comunicamos desde lejos y nos aseguramos tengan para alimentarse. Nos hemos organizado para sobrevivir. Una de mis hijas hizo un calendario con responsabilidades, así sabemos que le toca a cada una cada día y no necesitamos discutir. Ellas se reparten misiones como salir a dejar afuera la basura, mantener la limpieza, lavar la ropa. A mí me toca abastecer y cocinar siempre. Todo estrictamente distribuido y ejecutado para mantener un mínimo de higiene y cordura. Hemos procurado abastecernos solo a través de redes locales. A las 5 pm día por medio llega el pan que hace un vecino, los jueves los huevos de otro, así con lo básico. La verdura es más complicada. Una enviada especial de toda la red de células del barrio va a proveerse al terminal agrícola de la ciudad y luego le compramos. Es cuidadosa con las medidas, pero de todas formas el miedo aparece en cada tomate y se hace necesario lavarlo con jabón de manos durante varios segundos y desinfectarlo antes de comerlo, así con todo. No comemos carne, no hay por aquí. Evitamos los supermercados. El adoctrinamiento de los niños y jóvenes ha pasado a ser una tarea compleja. Eso que antes sucedía en cada es* Este texto fue publicado el 06 de abril de 2020 en el medio digital El Martutino
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