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Tomar la palabra: las ocasiones
E INCERTIDUMBRES
Tomar la palabra:
LAS OCASIONES1
Amílcar Saavedra Rosas
Para María Clemencia Venegas, maestra bibliotecaria
Las ocasiones para enseñar a leer, las que se relacionan Las
con el fomento de la lectura no son pocas, pero sí muchas vecon ces desperdiciadas, como se muestra en este texto. A pesar c de que a algunos lectores pueden parecerles crudas, estas líneas nos muestran una realidad que si bien no necesariamente debemos aceptar, tenemos que vivir y, en la medida de lo posible, cambiar.
La ocasión 1
En Sudamérica, en Colombia, en la ciudad de Bogotá. Al pie del Cerro de Monserrate, que sirve de muralla a la ciudad, desde la parte boscosa, donde las nubes descienden convirtiéndose en una pertinaz lluvia que humedece las fachadas de tabique y los adoquines rojos de las calles.
Casi frente al teatro Jorge Eliécer Gaitán, una cafetería está dispuesta para que los andantes matutinos beban el apreciable líquido sustraído de los granos del café. Un hombre de abrigo gris raído toma entre las manos una taza de
1 Retomo la noción de la ocasión en términos de la interpretación que Graciela Montes le da, como “…un punto de resistencia al tiempo, hincha de signifi caciones el instante. La ocasión abre el tiempo, lo fi sura, dando lugar a que allí se construya sentido, se fabrique mundo, que es algo imprescindible para el humano.”
café con el propósito de robarle un poco de calor; el vapor surca cada una de sus arrugas del rostro de mediados del siglo pasado, todo un ritual antes de sorber un trago que transita por su boca y su cuello de saltonas venas.
Afuera, dos mujeres jóvenes comercian, un diálogo de mudos observado a través del cristal de la ventana de la cafetería. El empeño de la vendedora le lleva a soltar de la mano a un niño de unos cinco años, el cual se recarga sobre el cristal que permite ver la luz de neón de color verde que garigolea la palabra CAFÉ y que se refl eja en el piso mojado.
El niño, con el vaho de su boca, sigue la luz en el cristal, dejando una huella de humedad, sobre la cual remarca con su dedo el trazo de la luz de neón; de manera casi mágica, en el cristal queda la palabra café, lustrosa y brillante. La madre deposita en una pequeña bolsa unas monedas y retoma de la mano al niño, sin darse cuenta lo que ha hecho. Antes de un minuto, el cristal está nuevamente limpio. Dentro, el aroma del café seduce a los comensales, afuera sigue lloviznando.
La ocasión 2
Colombia, en Bogotá, más allá de la calle número 200, donde la cuadrícula de asfalto casi se pierde. En un colegio la biblioteca escolar se ubica en el centro del complejo educativo, (“Todos los caminos llevan a la biblioteca”). Una maestra bibliotecaria promueve la lectura de libros y textos diversos, una semana en español y otra en inglés, durante todo el ciclo escolar, con el propósito de que los alumnos desarrollen una cultura escrita bilingüe certifi cada en el extranjero.
La biblioteca está ambientada con sombreros de diversos personajes, brujas, marineros, duendes, Peter Pan, Robin Hood, arlequines, los tres Mosqueteros y más. Es su manera de anunciar el tema de la lectura, dispuesto como una escenografía. Los alumnos son bienvenidos. La maestra bibliotecaria porta
una blusa con rayas blancas y rosas, medias, vestido y zapatos rosas, y una bufanda, claro que del mismo color rosa, pero con franjas blancas, elegancia para la ocasión, que llama la atención de los niños. La bibliotecaria recorre con su mirada, a través de sus espejuelos, cada una de las mesas, y luego les pide a los alumnos que se sienten, y espera hasta que se ubican en su lugar. —¿Qué observan? —pregunta la bibliotecaria. Inmediatamente, los alumnos hablan sobre los diferentes sombreros colgados en el techo, mencionan los personajes que representan.
Cuando los niños terminan de identifi car a los personajes y sus historias, la bibliotecaria muestra en alto el libro Toribio y el sombrero mágico, 2 los alumnos se convierten en espectadores, ofrecen un silencio cómplice para la escucha. La voz de la bibliotecaria da vida a Toribio, el personaje de la historia.
El sombrero mágico es la oportunidad de cumplir los deseos de Toribio, con sólo dar tres vueltas. Sin embargo, él opta por pedir “cosas mundanas”, como un manzano para la sala de estar, un paraguas para volar, una fl auta para aprender música… Hasta que fi nalmente se deshace del sombrero para que otras personas puedan encontrarlo y disfrutar de sus benefi cios.
Una vez cerrado el libro, la bibliotecaria invita a los alumnos a que comenten.
—Ustedes, ¿qué deseo pedirían si se encuentran el sombrero mágico?
Sin preámbulos, expresan sus deseos; un chico señala con fi rmeza:
—Yo le pediría al sombrero mágico una mansión y una piscina. Otro chico arrebata la palabra a los demás y señala, enfáticamente: —Yo le pediría ser millonario y tener guardaespaldas.
2 Toribio y el sombrero mágico, de Annegert Fuchshuber, Editorial Juventud, Barcelona, 1978.
La ocasión 3
En México, en Valle de Chalco, al fondo, el volcán Popocatépetl, el sol a plomo. Una mujer joven que carga en brazos un niño de cuatro años, alza la mano derecha extendiendo el dedo medio e índice para señalar el alto a la pesera de transporte colectivo que recorre las calles de este valle; la camioneta frena bruscamente y levanta una nube de polvo que ciega un instante a la mujer, quien cubre la cara de su hijo con la palma extendida; el niño se acurruca entre el antebrazo y la parte izquierda del torso de su madre.
Una vez sentados en la pesera, el niño tiene en una mano su lonchera y con la otra juega con una cadena que cuelga del cuello de la madre y musita: —Letras-números-letras-números-números —y señala un nombre y una fecha grabados en el anverso de la imagen. La madre observa atenta las calles que recorre el transporte.
El niño insiste:
—Letras-números-letras-números-letras.
La madre toma la imagen y le recrimina, sin voltear a verlo: —Deja la virgencita —y coloca la medalla dentro de su blusa. Casi al mismo tiempo, le indica al conductor: —¡Bajo en la esquina siguiente! —le entrega cuatro monedas de un peso y una de 50 centavos.
El conductor disminuye la velocidad y le increpa: —¡Falta “unocincuenta”!
La mujer protesta: —Pero, ¿cuándo subió el pasaje? —¡No ha subido, pero ahora con la inundación es más vuelta!
La mujer hace una mueca contrayendo la nariz y la boca. Busca en su monedero hasta encontrar dos monedas, una de un peso y otra de 50 centavos, que entrega al conductor de mala gana y espeta: —¡Aquí están!
Mientras tanto, el niño señala en la tabla de tarifa de pasajes, que está pegada en el cristal, al mismo tiempo que continua susurrando
—Letras-números-letras-números-númerosnúmeros-números-números.
La madre, ante la prisa por bajar de la camioneta, acomoda a su pequeño hijo sobre su hombro. Desciende de la pesera. La camioneta blanca continúa su camino, al acelerar el conductor, una nube de tierra envuelve a la madre y su hijo.
La ocasión 4
En el norte de México, en la serranía, en una escuela primaria, en el cuarto grado. La maestra explica e invita a que sus alumnos se agrupen: —Se organizan en equipos de cinco. Los alumnos, sin más preámbulo, se reacomodan hasta quedar en pequeños grupos. —Les voy a dejar en la mesa un libro de la biblioteca, una cartulina y plumones —anuncia la maestra. Y continúa: —Leen el libro y en la cartulina escriben una invitación para que otros niños se animen a leerlo, como si fuera una propaganda, como las mantas que anuncian. Y escriben también el nombre de su equipo. —¿Cuál nombre? —pregunta uno de los niños. —Ustedes inventen un nombre de su equipo, escriben el nombre como se quieran llamar —señala la maestra.
Los niños se agrupan alrededor de los libros; algunos los leen en voz alta, otros observan las ilustraciones y todos comentan. Una niña delgada y de tez morena expresa:
—Maestra, ¿le podemos poner dibujos en la cartulina?
La maestra duda y fi nalmente señala. —Puesss, pónganle dibujos.
Esta última indicación anima la disposición de los alumnos por trabajar en la cartulina.
Entre el bullicio, la maestra reitera, casi gritando: —No se les olvide poner a su trabajo el nombre del equipo.
Una vez que los alumnos han terminado de elaborar su cartulina, la maestra ordena:
—Nombren a un responsable de presentar su trabajo.
Cada equipo, cuyos nombres son “los lectores fantásticos”, “las caperucitas rojas”, “los duendes”, “los osos panda”, extiende y pega sus cartulinas y en voz de un alumno hacen la presentación en plenaria.
Le corresponde el turno a un equipo. Un niño robusto, de cabello corto con un pequeño fl eco en la frente, lee con cierta difi cultad:
“Les invitamos a leer este libro, les va a gustar porque habla de los dinosaurios… explica cómo nacen, cómo viven y cómo desaparecieron y cómo se murieron…” Muestra el dibujo de un fósil y termina su presentación señalando “somos el Cártel de la lectura”… Entonces fl exiona las rodillas, poniendo enfrente el pie y el brazo izquierdo, este último lo coloca a la altura de su vista. Y dirigiéndose a sus compañeros enfatiza: —¡Léanlo! Porque si no pa-pa-pa-pa-pa-paaa… —y emitiendo un sonido casi gutural, se mueve en semicírculo en dirección de sus compañeros, manteniendo como eje el pie derecho.