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Un acercamiento a la visibilidad de las mujeres revolucionarias durante el periodo armado
Un acercamiento a la visibilidad
DE LAS MUJERES REVOLUCIONARIAS durante el periodo armado
Oliva Noguez Noguez
Las distintas actividades que realizaron las mujeres que
participaron en el movimiento armado de la Revolución Mexicana fueron muy distintas, y esto dependió de su escolaridad, la región en que operaron o bien la clase social a la que pertenecían. Este trabajo pretende mostrar algunas diferencias entre ellas. Es importante que como docentes rompamos con viejas ideas unitarias que universalizan a los distintos actores y empecemos a matizar en diferencias, cambios y continuidades de los procesos históricos.
, Mexico, 1984.
UTEHA México y su historia , vol. 10,
Antecedentes
Durante el régimen de Porfi rio Díaz, se impulsó un proyecto de modernidad y desarrollo, en el que las mujeres quedaron inscritas en la esfera de la domesticidad basada en el culto a la maternidad como ideal de realización femenina con espacios defi nidos en función de género. Con ello el arquetipo de feminidad quedó sujeto a rasgos naturales emocionales, en oposición a los masculinos a los que se ubicaba en el terreno de la racionalidad. Mary Nash apunta que el discurso de la maternidad evoca representaciones sacras del papel materno y de esposa a través de la fi gura abnegada y sacrifi cada, dedicada a los hijos y al hogar; de esta manera, las mujeres tenían que elaborar su identidad en función del matrimonio y la maternidad sin poder crear un proyecto social o cultural como individuos.1
La función social de la mujer, conforme al discurso de domesticidad, debía reproducir una serie de conductas virtuosas propias de lo femenino en su papel de madre patriótica y fuente de
1 Mary Nash, Mujeres en el mundo. Historia, retos y movimientos, pp. 39-41.
picasaweb.google.com
Profesora Dolores Correa Zapata, una de las mujeres que fundaron la revista La Mujer Mexicana en 1904.
cohesión social.2 Al amparo de esta noción, los liberales del siglo XIX impulsaron un proyecto moderno desde el que promovieron la educación de la mujer en ciertas áreas que apoyaran el mejor desempeño de su papel doméstico, ya que a través del buen funcionamiento de la familia y el hogar la nación en su conjunto se vería benefi ciada, social y moralmente.
La modernidad y el crecimiento industrial propiciaron que las mujeres se integraran al terreno educativo y fabril, lo que trajo consigo una serie de debates en torno a la moral sexual y los roles preestablecidos de género;3 mientras tanto, mujeres de clase media y trabajadoras se organizaban para mejorar sus derechos, e hicieron uso del discurso de domesticidad para argumentar que las condiciones de inferioridad eran una limitante para realizar las obligaciones que tienen en el hogar y con la nación.
Anna Macías considera que la modernización y el progreso económico que impulsó Porfi rio Díaz entre 1876 y 1910 aumentó el número de mujeres de clase media en el terreno educativo, así como en la obtención de empleos en comercios, como taquígrafas o secretarias –a diferencia de las mujeres de muy bajos recursos que desempeñaban trabajos domésticos o fabriles-, lo que fue favorable para que en 1904 impulsaran un movimiento a favor de la educación y el fi n de la doble moral sexual de las mujeres, e incluyeron demandas para las mujeres menos afortunadas que ellas. Estas acciones pusieron en alerta a los hombres porque temían perder sus derechos y privilegios masculinos.4 Entre las mujeres que buscaron mejorar su situación de género se encontraban la doctora Columba Rivera, la abogada María Sandoval Zarco y la profesora Dolores Correa Zapata. Ellas fundaron en 1904 la revista La Mujer Mexicana, que funcionó como un órgano de difusión para exponer sus ideas en torno al papel de la mujer en la sociedad. Entre otros temas insistieron en equilibrar
2 Andrés Molina Enríquez, “El problema político”, en Los grandes problemas nacionales, pp. 281-282. En 1909, Molina Enríquez argumentó sobre la importancia de las funciones biológicas entre los sexos para el desarrollo social y moral de la nación, con lo cual rea rmó los roles que se establecen para hombres y mujeres, otorgándoles a estas últimas la importancia que tienen como madres de la patria. 3 Susie R. Porter, Mujeres y trabajo en la ciudad de México. Condiciones materiales y discursos políticos 1879-1931, pp. 97-102. En la prensa se sostenía que juntar a los sexos en el trabajo equivalía a que “los hombres anduvieran con trenzas y las mujeres con bigotes”. También decían que “la participación de ellas en la fuerza de trabajo amenazaba con confundir los sexos se manera antinatural, tornando ridículos a los hombres, que se verían forzados a usar pantalones para no ser confundidos”. El temor a que ellas pudieran cuestionar la paternidad masculina eliminaba cualquier posibilidad de darles trabajo al lado de los hombres. 4 Anna Macías, Contra viento y marea. El movimiento feminista en
México hasta 1940, pp. 38-39.
el nivel moral para ambos sexos por lo que pedían reformar el Código Civil;5 también asumieron una posición proteccionista para apoyar la situación de la mujer trabajadora.
Las activistas que lucharon por impulsar un cambio a favor de sus derechos recibieron fuertes críticas por parte de intelectuales, periodistas o políticos, quienes argumentaron que las mujeres tenían límites impuestos por su propia naturaleza biológica para realizar otras funciones. Félix Palavicini, quien en 1905 fue catedrático de la Escuela Normal de Profesores de México y hacia 1910 formó parte de la XXVI Legislatura del Congreso de la Unión, argumentó que el esfuerzo intelectual produce el decaimiento físico, el cual empeora con la función reproductora de la mujer, al no tener la resistencia física necesaria.6 Palavicini observa que la mujer debe estar preparada para el hogar con métodos modernos y que son las maestras –por sus cualidades femeninas– quienes deben impartir la enseñanza básica.
Los debates que se suscitaron sobre el papel de la mujer en la sociedad, previos a la lucha armada, evidenciaron que la mujer realizaba otras actividades más allá de la supuesta “debilidad física e intelectual” impuesta por el orden de género. Julio Sesto, en 1909, afi rmaba:
El hombre en México, ante la perspectiva humillación de verse tildado de impotente al admitir la colaboración económica de la mujer, redobla sus actividades de abastecimiento de vida, obligando así suavemente a la mujer a que redoble su actividad en la tierna educación de sus hijos y en las complicadas faenas domésticas.7
5 El Código Civil de 1884, vigente en ese momento, prohibía la investigación de la paternidad y permitía la de la maternidad; el adulterio de la mujer, en cualquier circunstancia, era motivo de separación legal, pero ella no podía solicitarla, en el esposo sólo se consideraba el adulterio si se cometía en la casa conyugal o si ocasionaba un escándalo público. 6 Félix E. Palavicini, “El problema de la educación”, 1910. Citado en:
Ana Lau y Carmen Ramos, Mujeres y revolución 1910-1917, p. 129. En la Revolución hubo distintos tipos de “soldaderas”: las que participaron en el combate, esposas de soldados con sus hijos para las tareas domésticas y jóvenes como esclavas de los revolucionarios.
México y su historia , vol. 10, UTEHA , Mexico, 1984.
Por otro lado, Andrea Villarreal, en el primer número de la revista La Mujer Moderna, aseguraba:
Iniciamos el movimiento; otras más competentes vendrán después a levantar sobre la piedra de nuestros esfuerzos la futura liberación de nuestras hermanas, y con ella, la dicha de la humanidad. La mujer moderna tiene, más allá de los viejos límites marcados por el capricho masculino, una misión nobilísima que cumplir: la de hacer rebeldes.8
7 Julio Sesto, El México de Por rio Díaz, Valencia, F. Siempre y Cía, 109, pp. 218-224. Citado en Ana Lau y Carmen Ramos, op. cit., p. 107. 8 La mujer moderna, San Antonio Texas, núm. 1, diciembre de 1909. Citado en Ana Lay y Carmen Ramos, op. cit., p. 192.
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Soldaderas.
Conforme el movimiento antirreeleccionista encabezado por Francisco I. Madero fue cobrando presencia nacional, mujeres de clase media, entre las que destacaron las maestras normalistas, manifestaron su postura frente a los acontecimientos políticos por medio de la prensa y de las organizaciones que dirigían, como veremos a continuación.
Movimiento armado
Con el movimiento armado de la Revolución Mexicana fue evidente la variedad de matices culturales y de clase, pero también, de mujeres que salieron del ámbito doméstico para cumplir tareas y ocupar cargos en ausencia de los hombres. Julia Tuñón observa un amplio número de mujeres que por su condición de pobreza se unieron a la revolución como “soldaderas” o “galletas”, para apoyar a los ejércitos en la elaboración de comida, abastecimiento de armas y municiones, limpieza de los campamentos y otras actividades domésticas, pero también asumieron distintas responsabilidades en las que tomaron decisiones y buscaron los medios para la sobrevivencia del ejército, rompiendo con ello su aislamiento familiar y su esquema de fi delidad.9 Martha Eva Rocha, al referirse a las “soldaderas”, las considera un grupo provenientes de los sectores más pobres, quienes cumplieron funciones de compañeras sexuales, sin perder su carácter de esposas, madres y víctimas, por lo que fueron exaltadas en la historiografía como fi guras virtuosas, con sus cualidades de ab-
9 Julia Tuñón, Mujeres en México, recordando una historia, pp. 148-151.
gación, paciencia, fi delidad, valentía y heroicidad.10
Por su parte, Anna Macías marca una clara diferencia entre las mujeres que acompañaron a los soldados y las que pelearon en línea de combate porque estas últimas traspasaron los límites del ordenamiento genérico impuesto: se vistieron como hombres, portaban armas y, en algunos casos alcanzaron cargos como subtenientes o coroneles, asumiendo una identidad masculinizada. Macías las considera rebeldes hacia las políticas del régimen y rebeldes a su adscripción de género.11 Martha Rocha comenta que los grados otorgados a las mujeres soldado fueron desconocidos por la Secretaría de Guerra y Marina mediante la circular emitida en 1916, por lo que regresaron a sus actividades tradicionales en el hogar. Rocha señala que esto se debió a que se trastocó la dimensión cultural y simbólica de género.12 La historiadora Gabriela Cano realizó un estudio sobre el soldado Amelio Robles en el que analiza su masculinidad; biológicamente hablando, Robles era mujer, pero después de la Revolución no asumió una identidad femenina: adoptó hasta su muerte su masculinidad, por lo que Cano considera:
Su efi caz masculinización subvierte también la muy arraigada noción de que la identidad de género es consecuencia inmediata e ineludible de la anatomía de las personas y que hombres y mujeres son grupos sociales defi nidos y con cualidades inmutables.13
10 Martha Rocha, “Soldaderas y soldados”, en Proceso. Bicentenario,
“La mujer y la Revolución”, p. 21. 11 Ana Lau y Carmen Ramos, Mujeres y revolución 1900-1917, p. 38. El concepto lo retoman de Anna Macías, Against all odds
The feminist movement in México to 1940, 1982. 12 Martha Rocha, op. cit., p. 23. 13 Gabriela Cano, “Amelio Robles, andar de soldado viejo. Masculinidad (transgénero) en la Revolución Mexicana”, en Debate feminista, núm. 39, abril de 2009, p. 19.
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Amelio (Amelia) Robles, participó en la Revolución Mexicana. En el recuadro aparece a la edad de 19 años, aproximadamente, antes de incorporarse al zapatismo y en su rol femenino.
Otro grupo de mujeres que destacó en la Revolución fue el de aquellas que utilizaron el arma de la escritura, principalmente de clase media, conocidas como “propagandistas”, impulsaron un fuerte activismo a través de la prensa y las conferencias que impartían. Ellas tuvieron la ventaja de gozar de cierta autonomía al tomar iniciativas propias para lograr el convencimiento y la participación social. Macías destaca la participación de Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Dolores Jiménez y Muro,14 y Hermila Galindo, quienes se opusieron a los estereotipos de la mujer mexicana “tímida y religiosa” al divulgar un pensamiento radical para la época, lo que signifi có que muchas veces fueron califi cadas como “viriles”. Gutiérrez de
14 Alicia Villarreal, Juana Belén Gutiérrez de Mendoza.
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Juana Belén Gutiérrez de Mendoza.
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Dolores Jiménez y Muro.
Mendoza y Dolores Jiménez y Muro incluyeron en sus planteamientos políticos la situación de los campesinos, sin dejar de promover derechos para las mujeres, mientras que Hermila Galindo destacó por promover ampliamente los derechos políticos y sociales de las mujeres.15
Algunas propagandistas continuaron su desempeño político y social durante el Constitucionalismo y las décadas siguientes, ocuparon cargos cercanos al gobierno y desde ahí lucharon por los derechos de las mujeres. Para ellas la Revolución no terminó con la lucha armada, más bien inició, ya que el cambio político omitió su igualdad en tanto individuos.
Las diversas identidades de las mujeres y su colaboración en la Revolución Mexicana quedaron diluidas en una historiografía nacionalista que legitimó la Revolución desde una visión agraria, en donde se difundieron los logros revolucionarios a través de las instituciones encabezadas por un Estado proteccionista. Con los estudios revisionistas (1970), y las recientes historias culturales, se analizaron otras fuentes y se plantearon nuevas preguntas, con lo cual dieron visibilidad a las mujeres, alejadas de la homogenización victimaria y heroica.16 En este sentido, los estudios de género han contribuido a analizar los acontecimientos desde las formas en que opera el poder al organizar culturalmente la diferencia sexual.
Sólo resta hacer una invitación para historizar a los participantes de la Revolución. Las revistas y los periódicos pueden ser una gran riqueza para dar visibilidad e interpretar de manera dis-
15 Gabriela Cano, “Revolución feminismo y ciudadanía en México 1915-1940”, en George Duby y Michelle Perrot, Historia de las mujeres. El Siglo XX, pp. 749-762. 16 “Heroínas de novelas”, en Proceso. Bicentenario, núm. 9, diciembre de 2009.
tinta la visión homogénea de esa parte de nuestra historia, y retomar las acciones de las revolucionarias como sujetos de cambio y promotoras de sus derechos en las décadas posteriores.
En el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional se encuentra el fondo Veteranos de la Revolución, cuyos expedientes se formaron al otorgar el reconocimiento ofi cial a los sobrevivientes que lucharon contra la reelección de Porfi rio Díaz y el gobierno de Victoriano Huerta durante el periodo de la Revolución Mexicana. El archivo incluye expedientes de veteranas, con los cuales es posible analizar las distintas acciones en las que se participaron las mujeres revolucionarias, que se relacionan con la región donde operaron, la clase social y si contaban o no con estudios o grados escolares. También el archivo ofrece información sobre las facciones a las que pertenecieron y las redes sociales que fueron estableciendo durante el periodo armado.
La experiencia individual de las revolucionarias fue muy distinta, por eso dentro de los más de 400 expedientes del Archivo elegí a dos enfermeras, a dos mujeres que combatieron con las armas y a tres propagandistas, para ver en ellas tanto sus diferencias como sus semejanzas.
Con la revisión y el análisis de los documentos pretendo señalar que la noción de veteranía se construye en términos de género, y es muy claro que se privilegian los elementos masculinos sobre los femeninos al anteponer las acciones militares; por otro lado, las distintas actividades que certifi caron las veteranas van más allá de las acciones militares y de lo que en esa época era considerado la “naturaleza sexual” de las mujeres.
Por lo anterior este ensayo tiene la fi nalidad de representar diversas experiencias de mujeres durante el proceso armado de la Revolución Mexicana, para con ello ampliar el margen de actores y de actividades que estuvieron presentes durante ese periodo histórico.
Antes mencioné algunos antecedentes y grupos de mujeres que han sido representadas en la historiografía, y ahora me enfocaré en algunas mujeres específi cas, quienes combatieron con las armas, auxiliaron a los enfermos y distribuyeron propaganda.
Archivo Veteranos
El llamado que hizo el presidente Lázaro Cárdenas en 1939 a los sobrevivientes que lucharon en el movimiento armado para obtener el estatus de Veteranos de la Revolución tuvo como escenario la constate lucha política de mujeres activistas por obtener el derecho al sufragio. Como en otras épocas, ellas tomaron las calles, se manifestaron en la prensa y organizaron congresos, pero aunque en el Tercer Informe de Gobierno, en 1937, el Presidente aceptó con elogios el derecho que las mujeres tienen por el sufragio, éste les fue negado, con el argumento de la falta de preparación de la mayoría de ellas traería como consecuencia la propagación de ideas conservadoras y “fanáticas”. En la retórica, el mandatario argumentó la incorporación que han tenido las mujeres en las actividades productivas17 y, desde una clara distinción de género, exaltó su papel doméstico.
La lucha que las mujeres mantuvieron para poder elegir y ser electas políticamente no había logrado su cometido, su insistencia atravesó por una Revolución política y social, por las reformas de la Constitución y la creación de las instituciones ofi ciales modernas, pero las mujeres no eran consideradas constitucionalmente ciudadanas. Lo que sí estaban próximas a obtener era el mérito y las condecoraciones que les correspondían como revolucionarias.
17 Esperanza Tuñón Pablos, Mujeres que se organizan. Frente Único Pro-Derechos de la Mujer 1935-1938, pp. 103-104.
El otorgamiento del estatus de veteranos estuvo delimitado por el corte temporal de la lucha armada: de 1910 a 1911 y de 1913 a 1914, los cuales respondieron al levantamiento en contra de la reelección de Porfi rio Díaz y al gobierno ilegítimo de Victoriano Huerta, lo que le otorgaba un lugar prioritario a la Revolución en el terreno militar. Para evaluar a quienes acudieron a solicitar su veteranía se creó la Comisión Pro Veteranos de la Revolución, a cargo del general de División Jesús Agustín Castro, quien fungió como secretario de la Defensa Nacional. Para cumplir con su cometido, este funcionario elaboró un reglamento y un instructivo, y también se aseguró de que una vez acreditada la veteranía, se pudiera solicitar una recompensa económica.
Martha Rocha comenta que de 60 000 solicitudes de ex combatientes, casi 450 fueron de mujeres, quienes en su mayoría cumplían con las características de propagandistas y sólo unas cuántas tuvieron un cargo militar.18
Como primer requisito para obtener la veteranía, debía llenarse una solicitud con los datos personales: nombre, lugar de nacimiento, edad y estado civil. También debían informar sobre los servicios prestados al movimiento revolucionario en aspectos militares: fecha de ingreso y el grado con que iniciaron, regiones donde operaron, fuerzas enemigas con las que combatieron, grado con el que se separaron del ejército, dar cuenta de si tenían un expediente en la Secretaría de la Defensa, indicar si se encontraban separados del servicio activo de las armas y especifi car sobre los motivos y la fecha de separación.
En los expedientes de las veteranas se puede identifi car el afán de las revolucionarias por
18 Martha Rocha, “Veteranas de guerra en el archivo militar”, en Los andamios del historiador. Construcción y tratamiento de fuentes, p. 227. completar la información, debido a que la solicitud privilegiaba las acciones con las armas, y no todas prestaron sus servicios en esa actividad, por lo que, en algunos casos, se vieron obligadas omitir datos. El punto que no completaron con mayor frecuencia fue el del grado con que se separaron del ejército y el servicio activo de las armas. En el mismo rubro en el que preguntan su edad se incluía el grado, en él muchas de ellas señalaron sólo su edad y alguna otra actividad prestada, ya fuera como enfermeras o como propagandistas. Las ex combatientes buscaron los medios para lograr su cometido, relatando ampliamente otras acciones dignas de ser contadas, como veremos a continuación.
La experiencia revolucionaria de las veteranas
La pluralidad de historias personales de las mujeres que participaron en la Revolución mexicana contiene una serie de contrastes y estudios por realizar; éste es sólo un breve esbozo para identifi car algunas diferencias y similitudes, lo que nos ayudará a conocer más sobre su presencia en ese momento histórico.
Algunas mujeres participan en la Revolución desde muy jóvenes, como el caso de Adela Velarde Pérez,19 porque la fecha de su solicitud es de 1940 y dice tener 35 años; omite el año en que inició su participación en la Revolución, pero agrega su grado de enfermera. Militó en las facciones villistas y zapatistas en las regiones de Chihuahua, Zacatecas, Torreón, Morelos y el Distrito Federal. No incluye documentación de la época, pero explica que el motivo por el cual se separó del servicio activo de las armas se debió a una enfermedad. Aceptaron su solicitud en 1941 por haber prestado sus servicios
19 D/112/945/10f., Adela Velarde Pérez, AHSDNV.
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El interior de los vagones era para los hombres y caballos; por la falta de cupo, las soldaderas se subían a los techos, ahí mismo hacían lumbre y cocinaban.
en el segundo periodo revolucionario. Hay en su expediente un ofi cio con fecha de 1962 por el que le otorgan la Comandancia de la Legión de Honor Mexicana.
En el caso de Leonor Villegas, viuda de Magnon,20 ella completó en su totalidad la solicitud, pero en lugar de agregar el grado con que inició, menciona a las personas que conoció en 1910 y el grado tenía al separarse del ejército fue el de presidenta de la Cruz Blanca; dice no tener expediente en la Secretaría de Defensa, pero agrega nombres de coroneles que conoció. Contó con varios certifi cados, avalados por los generales Arnulfo González Medina, Pablo González, Antonio I. Villarreal y Felipe Zepeda; también contó con el reconocimiento de sus actividades por parte de Melquíades García, Eduardo Hay y Federico Cervantes. Entre la documentación, Villegas agregó un amplio informe sobre su trabajo en la Cruz
20 D/112/C-222/20f., Leonor Villegas, viuda de Magnon, AHSDNV. 21 Las regiones que menciona son Laredo, Tamaulipas, Laredo,
Texas, Torreón, Saltillo, Monterrey, San Luis Potosí y Querétaro. 22 D/112/C-801, 21 f., María Encarnación Mares, AHSDNV.
Blanca Constitucionalista, que divide por las regiones en donde realizó sus servicios como enfermera; también explica el impulso que dio para la construcción de hospitales.21 En el expediente se encuentra un certifi cado de la Dirección de Justicia y Pensiones, en el que certifi can sus actividades en la Cruz Blanca, como fue la Organización de Servicios Sanitarios Constitucionalistas del Cuerpo de Ejército del Noreste. Arnulfo González extendió la constancia, y en ella asegura que inició su participación con el movimiento maderista, donde contribuyó como persona, pero también económicamente. Su documentación muestra una amplia red social, con la que fue tejiendo relaciones de largo alcance.
La solicitud de María Encarnación Mares, viuda de Cárdenas,22 cumplió con la totalidad de los requisitos en 1940. De origen guanajuatense, viuda y con 45 años de edad, dice que su
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La soldadera mexicana, masculinizada en lo exterior, en muchas ocasiones usó las armas para gloria del soldado, el o cial o el jefe.
ingreso al movimiento revolucionario fue en 1913 como soldado, pero alcanzó el cargo de subteniente, con el cual se retiró por el Decreto que emitió Venustiano Carranza en 1916. Combatió en diferentes regiones del país: Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí, Tamaulipas y Veracruz. También cuenta con su expediente en la Secretaría de la Defensa. Obtuvo la certifi cación de los generales Teodoro Elizondo y Agustín Millán; hay un el comprobante de su cargo como subteniente que le otorgó el general Cándido Aguilar en 1914. En los testimonios y el dictamen fi nal sólo mencionan una relación de hechos vinculados con las batallas en las que participó.
Es importante mencionar que Encarnación Mares adjuntó dos hojas de propaganda fi rmadas con su nombre. En una de ellas se dirige al pueblo tamaulipeco y en la otra al pueblo veracruzano. Se trata de un llamado para unirse a la causa con las armas, y en ambos documentos se refi ere a sí misma como “una humilde mujer”. También contiene un artículo del periódico La prensa escrito por Miguel Gil, con fecha de diciembre de 1932, cuyo encabezado dice:
Mujer subteniente, valerosa y fuerte, luchó con las armas en la mano en las fi las de la Revolución. Chonita, recordando épicas jornadas, nos cuenta emocionada sus combates mientras tiene encima la amenaza de ser lanzada de su vivienda. No obstante que prestó buenos servicios a la causa, hoy está en la miseria más grande. Su hoja de servicios es muy brillante.
La nota se ilustra con tres fotografías. En una de ellas Encarnación Mares aparece muy joven y vestida de soldado, en otra fue retratada con la tropa y en la última fotografía aparece el pe-
riodista con la ex subteniente bastante regordeta y con vestimenta humilde. En la entrevista, el periodista Gil le concede una serie de rasgos virtuosos por el sacrifi cio que implicó renunciar a su papel de mujer; ella aprovecha la ocasión para mostrar el grado de pobreza en el que se encuentra; mientras él busca profundizar en su heroicidad, ella retoma su pasado como vía para obtener una retribución económica. A la distancia recuerda su participación como soldado de manera natural:
Recuerdo muy bien el gesto de sorpresa que hizo mi marido al oírme hablar de tal modo, pero no hubo remedio […], me facilitaron ropa de hombre, mi carabina y un caballo y seguí en la campaña […].
En la narración de sus actividades militares se enfoca a los hechos bélicos, sin dar muestra de su condición femenina. La única anécdota a la que hace referencia a su condición de mujer fue cuando su esposo prefi rió arrojarla al monte antes de que cayera en manos del enemigo, y con ello salvar su honor.
Otra veterana que llenó su solicitud fue la ex coronela de Caballería María Asunción Villegas Torres,23 originaria de Tenancingo, Estado de México, con 60 años de edad y soltera, que buscó su reconocimiento en 1947. De facción zapatista combatió en Puebla, Morelos y el Estado de México y, aunque obtuvo un cargo militar, sus redes no fueron tan amplias, por lo que sólo integró un certifi cado que le expidió el general Everardo G. Arenas. La foto que acompaña la constancia como miembro de la Legión de Honor mexicana muestra un rostro con rasgos indígenas, maduro, cansado y coronado por un sombrero. Villegas Torres ingresó en abril de 1914, en ese mismo año fue herida y suspendió sus actividades, pero en 1915 se incorporó nuevamente.
23 D/112/Z-1633, 10f. María Asunción Villegas Torres, AHSDNV. 24 D/112/M-965, 10f., Elena Torres Cuéllar, AHSDNV. 25 D/112/M-507, 17f., María Hernández Zarco, AHSDNV.
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Maderistas, 1911. Maderistas1911
En el caso del expediente de Elena Torres Cuéllar,24 su solicitud corresponde a 1946, dice tener 52 años, ser soltera y oriunda de Guanajuato. Ella omitió el grado con que se separó del ejército (aspecto en el que escribió su actividad revolucionaria), y no se refi ere a ningún documento que acompañe su solicitud. Quienes certifi caron su veteranía fueron Inés Malváez y Adolfo de la Huerta. En el informe que rindió el secretario de la Defensa le reconoce su labor como propagandista, así también su lucha a favor de las “clases desheredadas”; su reconocimiento como veterana fue otorgado por participar en ambos periodos de la lucha armada.
En cuanto a María Hernández Zarco,25 veterana por los dos periodos, originaria de la Ciu-
La mujer mexicana prestó grandes servicios a la Revolución. Lo mismo combatió en las ciudades que en los campos de batalla, y su valor a toda prueba es digno de la más cálida admiración.
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Esta fotografía fue tomada por Jerónimo Hernández, y es una de las más famosas y representativas imagenes de soldaderas. dad de México, soltera y con 55 años en 1944, en la solicitud dejó vacíos los rubros que se relacionan con las armas, a excepción del nombre de los jefes con los que militó, a los que añade los de don Ramón Álvarez Soto y la señora Luz Fernández, viuda de Herrera. María Hernández dice que acompaña su solicitud con dos ejemplares del famoso discurso de Belisario Domínguez, pero anota que “de carácter devolutivo”. En su caso atestiguó Carmen Serdán, quien comenta que Hernández trabajó en el periódico El Paladín, también imprimía El Diablito Bromista y La voz de Juárez, los cuales eran medios de oposición contra el régimen de Díaz. También dice que repartió propaganda que ella misma imprimió por su propia iniciativa. Cuando ocurrió el asesinato de Madero, María Hernández trabajaba en El Reformador, que se imprimía en la imprenta de La Mujer Mexicana, propiedad de Luz Fernández, viuda de Herrera. El hecho al que se refi eren con mayor detalle es el relacionado con la impresión que hizo del discurso de Belisario Domínguez 1913, pues pocos días después de que él fue asesinado. Hernández tenía una copia que reimprimió y repartió con el título “Palabras de un muerto”. Otro acontecimiento importante en el que participó Hernández Zarco fue que al trasladarse Carranza a Veracruz, ella y su familia partieron a la Casa del Obrero Mundial, alistándose en el Batallón Rojo. Los trabajos como impresora los llevó a cabo también en Veracruz, y hacia 1915, al concentrarse las imprentas ofi ciales con el nombre de Talleres Gráfi cos de la Nación, fue contratada para trabajar como monotipista, donde continuaba laborando a la fecha de la solicitud. También Venustiano Carranza, como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, le extendió un diploma por los servicios prestados a la Revolución; este reconocimiento es de 1916.
Algunas veteranas contaron con la certifi cación de conocidos intelectuales y miembros de
las fuerzas de ejército. Fue el caso de la profesora Hermila Galindo de Henríquez26 (profesión que señala en la solicitud), originaria de Ciudad Lerdo, Durango, casada y con 53 años de edad en 1939, dice haberse incorporado a la Revolución en 1908, sin mencionar el nombre de los jefes con los que militó; el documento de la época que acompaña su solicitud fue un diploma que le expidió Venustiano Carranza en 1916 por sus servicios prestados a la Revolución.
Pablo González, como general de División y ex combatiente de los ejércitos constitucionalistas, concedió a Hermila Galindo el título de “Precursora de la Revolución”, ya que siendo profesora propició en sus alumnos “la necesidad de violentar la evolución social y política de la Nación Mexicana”, y que por infl uencia de ella, no fueron pocos los que manifestaron su apoyo a Francisco I. Madero. Como propagandista, viajó por distintas regiones del país y estuvo en contacto con importantes líderes maderistas, como el ingeniero Carlos Patoni,27 y Eduardo Hay, con quien trabajó como taquimecanógrafa hasta la caída del gobierno de Francisco I. Madero. Pablo González se refi ere a ella como una constante luchadora constitucionalista. Por ejemplo, menciona que Galindo fue comisionada por el Club Político “Abraham González”, al que ella pertenecía, para dar la bienvenida a Venustiano Carranza en 1914, y que posteriormente el propio Carranza la llamó para que fuera su secretaria; González da cuenta de las actividades que realizó Hermila Galindo al lado de Carranza, tanto en el país como en el extranjero.
Galindo amplió sus conocimientos al participar y asistir a Congresos Científi cos y pro-raza, que difundía para que mejorara la situación so-
26 D/112/M-69, 15 f., Hermila Galindo de Henríquez, AHSDNV. 27 Patoni fue el primer gobernador maderista de la Comarca Lagunera en el estado de Durango.
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Mujer revolucionaria del estado de Michoacán.
cial y política del país, y también los aplicó para el mejoramiento de la condición de la mujer. Una de sus iniciativas fue la revista que dirigió y fundó, la cual llevó por título La Mujer Moderna. El general dice al respecto: “Aunque pugnó especialmente por la dignifi cación de la mujer mexicana, mantuvo siempre el vivo entusiasmo por la causa revolucionaria”. A diferencia de otras mujeres de su época, Hermila tuvo la iniciativa de insertar las discusiones nacionales en contextos más amplios en temas relacionados con la política, la fi losofía y la sociología.
Eduardo Hay, siendo secretario de Relaciones Exteriores, certifi có la veteranía de Hermila Galindo. Además de incluir la información de Pablo González, también consideró su participación durante el constitucionalismo y agregó otras actividades. Hay relata que en 1916 Galindo se trasladó a La Habana, Cuba, para impartir algunas conferencias “pro-raza”, su presencia fue importante en un momento en que las rela-
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Carmen Serdán trabajó junto a su hermano Aquiles Serdán en la campaña antirreeleccionista y maderista.
ciones entre México y Estados Unidos estaban a punto de romperse, por lo que su papel fue fundamental para dar difusión a la política constitucionalista. Galindo, además, dejó escritos en los que refl exiona sobre la situación nacional e internacional. Hay cita: La doctrina de Carranza y el acercamiento indolatino, y dice que se conservaron inéditas: Consideraciones fi losófi cas y Carranza en su política internacional, de las que, afi rma, una vez publicadas serán de gran enseñanza para las generaciones futuras. Ve en ella una gran servidora de la revolución maderista, constitucionalista y de la Patria.
Al conceder su certifi cación, Luis Cabrera hace alusión a que tenga que ser él quien extienda una constancia a la personalidad de Galindo, debido a que es reconocida por “todos los revolucionarios”. Dice que tuvo la oportunidad de conocerla y tratarla en el estado de Veracruz, cuando menciona su colaboración en el constitucionalismo, también agrega su cooperación intelectual y a favor del feminismo.
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A través de los expedientes de las veteranas es posible distinguir la constante movilidad que tuvieron las mujeres revolucionarias y las actividades que realizaron. Como hemos visto, el formato limitaba las acciones al uso de las armas; sin embargo, ellas se apoyaron de las relaciones que tejieron durante el movimiento armado para certifi car su compromiso activo con la Revolución. No todas tuvieron los mismos lazos sociales, como la ex coronela de Caballería María Asunción Villegas Torres, proveniente de un extracto social de bajos recursos y que al parecer, su incorporación como soldado se debió a la leva, práctica común entre los ejércitos, pero con su inclusión y grado en el ejército rompió con el discurso de domesticidad; ella aseguraba ser soltera, pero habría que indagar si se encontraba en la situación de unión libre o si tenía hijos.
Un caso contrario fue el de Hermila Galindo, quien desde su actividad como propagandista, con estudios y proveniente de la región del norte, entabló fuertes relaciones con intelectuales y jefes de altos mandos, que aun en el cardenismo gozaban de alto prestigio. Sus certifi cados cruzan las fronteras temporales de la solicitud, pero también se distingue desde una situación que trasciende los esquemas impuestos de género, porque fue considerada intelectual, categoría que no se empleaba habitualmente para designar a las mujeres.
En el caso de Leonor Villegas, viuda de Magnon, y de Adela Pérez, ambas dedicadas a la atención de los heridos, su situación fue muy distinta. Mientras que Villegas de Magnon provenía de una familia acomodada y tenía poder de decisión, lo que la condujo a relacionarse e
implementar sus proyectos en torno a las actividades de salud, Adela Pérez asumió un papel que se relacionó más con las actividades domésticas; sin embargo, fuera del empleo de las armas y del hogar se trasladó a diferentes regiones si bien, por su juventud y por su vulnerabilidad al encontrarse en espacios masculinos, la cuestión moral o su fi sonomía no fue un obstáculo para que ella enfrentara otras experiencias distintas.
Las mujeres que se dedicaron a las actividades de propaganda gozaron de una mayor autonomía y sus redes fueron distintas a las de mujeres que combatieron con las armas. Elena Torres tuvo una fuerte participación posterior al movimiento armado, obtuvo cargos en el terreno educativo y comisiones a nivel internacional, fue impulsora de los derechos de la mujer y se relacionó con jefes de gobierno.
No se trató de la misma situación de las mujeres que lucharon con las armas, ya que al terminar la Revolución volvieron a su papel doméstico. De alguna manera puede explicarse por la condición de clase, pero también por el predominio masculino que existe en las cuestiones militares, el cual excluye cualquier rasgo de feminidad.
El Archivo de Veteranas nos otorga información que debe ser analizada con mayor profundidad, para dar seguimiento a quienes participaron y sobrevivieron buscando su estatus de veterana. Como puede observarse en los expedientes, sus actividades no se sujetaron a las limitantes de su supuesta naturaleza sexual que les confi ere el discurso de domesticidad. En la mayoría de los casos, al terminar el enfrentamiento armado se omitió el desempeño de las mujeres revolucionarias, y en su lugar les fueron conferidas virtudes sacrifi ciales extraordinarias. Por otro lado, se hizo toda una campaña que victimizó a las combatientes desde una perspectiva moral, y con ello se intentó volver al orden establecido. Sin embargo, desde otra perspectiva éstas y otras mujeres tejieron cambios que poco a poco han logrado avances signifi cativos en la lucha por su propia revolución como mujeres.
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