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Cómo hacer un hombre
e x pat s . cz Y SIGNIFICADOS

Arrigo Coen Anitúa (†)
El talmud (palabra derivada del verbo hebreo talm limed, ‘enseñar’), texto que contiene las enseñanzas de la tradición judía, describe así texto la creación de Adán: “En la primera hora se recogió su polvo; en la la cre segunda fue diseñada su forma; en la tercera se hizo embrión, góseg lem; en la cuarta brotaron sus miembros; sus orificios se abriele ron en la quinta; recibió su alma (el espíritu, soplo o aliento ro divino) en la sexta (nótese que el ordinal coincide con el sexto día divi de la Creación); en la séptima hora se puso de pie; en la octava se de l le dio mujer (a quien Adán primero llamó le d Ishá, de ish, ‘hombre’, o sea ‘hembra del hombre’ o varona, femenino de varón, según otros traductores; sólo después se llamó Eva, javá, derivado de jay, ‘vida’, “por cuanto era madre de todos los vivientes”, conforme con el Génesis 3, 20); en la novena hora Adán (con Ishá) fue puesto en el Edén (el Paraíso terrenal); oyó la voz de la orden de Dios en la décima hora; en la undécima pecó, y en la duodécima fue expulsado del Edén.”. Adán viene a ser, pues, el primer gólem.
Algunos cabalistas de Medievo creyeron en la posibilidad de infundir vida a una imagen humana hecha de ciertas sustancias, especialmente de barro. (Recuérdese que la palabra adán, adam, en hebreo, genéricamente significa “hombre” y como el latino homo está emparentado lingüísticamente con humus, ‘tierra’; así también sucede en hebreo, lo que explica que el nombre propio del primer hombre haya sido Adán. Según el Génesis, “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra…”) La efigie destinada a cobrar vida recibía el nombre de gólem, término que en hebreo quiere decir amorfo, ‘sin forma’, ‘lo que aún no está completo’, ‘embrión’.
Según la hagadá, y conforme con el midrash, método de interpretación que investiga (darash en hebreo denota ‘buscar’, ‘inquirir’) el sentido profundo de las escrituras, mediante su análisis y aplicación en la práctica, el gólem de Adán no se redujo a polvo de tierra, o al barro hecho con ese polvo y la humedad de la primera bruma. Dice el tratado del procedimiento judicial en las ordalías llamadas de las “aguas amargas” (y que se aplicaba especialmente para averiguar la culpa o inocencia de la
‘mujer sospechosa de adulterio’, sota en hebreo), que el nombre de Adán se explica como sigla de los elementos que lo componen: éfer, ‘ceniza’; dam, ‘sangre’; y mará, ‘hiel’; ADM. Pero la presencia del segundo elemento, la sangre, no puede ser anterior a la conversión del gólem en ser viviente, pues la sangre pertenece sólo a este último.
Además de la materia, es indispensable la forma o fórmula. Toda magia requiere el conjuro. Éste puede ser escrito; por ejemplo, una combinación de letras que dé alguno de los nombres misteriosos de Dios (como Shem). Puesta la palabra en un papel, se introducía éste en la cavidad craneana o en la boca de la imagen, la cual, entonces, se animaba y actuaba como ser humano. La forma podía también ser oral.
En la Edad Media se dio al hombre artificial el nombre latino de homunculus, ‘hombrecito’. Parece que el célebre doctor Fausto logró animar uno. Otra leyenda atribuye a Ibn Gabirol la creación de un gólem femenino que lo sirvió. La misma idea palpita en el mito griego de Pigmalión, el rey de Chipre que se enamoró de la estatua femenina que él mismo había esculpido en mármol; obtuvo de Afrodita que le infundiera vida y, una vez mujer, la llamó Galatea, la hizo su esposa y engendró en ella a Pafos. Más reciente es la versión del monstruo del doctor Frankenstein, que se vuelve contra su propio creador. Quizás el primero que se valió de una fórmula mágica para animar un gólem fue Elías de Jelm –posiblemente por ello se lo apodó Baal Shem–, pero le pasó algo semejante a lo que aconteció a Frankenstein y, espantado por el aspecto monstruoso y la conducta desenfrenada de su criatura, tuvo que reducirla de nuevo a polvo.
Aunque sin posible comprobación histórica, se afirma que el creador por excelencia del gólem fue el doctor rabino Yehudá Loew ben Betzale, quien vivió en Praga (probablemente naciera en Poznan hacia 1525) tras haber ejercido el rabinato principal de Moravia en Nicolsburgo. Dirigió una escuela talmúdica y alrededor de él se han tejido numerosas leyendas. Una de las más asombrosas es, precisamente, la de su gólem. Y lo curioso es que este rabí no era partidario de la cábala.
“Cuatro elementos –se dijo el santo varón– son necesarios para crear el gólem u homúnculo: tierra, agua, fuego y aire”. Pensó que él mismo podría invocar el poder de aire, su yerno conjurar el del fuego y su discípulo favorito atraer la virtud del agua. Entre los tres podrían lograr el propósito. Les recomendó, pues, gran secreto a sus dos compañeros y los instruyó a fin de que se preparasen física y espiritualmente para la empresa. ”Era el vigésimo día del mes de adar del año 5340 de la creación del mundo. Fuera de la ciudad, en la margen de un río, cavaron hasta hallar buena arcilla de la que hicieron suficiente provisión. Batieron y amasaron el suave material y formaron una figura de hombre, de espalda sobre el
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Detalle de La creación del Golem, galería Rudolf II del hotel Golden Golem en Praga, pintado entre 2001 y 2003 por Milan Víšek.
suelo, dando el mejor acabado a las facciones y a los miembros. Pusiéronse luego los tres al extremo de los pies del gólem que habían modelado y el rabí ordenó a su yerno que caminara en torno de la figura hasta completar siete giros, recitando una fórmula que había compuesto. Tan pronto como el yerno hubo dado las siete vueltas, profiriendo las palabras mágicas del conjuro del fuego, la figura de arcilla se puso roja como una brasa ardiente. ”Ordenó en seguida el rabí a su discípulo que, a su vez, diese, caminando, siete vueltas alrededor del gólem, recitando la fórmula de invocación al agua. El efecto, a la séptima vuelta, fue la disminución del calor. Se humedeció la figura y de ella emanaron vapores, mientras le crecían uñas en los dedos de manos y pies y se le cubría la cabeza de cabellos y algunas partes del cuerpo con vello. El rostro del gólem parecía el de un hombre de unos treinta años. ”Por fin, el propio rabí Loew rodeó siete veces la figura y los tres hombres rezaron el versículo séptimo del capítulo segundo del Génesis: ‘Y el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en sus narices el aliento de vida, y el hombre se convirtió en un alma viva.’ ”Abriéronse entonces los ojos del gólem, que miró al rabí y a sus acompañantes. Habló el rabí en voz alta y ordenó al hombre de arcilla que se levantara del suelo y el gólem obedeció sin tardanza. ”Cuéntase que el rabí sólo se servía del gólem durante la semana y lo dejaba inanimado los sábados; pero una vez se olvidó de extraerle el shem y el gólem anduvo errante, sin órdenes precisas. El rabí lo halló, poco antes de comenzar el sábado, junto a la sinagoga, y, en su prisa por quitarle el nombre mágico, lo destruyó.”