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Palabras, libros, historias

MICHEL PEISSEL Y SU MUNDO PERDIDO

Andrés Ortiz Garay

Mil novecientos cincuenta y ocho no parece una fecha

tan lejana y sin embargo, el relato que hace Michel Peissel de un viaje por tierras mayas mexicanas bien podría parecer del siglo XIX. De hecho, se le considera uno de los “últimos y verdaderos exploradores”, y el artículo relata su historia.

en 1963, la editorial E. P. Dutton, de Nueva York, publicó la primera edición de The Lost World of Quintana Roo: an adventurous quest for Mayan ruins on the untamed coast of Yucatan. El primer libro de Michel Peissel fue traducido luego al español y publicado por Editorial Juventud, de Barcelona, en 1973, con el título El mundo perdido de los mayas. Exploraciones y aventuras en Quintana Roo. Este relato del viaje que su autor realizó en 1958 por la costa del Caribe mexicano se convirtió en una “obra de culto” para los europeos y estadounidenses que gustaban de viajar de manera independiente con la idea de vivir aventuras.

Peissel plasmó en ese libro su travesía por los cerca de 500 kilómetros que separan Puha –un punto de la costa enfrente de la isla de Cozumel– de la línea fronteriza entre México y Belice. Ese recorrido, que Peissel llevó a cabo básicamente caminando, hoy se hace en pocas horas en vehículos de automotor por una carretera (la federal 307) que no existía en aquel tiempo. Como tampoco había poblados de importancia y mucho menos las ciudades que hoy dan fama mundial a la llamada “Riviera Maya”. La brillante narración de Peissel retrata un mundo ya perdido en el que la jungla, el manglar, los cocotales y los caudalosos ríos constituían barreras naturales que dificultaban el paso, al mismo tiempo que la fauna salvaje y la gente que allí habitaba constituían un enigma en buena medida amenazante para el extraño.

En las décadas de 1960 y 1970, el libro de Peissel (que además de en español se ha publicado en varios idiomas) fue una fuente inspiradora de deseos y fantasías para muchos viajeros lanzados a la búsqueda del Edén perdido en

MUNDO

Las definiciones de esta palabra que ofrece el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española –consultado en su versión en internet– son tan variadas que casi se podría elaborar un artículo de esta revista tan sólo con ellas. Por eso es forzoso conformarnos con presentar nada más algunas.

mundo.

(Del lat. mundus, y este calco del gr. ).

1. m. Conjunto de todas las cosas creadas. 2. m. Planeta que habitamos. 3. m. Esfera con que se representa el globo terráqueo. 4. m. Totalidad de los hombres, género humano. 6. m. Parte de la sociedad humana, caracterizada por alguna cualidad o circunstancia común a todos sus individuos. El mundo pagano, cristiano, sabio. 7. m. Experiencia de la vida y del trato social. Tener mucho mundo. 8. m. Ambiente en el que vive o trabaja una persona. El mundo de las finanzas. 10. m. En sentido ascético y moral, uno de los enemigos del alma, según la doctrina cristiana.

Mundo Antiguo. 1. m. Porción del globo conocida de los antiguos, y que comprendía la mayor parte de Europa, Asia y África. 2. m. Sociedad humana, durante el período histórico de la Edad Antigua. El Nuevo Mundo. La parte del globo en que están las dos Américas. Tercer Mundo. Conjunto de los países menos desarrollados económica y socialmente. las paradisiacas playas de la costa quintanarroense. Era la época de los hippies, de los desencantados con la guerra de Vietnam, de la insurgencia juvenil; era un tiempo de bonanza económica que permitía a los “gringos aventureros” (estadounidenses o europeos) viajar por los países del Tercer Mundo con relativamente poco dinero y pasarla bien si sus exigencias no eran de alto nivel. Era también una época en la que Quintana Roo no tenía un gobierno local sino que, como territorio, no estado, dependía directamente del gobierno federal y era en efecto una entidad todavía bastante desligada del resto de la nación, al menos en lo que se refiere a vías y medios de comunicación, así como al volumen de su población. No fue sino hasta después de 1974, cuando el territorio de Quintana Roo se convirtió en un estado de la Federación, que comenzó el proceso de desarrollo que aquí llamaremos la “colonización contemporánea de la Riviera Maya”.

En busca de otros mundos

Michel Georges François Peissel, el autor de El mundo perdido de los mayas, nació en París, Francia, el 11 de febrero de 1937, pero desde pequeño vivió en Inglaterra –su padre fue diplomático de carrera– por lo que era perfectamente bilingüe en inglés y francés. Ávido lector, especialmente de novelas de aventuras y de relatos de viaje, Peissel recuerda:

[…] me eduqué en Inglaterra, en el lluvioso Hertforshire; siendo niño, solía soñar en un mundo exótico, y me mortificaba pensar que el animal más salvaje que ha-

bía visto hasta la edad de doce años era un tejón de pecho blanco.1

Estudió en Oxford y quedó fascinado con la idea de la exploración de tierras remotas tras leer Secret Tibet, del italiano Fosco Maraini (se cuenta que por entonces también comenzó su aprendizaje de la lengua tibetana leyendo la Grammar of Colloquial Tibetan, de sir Charles Bell). Pero como en 1950 la anexión del Tibet a la China comunista significó el impedimento de que extranjeros de países capitalistas pudieran visitar el país de los lamas budistas, Peissel postergó su sueño de ir a los Himalaya y se matriculó en la universidad estadounidense de Harvard para estudiar materias relacionadas más bien con la economía y los negocios.

En 1958, Peissel llegó a México para efectuar lo que, en principio, había proyectado como un corto viaje antes de graduarse en Harvard y ocupar luego un promisorio empleo en el mundo financiero de Wall Street. Pero al visitar Tepoztlán, Morelos, su vida y sus proyectos cambiaron radicalmente, pues allí conoció a Gustav Regler:2

1 Todas las citas de Michelle Peissel que se transcriben en este artículo se tomaron de la edición de su libro El mundo perdido de los mayas en Editorial Juventud, 1973. 2 Gustav Regler (1898-1963) fue un escritor socialista alemán. Tras combatir en la I Guerra Mundial militó en el Partido Comunista Alemán. Al subir los nazis al poder tuvo que exiliarse; fue comisario político y combatiente en una de las brigadas internacionales que lucharon contra los fascistas en la Guerra

Civil Española. Tras el pacto entre Stalin y Hitler se convirtió en un acérrimo crítico del estalinismo y tuvo que abandonar Francia cuando entraron en ese país las tropas hitlerianas. Obtuvo asilo político en México durante el gobierno del general Lázaro

Cárdenas y se quedó a vivir en el país. Fue autor de tres libros sobre México y un dedicado estudioso de las culturas prehispánicas de Mesoamérica.

Acepciones en la lengua coloquial:

el otro mundo. La otra vida, que se espera después de ésta. gran mundo. Grupo social distinguido por su riqueza o su rango. medio mundo. Mucha gente. Había allí medio mundo. otros mundos. Astros hipotéticamente habitados. Habitantes de otros mundos. todo el mundo. La generalidad de las personas. Todo el mundo lo sabe. un mundo. Muchedumbre, multitud. Salió en su seguimiento un mundo de muchachos. andar el mundo al revés. loc. verb. coloq. Estar trocadas las cosas de como deben ser. caérsele a alguien el mundo encima. loc. verb. coloq. Deprimirse. correr mundo. loc. verb. Viajar por muchos países. de mundo. loc. adj. Persona que trata con toda clase de gente y tiene gran experiencia y práctica en los negocios. echar al mundo. loc. verb. Parir, dar a luz. Producir algo nuevo. echarse al mundo. loc. verb. Seguir las malas costumbres y los placeres. Prostituirse. hundirse el mundo. loc. verb. Haber un cataclismo. Parecía que se hundía el mundo. irse de este mundo. loc. verb. morir (llegar al término de la vida). lejos del mundo. locs. advs. U. para expresar el apartamiento del trato con la gente, de las diversiones, etc. no ser nada del otro mundo. loc. verb. coloq. Ser de poco valor. por nada del mundo. loc. adv. coloq. U. para expresar la decisión de no hacer algo. ver mundo. loc. verb. Viajar por varias tierras y diferentes países.

En fin, como se puede ver, esta palabra comporta una larga serie de significaciones. Aunque si nos atenemos más bien a su origen etimológico, resulta curioso que mundus, para los antiguos romanos, también fuera la palabra usada para nombrar el tocador de las mujeres, sin duda –ayer y hoy– un intrincado universo de instrumentos, utensilios y posibles maravillas.

Pero, ¿qué decir acerca de un mundo perdido? Para Michel Peissel los lugares por los que viajó en su infatigable búsqueda de “otros mundos” podían parecerle perdidos, debido a las diferencias culturales y geográficas que presentaban ante aquel que, finalmente, era el suyo. Sin embargo, para mayas, bhutaneses, tibetanos y otros pueblos más, sus mundos nunca estuvieron perdidos, pues ellos, en la antigüedad o en la contemporaneidad, han vivido y desarrollado su historia allí. Por eso, como lo hace en una de sus películas James Bond, el legendario agente 007, también podríamos decir: “Un mundo no basta”.

Michel Peissel, Zanskar, 1976.

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Gustav Regler. Gust tav Reg gler

Era un hombre fascinante. Jamás había conocido yo a uno así; no le fue, pues, difícil inflamar mi imaginación respecto a Méjico, ni encender en mí la llamita aventurera que casi se había extinguido con los rigores de la vida estudiantil y la dócil resignación… En este sentido, Gustav Regler fue responsable de lo que me ocurrió durante lo que yo había proyectado fuese una pacífica estancia en Méjico.

Además de instruir al joven Peissel en el conocimiento del México antiguo, Regler le presentó a Allan Ball, un aristócrata inglés, escritor de medio tiempo y bebedor de tiempo completo. En una de sus noches de juerga, estaban ambos mirando un mapa de México y se fijaron que la costa caribeña de la península de Yucatán era un territorio poco conocido y entonces decidieron hacer una exploración en esos lugares que llevaban el

“bonito nombre de Quintana Roo”.3 Quizás entonces Peissel soñó que allí podría encontrar vestigios todavía inexplorados de la antigua civilización maya… quizás hasta tesoros en los templos sepultados por la jungla o bajo las cristalinas aguas del Mar Caribe. Los dos amigos acordaron que Peissel se adelantara hasta Mérida para preparar allí la logística del viaje y conseguir información más detallada sobre los lugares que pretendían visitar. Ball quedó de alcanzarlo en Mérida, pero finalmente nunca lo hizo.

Viaje por un mundo perdido

M. Peissel, El mundo perdido de los mayas…, Editorial Juventud, Barcelona, 1973.

En abril de 1958, Peissel viajó en autobús de la Ciudad de México a Coatzacoalcos, y de allí en el Ferrocarril del Sureste hasta Villahermosa, donde hizo alto para conocer Palenque; como no había carro o autobús que lo llevara, rentó una avioneta para llegar al sitio arqueológico. Describe así ese trayecto:

Sitios arqueológicos con seis o más estructuras.

Sitios arqueológicos con menos de seis estructuras.

Pueblos o ciudades.

Volamos por encima de algunos campos descarnados y luego sobre Itinerario del autor en Quintana Roo y las ruinas mayas más imporlas olas verdes de la selva tropical. tantes en la costa de Yucatán. Desde allí pude ver el contorno de la comarca y contemplar la jungla a mi antojo. Una masa tal de vegetación es todo un espectáculo. Desde lo alto, el oleaje parecía ora esmeralda del mar, ora como un manto de hongos verdes cubriendo la tierra; de vez en cuando, las ramas

3 Como les pareció que “Quintana Roo quedaba corto y necesitaba otro nombre que lo equilibrase” le añadieron el de Darién (“… una cadena de montañas inaccesibles y poco conocida, que se extiende desde el sur del canal de Panamá a lo largo de la frontera de Colombia.”). Tal vez su ocurrencia de agregarle palabras no hubiera sido tal de haber sabido que el topónimo provenía del nombre de un importante político insurgente, Andrés Quintana Roo, de origen yucateco, que fue miembro del Congreso Constituyente de 1814 y redactor de la Constitución de Apatzingán.

b tabasco.gob.mx taba b sco. c go . mx x

Carlos Pellicer. Carlos s Pellice er fantasmagóricas de un árbol muerto se erguían como un mojón. En un punto determinado vi abrirse la floresta y divisé un pequeño calvero con dos chozas de techo de paja, único signo de vida en muchos kilómetros a la redonda.

Ir a Palenque fue una buena decisión, porque además de haber visto por primera vez una antigua ciudad maya, esa visita le permitió convivir unos días con Carlos Pellicer, el poeta tabasqueño y erudito en la cultura maya que se hallaba allí montando un pequeño museo en el sitio arqueológico.

Durante mis tres días de estancia en Palenque no vi a ningún turista. Iba yo solo por las ruinas, o acompañado muchas veces por Carlos Pelissier (sic), cuyos ilustrados comentarios y agudas y sensibles observaciones hicieron vivir para mí las grandes construcciones que antes escaparan a mi comprensión. Por su intermedio entendí no sólo la historia de la vieja ciudad, sino también cómo ver, cómo mirar las ruinas, y también a distinguir cuáles eran las cosas importantes que debía observar.

Después fue a Mérida, donde se entrevistó con Alberto Ruz Lhuillier, el famoso arqueólogo que había descubierto en 1952 la tumba de Pakal en Palenque; éste le explicó que la costa quintanarroense estaba prácticamente deshabitada, con excepción de tres puntos: Puerto Morelos, al norte; Tankah, en el centro; y Xcalak, en la frontera de México y Honduras Británica.4 Asimismo, le contó sobre las ruinas de Tulum, aisladas por la selva y el mar. El doctor Ruz juzgaba un tanto aventurado el proyecto de Peissel, sobre todo porque sería difícil –como en verdad lo fue– que encontrara embarcaciones que lo transportaran, aunque también le dijo que le quedaba el recurso de alquilar una barca en la isla Cozumel para que lo llevara a Honduras Británica. El joven francés asienta en su libro:

Me dediqué entonces a buscar a alguien que hubiera estado en Quintana Roo y me informara sobre aquello. Los resultados fueron poco satisfactorios, pues no pude encontrar a nadie. Supe, sin embargo, que la región de Quintana Roo, a diferencia del Yucatán central, estaba cubierta por una densa selva y que ninguna carretera penetraba en ella. No existían ciudades y, lo que es más, me enteré de que toda aquella zona estaba infestada de bandidos, fugitivos mexicanos, pues en Yucatán un bandido es, por definición, un mexicano. Los indios mayas mismos, que suelen ser pacíficos y sedentarios, cambian en la región de Quintana Roo, donde se les

4 Éste era el nombre de la colonia británica que se estableció en 1862 –cuando México enfrentaba la intervención francesa– y que fue finalmente reconocida por el gobierno de Porfirio Díaz en 1889.

El protectorado inglés continuó con ese nombre hasta 1981, cuando se proclamó la independencia y el nombre oficial del nuevo país cambió a Belice.

conoce por indios sublevados. Pronto iba a darme cuenta de que en Yucatán, lo mismo que en México capital, se consideraba a Quintana Roo como un territorio salvaje y rudo, del cual nadie se preocupaba y nadie conocía.

Por aquello parecía deducirse que cuanto menos me acercara a Quintana Roo, mejor. Pero no me descorazonó la información obtenida. Al contrario, tanto misterio me intrigó, y me pregunté si no resultaría, en el fondo, mucho más interesante y curioso cruzar parte de Quintana Roo a pie hasta el mar. Cuando comuniqué mi idea al señor Pomerat, director de la Alianza Francesa en Mérida, hombre conocedor del país y de su gente, me contestó sin contemplaciones que estaba completamente loco. Luego me explicó que, el año anterior, un joven arqueólogo alemán había salido de Mérida hacia Quintana Roo, proyectando viajar a pie hasta la antigua ciudad costera de Tulum. Su cuerpo fue hallado tres semanas después, pudriéndose, en el extremo de un cenote.

El mundo perdido de los mayas. Exploraciones y

Antes de abandonar Mérida, Peissel visitó de nue- aventuras en Quintana Roo, Editorial Juventud, Barcelona, 1973.vo a Alberto Ruz. Como producto de su conversación, nació en el primero una idea más definida que le daría sentido a su viaje: estar atento al hallazgo de ruinas y vestigios de la presencia de los antiguos mayas y levantar registros y mapas de los sitios arqueológicos que encontrara a su paso.

Luego de conocer Uxmal y Chichén Itzá, Peissel se embarcó en Puerto Juárez para llegar a Isla Mujeres y de ahí pasar a Cozumel. Poco a poco, el bisoño explorador fue aprendiendo cosas que le ayudarían a pasar mejor su estancia en las tierras de los mayas, como usar la hamaca y cuidarse de la caída de los cocos; así nos narra esto:

Aprendí en Yucatán que, excepto en los hoteles, no existen camas, pues lo mismo los indios que los mejicanos duermen en hamacas. Para mí, éstas habían estado siempre asociadas a la Marina, a la incomodidad y al temor a caerme. En cuanto hube probado una hamaca maya, rectifiqué esta opinión y estuve de acuerdo con la leyenda local que cuenta que las hamacas son un presente de los dioses al género humano. La hamaca yucateca es, podríamos decir, honrada, pues no juega malas pasadas en mitad de la noche como otras que conozco.

Los cocoteros crecían por todas partes; los penachos de sus frondosas copas se agitaban en el cielo y, prendidos de los gruesos troncos, se veían grandes racimos de cocos verdes que amenazaban con caerse sobre la cabeza de los habitantes del lugar. Pensé en lo afortunado que fue Newton por vivir en un país donde lo que crecían eran manzanas, pues aquí su afortunado accidente hubiera sido fatal.

Templo maya en Puha.

M. Peissel, The Lost World of Quintana Roo…, E.P. Dutton, Nueva York, 1963.

Tras una semana de espera en la isla de Cozumel, Peissel logró que lo llevaran dos adolescentes mayas en su pequeña y frágil barca, apenas algo más que una canoa, hasta Puha, un cocotal, que resultaba ser algo así como una diminuta isla de palmeras en el mar de la espesa jungla continental. Allí vivían esos dos chicos con sus padres; la familia subsistía de la caza y la pesca y dos veces al año “… recogían cocos y los abrían para sacar la pulpa (copra), que después vendían en Cozumel”. Hospedado unos días por esa familia, Peissel tiene su primer hallazgo de unas ruinas mayas que él creyó ser el primero en descubrir, cuando acompaña a sus jóvenes amigos a anclar la barca en una pequeña caleta:

Puha desapareció pronto de nuestra vista, y durante una hora navegamos junto a una parte rocosa de la costa, donde la jungla venía a morir casi junto al agua misma. Inesperadamente, la línea rocosa se quebró, y Samuel dirigió la Lydia a través de un paso que no tendría más de tres o cuatro metros de ancho; con gran sorpresa por mi parte, nos encontramos de repente flotando por las serenas y azules aguas de una especie de abrigada laguna, abierta entre la densa vegetación. El agua era tan clara, que los brillantes peces tropicales resultaban visibles, y yo los observaba nadar en derredor de la barca. La laguna parecía bastante grande y se perdía de vista tierra adentro. Al doblar una curva del lago, que estaba orillado por lajas, como las piscinas, vi algo que me asombró. Allá en el extremo del agua azul, reflejándose apaciblemente en ella, se alzaba un antiguo templo maya, perfectamente conservado.

Partiendo de Puha, Peissel dio inicio a la caminata que por cerca de dos meses lo pondría en contacto con un mundo fabuloso y exótico. En muchos momentos de su andanza, el joven francés se expuso a riesgos mucho más serios y peligrosos que la caída de cocos, por ejemplo, al hambre y la sed, la posibilidad de sufrir insolación por el tremendo calor o la eventual mordedura de serpientes u otros animales ponzoñosos. Además, siempre lo asaltaba el

temor de tener encuentros violentos con los hombres que trabajaban en la selva para extraer la goma del chicle, los temibles chicleros que iban siempre armados de escopetas, pistolas, machetes y una muy mala fama.

M. Peissel, La palabra chiclero, que comprendí era sinónimo de bandido y que siempre había oído relacionada con algún crimen, es, en realidad, el nombre dado a los que recogen chicle. El chicle es la savia de un zapote especial o árbol de sapodilla, que se emplea únicamente El mundo perdido de los mayas…, Editorial Juventud, Barcelona, 1973. en la elaboración de la goma de mascar. Las miles de hambrientas mandíbulas norteamericanas han hecho de esa elaboración una gran industria… A diferencia del árbol del caucho, los árboles que producen el chicle no crecen en plantaciones, de modo que la única manera de recoger su savia es enviar hombres a la selva. Recoger chicle es una operación penosa y peligrosa, ya que quien la ejecuta está expuesto a la mordedura de serpientes venenosas, al peligro de las aguas contaminadas y, sobre todo, al paludismo, que Ruta del autor desde Puha hasta el poblado de Tulum.es todavía la peor plaga de Quintana Roo. Para llevar a cabo tan ingrata tarea se conducen a la jungla contingentes de ex convictos y criminales… Como resultado, esa selva está infestada de bandas de chicleros merodeadores que combaten contra la jungla, y entre sí, por la productiva savia blanca.

Sin embargo, nuestro autor también hace un reconocimiento a la inteligencia natural de los hombres que vivían en esas terribles condiciones cuando describe a Miguel, un habitante solitario del cocal (cocotero) de Ak, que le ayudó a proseguir el viaje entre Puha y Tankah.5

Me sorprendió el alcance de su inteligencia y la agudeza de su mente… Era el primer chiclero que conocía y también el menos temible. Como todos los chicleros, y en general todo aquel que vive una existencia peligrosa e independiente, tenía una percepción y una rapidez mental sorprendentes en hombre tan rústico, y que ya hubiera querido para sí más de un empleado de banco… Pero resultaba todavía más extraordinario en gente cuya forma de vida no exige grandes esfuerzos intelectuales para la supervivencia.

5 Este personaje, de unos 30 años cuando lo conoció Peissel, había sido chiclero, pero luego de matar a otro hombre en una pelea se había ido al cocal de Ak donde vivía aislado y en un anonimato tal que le sirvió para evadir una venganza o la dudosa, aunque posible, persecución policiaca.

M. Peissel, The Lost World of Quintana Roo…, E.P. Dutton, Nueva York, 1963.

Peissel en su travesía por Quintana Roo.

Peissel hace la curiosa reflexión de que si bien en 1518, la primera tierra firme mexicana que vieron los conquistadores españoles al mando de Juan de Grijalva fue la de Quintana Roo, varios siglos después, cuando él recorría esa costa en el siglo XX, gran parte de esas tierras permanecía desconocida para los mexicanos y los extranjeros.

Pensé entonces en lo irónico que resultaba el que la parte del antiguo mundo maya que primero vieran los españoles permaneciera durante cuatrocientos años más sin explorar, y sea todavía uno de los territorios menos conocidos del norte de América… La razón principal de que esta región siga siendo una tierra poco conocida, casi inexplorada, no reside, sin embargo, tanto en la jungla como en la presencia en Quintana Roo de lo que podríamos llamar los últimos defensores del pueblo maya, los temibles “indios sublevados”, verdaderos señores de ese territorio.

Aunque en ese entonces persistía aún la temible fama de los cruzo’ob, los indios sublevados de Chan Santa Cruz,6 Peissel fue bien recibido por los indígenas mayas en todo su recorrido; especialmente convivió con Pablo Canché y su familia, habitantes de la aldea indígena de Tulum, a unas decenas de kilómetros de las ruinas del mismo nombre.

6 Desde luego, estos términos hacen referencia a los indígenas mayas que desde la Guerra de Castas iniciada a mediados del siglo XIX se mantuvieron rebeldes al sometimiento ante las autoridades mexicanas. Hasta 1935 hubo núcleos de población maya que, refugiados en lo más denso de la selva de Quintana Roo, no aceptaban la soberanía nacional y no se consideraban mexicanos. Lo que nos cuenta Peissel demuestra que todavía a un siglo después de iniciada la Guerra de Castas esa población maya se hallaba muy alejada de la dirección adoptada por el resto del país.

Pasé tres días con los Canché en la aldea de Tulum. Fueron días casi de fiesta, en que se me brindó la más sincera hospitalidad. Después de mi llegada, cuando me hube refrescado y comido algunas tortillas, Canché me exhibió orgullosamente ante todos sus convecinos. Me cogió del brazo y me fue llevando de choza en choza, presentándome a cada familia… La aldea de Tulum había conservado una organización comunal muy semejante a la de los antiguos mayas. Tulum y otros tres poblados de indios de Chan Santa Cruz son los únicos que han escapado hasta ahora –y supongo que no por mucho tiempo más– a la influencia de la civilización moderna. Aquí, en Tulum, los indios de Chan Santa Cruz continúan viviendo independientemente. Cuando le pregunté a Canché respecto a esos indios, me contestó orgullosamente que todos, y también él, eran de Santa Cruz, y que sus habitantes habían vencido a los mejicanos. Añadió que ahora estaban pasando un largo periodo de paz.

M. Peissel, El mundo perdido de los mayas…, Editorial Juventud, Barcelona, 1973.

Pablo Canché instruyó a Peissel en los rudimentos

Ruta de Peissel desde el poblado de Tulum hasta de la cultura indígena, le llevó a conocer su milpa en Tupak.el interior de la jungla, le enseñó cómo se entallaban los árboles del chicle y después lo acompañó, guiándolo en una siguiente parte del trayecto. Además, le mostró las ruinas de Chunyaxche (a las orillas de la laguna de Muyil), una antigua ciudadela maya más grande que Tulum. Más allá otra gente, indios y mestizos de los cocales, le ayudaron y lo guiaron en la continuación de su travesía, aunque en algunas partes del itinerario Peissel marchó solo. Los destrozos que había provocado el huracán Janet poco antes le dificultaban el paso por algunos puntos; para cruzar la bahía de la Ascensión lo apoyó un pescador que tenía una destartalada embarcación; la visión que nos cuenta Peissel de ese hombre es exactamente la de uno de los viejos piratas del Caribe:

Remontando lentamente la costa apareció la vela triangular y sucia de un pequeño balandro. Con un rechinar de la madera contra la arena, la embarcación varó en la playa. Vi que un hombre rechoncho y fuerte saltaba de ella llevando un cabo que aseguró a un poste. Se parecía a los piratas de los cuentos, con su pantalón azul claro, remangado hasta las rodillas y muy rígido por los efectos del salitre, y una camisa suelta del mismo color, toda apedazada, desabrochada, dejando ver el torso. Tenía un rostro de rasgos duros y un bigotito espeso. En la cabeza llevaba un pañuelo rojo, y no le faltaba siquiera el aro de oro colgando de la oreja. Con el largo cuchillo que pendía de su cintura, era la imagen misma de mis sueños, y no pude evitar representármelo con aquel terrible cuchillo entre los dientes.

M. Peissel, The Lost World of Quintana Roo…, E.P. Dutton, Nueva York, 1963.

Michel Peissel apoyándose en el templo de Yochac.

A lo largo de su trayecto, Peissel “descubrió” 14 parajes arqueológicos que hasta entonces no habían sido registrados, de los cuales hizo descripciones más o menos detalladas. Finalmente, arribó al puesto fronterizo de San Pedro, en Honduras Británicas, donde fue detenido en la cárcel durante un par de días, mientras se aclaraba su situación migratoria, pues no tenía visa para entrar en Belice. Tras ser ayudado por el cónsul francés para resolver su situación y pagar la fianza que se le requería, Peissel llegó a Belice City, con lo que terminó así su primera expedición.

Otros viajes a Quintana Roo

Tan sólo tres años después, en 1961, Peissel regresó a Quintana Roo para explorar durante algunos días las ruinas de Chunyaxche, que tanto le habían encantado. Para entonces, el idílico y misterioso mundo perdido de los mayas que había visitado sufría una vertiginosa transformación. Dado que la revolución en Cuba había alejado de la isla antillana al turismo estadounidense, éste se dirigía insaciable en busca de otros puntos del Caribe. En Cozumel ya se habían construido cuatro hoteles y se realizaban vuelos diarios entre la isla y Mérida. En Boca de Paila, en la costa de Quintana Roo, donde Peissel había dormido en la hamaca de una choza sin paredes, se había instalado ya un lujoso campamento para los aficionados a la pesca en el mar. Se comentaban abiertamente los planes para la construcción de una carretera que atravesara la costa. Peissel nos cuenta:

[…] Aterrizó en Tankah un avión procedente de Mérida con personas llegadas de Nueva York para ir al campamento de pesca de Boca de Paila. Ninguna de esas personas imaginaba siquiera que pisaban una región inaccesible e inexplorada tres años atrás. No pude menos que pensar en lo lamentable que resulta la inversión de fondos considerables con un solo objeto, divertirse, mientras por los alrededores yacían templos, ruinas de incalculable valor, sin examinar, sin estudiar, o, lo que es peor aún, que toda una comunidad humana sufriera y muriera por falta de asistencia médica. Allí mismo, a poca distancia, unos hombres gastaban cien dólares diarios coleccionando trofeos. Ciertamente, el cambio dado en Quintana Roo no había sido para bien…

En 1987, Peissel volvió una vez más a México y con algunos arqueólogos del país construyó una gran canoa –que supuestamente emulaba las embarcaciones de los antiguos mayas– en la que recorrieron, remando y a vela, la costa caribeña de la península de Yucatán para demostrar la importancia del comercio marítimo en la vieja civilización maya.

M. Peissel, The Lost World of Quintana Roo…, E.P. Dutton, Nueva York, 1963.

Peissel al pie de una pirámide coronada por un oratorio en ruinas, Pamul, 1961.

Otros mundos perdidos

Sus expediciones le valieron la fama de ser uno de los “últimos y verdaderos exploradores” a la vieja usanza y ser distinguido como miembro de la Royal Geographical Society. Aprovechando su recién adquirida fama luego de publicar el libro sobre Quintana Roo y como conocía la lengua tibetana, consiguió el apoyo de un mecenas particular, así como del Museo Peabody y de la Universidad de Yale, para dirigir en 1959 una expedición entre los sherpas de la cordillera de los Himalaya (este estudio le valió obtener un doctorado en etnología por parte de la universidad francesa de La Sorbona). Luego de volver a Quintana Roo en 1961, Peissel atravesó con su mujer (Marie-Claire de Montaignac) el Atlántico sobre un pequeño velero. En 1964 se internó más en los Himalaya, llegando hasta Mustang, una comarca recóndita y misteriosa de Nepal. En 1968 obtuvo autorización para explorar el interior de Bhutan, el último reino feudal del planeta. Otras de sus expediciones fueron al reino de Zanskar, en la India; a remontar el río Mekong hasta descubrir sus fuentes en

telegraph.co.uk

Michel Peissel con Tensing, su cocinero y sirviente en Bhutan.

. crucemoselumbral.blogspot.com cruc u emos mo elum um bral bl o spo gspo t.co t m el este del Tibet en 1994; y el recorrido por la región de Nangchen, en la frontera Chino-tibetana, donde descubrió la existencia de una raza local de caballo (caballo de Riwoche) antes desconocida en Occidente. Aunque Peissel se mantuvo en un perfil relativamente modesto en el mundo académico, sus 40 años de expediciones por los Himalaya y otras partes de Asia lo convirtieron en un especialista en la región. Su prolífica producción incluye 20 libros sobre sus viajes de exploración, una autobiografía, dos novelas y multitud de artículos en revistas y publicaciones especializadas (sus trabajos se han traducido a 16 idiomas); también contribuyó a la filmación de varios documentales, entre los que destaca la serie Zanskar, the Last Place of Earth, producida por la BBC británica. Desgraciadamente, la muerte le llegó hace poco, en forma de un ataque al corazón, el 7 de octubre de 2011. Cabría preguntarse: ¿qué pensaría finalmente Peissel acerca de la actual destrucción de los manglares y la deforestación de la selva de Quintana Roo? ¿Qué opinaría sobre la transformación del indómito y orgulloso pueblo maya en peones de la construcción, mucamas, meseros y otros oficios dedicados a servir al turismo? ¿Le haría gracia la aparición cada vez más frecuente de los llamados springbreakers alborotando sin ton ni son en las otrora invioladas playas caribeñas de belleza sin par? ¿Le parecería justo que entre los empresarios hoteleros que se apropian de suelo y agua en la Riviera Maya predominen italianos, franceses y gringos, en vez de campesinos mayas o mexicanos descendientes de los chicleros y cocaleros que abrieron caminos en la selva? ¿Qué diría, simplemente, de que ahora sea una “Riviera”, aquello que fue un territorio ignoto? No lo sé bien, pero Michel Peissel en 1999. Mi M ch hel Peiss sel l en 19 999 a veces me imagino que por algo prefirió irse a los Himalaya.

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