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Educación y creatividad: sir Ken Robinson
E INCERTIDUMBRES
Educación y creatividad:
SIR KEN ROBINSON
Diego Techeira*
Sir Ken Robinson es un educador británico nacido en Liverpool en 1950. Su actividad destacada ha sido la investigación de las relaciones entre la creatividad y la calidad de la enseñanza.
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una investigación de 1999 patrocinada por el Ministerio de Educación y Empleo del Reino Unido conocida como Informe Robinson (y cuyo título traducido al español es Todos nuestros futuros: creatividad, cultura y educación) concluía, entre otras cosas, que la estructura de la educación está cambiando y generando un proceso de inflación académica por el que en la actualidad los títulos universitarios no garantizan nada a su poseedor.
En dicho informe, elaborado por un comité presidido por Ken Robinson, se ponía de relieve el escaso papel que en el proceso de la educación (en todos los niveles) había recibido la creatividad y se contrastaba esto con la importancia de la misma para el desarrollo de las capacidades individuales que permitan garantizar un futuro no sólo al individuo sino al país y aun a la propia humanidad.
G o b i e r n o s c o m o e l b r i t á n i c o , e l d e H o n g Kong y el de Singapur, así como la Comisión Europea y el Instituto de Artes Paul McCartney, han recurrido a los servicios de Robinson. Su conferencia “¿Las escuelas matan la creatividad?”, expuesta en el congreso Tecnología, EnTED) en 2006 (con una tretenimiento y Diseño ( segunda versión en 2010), no sólo sobresalió en el marco de dicho evento sino que, una vez subida a Internet, ha alcanzado millones de visualizaciones.
La actividad de Robinson como investigador en educación, en la que destaca su planteamiento sobre la necesidad de incorporar clases de arte al currículum escolar, le valió el nombramiento como sir por la reina de Inglaterra en 2003.
* Escritor uruguayo, poeta, ensayista y editor.
El valor de identificar el elemento
Una historia que Robinson refiere con frecuencia es la de una niña, Gillian, quien a los ocho años
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TED)
parecía un caso perdido a la vista de su constante incumplimiento escolar. Sus tareas, siempre entregadas tarde, eran además deficientes y, para empeorarlo todo, tenía mala caligrafía. Según sus maestros, la niña era una molestia para el resto de la clase, pues su ansiedad hacía que estuviera constantemente inquieta y haciendo ruidos. Era distraída y permanecía mirando por la ventana, lo que obligaba al profesor a llamarle la atención de manera permanente.
La madre de la niña recibió una invitación de parte del colegio para hablar sobre el problema de Gillian. Fue entonces cuando decidió hacerle una evaluación psicológica.
El especialista se dedicó a hablar con la madre, pero en todo momento estuvo pendiente de la niña, que (según ella recordaba ya de adult a ) i n t e n t ó m o v e r s e l o m e n o s p o s i b l e y h a s t a se sentó sobre sus propias manos para que su inquietud no causara una impresión inadecuada.
En determinado momento, el psicólogo le pi- dió a Gillian que esperara en el despacho mient r a s é l h a b l a b a e n o t ro l u g a r a s o l a s c o n s u m a m á , y e n c e n d i ó l a r a d i o a n t e s d e s a l i r d e la habitación. Cuando la niña se quedó sola, el psicólogo invitó a la madre a que la observara desde una ventana del pasillo que daba a la habitación y entonces vieron cómo Gillian se levantaba de su lugar y empezaba a moverse por toda la estancia siguiendo el ritmo de la música. Ambos la vieron asombrados por la gracia de la niña que evidenciaba un enorme placer en su rostro.
El psicólogo se volvió hacia la madre de Gillian y le dijo que la niña no tenía ningún problema. “Es bailarina. Llévela a una escuela de danza.”
La madre siguió el consejo que le habían dado, y eso cambió la vida de su hija, quien llegó a ingresar en el Royal Ballet School de Londres, en la Royal Ballet Company, donde tuvo oportunidad de ser solista y actuar en todo el mundo. Más adelante, formó su propia compañía de teatro musical, con la que produjo espectáculos que tuvieron mucho éxito en Londres y Nueva York. Junto a Andrew Lloyd Webber, creó algunas de las más célebres producciones musicales para teatro, entre ellas Cats y El fantasma de la ópera.
Aquella niña tuvo la fortuna inmensa de caer en manos de un médico que supo entenderla con mente abierta, respetar su individualidad e interpretar correctamente sus síntomas. En lugar de recetarle un ansiolítico, comprendió que lo único que necesitaba era la oportunidad de desarrollar con libertad lo que ella era realmente.
Al recordar el día en que por primera vez asistió a la escuela de danza, Gillian Lynne emplea una imagen muy gráfica: “Entré en esa habitación llena de gente como yo. Personas que n o p o d í a n p e r m a n e c e r s e n t a d a s s i n m o v e r s e . Personas que tenían que moverse para poder pensar”.
A l a l u z d e e s t a h i s t o r i a , s e n o s i m p o n e l a n e c e s i d a d d e p l a n t e a r u n p u n t o d e v i s t a m á s f l e x i b l e a c e rc a d e l a e d u c a c i ó n , q u e a t i e n d a n o sólo a patrones de estandarización sino también a la diferencia sustancial entre el individuo y un modelo idealizado de estudiante al que ya casi ninguno se adapta por completo, lo que hace del sistema educativo un trámite árido más que un proceso de aprendizaje, y un filtro antes que una posibilidad de inserción en la sociedad y en el mercado laboral.
Los talentos de cada cual
La historia de Gillian Lynne, que Robinson relata tanto en su libro El elemento. Descubrir tu 1 como en sus conferencias, pasión lo cambia todo re s u l t a u n e j e m p l o e v i d e n t e q u e re s p a l d a s u propuesta.
En nuestros sistemas educativos (él destaca siempre que a lo largo y ancho del mundo el sistema es el mismo, y no es extraño, pues el modelo se impone a los gobiernos locales desde
1 Todas las citas de esta obra provienen de la edición publicada por Grijalbo (Barcelona) en 2009.
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Gillian, de seis años, con su madre, Barbara, en 1932
instancias internacionales), uno de los problemas fundamentales es el de la jerarquización de las disciplinas, que le niega a la creatividad el papel prioritario que le corresponde.
Las matemáticas, las ciencias y las lenguas son las materias que se asumen como más imp o r t a n t e s , l a s h u m a n i d a d e s o c u p a n u n p a p e l intermedio, y en último término se sitúa el arte. Dentro de las artes, aparece otra jerarquía: normalmente la música y las artes visuales tienen mayor estatus que el teatro y la danza. De hecho, cada vez son más las escuelas que suprimen las artes de los planes de estudio. Una escuela de secundaria enorme puede tener un solo profesor de artes plásticas, y en la escuela de primaria los niños dedican muy poco tiempo a pintar y dibujar.
Robinson entiende que las escuelas valoran sólo ciertos tipos de análisis y razonamiento críti- cos e imponen un método estrictamente unifor- me de enseñar, sin contemplar (y ni siquiera plan- tearse) las distintas formas en que funciona la mente de los alumnos (así como Gillian necesita- ba moverse para pensar, hay quienes dependen
más de la vista o del oído o de retos lógicos o de que estimulen su creatividad para que así el docente pueda captar su atención).
Precisamente es el aspecto creativo el que más se coarta. Un ejemplo expuesto por Robinson trasciende su localismo, porque en realidad es una tendencia mundial:
Con programas como No Dejar Atrás a Ningún Niño (un programa estadounidense que busca incrementar el rendimiento de las escuelas públicas del país haciendo que alcancen determinados niveles de excelencia) y su insistencia en que los niños de todas partes de Estados Unidos estén cortados por el mismo patrón, estamos dando más importancia que nunca a la conformidad.
Esta tendencia tiene un alcance social que trasciende a las aulas. El molde educativo funciona como un verdadero filtro de diferencias, y todo docente debiera preguntarse hasta qué punto una democracia puede ser sólida cuando se modela el cerebro de quienes ejercen ciudadanía de tal modo que su funcionamiento esté determinado o condicionado por automatismos que limitan su capacidad de trascender ciertos atajos asimilados culturalmente, cuando a través de la educación se eliminan las diferencias.
¿Las escuelas matan la creatividad?
Esta frase es la que lleva por título la conferencia que sir Robinson brindara en el congreso Tecnología, Entretenimiento y Diseño ( TED), y constituye el nódulo de su propuesta.
Robinson sostiene que los niños naturalmente tienen una imaginación enorme –y no basta más que mirarlos para darle la razón–, son creativos y poseen una disposición innata a expresar lo que piensan. Lo paradójico del sistema educativo es que, en lugar de servir para desarrollar las habilidades y talentos naturales, parece programado para lograr lo contrario. El argumento político siempre acude a términos como competitividad y crecimiento económico, pero lo cierto es que a la hora de buscar soluciones es el propio sistema el responsable de que no se vislumbren salidas porque todos los caminos que propone conducen a Roma, y tal vez Roma no es el destino que todos quieren en sus vidas, y definitivamente no es el único que existe.
Robinson observa que con el paso de la edad se nota cómo las personas van sintiendo que pierden su capacidad imaginativa. Esto constituye un contratiempo no sólo para el individuo sino para una sociedad que acota las posibilidades de solución de sus problemas a recetas poco creativas.
Una virtud de los niños es la de no tener miedo a equivocarse. No obstante, esa capacidad es destruida por un sistema que poco a poco les enseña que deben avergonzarse de cometer un error. El problema que esto plantea es que si no se está preparado para la equivocación, nunca se podrá ser original. En consecuencia, hay demasiada gente que nunca entra en contacto con sus verdaderos talentos naturales y, por tanto, no es consciente de lo que en realidad es capaz de hacer.
Inteligencia y creatividad necesitan ir de la mano, pero tanto padres como profesores se aferran a lo convencional. El niño que se desvíe de esa senda es considerado problemático. Incluso se le califica y estigmatiza como falto de inteligencia cuando el tedio lo abruma y le impide rendir en los exámenes formulados de manera es- t á n d a r. L o ú n i c o c i e r t o e s q u e e l s e r h u m a n o estándar no existe.
La gente se enorgullece de tener los pies en la tierra, de ser realista y sensata, y se burla de aquellos que están en las nubes. Sin embargo, mucho más que cualquier otra facultad, la imaginación es lo que distingue a los seres humanos de otras especies.
La pregunta, entonces, no debería ser si tal o cual niño (o, en general, una persona) es inteligente según determinado estándar, sino ¿de qué modo es inteligente?
Paul McCartney, por ejemplo, contó a Ken Robinson que una de las asignaturas que nunca le interesó en el colegio fue la música. Sucede que el profesor de esa asignatura entraba en el salón, ponía un viejo disco de música clásica para que los jóvenes la escucharan y se iba a la sala de reuniones a fumar. Ese parecía ser su concepto de educar musicalmente a los jóvenes. Los adolescentes apagaban el tocadiscos, sacaban sus cartas y se ponían a jugar. “Era estupendo. Para nosotros las clases de música eran las clases en las que jugábamos a las cartas”, recuerda el ex Beatle. Y concluye: “Aquel profesor fracasó por completo a la hora de enseñarnos algo sobre música. Me refiero a que en sus clases tenía a George Harrison y a Paul McCartney y no consiguió que nos interesáramos por la música. Tanto George como yo acabamos el colegio sin que nadie pensara nunca que tuviésemos ningún tipo de talento para la música”.
Una visión del mundo anticuada
Robinson analiza el problema que atraviesa la educación en todo el mundo y llega a la conclusión de que ésta se diseñó para un modelo de civilización ya superado.
La mayoría de los sistemas educativos de masas se crearon en los siglos XVIII y XIX, y se diseñaron para responder a los intereses económicos de aquellos tiempos, marcados por la Revolución Industrial en Europa y en Norteamérica.
Se puso el acento en las habilidades matemáticas, en las ciencias y en las lenguas, con un criterio pragmático positivista que confinaba a la inteligencia dentro de ese estrecho marco y descuidaba talentos y habilidades diferentes pero no menos importantes. “Esta aproximación a la
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En el colegio las clases de música aburrían a Paul McCartey y George Harrison
educación, estratificada e igual para todos –explica, y realmente nos ayuda a entender el mal desempeño de tantos alumnos de indiscutible inteligencia–, margina a aquellas personas que no están preparadas por naturaleza para aprender en ese marco.”
Tanto en conferencias como en escritos, las exposiciones de Robinson abundan en ejemplos de destacadísimos personajes cuyo talento natural fue obstaculizado antes que promovido por la educación formal, precisamente por hacer a un lado la inquietud creativa y la imaginación.
Destaca otro caso, que menciona como ejemplo de un tipo de pensamiento e inteligencia diferentes: Richard Feynman, quien, dice, “fue uno de los científicos más pintorescos y admirados de su generación: malabarista, pintor, bromista y espléndido músico de jazz apasionado por los bongós”. A este científico, la observación de un plato arrojado en una cafetería universitaria (acontecimiento absolutamente baladí) le despertó su creativa curiosidad. Feynman anotó algunas ideas en una servilleta y, terminado el almuerzo, continuó su jornada con normalidad. Tiempo después, volvió a echar un vistazo a la servilleta y “jugando relajadamente” (según sus palabras) con esas ecuaciones llegó a plantear las interacciones y propiedades de las partículas subatómicas utilizando los hoy denominados diagramas de Feynman, gracias a lo cual ganó el Premio Nobel de Física en 1965.
Esta anécdota confirma (por si hiciera falta) que la imaginación y la creatividad son necesarias aun en actividades tan lógicas como la ciencia. Los ejemplos abundan: el origen de la teoría de la relatividad surgió en un paseo en bicicleta cuando al sencillo empleado de una oficina de patentes, Albert Einstein, se le dio por imaginar cómo se vería el mundo si en lugar de una bicicleta hubiese montado un rayo de luz. No es difícil suponer que, de haber presentado su curiosa propuesta a un maestro de la época, la respuesta hubiera sido una amonestación. Hoy mismo, a quien manifieste semejantes inquietudes se le diría que con tontas fantasías no va a llegar a nada.
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El doctor Richard Feynman durante una conferencia en 1964
El elemento
A partir de estas reflexiones, Robinson habla de la necesidad de identificar lo que él llama “el elemento”, cuya ejecución lo identifica a uno con su razón de ser, ya sea profundizar en el ejercicio de la danza, o de las matemáticas, ser físico, músico o cocinero. Él define este concepto como el punto de encuentro del individuo con algo fundamental para su sentido de la identidad, sus objetivos y su bienestar; una especie de revelación, que le permite percibir quién es realmente y qué debe hacer con su vida.
Otro término que emplea en sus escritos es “la zona”. Con “estar en la zona” se refiere a concentrarse en lo más profundo del elemento. Tal vez es aquí donde su propuesta pierde fuerza, en tanto que dicha terminología, que tiene algo de místico o esotérico, lo relaciona más con un autor de autoayuda que con un pedagogo. Por ejemplo, cuando dice que “Aquellos que h a n a d o p t a d o e l E l e m e n t o s e e n c u e n t r a n c o n re g u l a r i d a d e n l a z o n a ” , u n o p u e d e i m a g i n a r “el elemento” como un fetiche mágico (un escarabajo de oro, una bola de cristal, un tetraedro de un material inexistente en nuestro planeta) y a “la zona” como el sitio o momento en que el héroe descubre sus poderes ocultos.
Ese lenguaje parece más apropiado para una novela como Harry Potter que para una propuesta tan seria como la que plantea el autor. Sin embargo, basta recordar de qué está hablando, para entender que el recurso a ese lenguaje atractivo se explica por estar destinado a un público masivo (una concesión a favor de la divulgación), por lo que no demerita lo más importante de sus ideas: “Cuando hacemos algo que nos gusta y que se nos da bien, tenemos muchas más probabilidades de centrarnos en nuestra verdadera autoconciencia: ser quienes en realidad creemos ser”.
La necesaria transformación
Robinson insiste en que la educación pública ejerce una implacable presión sobre sus alumnos para que sean conformistas. Las escuelas públicas, dice, no se crearon sólo en favor sino a imagen y semejanza del industrialismo:
Dividen el plan de estudios en segmentos especializados: algunos profesores instalan matemáticas en los estudiantes, y otros instalan historia. Organizan el día entre unidades estándares de tiempo delimitadas por el sonido de los timbres: muy parecido al anuncio del principio de la jornada laboral y del final de los descansos de una fábrica. A los estudiantes se los educa por grupos, según la edad, como si lo más importante que tuviesen en común fuese su fecha de fabricación. Se los somete a exámenes estandarizados y se los compara entre sí antes de mandarlos al mercado.
Esa es la demoledora e indiscutible evaluación que hace Robinson. Recordemos que por ello se le dio en Inglaterra un título de sir y pensemos por un momento qué respuesta obtendrían en Latinoamérica esos planteamientos por parte de alguna burocracia educativa e incluso de un magisterio local.
La educación, insiste Robinson, no necesita una evolución sino una revolución que ponga el acento en hallar los talentos individuales de cada niño y colocar a los estudiantes en un entorno en el que quieran aprender y puedan descubrir de forma natural sus verdaderas pasiones.