5 minute read

Mi historia

Esta debe ser la décima vez que me siento a escribir mi capítulo para este libro.

Y cada vez que me acomodo, en seguida me paro, prendo un sahumerio, preparo un mate. Esquivo. Me siento otra vez, miro la pantalla, se me revuelve el mundo, descalifico ese sentir… Sistemáticamente esa secuencia.

Advertisement

Porque ¿qué voy a contar yo? ¿Que a mis 39 años quedé embarazada en un descuido cuasi adolescente?

Entonces me leo, me observo y vuelve el pánico a la exposición, a la mirada crítica y los dedos acusadores. Pero contar es lo mínimo que puedo hacer después de leer las historias de otras mujeres que se abrieron enteras y entregaron su corazón a este proyecto.

Y sí, quedé embarazada a mis 39 años en un descuido cuasi adolescente.

La historia arranca con una mujer derrotada y empezando a caminar con un peso vital que la estaba excediendo. ¿Vieron esas rachas que arrancan y parece que no se terminan más? Bueno, así estaba: veníamos de transitar una internación grave y larga de mi compañero, mucho tiempo sola con mi alma sosteniendo todo, pero TODO, a nuestro hijo, a él, a su familia; meses después tener que dejar nuestra casa de Capilla del Monte, soltar mi sueño, al cerro, los caballos, a mi perra, volver a vivir en Buenos Aires y terminar separándonos.

La vida me había noqueado y necesitaba un espacio de cobijo, de volver a ser yo misma, de reconectar con mi esencia, mi gente, mis códigos. Estaba con el corazón desgajado y, en los ratos que el papá de mi hijo cuidaba de nuestro pequeño, daba vueltas por la ciudad a la búsqueda de un abrazo tibio, vagabundeaba por la avenida Corrientes, me internaba en sus librerías y me quedaba ratos largos olfateando el tomo más antiguo que encontrara, me metía en algún cine, como hacía antes, cuando me proyectaba sola para siempre.

Un poco de ese oxígeno bohemio que buscaba volver a respirar lo encontré en el hombre que en ese momento era mi mejor amigo, que me recibía en su casa, me escuchaba, aconsejaba. Con él armamos proyectos nuevos, intervenciones, cine debate, volví al activismo; porque él también fue mi compañero ideológico por 20 años.

En uno de los encuentros quedé embarazada. En uno de esos encuentros solté todo atisbo de control, no podía ni quería sostener nada más. No quería pensar, ni estar atenta, ni cuidar, ni ser prolija. Venía sintiéndome tan harta de ser perfectita todo el tiempo. Necesitaba terminar de romperme hasta lo más profundo, hasta mi médula, derrapar y así lo hice. Bien capricornio que se propone y concreta.

Y entonces compartí la buena nueva con el susodicho involucrado, que cayó como una especie de Hiroshima verbal.

El aborto nunca fue para mí una opción que quisiera evaluar. Siento a mis hijos desde el primer día de gestación y los abrazo. Los embarazos me nutren de una fuerza que no encontré en otros momentos. Con Nicanor (el más pequeño) me encargué de que se sienta muy amado y bienvenido siempre, le confesaba los miedos que empezaban a surgir, las tristezas, y también cómo mi deseo de recibirlo y auparlo me daba fuerzas para seguir todos los días, para que su hermano pueda vivir feliz la conexión con la panza.

Pero volviendo al antihéroe, esta decisión de no abortar básicamente lo desquició. Para mí la ecuación fue bien simple: irresponsables ambos, pero cuerpa gestante la mía, por ende, la decisión también. Matemática básica. La obviedad más obvia. Y en esa postura me mantuve.

Fue un mes de recibir psicopateadas, amenazas y demás. Pero mi postura se impuso y este “hombre” se evaporó en sus mismos gritos. Se lo tragó la tierra, se mudó a España en teoría, no sé. Nunca más supe de él. Abandonó a su hijo. Anda por la vida sin saber si su hijo nació o no, cómo se llama, si está bien, si le falta algo. Activista en Derechos Humanos, autoproclamado feminista y también, valga la incoherencia, progenitor abandónico. La personificación misma de un oxímoron.

Durante un tiempo me sentí un poco tapa de revista: “Pero se separó hace poco. ¿Y ya está embarazada? ¡¿Y ahora están juntos otra vez!!? Ave María Purísima”, se espantaba Doña Rosa, abanicándose con el Clarín del domingo. Porque la mujer tiene la culpa siempre. La mujer debe ser funcional a su entorno. La mujer no puede romperse, tiene que ser fuerte. A la mujer no se le permite flaquear ni trastabillar. No se equivoca, sostiene, contiene, se ocupa, administra, decide. No llora, no incomoda, no se rompe ni se debilita. Y si derrapa que nadie se entere, a escondidas por favor, que no moleste. A ver si encima hay que ocuparse de ella.

Finalmente no estoy criando sola porque recompusimos la pareja. Con mi compañero nos definimos como sobrevivientes de las respectivas historias, arrancamos juntos hace seis años a los tumbos y ahora nos encarrilamos un poco más prolijos (un poco…). Somos un clan ensamblado con cuatro pibites y los cuatro son de los dos, esa es la fórmula de amor que nos funciona. Un amor desestructurado o con estructuras muy nuestras. Nos amamos, mucho y muy fuerte y vamos siempre para adelante, sorteando desafíos no menores, nutridos (y curtidos) por ese mismo amor.

No estoy criando sola pero desde ese momento empecé a acompañar mujeres en esa situación y este libro es el proyecto material de la red que se fue armando en el mundo virtual. Es la posibilidad de que la voz de cada una de ellas se escuche, de empaparnos de sus identidades, un paso más para terminar con la invisibilidad. Son gigantes, amazonas, curanderas, brujas, magas, artesanas de sus caminos. No me entra en el pecho la admiración, el amor, el agradecimiento que siento por cada una, por todas ellas, por toda la red de mujeres que nos reúne y nos convoca.

Este libro es un sueño materializado, un hijo más, un puntapié inicial hacia otro tipo de proyectos, una red de sostén, un abrazo compartido en sororidad. Un espacio de encuentro de mujeres guerreras, fuertes, mamachas, lobas.

This article is from: