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Andrea

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Marisol

Marisol

Escribo este relato unos días después del día del padre, lo que me hizo remover, pensar y replantear muchas cosas. Mi historia es como la de muchas otras chicas, una historia que se repite a lo largo y a lo ancho de este país, pero a la vez también es muy mía. Soy mamá adolescente, parí una semana después de haber cumplido 18 años. Mi hijo es fruto de un amor inmenso, pero a la vez enfermizo, tóxico y violento. Su papá, un año mayor que yo, a los meses de haber nacido nuestro hijo tuvo problemas de adicciones y todo empeoró: infidelidades, celos, violencia, maltrato psicológico y físico.

¿Cuándo me cayó la ficha? La primera y última vez que me pegó. Ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que había empezado años antes y ese golpe marcó solo el final. La cabeza me hizo un clic y a pesar de todo lo que significaba mi decisión (el amor que todavía sentía, el qué dirán, mantener las apariencias, darle una familia a mi hijo, como las que se demandan socialmente, el terror de enfrentar todo sola, miedo a no volver a encontrar a alguien), logré dejarlo después de una relación de cuatro años. Por mi hijo tuve el valor y la fuerza para hacerlo, desde el deseo de darle un presente y un futuro mejores.

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Me enseñó a tener amor propio sin siquiera darse cuenta.

Después de finalizar ese capítulo vino más caos. Mil intentos e insistencias de parte de su papá por volver, continuó acosándome con escenas de celos, acoso, violencia económica y dejó de ver a nuestro hijo como represalia;

cosa que se mantiene hasta el día de hoy. En medio de eso, atravesé una crisis familiar con mis padres, que derivó en una separación temporal.

Tuve la suerte de contar con amigas que me ayudaban comprando leche, pañales, yogures y demás cosas para el bebé y una madre que, a pesar de nuestras diferencias, muchas veces se iba a dormir sin comer, y se privaba de muchas cosas para que a nosotros no nos falte nada.

Afrontamos juntos y solos el dolor por la salida de los primeros dientes, enfermedades de ambos, fiebre por las noches, los primeros pasos y comidas. Su papá y familia paterna estuvieron más ausentes que presentes. Fue agotador. Tuve momentos de depresión, de culpa, noches enteras de llanto, pero no por eso fue menos bello aprender a ser su mamá, a prueba y error, creciendo juntos.

Después de casi un año y medio, la crisis familiar entre mis padres pasó y mi papá se volvió la figura paterna de mi hijo. Esto en un punto fue problemático, ya que al vivir en una situación de dependencia tenía que aguantar criterios de crianza que no compartía, o irme. Por suerte esta situación va cambiando para mejor día a día.

En este contexto y con ayuda de mis padres, pude terminar el colegio secundario y tener un trabajo fijo. Esto en parte fue un alivio y por otro lado me generaba culpa el dejarlo, aunque era la única opción, ya que no contaba con la familia paterna.

Así nos criamos juntos entre idas y vueltas, siempre tratando de preservar su inocencia y hacer lo mejor que podía con lo que tenía, y tratando de llevar a cabo un proyecto propio para ganar algo de plata, con mis viejos apoyándome siempre. Hace un año pude empezar en la facultad la carrera de ciencias políticas.

La sensación de culpa volvió a aparecer, aunque sabía que no estaba abandonándolo y que estudiar era lo mejor para ambos. En simultáneo tuvimos muchas visitas al médico hasta que le detectaron broncoespasmo. Sentí la bronca de

no contar con tanta plata y tener que pedir los medicamentos a su papá que no se molestaba en comprar.

Con la ayuda de mi actual pareja pude iniciarle a mi ex la demanda por alimentos, que cumplió a medias un tiempo y ahora no cumple en nada. Actualmente vivimos en otra provincia, lejos de todo aquello que nos dañó alguna vez y él cumple el rol de papá como pocos.

Después de mucho tiempo estoy redescubriéndome como mujer y como madre, tratando de reparar los errores cometidos en su crianza, con amor y paciencia.

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