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Linda
Tengo un hijo de seis años y una niñita de cuatro. En el año 2016 vinimos a vivir a Rosario, somos de Río Negro. El papá de les niñes es rosarino, yo buscaba nuevos aprendizajes y experiencias y decidí venir acá porque pensé que al estar su papá cerca sería todo un poquito más fácil. Llegamos en marzo. Conseguimos casita, trabajo, jardín y todo andaba relativamente bien.
El 10 de octubre de 2017 volvía de trabajar. Eran entre las tres y cuatro de la tarde. En la puerta de mi casa me golpean en la nuca y me desmayo. Horas después, despierto golpeada, drogada, violada y desorientada. Estaba tirada en la calle con las manos atadas a mi espalda. Ahí comenzó lo peor. Médicos, psicólogos, policía, miedo… ganas de no seguir con nada.
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Acudí al papá de les niñes y le conté lo ocurrido. Hasta ese entonces, él los cuidaba cuando yo trabajaba, pero nunca dió apoyo económico. Le pedí colaboración con el cuidado de les peques porque no me sentía capacitada para compartir con elles todo el día y llenarlos de mi dolor. Aceptó y propuso llevarlos a su casa y que nos mantengamos en comunicación y contacto continuo hasta que yo mejorara.
Propuso una cosa pero hizo otra completamente distinta: fue a tribunales y me denunció como drogadicta, alcohólica, y maleante, entre otras cosas. El juez automáticamente, sin
siquiera citarme o conocerme para verificar sus relatos, le dio la tenencia de C que tenía cuatro años y M que tenía dos.
Pasé diez días sin poder verles o escucharles, estaba desesperada y sola. Intenté suicidarme y ahí me di cuenta que tenía las fuerzas para luchar y me convencí de no bajar los brazos.
Fui a tribunales, intenté buscar ayuda viralizando lo ocurrido y parecía que nada servía.
Durante un año los vi sólo seis horas semanales y no pasamos ni una noche juntitos. Elles no paraban de llorar, pedían a su papá y a sus abuelos estar conmigo. Así fue que conseguí que los escuchen en tribunales y que la abuela empatizara y convenza a su hijo de permitir el contacto. Sentía miedos de incumplir con la justicia y que no me permitieran ver a mis bebés.
Hasta que un día, después de mucho trabajo personal, me planté en la puerta de mi casa con les niñes llorando y le dije al padre que si no se querían ir no se irían y que busque jueces, policías y todo lo que se le antoje. “Yo soy su mamá y nadie me los saca”, fueron mis palabras. Ese día volvimos a nacer. Lloré y temblé aterrorizada porque no sabía qué consecuencias tendría aquello. Y fueron favorables.
Estos meses voy casi a diario a tribunales y estamos tramitando la tenencia definitiva. Ahora se llama Cuidado Personal. Elles están felices otra vez. Sus miraditas brillan y aunque el país está en crisis y vivamos en un departamento pequeño y cuesta llegar a fin de mes, mis hijes y yo estamos juntes.
Volvimos a reír con toda honestidad. El padre les ve cada vez menos. Elles no quieren irse y menos pasar la noche fuera de casa. No hay apoyo económico y hasta que en tribunales me entreguen el cuidado por escrito no puedo cobrar la asignación.
Yo trabajo por mi cuenta porque hace un mes que quedé desempleada: vendo pastas caseras y algo de biocosmética. Siempre que puedo, cuento nuestra historia. El sistema patriarcal nos dañó mucho, pero somos fuertes y hemos recibido mucho apoyo, que intento devolver con amor.