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Marcela

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Evangelina

Evangelina

Marcela tiene piernas largas, rasgos angulosos, duros, una mirada que perfora y el ceño fruncido, siempre.

Camina con andar seguro, se sabe guapa y lo manifiesta. Cigarrillo en mano, pantalones ajustados, poleras o remeras al cuerpo (dependiendo la estación), maquillaje… ojos tristes.

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Lleva de la mano dos nenas, gemelas idénticas ellas y, caminando a la par, otra más grande.

Marcela capta la atención de todas las personas que la cruzan por la calle, su presencia, su aura, tiene carisma. Las gemelas rebotan al lado suyo, gritan y se mueven desalineadas, incomodan con el volumen de su voz, quizá te empujan si caminás demasiado cerca. La mayor va bien tranquila, prolijita, callada.

Conocí a Marcela hace diez años y no pasa un día sin que la piense. Más ahora que transito yo también el camino de la maternidad. En ese momento, ni atisbos tenía de tener hijos, ni de que me interesara tenerlos algún día. Yo vivía con dos gatos, 500 libros y muchas ganas de exprimir mi vida en soledad o con compañeros itinerantes.

Pero, a pesar de tener vidas tan opuestas, conecté con ella muy bien desde el principio y su historia dejó huella.

Yo me movía en su círculo, pero entré en su mundo por la vereda opuesta, que la criticaba, que la descalificaba como

madre, que la juzgaba por querer vivir, por soñar, por querer ser mujer aparte de criar niñas.

“¿Y el papá de las nenas?”, pregunté un día. “En Colombia, me respondieron, necesitaba alejarse un tiempo y le salió un trabajo”.

“¿Y cómo hace ella sola con las tres?”, insistí inquieta al ver esa micro tribu.caotizada.

“¿Y no ves?, son unas mal criadas, contestan mal, no hacen caso. Ella salió el sábado a la noche y no les dejó pijamas, ni estaban bañadas y recién al mediodía del domingo las buscó”.

Mala madre era el rótulo que caía sobre Marcela por necesitar un rato para estar con ella misma y disfrutar en soledad, mala madre porque no les llevó pijamas y las entregó despeinadas, mala madre porque no ponía algún límite y las nenas eran muy contestatarias.

Compartí con ellas muchos y largos mates. Convivir con las gemelas era muy difícil, realmente se desbordaban fácil, desafiaban. Una en particular tenía la misma mirada que su mamá, hermosa, insumisa, enojada con todas y cada una de las personas que habitaban su vida. Pero también se deshacían en los abrazos, se reían a carcajadas desbocadas y fuertes, libres, jugaban sin reglas, pero cuidándose entre ellas. Cada tanto también se agarraban de los pelos y había que separarlas.

El padre las visitaba una o dos veces por año y traía regalos. No realizaba su aporte económico, ni tenía idea qué pasaba con esas nenas, a qué colegio iban, quién era su pediatra, si estaban comiendo bien. Ellas se desesperaban por tocarlo cuando lo veían. En esta historia él era el personaje “copado”, el que llegaba de tierras lejanas fresco, con historias mágicas en la valija y con energía disponible para tener a las pibas colgadas horas y horas, para jugar y reírse con ellas.

“Ves que papá no nos reta todo el tiempo como vos”, era la factura que Marcela recibía después de cada visita. Igual se notaba que las pequeñas estaban al tanto de absolutamente todo.

Marcela hoy es mi musa. Mi admiración por ella es infinita hoy que soy mamá y puedo ponerme sinceramente en sus zapatos, o intentarlo.

El papá de las nenas volvió a Argentina, tuvo otro hijo y, hasta que dejé de verlas, seguía sin hacer su parte.

De ella, de esa gran mujer y madre leona, me quedan sus miradas bestialmente sinceras, apagadas de agotamiento y tristeza cuando no veía salida a esa rutina de cuatro y en soledad, encendidas de pasión cuando me contaba su proyecto de tener un refugio para perros abrazada a su bull terrier, prendida fuego mientras manejaba por la autopista con los Redondos o La Vela Puerca al palo, orgullosa de la insolencia de sus hijas.

Marcela, amante del rock, que practicaba boxeo y peleaba con cualquiera que quisiera interponerse entre ella y sus sueños, entre ella y sus hijas, entre ella y la libertad.

Marcela que pesqué llorando a escondidas más de una vez después de haber gritado a alguna de las pibas.

Marcela vulnerable, sensible, autoproclamada heroína y villana de su historia.

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