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Marisol
Mi nombre es Marisol, soy mamá de una niña de siete años que voy a llamar “Primavera”. La tuve a los 35 años, luego de una relación de dos años con su padre biológico. Ambos pensamos en la posibilidad de ser padres (yo por primera vez) y deseábamos con muchas ganas que fuera una niña.
Con todos los posibles pronósticos hablados y las teorías (de libro) analizadas y conversadas, comenzamos a buscar a este bebé que rápidamente llegó a nuestras vidas. Pero, como ninguna teoría es absoluta y los pronósticos pueden fallar, la persona con la cual proyecté una familia decidió alejarse por diferentes razones y prioridades, cuando yo estaba de dos meses. Si bien en alguna que otra oportunidad hablé con él en estos años, llegué a la conclusión de que no hay cercanía posible si no se piensa y actúa desde el amor y el cuidado por los hijos, siendo el motivo que me llevó a no retomar el contacto hasta la fecha.
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Con una panza que crecía de a poquito, en una mezcla de felicidad que me cubría el cuerpo y muchas lágrimas en mi rostro, sentía que la confusión me había invadido, me costaba mucho enfrentar el presente, no podía imaginarme como parte de esta historia y por momentos me veía como espectadora de una película de terror que quería que terminara pronto.
Me aterrorizaba pensarme sola criando un ser tan pequeñito, no estaba segura de poder hacerlo bien. Me sentí desilusionada, triste, vulnerable, desesperada y temía por
la reacción de algunas personas que pudieran juzgarme por no cumplir con los mandatos sociales que tanto remarcaban en los pueblos, aunque por suerte era algo que no pasaba en mi familia.
Sabía que estaba siendo muy cruel conmigo misma, siempre me consideré una persona que respetaba las decisiones de los demás sin estigmatizarlos, creyendo que cada uno podía y debía elegir libremente; pero no estaba aplicando ese filosofía para mi vida.
Tenía que erradicar pensamientos y sensaciones negativas que no me hacían bien. Fue entonces que retomé terapia con una persona amorosa que me acompañó desde la empatía y la firmeza de sus convicciones, ayudándome a enfocarme en lo importante y bello que me estaba sucediendo; sumado a ese universo de señales y mensajes que siempre tenía una respuesta para mí.
Y así, como en un “recalculando, recalculando…”, fui resignificando mi presente y canalicé mi energía en algo positivo, en un nuevo proyecto de vida, en un proyecto para mi hija y para mí.
En ese camino, tenía la certeza de que nada malo podía pasar, porque el deseo y el amor genuino ya habían trazado parte del sendero que debía recorrer.
Con la incondicionalidad y sabiduría de mis padres, la ayuda de mi hermano, cuñada, bisabuelos, amigos y conocidos con ganas de acompañarnos, me convertí en una futura mamá llena de esperanzas, de sueños, feliz de esperar a mi pequeño retoño que desde esa primavera, florecía en las ecografías.
Y una noche llegó a mis brazos una niña, llena de fortaleza, sabiduría e irradiando un amor de esos que no caben en el pecho. Por parto natural y con algunos problemitas que pudimos superar, gracias a la ayuda de mi madre que estuvo siempre acompañando. ¡Allí estábamos las dos!
Desde ese momento nada fue igual, nada pudo separarnos. Hoy aprendemos la una de la otra, yo desde las certezas y
errores, los miedos y alegrías, brindando acompañamiento, atención y tiempo.
Soy una de las tantas mujeres que luchan diariamente ante las adversidades para llevar adelante el hogar, de esas mamás que están felices de sentirse fuertes, pero que a la noche, también cansadas, se dan el lugar para llorar si lo necesitan.
Pero sobre todo, soy una mujer que no se culpa, no se juzga, que ya no espera lo que otros no pueden o no quieren dar, ni que la gente se convierta en algo que no le nace del corazón. Todo esto me hace sentir libre, porque sólo soy responsable de mis actos.
Siento y vivo el amor de estos años de crianza como un tesoro que el universo tenía preparado para mí y no digo que sea fácil, es muy difícil ser mamá sola a cargo de la educación, salud, vestimenta, economía del hogar, cumpleañitos y demás. Postergo tiempo como mujer, como amiga, renuncio a múltiples espacios que me gustan, pero el valor emocional que tiene cada segundo compartido con mi hija es lo más valioso en mi pequeño mundo.
Y en este camino de múltiples enseñanzas, aprendí que nadie puede juzgarte, nadie puede ofenderte cuando actuás desde el amor y el compromiso por la crianza, aunque te equivoques. Y todo eso se lo agradezco a mis padres, por los valores que me trasmitieron, por la crianza respetuosa y amorosa que me convirtieron en esta persona que soy.