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Nani
Me llevó mucho tiempo entender por qué me costaba aceptar que las decisiones familiares se pueden tomar de a dos. Vivo con el papá de mis hijes, somos una familia numerosa, tenemos tres niñas y un adolescente (hijo de una pareja mía anterior). Somos una familia ensamblada y puedo decir que soy feliz. Comparto la vida con un hombre que es padre presente, que no se avergüenza de demostrar cariño y que trabaja a la par mío dentro y fuera del hogar.
Pero, como dije antes, me cuesta ceder en la crianza de les niñes aún hoy. Y entendí que es por haber crecido en una familia de madre soltera. Esto no era fácil para una niña en los años ‘80: las miradas de las vecinas, hijas del patriarcado, se direccionaban únicamente a la mujer, juzgándola y estigmatizándola.
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Claro que no tener padre fue duro. Los festejos de su día, en el colegio nos obligaban a fabricar regalitos para ellos. “Llevalo a tu abuelito”, solían decir las maestras, porque yo tenía un abuelo haciendo las veces de padre, pero no lo era y yo lo sabía muy bien.
Un día, cerca de mis diez años, mi mamá no volvió como solía hacer después de salir con sus amigas un fin de semana. Sí, sí, la muy loca tenía vida social además de trabajar, para colaborar con el sostenimiento de la casa de sus padres, donde vivíamos. Todavía recuerdo la cara de mi abuela cuando una amiga vino a decirle que estaba internada. Un tipo, que resultó ser mi progenitor, la había golpeado tanto que tuvieron que internarla. Cuando fuimos a buscarla al
hospital apenas podía hablar, pero llegó a decirme que en su cartera estaba “mi premio” (el chocolate que me traía cada vez que volvía a casa).
Ella se recuperó y mucho tiempo después me encontré con ese tipo, mi madre no se opuso a ese encuentro. Creo que siempre supo que yo lo necesitaba. Necesitaba ver con mis propios ojos. Entender.
Y sí que entendí. Hay tipos que se hacen llamar papá, o pretenden serlo, pero están a años luz de poder conseguirlo. Supongo que habrá quienes pueden revertir el daño, que habrá quienes logren deconstruirse y vincularse desde el amor.
No fue mi caso pero, a pesar de eso, saber de dónde vengo fue revelador. Pude dejar de culparme por el desamor paternal, de culpar a mi madre, porque yo también la culpaba, eso era fácil, eso se inculcaba.
Hoy festejo su valentía, su amor por mí y el amor propio que no la dejó caer, que le permitió volver a creer y formar una nueva familia.
Hoy festejo a la familia en todas sus formas. Hoy festejo el amor.
Hoy les pibes la tienen un poquito más clara cuando se trata de “la familia”.
Ya dejamos de lado el estereotipo de “mamá-papá-nenanene”, por suerte y gracias a la lucha evolucionamos. Es emocionante verlo y ser parte del cambio.