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Del álbum al fotolibro

¡Ah! recuerdo aquellos tiempos maravillosos en que solía coleccionar las imágenes que recortaba de revistas de mis heroínas de la serie.

Los Ángeles de Charlie (1976).

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Tres hermosas mujeres inteligentes y ágiles que toman el poder y las armas para resolver diversos crímenes: Jill Monroe [Farrah Fawcett], Kelly Garret [Jaclyn Smith] y Sabrina Duncan [Kate Jackson]. También aquellas de los protagonistas de mis películas favoritas: Vaselina (1978) musical que cuenta la historia de amor del rebelde Danny Zuko [John Travolta] y la inocente Sandy Olsson [Olivia Newton John] o La laguna Azul (1980) –protagonizada por la bellísima Brooke Shields y Cristopher Atkins–, que narra las aventuras de dos niños que sobreviven a un naufragio. Tampoco podía faltar el fenómeno de la agrupación musical puertorriqueña Menudo, a cuyos integrantes llamaba afectuosamente “mis novios”: Xavier Serbiá, Johnny Lozada, René Farrait, Ricky Meléndez y Miguel Cancel. Todos aquellos recortes eran míos, me pertenecían y los pegaba cuidadosamente en un cuaderno que era mi álbum, mi primer álbum fotográfico, mi tesoro.

Hablemos del álbum, ese libro o cuaderno, con las hojas en blanco para dibujar, escribir poesía, pensamientos, ideas que heredamos de los cuadernillos o calendarios decimonónicos para señoritas. Ahí coleccionábamos sellos, autógrafos, fotografías con una sucinta explicación siempre en cuidada caligrafía. Todo aquello que sea susceptible de coleccionarse y archivarse en la más celosa intimidad, porque eso es un álbum: un archivo, memoria, identidad…

Los primeros álbumes fotográficos surgieron mediados del siglo xix, con la aparición de las carte de visite [tarjetas de visita], se inició así, el fenómeno del coleccionismo fotográfico y, por añadidura, la creación de libros fotográficos de diversos tipos. Surgió la posibilidad de reunir fotografías de un solo tema como estampas viajeras, personajes, la vida rural o la urbana, la familia (la propia o la que hicimos propia). Montajes guardados en un receptáculo que permitía atesorarlas, para en secrecía hojearlos o bien para su orgullosa exhibición a un cercano círculo. De la albúmina, técnica de captura de la imagen, al álbum… una tradición que se arraigó, sobre todo en la burguesía y se democratizó hacia las clases medias del siglo que nos vio nacer. La tradición de los reportajes —sean documentos históricos (sobre la campaña de Crimea, la Guerra de Secesión, etcétera), sean álbumes de viajes en países más o menos lejanos y exóticos— se desarrolla a una velocidad y con una amplitud prodigiosas, indica, sobre este fenómeno el investigador francés Philippe Dubois en su ensayo El acto fotográfico de la representación a la recepción.

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