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Tus labios
Tus labios
Al verte de lejos olvido la fila, la espera y el maldito encierro, porque se abre una ventana hacia un mundo distinto, un camino hacia ti. Detrás del mostrador brilla tu pelo castaño y se asoman tus orejas redondas cuando giras a buscar algo. Te ríes con una colega, pero no alcanzo a escucharte. Avanzo un puesto, veo tus cejas y tu cuello, mi mente despierta y todo se ilumina.
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Con sólo un gesto comentamos el tiempo, las dificultades del trabajo, pero por más que lo intento no te veo completa. No entiendo bien tus palabras, no reconozco tu risa, y el misterio de tus labios cubiertos me paraliza. ¿Cómo serán cuando sonríes? Seguro te muerdes uno cuando estás nerviosa, tal vez se achican en una línea cuando te concentras. Quizás tienes un espacio entre los dientes o un lunar que baila con tu risa. Es una vida con distintos rostros, con labios más gruesos, a veces delgados, con tu color favorito que los baña y deja su marca en mi cuello.
Al dar un paso más el sol se cuela por las cortinas revelando el sube y baja de tu pecho, tu boca un poco abierta y no puedo creer que estés a mi lado en esa mañana cualquiera. Veo tu nombre y lo junto con las caminatas por el parque, a las conversaciones sin sentido, a nuestros dedos jugueteando, las risas y tus besos. ¿A qué sabrán tus besos?
Cuando el aislamiento nos une | 61
Sólo pensarlo me lleva a otro mundo, donde nada puede dañarnos porque estamos juntos, codo a codo contra el mundo, eternos.
Me acerco y nuestra vida juntos tiene perfecto sentido. Estamos tan cerca que tu perfume me cobija, tu respiración me tranquiliza y rayos van y vienen con el destino en nuestras manos, sin ninguna duda. Tus ojos contienen el universo, llenan el vacío de mi encierro y de pronto me estremezco. Pestañeo en otro mundo y atino a pasarte la receta, quieto sin que se me note el sudor frío en el cuello. ¿Algo más?, me dices, y tiemblan recuerdos que aún no existen de las vidas que aún no vivimos.
Retumban mis latidos: uno, dos, miles y sólo hay silencio.
No, gracias, respondo apenas, y no conozco tus labios, ni tu boca ni tu risa.
Favio Enrique Zúñiga Soto
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Historias confinadas