1 minute read

La lavadora

Next Article
Hábitos

Hábitos

La lavadora

Era la tercera carga de ropa que metía ese día a lavar. Por más que pensaba, no lograba comprender por qué había tanta ropa sucia. Prácticamente no salían de la casa hace meses y sólo se ponían ropa formal de la cintura para arriba durante las reuniones por Zoom. El buzo era la prenda más utilizada y reutilizada por esos días, y se cambiaba cada tres días. Así estaban las cosas: tres o cuatro cargas y aún habían cosas por lavar en el canasto.

Advertisement

Mientras continuaba con la interminable tarea y su marido bañaba a su hijo de tres años, sintió el sonido. Una especie de zumbido fuerte, proveniente de la logia. Se acercó rápidamente a la lavadora y vio con espanto que salía humo de la parte trasera. Con un grito angustioso llamé al padre de su hijo, que seguía en su labor de enjabonado y desenjabonado. —¡AMOOOOOOR! ¡Le sale humo a la lavadora!

En cuestión de segundos, el hombre llegó a verificar la tragedia. No había que ser electricista para darse cuenta de que el aparato, que ya tenía cinco años de servicio activo en su hogar, se había fundido como queso en Barros Luco. Lanzó un garabato, respiró profundo y se dispuso a abrir la lavadora, para sacar la ropa que aún flotaba en agua con detergente.

Cuando el aislamiento nos une | 183

Entonces, ella recordó que su hijo seguía en el baño, solo. Corrió, con el corazón saltando dentro de su pecho, y soltó un suspiro de alivio al ver que el niño estaba sano y salvo. El champú estaba completamente vaciado en la bañera, y los juguetes de goma desparramados por el suelo, pero a esas alturas del día todo eso daba lo mismo.

Después de una rápida revisión y tres intentos fallidos de hacerla funcionar, lo confirmaron: se quedaron sin lavadora en medio de la cuarentena. Uno de ellos con suspensión laboral, el otro ganando un 30% menos y trabajando un 100% más. Ese mismo día en el que revisaron su cuenta corriente y terminaron con dolor de guata.

Ambos se sentaron en el sofá a pensar. Tras un largo silencio, se abrazaron y asintieron: no quedaba otra que recurrir a las malditas doce cuotas. La ropa sucia no podía esperar.

Valeria Caterina Moreno Yáñez

184 |

Historias confinadas

This article is from: