La lavadora
Era la tercera carga de ropa que metía ese día a lavar. Por más que pensaba, no lograba comprender por qué había tanta ropa sucia. Prácticamente no salían de la casa hace meses y sólo se ponían ropa formal de la cintura para arriba durante las reuniones por Zoom. El buzo era la prenda más utilizada y reutilizada por esos días, y se cambiaba cada tres días. Así estaban las cosas: tres o cuatro cargas y aún habían cosas por lavar en el canasto. Mientras continuaba con la interminable tarea y su marido bañaba a su hijo de tres años, sintió el sonido. Una especie de zumbido fuerte, proveniente de la logia. Se acercó rápidamente a la lavadora y vio con espanto que salía humo de la parte trasera. Con un grito angustioso llamé al padre de su hijo, que seguía en su labor de enjabonado y desenjabonado. —¡AMOOOOOOR! ¡Le sale humo a la lavadora! En cuestión de segundos, el hombre llegó a verificar la tragedia. No había que ser electricista para darse cuenta de que el aparato, que ya tenía cinco años de servicio activo en su hogar, se había fundido como queso en Barros Luco. Lanzó un garabato, respiró profundo y se dispuso a abrir la lavadora, para sacar la ropa que aún flotaba en agua con detergente. Cuando el aislamiento nos une | 183