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Cortinas

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Rutina

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Cortinas

Es otro día… o es otra noche. ¡No, son ambas! La verdad es que ya no abro las cortinas, no tiene importancia, seguiré en mi cama mirando el techo, sin conexión…

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Desperté en el piso, Marcos me estaba lamiendo, era la rutina habitual, suponía que eran las 7 am debido al canto de los pájaros, pero no lo sabía, el reloj no tenía pilas, así que era resultado de especulación, además, ya no abría las cortinas.

Mientras intentaba matar el aburrimiento, sonó el timbre. ¿Quién podría ser, un osado? Fui a ver por la mirilla: no había nadie… Entonces me dirigí a la cocina. Marcos estaba gruñendo, seguro que tiene hambre. ¡En la logia! Ahí tengo guardada la comida para perros. Pobre animal, sólo quedaba una caja de galletas; le di todas las que quedaban. Decidí que debía imitar a mi compañero, por lo que fui a buscar comida, supongo que debo tomar desayuno, ¿o almuerzo? La verdad es que da igual. Tenía hambre, así que abrí el estante para sacar algún trozo de pan.

Mientras comía, pensé sobre el mes pasado, cuando aún no me cortaban la luz y el internet. Recuerdo que me llamó por teléfono mi hermano Julio. Habló sobre su trabajo, que le habían bajado el sueldo, que la mitad de los trabajadores había contraído el virus y que probablemente él también lo tenía. Me dijo que no podía irme a visitar, que tenía que

Cuando el aislamiento nos une | 89

esperar los resultados del test. Mientras pensaba en eso, volvió a sonar el timbre. Fui corriendo, no quería que el osado se escapara, vi y no había nadie… ¿Acaso tengo que salir? Seguro que debo, alguien me estaba buscando, pero no sabía quién.

Empecé a prepararme. Me vestí, me lavé los dientes y fui hacia la puerta. Tenía miedo… ¿Si mejor primero miro por la ventana? Pero las cortinas están cerradas, ¡las cortinas no se abren! Pero no, tengo que hacerlo. Fui. Ahí estaban, frente a mí, las cortinas, las malditas cortinas. Levanté mis brazos lentamente, sentía el terror, el miedo que mi mente me hacía ver. No quería volver a verlos. ¡No quiero!, pero ya era demasiado tarde, mis manos ya las habían agarrado. Sudando, veía cómo se deslizaban. Empezó a entrar la luz, mis pupilas se achicaron, no podía ver, cerré los ojos. Ahí estaban… los vecinos, los malditos vecinos, allí estaban todos, reunidos hablando de la vida, sin mascarilla.

Joaquín Ignacio Campos Correa

90 |

Historias confinadas

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