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La libertad en calabozo
La libertad en calabozo
Todo este encierro tiene un costo, involuntariamente, lo pagamos con las sensaciones y pensamientos. Reflexionando, me imaginé al final de la pandemia con mucho cambio o tal vez siendo el mismo, total ¿en qué me puedo llegar a diferenciar sino es superficialmente? Sonará irrelevante o poco auténtico, pero sé que algunos dirán otro existencialista con una tinta depresiva. Porque, con toda sinceridad, las desgracias me regalan aquella emoción ausente; pueden estar llenas de tristeza o amor, pero están, y una insignificante vuelta a la normalidad no creo que pueda ofrecerme algo con honesta originalidad.
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Este relato nació de una muda desesperación que antes permanecía en mi cabeza y, ahora, entre las cuatro paredes de mi casa. Durante las noches, para pasar las horas, me acostumbré a cantar al cielo desde mi ventana, porque obviamente no podré llegar más lejos, pero es la manera en que dejaré mis melodías vivas a esta romántica tempestad.
Mientras escribo llueve, y puede ser que la lluvia sea lo más cercano al amor que tendré en esta pandemia. Me conmueve aquella doncella centellante de sonidos constantes que te acogen, envuelven y son capaces de transportarte a lugares lejanos, con sensaciones especiales y cuestionamientos
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Historias confinadas
exóticos… La lluvia tiene ese poder, esa magia y ese truco que hace olvidar hasta la profunda melancolía.
Los meses de encierro me han de comunicar lo baladí que ha sido mi vida, y me cuestiono, ¿quién se robó mis años? Siempre termino con una mínima sonrisa en el rostro, ya que el único culpable he sido yo.
Ahora, no todo es malo, debo agradecer al coronavirus, que me hizo dar con la respuesta del indispensable anhelo de tener una vida perfecta porque, para que el tiempo fuera ideal, sólo debía incluir el eterno abrazo de mamá y el del jardín de alegrías de quienes nunca te dejarán de amar.
Es raro que entre tan poco espacio se mezclen cantidades monumentales de pensamientos y, aunque no me mueva, me traslado a momentos hermosos y a otros que no tanto. Porque la cuarentena habrá sido muchas veces un calabozo del que es fácil escapar, pero también el cielo de mi reflexión.
Por último, quisiera agradecerle al Flaco y a Charly por acompañarme en todos estos momentos de escritura. Sus bandas eternas y sus letras regalan esperanzas de todo tipo, incluso, las de seguir viviendo.
Nicolás Tilleria Leyton
Cuando el aislamiento nos une | 151