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De brazos, tobillos y muñecas

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Rutina

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De brazos, tobillos y muñecas

En la autoficción el acontecimiento no es lo relevante.

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No es el estilo, no es la trama. Es la forma.

Sin embargo, cuando piensa en la forma, no puede evitar —entre las cuatro paredes en las que está obligada a vivir—, recordar las otras cuatro paredes en las que estuvo alguna vez.

Piensa en lo apretada que estaban las hebillas y el vértigo que sentía al despertar y percatarse que tenía las manos y pies atados a la camilla.

El espacio era dicotómico: la pieza daba a los cerros, a la luz del sol de verano. Había siempre flores al lado de su cama. Y ella acostada, demacrada, enfrentaba la dureza del cuero en sus tobillos y muñecas.

A veces cuando la amarraban después de ir al baño, algunas de las enfermeras tenían más cuidado que otras. Le caían mejor las del turno de la mañana que las de la noche. No las recuerda mucho, pero sabe que los espíritus no rondan de día.

Tampoco puede acordarse cómo eran las noches. Sólo recuerda pastillas y el cansancio por el llanto. Las mismas pastillas que toma en cuarentena, pero ahora en una doble dosis.

Cuando el aislamiento nos une | 43

Cuando salió de la clínica le pidió a su hermano que la acompañara a hacerse un tatuaje de un corazón en el brazo para nunca olvidar que sólo necesitaba a su familia y amigos. Que él no hacía correr su sangre.

A veces pasa un buen rato tocándose el brazo mientras ve desde la ventana lo mismo que lleva viendo desde hace más de 100 días, hasta percatarse de lo que está haciendo.

No recuerda mucho, pero recuerda a su hermana nerviosa al volante, y cómo al llegar a la clínica le pedía perdón. No quiere nunca más ver a su hermana menor llorar como lo hizo. Su hermana es fuerte, pero ahí las dos estaban quebradas. Quebradas por lo que hizo.

No recuerda qué vio en la televisión esos días. No recuerda por qué decidieron no internarla. No recuerda qué fue lo que tomó. No recuerda las caras de los psiquiatras que pasaban por la habitación para cumplir con sus rondas.

Y ahora sentada frente a la pantalla, en la misma pieza en la que ha estado encerrada los últimos meses, se toca las muñecas y piensa en las hebillas. ¿Por qué las amarraban tan fuerte?

Consuelo Laclaustra Valls

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Historias confinadas

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